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Este recato, este secreto que vela los sentimientos se ha transferido de la vida a la obra, pero
ahora el cofre sellado se entreabre y si no un grito, sí unas palabras dolorosas salen de los
labios del poeta; este poema puede explicar quizá cómo, en una buena parte de la poesía de
Prada, las más duras tensiones son encubiertas por temas convencionales y preocupaciones
formales; lo que en una parte de la obra inhibe a veces la expresión de la intuición es, como lo
ha sugerido Julio Ortega en su libro Figuración de la persona, una especie de pudor lírico; en la
poesía de Prada hay por cierto muchas máscaras, muchas personas: a través de las más
rígidas la voz poética pasa pero como deformada. Al fin y al cabo toda escritura poética es a la
vez enmascaramiento y revelación; muchas de estas máscara caen en la poesía última, casi
desnuda, pero nada ni nadie puede arrancar aquella que se confunde con el último rostro que
un hombre puede percibir de sí mismo y que se trasluce a veces en el poema; más allá no hay
máscara, pero tampoco hay rostro: sólo lo hueco, el hueco de ese más allá que se presenta en
el último poema, Ultima verba, como un oscuro puede ser y en otros versos como una
interrogante abierta sobre misteriosas transmigraciones, “reminiscencias de otros mundos y
otras vidas”: “Me han herido en otra parte / Y aquí me sangra la herida”; todo parece ahora
menos claro, menos racionalizado y el poeta siente su corazón como un hueco incolmable:
“Universo, tú no alcanzas / A llenar mi corazón”. La visión del mundo que ofrecen estos últimos
poemas es dual: el poeta está siempre enamorado de la naturaleza y de sus ritmos profundos,
de la Madre Tierra de quien son hijos la roca, el hombre y el árbol: este panteismo vital y
jubiloso tiene por motor principal el amor, como en Rubén Darío; sólo que este amor a menudo
se presenta como una Einfühlung con todo lo que es, como piedad universal y simpatía por la
cual el poeta participa en el sufrimiento de todos los seres vivientes: “En las heridas de un
tronco / Veo sangre de un hermano”. De esta participación nace un sentimiento de exaltación
de la naturaleza y de la humanidad: en Minúsculas el poeta cantaba a la naturaleza en sonoros
versos: “Naturaleza, aliento de mi aliento, / Inmarcesible flor de lo infinito”; y también cantaba
a la Humanidad:
Humanidad, los odios y venganzas
En vano arrojan un clamor de guerra;
Que henchida de ilusiones y esperanzas,
Tú, por la ruina y el estrago, avanzas
A iluminar y redimir la Tierra.
Sin embargo, ya en Exóticas la naturaleza es “pérfida madrastra”, como en Leopardi, y ahora
en Trozos de vida la humanidad es “abyecta”: “Harto vivo yo de siervos / Y de abyecta
Humanidad”; y así el poeta aguarda la muerte a la que asciende “libre y solo”, con una
serenidad que se confunde con la libertad:
Convidándome a dormir
Surge un eco de la Tierra,
Y la muerte aguardo ya
Sin buscarla ni temerla.
Se nota pues así en Prada, alternando o a veces incluso fundiéndose con el sentimiento
exaltante y jubiloso de la naturaleza y la esperanza en la humanidad, una visión hondamente
pesimista y amarga de la naturaleza, el hombre y el mundo; resultaría no sólo superficial sino
erróneo atribuir tal sentimiento pesimista a los achaques de la vejez: esta doble visión
acompañó siempre al poeta aunque siempre con las inhibiciones que ya hemos expuesto: cofre
sellado. En los últimos poemas el sentimiento doloroso y negativo del mundo se expresa en
toda su desnudez, en un lenguaje distante, mesurado, que se deja oir ya desde el silencio. Las
últimas palabras:
¿Qué me importa si mi cielo
Obscurece ya la noche?
No te amé jamás, oh Mundo,
Negro charco de vibriones.
Al puede ser de la tumba
Voy sin penas ni temores,
Con el asco por la vida,
Con el desprecio a los hombres.
Este poema de tono bronco casi aliterario debe leerse junto con el que lo precede, más
remansado, pero ambos constituyen un díptico de la muerte. El lector podrá comparar esta
desnudez de la palabra con la retórica artificialidad del “Rispetto” de Minúsculas: “¡Felices de
los muertos! Ya no miran / La luz traidora de unos claros ojos. / ¡Felices de los muertos! Ya no
aspiran / Dulce veneno de unos labios rojos.”, etc. La desnudez de los textos de Trozos de vida
está ya en la onda de algunas tendencias destacadas de la `poesía del siglo XX que después de
la primera guerra mundial van a renovar desde la raíz en el mundo hispánico la forma y el
fondo de lo poético; y se diría que, entre lo viejo del siglo XIX y lo nuevo que aportó el siglo XX,
Prada, poeta del siglo XIX por la fecha de su nacimiento, apuesta a lo nuevo que empieza a
florecer en nuestro continente como en España por los años en que él murió; “Lo viejo y lo
nuevo” son precisamente el título de un poema de Exóticas:
Lejos la fósil, enervante poesía de lo viejo,
Florezcan en los himnos el amor y la hermosura.
La juventud y la alegría
La salud y la fuerza.
Al Dies irae de neuróticas, postradas muchedumbres,
Suceda el ¡evohé! de sanos, vigorosos pechos.
Imperen luces y armonías, goces y esperanzas;
Huyan lo lúgubre, lo triste y lo macabro.
¡Que los vivos palpiten con los vivos!
¡Que los muertos reposen con los muertos!
González Prada se pasó la vida, como su maestro Quevedo, a través de los libros, en
conversación con los difuntos y escuchando con sus ojos a los muertos; sabía sin duda que
todo hombre vive con los vivos y con los muertos; pero la estrofa arriba citada es como el eco
en verso del del célebre grito en prosa que lanzó el agitador ideológico y social en el célebre
discurso del teatro Politeama: “Los viejos a la tumba; los jóvenes a la obra”. “Lo nuevo y lo
viejo” es un poema programa, y esta sustitución de lo poético por lo programático, de la
ambigüedad esencial de la poesía por la simple oposición exterior de términos antitéticos
abstractos: salud/neurosis, viejo/joven, goce/tristeza/ vivos/muertos, etc., es lo que estaba
acaso destinado a envejecer más y más pronto, como en el futuro envejeció pronto la escuela
llamada Futurismo. Lo que falta en el espacio vacío entre estas antítesis eslabonadas en el
tiempo horizontal del discurso es lo que Gaston Bachelard llama “el instante poético” que
contrae las antítesis en ambivalencia y configura el “tiempo vertical” del poema: aquel, dice
Bachelard, “que revela a la vez, en el mismo instante, la solidaridad de la forma y la
persona”[10]. El grito de combate, que se proponía contribuir a la renovación y al
rejuvenecimiento de la sociedad peruana efectivamente carcomida y paralizada por lo viejo,
tiene un sentido cabal dentro de su contexto y define bien el anhelo de transformación social
que animaba al ideólogo peruano, y el amor a su patria que siempre lo movió; esto, creemos,
es claro para todos, así como la eficacia de las ideas sociales de don Manuel, patente en la
influencia que ejerció en el pensamiento político de generaciones ulteriores (Haya de la Torre,
Mariátegui, Luis Alberto Sánchez entre otros). Lo que resulta menos claro es la eficacia de la
traslación directa del discurso público al poema: podemos decir incluso que este tipo de himno
o de oda no era “nada nuevo”: lo joven y lo moderno se cantaban insistentemente desde el
siglo XVIII, y abundan las odas a la agricultura, a la industria, a la máquina y hasta a la vacuna;
los futuristas acudirían después con el avión,el motor, el deporte, etc.; claro está que Prada
esquiva las actividades y los inventos modernos seguramente, como siempre, por recato: se
queda en la exaltación abstracta de lo nuevo. La vacuna, la industria y el motor son siempre
nuevos, como lo son la salud, la fuerza y el goce: lo que ha envejecido bastante son aquellas
odas Es quizá sencillamente la oda y el himno lo que en poesía se ha vuelto viejo, no por ser
oda o himno, sino al proponerse el poeta escribir “nuevo” insertando un tema preestablecido
en una forma prefabricada; de otro modo se puede extraer tanta carga poética de la industria
como de la masturbación y de las “postradas muchedumbres” como de los “vigorosos pechos”.
Sí, González Prada estaba entre lo nuevo y lo viejo; pero lo nuevo no está ciertamente ahí.
La originalidad de la poesía de Prada y lo que le procuró una influencia por lo general indirecta
sobre las generaciones posteriores dependería más bien de dos factores: el primero es técnico
y tiene que ver con el oficio del poeta y la hechura del objeto poema; el segundo es la
personalidad misma del poeta, en Prada contradictoria y ambigua, y esta ambigüedad que a
menudo sus versos nítidos parecen negar o reprimir se percibe de todos modos en buena parte
de su obra.
Ya nos hemos referido a la textura musical y verbal del verso -ritmos, metros y léxico- en libros
como Minúsculas y Exóticas, que dificilmente podía entusiasmar a los poetas de las nuevas
generaciones que empezaron a escribir por los años 20-30; pero eso no le quita valor al trabajo
de investigación y exploración que lleva a cabo el poeta en relación con la reorganización del
poema y su articulación en estrofas que privilegia la estructura vertical de la composición, la
red de relaciones en la que se establece la correspondencia entre los versos y las estrofas. Esta
estructura es por lo general anafórica y recurrente y parece como si el poeta, remozando y
adaptando al castellano viejas formas poemáticas como el rondeau o el triolet franceses,
hubiera tenido por meta la escritura de una poesía que se muerde la cola. El término “rondeau”
(en el siglo XIV “rondel”) indica ya el propósito y la estructura básicos: es una composición
poética medioeval caracterizada por su circularidad. Se trata -dice Carlos García Prada-[11] “de
la forma sofisticada de las rondes o bailes populares de las cuales el ‘soloísta’ cantaba los
versos y el “coro” los refranes o bordoncillos”. El rondel de Prada restituye el poema
-considerado no en las normas que rigen la sucesión de los sintagmas en la línea, sino en la
relación orgánica de estas líneas en el poema- como regreso; igual que en el triolet y el pántum
(estrofa de origen malayo aclimatada en Francia) el útimo verso se reúne con el primero: el
poema o la estrofa para terminar vuelve a su comienzo. Rondeles y trioletes habían sido
resucitados por los parnasianos franceses, y en Francia se prolongaron aún en el segundo
decenio del siglo XX en el poeta arcaizante que fue André Mary, hoy bastante olvidado.
González Prada puede haber tomado de los parnasianos si no la forma misma sí la idea de
innovar con lo antiguo; también en Exóticas se dan estas formas recurrentes (villanelas,
gacelas) y, ya emancipada de la sujeción a una forma tradicional rigurosa, la tendencia a la
composición regresiva o circular se extiende esporádicamente a los poemas de Baladas (“La
serenata de Pierrot”, “La cólera del zar”, “La virginidad”) y de Baladas peruanas, por ejemplo
en “Canción de la india” con el estribillo “¡Maldita la guerra! /¡Malditos los Blancos!”, así como
“El mitayo” en su segunda parte; un caso extremo es el de “Las flechas del Inca” donde en
cada estrofa todos los versos se repiten iguales, salvo el penúltimo hemistiquio del penúltimo
verso, endecasílabo, y el verso final de la estrofa, heptasílabo: una especie de estribillo al
revés, pues constituye en la inmóvil estructura repetitiva la variante que asegura al poema
movimiento y progresión.
Prada prolonga la escritura romántica, pero reacciona contra las retahilas invertebradas de
endecasílabos y redondillas que en su época se fabricaban en serie en España y en América:
moldeando el verso romántico en aquellas formas recurrentes el poeta señala una direccióm
que tendrá importancia en la poesía hispanoamericana del siglo XX: la poesía circular o
regresiva que encontraremos -ya rotos los moldes rígidos que le impone el poeta de
Minúsculas- en Vallejo, en Neruda, en Borges, en Paz, en Villaurrutia entre otros, así como
también, en una generación más reciente, en las sextinas del peruano Carlos Germán Belli
quien, como lo hiciera para el inglés W. H. Auden en “Kairos and Logos”, recoge esta antigua
forma recurrente para escribir una poesía de impresionante modernidad; como las sextinas de
Belli, los rondeles y otras formas recurrentes de González Prada son regresivas en un doble
sentido: por la estructura del poema en sí e, historicamente, por constituir un regreso a
estructuras poéticas olvidadas en la poesía castellana de la época. Por otra parte y en una
dirección diferente el poeta trabajó también un tipo de poema breve y apretado, el “estornelo”
tomado como la “villanela” de la poesía italiana tradicional; y aunque de origen popular en
Italia, esta forma, en Prada, no deja de ofrecer semejanzas con el famoso haikú japonés, que,
poco tiempo después de los experimentos de Prada, ensayaba en México José Juan Tablada.
Creemos pues que resulta clara la importancia del poeta peruano como precursor no del
modernismo, como se ha afirmado, pero sí de algunas tendencias de la poesía modernista.
“González Prada era un señor”, nos dijo una vez otro gran poeta peruano, César Moro, y
nos parece necesario recalcar en este sentido el ascendiente que tuvo la personalidad señera,
altiva e intrasigente de Prada en más de un poeta contemporáneo del Perú. Ninguno de ellos
anduvo por los caminos que trazó el autor de Minúsculas, Exóticas, Baladas y Trozos de vida,
pero más de uno acató y veneró su voz. Eguren, Valdelomar, Vallejo, si bien apartándose de las
preocupaciones esteticistas de la poesía de Prada, han demostrado un gran respeto a la
persona y la obra de éste aunque no siguieran sus huellas. Recordemos a este respecto la
dedicatoria de César Vallejo del poema “Los dados eternos” a Prada, ya citada al principio de
este trabajo. Este respeto iba sin duda a la personalidad moral del poeta, a su “rigidez” y su
“verticalidad” apenas concebible en los círculos de invertebrados y agachados que no faltaban
en la Lima de la época; lo que es una prueba, si se necesitaran pruebas, de que la poesía y la
ética suelen andar juntas; pero el respeto de los poetas de nuestro siglo va también a la obra
de este poeta en gran parte decimonónico que en la encrucijada de dos siglos saltó de “lo
viejo” a “lo nuevo” y supo escribir, ya en el umbral de las llamadas vanguardias, una poesía
sencillamente moderna ajena a todas las modas y a todos los ismos de los modistas del
poetizar.
NOTAS
[1] En Cantos del otro siglo, Manuel González Prada, Obras, Tomo III, Volumen 7, p. 366, Lima, Ediciones
COPÉ, 1989. Este libro reúne poemas procedentes de dos cuadernos de manuscritos que el autor dejó
inéditos. Los textos constituyen un documento valioso para seguir la evolución de González Prada, poeta
satírico. A parte de los poetas o versificadores citados por sus nombres (Arona, Llona, Villarán,. Althaus,
etc.) , esta sátira alude tan sólo con la inicial C, a otro poeta, aparentemente José Santos Chocano; si de
Chocano se trata, la sátira no ha de haber sido escrita antes de 1895, pues Chocano nació en 1875. En
1895 González Prada tenía ya más de 50 años, lo que nos permite evaluar la distancia temporal que lo
separaba de los modernistas.
[2] Entre otros, Luis Alberto Sánchez en Mito y realidad de González Prada (Lima, P. Villanueva Editor,
1976), pp. 31 y 48.; es una idea que ya había expresado Federico de Onís en su Antología de la poesía
española e hispanoamericana (1934), como también Carlos García Prada en su Antología poética de
González Prada (México, Edición Cultura, 1938, p. XXXI), y Jorge Manach, quien dice más prudentemente
que Prada “se asoma al modernismo” (“La obra: ideas y estética”, en “González Prada”, Revista hispánica
moderna, t. IV, nº 1, New York, 1938, p. 26). De manera más general y sin duda más certera el mismo F.
De Onís hace de Prada un precursor “de la época actual en América” (ibid, p. 6).
[3] Luis Alberto Sánchez, Mito y realidad en González Prada (o.c.), p. 31.
[4] Es ilustrativo a este respecto confrontar los títulos y el índice de Minúsculas; los títulos no refieren al
tema del poema, salvo excepciones como, por ejemplo, “Al amor”, sino que designan la forma de la
composición: Triolet, Rondel, Rispetto, Pántum, Estornelos, etc., de modo que el índice resulta ser una
especie de clasificación global y abstracta que supedita la singularidad del poema al tipo genérico de
composición: Balatas, 14, 24, 32, etc.; Espenserinas, pp. 16, 42, etc. Quien quiera leer una “balata”
determinada tendrá que hojear el libro hasta encontrarla. .
[5] No es ésta precisamente, creemos, la Grecia que aparece en los poemas de Rubén Darío; en el poeta
nicaragüense las alusiones a la mitología griega están destinadas por lo general a introducir en el poema
la expresión de fuerzas elementales y oscuras, genésicas las más veces; o bien Grecia se presenta
explícitamente como un decorado o un motivo lúdico, asumido de manera franca e irónica: “Amo más que
la Grecia de los griegos / la Grecia de la Francia”. Ni esas fuerzas ni esta ironía existen en Prada.
[6] La métrica y la rítmica del poeta están ampliamente expuestas en su Ortometría. Apuntes para una
rítmica, (prólogo de Luis Alberto Sánchez) Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos- Dirección
Universitaria de Biblioteca y Publicaciones, 1977.
[7] Los dos libros de baladas, Baladas y Baladas peruanas son en su origen una sola obra que en los
manuscritos que dejó el autor constaba de tres partes: baladas de tema general, baladas de tema
peruano y versiones de baladas alemanas. Alfredo González Prada y Luis Alberto Sánchez desgajaron del
conjunto las baladas peruanas y las publicaron con este título en la Editorial Ercilla de Chile en 1935. Dice
Alfredo: “constituyendo los romances peruanos -creación del poema autóctono en el Perú- un documento
literario de especial trascendencia, juzgamos necesario darles individualidad propia publicándolos
aparte”. En cuanto a Baladas, fue editado en París en 1939 por Alfredo González Prada; “Si bien la
predilección del autor por la balada -apunta el editor- culminó durante los años anteriores a la guerra con
Chile, no dejó de cultivarla después: 1871-79 es el período de mayor producción”
[8] Tal será también el caso, medio siglo después, del poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre cuyas
traducciones de Uhland no se diferencian en nada, por la forma, de sus composiciones originales..
[9] Emilio Carilla, en su libro El romanticismo en la América Hispánica (Madrid, Gredos, 1975, t. II, p. 172)
dice que “una obra como las Baladas peruanas, aunque no sea la más difundida es la que más nos acerca
al verdadero González Prada (...). En las Baladas el indio pasa de elemento decorativo, nostálgico y
confrontador a personaje real de carne y hueso, visto en sus dolores, despojos y penurias, perspectiva en
la que, por cierto, no están ausentes convicciones políticas que González Prada defendió a lo largo de su
vida”. Carilla concluye: “Sí, creo que esta obra es la que servirá mejor que otras para mostrarnos el perfil
literario de González Prada”. Añadamos que actualmente, por lo menos en el Perú, Baladas peruanas,
objeto de más de una reedición, es un libro relativamente difundido, seguramente más que Minúsculas.
[10] Gaston Bachelard, « Instant poétique et instant métaphysique », en Le droit de rêver (Paris, Presses
Universitaires de France, 1970), pp. 225 y 232.
[11] Carlos García Prada, González Prada ANTOLOGÍA POÉTICA, Introducción y notas de Carlos García
Prada, Editorial Cultura, México, D.F., 1940.
***
( Este ensaio integra o volume La soledad sonora (Voces poéticas del Perú e Hispanoamérica),
de Américo Ferrari. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial. Lima, 2003. Sua
inclusão na Banda Hispânica só foi possível graças à generosidade do Autor.)