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En http://cvc.cervantes.es/actcult/garcilaso/anotaciones/a_blecua.htm

Desde los aledaños de 1550 se advierte un cambio notable en las


publicaciones poéticas que podríamos sintetizar en los siguientes
aspectos: rápida desaparición del arte mayor; triunfo definitivo del
endecasílabo con numerosas reediciones de Boscán y Garcilaso;
traducciones en metros italianos del Orlando de Ariosto por Urrea
y Alcocer; de la Eneida por Hernández de Velasco; de los
Triunfos de Petrarca por Hernando de Hozes; éxito notable de los
romanceros con la aparición del romancero artificioso y éxito
igualmente apreciable de los cancioneros derivados del General
que ya incluyen, aunque no con demasiada abundancia, poesía
endecasílaba. Los poetas de este período (excepción hecha de don
Juan Hurtado de Mendoza que compone endecasílabos sin apenas
huellas italianas, con estrofas francesas y con una temática moral
que bien podía haberse escrito en coplas de arte mayor) se
mueven en la órbita de Garcilaso, Boscán, Petrarca, March y las
tradiciones castellanas con Castillejo y Garci Sánchez como
modelos (romances, glosas, villancicos, canciones, lamentaciones,
epístolas). Cetina y Acuña, por su formación italiana, dominan
fluidamente el endecasílabo, pero los restantes poetas —con
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Diego Hurtado de Mendoza, Silvestre, Montemayor, y no


digamos Núñez de Reinoso— no pueden librarse con facilidad de
sus hábitos estilísticos castellanos. En realidad, entre 1540 y 1570
y, sobre todo, entre 1550 y 1560, se produce la lenta asimilación
de la lengua poética italiana con sus temas, formas y géneros y, a
la vez, las tradiciones poéticas castellanas van impregnando la
nueva poesía.

En el decenio de 1560 a 1570 la situación, por lo que respecta a


los impresos poéticos, varía poco en relación con los años
anteriores. Los romanceros y los cancionerillos, Boscán y
Garcilaso, Montemayor y las célebres traducciones de Urrea y
Hernández de Velasco son los preferidos de los impresores.
Aparecen algunos poemas épicos originales, como La Carolea
(1560) de Jerónimo de Sempere, el Carlo famoso de don Luis
Zapata (1566) y, sobre todo, la primera parte de La Araucana
(1569) de Ercilla que tanta importancia habrá de tener en el
género. Sólo se publican tres colecciones individuales de poesía,
la de Diego Ramírez Pagán (1562), de notable interés, la de Diego
de Fuentes (1563) más arcaizante, que presenta, entre otras
curiosidades, los primeros versos de cabo roto de que tengo
noticia, y la colección póstuma de don Juan Fernández de Heredia
(1562). El fenómeno más relevante, como ya se ha indicado, el
éxito de la Diana de Montemayor que daba unos toques nuevos al
bucolismo de Garcilaso al utilizar gran variedad de metros, desde
la sextina a los tercetos, octavas, canciones, glosas, romances y
villancicos. Este es el tipo de poesía que va a dominar en España
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hasta finales de siglo y, en particular, hasta 1580.

Pocos cambios revelan las publicaciones entre 1570 y 1580,


aunque ya se advierten algunos al finalizar el decenio. Comienzan
a aparecer más impresos poéticos religiosos con la significativa
publicación de las obras de Boscán y Garcilaso a lo divino (1575)
por Sebastián de Córdoba. Y, sobre todo, el Cancionero General
de la doctrina cristiana (1579) compilado por López de Úbeda.
Se siguen reeditando las traducciones del Orlando y de la Eneida
de Urrea y Hernández de Velasco, La Araucana y otros poemas
épicos, novelas pastoriles, romanceros y en 1579 se imprime el
Romancero historiado de Lucas Rodríguez (que conocerá
numerosas reediciones) y dos colecciones individuales, la de
Lomas Cantoral y las Octavas y canciones espirituales de Cosme
de Aldana, hermano y editor de Francisco. Lo más característico
de este período, por lo que respecta a los impresos, es quizá el
auge de la épica —de diversa temática—; la persistencia de lo
pastoril en todo tipo de estrofas; y la presencia cada vez más
acusada de la poesía de tema religioso que tiene su más completo
exponente en la antología de López de Úbeda. Los impresos de
este período revelan, por consiguiente, tendencias poéticas
generales, tradiciones aceptadas, pero pocas innovaciones en
lírica. Sin embargo, éstas existen en vida manuscrita. Por estos
años, autores como Figueroa, Aldana, Almeida, el misterioso
Francisco de la Torre componen un tipo de poesía que tiene, sí,
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como modelo principal a Garcilaso, pero también a los poetas que


figuran en las rimas y flores de poetas ilustres italianos —Varchi,
Tansillo, Tomitano, Rinieri, Molza—, iniciadas por la de Giolito
en 1546, que no por azar va dedicada a don Diego Hurtado de
Mendoza, y que tan profundas huellas dejarán en la lírica
española. Sin olvidar que estos son los años de la madurez de
Herrera y de Fray Luis.

En el decenio siguiente, 1580 a 1590, la imprenta recoge ya estos


frutos más nuevos. Hemos visto cómo a finales de la década
anterior se publican varias colecciones individuales y colectivas.
El año de 1582 es, en este sentido, el más fértil, pues aparecen las
obras de Herrera, Juan de la Cueva, Romero de Cepeda, Gregorio
Silvestre, las Églogas de Padilla y El pastor de Fílida de Gálvez
de Montalvo. En 1583 se publica el De los nombres de Cristo de
Fray Luis; en 1584 dos poemas épicos importantes: La Austriada
de Juan Rufo, que conocerá varias reediciones, y la Universal
redención de Francisco Hernández Blasco, de éxito fabuloso
durante cerca de cuarenta años; en 1585 La Galatea de Cervantes;
en 1586 el Cancionero de López Maldonado y Las lágrimas de
Angélica de Barahona de Soto; en 1587, El Montserrate de
Cristóbal de Virués y en 1589 la primera edición incompleta de
Francisco de Aldana y la Flor de Romances de Pedro de Moncayo
que inicia las antologías de romances nuevos. Se siguen
reeditando, con menor frecuencia ya, la poesía de Garcilaso,
novelas pastoriles, las colecciones de romances iniciadas hacia
1550, numerosos poemas épicos de tema nacional y, sobre todo,
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religioso, y, en resumen, Garcilaso, Montemayor, Figueroa, Fray


Luis, Herrera, Ercilla y las flores de poetas ilustres italianos serán
los modelos sobre los que Padilla, López Maldonado, Gálvez de
Montalvo, Cervantes, etc., construyen sus poemas. Pero tampoco
en este caso los impresos revelan las innovaciones. Si 1582
conoce la publicación de la poesía de Herrera y 1583 las
traducciones de los salmos de Fray Luis, si San Juan de la Cruz ha
compuesto sus mejores poemas, dos jovencísimos poetas están
revolucionando la poesía octosilábica —con letrillas y romances
nuevos— y la poesía endecasílaba —con sonetos—. Son Góngora
y Lope. Pero sus obras no verán la luz pública, salvo excepciones
y anónimamente, hasta años más tarde, al iniciarse la centuria
siguiente, porque en el último decenio del siglo XVI la imprenta
se dedicó a seguir imprimiendo romanceros, poemas épicos y
poesía con una tendencia cada vez más marcada hacia la temática
religiosa.

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