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Por qué escribimos literatura.

Reflexiones sobre las prácticas de taller literario en contextos de encierro

Julia Satlari
Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Argentina

Resumen (200 palabras):


En este trabajo exploramos dos textos producidos en el marco de talleres de lectura y escritura
dictados en contextos de encierro: “Sin título” de Botija, y “La molestia” de Ivan L. producidos en el
Taller de Narrativa del Centro Universitario de Devoto y el Taller de Literatura del Centro de
Régimen Cerrado San Martín, respectivamente. Desde esas experiencias y materiales
problematizamos los estereotipos que condicionan la escritura en la cárcel y la noción de literatura
como institución, además de situar los objetivos de la extensión universitaria y la relación con el
lenguaje en esos ámbitos. Por otro lado, contrastamos los textos con obras de autores
reconocidos, abordadas en los talleres, considerando desde la secuencia narrativa hasta las
estructuras oracionales, los usos lingüísticos y palabras empleada. De este modo, dejamos
planteada una serie de propuestas para seguir indagando la apropiación de procedimientos
técnicos por parte de los participantes de los talleres.

En este trabajo, surgido de la experiencia en el dictado de talleres de extensión que promueven la


lectura y la escritura de textos de ficción en contextos de encierro, nos proponemos abordar un
pregunta específica en relación con la literatura como condición de posibilidad de la incorporación
de nuevos recursos que permitan reelaborar -”literaturizando”- las vivencias del encierro.
Tomamos como punto de partida la siguiente observación:
Al mirar de cerca los textos que se producen en la cárcel – sobre todo aquellos que podemos
llamar “literarios” o “ficcionales”- podemos leer el testimonio, pero también distintas formas de
contar o retratar el encierro, de lidiar y hasta de jugar con con su temporalidad y espacios vueltos
palabras. (Parchuc: 2014, 70)

En este caso, nos ocuparemos puntualmente de rastrear la relación que establecen los textos
producidos con los textos leídos en los talleres. Para eso tomaremos dos cuentos que dan cuenta
de dos experiencias distintas. En primer lugar, “Sin título” de “El Botija”1, producido en el marco del
Taller de Narrativa del Centro Universitario de Devoto (CUD)2. Luego abordaremos “La molestia”

1
Respetamos el seudónimo con que el autor eligió publicar su cuento en ​La Resistencia​. En relación a Iván
López modificamos parcialmente su nombre para respetar su anonimato. En relación a la utilización o no del
nombre propio en el contexto de encierro y los riesgos de que circule en el afuera esperamos poder ahondar
en otra ocasión.
2
Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Primer cuatrimestre de
2017 en el marco de la Diplomatura en Gestión Sociocultural para el Desarrollo Comunitario. Docentes:
Lucas Adur, Inés Ichaso, Julia Satlari.
de Iván López, producido en Taller de Literatura del Centro de Régimen Cerrado (CRC) San
Martín3.
En primer lugar, contextualizaremos las experiencias de extensión que habilitaron los espacios en
que estos textos fueron producidos para luego profundizar en el análisis de los cuentos que
seleccionamos y finalmente proponer algunas conclusiones.
En el 2010, Luciana de Mello y María Elvira Woinilowicz comenzaron a dictar el Taller de Narrativa
en el CUD. La experiencia del primer año del taller y muchos de los textos que se produjeron en
ese periodo están compilados en ​Ninguna calle termina en la esquina. Entre las primeras
impresiones de las docentes que por primera vez ingresaban a la cárcel, aparece esta reflexión:
“… la literatura es una de las artes más elitistas que existen, tradicionalmente asociada a
competencias que vinculan el nivel de educación con la posibilidad de abordar la lectura o la
escritura de textos de ficción.” (De Mello, L. y Woinilowicz: 2016, 21)
Existe una representación de la escena de lectura identificada con el varón blanco privilegiado,
como señala Leonor Silvestri en la compilación de Yo No Fui (Rosel: 2006, 158) que se socava a
partir de la democratización no solo de las herramientas discursivas, sino de la discusión sobre el
lenguaje en sí misma4.
El Taller de Narrativa en el CUD se pensó desde un primer momento como un espacio vinculado a
la carrera de Letras que comenzaba a dictarse en Devoto. Sin embargo, el alcance propio de los
espacios de Extensión Universitaria trasciende ese marco de acción en tanto busca garantizar por
igual la participación de estudiantes universitarios y no universitarios. En todas las experiencias
del taller han participado estudiantes de distintos niveles educativos, lo que enriquece la dinámica
de los encuentros y nutre la participación con reflexiones heterogéneas. A la vez, los textos
producidos en el taller a partir de los encuentros y los textos, se publican en ​La Resistencia​,
revista que editan los estudiantes que participan del Taller Colectivo de Edición, también parte del
Programa de Extensión en Cárceles de la UBA. La publicación permite que los textos puedan
circular y difundirse fuera de la cárcel.
En relación a los talleres que dictamos en Centros de Régimen Cerrado las experiencias previas
también se proponían en primera instancia como espacios de acompañamiento a la educación
formal, en este caso, la escuela media, como se da cuenta en el libro ​Apropiaciones descarriadas:
mediaciones del profesor de letras en contextos de encierro adolescente5. En la introducción de
Mirta Gloria Fernández, uno de los primeros señalamientos en relación a la experiencia tiene que
ver con la necesidad de barrer con los estereotipos en relación con la infancia:

3
Segundo cuatrimestre de 2017. Convenio entre la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y el Consejo de
Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires. Docentes: Daniel Fernández, Inés Ichaso, Julia
Satlari.
4
Cfr. “Literatura” en ​Marxismo y Literatura​ de R. Williams.
5
El enfoque de esta experiencia es distinto de los mencionados anteriormente en tanto se sitúa en la
necesidad de deconstruir la figura docente ya que la actividad se enmarca en la Cátedra de Didáctica
Especial en Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Las investigaciones llevadas a cabo por esos años (…) exhibieron, entre otras cosas, el particular
desajuste entre las representaciones acerca de la infancia y la adolescencia que suelen exponer
ciertos medios de comunicación, y la producción escrituraria real y concreta, unas veces en forma
poética y otras en prosa, por parte de diferentes grupos de chicos en situación carcelaria que
mostraban, en el marco de la actividad, dimensiones de sus vidas soslayadas por los estereotipos
discursivos y por cierto determinismo social. (Fernández: 2016, 6)
Entendemos que muchas de estas apreciaciones en términos de estereotipos y representaciones
sociales se ponen en juego en los textos producidos y a veces incluso determinan sus marcos de
recepción.
Asimismo, en el mismo volumen, Luisina Abrach y Sabrina Charaf dan cuenta de cómo, en
relación con el adentro y el afuera “el relato viene a operar como la relación entre ambos espacios”
(Fernández: 2016, 127) y problematizan la recepción de los textos en tanto despiertan interés
mayormente por haber sido producidos en contextos de encierro.
Los talleres de extensión tienen distintos objetivos que abarcan diferentes aspectos de la vida
universitaria ya sea la formación de docentes y la generación de prácticas territorializadas o bien,
del otro lado, el aporte que desde la academia se puede hacer a la comunidad. Por eso la
necesidad de conceptualizar la experiencia para profundizar en nuestras reflexiones.
En los talleres intentamos siempre generar instancias de escritura a partir de lecturas que generan
reflexiones temáticas y técnicas. El equipo de talleristas propone textos distintos en cada
encuentro que habilitan distintas consignas y propuestas para la escritura6. A continuación,
trabajaremos con los cuentos seleccionados.
En primer lugar, “Sin Título” de Botija:
Era febrero o marzo de 2003, recién llegado de Córdoba, sabía que algo en mí estaba pasando. O
mejor dicho, alguien me estaba faltando y ese alguien era mi papá, mi viejo, Walter; o Willie, como
le decían los pibes –no tan pibes– de los “Bisontes”, el grupo de motociclistas del cual mi viejo
formaba parte. La mayoría era de Atlántida, Parque del Plata, Las Toscas, alguno que otro del
Departamento de Maldonado, Rocha o Montevideo, todos buena gente. Por lo que me acuerdo, si
bien yo tenía unos quince años, en su mayoría laburantes. Pero creo que ese alguien, ese papá,
ese amigo que yo sentía que faltaba era algo así como una ayuda, un límite, por decirlo de alguna
manera “un poco de mano dura”. Mi vida –para la edad que tenía– iba de mal en peor, los vicios
en general cada vez se hacían más dueños de mis días y acá en Buenos Aires me las veía pa’l
carajo.
Llegué de viaje en Cacciola, me encanta el agua, sobre todo sentarme en la punta de la lancha,
armarme un fasito y disfrutar el viaje solo, como me acostumbré de chico, siempre me manejé
solo.
Una vez en tierra uruguaya –más precisamente en Carmelo– tenía que llegar a Las Toscas, donde
vivían mi viejo y el Negro Matías (mi tío); para eso tenía que irme hasta Montevideo y ahí tomarme
otro bondi –o mejor dicho, en charrúa, el ómnibus– hasta Las Toscas, Km 47 de la Interbalnearia.
Ya de noche, con dos bolsos, una mochila y un cansancio bárbaro, pero con el entusiasmo de un
pibe que ha viajado de un país al otro para reencontrarse con su papá, llegué hasta el rancho de
chapa en el que vivían los dos provisoriamente mientras edificaban. Pero la cara de orto de mi
viejo era más grande que el entusiasmo de verme y encima sus palabras fueron: “¿Qué haces
acá?, mirá que mañana nos vamos a trabajar al campo”. Fue como una patada en los huevos.
Comimos una fritanga con el negro Matías, mi tío, y entre charla y charla me invitó a fumar uno.

6
Cfr. NC y Redes
Nos acostamos a dormir y al otro día a las 6.30 h ya escuchaba el motor de la Orex 350 del 47, si
mal no recuerdo, que parecía un Fusca, al mejor estilo Willie, con equipaje que, más que un viaje
por laburo, parecía una mudanza.
Me acuerdo que fuimos a hacer un laburo de albañilería a la loma del orto, un pueblo que se llama
Sarandí Grande, en el departamento de San José. Nos alojamos en una caballeriza del dueño de
la casa en la que teníamos que laburar. La primera noche salimos por el centro, que eran dos
cuadras con cuatro locales, entre ellos un bodegón viejo que cumplía varias funciones según el
horario. Antes de ir a cenar y ver el partido de Argentina vs. Uruguay, nos encontramos con el
Canario, un amigo de Willie; laburaban juntos en la construcción. Encaramos para el lado de la
plaza del centro, la plazoleta Artigas y, charla va charla viene, el Canario me pregunta:
–¿Vo’ gurí, te pensás quedar a vivir?
–Eh, no creo, en principio vine a visitarlo a mi viejo. Tengo una vida en Buenos Aires y toda mi
familia allá– respondí.
–¿Fumás?– me preguntó y arrancó medio faso que tenía armado. Lo miré a mi viejo y fumé,
esperando un bolazo como mínimo, pero solo estiró la mano para que le pase el porro y fumar con
nosotros. No lo podía creer, estaba fumando porro con mi papá, era una experiencia buenísima,
ya el clima de mierda ese que había cuando llegué se empezaba a transformar en unas
vacaciones ideales. Nos saludamos con el Canario y fuimos al barsucho ese que, según el
horario, ampliaba los servicios que te ofrecía. Le pedimos al mozo: yo, una milanesa con papas
fritas y papá se pidió un asado con ensalada y una Pilsen. Y arrancó el partido. Al primer gol de
Argentina lo grité yo solo, los yorugas me miraban, me querían comer crudo y Willie, entre el faso
y la cerveza (no habían pasado ni cinco minutos de que habíamos hecho el pedido):
—Mozo, mozo, ¿qué pasa con la comida, que no viene?
—Caballero, están preparando su pedido— contestó el mozo con su mejor cara de ojete.
Entre que yo gritaba los goles y mi viejo que estaba reporreado, en cualquier momento nos
echaban a la mierda. Cenamos y Willie me dice:
—Hijo, vos me vas a esperar en la plaza, ahí con los chiquilines, que yo tengo que hacer un
trámite.
—¡Ja! Un trámite un sábado a las dos de la madrugada papá, yo tengo 14 años, anda tranquilo
que yo te espero— le dije.
Eran las 6 de la mañana y mi viejo venía a lo lejos, parecía que venía haciendo zigzag del pedo
que traía, me di cuenta de que verme lo relajó. Nos abrazamos y encaramos para la caballeriza
donde habíamos tirado un colchón de dos plazas en el piso para dormir juntos. No va que al lado
mío se me aparece una rata, lo peor que me puede pasar, las odio, no es miedo, es asco,
impresión, no sé, se me cuento) 15 frunce el culo y se me pone la piel de gallina cada vez que veo
una. No es miedo, aclaro, es asco. Mi viejo a todo esto roncaba como un perro, se ve que el
trámite lo dejó arruinado.
Los días transcurrían y nunca laburamos, ahora que me doy cuenta; tampoco gastábamos mucho
que digamos. Ahí la conocí a Lore. Yo tenía 14 y ella unos 19 o 20 años, era una masa la
paisanita, o –como le dicen en Uruguay a la gente del campo– la canaria. La pasaba bien con ella;
en realidad, estaba más tiempo con ella que con mi viejo. Era otro mambo, nada que ver con esta
ciudad. En mi corta vida viví tantas cosas y, sobre todo, estilos y experiencias de vida totalmente
diferentes; será esa costumbre de tener que adaptarme a lo que hay, es por eso que quizás lo que
hoy vivo lo llevo dentro de todo bien.
Fue como un amor de verano, imaginate, me decían “el argentino” y era bastante facherito de
pendejo. Aparte, mi viejo era bastante mujeriego, un pirata. Ahora que veo la vida con otra mirada,
me doy cuenta de que papá no estaba bien, teniendo en cuenta que era un flaco de 35 o 40 años,
separado desde hacía unos 7 u 8 años de su mujer de toda la vida, mamá de sus cuatro hijos, y
alcohólico.
Me pareció que en ese momento yo tenía que volverme. Fui con el objetivo de aferrarme a un
padre que no estaba en casa hacía mucho y yo tenía la necesidad, siendo tan chico, de parar con
algunas costumbres porque iba de mal en peor y no encontré lo que buscaba. Bah, al amigo sí lo
encontré, con el que fumaba, tomaba, salía de joda siendo tan chico y al final era más de lo mismo
que vivía acá en Baires.
Me volví.
Al mes estaba preso en el San Martín, donde estuve ocho meses, de ahí me trasladaron a una
comunidad terapéutica con el objetivo de hacer un tratamiento; a las tres horas había saltado el
paredón y me había tomado el palo. Otra vez lo mismo.
Mi vieja ya no sabía qué hacer, no llegué al mes que otra vez estaba preso… Roca, Belgrano, etc.,
etc. En 2013, después de mucho sin verlo a Willie, ya había estado diez años preso. Conseguí lo
que hacía mucho venía buscando, que eran las salidas transitorias.
Me propuse reconstruir todo ese vínculo con mi viejo, salí una vez y me había organizado que la
próxima salida iba a ir a verlo. Pero una noche estaba tomando unos mates con el negro Maxi y
me avisan que tenía teléfono, cosa rara, nunca me llamaba nadie. Era mi vieja para avisarme que
ya no iba a poder verlo a papá.
Papá había muerto.

En principio, uno de los cuentos “estrella”7 que resuenan en el relato de Botija es “El bosque
pulenta” de Fabián Casas, que resultó ser un texto disruptivo en algunos sentidos y hasta
revulsivo8 en otros. En este sentido, la lectura de este cuento nos da pie para abrir la discusión
acerca del lenguaje literario a partir del léxico que emplea y las formas coloquiales del lenguaje
que aparecen tanto en la voz del narrador como en los diálogos. Nos permite, entonces, poner en
cuestión la impostación del lenguaje literario que a veces obstaculiza la producción textual cuando
no puede desligarse de una representación de la literatura más bien tradicional y hoy en día,
anacrónica.9
A partir de la lectura, cuando trabajamos “El bosque pulenta” en el taller, -como hacemos con
cualquier otro texto-, damos lugar a las impresiones y comentarios de los participantes y luego
orientamos con preguntas su atención hacia los recursos narrativos que nos interesa “develar”. En
este caso algunas fueron: ¿cómo están descritos los personajes? ¿Qué lugares aparecen? ¿Qué
efecto produce el hecho de nombrar lugares reconocidos por quienes transitamos la ciudad de
Buenos Aires, como la plaza Martín Fierro, el parque Rivadavia, entre otros?
Luego de esta primera aproximación más intuitiva al análisis, abordamos los elementos formales
que nos interesan. A partir de “El bosque pulenta” ponemos en juego elementos ya conocidos y
algunos nuevos: el relato de iniciación, la figura del mistagogo, la construcción de verosimilitud en
relación con los detalles10, la definición de personajes a partir de la extracción de uno o dos rasgos

7
Hay una lista virtual de textos que usamos en los talleres, así como “cada maestro su librito”, podemos
decir que cada tallerista anda con sus textos “estrella”, los que funcionan siempre, los ​top ten​, los ​hits​.
Esperamos profundizar en esta idea, ya que nos resulta interesante rastrear estos textos y compararlos así
como buscar sus límites, ¿hasta qué punto no pueden ser también una trampa?
8
Así, en otro espacio, el Bachillerato Popular Mocha Celis, contexto que comparte con el encierro la
particularidad de estar poblado de estudiantes que fueron exlcuidos/as de la educación formal y lograron
retomar sus estudios recién en la vida adulta, la lectura de este cuento en una clase de Lengua generó
fascinación en los y las estudiantes más jóvenes mientras que las más adultas del grupo lo consideraron
revulsivo y negaron rotundamente la posibilidad de que pueda ser considerado Arte o Literatura.
9
Cfr. Fernández, 2016, p. 68.
10
En términos del “efecto de lo real” propuesto por Barthes.
que los caracterizan, el barrio, la mención de calles y plazas que quienes habitamos Buenos Aires
podemos identificar, los códigos de grupo, así como también su puesta en cuestión:

¡Miren!, dice el gordo. Cruzando la calle, debajo del farol, en diagonal, se acerca Musculito. Todos
empezamos a cantar: Musculito Musculito Musculito/ te rompemos/ el culito. Musculito se sonríe.
Tiene apenas 17 años y un cuerpo trabajado a full en un gimnasio. (Casas: 2017, 48)

En “El bosque pulenta” el discurso es coloquial, cada detalle colabora con reconstruir una época,
las modas, los usos y costumbres en un tono propio de la cotidianidad porteña: “Es el invierno del
‘78. Hace un frío de puta madre. “Frío- mundial ‘78”” (Casas:2017, 41). Estos usos del lenguaje
ayudan a deconstruir y desmitificar el lenguaje literario. La literatura también puede hablar de
pajas, de “putos”, de piñas, sin rebusques ni eufemismos.
Al llamar la atención sobre los códigos de grupo, se suscitaron relatos de la propia experiencia de
los participantes que se sentían identificados con las escenas del cuento en relación a la banda de
amigos y la “pica” entre barrios, sobre todo. Habíamos tenido experiencias similares con otros
textos en encuentros anteriores que suscitaron comentarios de la propia experiencia y despertaron
el anecdotario de los participantes incluso al punto de interrumpir la lectura. La reacción a raíz de
la sorpresa de encontrarse con elementos conocidos se dio en el primer caso en relación a la
infancia de muchos participantes cuando en “Gengis Khan” de Leonardo Oyola aparecen los
Titanes en el Ring y en el segundo a la experiencia cotidiana con “Las cosas que perdimos en el
fuego” de Mariana Enríquez. Estos textos, tanto como las referencias geográficas e idiosincráticas
de “El bosque pulenta” llaman la atención en tanto nos permiten imaginar una literatura mucho
más próxima, por un lado, y que nuestros recuerdos, nuestros programas de tele de la infancia, la
chica que pide plata en la línea D del subte, pueden aparecer en la literatura que escribimos, dado
que ya entraron en la literatura que leemos11.
El otro “hit” que resuena en “Sin título” es “El Padre” de Dal Masetto. Es un texto que dimos en
repetidas ocasiones en el taller. María Elvira y Luciana, relatan cómo fue la lectura del texto en su
experiencia:
Cuando leemos a Dal Masetto, vemos que en la historia del padre está contenida -y silenciada- la
del hijo, los dos van desandando juntos ese destino de inmigrantes con una lengua nueva por
conquistar. Una lengua nueva y extraña que los recorta del paisaje que ahora habitan y, a su vez,
el silencio cargado que se impone entre ellos, entre ese padre y ese hijo que vuelven hacia la
casa, de noche, luego de la jornada de trabajo (...) (De Mello y Woinilowicz: 2016, 34).

En relación con esta lectura, proponemos la consigna de escribir a partir de imágenes.


Un problema que se nos había planteado en el equipo tenía que ver con la necesidad de generar
opciones al relato autobiográfico que suele caracterizar los primeros textos producidos por los

11
En el capítulo 5 de NC, las autoras relatan cómo a partir de las reflexiones a raíz de ​El juguete rabioso​ de
Roberto Arlt, los estudiantes llegan a la conclusión de que “”La ficción es una operación”, “Los recuerdos
son ficción”, “Narrar es como jugar al póker: todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está
diciendo la verdad””. (De Mello y Woinilowicz: 2016, 87)
participantes del taller. Muchas veces la escritura se torna demasiado explicativa o descriptiva y
eso atenta contra el ritmo y la verosimilitud de los relatos. Nos hemos topado también con la
imposición de la lengua literaria que implica en parte tener asociada a la literatura a un uso del
lenguaje específico y para nuestros días, anacrónico y plagado de muletillas que solo dificultan la
lectura12.
En “Sin título”, el hecho de que resuenen los dos textos mencionados anteriormente indica que en
la escritura se ponen en juego no solo la lectura inmediatamente anterior sino todas las previas.
La experiencia puede ser plasmada en un relato con recursos habilitados por esas lecturas
propuestas en los encuentros del taller. En primer lugar, encontramos las resonancias del cuento
de Dal Masetto en la tematización del vínculo con el padre que organiza el relato. Pero a la vez, la
lengua coloquial actual no exenta de insultos y usos “groseros” de la lengua tanto como la
problematización de la figura del mistagogo remiten a “El bosque pulenta”.
El narrador relata su viaje a Uruguay para encontrarse con su padre con la ilusión de encontrar
“una ayuda, un límite, por decirlo de alguna manera un ‘poco de mano dura’”. En cambio:
“la cara de orto de mi viejo era más grande que el entusiasmo de verme y encima sus palabras
fueron: “¿Qué haces acá?, mirá que mañana nos vamos a trabajar al campo”. Fue como una
patada en los huevos. Comimos una fritanga con el negro Matías, mi tío, y entre charla y charla
me invitó a fumar uno.” (​La Resistencia:​2017, s/n)

En cuanto a otros elementos, aparece el lugar del anti- mistagogo que se revierte en tanto la
autoridad o la distancia con la figura paterna se anula por hitos como compartir un faso con el
viejo o no creerle cuando le dice que tiene que hacer un “trámite”. Ese mistagogo dudoso e
invertido, cuasi antihéroe puede ponerse en serie con Máximo en tanto fisuran el lugar de maestro
como figura de autoridad que muestra el camino del “bien” o el progreso. Más bien ponen en
cuestión la admiración o la ilusión que generan y llaman la atención sobre cuáles son los modelos
o las faltas en los roles que les fueron asignados como maestros, ya sea como padre ausente que
establece una relación de amigos con el hijo al que prácticamente no conoce, ya sea como amigo
que se borra en momentos clave.
Si bien la experiencia resulta idílica en relación a ese verano con su historia de amor y la relación
-en otros términos pero cercana al fin- con el padre, se rompe con el regreso a “Baires”:
Me volví. Al mes estaba preso en el San Martín, donde estuve ocho meses, de ahí me trasladaron
a una comunidad terapéutica con el objetivo de hacer un tratamiento; a las tres horas había
saltado el paredón y me había tomado el palo. Otra vez lo mismo. Mi vieja ya no sabía qué hacer,
no llegué al mes que otra vez estaba preso… Roca, Belgrano, etc., etc. (​La Resistencia:​2017, s/n)

El relato concluye con la muerte del padre. La parte más reflexiva del final del texto de Dal
Masetto, en “Sin Título” aparece al comienzo. Sin embargo, la noticia de la muerte llega a los
narradores de manera similar: mediada por otro discurso. En el primer caso citado en discurso

12
Ídem nota 9.
directo cuando se produce el encuentro cara a cara entre el protagonista y su cuñado: “Papá
murió” y en el segundo, a través de la voz de la madre en el teléfono, como discurso indirecto:
“Papá había muerto”. En este segundo caso, la manera de recibir la noticia aparece circundada
por las condiciones de encierro.

Pasamos ahora a “La molestia”, de Iván López:

Lo levantan cuando quieren. Se molesta y rezonga, hace lo que le dicen y sigue molesto.
Baja a desayunar con cara de culo y chinchudo uno le dice una grosería y tratando de evitar
problemas lo ignora.
Sube al engome. Se acuesta trata de apaciguarse, lo llaman (“¡López!”), se levanta gritando:
“¿Qué pasa?”. “Entrevista”, le dicen.
Baja a la entrevista y habla con un defensor, después de varios minutos charlando y él se da
cuenta de que no va a tener una buena noticia, sigue molesto, sube de nuevo.
Faltan 5 minutos para bajar a comer y se prepara.
Bajan al comedor. Mientras come con sus compañeros, lo agreden verbalmente de nuevo, se
queda callado y no dice nada. Termina de comer y vuelve a subir, lo requisan, a pesar de que no
lleva nada consigo. Sigue molesto.
Lo engoman, se pone a mirar tele y legan las 2 de la tarde, le toca bajar al patio (sigue molesto).
Se pone a jugar al fútbol para distraerse un rato pero resulta que le cometen un faul y él se enoja y
trata de agredir a esa persona que cometió el hecho. Los empleados lo separan y se lo llevan a un
engome peor. Ya sacado con lo “poco” que pasó en este corto día trata de dormir hasta el día
siguiente pero no pudo y siguió molesto hasta las 23:00.
Lo vuelven a levantar y aún más molesto por esto pregunta: “¿Y ahora qué?”.
- Entra un ingreso – le dice un empleado.
- Bueno, que pase.
El ingreso pasa y él le dice:
- ¿Qué onda con vos? ¿Qué vas a hacer, vas a pelear?
El pibe no llega a responderle y le pega un arrebato en la cara. Luego otro y otro. Hasta
desmayarlo no le dejó de pegar.
Después de eso se fue a duchar y el agua salía fría, seguía molesto.

Este cuento surgió a partir de la lectura de “Media hora” de Kike Ferrari en el Taller de Literatura
en el CRC San Martín. En ese contexto, el análisis colectivo es más dificultoso, muchas veces los
participantes se concentran en distintas tareas y el trabajo es prácticamente individual con cada
adolescente, lo que es posible porque los grupos son menos numerosos que en el caso de los
adultos. En este encuentro, Iván y dos más de los jóvenes mostraron interés en el cuento y
pudimos marcar los procedimientos que hasta el momento no habíamos abordado en los
encuentros previos o bien, no habían aparecido en otros textos que hubiéramos llevado al taller.
En “Media hora” el narrador protagonista cuenta una sumatoria de eventos desgraciados que lo
llevan a cometer un hecho de violencia. Tanto en el relato de Kike Ferrari como en el de Iván, la
sucesión de eventos generan en el lector la identificación con el protagonista al nivel de
“comprender”, por decirlo de alguna manera, el exabrupto. En el caso de “Media hora” el narrador
relata sus desventuras en un país ajeno, -a partir de los indicios lo identificamos como un exiliado
del neoliberalismo-, tiene un trabajo mal pago de muchas horas, y acaba de recibir la noticia de
que le negaron la visa a su pareja por lo que deberán estar al menos seis meses más
distanciados. Su escasa media hora de ​lunch time se pierde en la cola del súper. Lo más probable
es que lo despidan. Un rubio que se le sale al paso con su Mustang gris es víctima de una golpiza
inesperada. El protagonista cuenta los minutos para llegar al trabajo.
En el aspecto narrativo, esta media hora se relata con frases breves e iteraciones anafóricas como
“nada importa” que le dan al texto un ritmo ágil y una apariencia atractiva ya que incluso en el
plano visual, la escritura parece menos densa, casi en verso dadas las sucesiones de oraciones
párrafos menores a un renglón. El presente de la narración coexiste con los pretéritos que
irrumpen como breves ​flashbacks a partir de los cuales los lectores reconstruimos los sucesos
anteriores. Aparecen onomatopeyas y oraciones unimembres: “tic-tac” que se repite-, “Sándwich,
dos cuarenta y nueve. Cerveza, uno con veinte. Chicles, veinticinco centavos. Impuesto, veintitrés
centavos. Total cuatro con diecisiete”.
Al final, mientras golpea al rubio del Mustang que es “exageradamente americano” el protagonista
mismo nos da los elementos para comprender el porqué de la violencia contenida:
La cara del tipo del Mustang se desfigura y muta. Ahora es el ex ministro de economía -padre del
plan, uno de los rostros visibles de la recesión y el desempleo-, un golpe. Ahora es Zapata, el
supervisor que me echó de la editorial, otro golpe. Ahora es cada uno de los que me basurearon
mientras buscaba trabajo, otro golpe. El tabique nasal pierde su forma y hay sangre. Ahora es el
pibito apurado que chocó mi taxi, golpe. Ahora es el cónsul negándole a ella la visa, otro golpe
más. La anciana que no entendía ocho con cincuenta y siete, el cajero pelirrojo y con acné, yo
mismo. Golpe, golpe, golpe. (Ferrari)

En el encuentro de taller, luego de compartir en voz alta el texto, llamamos la atención sobre estos
recursos. Les propusimos escribir “un día de furia”.
El cuento de Iván genera casi un pastiche, ya que calca la estructura narrativa de “Media hora”: los
sucesos generan una sumatoria de enojo - “molestia”- que desemboca en un hecho de violencia.
Una de las diferencias fundamentales entre el texto de Iván y el de Kike Ferrari es que el de Iván
está narrado en tercera persona en vez de en primera. Además, no utiliza el presente sino los
pretéritos usuales de la narración.
En “La molestia”, Iván se identifica con el protagonista – se menciona en el relato su propio
apellido- a la vez que logra establecer una distancia: “​Sube al engome. Se acuesta, trata de
apaciguarse, lo llaman (“¡López!”), se levanta gritando: “¿Qué pasa?”. “Entrevista”, le dicen.”
No solo se retoma en el relato de Iván la estructura narrativa sino también el estilo de frases
breves y nominales. Además, aparece el apellido del autor como apellido del protagonista del
relato escrito en primera persona, como otra marca del juego de distancias y acercamientos entre
lo que se escribe y la propia experiencia13.
Otra diferencia se produce al nivel léxico: si bien en el cuento de Kike Ferrari aparecen insertadas
palabras e incluso frases completas en inglés como marca que nos permite establecer el lugar de

13
El análisis de este recurso podría demandarnos un trabajo enteramente dedicado a explorar sus
resonancias y las lecturas críticas que habilita.
los hechos narrados, en el texto de Iván aparecen términos propios de la cárcel como “engome”
que leímos en la cita anterior y otros como “defensor” o “ingreso” que completan su sentido
específico por contexto. En ninguno de los dos cuentos se explicita el contexto de encierro como
escena de escritura, pero en “Sin título” aparece sugerido como lugar de la acción del relato en la
secuencia final mientra que en “La molestia” los lectores debemos reconstruir el topos a partir de
la lengua. Además, encontramos otras piezas léxicas como “Arrebato”, “tele”, “faul” que funcionan
como marcas del cronolecto por un lado, y sociolecto por el otro.
Para Agamben un texto es “donde autor y lector se ponen en juego”14. Encontramos que ciertos
textos convocan o proponen dinámicas creativas a la hora de escribir ya que habilitan usos del
lenguaje y temas que no parecen estar avalados a priori por la Literatura con mayúscula. Es
necesario quebrar algunas representaciones naturalizadas de la literatura como un arte elitista
para que puedan incorporarse nuevos elementos técnicos a la producción.
En lo escrito a partir de los talleres se ponen en juego las experiencias de la cárcel -que no dejan
de estar presentes en los textos de distintas maneras- pero también resuenan las lecturas
propuestas en los espacios de taller y como comprobamos con “Sin Título” no solo entra en juego
el texto relacionado a la consigna que genera ese cuento, sino textos leídos con anterioridad. Las
producciones se apartan de ser estrictamente biográficas o catárticas en tanto establecen otros
juegos de referencia entre el autor y el narrador o protagonista, como es la opción de tomar la
tercera persona. Así logran habitar otros géneros ya que toman recursos propios de la escritura
ficcional y permiten establecer distancias con la experiencia del autor, y a la vez generar otros
efectos en el contexto de recepción. Tanto “Sin Título” como “La molestia” hacen un despliegue
técnico que los habilita a ser leídos no solo como testimonios, sino en relación con el campo o
espacio literario más amplio que habitan.
Escribimos “porque tenemos algo para decir15”, pero hay mucho más para explorar en la escritura
en torno a la habilitación y uso de recursos sobre ​cómo decir​. A partir de esto, como propuesta
proyectada al futuro, habría que indagar las condiciones de circulación y la potencia de los textos
en relación con su filiación a distintos géneros y la posibilidad de exponerse a diferentes
dispositivos de lectura.

Bibliografía

Revista “Más allá de la libertad”, talleres de CRC San Martín- FfyL, UBA, 2017.
La Resistencia​ N°16, Julio de 2017, Editorial de la FfyL, UBA

14
Agamben, Giorgio. “El autor como gesto”. ​Profanaciones, Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2009.
Disponible en: https://ayciiunr.files.wordpress.com/2014/04/agamben-giorgio-el-autor-como-gesto.pdf
15
Poema colectivo producido en el CUD.
Casas, Fabián. (2017). “El bosque pulenta” en ​Los lemmings y otros​. CABA: Emecé.
Dal Masetto, Antonio. “El padre”. Disponible en:
https://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/23-51139-2010-12-28.html
De Mello, Luciana y Woinilowicz, María Elvira. (2016) ​Ninguna calle termina en la esquina.
Historias que se leen y se escriben en la cárcel.​ CABA: EFFyL, UBA.
Fernández, Mirta Gloria (coord.) (2015). ​Apropiaciones descarriadas: mediaciones del profesor de
letras en contextos de encierro adolescente.​ CABA: Ediciones El Hacedor.
Ferrari, Kike. “Media hora” . Disponible en: ​http://www.barcelonareview.com/31/s_ef.htm
Parchuc, Juan Pablo. (2014) “Escribir en la cárcel: acciones, marcos, políticas”. En: ​Boletín de la
Biblioteca del Congreso de la Nación ​n° 128: “Literatura y política”. Buenos Aires.
Rossel, Ana [et. al.] (2006). ​Yo no fui. Antología poética​. Buenos Aires: Voy a salir y si me parte un
rayo.

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