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I. La juventud de Pizarro
Francisco Pizarro fue un hombre cuya personalidad fue bastante oscura. Se
encuentran pocas biografías que le conciernen y quedan muchos misterios sobre su
juventud. Habría nacido en Trujillo en 1475 según el cronista Garcilaso de la Vega Inca
o en 1471 según otros.
Hijo ilegítimo del Capitán Hernando Pizarro y de Francisca González, Francisco Pizarro
era un niño de pueblo (al contrario de otros conquistadores). Ciertos historiadores lo
ven como porquero en su pueblo natal. Otros piensan que fue recogido por su abuelo
materno, que trabajó como administrador hasta que se enganchó en la armada y fue a
Italia bajo las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba.
Pizarro luchó en esta armada como simple soldado antes de embarcarse para las
Indias en 1502 con Nicolás de Ovando. Permaneció en la isla de Hispaniola antes de ir
sobre "Terre Ferme" en 1509 con la expedición de Alonso de Ojeda que quería poblar la
bahía de Darien (Itsmo de Panamá).
Balboa supo de la existencia de un Mar del Sur cerca del cual abundarían tesoros en
oro tan codiciados por los españoles. Condujo entonces sus tropas a través de las
ciénagas y el 25 de septiembre de 1513 percibió una inmensa superficie azul: El
Pacífico.
Tres años antes, en 1523, Pascual de Andagoya había embarcado en Panamá y había
bordeado el litoral hasta el sur de Colombia. Su navío encontró canoas de indios que
dijeron venir de un país lejano llamado "Virú". Este país sería muy rico en oro.
En realidad, los indios de Guatavita no tenían minas de oro sino únicamente de sal.
Ellos cambiaban la sal por oro y algodón. Los españoles no podían comprender que la
sal tuviese más valor para los indios que el oro.
De acuerdo son sus hombres decidió proseguir la expedición más al sur. Todo a lo largo
de la costa una vegetación densa e inextricable les impidió desembarcar. Los víveres
comenzaban a faltar, el navío soportaba tempestades. Al fin encontraron una costa más
acogedora donde pudieron desembarcar.
Pero si la costa parecía hospitalaria, los españoles no encontraron más que desolación
a medida que penetraban en el interior de esas tierras. Los hombres estaban
desanimados y hambrientos. Sin ninguna otra posibilidad, enviaron al mar al único
navío, bajo el mando del capitán Montenegro, en busca de socorro.
Pero el navío se perdió haciendo ruta hacia el norte, camino del archipiélago de las
Perlas, donde pensaban encontrar víveres. Durante este tiempo, Pizarro y el resto de
los hombres esperaban en el lugar en una situación deplorable. Una veintena de
hombres murieron de hambre mientras que los otros intentaban sobrevivir
alimentándose de raíces y frutos del mar. Pizarro salía en busca de alimentos, ayudaba
a los enfermos y enterraba los muertos.
En el momento en que todo parecía perdido, los españoles percibieron una hoguera.
Esta tierra estaba habitada! A golpes de hacha, abrieron un camino hacia esta fuente
de luz. Después de muchos esfuerzos llegaron a una villa abandonada por los indios
que habían huido advirtiendo la presencia de los extranjeros. Pero habían dejado
víveres y algunos objetos de oro.
Poco a poco los españoles lograron entrar en contacto con los tímidos indígenas que
regresaron a la villa.
Fueron sólo varios días después que Montenegro hizo su aparición en la costa. Su
retorno era esperado con impaciencia porque sin su navío la expedición no podía
proseguirse.
Sin aventurarse mucho el navío continuó bordeando las costas. Llegando a Candelaria,
los españoles descubrieron algo que los horrorizó: Examinando el contenido de unas
marmitas vieron pies y manos de seres humanos. Delante de tal espectáculo prefirieron
reprender la mar en medio de una tempestad.
Desembarcando en Punta Quemada, los españoles encontraron una vez más una villa
abandonada. Cada vez, los indios huían a la llegada de estos seres extraños. Los
españoles decidieron explorar más estas tierras, pero una lluvia de flechas cayó sobre
ellos y no llegaron a repeler a los indios sino después de numerosas dificultades.
La situación era peligrosa y no era cuestión de ir más lejos con el navío dañado por las
tempestades.
Pizarro reunió sus capitanes en consejo a fin de tomar una decisión. Lo más sabio sería
regresar a Panamá y organizar una nueva expedición con el oro encontrado en estas
tierras. Pizarro dio entonces la orden de retomar la ruta hacia el norte. Pero no quería
hacer su informe al gobernador Pedrarias y decidió desembarcar con la mayor parte de
sus hombres en la región de Chicama, dejando al navío alcanzar Panamá con un
puñado de soldados.
Cerca del río San Juan los españoles observaron huellas de una civilización
evolucionada, pero preocupados por la suerte de Pizarro no se retrasaron, y la
expedición retomó el rumbo al norte y encontró por fin a este último y sus hombres en
Chicama.
Almagro marchó de nuevo enseguida a Panamá para buscar refuerzos que obtuvo con
dificultades gracias al talento de diplomático del padre Luque quien logró convencer a
Pedrarias.
En el interior de esas tierras descubrieron un rico tesoro. Con esta fortuna decidieron
hacer venir refuerzos. Una vez más fue a Almagro que tocó esta tarea.
Pero durante su ausencia, Pizarro no quedó inactivo. Partió en reconocimiento
abriéndose paso en la jungla espesa y hostil.
Durante este tiempo, Bartolomé Ruiz exploró la costa sur. Descubrió la isla del Gallo
pero los indígenas lo recibieron con hostilidad. Prosiguió entonces hasta la bahía de
San Mateo. A medida que la expedición progresaba los españoles podían observar una
población cada vez más densa y mucho mejor organizada. Pero no pensaban en
desembarcar.
Almagro regresó igualmente con 180 hombres de refuerzo y la noticia del cambio de
gobernador en Panamá. Pedro de los Ríos venía a reemplazar a Pedrarias y se
mostraba más entusiasta hacia la expedición de Pizarro.
Ellos partieron nuevamente entonces hacia el sur, pero las tempestades los obligaron a
refugiarse en la isla del Gallo. Repararon los navíos y retomaron la mar quince días
más tarde para desembarcar en la costa de Atacames. El oro y las esmeraldas
abundaban. Pero los indios, muy bien organizados militarmente, se mostraban
amenazantes. A pesar de sus refuerzos, Pizarro juzgaba sus tropas poco numerosas
para afrontar al enemigo. Partieron de la isla del Gallo, de donde Almagro estará
encargado una vez más de traer refuerzos.
La llegada de este último a la isla del Gallo provocó la alegría de los expedicionarios
desesperados. Tafur no impuso a nadie regresar a Panamá, pero la gran mayoría ya se
había hecho a la idea.
Fue entonces que Pizarro se mostró valiente. En medio de sus hombres dio un paso
adelante. Con su espada, de un gesto arrogante, trazó una línea sobre la arena de este
a oeste. Indicando el sur, declaró: "Camaradas y amigos, de este lado se encuentran la
muerte, las penas y el hambre". Después indicó el norte, pisándolo: "Del otro, el placer.
Sean testigos de que he sido el primero en la necesidad, el primero en el ataque y el
último en la retirada. De este lado se va a España, permaneciendo pobre. Del otro lado,
hacia el Perú para volverse rico y llevar la palabra de Cristo. Ustedes eligen".
Pizarro franqueó entonces primero la línea hacia el sur, seguido de 13 de sus hombres.
Los otros embarcaron con Tafur.
La isla del Gallo no era hospitalaria y los 13 hombres que quedaron en tierra vieron
muy rápidamente sus víveres disminuir. Durante siete meses iban a vivir en una
condición muy precaria esperando los refuerzos que Almagro y Bartolomé Ruiz habían
partido a buscar a Panamá.
Una noche, un navío apareció en el horizonte. Bartolomé Ruiz llegó con refuerzos. Los
trece hombres embarcaron sobre el navío que puso rumbo al sur. Después de 13
semanas de navegación, llegaron al Golfo de Guayaquil. Los españoles
desembarcaron en la isla de Santa Elena y pudieron contemplar la ciudad de Tumbes
separada por un brazo del mar.
Era una ciudad con numerosos templos y una fortaleza para defenderla. el puerto
estaba cerrado por una puerta. Pizarro no se arriesgó a penetrar. Se contentó de
colectar noticias de las cuales ciertas daban cuenta de una guerra civil que dividía el
gran Imperio.
Pero Pizarro comprendía que sus fuerzas eran ridículas frente a este poderoso imperio
y decidió regresar a Panamá. Sobre la ruta del norte hizo embarcar unos jóvenes
indios, bautizados Felipillo y Martinillo, quienes jugaron el rol de intérpretes.
Carlos Quinto lo recibió cordialmente y escuchó con atención los relatos increíbles de
Pizarro. Pero el rey estaba ocupado con otros problemas: Estaba a punto de hacerse
coronar Gran Emperador del Santo Imperio Romano Germánico. Carlos Quinto lo envía
al Gran Consejo Real de Indias. Fue la emperatriz Isabel quien firmó las Capitulaciones
de la conquista del Perú el 26 de julio de 1529. Pizarro recibió los títulos de Gobernador
y de Capitán General.
Pizarro se fue a Trujillo y llevó con él a sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, así
como a Francisco Martín de Alcántara. El 19 de enero de 1530 un navío emprendió la
mar a fin de reunirse en Panamá con Diego de Almagro y el padre Luque.
La flota se dirigió hacia Tumbes, pero el mal tiempo los obligó a desembarcar dos
leguas más al norte.
Pero poco a poco los refuerzos van a llegar. En medio de los recién llegados se
encontraban capitanes que iban a ilustrarse en las conquistas futuras: Sebastián
Benalcázar, Conquistador de Quito; Hernando de Soto, futuro explorador del
Mississippi.
En Tumbes los españoles no encontraron hostilidad por parte de los indios. Pero poco
tiempo después cayeron en una emboscada: tres de ellos fueron hechos prisioneros y
terminaron en una marmita. Gracias a la caballería los otros escapan de la muerte. Los
indios huyeron ante estas extrañas criaturas, refugiándose en la selva. Tumbes fue
abandonada por sus habitantes.
Los indios se mostraban dóciles y ofrecían su colaboración a Pizarro para luchar contra
Atahualpa, el usurpador.
Pizarro decidió ir a Cajamarca y emprendió con sus hombres la difícil ascensión de los
Andes. La vegetación se hizo más rara, el frío más amenazante. Los españoles sufrían
del mal de las montañas, el Soroche, y manifestaban dificultades para respirar. Un
ataque en estas condiciones sería catastrófico para los españoles.
Pero Atahualpa no intentó nada contra ellos, estimando que este puñado de hombres
tal vez no sería peligroso frente a su armada invencible.
Una vez llegados a la cima, los españoles recibieron a los embajadores del Inca que les
ofrecieron presentes. Pizarro y su tropa descendieron entonces hacia el valle de
Cajamarca al que divisaron al cabo de siete días.
El Hermano Vicente Valverde gritó al sacrílego. Era el momento que esperaban los
españoles para salir de su escondite, atacando a la armada inca por sorpresa. Fue un
ataque breve, durante el cual Pizarro puso a cubierto al emperador. La armada india
intentó huir pero los españoles la persiguieron, dejando alrededor de dos mil muertos
en menos de media hora.
Pizarro cenó la noche misma de la batalla con el emperador caído, asegurándole que
no había nada que temer. Algunos días más tarde, Atahualpa hizo una oferta a Pizarro:
una gran cantidad de oro a cambio de su libertad; tanto oro que podría llenar su celda.
Viendo a su soberano y a los otros dignatarios Incas impotentes frente a los españoles,
los indios comenzaron a interesarse en la religión que los recién llegados intentaban
imponerles. Una religión que pregonaba la caridad y la clemencia, nociones poco
conocidas en este país.
Hernando de Soto y Pedro del Barco, acompañados por los mensajeros del Inca,
regresaron con el oro que cubría los muros de los templos. Sobre el camino
encontraron un grupo de indios que habían hecho prisionero a Huascar, el Inca
legítimo. Éste último ofreció a los españoles un rescate más importante que el
prometido por su hermano.
Sabiendo eso, Atahualpa lo hizo asesinar. Su cadáver fue tirado a las aguas del río
Andamarca.
A la llegada del tesoro a Cajamarca, Pizarro lo repartió entre sus hombres y la Corona.
Fue Hernando Pizarro quien estuvo a cargo de llevar un quinto de las riquezas al rey de
España.
Pizarro había dejado a Atahualpa en una semi-libertad. El Inca continuaba dando
órdenes para la buena marcha de su imperio. Pero rumores alarmantes circulaban
sobre la preparación de una rebelión.
Unos generales incas, entre ellos el hermano de Atahualpa, Titi Atauchi, preparaban el
ataque a Cajamarca. Atahualpa fue entonces juzgado culpable de traición, de haber
usurpado su función y de haber hecho asesinar a su hermano Huascar, el Inca legítimo,
así como a los miembros de su familia. Se le condenó igualmente por haber
exterminado cruelmente a sus enemigos y por haberse vuelto culpable de idolatría.
Atahualpa fue condenado a muerte.
Pizarro aceptó de mala gana la sentencia. Sin embargo dio a Atahualpa la posibilidad
de "salvar su alma".
Con la muerte del Inca, el Imperio se disgregó totalmente: Era la anarquía; los pueblos
sometidos se rebelaban. Para evitar el caos, Pizarro decidió nombrar un nuevo Inca, un
hermano de Huascar y de Atahualpa, Tuti Cussi Huallpa Yupanqui.
Después Pizarro decidió marchar sobre Cuzco, la capital del Imperio. En camino,
dominó fácilmente las últimas rebeliones indígenas. A las puertas de la capital, recibió
el apoyo de los indios fieles a Huascar y el 15 de noviembre de 1533 los españoles
entraban en Cuzco.
Manco, quien sucedía a su hermano que acababa de morir, fue bautizado. Con la
cristianización del Inca comenzó la de todo el Imperio.
Durante los primeros meses del año 1536, Hernando, Gonzalo y Juan Pizarro
estuvieron en Cuzco. El Inca Manco, queriendo restaurar el Imperio, les regaló una
gran cantidad de oro. Hernando, a quien Francisco le confió el mando de la ciudad,
aceptó el presente. Pero entretanto los indios habían ya preparado una revuelta. Manco
había enviado emisarios a todo el antiguo imperio, llamando a la movilización general.
Muy rápidamente, Cuzco y Lima fueron sitiadas.
Francisco Pizarro envió entonces sus navíos a recuperar las tropas españolas
dispersas sobre la costa del Perú, y solicitó refuerzos desde México, Panamá, Santo
Domingo, Nicaragua y Guatemala.
En el curso de una de las cargas de la caballería, el general Inca Tempangui fue muerto
y el sitio de Lima cayó.
Pizarro, entonces en Lima, decidió enviar su armada contra las tropas de Almagro, las
que se enfrentaron cerca de Cuzco el 26 de abril de 1538. Esta vez, los pizarristas
triunfan y Diego de Almagro es tomado prisionero. Francisco Pizarro fue a Cuzco y su
desafortunado adversario fue condenado a la pena capital. Fue ejecutado el 8 de julio
de 1538.
Pero eso no alcanzó para calmar a los partidarios de Almagro, quienes continuaron
conspirando contra el Gobernador. El domingo 26 de junio de 1541, Pizarro fue a la
misa y después se retiró a su palacio al final del oficio. En ese momento catorce
conjurados decidieron tomar por asalto el edificio. Los domésticos y amigos del
marqués huyeron. Sólo quedaron los más fieles: Martín de Alcántara, Juan Ortiz de
Zárate, Don Gómez de Luna, el capitán Chávez y cuatro domésticos.
Martín de Alcántara y dos domésticos fueron muertos, Gómez y Ortiz fueron heridos.
Pizarro se echó a su turno a la batalla, pero la lucha era desigual. Fue tocado en la
garganta, cayó de rodillas y pidió la confesión. Sus confesores le gritaron: "¡Ve a
confesarte al infierno!". Pizarro trazó entonces sobre el suelo una cruz con su propia
sangre, la abrazó y se derrumbó gritando "¡Jesús!".
Los conjurados arrastraron a continuación el cuerpo del viejo Marqués sobre la Plaza
de Armas antes de emprender la fuga. Fueron sus viejos y fieles amigos quienes se
encargaron de recogerlo y de darle cristiana sepultura en la Iglesia de los Naranjos.
Sus restos fueron transferidos a finales del siglo siguiente a la catedral.