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faz de los lenguajes y los aparejos de los medios que toma por objeto. [Dejo
de lado que esas dos denominaciones que aquí utilizo de forma neutra y ge-
nérica —comunicología y filmología— no suelen ser aceptadas para nom-
brar, respectivamente, los estudios de comunicación y cine.]
Por desgracia, demasiadas veces lo semiológico y lo tecnológico son
concebidos, a pesar de su íntima relación, como dos universos insolubles. Así
ocurre cuando se segregan las historias de los «estilos» y las «técnicas» en
el Mundo del Arte, o cuando se oponen las perspectivas de la «teoría» y la
«práctica» en el Mundo del Cine y el Mundo de los Medios. Pero es obvio
que el lenguaje del cine está entreverado de principio a fin por su aparejo.
Basta echar un vistazo a su vocabulario: del «primer plano» al «travelling»,
pasando por el «fundido». Sin embargo, esa continua alusión tan solo suele
servir para despreciar la tecnología como aquel medio que sirve a un fin y
que, por tanto, desaparece —debe desaparecer, dicen los manuales— en la
creación y recepción de la película. Aquí, cada vez que digamos lenguaje (un
conjunto de signos y códigos) presupondremos un aparejo (un conjunto de
útiles e instrumentos) que hace posible —y constituye íntimamente— dicho
lenguaje. Haciendo un juego de palabras, todo artificio textual es producto
de un artefacto material.
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De este modo, sean cuales sean las propiedades internas de una for-
ma expresiva, toda práctica comunicativa se define por la atribución de unos
usos —más o menos abiertos o cerrados, libres o cautivos, únicos o múlti-
ples— para cada una de esas síntesis entre lenguajes y aparejos. Cada
uno de los llamados medios de comunicación a lo largo de la historia es exac-
tamente eso: el resultado de una compleja conjunción textual y social entre
lenguajes, aparejos y usos. De ahí que, aunque se puedan distinguir la forma
expresiva y la práctica comunicativa como objetos de perspectivas diferen-
tes, ambas quedan inextricablemente unidas como artificio textual y praxis
social en cada uno de los medios considerados.
[Adviértase que esta síncresis entre aparejos, lenguajes y usos hace de
cada uno de los medios unos forzados «aparatos ideológicos» o «disposi-
tivos culturales» —de los que la sociedad es más o menos consciente—. Y,
precisamente, por esta carga ideológica de esos dos términos en la comuni-
cología —aparato y dispositivo— nunca los utilizaré aquí para referirme a
las bases tecnológicas de un medio, que serán nombradas mediante los tér-
minos más neutros de artilugio, artefacto o aparejo.]
Resumiendo: más allá de la neutralidad y naturalidad que parece otor-
garle el término escogido, un medio se define —cultural, histórica e ideoló-
gicamente— en cada momento y lugar, según unas bases semiotecnológicas
y unos fines sociopsicológicos más o menos delimitados. Como el resto de
los medios —y en contra de las mitologías de la invención— el cine no se de-
fine entonces, de forma unívoca, por su lenguaje, su aparejo o su uso… sino
por la inextricable síncresis que se establece entre esos elementos en el doble
juego histórico de un artificio textual y una praxis social.
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