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“El Buey”

Blas Tadeo Cáceres

Ensayo de Análisis
Las Voces en la Voz

Nelly Kesen y Eduardo Bibiloni


Bibiloni, Eduardo
El Buey: ensayo de análisis. Las voces en la voz / Eduardo
Bibiloni; Nelly Gladys Kesen; Blas Tadeo Cáceres; ilustrado
por Alejandro Aguado. ­ 1a ed . ­ Comodoro Rivadavia:
Universitaria de la Patagonia ­EDUPA, 2019.
56 p.: il.; 21 x 14 cm.

ISBN 978­987­1937­99­8

1. Estudios Literarios. I. Kesen, Nelly Gladys. II. Cáceres,


Blas Tadeo. III. Aguado, Alejandro, ilus. IV. Título.
CDD A864

Fecha de catalogación: 13/05/2019

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución


4.0 Internacional. Esta licencia permite copiar, distribuir, exhibir
e interpretar este texto, siempre que se respete la autoría y se in­
dique la procedencia.

Edición: Daniel Pichl


Diseño de portadas e ilustración: Alejandro Aguado
© Edupa (Editorial Universitaria de la Patagonia)
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Ciudad Universitaria, km 4.
Comodoro Rivadavia, Chubut, República Argentina
Responsable de la publicación

Eduardo Bibiloni, oriundo de la ciudad de La Plata, y


radicado en Comodoro Rivadavia en el año 1981 se ha
desempeñado desde entonces como profesor en el ám­
bito de la Universidad Nacional de la Patagonia San
Juan Bosco, en cátedras del área de Lingüística. Siendo
su interés central el de la Gramática del Español, sus es­
tudios lo han llevado a buscar conexiones con el conoci­
miento de otras lenguas y con la literatura. Sus trabajos
en esos campos, que han sido presentados en diversos
eventos académicos y publicados de manera dispersa,
serán en breve reunidos en un tomo de esta misma edi­
torial. El que acá se presenta, escrito en colaboración
con Nelly Kesen, data originalmente del año 1989.
Retirado desde el año 2016, Eduardo Bibiloni es ac­
tualmente profesor honorario de la Facultad de Huma­
nidades y Ciencias Sociales en la misma universidad.
Índice

Presentación 9
Blas Tadeo Cáceres 13
Nelly Gladys Kesen 15
"El Buey" 19
Ensayo de análisis del relato “El Buey”. Las voces en la voz 23
El Buey ­ Ensayo de análisis 9

Presentación
Durante el año 1989 un grupo de profesores y alum­
nos de la carrera de Letras realizamos un seminario que
denominamos, algo ambiciosamente, Semántica del
Texto. El objetivo principal era el de contrastar distintas
teorías entonces en uso entre nosotros con el estudio di­
recto de textos. El interés estaba enfocado, fundamen­
talmente, sobre la proyección de ciertos fenómenos
reconocidos en el ámbito oracional sobre estructuras
lingüísticas mayores. Era, además, fundamentalmente
de orden semántico.
Los textos seleccionados para el trabajo fueron todos
de autores literarios, entre ellos algunos narradores pa­
tagónicos.
Tuvimos entonces oportunidad de conocer el relato El
Buey de Blas Tadeo Cáceres, quien venía de recibir el
premio Isidro Quiroga, y que nos acababa de visitar en
un ciclo organizado por el Departamento de Letras des­
tinado a autores locales.
La obra nos atrapó desde el primer momento en que
la conocimos y, seguramente por eso, y también porque
nos pareció afín a nuestros objetivos académicos, le de­
dicamos un trabajo muy minucioso de lectura y análisis.
Nos reunimos semanalmente y estimo que la tarea no
10 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

nos llevó menos de cinco o seis encuentros. Si se tiene en


cuenta la brevedad del texto, se podrá vislumbrar la de­
dicación, la aplicación, el celo (podría decirse “estudio”,
que, originariamente, no significa otra cosa) que la obra
nos motivó. La inspeccionamos prácticamente oración
por oración, palabra por palabra. Debo decir, también,
que ningún otro texto de todos los leídos nos enseñó
tanto sobre la íntima relación, sobre la unidad indisolu­
ble que en un texto literario han de lucir esos dos costa­
dos de todo lenguaje, a los que, no sin algo de facilidad –
y de simplificación ­ solemos llamar forma y contenido.
Por todo ello fue que con Nelly Kesen decidimos po­
ner por escrito algunos de los aspectos trabajados, los
que más salientes nos parecieron.
Como verá quien se asome a ellos, elegimos en parti­
cular los vinculados con la cuestión de los múltiples
enunciadores que toman la voz en el texto y las corres­
pondientes perspectivas que, desde diferentes ángulos,
iluminan el acontecimiento central de la historia.
No sin algunos tropiezos – escribir de a dos no es fácil
– llegamos finalmente a un borrador prolijo. Que allí
quedó.
Lo he recuperado ahora, de entre otros papeles ama­
rillos. Y no sé si con demasiada benevolencia, no me ha
parecido mal. Ilustra un método de trabajo y unos tras­
fondos teóricos que a algunos les parecerán tal vez muy
propios – demasiado propios – de aquellos años. Su
clave principal es la de prestar atención al sentido, que
se supone indisolublemente asociado a una cierta forma.
El acto de recuperar este trabajo, ahora, puede implicar
que rebuscar en ese lugar de frontera – de cisura, pero
también de sutura – entre forma y sentido, es todavía
una empresa posible y válida.
El Buey ­ Ensayo de análisis 11

Si no valieran otras razones, la idea de publicarlo nos


brinda, a mí en primer lugar, pero sin duda a muchos
otros, una ocasión – una más ­ de recordar a Nelly y de
ofrecerle un modesto homenaje. Mucho de ella, de sus
acciones, queda entre nosotros, en la Facultad de Hu­
manidades y Ciencias Sociales, y sobre todo en nuestro
Departamento de Letras. Esta será una huella más,
ahora en forma de un pequeño volumen.
Me ha parecido también oportuno que el cuento pre­
ceda a nuestro estudio. En primer lugar, como modo de
facilitar las referencias. Pero más importante: también
como recuerdo y también como homenaje para Blas Ta­
deo Cáceres, ese fino escritor, que merece atención y re­
conocimiento. Agradezco a su esposa quien,
generosamente, me ha permitido agregar la obra, que
aún permanece inédita.
Antes de dejar esta presentación he de decir que
aquel borrador que escribimos con Nelly ha sido retoca­
do, casi exclusivamente en aspectos de detalle, tratando
siempre de que los desarrollos y conclusiones que se
leen, fueran los que pusimos en común.
Además de ello, Blas Tadeo Cáceres ha revisado la
versión que tuvimos a la vista en aquel año, y con ello
algún punto del análisis quedó fuera de lugar. Las mo­
dificaciones afectan sobre todo a las cuestiones que tra­
tamos en el apartado LA VOZ DEL NARRADOR. En ese
lugar, para dar cuenta de las diferencias, he debido mo­
dificar, por necesidad, nuestra redacción original. La
versión del cuento que aca se publica es la que el autor
estableció como definitiva.

Comodoro Rivadavia, Febrero de 2019


El Buey ­ Ensayo de análisis 13

Blas Tadeo Cáceres


Asunción (Paraguay), 1940
Comodoro Rivadavia, 2014

Nació en Asunción (Paraguay) en 1940. En 1950 llegó


con su familia a radicarse en Buenos Aires, donde com­
pletó sus estudios de medicina. Se afincó en Comodoro
Rivadavia en el año 1971.
Ejerció su profesión a lo largo de más de 40 años en
nuestra ciudad y llevó adelante una activa participación
social y cultural, de la que quedan recuerdos muy gratos
en quienes lo conocieron. Testimonio de ello es, por
ejemplo, el desempeño del cargo de Subsecretario de
Salud del municipio durante el período 1999­2003 y su
participación en la iniciativa de la realización de la Feria
del libro de la ciudad, en la constitución de la Fundación
del Libro y la Lectura, o en la organización del Encuen­
tro de Escritores en Puerto Madryn.
Su pasión por la escritura lo llevó a cultivar los géne­
ros lírico y narrativo.
En el primero de ellos cuenta con un poemario publi­
cado en 1992, que se titula Celebrar lo transitorio.
En el género narrativo publicó en 2014 una novela
llamada Narrador, narrador. La fuga del cuentista. Por
esta obra recibió en su patria de origen una mención es­
pecial, creada al efecto, en el concurso “Augusto Roa
14 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

Bastos” de novela, año 2010, por su “solidez técnica y su


poética de alto vuelo”.
Es autor asimismo de numerosos cuentos, todavía
inéditos, dados a conocer en periódicos, a través de In­
ternet y en distintas presentaciones personales. En el
año 1988, por el cuento El pescador recoge la línea, re­
cibió el premio Isidro Quiroga en su cuarta edición.
Blas Tadeo Cáceres falleció en Comodoro Rivadavia,
el 24 de Agosto de 2014.
Casi todas las semblanzas de su persona, y quienes lo
conocieron, recuerdan muy particularmente su voz pro­
funda y sonora. Las múltiples resonancias de su voz li­
teraria, en cambio, en su mayoría, aún están por ser
descubiertas y valoradas como se merece.
El estudio que en este volumen se le dedica salva en
una pequeña medida esa deuda.
El Buey ­ Ensayo de análisis 15

Nelly Gladys Kesen

Comodoro Rivadavia, 1952


La Plata, 2015

Era auténtica “NYC”, nacida y criada en la Patagonia,


en Comodoro Rivadavia. Al quedar huérfana al año y
tres meses, fue criada por su abuela materna en Puerto
Deseado. Por esa vía recibió quizás ciertos elementos de
la cultura alemana: fuerte sentido de la responsabilidad
(que también pudo heredar de su padre, de origen sirio
libanés). Desde niña sintió inclinación por la lectura de
libros.
Completó sus estudios primarios y secundarios en el
colegio María Auxiliadora de nuestra ciudad. Comenzó
la carrera de Letras en la Universidad de la Patagonia
San Juan Bosco. Participó con entusiasmo del movi­
miento estudiantil allí generado, que resultó el deto­
nante para la puesta en marcha de la Universidad
Nacional de la Patagonia, en la que se graduó como Pro­
fesora de Lengua y Literatura en 1976. Fue una etapa
imborrable de su vida, como en la de otros jóvenes, en la
que se acrisolaron amistades, lealtades y una postura
ante la vida universitaria, que prolongaría como estu­
diante y docente a través de toda su vida.
Tras la unificación de las universidades privada y
16 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

nacional en 1980, continuó la carrera docente, primero


como auxiliar, y, cuando con los primeros concursos
docentes fue designada Profesor Asociado de Literatura
Española I (Medieval) en 1985 y posteriormente como
Titular en Literatura Española II (Siglo de Oro), en 1987.
Dichas cátedras se unificaron posteriormente como Li­
teratura Española I (Medieval y Siglo de Oro). También
se hizo cargo, después, de Epistemología de los Estudios
Literarios, en carácter de Interina, hasta su inesperada
muerte.
Formalizó trabajos de investigación: sobre Pedro
Calderón de la Barca, el Quijote (obra que amaba parti­
cularmente), y el tratamiento del espacio en diversos
autores. También se mostró activa en la vida departa­
mental: ejerció la Jefatura del Departamento de Letras
en más de una oportunidad, y en el resto del tiempo fue
consejera docente. Casualmente en una de esas ocasio­
nes, tuvo la iniciativa, compartida y aprobada por el De­
partamento, de invitar a escritores locales para
enriquecer el intercambio. De esa visita surgió el trabajo
sobre un cuento del Dr. Blas Tadeo Cáceres. Asimismo
fue Consiliaria Docente ante el Consejo Superior de la
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Es destacable el entusiasmo y la responsabilidad con que
ejercía estas funciones.
Varios actos de su vida muestran el compromiso con
la Universidad local: ya casada y madre de cinco hijos,
entonces muy pequeños, asumió el desafío de presen­
tarse a concurso, una y otra vez. Siempre se mostró
conciliadora ante situaciones delicadas de la vida de­
partamental, sin dejar de mantener el respeto a la dig­
nidad de la cátedra universitaria. Buena amiga de sus
amigos, respetada y querida no sólo en el entorno
El Buey ­ Ensayo de análisis 17

familiar, sino por sus alumnos y colegas, persona alegre,


constructiva e identificada con su rol docente y “su”
institución. En plena actividad, una sorpresiva enfer­
medad terminó con su vida en menos de un mes.
El Buey ­ Ensayo de análisis 19

El Buey

Uncido al arado de dientes abiertos y rotos camina el


buey, una mole de carne ocre, símbolo de la desespe­
ranza cautiva en los surcos del mandiocal. A su lado los
humanos: un campesino descalzo y una niña delgada,
macilenta, que recoge las piedras sueltas y las lleva hasta
el límite de la capuera, donde comienza el monte enma­
rañado.
“Vamos, mi hija. Fíjese adonde camina, mire que la
víbora no perdona en la oscuridad. No es que sea mala,
no le gusta que le embromen el nido. Si yo la he visto
con la cría. Es mansa, como nosotros. Aceptamos lo que
manda el patrón. Y él no la quiere para todo servicio. Al
menos, eso dijo”.
Los labriegos caminan agachados, más cerca de la
tierra revuelta. El sol se oculta atrás del cerro y se apaga
el canto de los cuervos. Flota en el aire el humo que vie­
ne de quemazones lejanas. El padre levanta la cabeza,
hace un gesto y emprenden el regreso. El buey va ade­
lante, abriendo entre los matorrales un surco que se cie­
rra en cuanto terminan de pasar.
“La quiero para que me ayude, dijo el patrón, pero yo
le desconfío. Le veo los ojos cuando viene el rancho. Él
es hombre, y qué le vamos a hacer. No la vas a conocer,
me dijo, cuando la tenga en mi casa, linda, con el pelo
emparejado y zapatos lustrosos. Y un vestidito blanco,
20 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

con botones colorados. No va a andar descalza, con los


dedos llenos de pique y llagas de lombriz. Ella escuchaba
y entendía todo. Se pasaba la lengua por la boca, la atre­
vida. Es inteligente, no es como la heramana. Cocinera
del regimiento, dice. Encamada del sargento, la verdad.
Y los hijos se los crían las vecinas alcahuetas”.
La niña vale un Winchester con cincuenta balas. “Que
después no vayan a ser menos, patrón. Mirá que por la
Eudocia me estás dando lo justo. No es fea, flaca sí, ¿pe­
ro quién está lleno en la campaña en este tiempo? Es
chica todavía, con el tiempo se redondean las partes.
Ella va a comer comida de veras, no ese guiso que le es­
tás dando, avaro; no la merecés, me dice. Y bueno”.
El rancho tiene una sola pieza. Afuera hay un excusa­
do de tablas y un corral de palos de timbó. Un alero
protege de la resolana un cántaro grande, lleno de agua
fresca. El buey se acomoda junto al corral abierto, del
lado de afuera, como si quisiera expresar con ese gesto
su libertad. Un perro flaco se arrima y lame el sudor de
las patas hasta que se cansa del juego y se va, de costado,
con la cola entre las piernas, como un zorro, piel y hue­
sos.
“Después que termine de comer junte sus cosas, mi
hija. No se olvide de la Virgen. No lleve la frazada, el pa­
trón tiene. Es lindo el Winchester. ¡Y qué cara puso
cuando le apunté! Me lo prestó para probar y le acerté a
un loro que estaba arriba del mango. Cuando me di la
vuelta, el patrón estaba justo en la mira. La camisa en el
medio justo. Baje el arma, me dijo, se ve que sabe tirar,
amigo. Así me dijo, primera vez. Le anduve con ganas
desde entonces. Al rifle, digo”.
En el silencio de la noche se percibe la vibración, el
hálito que brota entre los labios de la niña dormida.
El Buey ­ Ensayo de análisis 21

Hay un aroma de afrecho y coco molido en el aire espe­


so, y un perfume dulce que viene de las bananas colga­
das de la cumbrera. El hombre descansa en la cama
grande; piensa, sueña con la mirada clavada en el rincón
donde duerme su hija.
"Mañana me esperan los compañeros en el campa­
mento. Con caña me van a esperar. Dicen que empieza
otra vez la revolución. Parece que el coronel cruzó el río.
Van a repartir la tierra, dicen. ¿Cuándo se ha visto? Re­
voluciones siempre hubo, y la cosa sigue igual, nomás.
Así que al monte no voy a ir. Al rifle lo voy a guardar
bien engrasado abajo de la cama. Mañana voy a plantar
la mandioca, después que entregue a la Eudocia. El pa­
trón va a cumplir, es hombre de palabra. Cincuenta ba­
las, ni una menos. No me vas a engañar ¡Y la criatura
para que te caliente la sangre a la siesta, miserable, ca­
brón, hasta inútil has de ser con la mujer!"
El hombre se duerme al fin, duro como un árbol seco,
con las manos juntas bajo el vientre. El cuerpo de la niña
oscila en el vaivén leve de su hamaca. Y afuera, junto al
corral abierto, el buey sombrío duerme, de pie, la grupa
al sur, con la cabeza gacha, como si estuviese arando to­
davía.
El Buey ­ Ensayo de análisis 23

Ensayo de análisis
del relato “El Buey”

Las Voces en la Voz

Introducción

“El Buey” es un relato polifónico. Varias voces se de­


jan escuchar en él. Dos de ellas pueden considerarse
primordiales: una, la del narrador, la otra, la del perso­
naje principal, un campesino. En la de este último, a su
vez, emergen las de otros participantes de la historia, de
diversas maneras y con diferente intensidad.
Sobre ese aspecto y sus modos de articularse discur­
sivamente, así como sobre los interrogantes que él des­
pierta en la interpretación, se cierne principalmente el
interés del presente estudio.
Para dar cuenta de ello, y luego de una breve reseña
de la historia y de sus características, se recorren varios
puntos como aplicaciones de categorías de análisis
viculadas entre sí y con el objeto del estudio.
El primero de ellos consiste en reconocer una parti­
ción del relato en dos tipos de estructuras discursivas,
24 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

asignables cada una de ellas a las dos voces principales


antedichas. Además de su deslinde interesa el modo co­
mo se relacionan entre sí, y de qué manera en la segunda
se da lugar a las otras voces reconocidas.
Luego de ello, y a la luz de la categoría de análisis de
la modalización discursiva, se consideran las distintas
actitudes de los sujetos de las diferentes voces de la his­
toria, respecto de los sentidos que cada uno vehiculiza
en sus enunciados y, especialmente respecto de los de
los otros. Dicho análisis nos da la oportunidad de aso­
marnos a sus certezas y dudas, a los juegos de poder que
los vinculan y a sus valoraciones. Se toma como un pri­
mer acercamiento a los marcos ideológicos en que se
desenvuelve la historia.
Estrechamente vinculada con las modalidades, y es­
pecialmente, la del querer, o del deseo, se reconocen los
objetos que el personaje principal tiene frente a sí, es
decir las motivaciones de sus posibles acciones narrati­
vas. Dado que también los objetos, como tales, se hallan
cargados de sentidos, el considerarlos nos da nueva
oportunidad de acceder al sistema de valores en juego, y
de las aceptaciones y rechazos que dichos objetos gene­
ran.
Por fin nos proponemos relevar ese mismo tipo de
señales en la voz del narrador, lo cual, como se verá, da­
das las características de su discurso ofrece dificultades,
teóricas y prácticas, a la hora de extraer conclusiones
definitivas.
A cada uno de tales aspectos se le ha dedicado un apar­
tado especial. En el final se agregan unas breves conclusio­
nes.
El Buey ­ Ensayo de análisis 25

Breve noticia de la historia


El relato se centra en la situación de un campesino de
la zona del litoral que se encuentra en el caso de ceder a
su hija, llamada Eudocia, a su patrón a cambio de un
winchester con cincuenta balas. El patrón ha tentado al
campesino ofreciendo, además, perspectivas de mejora­
miento en la vida de la muchacha, a partir del trabajo de
niñera, aunque el padre sospecha otras intenciones, no
declaradas. De todos modos, el referido pacto ya se ha
resuelto, y el cuento no plantea la posibilidad de que no
llegue a término. Emergen, no obstante, en la voz del
campesino – se verá cómo el lector accede a ella – cona­
tos de rebeldía en dos direcciones diferentes:

• Planteo de participación en una revuelta, que ha de


desechar porque descree de los resultados de las
revoluciones, y
• El recuerdo de una oportunidad en que apuntó al
patrón con el Winchester, mientras lo probaba,
después de una clara demostración de buena pun­
tería, lo que provoca en éste un vivo temor.

A partir de ambas potencialidades narrativas el Win­


chester se ve investido de connotaciones especiales,
puesto que con él ha logrado, por un momento invertir
la relación dominador/dominado, o, puede lograrla en
un futuro, y porque queda entramado en la constitución
de los otros objetos de valor, tal como intentaremos
mostrar.
La narración como transformación, como irrupción
de lo discontinuo en lo continuo, según la conocida for­
mulación greimasiana, no se desarrolla a lo largo del hi­
lo discursivo en correspondencia con el presente de la
26 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

enunciación, sino que se abre hacia el pasado, pues el


intercambio de la joven por el Winchester ha sido ya
convenido, y, como ya se ha dicho, se descarta toda duda
sobre su cumplimiento en el futuro. No obstante, la ten­
sión entre pasado y futuro deja abiertos este y otros de­
sarrollos narrativos, y en particular, la alternativa de que
la posesión del arma lleve a una eventual venganza en la
persona del patrón.

Estructuras textuales y
esquema de las voces
La historia de El Buey nos llega básicamente a través
de dos voces, la de un Enunciador 1, al que llamaremos
el narrador, y la de un Enunciador 2, correspondiente al
actor campesino. Estas dos voces se articulan en el dis­
curso en dos estructuras textuales (abreviaremos ET1 y
ET2, respectivamente) que aparecen dispuestas en for­
ma alternada. La sola excepción la constituye el párrafo
5, cuya primera oración pertenece a ET1, y el resto a la
otra. Podría decirse que esta oración funciona como sol­
dadura o articulación entre ambas estructuras. Su con­
tenido, por lo demás, bien podría incluirse en cualquiera
de las dos.
La ET1 se despliega en 5 momentos, en los párrafos 1,
3, 6, 8 y 10. En el 1 contemplamos el trabajo del campe­
sino y la niña, con el buey, en el mandiocal. En el 3, el
comienzo del regreso a la casa. En el 6, la visión del ran­
cho. En el 8, vemos a la niña ya dormida y al padre en
vela, pensando, antes de dormirse. En el último presen­
ciamos el sueño de la niña, del campesino y del buey. Se
incluye en ET1, además, como se ha dicho, la primera
oración del párrafo 5.
El Buey ­ Ensayo de análisis 27

La ET2, pues, se manifiesta en los párrafos, 2, 4, 7 y 9.


E incluye prácticamente todo el 5.
La ET1, como se ve, enmarca extensionalmente a la
ET2, ya que con ella comienza y se cierra el relato.
La diferencia entre ambas se percibe desde la misma
notación, ya que todas las extensiones textuales corres­
pondientes a la ET2 se destacan por la presencia de las
comillas del discurso directo. Además de ello, la ET1 ha­
ce uso exclusivo del tiempo verbal de presente (tiempo
de la enunciación), es de carácter descriptivo (emplea
solamente la tercera persona gramatical) y emplea una
lengua estándar. Es, de las dos, la única que incluye al
actor buey que da el título al relato. Ofrece la perspectiva
de un observador no implicado en los hechos y nos pre­
senta el interrogante, que intentaremos responder, de si,
a pesar de ello, imprime o no a la historia modalidades
axiológicas, es decir, valorativas.
La ET2, por su parte, incluye todas las personas gra­
maticales y los tres tiempos verbales básicos, y, así, des­
de un presente enunciativo se proyectan frecuentes
referencias al pasado y al futuro. En ella el discurso del
campesino adopta la forma de un monólogo introspecti­
vo, con marcas sociolingüísticas propias del ámbito rural
litoraleño. Es en esta estructura donde irrumpen nuevas
voces, la del patrón, la de los “compañeros” que lo espe­
rarán en el campamento al día siguiente, y en cuya voz
se confunde la voz genérica que anuncia la revolución y
el reparto de las tierras. Se escucha, brevemente, la voz
de otra hija mayor. Incluimos también entre las voces la
de la niña, aunque no tiene expresión verbal, sino ges­
tual, como se verá.
Es crucial, además, en nuestra lectura, postular una
segunda voz del campesino, una voz desdoblada, que
28 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

emergerá desde un nivel más profundo de la subjetivi­


dad. Para sostener esta hipótesis nos apoyamos en dos
pasajes que creemos claves de la narración.
El primero de ellos ocurre en la instancia en que el
campesino devuelve el arma al patrón, después de ha­
berle apuntado (ET2, párrafo 7). Se lee allí: “Le di el fu­
sil, y le anduve con ganas desde entonces. Al rifle, digo”.
El posible equívoco que el enunciado final despeja,
apunta a disipar la idea de que le tuviera ganas al patrón
(enunciado implícito), es decir, de que deseara consu­
mar la amenaza de matarlo.
Esta interpretación puede apoyarse en las categorías
teóricas del fenómeno lingüístico de la Polifonía. Según
ellas, debemos distinguir entre un locutor empírico, el
sujeto material de la emisión, o mejor aún, el que asume
la primera persona gramatical, su marca lingüística, por
un lado, y, por el otro, sus posibles diferentes voces, de­
finidas a partir de contenidos semánticos contrapuestos.
El juego es tal que la persona gramatical puede aparecer
como aceptando el contenido de alguna de tales voces y
rechazando el de las otras. En nuestro ejemplo el hecho
se presenta además corroborado por la estructura infor­
macional del enunciado en cuestión. En efecto, la ante­
posición de la frase “al rifle”, acompañada de la especial
entonación de intensidad con que ha de leerse en alta
voz, nos permiten reconocer lo que se denomina un foco
contrastivo, esto es, la marca de un determinado refe­
rente en oposición excluyente con otros que podrían ha­
ber ocurrido en esa misma posición. Tales expresiones
pueden ser completadas, precisamente, explicitando el
objeto excluido mediante el añadido de la expresión “y
no…” En nuestro ejemplo, es claro que la expresión
completa hubiera podido ser: “Al rifle, digo, y no al pa­
El Buey ­ Ensayo de análisis 29

trón”. La aclaración, que sin tanta explicitud es mucho


más sugerente, constituye uno de los mayores hallazgos
verbales del relato y deja sutilmente visible el equívoco
y, con él, las ambigüedades psicológicas del personaje.
El segundo pasaje que se destaca en la manifestación
de la segunda voz del campesino se encuentra en las
oraciones finales de la ET2 (párrafo 9). Después del re­
cuerdo alborozado de la cara del patrón cuando le
apuntó, el enunciador expresa: “él va a cumplir, es
hombre de palabra. Cincuenta balas, ni una menos”; y
allí surge la explosión: “Y la Eudocia para que te caliente
la sangre, miserable, cabrón, hasta inútil has de ser con
la mujer”. En este dramático final de su locución, el
campesino, o digamos mejor, otra voz suya, la que en el
caso anterior ha sido acallada, toma por fin la palabra y,
eligiendo, en violenta transición, al patrón como alocu­
tario, suplanta la denegación implícita por una desem­
bozada actitud afirmativa, exponiendo el conflicto, la
dualidad esquizoide, lingüística y psicológica.
Así, pues, en el esquema de voces que el cuento ma­
nifiesta podemos reconocer, en una primera aproxima­
ción, dos locutores, identificados como el narrador y el
campesino. Aunque, salvo las comillas, no hay marcas
de ello, por el juego de las personas gramaticales (sólo
tercera en la ET1 y sólo en ella referencia al otro enun­
ciador) interpretamos que es el narrador el que legitima
y autoriza la otra voz, la del campesino, y, de que, en este
sentido, la ET1 incluye a la ET2. Sin embargo, el lector
puede recibir una primera impresión diferente: la de que
el segundo locutor irrumpe por sí solo. La ausencia de
una presentación por parte del primero, incluso, puede
producir algún efecto inicial de extrañamiento en el
proceso de lectura.
30 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

Es a partir del segundo locutor, el campesino, que se


da lugar a los otros locutores y sus respectivas voces. Se
observa allí una gran variedad. Algunos son introduci­
dos mediante discurso directo, otros referidos indirec­
tamente, otros interpretados, e, incluso, como
anticipamos, algunos consisten en la mera constatación
de un gesto expresivo. La misma elocución del campe­
sino, aparece por momentos como un soliloquio y en
otros, como la reproducción de un diálogo mantenido
con su hija o con el patrón. Alguno de ellos, incluso, es
virtual, como en el ejemplo del párrafo 5: “Eso es lo que
me dijeron, pero yo le desconfío, patrón. Yo le he sabido
ver los ojos cuando viene al rancho. Usted es hombre,
patrón. Y qué le vamos a hacer”. Puede inferirse clara­
mente que tales palabras no han sido efectivamente
pronunciadas. En la mayoría de los casos pueden reco­
nocerse o deducirse, a su vez, diferentes destinatarios.
El juego de voces de la ET2 muestra una notable eco­
nomía de recursos de modo tal que al lector se le permi­
te, por una parte, asomarse a la compleja psicología del
personaje, y, por la otra, recomponer pasajes significati­
vos de la historia.
A partir de estos elementos del análisis, que siguen de
cerca propuestas teóricas de Ducrot (1984/1988), pue­
den recordarse a propósito de “El Buey” las característi­
cas literarias de la narración dialógica o polifónica según
Bakhtine (1985), o más clásicamente, la noción de
perspectivismo narrativo tal como la reconoce Spitzer
(1955) a propósito del Quijote. En cualquiera de esas
concepciones encontramos la actitud de un narrador que
permite a sus personajes expresarse libremente, sin im­
ponerles una concepción unitaria ni definitiva.
El Buey ­ Ensayo de análisis 31

La modalización de los discursos


La modalidad, como categoría del análisis lingüístico,
consiste, muy en general, en la reflexión que opera un
enunciador sobre el contenido de su propio enunciado.
Si bien emparentada con la noción de modo, la mo­
dalidad no queda circunscripta a las formas expresivas
del modo gramatical, y sus posibilidades de manifesta­
ción son más amplias.
Entre las extensiones teóricas que resultan necesarias
para considerar la categoría en nuestro trabajo, sobre­
salen dos.
Una de ellas es que un enunciado puede estar consti­
tuido exclusivamente por contenidos modales. En ese
caso, para no salirnos de la noción general, deberá ser
necesariamente aplicado sobre otro enunciado o con­
junto de enunciados del mismo texto. Con ello salta a la
luz que si bien la modalidad es un fenómeno que se re­
conoce en el ámbito gramatical de un enunciado, su
proyección es textual.
La otra extensión de la categoría nos lleva a reconocer
lo que puede llamarse modalidad cruzada, esto es, la
modalidad que aplica un enunciador sobre un enunciado
de otro enunciador.
En todos sus alcances se trata de una herramienta
valiosa en la vinculación de lo que se da como contenido
objetivo de un enunciado y las perspectivas que sobre él
introduce la subjetividad de un enunciador, o de los
participantes de una interacción comunicativa dialógica.
Por su carácter de externalidad frente al contenido de
los enunciados suele ofrecer, además una perspectiva
amplia para la comprensión de los textos como totalida­
des.
32 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

En el cuento analizado, como ya anticipamos, sobre­


sale el hecho de que existen precisamente numerosas
modalizaciones cruzadas.
Por el particular lugar que ocupan en la jerarquía de
su estructura nos detendremos especialmente en las que
corresponden a los dos locutores principales, el campe­
sino y el narrador. En este apartado consideraremos las
primeras y dejaremos para el último las que correspon­
den al narrador.
Las modalidades que corren por cuenta del campe­
sino son numerosas. De entre ellas seleccionamos tres
para su presentación y análisis.

• PÁRRAFO 2: “Y usted no la quiere para todo ser­


vicio, sino para niñera. Eso es lo que me dijo, pero yo le
desconfío, patrón”.
Vemos aquí con claridad el funcionamiento de la mo­
dalidad cruzada. El contenido corresponde en este caso
al patrón, transmitido, como ya hemos visto, por la voz
del campesino. Este, a su vez, produce un enunciado co­
mo crítica del contenido del anterior, o, si se prefiere,
como un enunciado a propósito del otro.
El análisis sémico (y el etimológico) del verbo des­
confiar, donde reside el valor modal, nos conduce a
otras unidades: fe y negación. Como suele ser típica­
mente en Semántica, la búsqueda de elementos más
simples y primitivos nos proyecta a cuestiones cada vez
más amplias. Sin entrar en ellas, lo que sí podemos
constatar con certeza es que la modalidad expresada
pertenece a las epistémicas, que inscribe a los conteni­
dos expresados en el orden del saber o del creer (otros
órdenes son, por ejemplo los del querer, los del poder,
los del deber, etc.). En ese orden es donde el campesino
El Buey ­ Ensayo de análisis 33

juzga el enunciado del patrón. La combinación de saber


+ negación nos deja alguna perplejidad entre una ver­
sión más débil de la actitud, la de un “no saber si” o la,
más fuerte, de un “saber que no”, entre las cuales obser­
vamos pendular la subjetividad del personaje. En un
caso u otro, se constata un distanciamiento entre el dis­
curso atribuido al patrón, según el cual, no quiere a la
niña “para todo servicio” y el del personaje principal.

• PÁRRAFO 4: “Ayudanta de cocina del regimiento,


dice. Encamada del sargento, la verdad”.
En este segundo ejemplo encontramos un estructura
compleja de modalización, en que la base está dada por
una expresión que atribuye a su hija mayor, una de las
otras voces antes mencionada. El complejo consta de
dos enunciados, en cada uno de los cuales tenemos un
contenido y una modalidad. En el primero es donde
ocurre la voz de la hija mayor y la predicación que se
asigna a sí misma: “ayudanta de cocina”. La modaliza­
ción es neutra, “dice”. A pesar de ello, como en el caso
anterior, comporta una toma de distancia entre los
enunciadores, la cual anticipa el reforzamiento que si­
gue. El segundo enunciado, en efecto, corrige la predi­
cación, “encamada del sargento” y, sobre ella el
campesino modaliza, no ya con una expresión verbal
como en el ejemplo anterior, sino con una nominal: “la
verdad”. Las modalizaciones suelen distribuirse gra­
dualmente en un eje semántico: las epistémicas por
ejemplo, entre un valor máximo de certeza en el saber y
un valor mínimo; no es el caso de la que acá encontra­
mos: entre los valores de verdad y falsedad, que no son
graduales sino polares, la afirmación de verdad del se­
gundo revierte sobre el primero y lo califica como
34 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

mentira implícitamente. El paralelismo de la construc­


ción y un sistema semántico de oposiciones excluyentes
nos permite concluir así.
Se trata en este caso de un tipo de modalidad de las
llamadas aléticas, reconocida en la lógica aristotélica y
medieval, y particularmente estudiada en nuestro tiem­
po por las lógicas llamadas, precisamente, modales. Se
trata de una clase muy próxima a la epistémica, en tanto
ambas se plantean, de alguna manera, el valor veritativo
de los enunciados, la epistémica desde un ángulo subje­
tivo como grado de certeza, la alética como verdad lógica
o empírica.
En “El Buey” más que la diferencia entre ambas per­
cibimos su parentesco. La verdad, dada por conocida,
del destino de la hija mayor se proyecta en el texto como
una premonición sobre el de la menor y contribuye, de
este modo, a reforzar el más fuerte de los sentidos del
ejemplo antes considerado, esto es, el de “saber que no”
será como dice el patrón.

• PÁRRAFO 2: “Y usted no la quiere para todo ser­


vicio, sino para niñera. Eso es lo que me dijo, pero yo le
desconfío, patrón. Yo le he sabido ver los ojos cuando
viene al rancho. Usted es hombre, patrón. Y qué le va­
mos a hacer.”
En este ejemplo, en el que por razones de exposición ,
que más abajo quedarán claras, hemos debido transcri­
bir partes ya analizadas, nos enfocaremos en la última
oración.
Bajo la expresión coloquial se transmite con ella una
significación que adscribimos al campo modal del verbo
poder. Contiene implícitamente un sema de negación.
La frase, como cualquier hablante puede reconocer,
El Buey ­ Ensayo de análisis 35

expresa impotencia ante una determinada situación. La


forma de exclamación retórica, donde el qué le vamos a
hacer puede reformularse asertivamente más o menos
como no podemos hacer nada, nos permite sacar a la luz
el sentido de negación.
Las modalidades que se vinculan con el significado de
poder no han recibido, que sepamos, una denominación
clasificatoria, pero sí han sido consideradas desde anti­
guo en las gramáticas clásicas.
¿A qué enunciado se aplica esta modalidad? Ello no
aparece claramente en la superficie textual a través de
marcas formales, pero parece evidente que no tiene al­
cance solamente sobre el enunciado inmediato anterior,
sino, por lo menos, sobre todo el núcleo textual que he­
mos transcripto y que trata, en su conjunto, del destino
futuro de la niña. La sustancia semántica puede orde­
narse más o menos así:

1. Enunciado del patrón: no quiere a la niña para todo


servicio.
2. Expresión de desconfianza del campesino.
3. Razones que justifican esta desconfianza.
4. Expresión de impotencia del campesino.

El sistema de dependencias semánticas nos permiten


proponer una representación estructural de tales com­
ponentes del fragmento de la siguiente manera:

[ 1 [ 2 [ 3 ] ] ] [4]

De ese modo intentamos graficar que el elemento 3


depende del 2; que ambos, a su vez, dependen de 1, y
que 4 es modalización del conjunto así constituido por
36 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

1, 2 y 3. Con este análisis más prolijo intentamos mos­


trar las complejidades, de alcance textual, a que puede
conducirnos la indagación de la modalidad dada su ca­
pacidad de estar vinculada a unidades de variable ex­
tensión. Con ello intentamos cifrar también la intuición
de que la expresión de poder, o de no poder, se extiende
a todo lo transcripto, incluida la modalidad epistémica
ya considerada. De este modo queda de manifiesto una
tensión semántica entre ambas modalidades: por un la­
do la desconfianza haría presumir ciertos recorridos na­
rrativos (por ejemplo: el campesino podría romper el
trato con el patrón y no entregar a la niña): por el otro,
la expresión de la impotencia los clausura. Esta última
prevalece sobre la otra. Esto se vincula también con el
hecho de que las modalidades epistémicas tienen alcan­
ce sobre contenidos proposicionales, del orden del co­
nocer, es decir, con eventuales valores de verdad; la
modalidad del poder, en cambio, se relaciona con predi­
cados de hacer.
Cuando ampliemos la mirada a otros pasajes del texto
podremos comprobar que la expresión aquí considerada
revela una actitud general del campesino y la reencon­
traremos ante otros potenciales recorridos narrativos.
La modalidad, como se ve, nos brinda acceso al ca­
rácter de los personajes narrativos y a su interpretación,
especialmente cuando estos se presentan también como
enunciadores. De los análisis previos puede concluirse
que en el campesino juegan dos líneas de fuerza. Por una
parte, ante los enunciados de los demás, y a través de lo
que hemos denominado modalizaciones cruzadas,
emerge una actitud de desocultación que lo lleva a dis­
cernir las relaciones reales por detrás de las apariencias,
lo verdadero de lo falso. Ello aparece en las modalidades
El Buey ­ Ensayo de análisis 37

ordenadas en el eje del saber y de la verdad, modalida­


des epistémicas y aléticas. Por la otra parte, en cuanto a
las acciones virtuales que de su saber podrían seguirse y
a su implícita enunciación, la actitud se plasma en el
polo negativo del poder, en el no poder.
En esta constrastación podemos cifrar uno de los
principales conflictos narrativos del relato.
Antes de dejar este apartado, resulta de interés de­
morarnos un momento en el gesto de la niña que hemos
reconocido antes como una voz más, no verbal. Ocurre
en el párrafo 4. Transcribimos:

“No la vas a conocer, me dijo, cuando la tenga


en mi casa, linda, con el pelo emparejado y zapatos
lustrosos. Y un vestidito blanco, con botones colorados.
No va a andar descalza, con los dedos llenos de pique y
llagas de lombriz. Ella escuchaba y entendía todo. Se
pasaba la lengua por la boca, la atrevida.”

El gesto – obsérvese – constituye propiamente una


modalidad cruzada, respecto de lo dicho por el patrón.
Se trata, por lo demás, de una modalidad axiológica, que
distribuye su sentido en un eje continuo de valoraciones,
cuyos términos extremos podrían denominarse BUENO
y MALO, respectivamente. La niña, en efecto, con su
gesto comenta positivamente las condiciones de su vida
futura expresadas en el enunciado del patrón.
La axiológica es entre las modalidades, posiblemente,
la que más suele interesar como acceso a los contenidos
ideológicos de un texto. El hecho central de la narración,
el intercambio de una niña por un arma, le asigna, por
cierto, una relevancia especial. A ella debemos prestarle
especial atención en lo que sigue.
38 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

Los Objetos
Los indicadores de modalidad, como se ha visto en el
apartado anterior, pueden ser muy variados y con ello la
categoría misma de modalidad puede difuminarse. Por
ello es que, en el reconocimiento de sus manifestaciones,
y restringiéndonos metodológicamente al relevamiento
de enunciados (u otras formas lingüísticas) comentados
por otros enunciados, hemos obtenido modalidades de
los órdenes del saber, del poder y del valer. Bajo ese tipo
de estructuras no relevamos en cambio, con igual clari­
dad, contenidos del orden del querer, modalidades del
tipo de las volitivas.
Para sacar a luz esa dimensión, crucial en la constitu­
ción de los personajes como tales, recurrimos a otros
instrumentos: el de las estructuras actanciales de Grei­
mas, y, muy especialmente, al del actante Objeto.
Como dice este autor, la relación Sujeto/Objeto apa­
rece como un investimiento semántico del deseo.
Si aplicamos esa categoría a nuestro relato, nos apa­
recen, frente al campesino, en tanto que Sujeto, tres po­
sibles Objetos.
El primero surge del pacto celebrado entre él y el pa­
trón, en un tiempo anterior al del presente enunciativo y
que se consumará en un tiempo posterior. Esa brecha
temporal entre pasado y presente es la que posibilita que
la dimensión del querer permanezca activada en el
tiempo del relato. El primer objeto, pues, es el Winches­
ter (lo simbolizaremos como O1) y sobre él se articula el
correspondiente programa narrativo, que, en la semió­
tica greimasiana, se simboliza así:
El Buey ­ Ensayo de análisis 39

(S U O1) (S ∩O1)
donde S = campesino; O1 = Winchester.

Si cada una de las frases entre paréntesis representa


un cierto estado, y la flecha una transformación o cam­
bio de estado – peripecia, podría decirse, con tecnicismo
clásico –, el esquema ha de leerse más o menos así: el
acontecimiento narrado consiste en que el estado inicial
de disjunción entre campesino y Winchester pasa a un
estado de conjunción. Dicho más directamente: la ob­
tención de un objeto que no se posee.
Siguiendo la vieja intuición de Propp de que la narra­
tiva se inicia con una función de daño o carencia, Grei­
mas ha desarrollado su noción de programa narrativo
como un estado inicial de separación con el objeto, el
estado de carencia, a uno de posesión. Que tal cambio
pueda darse o no es lo que, según su concepción, consti­
tuye el interés del decurso narrativo.
Con ello, y según el esquema propuesto, son el cam­
pesino y el Winchester los que articulan esta línea na­
rrativa.
En el universo clausurado del intercambio a una ad­
quisición corresponde una privación. Esto es particular­
mente significativo desde el punto de vista del
campesino, quien, para obtener el objeto “Winchester”
debe desprenderse del objeto “niña”.
Pero el acontecimiento del intercambio, tal como se
ha dicho repetidamente, no constituye totalmente la
clave del suspenso argumental, dado que ya ha sido
pactado y no hay atisbos de que no vaya a cumplirse.
Puede tomarse, pues, como un desequilibrio o ruptura
inicial, factor desencadenante de otros desarrollos na­
rrativos. Esto es: del surgimiento de nuevos objetos.
40 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

En apartado anterior ya hemos debido detenernos en


la expresión: “Le anduve con ganas desde entonces. Al
rifle, digo.”
La expresión coloquial “andarle con ganas” pertenece
claramente al campo de las significaciones volitivas.
Tal expresión, antes, nos permitió discernir distintas
voces en un mismo enunciador. Leída a la luz de las ca­
tegorías actanciales Sujeto/Objeto nos permite ahora
discernir en un mismo actor dos actantes diferentes, se­
gún sus diferentes objetos. Uno, el que podemos identi­
ficar en la voz asumida por el locutor, identifica un
sujeto en relación con el objeto Winchester, correlación
ya analizada en lo previo. De mucho mayor interés es la
otra correlación, la que se da entre el campesino (o me­
jor: el sujeto que se expresa en la otra voz, la reprimida)
y el objeto patrón (llamémoslo O2).
La consistencia del análisis, que es fundamentalmen­
te relacional, nos exige que ante la dualidad de objetos
debamos postular una dualidad, un desdoblamiento de
sujetos, con lo que, formalmente, en el mismo soporte
actoral “campesino”, hemos de discriminar un actante
“campesino1” correlacionado con el O1 y un actante
“campesino2” correlacionado con el O2.
La discriminación de dos actantes en un mismo actor,
se observará, es perfectamente paralela con la discrimi­
nación de dos voces en un mismo locutor.
Agreguemos dos observaciones de cierto interés.
La diferencia de objetos permite seleccionar semas
connotativos diferentes para la unidad léxica “ganas”.
En efecto, no entendemos de la misma manera ese vo­
cablo cuando “tenerle ganas” se aplica al Winchester que
cuando se orienta al patrón. Los modos de “obtención”
de esos objetos serán asimismo diferentes. El autor ha
El Buey ­ Ensayo de análisis 41

sabido jugar admirablemente con estas ambigüedades.


Esto a su vez nos permite sacar a luz que si bien el
término Winchester, al igual que el término patrón, de­
signan objetos, o, más en general, entidades del universo
del discurso, querer, como poder, se aplican a predica­
dos de hacer, y como tal, “andarle con ganas al Win­
chester” es equivalente a “andar con ganas de obtener el
Winchester, de llegar a poseerlo”, y “andarle con ganas
al patrón” puede interpretarse, lisa y llanamente, como
“querer matar al patrón”. De ese modo querer se aplica
sobre predicados, sobre enunciados completos, y como
tal, bien puede ser analizado, también, en términos de
modalidad volitiva. Los dos análisis, pues, el que lleva­
mos adelante con la ayuda de la teoría actancial del ob­
jeto y la que podría hacerse en términos de modalidad
volitiva, resultan equivalentes.
Para completar la descripción debemos ahora refe­
rirnos al tercer objeto que identificamos. Este se consti­
tuye a partir de la voz que hemos identificado como “los
compañeros”, o, más genéricamente, la voz de los con­
jurados para la revolución. Al objeto que proponen lo
denominaremos consecuentemente “revolución” (O3).
Este objeto es explícitamente rechazado por la voz del
enunciador campesino, quien declara su descreimiento
en la eficacia de las revoluciones: “Revoluciones siempre
hubo, y la cosa sigue igual, nomás”.
El reconocimiento de estos tres objetos frente al actor
campesino, que, de ese modo, formalmente, se escinde
en tres sujetos diferenciados, en tres actantes, es posi­
blemente uno de los relevamientos más decisivos de
nuestra lectura.
En primer lugar cabe decir que no son mutuamente
excluyentes. No resulta contradictorio que pudieran
42 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

desarrollarse los tres programas narrativos correspon­


dientes, que los objetos pudieran ser obtenidos sucesi­
vamente. Es más, la obtención de O1 aparece como
condición de posibilidad para alcanzar la de los otros, un
momento discursivo que puede aislarse en los decursos
narrativos y que, en la semiótica greimasiana se trata
como el investimiento de un poder, que él llama compe­
tencia.
Recordemos, por lo demás, que entre O1, por un lado,
y los otros dos se da una decisiva diferencia: sólo el pri­
mero aparece afirmado y asumido por el campesino co­
mo locutor. O2, en cambio, es negado por la persona del
locutor y sólo aparece como una voz alternativa que
emerge indirectamente y no es asumido por él; puede
decirse, incluso, siguiendo el análisis formulado antes,
que sobre dicho objeto recae una negación implícita.
El O3 , por su parte, tiene un estatus diferente: no
surge por iniciativa del personaje sino que es propuesto
por otras voces; la voz del campesino, en tanto que lo­
cutor, explícitamente lo rechaza y clausura el consi­
guiente programa narrativo: “al monte no voy a ir”.
Cabe destacar que el carácter de un personaje no se
determina sólo a partir de los objetos que acepta sino
también de los que rechaza. Por ello, la descripción de
los objetos virtualmente disponibles y no aceptados es
tan significativa como la de los asumidos.
En el siguiente cuadro mostramos el sistema así esta­
blecido:
El Buey ­ Ensayo de análisis 43

Objetos

O1 O2 O3

Voz Campesino Voz Ellos,los


Alternativa compañeros

Locutor Acepta Rechaza Rechaza

Este sistema de objetos implica un sistema de valora­


ciones. Que el programa narrativo del personaje se esta­
blezca como un recorrido de la obtención de un
Winchester, o de la muerte del patrón, o como la parti­
cipación en una revolución, entraña universos diferentes
de valores y con ellos el relato se abre a sentidos diver­
sos.
Con este esquema, y dado que el O1 no parece ofrecer
conflicto, ni en su constitución como tal ni en su obten­
ción en el decurso narrativo, el mayor interés en cuanto
a las acciones, y en cuanto a las significaciones, se centra
en los otros dos.
El O2 despierta interés narrativo. ¿Matará el campe­
sino al patrón? Para ello no sólo será necesario poseer el
Winchester, sino, más importante, que el campesino re­
conozca ese fin como propio, o, lo que es lo mismo, en
los términos de nuestro análisis: que la voz del locutor
pase a coincidir con su voz emergente, alternativa, y
hasta allí rechazada. ¿La explosión que hemos marcado
en el final del Párrafo 9, últimas palabras suyas que el
relato recoge, son ese paso?
El O3 por su parte, no parece constituir una opción
narrativa. En el plano de las acciones sólo aparece como
una virtualidad negada. Subsiste, no obstante, en el
44 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

orden de las significaciones. Lo decimos otra vez: un


personaje se caracteriza también por las opciones que
relega.

La voz del narrador


Si tal como surge del análisis previo, la ET2, la del
discurso del campesino, puede considerarse dependiente
de la ET1, la de la voz del narrador, se supone que en es­
ta última habrían de encontrarse las últimas claves del
relato, su proyección, su intencionalidad.
Para ello deberíamos indagar, una vez más, en su
perfil modal.
Sin embargo la ET1 se caracteriza por una aparente
voluntad de neutralidad y objetivismo. La ausencia de la
primera persona es, al respecto, una clara señal.
No deja de llamar la atención esa prescindencia ante
el acontecimiento que constituye la sustancia de la na­
rración. Y bien podríamos suponer un lector que espere
un mayor compromiso valorativo. Que no encuentra.
Tal constatación nos propone una pregunta: ¿no lo
hay, efectivamente? Y un desafío: el de rastrear otras
vías constructivas, otros rasgos sémicos, otras huellas
discursivas, que, al lado de la marcas modales canónicas,
nos permitan internarnos en la subjetividad de esta voz,
que se sustrae y se oculta.
En primer lugar constatemos las características de la
típica narración objetivista. El párrafo 3, el del regreso a
la casa, es el mejor ejemplo:

“Los labriegos caminan agachados, más cerca de la


tierra revuelta. El sol se oculta atrás del cerro y se
apaga el canto de los cuervos. Flota en el aire el humo
El Buey ­ Ensayo de análisis 45

que viene de quemazones lejanas. El padre levanta la


cabeza, hace un gesto y emprenden el regreso. El buey
va adelante, abriendo entre los matorrales un surco
que se cierra en cuanto terminan de pasar.”

La narración y la descripción se ciernen sobre fenó­


menos perceptibles: los del paisaje, la tierra, el sol, el
cerro, los cuervos, el humo; los de los seres humanos, los
movimientos o las posiciones de los cuerpos: “caminan
agachados”; “el padre levanta la cabeza, hace un gesto”.
Sin adjetivación. En otros pasajes, cuando la hay, es
preponderantemente descriptiva. Entre el gesto del pa­
dre y el movimiento de regreso la conexión es mera­
mente aditiva, y es el lector quien debe relacionar ambos
hechos.
Esta rigurosa metodología narrativa ofrece solo algu­
nas pocas brechas. Guiados por nuestra búsqueda, pues,
en ellas centraremos la atención.
Encontramos dos mínimas señales en las cláusulas
encabezadas por la conjunción de los nexos “como” y
“si”, a las que podríamos denominar cláusulas de modo
contrafáctico. Son dos. La primera ocurre en el párrafo
6.
“El buey se acomoda junto al corral abierto, del lado
de afuera, como si quisiera expresar con ese gesto su
libertad.”
A la segunda la encontramos en el párrafo 10.
“Y afuera, junto al corral abierto, el buey sombrío
duerme, de pie, la grupa al sur, con la cabeza gacha,
como si estuviese arando todavía”
Se trata, como se ve, de caracterizaciones del modo a
través de comparaciones hipotéticas; tales hipótesis,
además, son contrafácticas, es decir, contrarias a los
46 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

hechos, o bien, falsas. Suponen una negación implícita:


en una de ellas, a pesar de la apariencia, no hay tal ex­
presión de libertad; en la otra, la cabeza gacha recuerda
la posición del animal durante la tarea de arar, pero el
buey no ara: duerme.
Pero lo que nos interesa fundamentalmente en tales
expresiones es que, más allá de lo fáctico del relato, de
su referencialidad, nos ofrecen acceso a la subjetividad
del narrador. La negación, el subordinante condicional,
el modo subjuntivo son marcas de accesibilidad a otros
universos posibles, imaginados o pensados más que
constatados. En tales casos, la selección del término de
comparación bien puede ser un indicio para sustentar
las interpretaciones que buscamos.
En el primero de los dos ejemplos se introduce un
término abstracto con claro contenido valorativo: “li­
bertad”. Luego, el sentido contrafáctico de la expresión
lo cuestiona. Junto al término “libertad” podemos, ade­
más, traer a cuento los vocablos “abierto” y “afuera”, con
lo cual, el corral, con su afuera y su adentro, con su
apertura o su clausura, puede convertirse en la clave
simbólica de un sistema semántico donde juegan los
valores de libertad o encierro.
El otro ejemplo parece aportar a ese mismo sistema
de significaciones: encontramos nuevamente el corral,
del que se nos recuerda que está abierto; en oposición,
no obstante, la postura del buey, es concebida como la
del que sigue arando, confirmando la negación de una
libertad que no se hace efectiva, que permanece virtual.
En el párrafo primero del relato, también pertene­
ciente a la ET1, tenemos una explicitud aún mayor, y en
el mismo sentido. Recordemos la primera oración del
texto:
El Buey ­ Ensayo de análisis 47

“Uncido al arado de dientes abiertos y rotos camina


el buey, una mole de carne ocre, símbolo de la desespe­
ranza cautiva en los surcos del mandiocal.”
En este punto ya no hace falta, para inducir sentido,
apoyarse en una imagen impresionista, sino en una
deliberada y abierta interpretación del narrador. En
efecto, las dos aposiciones que siguen a la denominación
“el buey”, la primera de ellas solo descriptiva, pero la
otra plenamente interpretativa, son verdaderas predica­
ciones asumidas por la voz del locutor, si bien, como lo
son en general las frases apositivas, de segundo plano. El
núcleo predicativo de la oración es “camina”, pero la
carga de sentido recae sobre tales frases, destacadas,
además en la posición focal, al final del enunciado.
Dos términos, por lo demás, nos guían. Uno de ellos
es “desesperanza”: rasgos de virtualidad positiva, de fu­
turo, pero, otra vez, negados, ahora por un prefijo:
“­des”. El otro es “cautiva”, en que el sistema ya apunta­
do de libertad/no libertad, apertura/clausura, vuelve a
manifestarse, realizando, una vez más, su polo negativo.
Todo ello nos lleva a constatar que en la economía del
relato es la imagen del buey la que se carga de sentidos,
implícitos o explícitos. Para completar el círculo sólo
faltaría trasladar atributivamente tales valoraciones a
los humanos, y en especial al protagonista central del
relato, al campesino. Para decirlo más claramente: que­
da por asumir que “buey” es un predicado metafórico del
personaje y que, los rasgos semánticos de libertad vir­
tual, no realizada, de desesperanza, de cautividad, deben
asignársele a él.
Y aunque es difícil que un lector atento no realice es­
tas asociaciones, el narrador no lo ha hecho discursiva­
mente.
48 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

A favor de dar ese paso interpretativo, no obstante,


relevamos dos indicios.
Al menos fuerte podemos describirlo como un juego
metonímico de contigüidades. Salvo en el párrafo 8 de la
ET1 el texto pone en paralelo enunciados vinculados al
buey, con otros referidos al campesino y a la niña. Y en
ello, dos relieves: el cuento se abre y se cierra con la
imagen del buey. Este actor que sólo ocurre en la ET1, y
no en la ET2, que no tiene ningún rol en la historia del
intercambio de la niña por el Winchester, sólo puede te­
ner un sentido de otro orden.
Más decisivo: tal actor, sin presencia en la historia, es
el que ha sido elegido para titularla.
Comenta Umberto Eco a propósito del nombre de su
novela El Nombre de la Rosa: “Un narrador no debe su­
ministrar interpretaciones de su propia obra; de otro
modo no hubiera escrito una novela, que es una máqui­
na para generar interpretaciones. Pero uno de los prin­
cipales obstáculos para poner en práctica este virtuoso
propósito es el hecho mismo de que una novela debe te­
ner un título. Desgraciadamente, un título ya es una cla­
ve interpretativa.” Luego de ello, ejemplificando con su
obra, nos revela algunas de las argucias a que pueden
apelar los autores para sustraerse de esa tensión.
Blas Tadeo Cáceres en su relato ha esquivado el pro­
blema de la siguiente manera: no ha seleccionado para el
título a ninguno de los componentes de la historia, ni a
sus actores ni a sus acciones; mucho menos a ninguno
de los valores en conflicto. Por el contrario, nos ha pro­
puesto una imagen, una imagen marginal. Esa imagen
no obstante, se halla cargada de connotaciones cultura­
les, que el mismo relato ha elaborado, aunque con to­
ques sólo mínimos. Una imagen que de una manera sutil
El Buey ­ Ensayo de análisis 49

le permite aludir tangencialmente a los actores, a las ac­


ciones y a los valores. La estrategia, a la vez, oculta y re­
vela. Precisamente: lo que Umberto Eco consideraba la
solución ideal para un título.
El manuscrito previo que tuvimos a la vista en la
primera versión de este estudio, nos ofrece otras claves a
este respecto. Señalemos algunas:
La más significativa es que el título, en vez de “El
Buey” era, sin determinante: “Buey”. Sobre esa base,
podíase especular con su valor conceptual, más que ac­
tancial, esto es, como el de una simple predicación. En
ese esquema, el lector sólo debía reponer el sujeto co­
rrespondiente.
Lo mismo se daba en la frase inicial, que decía así:
“Buey arando, buey.” El mismo fenómeno: ausencia de
determinante. Se trataba de un enunciado sin verbo
conjugado y sin sujeto. De los dos términos de que se
componía, el primero, por obra del gerundio “arando”
nos mostraba una situación; el segundo, en cambio, por
su composición puramente nominal inducía a ser inter­
pretado como la atribución de una propiedad, casi una
definición. El lector podía preguntarse con derecho: ¿de
quién habla? Y la respuesta parecía obvia.
El texto definitivo, se comprueba, nos ha privado de
estos soportes para la interpretación: ahora el buey apa­
rece como un actor más, si bien con las restricciones que
hemos señalado.
Estos y muchos otros indicios parecen señalar una
misma voluntad: el autor ha querido dejar apenas unas
pocas huellas para guiarnos en una lectura valorativa,
las mínimas. Destaquemos una sola más, igualmente
indirecta, de entre otras que quisiéramos traer a cuento
y que no hacemos por no abundar.
50 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

En el párrafo 9, donde el texto definitivo dice: “Dicen


que empieza otra vez la revolución. Parece que el coronel
cruzó el río”, decía antes: “Viene un jefe grande, del sur.
Parece que comienza otra vez la revolución”. Tal men­
ción al sur, en ese párrafo, nos permitía conectar con la
imagen del buey del párrafo final, durmiendo de pie, “la
grupa al sur”, como otra imagen más de la denegación
del tercer objeto relevado, el de la revolución; como un
modo de dejar, otra vez, establecida la resignación del
buey que continúa, aún en sueños, todavía, arando.

Consideraciones finales
El análisis que precede es sólo parcial.
Nos hemos centrado en el juego de las voces, y, par­
tiendo de allí, en el de las perspectivas humanas que
motiva la historia.
Al hacerlo, hemos intentado exhibir a partir del aná­
lisis la solidez de un relato que, a primera vista se nos
mostraba muy atractivo y denso. El desarrollo del tra­
bajo, creemos, no ha hecho sino confirmar la impresión
inicial revelando el ajustado juego de sus mecanismos
discursivos.
Lo más notable es de qué manera las voces se articu­
lan unas con otras y cómo, sin una voz narrativa que los
conecte discursivamente van emergiendo los sucesos
pasados y sus proyecciones futuras, y cómo ellos entran
en esquemas de valoración.
Entre esas voces, la del narrador se muestra como un
gestor que pone en escena a su personaje, en un juego
casi teatral, y lo deja hablar, sin presentarlo ni interferir.
Esa prescindencia, tal como hemos visto, llega hasta
el punto de que las marcas de locución se hallan casi to­
El Buey ­ Ensayo de análisis 51

talmente ausentes y para rastrear axiologías es necesario


rebuscar en señales casi todas indirectas.
Tales características conllevan una cuestión metodo­
lógica que impactó de lleno en nuestra tarea: la de la
tensión entre las dos operaciones típicas de toda recep­
ción, entre lo que podemos denominar, por un lado, el
análisis y, por el otro, la lectura.
El primero, supone el relevamiento de los datos de la
forma lingüística, sus marcas estructurales y sus relie­
ves. Es un procedimiento metódico, guiado, por supues­
to, por una teoría, esto es, por un conjunto de supuestos
e hipótesis generales.
La lectura, en cambio, supone riesgos, y no tiene por
qué detenerse en el punto al que llega el análisis.
La atribución o no del término “buey” como predica­
do del campesino, por ejemplo – pero no sólo allí ­ ilus­
tra, casi dramáticamente, esa borrosa frontera. Vacila
en traspasarla el analista, que, como no puede ser de
otra manera, es antes que nada, un lector. La solución
parece ser una sola: el analista consigna la posibilidad y
el lector toma su decisión.
52 Eduardo Bibiloni y Nelly Kesen

Bibliografía de autores mencionados

Bajtín, M. (1985). Estética de la creación verbal, México, Si­


glo XXI Editores.
Ducrot, O. (1984). Le dire et le dit, Paris, Minuit.
Ducrot, O. (1988). Polifonía y argumentación, Cali, Universi­
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Eco, U. (1985). Apostillas a El Nombre de la Rosa. Segunda
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Greimas, A. J. y Courtès, J. (1982). Semiótica. Diccionario
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Greimas, A. J. y Courtès, J. (1989) Semiótica. Diccionario ra­
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Spitzer, L. (1955). Perspectivismo lingüístico en El Quijote.
EN: Spitzer, L. Lingüistica e historia literaria. Traducción
de José Pérez Riesgo. (Biblioteca Románica Hispánica, Es­
tudios y Ensayos, 19). Madrid, Editorial Gredos.
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Este libro se terminó de editar en el mes de mayo de 2019


Editorial Universitaria de la Patagonia (Edupa)
Comodoro Rivadavia, Chubut, Argentina

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