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8 de diciembre de 2017

Universidad Tecnológica de Pereira


Seminario: Filosofía Política
Profesor: Carlos Carvajal
Presentado por: Juan Camilo Santa Rivera
Trabajo Final: el surgir de la sociedad, desde la mirada de Rousseau

Lo que anima el presente texto es una insipiente exposición de cómo se empiezan a


conformar las sociedades entre los hombres desde la mirada de Rousseau. Aquí, se
trabajarán nociones como el contrato, los hombres y su actuar originario.la relación del
estado y los hombres, el Soberano, que ayudarán a mostrar a las sociedades y lo que en las
mismas se implica.

El contrato

El hombre, en principio, deja de estar cerrado en sí mismo, en su plena satisfacción de


placer sin mediación alguna de consecuencias, y se abre a la vida en comunidad donde se
trabaja tanto para sí como para otro. Esto sucede “cuando cada quien se une a todos,
obedeciendo a sí mismo y gozando de su libertad de derecho, existe una forma de
asociación defensiva, de protección de la persona y los derechos de cada socio: en eso
consiste el contrato social” (Jouvenet, 1999, pág. 39). Es decir que el hecho de unirse todos
y formar un cuerpo colectivo en donde prima la protección de la persona y sus bienes,
guiado por la ley y Estado que busca un momento permanente de paz, denota o muestra la
finalidad del contrato o pacto social que los hombres instauran. En el sentido que hablamos
de un cuerpo colectivo se reconoce que “lo que dice y hace el ciudadano repercute en el
nivel sociopolítico. De esa manera el contrato social reconoce al poder del ciudadano como
una manifestación concreta del hombre político” (Ibíd., pág. 40) que demuestra su derecho
y libertad. No se da, pues, en esta unión a los otros la pérdida de su libertad: “(…) cada uno
de estos, uniéndose a todos, solo obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes”
(Rousseau, 2000, pág. 18).

Señalemos, ahora, la distinción entre el estado de Naturaleza y el Estado civil. Lo


fundamental de la distinción es que, por un lado, en el estado de naturaleza se actúa
principalmente dirigido por las pasiones. Aquí es fundamental la consecución del bien
inmediato, se da sin mediar consecuencia alguna que se derive del acto de conseguir lo que
se quiere. De este modo, “el hombre que se rige por las pasiones en el estado de naturaleza
toma todo aquello de lo que tiene necesidad, independientemente de los daños secundarios
que de ello puedan derivar” (Santillan, 1988, pág. 25). Hay una ley que guía este actuar y
es: la conservación de sí vista como primer y supremo bien. Es éste el principio por el cual
se guían todas las actuaciones de los hombres en este estado. Por otro lado, el estado civil
se distingue gracias a que este, en caso contrario al estado de naturaleza, se rige por la
razón. Así con ésta, el hombre está en capacidad de determinar unos medios para la
consecución de ciertos fines en donde, a diferencia del hombre en estado de naturaleza, se
sacrifica <<la utilidad incierta e inmediata por el bien seguro y duradero>> que genera el
actuar dirigido por unos medios establecidos previamente. En síntesis, lo que se da gracias
a la razón es una búsqueda de auto-conservación en un estado de seguridad permanente
posible solo fuera del estado de naturaleza. Es, pues, la consecución del bien, tanto mío
como del otro, “sin el continuo y destructivo uso de la violencia” (Ibíd., pág. 28). Así
mismo, se encuentra el hombre ante una renuncia, respecto el hecho de conservase por sí
solo por los medios que fueren, en el momento de encontrarse circunscrito o ingresar a una
vida en comunidad. Renuncia el hombre a su independencia natural y se constriñe a la
dependencia social-comunitaria donde el todo prima sobre la parte (Cfr. Cassirer, 2007,
pág. 192). Debe de ser notorio este cambio en el hacer del hombre, es decir, “éste tránsito
del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable,
sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad que
antes les faltaba” (Rousseau, 2000, pág. 23).

En el contrato o pacto que realizan los hombres se genera un orden social. Es decir, la
sociedad ordenada es el resultado del contrato o pacto que establecen los hombres entre
ellos mismos. En esta creación del pacto se alza “un derecho sagrado que concreta una
necesidad como base de todas las demás” (Jouvenet, 1999, pág. 38) en donde tal derecho se
debe entender de un modo convencional y no natural. En otras palabras, podríamos decir
que tal necesidad es la de conseguir un estado momentáneo de paz en donde ésta sea la base
para las demás relaciones que se entablen en la vida comunitaria. Así mismo, es necesario
señalar el carácter convencional y no natural del contrato; pues bien, de ser un contrato
natural no habría necesidad de que el hombre mismo interviniera en su elaboración: ya
estaría previamente estipulado. Entonces, es convencional ya que los hombres han sido
quienes han determinado, de modo mediado, a partir de unas leyes y reglas el actuar que
habrá de regir en su comunidad. Es, pues, un acuerdo consensuado donde estos, los
hombres, sacrifican parte de su libertad, su plena libertad natural, en pro de alcanzar una
vida en sociedad. En relación a esto es que se dice que las sociedades no han sido sometidas
por la ley que se dispuso, sino que, antes bien, es aquello que con previa aceptación rige la
sociedad y regula las relaciones de sus partícipes:

(…) La libertad civil resulta de un elaborado proceso de civilización. La pérdida de


la libertad natural y la conquista de la libertad civil, aunada a la propiedad de todo lo
que posee se desprenden de la obediencia a la ley (Ibíd., pág. 38).

Se genera así en la sociedad “una interacción compleja en que las personas morales, las
identidades, las diferencias, se enfrentan sin cesar para construir la libertad del contrato
social” (Ibíd.) haciéndose así manifiesto el carácter inclusivo y de reconocimiento hacia la
diferencia del otro que se gesta en las comunidades, que bien podríamos atrevernos a
considerar como comunidades tolerantes y tolerables con los demás. Esto se evidencia en
las diferentes y diversas muestras culturales de cada comunidad. Cabe resaltar, por lo
demás, que tal enfrentamiento no se habrá de entender en términos violentos sino, por el
contrario, como un enfrentamiento a través de las herramientas del derecho y libertad que
adquiere todo hombre en la sociedad. En este mismo sentido, aquello que el hombre
adquiere con la pérdida de su naturaleza instintiva “es la libertad civil y la propiedad de
todo lo que posee” (Rousseau, 2000, pág. 24).

Se deja entrever que lo que se busca con el nacimiento del estado civil, los hombres que en
él conviven bajo sus leyes, es la consecución de un momento permanente de paz entre los
mismos. Paz entendida como aquello que hace frente al estado de naturaleza hostil e
imprevisible de los hombres que se regula en el Estado civil. En este sentido, podemos
atrevernos a señalar, que es el Estado el encargado de mantener y propagar la paz entre
quienes le conforman. Ahora bien, si entendemos así el Estado y a la paz como condición
adecuada para tener un sentimiento de seguridad en la vida, encontramos que entre los
hombres mismos se ha dado un <<acuerdo explicito>> sobre la manera en cómo
comportarse en un ambiente de comunidad y, al mismo tiempo, un poder que este en
capacidad de hacer respetar y mantener el acuerdo. Respecto esto último, se debe notar que
de no ser tal acuerdo instituido y ejercido por un poder que lo mantenga, como lo hace la
figura del Estado y gobierno en su ejercicio, él mismo no sería necesario y afloraría el
estado de naturaleza siendo así que el hombre se valga de sí mismo para lograr su empresa
de conservación. Es así, pues, como también el Estado tiene la tarea, que pareciera en ella
abarcar lo fundamental de su función, de “administrar el derecho y la instauración de la
justicia” (Cassirer, 2007, pág. 190) que lleva en sí misma la consecución de la paz.

No solo se concibe la simple teorización o despliegue dialéctico respecto de la paz. Es


fundamental buscar por todo medio su consecución, es decir, debe haber un trabajo unísono
entre teoría y práctica. Esto implicaría para las sociedades la realización de actividades que
propendan a alcanzar dicho fin, más que todo a mantenerlo ante las adversidades e intereses
que puedan surgir en el tiempo y pongan en entre dicho tal estado de paz.

Ahora bien, El pacto social habrá de ser entendido como el acto por medio del cual se le da
muerte al estado de naturaleza en el hombre y, a su vez, hay un florecimiento y
empoderamiento de la razón que tiende a desembocar en el surgimiento del Estado. Así,
entonces, podemos señalar que hay un paso del estado de naturaleza al Estado civil. El
pacto que se consigue alzar entre los hombres es un pacto de sujeción. Tal en la medida que
el hombre, en tanto particular, ingresa a una comunidad o sociedad en la que se hace
partícipe de la misma a través de unas previas disposiciones (entendidas como precepto
reglamentario) que enmarcan lo que puede hacer y lo que no debe hacer. Así, para vivir en
la misma y obtener sus ventajas, se le hace menester sujetarse a aquellas disposiciones que
se dan en la vida en sociedad o comunitaria. Tal pacto se alza como paso primario y
necesario para lo que en últimas será la llegada a la república. El momento positivo de la
política entre los hombres.
En la República todos los hombres son participes de sus procesos en cuanto que partes del
todo. Esto gracias a la voluntad general que se expresa con leyes y normas del poder
soberano, éste el único capaz para producirlas y hacerlas cumplir en la medida que nada se
pone por encima de él. De este modo, pues, atendiendo al hecho de que el Estado es
resultante de la unión de individuos en pro del bien común, todas las disposiciones de él, es
decir, las leyes y normas, habrán de tender a la consecución de dicho fin. Es por esto que
"el pueblo es el único titular del poder soberano y por lo tanto es el único capaz de dictar
las leyes" (Santillan, 1988, pág. 92) sin inmiscuirse en intereses de índole privada -
particular. En consonancia con lo anterior, señalemos que, si las leyes son hechas en un
primer momento por el pueblo mismo, éstas tendrán que ser puestas en práctica por sus
hombres constitutivos. Lo anterior, la relación hombre - ley, no implica que se de en una
relación de sometimiento; en efecto, los hombres mismos en el ejercicio de su libertad han
determinado que su actuar en las sociedades sea de tal y cual manera, mas nunca lesiva para
la misma. En síntesis, todos los hombres, por lo que respecta a las leyes, han de someterse a
ellas como súbditos que desde su libertad aceptan tal disposición, pues son ellos quienes las
han construido. Respecto de las leyes señala Fernández Santillan: "las leyes traducen en
normas concretas y permanentes la voluntad general; son la expresión formal del poder
soberano que pone en movimiento todo el mecanismo del cuerpo político" (Ibíd.). En
últimas, son las leyes las rectoras de la conducta de los hombres y así, la base de toda
asociación de individuos cuyo interés sea el bien común. Solo puede, entonces, ser llamada
República aquel Estado que sea regido por leyes consensuadas por todos los ciudadanos.

El cuerpo político se entiende como la unión de todos los participantes del mismo. Es decir,
se ve a cada hombre como una parte de la unidad orgánica que es el Estado. El hombre en
conjunto con otros se entiende como pueblo, pero como particular se reconoce como
ciudadano o participe de la autoridad soberana. Este cuerpo logra entrar en movimiento
gracias al trabajo de las leyes y los hombres. En el espacio de la república no se concibe a
un solo hombre ejecutando el ejercicio del poder soberano, no hay un hombre que esté por
encima de los demás y tenga derecho a mandarles. Es por esto que "en la República todos
se encuentran en las mismas condiciones" (Ibíd., pág. 93). El carácter de absoluto en el
poder del soberano o cuerpo político significa para la república la posibilidad de llevar a
cabalidad la tarea para la cual ha sido creada: la búsqueda del bien común y la igualdad de
derechos entre quienes le componen. En este sentido, no podrá el soberano, a pesar de ser
quien ejerce el poder y vele por el bienestar general, cargar a los hombres con disposiciones
u obligaciones inútiles para la comunidad toda. Todo aquello que el soberano disponga
deberá estar soportado en la utilidad que le provea tal a la asociación; es decir, aquello que
el Estado, en la figura del gobierno, mande no podrá ser de un carácter arbitrario. Lo que
dispone el Estado está sometido a lo que el cuerpo político todo trace en principio.

Relación de Estado - ciudadano no es de sometimiento

En las sociedades se debe entender que la relación que se establece entre el ciudadano y el
Estado no es una relación de sometimiento. No es, pues, que los hombres que conforman la
sociedad civil estén sometidos al gobernante y a las leyes que dictamine. Es, por el
contrario, permitir que la ley rija con nuestra aprobación. Se acepta lo que se dispone como
ley mas no ésta vista como exigencia. La ley se acepta, pero no habrá de ser se aceptación
por la fuerza. De este modo, se toma la sociedad como un acto de plena libertad en donde el
hombre no es obligado a ser parte de ella más que si él así lo dispone. Recuérdese, por lo
demás, que ha sido el hombre quien ha elegido por sí mismo, en ejercicio pleno de su
libertad, la conformación del Estado y lo que en él se implique. Señala Rousseau:

Convengamos, pues, en que la fuerza no constituye ningún derecho, y en que solo


hay obligación de obedecer a los poderes legítimos (…) ya que por naturaleza nadie
tiene autoridad sobre sus semejantes (…) solo quedan las convenciones por base de
toda autoridad legítima entre los hombres (Rousseau, 2000, pág. 11)

En últimas, el hombre que participa de la sociedad no obedece por la fuerza externa sino
por sí mismo, viendo en esto una manifestación de su libertad, de aquello que lo distingue
como hombre; pone en práctica su rasgo principal y diferencial respecto de los demás seres.
Es por esto que el hombre entra en la vida comunitaria no por una fuerza externa u
obligado, sino que en ejercicio de su libertad; así el hombre no pierde o renuncia a la
libertad al formar parte de la sociedad, en efecto, “(…) renunciar a la libertad es renunciar a
la calidad de hombres, a los derechos de la humanidad y a sus mismos deberes” (Rousseau,
2000, pág. 13). Podemos decir, consecuentemente, que las sociedades o comunidades no se
someten a la ley, sino que se rigen por la misma: los hombres se permiten a sí mismos que
se les guíe su actuar por sendas específicas y aceptables: “no se trata de someter una
multitud, sino de regir una sociedad” (Jouvenet, 1999, pág. 38). La vida comunitaria, el
pacto o contrato que se consigue se entiende como algo innovador, se da como un nuevo
orden, “una trascendencia política a la cual el ciudadano obedece, conservando al mismo
tiempo su libertad” (Ibíd., pág. 40).

En efecto, para Rousseau no es posible que las asociaciones políticas entre los hombres se
deban entender como una relación de sumisión: en donde hay uno quien ordena y otro
quien obedece. Por el contrario, el cuerpo político debe estar constituido por hombres libres
e iguales. Así no hay una expresa obediencia sino solo en la medida en que las acciones de
los hombres se entiendan como guiadas por leyes que previamente han sido consensuadas
por ellos mismos. Ahora bien, el bien común como tarea del Estado se hace posible gracias
a la relación establecida entre los individuos donde se elimina la preponderancia de los
intereses particulares. El vínculo permanente entre los individuos hace posible la
concepción de un interés común que sea reconocido de manera institucional. Es el Estado la
herramienta por medio de la cual se busca la consecución del bien común, donde se
distingue la relación establecida entre los ciudadanos y las leyes como una relación no de
sumisión sino de plena participación. En cuanto a la relación entre Estado y ciudadanos:
"Es verdad que cada uno queda sometido al conjunto, pero esta sumisión adquiere un
carácter diferente precisamente porque la dependencia de cada individuo es tal en relación
con toda la colectividad, lo que significa que ninguno está sometido específicamente a
ninguna persona" (Ibíd., pág. 93). La relación de poder que se da entre los mismos se
entiende de manera equitativa, no hay uno que se imponga sobre el otro.

De igual modo, todos los hombres en cuanto parte del cuerpo político deberán ser partícipes
de las decisiones del Estado y así también obedecerlas en pro del desarrollo del mismo. En
otras palabras, ya la figura del príncipe queda diluida y se alza la voluntad de los hombres,
su libertad e igualdad ante el Estado como resultado de un contrato de asociación. Señala
también Rousseau que el pueblo como tal solo surge después de un pacto que se da entre
los hombres que componen la sociedad. Es así como en principio empieza a surgir el
pueblo, pues, se entiende al contrato social como la base de las sociedades civiles (Cfr.
Fernández, 1988, pág. 90) en donde un grupo de individuos no asociados se unen entorno a
algo común.

El Soberano

En este sentido, al aparecer ya la asociación en la figura del Estado se debe necesariamente


hacer a un lado todos los derechos y poderes naturales que en principio posee el hombre.
Desaparece el interés particular y se toma como guía la voluntad general. Se hace entonces
el cuerpo político, esto gracias al contrato con el que se distingue de la vida plenamente
natural, un cuerpo colectivamente moral. El cuerpo político es soberano gracias a que es
activo y porque surge de la renuncia de los derechos naturales de los hombres. Su poder es
absoluto, intransferible e inalienable: "su titular es el pueblo en cuanto unidad colectiva"
(Ibíd., pág. 91), de allí que no sea posible derogar su poder en una figura como la del
príncipe, pues bien, él “es un ente colectivo” (Rousseau, 2000, pág. 29). El pueblo que es la
figura representada en el Soberano es el único para ejercer el poder. No se deroga en un
pensamiento de una democracia representativa.

Es por esto que el poder del soberano es absoluto ya que nace de la renuncia de los
derechos de los hombres y porque no reconoce por encima de sí mismo otra voluntad o
poder que no sea la de la voluntad general. Ese poder del cuerpo político es ejercido a
través de leyes y mandatos de carácter general, pues bien, su poder se ejerce sobre todos
aquellos hombres que hacen parte del contrato. El poder soberano no es divisible. En
realidad, no se puede dividir ni separar a los hombres que se unen en un cuerpo político
dirigido por una sola voluntad. Hay una unidad política en esa voluntad general que se hace
inquebrantable, indivisible, gracias a la unión de todos los ciudadanos. De esta manera,
"tener representantes significaría ceder a otro el derecho de ejercer la propia libertad civil,
lo cual es inconcebible" (Fernández, 1988, pág. 95).
Éste poder del Soberano es necesariamente acorde a los intereses del todo de la sociedad y
así, implícitamente, tiende al bien común de la sociedad. Este que, por lo demás, es solo
uno siempre buscado por el cuerpo político. Por último, concluye Fernández Santillan que:
"(…) si existen intereses privados más fuertes que el interés común, ello representa la
muerte del cuerpo político; en este caso la voluntad general deja de ser infalible, deja de ser
general" (Ibíd.), que implica también que el Estado no sea más ya tomado como República.

Bibliografía:

Cassirer, E. Rousseau, Kant, Goethe, Fondo de Cultura Económica, España ,2007.

Fernández S, J. Hobbes y Rousseau entre la democracia y la autocracia, Fondo de Cultura


Económica, México, 1988.

Jouvenet, L. Rousseau, Edit. Trillas, México, 1999.

Rousseau, J. El contrato Social, Ediciones Edilux. Medellín 1989.

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