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Elementos Fundamentales de Psicoanalisis CHARLES BRENNER
Elementos Fundamentales de Psicoanalisis CHARLES BRENNER
Elementos Fundamentales de
Psicoanálisis
INTRODUCCION
Por ejemplo, es una experiencia de todos los días el olvidar o extraviar algo.
La opinión habitual sobre tal hecho es que se trata de ―un accidente‖ que
―simplemente ocurrió‖. Sin embargo, una investigación minuciosa de tales
―accidentes‖ en el curso de los últimos sesenta años, llevada a cabo por los
psicoanalistas iniciada por Freud mismo, ha demostrado que de ninguna manera
son tan accidentales como el juicio popular lo considera. Por lo contrario, puede
demostrarse que cada‖ccidete2 de esos fue cuando por un deseo o intención de la
persona afectada, en acuerdo estricto con el principio de la función mental que
hemos estado discutiendo.
El lector apreciara que tal punto de vista sobre los sueños –tema que será
discutido mas in extenso en el capitulo VII es bastante distinto por ejemplo, del
que era corriente entre los psicólogos de educación científica de hace cincuenta
años. Consideraban que los sueños se debían a la actividad al acaso o
incoordinada de las diversas partes del cerebro mientras se duerme. Este punto
de vista es claro, estaba en directo desacuerdo con nuestra ley del determinismo
psíquico.
La razón del gran valor que posee que el paciente renuncie al control
consiente de sus pensamientos es esta: lo que el paciente piensa y dice bajo tales
circunstancias esta determinado por pensamientos y motivos inconscientes. Así,
Freud, al escuchar las asociaciones ―libres‖ del paciente –que después de todo
solo estaban libres del control consciente podría formar un cuadro. Por inferencia,
de lo que estaba ocurriendo en la mente del paciente. Él estaba, por tanto, en una
situación única para poder escuchar los procesos mentales inconscientes de sus
pacientes y lo que descubrió, en el transcurso de años y paciente y cuidadosa
observación, fue que no solo los síntomas histéricos sino también muchos
aspectos normales y patológicos del comportamiento y pensamiento eran el
resultado de aquello que estaba sucediendo inconscientemente en la mente del
individuo que lo producía.
Fue para este segundo grupo de fenómenos que Freud reservo el término
―inconsciente‖ en sentido estricto. Pudo demostrar que el que fueran inconscientes
en este sentido de ninguna manera evitaba que ejerciera una influencia muy
importante en el funcionamiento mental. Además, demostró que los procesos
inconscientes pueden ser muy semejantes a los consientes en precisión y
complejidad.
Hasta las investigaciones de Freud de las ultimas décadas del siglo XIX los
sueños habían sido despreciados como objeto de estudio científico serio y con
todo acierto, se puede agregar, pues antes de el no existo una técnica adecuada
para estudiarlos, con el resultado de que cualesquiera estudios serios que se
hayan hecho han arrojado poca luz sobre ellos. Freud ha llamado la atención
sobre otro grupo de fenómenos, también descuidado antes, que demuestra del
mismo modo como las actividades mentales inconscientes pueden afectar nuestra
conducta consciente. Se producen durante la vigilia, que no en el sueño, y son lo
que en general llamaos lapsos: lapsos verbales, escritos y mnemónicos y demás
acciones similares para las cuales no tenemos un nombre genérico muy exacto en
ingles. En alemán se denominan fehlleistungen, literalmente, actos errados. Como
en el caso de los sueños algunos lapsos son bastantes claros y simples con o
para que podamos adivinar con un alto grado de exactitud y convicción cual es su
significado inconsciente. es manifiestamente fácil olvidar algo que es
desagradable o molesto, como pagar una cuenta, por ejemplo, el joven
enamorado, por otra parte, no olvida una cita con su amada, o si lo hace es
probable que la encuentre pidiéndole cuentas por este signo inconsciente de
descuido del mismo modo que s hubiera sido uno completamente intencional. No
es difícil adivinar que en un hombre joven vacila en sus intenciones matrimoniales
si nos cuenta que mientras manejaba para ir a su boda se detuvo ante una luz de
transito y solo cuando esta cambio se dio cuenta de que se había detenido ante
una luz verde y no roja. Otro ejemplo igualmente transparente, que más bien
pudiera denominarse acto sintomático que el lapso, fue proporcionado por un
paciente cuya cita fue cancelada un día por razones de conveniencia del analista.
El paciente se encontró libre durante el tiempo que por lo habitual tenía ocupado
en concurrir para su tratamiento y decidió probar un par de pistolas de duelo
antiguas, recién adquiridas. De modo que durante el tiempo que habitualmente
hubiera estado yaciendo en el sofá del psicoanalista, ¡estuvo tirando al blanco con
pistolas para duelo! creo que aun sin las asociaciones del paciente uno podría
afirmar con bastante seguridad que se sentía enojado con su analista por haberle
fallado en la cita de ese día. Debemos agregar que como en el caso de los
sueños, Freud pudo aplicar su t6ecnica psicoanalítica para demostrara que la
actividad mental inconsciente desempeña un papel en la producción de todos los
lapsos, y no solo en aquellos en los que la importancia de tal actividad es muy
evidente, como ocurre en los ejemplos que acabamos de ofrecer.
LOS IMPULSOS
Antes de seguir adelante con tales cuestiones teóricas es probable que sea
más conveniente volver hacia los aspectos de los impulsos que están en estrecha
relación con el hecho observables. Hay muchas formas en las que se puede hacer
esto y una tan buena como cualquier otra seria considerar un aspecto de los
impulsos que ha demostrado poseer una importancia particular en la teoría y la
practica, es decir, su evolución genética.
Un punto más hay que aclarar. La similitud entre los deseos sexuales del
niño de tres a cinco anos y los del adulto es tan llamativa, cuando se reconocen
los hechos, que nadie tiene vacilación alguna en llamarlos por el mismo nombre
en el niño y en el adulto. ¿Pero como hemos de identificar las derivaciones o
manifestaciones del impulso sexual en una etapa anterior aun? podemos hacerlo
observando:1 [que en el curso del desarrollo normal se hacen parte de la conducta
sexual del adulto, subordinada y contribuyendo a la excitación y gratificación
genital como sucede comúnmente en los besos, miradas, caricias, exhibiciones y
de mas, y 2[que en ciertos casos de desarrollo sexual anormal [perversiones
sexuales] uno u otro de estos intereses o acciones infantiles se transforma en la
fuente principal de gratificación sexual en el adulto [Freud 1905 b].
Estamos ahora en posición de poder describir en una forma esquemática lo
que se conoce de la secuencia típica de las manifestaciones del impulso sexual
desde la infancia, secuencia que Freud describió en cuanto le es esencial ya en
1905, en sus tres ensayos sobre la sexualidad.
Hacia fines del tercer ano de vida el papel sexual principal comienza a ser
desempeñado por los genitales y de allí en adelante, normalmente, los conservan.
Esta fase del desarrollo sexual se conoce como fálica por dos razones. En primer
lugar, el pene es el objeto principal de interés para el niño de uno u otro sexo. En
segundo lugar, consideramos que el órgano de la excitación y el placer sexual en
la pequeña durante este periodo es el clítoris, el cual embriológicamente en la
mujer es análogo al pene. Para mayor confirmación, puede ocurrir que esto siga
siendo así durante la vida posterior, aunque habitualmente la vagina remplaza al
clítoris en este sentido.
Estas son entonces las tres etapas del desarrollo psicosexual en el niño,
oral, anal y fálica, la ultima de las cuales penetra en la etapa de organización
sexual adulta en la pubertad. Esta etapa adultez se conoce como genital y si se
mantiene un uso adecuado se reservara la frase "fase genital" para ella podemos
incluir aquí que la distinción entre fase fálica y genital es de fondo y no solo de
nombre, puesto que la capacidad para el orgasmo se suele adquirir en la pubertad
únicamente. Empero, no siempre se hace un empleo apropiado en este sentido e
la literatura psicoanalítica y la palabra "genital" se utiliza con frecuencia en lugar
de la correcta que es "fálica". En particular se suele denominar pre genitales en
vez de pre fálicas a las faces oral y anal.
Tenemos buenas razones para creer, empero, que ninguna catexia libidinal
fuerte se abandona jamás por completo. La mayor parte de la libido puede fluir
hacia otros objetos, pero una parte por lo menos permanece normalmente unida al
original. A este fenómeno, es decir, la persistencia de la catexia libidinal de un
objeto de la infancia o de la niñez en la vida posterior, se lo denomina '"fijación" de
la libido. Por ejemplo, un niño puede permanecer fijado a su madre y de ese modo
ser incapaz en la vida adulta de transferir sus afectos a otra mujer, como debería
normalmente ser capaz de hacerlo. Además, la palabra "fijación" puede referirse a
un modo de gratificación. Así hablamos de personas que están fijadas a los modos
de gratificación oral o anal. El uso del vocablo "fijación" indica o implica por lo
común psicopatología. Esto a causa de que la persistencia de las primeras
catexias fue primero reconocida y descrita, por Freud y aquellos que le sucedieron
en pacientes neuróticos. Es probable, como hemos dicho mas arriba, que sea una
característica general de la evolución psíquica. Quizá cuando su proporción sea
excesiva resulte mas apto a terminar en consecuencia patológicas, quizás otros
factores, aun desconocidos, determinen si una fijación ha de estar asociada a una
afección mental o no.
Sin embargo, esta claro que la relación entre el impulso de agresión y las
diversas partes del organismo que acabamos de mencionar no están en relación
tan estrecha como en el caso del impulso sexual. El niño de cinco o seis anos, por
ejemplo, no usa, en realidad, en gran proporción a su pene como arma., por lo
común utiliza sus manos, dientes, pies y vocablos. Pero si es verdad que las
armas utilizadas en sus juegos y fantasías, tales como lanzas, flechas, rifles, etc.,
puede demostrarse mediante el psicoanálisis que representan en su inconsciente
al pene. Resulta, por tanto, que en sus fantasías él se lo encuentra destruyendo a
sus enemigos con su poderoso y peligroso pene. A pesar de ello, debemos llegar
a la conclusión de que el impulso sexual esta mucho mas íntimamente ligado a las
zonas erógenas corporales que el impulso de la agresión a la misma o a una parte
similar del organismo. Quizás esta distinción no valga para la primera fase, la oral.
Es poco lo que el niño de escasos meses utiliza fuera de su boca y podemos
suponer que las actividades orales son la salida principal para sus impulsos de
agresión [morder] y sexual [succionar, tomar con la boca].
EL APARATO PSIQUICO
Sabemos que estas dos hipótesis han de ser nuestros postes indicadores
como lo fueron en la consideración posterior de la teoría psicoanalítica. Como
acabamos de decir, son de una naturaleza primordialmente descriptiva. Sin
embargo en el tema siguiente, los impulsos, nos hallamos de modo inmediato
tratando con conceptos que eran, en lo fundamental de tipo dinámico. Tratamos
de la energía psíquica que impele al organismo a la acción hasta haber alcanzado
la gratificación., del patrón genéticamente determinado de variación de una fase
de organización instintiva a otra, a medida que el niño madura., de las variaciones
individuales que pueden producirse dentro de los amplios limites de este patrón.,
del flujo de la libido y de la energía agresiva de un objeto a otro durante el curso
del desarrollo., del establecimiento de puntos de fijación., y del fenómeno del
retorno de la energía psíquica de esos puntos de fijación que denominamos
regresión instintiva.
En realidad, es característico de la teoría psicoanalítica que nos de justo
ese cuadro dinámico, en movimiento de la mente, y no uno estático sin vida.
Procura demostrar y explicar el crecimiento y funcionamiento de la mente, así
como las operaciones de sus partes y sus interacciones mutuas y conflictos. Hasta
la división de la mete que la toma en varias partes tiene una base funcional y
dinámica, como veremos en este capitulo y en los dos subsiguientes, que trataran
de lo que Freud denomino los elementos del aparato psíquico.
El primer intento publicado que hizo Freud para construir un modelo del
aparato psíquico, fue el que apareció en el ultimo capitulo de la interpretación de
los sueños [Freud, 1900]. Lo describió como similar a un instrumento óptico
compuesto, como un telescopio o un microscopio que esta constituido por muchos
elementos ópticos dispuestos en forma consecutiva. El aparato psíquico debía ser
imaginado como constituido por muchos componentes psíquicos dispuestos en
forma consecutiva y extendiéndose, si se puede emplear esta palabra del sistema
perceptivo en un extremo al sistema motor en el otro con los diversos sistemas de
recuerdo y asociación de intermedios.
Aun en este esquema tan claro de la mente, por tanto, se pueden ver
divisiones de tipo funcional. Una "parte" del aparato reaccionaba a los estímulos
sensoriales, una parte estrechamente relacionada a activarla, producía el
fenómeno de la conciencia, otras almacenaban los trazos del recuerdo y los
reproducían, y así sucesivamente. De un sistema al otro fluía una cierta clase de
excitación psíquica que a su turno le daba energía a cada uno y que estaba
concebida en forma presumiblemente semejante al impulso nervioso. Podemos
apreciar con claridad que ya era intenso el énfasis de Freud sobre un enfoque
dinámico y funcional.
Un ejemplo simple de este segundo grupo seria una orden dada bajo
hipnosis como se describió en el capitulo I, que el sujeto hubo de obedecer
después de "despertar" del trance hipnótico, pero del cual se le ordeno que no
tuviera un recuerdo consciente. En este caso todo lo que había acontecido durante
el trance hipnótico no pudo alcanzar la consciencia por la orden del hipnotizador
de olvidar. O para ser mas exactos, el recuerdo de los sucesos del transe fue
trabado en su incorporación a la consciencia por la parte de la mente del sujeto
que era obediente a la orden de olvidar. Fue sobre esta base funcional que Freud
diferencio entre los dos sistemas que denomino Ics y Pcs. A los contenidos y
procesos psíquicos impedidos de alcanzar la consciencia los llamo sistema Ics a
los que podían alcanzar la consciencia por un esfuerzo de la atención, los llamo
Pcs. El sistema Cs designo claro esta lo que era consiente en la mente.
Ahora bien, ¿cuales son las actividades del ello con relación a su medio en
los primeros meses de vida? A los adultos nos debe parecer casi insignificantes,
pero un instante de reflexión confirmara su importancia y estaremos seguros de
que a pesar de su aparente insignificancia son mas importantes en la vida de cada
uno de nosotros, de cuanto lo serán las adquisiciones subsiguientes.
Todas estas funciones del ego -control remoto, percepción, memoria, afecto
y pensamientos- comienzan, como podemos ver en una forma preliminar y
primitiva y solo evolucionan gradualmente a medida que el niño crece. Tal
evolución gradual es característica de la funciones del ego en general y los
factores responsables del desarrollo progresivo de las funciones del ego su
pueden dividir en dos grupos. El primero de ellos es el crecimiento físico, que en
este caso significa primordialmente el desarrollo del sistema nervioso central
determinado por razones genéticas. El segundo es el de la experiencia o si se
prefiere los factores experienciales. Por razones de comodidad nos referimos al
primer factor como maduración (Hartmann y Kris 1945).
Debemos agregar que algunas partes del organismo pueden adquirir una
gran importancia psíquica en virtud de ser fuente con frecuencia de sensaciones
dolorosas o desagradables y en razón del factor adicional de que a menudo no se
puede huir de dichas sensaciones dolorosas. Si una criatura tiene hambre, por
ejemplo, sigue hambrienta hasta que se la alimenta. No puede ―alejarse‖ de la
sensación de hambre, como puede alejar su mano de un estimulo doloroso y así
interrumpirlo.
Aun hay otro proceso que depende de la experiencia y que tiene un papel
preponderante en la evolución del ego, que se denomina identificación con los
objetos del medio, generalmente personas. Por ―identificación‖ queremos decir el
acto o proceso de asemejarse a algo o alguien en uno o varios aspectos del
pensamiento o conducta. Freud señalo que la tendencia a asemejarse a un objeto
del medio que a uno lo rodea es una parte muy importante de las propias
relaciones con los objetos en general y que parece tener un significado particular
en la vida muy temprana.
Esta tendencia persiste durante toda la vida, pero en los años posteriores
por lo menos es más propensa a ser principalmente inconsciente en sus
manifestaciones. En otras palabras muy a menudo el adulto ignora que en algunos
aspectos de sus pensamientos o conducta o en ambos se esta asemejando, es
decir, imitando a otra persona, o de que ya se ha hecho semejante a ella. En la
vida más temprana es mas probable que el deseo de parecerse a otra persona
sea accesible a la conciencia aunque de ningún modo ocurre siempre así. Un
pequeño, por ejemplo, no hace un secreto de su deseo de parecerse al padre, o
mas tarde a súper man o roy Rogers, mientras que en la vida posterior se dejara
un bigote precisan entre semejante al de su nuevo empleador pero sin estar
conscientemente enterado de su deseo de identificarse con el, subyacente en ese
dejarse un bigote similar.
Sin embargo la mejor evidencia que poseemos esta a favor del punto de
vista de que la identificación esta conectada solo en forma secundaria con la
fantasía de remplazar al objeto admirado con el fin de recibir los derechos y
atributos de la persona admirada. No hay duda de que este es un motivo muy
poderoso en muchos casos en los que desempeña su papel, pero parece que la
tendencia a identificarse con un objeto es simplemente una consecuencia de su
catexia libidinal, puesto que se la puede observar en una época de la infancia muy
anterior a que un motivo como la envidia o cualquier fantasía de remplazo de la
persona envidiada puede ser concebido como factible. Que la identificación puede
ser la consecuencia directa de una gran catexia con energía agresiva es una
cuestión que esta aun pendiente de respuesta.
Deseamos discutir ahora otro asunto que también esta en intima relación
con el tema de la diferenciación del ego y del ‗ello‘ entre si. Trataremos de los
nodos de funcionamiento del aparato psíquico que denominamos procesos
primarios y secundarios (Freud, 1911).
Por esta misma razón, la transición de uno a otro es gradual, tanto desde el
punto de vista histórico – al seguir el crecimiento y evolución de un individuo
determinado como del descriptivo, al intentar el trazado de una línea que delimite
los procesos primarios y secundarios, la estudiar el funcionamiento mental de una
persona cualquiera. No suele ser difícil decir si cierto pensamiento o conducta
posee tales o cuales trazos de procesos primarios o secundarios, pero ningún
hombre puede afirmar: ―Aquí termina el proceso primario y aquí comienza el
secundario‖. El cambio de proceso primario a secundario es de tipo gradual, parte
de la diferenciación y desarrollo de esos procesos metales que forman lo que
denominamos el ego.
Existe otra característica del pensamiento del proceso primario que suele
considerarse como si fuera separada y especial, aunque parezca más bien un
ejemplo de uno de los rasgos que ya hemos discutido, el desplazamiento. Es la
que denominamos representación simbólica, en el sentido psicoanalítico de la
palabra ―simbólico‖.
Los primero intentos del niño para hablar le proporcionan una descarga
para varias catexias impulsivas, como lo hace en general las otras actividades del
ego inmadura, quizá sea difícil o imposible conocer con exactitud y por completo
precisamente que energías impulsivas del pequeño se descargan hablando, pero
podemos estar de acuerdo en varias de ellas; de expresión de un sentimiento de
identificación de un adulto o un hermano mayor y un juego de obtención de la
atención de un adulto. También concordaremos, empero, que con el tiempo el uso
del lenguaje comienza a ser independiente en forma amplia de tal gratificación y
se dispone de el para la comunicación del pensamiento aun en ausencia de tales
gratificaciones directas como las que al principio lo acompañaron: lo que
originariamente fue energía impulsiva a sido neutralizada y esta al servicio del
ego.
Deseamos destacar que la relación entre una actividad tal como el hablar y
la satisfacción de los impulsos es normal en las primeras etapas de la vida. Sin la
contribución aportada por la energía de los impulsos, la adquisición del lenguaje
estaría seriamente dificultada si es que siquiera pudiera producirse. Se pueden ver
ejemplos clínicos de este hecho en mutismo de niños psicóticos y apartados que
no tienen relación de gratificación con los adultos y cuyo lenguaje retorna o se
desarrolla por primera vez solo cuando en el curso del tratamiento recomienzan o
comienzan a tener tales relaciones. Por otra partes si la energía impulsiva
involucrada no se neutraliza lo suficiente, y si en la vida posterior se anula y el
hablar o la energía neutral dispone para ello se reinstintiviza, entonces pueden
interferir conflictos neuróticos con los que hasta ahora había sido una función del
ego a disposición del individuo indiferente a conflictos interiores. Se nos ofrecen
ejemplos de la consecuencia de dicha instintivizacion, en el tartamudeo infantil
(neutralización inadecuada) y en la afonía histérica (reintintivizacion). Podemos
agregar al pasar que la reinstintivizacion (desneutralizacion) es un aspecto del
fenómeno de regresión, al que ya nos hemos referido en el capitulo II y que
volveremos a considerar en el capitulo IV.
EL APARATO PSIQUICO
Freud (1911) llamó la atención sobre el hecho de que la frustración era uno
de estos últimos. En realidad, él consideró que era de gran importancia en la
evolución del sentido de la realidad durante los primeros meses de vida. Señaló,
por ejemplo, que la criatura experimenta muchas veces que ciertos estímulos,
verbigracia, los del pecho y la leche, que son fuentes importantes de gratificación,
se hallan ausentes. Como descubre la criatura, esto puede resultar cierto aun
cuando algunos estímulos determinados están altamente catectizados, es decir,
en este ejemplo, aunque el niño esté hambriento.
La capacidad para decidir si algo es ―sí mismo‖ o no, es obvio que forma
parte de la función general del criterio de la realidad, a uno de cuyos aspectos nos
referimos como establecimiento de límites estables para el ego. En realidad, es
probable que fuera más exacto hablar de límites de sí mismo que de límites del
ego, pero esta última frase ha quedado por el momento mejor establecida en la
literatura.
Para elegir un ejemplo simple, piensen cuán distintos nos parecen algunos
extranjeros según que nuestros respectivos países se encuentren gozando de
relaciones pacificas o se encuentren en guerra. Se trasforman de personas;
agradables, o aun admirables, en gente viciosa y desagradable, ¿Qué es lo que
ha causado ese cambio en nuestra estimación de su carácter? Pienso que
tenemos que estar de acuerdo en que los factores decisivos en la generación de
ese cambio han sido los procesos psíquicos producidos en nuestro interior. Sin
duda que estos procesos psíquicos; son bastante complejos, pero uno puede
adivinar con facilidad que uno de los importantes es el nacimiento de odio por el
enemigo, un deseo de herirlo o destruirlo, y la culpa resultante, es decir el temor al
castigo y al desquite. Es consecuencia de tales sentimientos turbulentos «pe
nuestros hasta entonces vecinos admirables devienen despreciables y viciosos
ante nuestra vista.
Tanto es así, que una perturbación del criterio de la realidad, rasgo habitual
de varias enfermedades mentales graves, se ha constituido en el criterio para el
diagnóstico de las mismas. Las serias consecuencias de tal perturbación sirven
para hacernos resaltar la importancia de la capacidad de discernir la realidad en el
ego en su papel normal de ejecutante del ello. Un sentido de la realidad intacto
faculta al ego para actuar en forma eficaz sobre el medio en interés del ello.
Constituye así un capital valioso para el ego cuando éste se alía con el ello e
intenta explotar el medio con vistas a oportunidades de gratificación.
Contemplemos ahora otro aspecto del papel del ego como intermediario
entre el ello y el ambiente, y en el cual hallamos al ego postergando, regulando u
oponiéndose a la descarga de las energías del ello en vez de estimularla o
facilitarla.
Pero esta revisión de nuestro concepto del papel del ego origina, en
nuestras mentes muchas preguntas que han de ser contestadas. ¿Cómo hemos
dé explicar el hecho de que el ego, una parte del ello que se inició como servidor
de sus impulsos, se trasforme en cierta medida en su amo? Además, ¿qué medio
particular utiliza el ego para mantener en jaque a los impulsos cuando así logra
hacerlo?
Uno de tales procesos, que se ha visto que era una parte principal del
desarrollo del ego y que debe actuar en la forma recién descrita, es la
neutralización de la energía impulsiva. Este proceso de desnaturalización, que
hemos descrito con cierta extensión en el Capítulo III, resulta con claridad en una
reducción de las energías libidinales y de agresión del ello y en un aumento de la
energía a disposición del ego.
Otro de los factores que sabemos son importantes en la evolución del ego y
que desempeña un papel destacado en el desplazamiento de la energía psíquica
del ello hacia el ego es el proceso de identificación. Este también fue estudiado en
el Capítulo III y el lector recordará que consiste, esencialmente, en el hacerse el
individuo semejante a un objetó (persona p cosa) del mundo exterior
psicológicamente importante para él, es decir, muy catectizado con energía
impulsiva.
Freud incorporó al concepto del principio del placer las ideas de que en los
muy primeros tiempos de vida la tendencia a obtener placer es imperiosa e
inmediata y de que el individuo sólo en forma gradual adquiere la capacidad de
posponer el logro, del placer, a medida que se va haciendo mayor.
Ahora bien, este concepto del principió del placer suena parecido al
concepto del proceso primario que tratamos en el Capítulo III. De acuerdo con el
principio, del placer hay una tendencia a obtener placer y a evitar el desplacer,
tendencia que en los comienzos de la vida no da lugar a postergaciones. De
acuerdo con el proceso primario, las catexias de la energía impulsiva han de ser
descargadas lo más pronto posible* y podemos suponer aun que este proceso es
el dominante en el funcionamiento mental de esa época de la vida. Además, en
conexión con el principio del placer, Freud afirmó que con los años hay un
aumento gradual de la capacidad del individuo para postergar la obtención del
placer y el alejamiento del desplacer, mientras que en relación con el proceso
primario formuló la idea de que el desarrollo del proceso secundario y su aumento
de importancia relativa permitía al individuo postergar la descarga de las catexias
a medida que se hacía mayor.
La decisión final de Freud fue, por tanto, de que las relaciones entre los
fenómenos de acumulación y descarga de energía impulsiva móvil, por un lado, y
los sentimientos de placer y desplacer, por el otro, no eran simples ni
determinables. Adelantó una hipótesis: que la razón y el ritmo de incremento o
descarga de catexia podía ser un factor determinante, y ahí dejó la cuestión. Ha
habido intentos posteriores de desarrollar una hipótesis satisfactoria sobre la
relación entre el placer y la acumulación de descarga de energía de los impulsos,
pero ninguna de ellas ' está tan aceptada en la actualidad como para justificar su
inclusión aquí (Jacobson, 1953). .
El lector recordará que, para introducir a esta altura una discusión del
principio del placer, nuestra razón fue la dé facilitar el camino para el tema de la
angustia y es a este asunto que volveremos ahora nuestra atención. La
importancia del principio del placer en la teoría psicoanalítica de la angustia se
hará visible durante el curso de su consideración.
Freud mismo escribió varios trabajos en los que mostró cómo las nuevas
teorías podían rendir frutos cuando eran aplicadas a los problemas clínicos (Freud,
1924 b, 1924 c, 1924 d, 1926). El problema de la angustia es en forma notoria el
caso aislado más importante de tal aplicación fructífera; en él Freud adelantó una
teoría de la angustia de aplicación clínica, basada en las visiones profundas
brindadas por la hipótesis estructural.
Puesto que es parte de la función del ego tanto el dominar los estímulos
sobrevivientes y el descargarlos en forma efectiva, sería de esperar que las
situaciones traumáticas se produjeran con más frecuencia en los primeros meses
y años de vida, cuando el ego es aún débil y no está desarrollado. Por cierto que
Freud consideraba que el prototipo de situación traumática es la experiencia del
nacimiento, al ser afectada por él la criatura que asoma a la vida. En ese j «
momento el niño está sometido a un influjo abrumador de experiencias externas y
sensoriales viscerales y responde con lo que Freud consideró que eran
manifestaciones de angustia.
Merece consignarse que en nuestro ejemplo, y claro está que en todos los
casos que nuestro ejemplo pretende tipificar, el flujo de estímulos que da origen a
este tipo primitivo y automático de angustia, es de origen interno. Específicamente
surge de la actuación dé los impulsos o con mayor precisión, del ello. Por tal
razón, este tipo automático que acabamos de describir ha sido denominado a
veces ―angustia del ello‖. Rara vez se utiliza esta denominación hoy día, pues
puede dar lugar al concepto erróneo de que el ello es su lugar de asiento. En
verdad, según la idea de Freud contenida en su hipótesis estructural, es en el ego
que se ubican todas las emociones.
Freud creía también que la tendencia o capacidad del aparato mental para
reaccionar a un flujo excesivo de estímulos en la forma descrita más arriba, es
decir, por generación de angustia, persiste durante toda la vida. En otras palabras,
una situación traumática, en el significado especial que Freud da a esta frase,
puede generarse a cualquier edad. Seguro que tales situaciones se generarán con
mucha mayor frecuencia en los muy primeros tiempos de vida por la razón ya
enumerada de que el ego aún no se desarrolló, pues cuanto más evolucionado
está el ego tanto mejor será capaz de dominar o descargar los estímulos
generados de origen externo o interno, y el lector claro está que recordará que es
sólo cuando tales estímulos no pueden ser dominados o descargados en forma
adecuada que la situación se trasforma en traumática y se genera la angustia.
¿Qué hace el niño en una situación de peligro tal? Parte de lo que hace es
familiar para quienquiera que haya tenido experiencia con niños. Mediante
diversas manifestaciones de malestar el niño procura evitar que la madre se aleje
o que retorne si ya se fue. Pero Freud tenía más interés en lo que ocurre
intrapsíquicamente en la criatura que en las diversas actividades del ego que
tienen por objeto modificar el medio, por importantes que ellas sean. Sugirió que
en una situación de peligro el ego reacciona con una angustia que produce él
mismo en forma activa y propuso denominarla angustia de alarma; puesto que es
generada por el ego cómo un aviso o señal de peligro.
Unido a ellos, aunque distinto, está el mecanismo mental que Freud (1905
b) denominó sublimación. Como se la concibió originariamente, la sublimación era
la contraparte normal de los mecanismos de defensa, considerados entonces
estos últimos como en relación con una disfunción psíquica. Hoy decimos más
bien que el término sublimación expresa un cierto aspecto de la función normal del
ego. Hemos dicho repetidas veces en el Capítulo IV y en éste que las funciones
normales del ego están orientadas hacia la obtención del máximo de satisfacción
de los impulsos que pueda coexistir con las limitaciones impuestas por el medio.
Para ilustrara el concepto de sublimación, tomemos como ejemplo, el deseo
infantil de jugar con las heces, que es, claro esta, un derivado de los impulsos. En
nuestra civilización este deseo se ve opuesto intensamente por los padres o los
sustitutos. Sucede a menudo que el niño abandona el jugar con las haces y se
pone en vez a jugar con tortas de barro. Mas tarde esto podrá ser remplazado por
el modelado de arcilla o plastilina, y en casos excepcionales esa persona podrá
hacerse en la vida adulta escultor aficionado o aun profesional. La investigación
psicoanalítica indica que cada una de estas actividades sustitutivas brindan un
cierto grado de gratificación infantil del jugar con sus heces. No obstante, en cada
una de esas ocasiones la actividad deseada originaria se ha modificado en el
sentido de la aceptación y aprobación social. Más aun, el impulso original, como
tal, se ha hecho inconsciente en la mente del individuo, ocupado por el modelado
o esculpido de arcilla o plastilina. Por fin en la mayoría de tales actividades
sustitutas el proceso secundario representa un papel mas importante que en el
deseo o actividad infantil original. Por cierto que esto es obvio en el ejemplo que
hemos elegido y no así en el caso de una persona que se ha hecho especialista
en parásitos intestinales en vez de escultor.
Podemos decir del mismo modo que son todas manifestaciones, a distintas
edades del funcionamiento normal del ego, que actúa para armonizar y satisfacer
las exigencias del ello y del medio en la forma más completa y eficiente posible.
CAPITULO V
EL APARATO PSIQUICO
(Conclusión)
Freud fue el primero en dar un cuadro claro de la gran importancia que para
nuestra vida y evolución psíquica tiene la relación con las otras personas. Las
primeras, claro está, son los padres; relación que en un principio está reducida
primordialmente a la madre o al sustituto de la madre. Un poco más tarde se entra
en relación con los hermanos, o compañeros muy próximos, y con el padre.
Freud señaló que las personas a las que el niño está unido en sus primeros
años ocupan una posición en su vida mental que es única en cuanto a influencia
concierne. Esto es verdad tanto cuando la unión del niño a esas personas es por
lazos de amor, de odio o de ambos, y esto último es por mucho, lo más habitual.
La importancia de esas primeras adhesiones puede deberse en parte al hecho de
que esas relaciones iniciales influyen durante la evolución del niño, cosa que no
pueden hacer las relaciones posteriores en la misma proporción en virtud del
mismo hecho de que son posteriores. También se debe en parte al hecho de que
es en los primeros años de vida que el niño está indefenso, y en consecuencia
depende del medio para su protección, para su satisfacción, y para la vida misma
durante un período mucho más prolongado que cualquier otro mamífero. En otras
palabras, los factores biológicos per se desempeñan un gran papel en la
determinación de la importancia, así como la naturaleza de nuestras relaciones
interpersonales, puesto que ellas resultan en lo que podríamos denominar
metalización post partum prolongada, característica de nuestra evolución como
seres humanos.
Creemos que es probable que sólo a fines del primer año de vida, se
establezca una relación continua con el objeto. Una de las características
importantes de tales relaciones con el objeto es el alto grado de lo que
denominamos ambivalencia. Es decir, que sentimientos de amor pueden alternar
con igual intensidad con los de odio, según las circunstancias. Hasta podemos
dudar que las fantasías o deseos destructores para con el objeto que se puede
aceptar que se presentan a fines del primer año han de ser considerados de
intención hostil. Por cierto que podrían terminar en la destrucción del objeto si se
llevaran a cabo, pero el deseo de un pequeño o su fantasía de deglutir el seno de
la madre puede ser tanto una represión primitiva de amor como de odio. Sin
embargo, no hay duda de que alrededor del segundo año de vida el niño comienza
a experimentar sentimientos de rabia como de placer con respecto al mismo
objeto.
Tal designación tiene por cierto una importancia histórica. Freud estudió las
etapas del desarrollo erótico antes de estudiar los otros aspectos de la vida mental
de esas primeras épocas y fue el primero en aclararlas, de modo que es natural
que los nombres de las etapas del desarrollo libidiano se utilizaran luego para
caracterizar todos los fenómenos de ese período de la vida del niño. Cuando se
trata de las relaciones con los objetos, el uso de la terminología erótica tiene más
que el mero valor histórico. Sirve para recordarnos que después de todo son los
impulsos y quizá, principalmente, el impulso sexual, los que buscan los objetos en
primer lugar, pues es sólo a través de los objetos que se puede lograr la descarga
o gratificación. La importancia de las relaciones con los objetos está determinada
primordialmente por la existencia de nuestras exigencias instintivas y la relación
entre impulso y objeto es de importancia fundamental durante toda la vida. Sub-
rayamos este hecho porque se trata de algo que a veces se pierde de vista frente
a las conexiones descubiertas más recientemente entre las relaciones con los
objetos y el desarrollo del ego.
Cuando el niño tiene de dos y medio a tres años y medio, entra dentro de lo
que suele transformarse en las relaciones con los objetos, más intensas y plenas
de destino de toda su vida. Desde el punto de vista de los impulsos, como el lector
recordará por nuestra discusión del Capítulo II, la vida psíquica del niño se
trasforma a esta edad del nivel anal al fálico.
Esto significa que los impulsos y deseos principales o más intensos que el
niño experimenta con respecto a los objetos de su vida instintiva serán fálicos de
ahí en adelante. No es que el niño abandone rápida o totalmente los deseos
orales y anales, que dominaron su vida instintiva en las etapas previas, sino por lo
contrario, como dijimos en el Capítulo II, que esos deseos pre fálicos persisten
bien dentro de la etapa fálica misma. Pero durante esta etapa desempeñan un
papel subordinado y no predominante.
La etapa fálica es distinta de las anteriores desde el punto de vista del ego
al igual que con respecto a los impulsos. En el caso del ego, sin embargo, las
diferencias se deben al desarrollo progresivo de las funciones del ego que
caracteriza todos los años de la infancia y, muy en especial, los primeros, mientras
que las modificaciones de la vida instintiva, es decir en el ello, de orales a anal y a
fálica se deben principalmente, estimamos, a las tendencias biológicas heredadas.
El ego del niño de tres o cuatro años está más experimentado, más
evolucionado, más integrado y en consecuencia más diferenciado en muchas
formas del ego del niño de uno a dos años. Estas diferencias se aprecian en ese
aspecto del funcionamiento del ego con el cual estamos más relacionados en este
momento, es decir en las características vinculadas al ego, de las relaciones del
niño con los objetos. Si se ha desarrollado en forma normal, ya el niño no posee
más a esta edad relaciones parciales con objetos: las diversas partes del cuerpo
de la madre, sus distintos temperamentos y sus papeles antagónicos de la madre
―buena‖ que gratifica los deseos del niño y de madre ―mala‖ que los frustra, todos,
los reconoce el niño a esta edad como formando un solo objeto denominado
madre. Más aún, las relaciones del niño con los objetos han adquirido ahora un
grado considerable de permanencia o estabilidad. Las catexias orientadas hacia
un objeto persisten a pesar de la ausencia temporaria de necesidad de ese objeto,
cosa que no es cierta para las muy primeras etapas de evolución del ego. Hasta
persisten a pesar de una ausencia prolongada del objeto mismo. Además, ya en la
época en que la fase fálica está bien establecida, el niño es capaz de distinguir
bastante claramente entre sí mismo y el objeto y puede concebir los objetos como
personas semejantes a él mismo con sentimientos y pensamientos similares. Por
cierto que este último proceso va tan lejos como para ser algo irreal, a causa de
que tanto los animales como los juguetes se toman como humanos y porque los
propios pensamientos e impulsos del niño pueden ser proyectados hacia otra
persona en forma incorrecta, como hemos visto en el Capítulo IV. Pero lo que aquí
deseamos establecer es que la evolución del ego del niño ha alcanzado un nivel
en la etapa fálica donde las relaciones con los objetos son factibles en un terreno
comparable coa el de los años posteriores de la infancia y de la edad adulta, aun
cuando no sean semejantes a ellos en todo sentido. La naturaleza de la propia
conciencia y de la percepción de los objetos en el niño de cuatro o cinco años es
tal que hace posible la existencia de sentimientos de amor u odio hacia un objeto
determinado así como dé sentimientos de celos, temor y rabia hacia un rival que
contienen todas las características esenciales de tales sentimientos en la vida
posterior.
Las relaciones mas importantes con el objeto en la fase fálica son aquellas
agrupadas como complejo de Edipo. Por cierto que el periodo de vida de alrededor
de dos años y medio a los seis años se denomina fase édípica o período edipico
tan a menudo como se lo nombra etapa o fase fálica. Las relaciones con los
objetos que abarca el complejo de Edipo son de máxima importancia tanto para la
evolución normal como patológica. Freud considero que los hechos de esta fase
de la vida son cruciales (Freud, 1924 a) y yunque ahora sabemos que hechos aun
anteriores puedan ser cruciales para algunos individuos, de modo que en ellos los
sucesos del período edípico tienen menos importancia que los del período pre
fálico o preedípico, todavía parece probable que los acontecimientos del período
edípico son de importancia crucial para la mayoría de las personas y de muy
grande importancia para casi todos.
Al comienzo del período edípico el pequeño, varón o mujer, suele tener con
la madre su relación objetiva más fuerte. Con esto queremos decir que las
representaciones psíquicas de la madre están más catectizadas que cualesquiera
otras, excepto las del propio niño y principalmente su cuerpo. Como veremos más
tarde, ésta es una excepción importante. El primer paso claro hacia la fase
edípica, entonces es el mismo para ambos sexos, en cuanto conocemos, y
consiste en una expansión o extensión de la relación ya existente con la madre
para que incluya la gratificación de los deseos genitales que despiertan en el niño.
Al mismo tiempo se desarrolla un deseo de su amor y admiración exclusivos, lo
que es presumible que esté conectado con el deseo de ser grande y de ―ser
papito‖ o de ―hacer lo que papito hace‖ con la madre. Claro está que lo que ―papito
hace‖ es algo que el niño a esta edad no comprende con claridad. No obstante,
por sus propias reacciones físicas, sin considerar cualquier oportunidad que
pudiera haber existido de observación de los padres, debe relacionar sus deseos
con las sensaciones excitantes en sus genitales y, en el caso del varón, con la
sensación y fenómeno de la reacción. Como lo descubrió Freud ya muy temprano
en su trabajo sobre pacientes neuróticos, el niño puede desarrollar una o varias
fantasías acerca de las actividades sexuales de sus padres, que él desea repetir
con la madre. Por ejemplo, puede llegar a la conclusión de que van al cuarto de
baño juntos, o que se miran mutuamente los genitales, o que se llevan a la boca el
del otro, o que se los tocan cuando están juntos en la cama. Estas conjeturas o
fantasías del niño, como se pudo ver, están en general relacionadas con las
experiencias placenteras del niño con adultos con las que ya estaba familiarizado
o con sus propias experiencias autoeróticas. No puede haber duda alguna,
además, de que al pasar los meses y los años, las fantasías sexuales del niño
crecen con su experiencia y conocimiento. Debemos añadir también que el deseo
de darle hijos a la madre, como lo hizo el padre, es uno de los deseos edípicos
más importantes y que las teorías sexuales de este período están muy
relacionadas con el problema de cómo se hace esto, así como en qué forma salen
los niños cuando se los hace.
Junto con los deseos sexuales hacia la madre y de ser el único objeto de su
amor se presentan los deseos de la anulación o desaparición de cualquier rival,
suelen serlo el padre y los hermanos. Se admite que la rivalidad entre los
hermanos tiene más de una fuente, pero es seguro que la principal es el deseo de
posesión exclusiva de uno de los progenitores.
Estos celos homicidas despiertan graves conflictos dentro del niño, en dos
terrenos. El primero es el temor obvio por el castigo de parte del padre, en
particular, al que a esa edad el niño parece considerarlo como verdaderamente
omnipotente. El segundo es que están en conflicto con los sentimientos de amor y
admiración y, muy a menudo, con sentimientos de extrañamiento y dependencia
concurrentes con respecto al padre o al hermano mayor, y también con el miedo a
la desaprobación paterna por el deseo de destruir a un hermano menor. En otras
palabras, el niño teme tanto al castigo como a la pérdida del amor corno
consecuencia de sus sentimientos de celos.
De este modo vemos que tanto los deseos masculinos como femeninos del
período edípico despiertan la angustia por la castración y puesto que el niño no
está ni física ni sexualmente maduro, sólo puede resolver los conflictos agitados
por sus deseos ya por el abandono de los mismos, ya por el mantenerlos
dominados mediante los diversos mecanismos de defensa y otras operaciones
defensivas del ego.
En el caso de la niña la situación es algo más complicada. Su deseo de
hacer el hombre con la madre no se funda en el temor a la castración, ya que claro
está que no posee un pene que pueda perder. Termina por lamentarse de no estar
equipada de esa manera y esa apreciación trae apareados sentimientos intensos
de vergüenza, inferioridad, celos (envidia del pene) y rabia contra la madre por
haber permitido que ella naciera sin pene. En su rabia y desesperación se vuelve
normalmente hacia su padre como objeto principal de amor y espera tomar el
lugar de la madre junto a él. Cuando también estos deseos se ven frustrados,
como debe ocurrir en el trascurso habitual de los acontecimientos, la niña puede
volver a su anexión primera con la madre y permanecer reducida en su conducta
sexual de toda la vida al deseo de poseer un pene y de ser un hombre. Más
normalmente, sin embargo, la niña rechazada por el padre en su deseo de ser su
único objeto sexual, se ve forzada a renunciar a sus deseos edípicos y reprimirlos.
Lo que en la niña corresponde a la angustia por la castración del varón —tan
importante como determinante poderoso del destino de los deseos edípicos del
niño—, es primero la mortificación y los celos conocidos por ―envidia del pene‖ y,
segundo, el temor a la lesión genital que está de acuerdo con el deseo de ser
penetrada y fecundada por su padre.
Existe por lo menos otro aspecto importante de la fase edípica que aún no
hemos mencionado y que no debemos pasar por alto. Se trata de la masturbación
genital que suele constituir la actividad sexual del niño durante este período de
vida. Tanto la actividad masturbatoria como las fantasías que la acompañan
sustituyen en gran parte la expresión directa de los impulsos sexuales y agresivos
que el niño experimenta hacia sus padres. El que esta sustitución mediante la
fantasía y la estimulación autoerótica de las acciones reales con personas reales
sea a la larga más beneficiosa o más perniciosa para el niño depende en parte de
qué normas valorativas elija uno, pero de cualquier, manera la cuestión parece ser
ociosa. La sustitución es inevitable, porque en último análisis es impuesta al niño
por su inmadurez biológica.
Para volver al tema del origen del superego, suele haber acuerdo en la
actualidad que sus tempranos comienzos, o quizá como podríamos decirlo mejor,
sus precursores, se encuentran presentes en la etapa pre fálica o preedípica. Las
exigencias y prohibiciones morales de los padres, o de las criadas, gobernantas y
maestros; que pueden actuar como sustitutos de los padres, comienzan a tener
influencia en la vida mental del niño desde muy temprano; su influencia es
aparente al término del primer año. Podemos mencionar al pasar que las
exigencias morales de este período son bastante simples, si las juzgamos desde
nuestras normas de adultos. Entre las más importantes se cuentan las
relacionadas con su disciplina con respecto a las evacuaciones. Ferenczi
denominó a estos precursores del superego la ―moral del esfínter‖.
Podemos ver que las identificaciones del superego son una ventaja para el
ego desde el punto de vista de la defensa. Hasta podríamos ir más lejos y decir as
si e apoyo esencial para el ego en este sentido. No obstante desde el punto de
vista de la independencia del ego y de su libertad para disfrutar de la gratificación
de los instintos, las identificaciones del superego son una gran desventaja. Desde
la época de formación del superego, el ego pierde una buena porción de su
libertad de acción y permanece de allí en adelante sometido a la dominación del
superego. El ego ha adquirido no sólo un aliado con el superego, sino también un
amo.
Desde entonces las exigencias del superego se suman a as del ello y a las
del ambiente, ante las cuales el ego debe inclinarse y entre las cuales debe
procurar ser el mediador. El ego es capaz de participar del poder de los ¡adres
mediante la identificación con ellos, pero sólo a osta de permanecer en cierto
grado sometido a ellos en firma permanente.
Tal como la desaprobación del ego por parte del superego da origen a
sentimientos de culpa o inferioridad, igual pueden los sentimientos de goce o
felicidad o autosatisfacción ser el resultado de la aprobado n por parte del
superego de [¡alguna conducta; o actitud del ego. Ese resplandor ‗‗virtuoso‖, como
su antagonista, la sensación de culpa es un fenómeno familiar, claro esta, y
ambos sentimientos o estados mentales pueden compararse con facilidad con la
situación mental del pequeño cuyos padres lo alaban y aman por su conducta, o lo
reprenden y castigan.
Lex talionis significa en un modo simple que el castigo por alguna iniquidad
o crimen ha de pagarse con que el malhechor sufra la misma lesión que infligió.
Esto se expresa en forma más familiar en la exigencia bíblica de ―ojo por ojo y
diente por diente‖. Este es un concepto de justicia primitivo en dos sentidos. El
primer sentido corresponde a que se trata de un concepto de justicia que es
característico de las estructuras sociales históricamente viejas o primitivas. Sin
duda que este hecho es de gran importancia, pero no nos concierne por el
momento. El segundo sentido, que sí nos concierne, es que la ley del talión es en
esencia el concepto de justicia de los niños. La cuestión interesante e inesperada
acerca de ello es el grado en que este concepto persiste en forma inconsciente en
la vida adulta y determina el funcionamiento del superego. Las penalidades y
castigos inconscientes que el superego impone se comprueba en el psicoanálisis
que se adaptan en numerosas ocasiones a la ley del talión, aun cuando la persona
haya superado ya desde mucho antes la actitud pueril en cuanto concierne a la
vida mental consciente.
Por ejemplo, cierto ratero actuó con éxito durante más de un año de la
siguiente manera. Frecuentaba distritos de viviendas de clase media inferior, en
los que la entrada a cualquier departamento podía efectuarse con toda facilidad
por la puerta ó escalera traseras. Con vigilar durante la mañana hasta que el ama
de casa saliera a hacer sus compras, podía entonces forzar su entrada al piso
vacío y, como no dejaba impresiones digitales y sólo robaba dinero en efectivo, la
policía no tenía manera de dar con él. Era obvio que ese ratero sabía lo que hacía
y durante meses la policía fue incapaz de impedir sus actividades en forma
concreta alguna. Parecía que sólo la mala suerte fuera capaz de poner término a
su carrera. De pronto alteró sus costumbres: en vez de robar sólo dinero sé llevó
también alhajas y las empeñó por una suma relativamente pequeña en una casa
de empeños cercana, y en pocos días cayó en manos de la policía. En muchas
ocasiones anteriores había dejado alhajas sin tocar, que eran tan valiosas como
las que por fin robó, precisamente porque sabía que le resultaría difícil disponer de
ellas sin que la policía lo descubriera tarde o temprano. Parece inevitable la
conclusión de que este criminal dispuso en forma inconsciente su propio arresto y
encarcelamiento. En vista de cuanto sabemos hoy acerca de las formas
inconscientes de obrar de la mente, podemos decir que su motivo para proceder
de esa manera fue su necesidad inconsciente de ser castigado.
Debemos añadir que no importa cuán claro pueda parecer un lapso y que la
interpretación del oyente o del lector de su significado inconsciente nunca puede
pasar a ser una conjetura mientras no este apoyada por las asociaciones libres de
la persona que cometió la equivocación. Más aún, la conjetura puede estar
firmemente sostenida por evidencias confirmatorias, tales como el conocimiento
de las circunstancias en que se produjo el lapso y la personalidad y la situación
vital del sujeto, de modo de presentarse como irrefutable. No obstante, en principio
el significado de un acto fallido solo puede establecerse firmemente por las
asociaciones del sujeto.
El lector recordara por nuestra consideración del capitulo III de los modos
de pensamiento que denominamos proceso primario y secundario, que una de las
características del pensar según el proceso primario es la tendencia a la
condensación. Es justo la característica que consideramos responsable de la
combinación de ―física‖ y ―visible‖ en ―fisible‖.
Si el lector preguntara ahora como podemos estar tan seguros de que los
accidentes bajo control del sujeto eran en realidad causados por él en forma
inconsciente, contestaremos que esta conclusión es una generalización hecha
sobre la base de casos accesibles para su estudio. Aquí también, como en el caso
de las otras parapraxias, el estudio directo significa la aplicación de la técnica
psicoanalítica. Si se puede obtener la colaboración del sujeto, sus asociaciones
llevaran a la comprensión de los motivos inconscientes que le indujeron a causar
el accidente que a primera vista parecía por completo casual. Sucede no sin cierta
frecuencia que, en el curso del análisis de tal percance, el sujeto recuerda que el
supuso por un momento que se iba a producir el ―accidente‖, justo antes de
ejecutar la acción que lo produciría. Como es obvio, él podía saber que iba a
ocurrir solo porque esa era su intención; este conocimiento parcial de la intención
suele ser reprimido, es decir, olvidado, justo antes o durante el percance y solo
vuelve a la memoria consciente si se analiza el accidente. De este modo, sin el
análisis el sujeto mismo puede quedar convencido del carácter puramente
accidental de su percance, que en realidad el provoco intencionalmente.
Abuelo, por sus propios deseos hostiles hacia el anciano, deseos que eran
en grado considerable la contraparte de deseos inconscientes similares para con
su padre. Destrozó la goma contra el cordón para satisfacer la exigencia
inconsciente del ello de que fuera castigado por haber deseado la muerte de su
abuelo en sus fantasías inconscientes.
De donde, el chocar el auto fue una expresión inconsciente de la ira que era
incapaz de desplegar en forma abierta y directa contra él. Por otra parte, se sentía
muy culpable como resultado de lo que en su ira había deseado hacerle al esposo
y había dañado el coche de él como un medio excelente de lograr que la
castigara. Tan pronto como se produjo el accidente, ella supo que se lo merecía.
En tercer lugar, la paciente tenía intensos deseos sexuales
Que el esposo era incapaz de satisfacer y que ella misma había reprimido
con fuerza. Esos deseos sexuales inconscientes se gratificaron en forma simbólica
haciendo que un hombre ―le embistiera la cola‖, como ella se expresó.
Por ejemplo, en el caso del ejemplo usado más arriba, el autor del
epigrama, quienquiera que fuese, quiso expresar en forma chistosa que un liberal
trata de ser firme y práctico, pero que no es ni una ni otra cosa. Por medio de una
regresión parcial al pensamiento de proceso primario se expresó esta idea
mediante el concepto de un hombre parado en el aire con sus pies firmemente
apoyados. Esta idea, expresada en palabras, constituye el dicho ingenioso. A la
inversa, el oyente o el lector capta el significado por la vía del proceso primario,
como consecuencia de su propia regresión parcial.
There was a young man named Hall Who died in the spring in the fall.
Twould have been a sad thing If he'd died in the spring,
Para ilustrar esto podemos ofrecer esta frase muy ingeniosa corriente en
1930 y atribuida a un famoso hombre de ingenio de la época: ―If all the girls at the
Yale prom were laid end to end, I wouldn‘t be a bit surprised‖ . El contenido del
dicho resulta claro: ―No me sorprendería en lo más mínimo si todas las muchachas
de Yale mantuvieran relaciones sexuales durante su estadía allí‖. Expresar este
contenido en forma tan directa en una reunión social provocaría un cierto grado de
condenación de parte del superego en las mentes de los oyentes. Es probable que
consideraran al autor y a su frase como vulgares y que no experimentaran placer
alguno en conexión con cualesquiera fantasías o deseos sexuales que pudieran
haberse agitado en sus mentes ante lo escuchado.
Podemos concluir este capítulo con una comparación entre lo que hemos
aprendido sobre los chistes y las parapraxias. Que existen similitudes entre ambos
tipos de fenómenos está claro. En ambos casos hay una emergencia momentánea
de las tendencias de otro modo inconscientes y en ambos el pensamiento de
proceso primario desempeña en forma característica un papel importante o
esencial. No obstante, en el caso de las parapraxias la salida de una tendencia
inconsciente se debe a la incapacidad temporaria del ego de dominarla o de
integrarla en su forma normal con las otras tendencias psíquicas en acción en ese
momento en la mente. Una parapraxia se produce a pesar del ego. En el caso del
chiste, por otra parte, el ego produce o permite en forma voluntaria una regresión
parcial y temporaria al proceso primario y así estimula una derogación provisional
de las actividades defensivas fue permite la emergencia de los impulsos de otra
manera inconscientes. El ego produce o da la bienvenida al chiste-. Otra diferencia
podría ser que una tendencia inconsciente de aparición temporaria en una
parapraxia puede provenir del ello, del ego o del superego; mientras que en el
chiste dicha emergencia es habitualmente un derivado del ello.
CAPITULO VI
LOS SUEÑOS
Freud tenía mucha razón al valorar en tanto su trabajo sobre los sueños. En
ningún otro fenómeno de la vida psíquica normal se revelan con tanta claridad y
en forma tan accesible para su estudio los procesos mentales inconscientes. Los
sueños son sin duda el camino real hacia los dominios inconscientes de la mente.
Pero aun esto no agota ¡as razones de su importancia y valor para el
psicoanalista. El hecho es que el estudio de los sueños no lleva sólo a una
comprensión de los procesos y contenidos mentales inconscientes en general.
Lleva en particular a aquellos contenidos mentales reprimidos o excluidos en
alguna forma de la conciencia y de su descarga por las actividades defensivas del
ego. Puesto que es precisamente la parte del dio cuyo acceso a la conciencia está
trabado la involucrada en los procesos patogénicos determinantes de la neurosis y
quizá también de las psicosis, se puede comprender con facilidad que esta
característica de los sueños es otra razón muy importante para la ubicación
especial del estudio de los sueños en, el psicoanálisis.
La tercera categoría comprende uno o varios impulsos del ello que, por lo
menos en su forma original e infantil, están impedidos por las defensas del ego en
su acceso a la conciencia o a la gratificación directa durante la vigilia. Esta es la
parte del ello que Freud denominó ―reprimida‖ en su monografía sobre la hipótesis
estructural del aparate psíquico (Freud, 1923), aunque luego se inclinó por el
punto de vista, ahora aceptado por la generalidad de los psicoanalistas, de que la
represión no es la única defensa que el ego emplea contra los impulsos de! ello
que no pueden ser admitidos en la conciencia. No obstante, la palabra original,
―reprimido‖, sigue siendo de uso común para denominar esa parte del ello.
Aceptado esto podemos decir que la tercera categoría del contenido latente del
sueño en un determinado sueño es un impulso o impulsos provenientes de la
parte reprimida del ello. Puesto que las defensas más importantes y de mayor
alcance del ego contra el ello son aquéllas instituidas durante el período
preedípico y edípico en la niñez, se deduce que el contenido principal del ello
reprimido son los impulsos de los primeros años. De acuerdo con esto, la parte del
contenido la-tente del sueño que deriva de lo reprimido suele ser pueril o infantil,
es decir, que consiste en un deseo que nace de la primera infancia y que es
apropiado para ella.
Como podemos ver, esto contrasta con las dos primeras categorías del
contenido latente del sueño que comprendan, respectivamente, las sensaciones
corrientes y preocupaciones corrientes. Naturalmente que en la infancia lo ¡pueril y
lo corriente coincidirán. Pero en lo que respecta a los sueños de los últimos
tiempos de la infancia y de la vida adulta, el contenido de los mismos tiene dos
fuentes, una en el presente y otra en el pasado.
Según el sueño, la relación puede ser muy simple o muy compleja, pero hay
un elemento que es constante. El contenido latente es inconsciente, mientras que
el contenido manifiesto es consciente. Por tanto, la relación más simple posible
entre ambos sería la de que el contenido latente se hiciera consciente.
Otra consideración que sin lugar a duda afecta este proceso de traducción
en el trabajo del sueño es la naturaleza de los elementos del sueño latente que ya
se encuentran en el lenguaje del proceso primario, es decir, los recuerdos,
imágenes y fantasías asociados al deseó o impulso proveniente del ello reprimido.
Al mismo tiempo, de las diversas, o quizá de las muchas fantasías de gratificación
que están asociadas al impulso reprimido, el trabajo del sueño elige aquella que
con mayor facilidad pueda ponerse en conexión con las preocupaciones corrientes
traducidas de la vigilia. Todo esto es una forma necesariamente burda de decir
que el trabajo del sueño realiza una aproximación lo más estrecha posible entre
los diversos elementos latentes del sueño en el curso de la traducción al lenguaje
del proceso primario de aquellas partes del contenido latente que necesitan ser
traducidas, mientras que al mismo tiempo crea o elige una fantasía que representa
la gratificación del impulso del ello reprimido que .es sólo una parte del contenido
latente. Como dijimos en el párrafo previo, todo esto se hace atento a la
representatividad visual. Además, el proceso de aproximación que acabamos de
describir hace posible que una sola imagen represente en forma simultánea varios
elementos latentes del sueño. Esto determina un alto grado de lo que Freud
denominó ―condensación‖, lo cual es decir que, por lo menos en la vasta mayoría
de los casos, el sueño manifiesto es una versión sumamente condensada de los
pensamientos, sensaciones y deseos que constituyen el contenido latente del
sueño.
Quizás un ejemplo simple puede ser útil en este punto. Supongamos que
quien sueña es una mujer y que la parte del contenido latente del sueño derivada
de lo reprimido es un deseo de relación sexual con el padre, originado en la fase
edípica de la soñadora. Esto pudiera quedar representado en el sueño manifiesto
—de acuerdo con una fantasía apropiada para ese período de la vida— por una
imagen de la mujer y de su padre luchando entre sí, acompañada de una
sensación de excitación sexual. No obstante, si las defensas del ego se oponen a
esa expresión indisimulada del deseo edípico, la excitación sexual puede no lograr
acceso a la conciencia, con el resultado de que el elemento del sueño manifiesto
se reduce a una mera imagen de la lucha con el padre, sin excitación sexual
concomitante. Si aun esto se halla demasiado próximo a la fantasía original para
que el ego lo tolere sin angustia o culpa, puede no aparecer la imagen del padre y
sí, en vez, una imagen de la que sueña luchando con algún otro, verbigracia, su
propio hijo. Si la imagen de pelear estuviera aún demasiado • próxima a la fantasía
original podría ser remplazada por alguna otra actividad física como, por ejemplo,
bailar, de modo que el contenido manifiesto del sueño será la mujer que sueña
bailando con el hijo. Si hasta esto le pareciera objetable al ego podría, en vez,
aparecer en el sueño la imagen de una mujer desconocida con un niño que sea el
hijo y en una habitación de piso lustrado.
Hay otra clase de sueños que está estrechamente relacionada con los
sueños angustiosos y que suelen conocerse como sueños punitivos. En estos
sueños, como en muchos otros, el ego anticipa la culpa —la condenación del
superego— si la parte del contenido latente que deriva de lo reprimido debiera
hallar una expresión demasiado directa en el sueño manifiesto. En consecuencia,
las defensas del ego se oponen a la emergencia de esta parte del contenido
latente, lo que tampoco difiere de lo que ocurre en la mayoría de los otros sueños.
No obstante, el resultado de los llamados sueños punitivos es que el sueño
manifiesto, en vez de expresar una fantasía más o menos disfrazada de la
ejecución de un deseo reprimido, expresa una fantasía más o menos disimulada
del castigo por el deseo en cuestión: un ―compromiso‖ por cierto extraordinario
entre el ego, el ello y el superego.
Como hemos dicho, existe aún otro proceso, mucho menos importante que
los dos discutidos hasta ahora, que contribuye a la forma final del sueño
manifiesto y que puede contribuir a su falta de inteligibilidad. Este proceso bien
puede considerarse la fase final del trabajo del sueño, aunque Freud prefirió
separar a ambos. A este proceso final lo denominó elaboración secundaria. Con él
quiso expresar los intentos de parte del ego de modelar el sueño manifiesto en
una apariencia de lógica y coherencia.
PSICOPATOLOGIA
Estas prácticas eran de dos clases y cada clase, según Freud, resultaba en
un síntoma o grupo de síntomas distintos. La masturbación excesiva o las
poluciones nocturnas correspondían al primer grupos de anomalías sexuales
patogénicas. Producían síntomas de fatiga, indiferencia, flatulencia, constipación,
cefalalgia y dispepsia. Freud propuso que el termino "neurastenia" se limitara a
este grupo solo de pacientes.
Claro está que Freud tenía noción plena de esta similitud y de acuerdo con
ella propuso la formulación de que un síntoma psiconeuróticos, como un sueño
manifiesto, se trata de una formación de compromiso entre uno o más impulsos
reprimidos y aquellas fuerzas de la personalidad que se oponen a la penetración
de tales impulsos en el pensamiento y la conducta conscientes. La única
diferencia reside en que el deseo instintivo latente de un sueña puede o no ser
sexual, mientras que lo son siempre los impulsos reprimidos que producen los
síntomas neuróticos.
Hasta aquí hemos seguido la evolución hasta 1906 de las ideas de Freud
concernientes a los trastornos mentales. Fue tal el genio de ese hombre y tan
fructífero el método psicoanalítico que había creado y utilizado como técnica de
investigación, que sus teorías en ese entonces contenían ya, en germen o
totalmente desarrollados, los elementos principales de las formulaciones actuales.
Como hemos visto, comenzó sus estudios con los conceptos corrientes en el
pensamiento psiquiátrico de su tiempo, de acuerdo con el cual los trastornos
mentales eran enfermedades de la mente que nada tenían en común con el
funcionamiento mental normal, se los clasificaba sobre una base sintomática,
descriptiva, y sus causas o se admitía francamente que eran ignoradas o se
contestaba con factores vagos y generales como las tensiones de la vida
moderna, el esfuerzo o la fatiga mental y una constitución neuropática. Hacia 1906
había triunfado en comprender los procesos psicológicos que subyacían en
muchos trastornos mentales en grado tal que pudo clasificar a éstos sobre la base
de la psicología o, si así lo deseáis, de su psicopatología en ves de hacerlo sobre
la sintomatología. Más aún, había reconocido que no existía un amplio abismo
entre lo normal y lo psiconeurótico, sino que, por lo contrario, las diferencias
psicológicas entre ambos eran más bien de grado que de clase. Por último, dio un
paso hacia la comprensión psicológica de las alteraciones del carácter,
ejemplificadas en las perversiones sexuales, y comprendió que estos trastornos
psíquicos también estaban relacionados con lo normal, en vez de estar neta y
cualitativamente separados de él.
Sí, aún piensan en tales causas en términos de conflicto psíquico entre las
fuerzas instintivas y anti instintivas, y aún ven los fenómenos del funcionamiento y
conducta mental humana como oscilando de lo normal a lo patológico en una
forma muy semejante al espectro de un sólido incandescente en el cual no existe
una línea neta que separe un color del siguiente, desde el rojo al violeta. Por cierto
que hoy sabemos que algunos, por lo menos, de los que Freud denominó
síntomas y conflictos psiconeuróticos se hallan presentes en todo individuo
denominado normal. La ―normalidad‖ psíquica sólo puede definirse en forma
arbitraria en términos relativos y cuantitativos. Por último, y en particular, los
analistas contemplan aún la infancia toda en busca de hechos y experiencias
responsables directos de los trastornos mentales de la vida posterior o
coadyuvantes por lo menos de su desarrollo.
De lo que hemos dicho en los Capítulos II-IV está claro que existen muchas
posibilidades de perturbaciones en el curso de los primeros años de la infancia,
cuando las diversas partes o funciones del aparato psíquico están en su proceso
de desarrollo. Por ejemplo, si se priva al niño de la estimulación y manejo físico
normal de parte de la figura materna, en su primer año de vida, muchas de las
funciones de su ego fracasarán en desarrollarse apropiadamente y su capacidad
para relacionarse y tratar con su circunstancia exterior puede estar impedida en
forma tal que se trasforme en un débil mental (Spitz, 1945). Luego, aún después
del primer año de vida el desarrollo de las necesarias funciones del ego puede
estar dificultado por un fracaso en el desarrollo de las identificaciones precisas,
debido a una frustración excesiva o a una sobre indulgencia, con el resultado de
que el ego es incapaz de ejecutar de la mejor manera su tarea esencial de
mediador entre el ello y el medio con todo lo que esto implica en cuanto a dominar
y neutralizar los impulsos, por una parte, y en cuanto a explotar al máximo las
oportunidades de placer, por la otra.
Como dijimos en el Capítulo III, muchos de los intereses del ego, es decir,
muchas de las actividades que elija como escapes para la energía impulsiva y
como fuentes de placer, están seleccionados sobre la base de la identificación. Sin
embargo, existe otro factor que a veces puede ser de importancia aún mayor que
la identificación en la selección de una determinada actividad de este tipo. La
elección en tales casos está determinada por un conflicto instintivo. Así, por
ejemplo, el interés de un niño por el modelado o la pintura puede estar
determinado por un conflicto particularmente urgente con su deseo de pincelar con
sus heces y no por la necesidad o el deseo de identificarse con un pintor. En
forma similar, la curiosidad científica puede derivar de una intensa curiosidad
sexual de la infancia, y así sucesivamente.
Desarrollo del individuo. Son ejemplos de ese resultado del conflicto de los
instintos que estudiamos en el Capítulo IV con el nombre de sublimación. No
obstante, puede suceder que un conflicto instintivo se resuelva o, por lo menos, se
tranquilice por una restricción o inhibición de la actividad del ego en vez de por
una ampliación de ella como ocurre en la sublimación. Un ejemplo simple de esto
lo da la incapacidad del niño, por otra parte brillante, para aprender aritmética,
porque hacerlo sería competir con el hermano mayor dotado en esta determinada
dirección. La inhibición autoimpuesta sobre su actividad intelectual lo protege de
algunos de los sentimientos dolorosos que surgen de la rivalidad por celos con su
hermano.
Tales restricciones del ego, así como tales fijaciones y regresiones de tanto
el ego como el ello cual las que acabamos de describir, producen rasgos del
carácter que tenderemos a denominar normales si no interfieren en forma indebida
con el placer en extensión apreciable y no ponen al sujeto en conflicto con su
circunstancia. Aquí hemos de volver a destacar que no existe una línea divisoria
neta entre lo normal y lo anormal. La distinción tiene sólo un carácter pragmático y
la elección de por dónde deberá trazarse es necesariamente una distinción
arbitraria. Por ejemplo, consideramos que la formación del superego es una
consecuencia natural de los severos conflictos instintivos de la fase edípica y, sin
embargo, será justo por cierto caracterizar un aspecto de la formación del
superego como una imposición permanente de ciertas inhibiciones o restricciones
sobre tanto el ego como el ello con el fin de poner término a una situación de
peligro surgida de los conflictos edípicos.
Los diversos así llamados trastornos del carácter o neurosis del carácter
varían en forma considerable en su respuesta al tratamiento. En general, cuanto
mal joven el paciente y cuanto mayores sus inconvenientes por ese rasgo
particular o estructura del carácter, es más probable que sea eficaz la terapéutica
empleada. Debemos confesar, no obstante, que no tenemos aún para tales casis
un criterio de pronóstico de confianza.
Un tercer ejemplo sería el del joven con un temor patológico al cáncer. Aquí
también el conflicto infantil fue edípico, mientras que el factor precipitante fue la
terminación exitosa de sus estudios profesionales y sus perspectivas de
casamiento, las cuales le significaron en forma inconsciente la gratificación de
peligrosas fantasías edípicas. El síntoma del paciente expresaba la fantasía
edípica, inconsciente, de ser una mujer y de ser amada y preñada por el padre. El
temor de padecer una enfermedad mortal, que formaba una parte de su síntoma,
simbolizaba la fantasía de ser castrado y transformarse en mujer, mientras que la
idea de que algo se desarrollaba en su cuerpo, que formaba el resto del síntoma,
expresaba la fantasía de estar preñado y con un niño en desarrollo en su seno. Al
mismo tiempo, claro está, la reacción del ego ante estos deseos inconscientes
producía la represión del contenido infantil de la fantasía, puesto que el paciente
carecía de toda conciencia sobre deseo alguno de ser mujer o de tener un hijo de
su padre, y también era responsable del temor que acompañaba al síntoma.
Visto desde el lada del ello, por tanto, un síntoma neurótico es una
gratificación sustitutiva de los de otro modo deseos reprimidos. Visto desde el lado
del ego, es una irrupción a la conciencia de deseos peligrosos y no queridos cuya
gratificación sólo puede dominarse o prevenirse en forma parcial, pero es al
menos preferible y no tan des- placentera como la emergencia de tales deseos en
su forma original.
Otro punto que deseamos tocar sobre el tipo de mal funcionamiento que
puede resultar de una falla de las defensas del ego es éste. Ese mal
funcionamiento del que hablamos como síntoma psiconeurótico suele ser lo que el
ego del individuo considera como extraño a él, o desplacentero, o ambos. El joven
que tenía que verificar todas las lámparas antes de salir de su casa, por ejemplo,
no deseaba hacerlo. Por lo contrario, no podía evitarlo. Tenía que verificarlos. Su
síntoma, en otras palabras, lo percibía como ajeno a su ego y al mismo tiempo
como no placentero. En cambio, la joven de los vómitos no consideraba que su
síntoma le fuera extraño; para ella no cabía duda' de que era su estómago el que
estaba enfermo, tal como si la náusea se hubiera debido a alguna infección aguda;
pero su síntoma era claramente desagradable.