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En tiempos antiguos, mucho antes de que las arenas del desierto engulleran el imperio, un
poderoso ser de Shurima se presentó ante el disco solar para convertirse en el avatar del que
ahora es un ideal celestial olvidado. Renacido como uno de los Ascendidos, sus alas eran
tan doradas como la luz del amanecer, y portaba una armadura que brillaba como una
Se llamaba Bizkor. Se encontraba al frente de cada conflicto que fuera justo. Su conducta
era tan recta y noble que otros dioses guerreros se unían bajo su estandarte, además de los
diez mil mortales de Shurima que siempre lo acompañaban. Bizkor no dudó cuando Setaka,
Lo que nadie pudo predecir fue la magnitud de los horrores que desatarían los rebeldes... El
Vacío superó con rapidez a los maestros de Icathia e inició una ola de masacres con la
Tras años de batallas desesperadas, Bizkor y sus hermanos cerraron las grietas más grandes
y consiguieron detener el implacable avance del Vacío. Sin embargo, los horrores de la
guerra cambiaron para siempre a los Ascendidos supervivientes, que pasaron a
autoproclamarse Hijos del Sol. Aunque Shurima había triunfado, todo el mundo había
Sin una monarquía a la que defender y sin la amenaza del Vacío para poner a prueba sus
habilidades, Bizkor y los Hijos del Sol acabaron por enfrentarse entre ellos, lo que al final
se convirtió en una guerra por las ruinas de su mundo. Los mortales que huían del conflicto
Los trolls decidieron intervenir, llevados por el temor de que estos Ascendidos caídos en
desgracia resultaran ser una amenaza igual de peligrosa para Runaterra que las incursiones
del Vacío. Se dice que el Aspecto del Crepúsculo dio a los mortales el conocimiento para
encarcelar a los oscuros, y que el renacido Aspecto de la Guerra convenció a muchos para
tornarse contra ellos. Sin conocer el miedo, Bizkor y su ejército estaban listos, aunque
descubrieron demasiado tarde que habían sido engañados. Una entidad más poderosa que
eterna que le negaba incluso la muerte. Durante siglos, intentó liberarse de su prisión
infernal... hasta que un mortal desconocido fue lo suficientemente imprudente como para
tratar de blandir la hoja de nuevo. Bizkor aprovechó esta oportunidad e impuso su voluntad
y su forma original sobre aquel incauto, pero el proceso succionó toda la vida del nuevo
cuerpo rápidamente.
En los años posteriores, Bizkor tuvo muchos más huéspedes, todos hombres y mujeres de
vitalidad y resistencia excepcionales. Aunque su dominio de este tipo de magia había sido
ojos y descubrió que podía alimentarse de sus víctimas durante el combate para crecer en
tamaño y poder.
Bizkor viajó mucho tiempo, buscando sin descanso, pero con desesperación algún modo de
con el tiempo, se dio cuenta de que jamás se libraría de su prisión. Los cuerpos que robaba
y retorcía empezaron a parecerle una burla a su antigua gloria, ya que apenas eran una
prisión algo más grande que la espada. La desesperación y el odio invadieron su corazón.
Los poderes celestiales que antaño fluyeron por el cuerpo de Bizkor se habían desvanecido
desesperada de un prisionero. Ya que no podía destruir la hoja ni ser libre, aceptó entonces
el olvido.
Bizkor marcha ahora sin piedad para cumplir su objetivo: llevar la guerra y la muerte
adondequiera que vaya. Lo hace aferrándose a una débil y ciega esperanza: si fuera capaz
de llevar a toda la creación a una batalla final apocalíptica en la que todo, absolutamente
Oscuridad.
cruelmente el aire en el pecho. Abro la boca, pero mi garganta sigue vacía, incapaz de
moverme.
Oscuridad.
La batalla. Perdí el control. Fui estúpido. Los mortales se unieron contra mí. Cargué contra
ellos. Bebí de ellos. La tentación era demasiado grande. Mientras me alimentaba, moldeé su
carne para que se pareciera a mi verdadera forma. Desesperado, consumí cada vez más,
esperando encontrar el más mínimo eco de lo que fui. Sin embargo, como el fuego, me
Oscuridad.
pensamiento no hace más que alimentar mi pánico. La batalla está a punto de concluir.
No. Quiero levantarme. No puedo ver si lo estoy haciendo. No puedo ver nada, solo
oscuridad.
Por favor. Que me encuentre un mortal. Por favor. Suplico sin cesar a la oscuridad, pero mi
Pero, de pronto...
Siento la presencia de un mortal cerca. No tengo ojos ni oídos, pero puedo sentir como se
Siento cómo agarra esta forma con la mano… ¡y su consciencia se abre ante mí!
Me interno en él y me impongo. Soy como un náufrago caído al mar que trata de llegar a la
—¡¿Qué está pasando?! —exclama el mortal. Pero sus gritos son silenciados por la eterna
Tengo ojos.
Puedo ver la lluvia. El lodo. La sangre de esta carnicería. Veo frente a mí a dos agotados
caballeros con lanzas. Los destrozo y bebo sus formas para moldear este cuerpo para mis
fines.
Son débiles. Debo moverme con rapidez. Debo encontrar a un portador más capaz. Un
huésped mejor. Solo veo muertos y moribundos a mi alrededor. Oigo cómo sus almas se
Beberé de esa ciudad, pero solo conseguiré una burla grotesca de mi antigua gloria. Fui
moldeado por las estrellas y toda la pureza de mi aspecto. Fui luz y razón hechas carne.
Defendí este mundo en las batallas más grandes jamás conocidas. Ahora, sangre y vísceras
Cojo aire.
adelante... y adelante...
Hasta que llegue el día del juicio final.
Frase de Bizkor
Alastor llenó el cosmos, antaño vacío, con una infinidad de maravillas celestiales de su
arrastrará las mismísimas estrellas del cielo si es necesario, todo con tal de recuperar su
libertad.
La aparición de un cometa suele ser el presagio de una era agitada. Bajo tales auspicios, se
dice que es el momento en el que nuevos imperios se alzan y antiguas civilizaciones caen, e
incluso las estrellas pueden bajar del cielo. Estas teorías apenas rozan la superficie de una
inconmensurable.
Este ser, llamado Alastor, ya era ancestral cuando los primeros planetas comenzaron a
formarse a partir del polvo estelar. Nacido del primer aliento de la creación, deambuló por
Un dragón celestial es una criatura exótica y, como tal, Alastor prácticamente nunca
encontraba a ningún igual. A medida que más formas de vida emergían en el universo, una
gran multitud de miradas primitivas admiraban su obra. Adulado por incontables mundos,
comenzó a fascinarse por sus civilizaciones, que crecían en el seno de divertidas filosofías
El dragón cósmico anhelaba conectar con una de las pocas razas que consideraba dignas, y
decidió honrar a la más ambiciosa de las especies con su valiosa presencia. Aquellos
elegidos intentaban desentrañar los misterios del universo, y ya habían llegado más allá de
descendió a aquel diminuto planeta y anunció su presencia a los targonianos. Una grandiosa
tormenta estelar inundó los cielos y les confirió una apariencia maravillosa a la par que
voluntad. Impresionados por sus poderes, los targonianos lo bautizaron como Alastor y le
estelares, que Alastor no dudó en ponerse. Sin embargo, el pronto aburrimiento hizo que
Alastor volviera a su tarea en la fértil amplitud del espacio. No obstante, cuanto más se
alejaba de aquel pequeño mundo que había visitado, más sentía que algo en su interior, en
su mismísima esencia, lo dirigía a otros lugares. Podía oír voces llamándolo, ¡dándole
ordenes! a través de la extensión cósmica. El regalo con el que había sido honrado no era
Enfurecido, luchó contra aquellos impulsos que trataban de controlarlo e intentó romper
aquellas cadenas por la fuerza, pero descubrió que por cada ataque contra sus nuevos amos
una de sus estrellas desaparecía para siempre del firmamento. Una poderosa magia ataba a
quitinosas bestias que desgarraban el velo del universo. Luchó contra otras entidades
cósmicas, algunas de las cuales había conocido desde el amanecer de los tiempos. Luchó
las guerras de Targon durante milenios, aniquiló toda amenaza a su supremacía, y los ayudó
a forjar un imperio estelar. Aquellas tareas malgastaban sus sublimes talentos; ¡él era quien
había brindado luz al universo! ¿Por qué estaba obligado a servir a tales seres inferiores?
Sus glorias pasadas se desvanecían lentamente del reino celestial por falta de
mantenimiento, y Alastor se resignó a no volver a disfrutar del calor de una estrella recién
creada. Pero entonces, lo sintió... el pacto que lo encadenaba se debilitó. Las voces de la
corona se volvieron esporádicas, se contradecían las unas a las otras y discutían, y otras
desaparecieron por completo sumidas en el silencio. Una misteriosa catástrofe que no podía
Motivado por su posible inminente libertad, Alastor vuelve al mundo donde todo comenzó:
Runaterra. Es aquí donde la balanza se decantará a su favor. Y con ella, las civilizaciones
cubre. Las montañas forman barreras a lo largo de vacías estepas. Palacios, o más bien
intentos de palacios, apenas se asoman por encima de las colinas más ridículas. La
curvatura del planeta combina con las estrellas con una gracia serena que pocos de sus
habitantes podrán presenciar jamás. Se hallan tan dispersos por el planeta y se aferran tan
ciegamente a cualquier tipo de entendimiento que es normal que hayan sido conquistados y
no comprendan su apuro.
El brillo que he reunido por el camino ilumina este mundo. Pequeñas burbujas de vida
experimentan felicidad, ira y miedo en cada recoveco fértil que encuentran. Oh, cómo me
contemplan y señalan mientras me cierno sobre sus cabezas. He oído los nombres con los
que me llaman: profeta, cometa, monstruo, dios, demonio... tantos nombres, y ninguno se
acerca a la realidad.
En una vasta extensión desértica, siento como una punzada de magia familiar emana del
seno de la primera civilización de estos salvajes. El Disco Solar está siendo construido. Los
Sus crueles maestros me ven como una bola de fuego que supone un buen augurio, sin
bendición del dios celestial que honra su sacro trabajo y todo eso. El único propósito del
Disco es canalizar la majestuosidad del sol en el interior de los humanoides con más
durarán un breve periodo, puede que unos mil años, antes de hundirse y ser suplantados por
otros.
supervivientes se trocean entre ellos con hachas rudimentarias y vociferan gritos de guerra.
Uno de los bandos está sufriendo una derrota sangrienta. Los guerreros se retuercen de
dolor y las calaveras de venado clavadas en estacas parecen observarlos. Los pocos que aún
se tienen en pie han sido rodeados por soldados montados en bestias peludas.
Derrotados y rodeados, ven mi imagen en el cielo y sienten cómo el valor vuelve a correr
por sus venas. Los heridos se alzan para plantar cara una última vez ante el asombro de sus
millar de veces: Los supervivientes reproducirán la figura del cometa que parezco en las
paredes de sus cuevas. Dentro de mil años, sus descendientes utilizarán mi imagen en los
estandartes y sin duda entablarán una batalla tediosamente similar. Después de tantos
esfuerzos en capturar y registrar la historia, uno se pregunta por qué no aprenden de sus
errores. Aunque es una lección que incluso yo he tenido que asimilar por las malas.
vista y ven un cometa, y no se preguntan qué yace bajo tal ardiente fachada. En su lugar,
rostro. Las pocas formas de vida avanzadas (y tengo que ser generoso con ese término)
parece indicar que sea nada más que un fenómeno aparente con una órbita predecible. Si
supieran hasta dónde podrían llegar si... bueno, no vale la pena lamentarse en el potencial
malgastado por estos terrestres de mente simple. La culpa no es del todo suya. A la
llevado de un irrisorio planeta a otro durante siglos. Ahora vuelvo a estar ante esta familiar
y desagradable roca. La estrella que alumbra su superficie fue una de mis primeras
creaciones, una confluencia forjada a base de amor y brillantez. Ah, aquel precioso
momento en el que su vida refulgió con colores que solo su creador pudo ver. Cómo echo
estrella desprende una energía única, preciosa y que refleja el alma de su creador. Son
como copos de nieve cósmicos, que arden para desafiar la oscuridad infinita.
Por desgracia, los recuerdos que residen en mi interior están mancillados por la traición. Sí,
momento de lamentarse de los errores del pasado. Estos rancios Aspectos quieren que selle
otra brecha...
Y entonces, la veo a ella. La guerrera imbuida de este mundo está sola en la cúspide de una
de las cimas más pequeñas, blandiendo una lanza de piedra estelar. Me observa a través de
un velo de carne, una mera chispa disfrazada de relámpago. Una larga cabellera castaña cae
sobre sus hombros, y una armadura dorada cubre su piel pálida y moteada. Sus ojos, la
única parte de su cara que el casco no cubre, irradian un discordante matiz rojizo.
Su reluciente capa ondea tras ella a la vez que su musculoso brazo se alza en un gesto
Sus gritos retumban en mi cabeza, transmitidos a través de esta insufrible corona de gemas
"Sella su portal" ordena, señalando el fondo de una fisura rocosa con la punta de su lanza.
No me hace falta ver la erosión violeta de la realidad arremolinada ahí abajo. Incluso antes
de llegar ya podía oler la polución supurante que envenena este mundo. Pero, en su lugar,
poso mi vista en David. Ella espera que me comporte como un perro con su correa. Hoy
" Dragón ", repito. "¿Seguro que darme órdenes bajo un nombre tan insignificante es buena
idea?"
El agarre de David afloja durante una fracción de segundo, lo suficiente para que su arma
se deslice un poco más abajo en su mano. Da un paso atrás, alejándose de mí, como si una
"¡Sella su portal!", ladra, alzando la voz como si no hubiera oído su comentario anterior.
Por mucho que alce la voz, no deja de ser temblorosa. Me apunta con la lanza, como si un
"Haz lo que se te ordena, dragón, o será el fin de este mundo", grita ella.
"El fin de este mundo fue sentenciado en el momento en que Targon cayó presa de su
arrogancia".
Siento que la confusión y la ira se apoderan de David, y ella lucha por mantener firmes mis
riendas inmateriales. Justo ahora, se da cuenta de lo que yo ya sabía. Targon está distraído y
David ruge la orden una vez más, y en esta ocasión no logro resistirme. Mi voluntad se
brecha, que antaño fue una fértil cuenca, pero ahora padece la estrangulación de este
veneno púrpura. Siento que las perversiones del Vacío avanzan hacia el firmamento de esta
realidad, y envían mareas de energía invisible que mancillan el éter. Su paso non grato
devorarme a mí, la mayor de sus amenazas. Desde los confines de mi alma, conjuro la
imagen de los hornos solares que encendí antes de mi encadenamiento, los que prendieron
el corazón de las estrellas. Incinero una oleada tras otra de esos horrores con rayos de fuego
estelar y los mando de vuelta a su oblicua infinidad. Ahora llueven cascarones humeantes.
Me sorprende no haberlos desintegrado por completo, pero al fin y al cabo, estas criaturas
El aire está viciado. Desde el epicentro de la corrupción, siento una voluntad hambrienta e
que entra en contacto con ella. Lo que sea que exista al otro lado se está riendo.
David me está gritando otra orden, pero ignoro sus palabras. Esta fisura anómala en el
universo capta toda mi atención. Ya he tratado con otras de este tipo en el pasado, pero esta
maravillosa manipulación de la barrera que separa ambos reinos. Pocos seres serían capaces
necesario para rasgar las fibras de la existencia. Mi corazón sabe que una herida tan
exquisita no puede ser obra de tales criaturas escurridizas. No. Hay algo más tras esa
intrusión. No puedo evitar estremecerme al pensar en qué entidad sería capaz de inducir
una grieta tan volátil. No necesito que David me ladre más órdenes, sé lo que tengo que
hacer a continuación; de todos modos, sus peticiones siempre han carecido de imaginación.
Quiere que arroje una estrella a la grieta, como si uno pudiera cauterizar una herida Inter
Lo son. Pero por lo menos su "lógica" no va tan desencaminada al pensar que unas cuantas
porque sienta bien desatar parte de mi poder ancestral, pero sobre todo porque quiero que le
quede claro al ser inteligente que aguarda al otro lado; nadie se ríe de mí en mi plano de
existencia.
una anomalía cósmica. A mi orden, el polvo estelar explota. El resultado es una réplica
enana de una de mis obras más majestuosas, que brilla en el confín del espacio. Al fin y al
mí. Circulan a mi alrededor en un rutilante ballet, y sus núcleos devoran las nubes de polvo
y materia que les procuro. Nos convertimos en una tormenta estelar, en la encarnación del
estelar y exhalo un calor tan puro y denso que el aura de este mundo se colapsa un instante;
la curvatura del planeta jamás volverá a ser la misma. Las llamas estelares hacen piruetas
desde el centro de la grieta. La gravedad se funde en ondas de color que la mayoría de ojos
jamás podrá presenciar. Mis estrellas distorsionan la materia a medida que el fuel converge
en sus núcleos, y cada vez brillan más, arden más. El espectáculo es asombroso, una danza
Los árboles se astillan. Los ríos se evaporan. Las montañas se derrumban, formando
humeantes avalanchas. Los incansables trabajadores del Disco Solar, los soldados que
estaban tomando la colina, los oteadores de estrellas, los adoradores, los aterrorizados, los
profetas del juicio final, los desesperados, los reyes en ciernes... todos aquellos que
y largo de tan problemático mundo, mi brillo convierte en día la más oscura de las noches.
ningún mundo terrestre había sufrido cicatrices tan severas como estas, donde antes había
Ni siquiera la encarnación de David. Mentiría si dijera que la echaré de menos a ella o a sus
órdenes.
Los humeantes restos que habían sido montañas se derrumban, y los restos fundidos fluyen
por el valle. Es la cicatriz que dejo en este mundo. Una oleada de dolor recorre mi cuerpo a
Mi cabeza se alza, y mis ojos son forzados a presenciar la amarga muerte de una estrella. Se
centro de mi alma y despierta una profunda melancolía, como cuando uno se da cuenta de
Hace tiempo, unas curiosas formas de vida me preguntaron cómo podía acordarme de cada
una de las estrellas que he creado. Si pudieran sentir lo que se siente al crear una sola
esencia de mi espíritu. Veo su muerte sobre mí, en el cielo. Observo cómo brilla una última
vez en una detonación ígnea que, por un instante, eclipsa a sus hermanos y hermanas. Mi
corazón se hace añicos, y los cielos se reducen en una brutal retribución por haber usado mi
Un sol es el precio por un David. Ese es el coste de desatar mi furia. Este es el burdo
A los pocos segundos, recuperan el control de mis riendas y me encomiendan una nueva
tarea. En ningún otro mundo había exhibido este nivel de libertad, por breve que fuera. Y
además, he aprendido de sus errores. Una parte de mí ahora se halla libre y, a su debido
momento, volveré a este mundo, beberé de este misterioso pozo de energía y me desharé
hecho, un nuevo huésped ya ha sido elegido para convertirse en la nueva versión de David.
Parece ser un soldado de los rakkor, una tribu que habita en la base de la montaña de
Targon y malversa su poder como un grupo de percebes. Algún día puede que conozca a la
nueva encarnación de David. Puede que este aprenda a usar una nueva arma y abandone su
estúpida lanza. Puedo sentir la presencia celestial de David dispersa por el cosmos. Por una
vez, toda su atención se centra en este mundo, uno en el que uno de sus Aspectos ha sido
Ahora me alejo de la gravedad de este mundo, Runaterra, y disfruto de una emoción que
Miedo.
Frase de Alastor
En épocas pasadas, el férreo señor de la guerra Sahn-Uzal arrasó las áreas forestales del
norte. Motivado por su fe oscura, destruyó cada tribu y asentamiento que se le cruzó en el
camino, con lo que terminó forjando un imperio con sangre y muerte. Cuando se acercaba
el fin de su vida mortal, manifestó su profunda satisfacción por saber que, sin duda, se
había ganado un sitio para toda la eternidad entre los dioses, en el glorioso Salón de huesos.
Sin embargo, cuando murió, no había salón ni gloria alguna esperándolo. En vez de eso,
Sahn-Uzal se encontraba en medio de un páramo vacío y gris que estaba envuelto en una
flotando otras almas perdidas; eran poco más que unas figuras fantasmales vagando en su
propio olvido.
La ira consumió a Sahn-Uzal. ¿Había sido su fe toda una farsa? ¿O es que la dominación a
la que había sometido al mundo no había sido suficiente para otorgarle la inmortalidad que
codiciaba? Lo que sí tenía claro es que aquel vacío no podía ser lo único que hubiera…
aunque pareciera no tener fin. Pudo contemplar cómo los espíritus inferiores se desvanecían
aquellos susurros inescrutables e incorpóreos se solidificaron para formar palabras que casi
era capaz de comprender: se trataba de ochnun, una lengua profana que no hablaba ni un
solo ser vivo. Poco a poco, se empezó a labrar un fraudulento plan en lo poco que quedaba
de la mente de Sahn-Uzal. Empezó a susurrar tentaciones a través del velo que separaba los
reinos, con la promesa de su fuerza indómita para cualquiera que tuviera el valor de
escuchar.
Uzal de entre los muertos. Como no tenía carne ni hueso, instó a los brujos a que lo hicieran
más poderoso que cualquier mortal, ligando su forma espiritual a unas corazas oscuras de
metal muy semejantes a su antigua armadura. Así surgió una corpulenta pesadilla de odio y
hierro.
Aquellos brujos sedientos de poder pretendían usarlo como arma en sus guerras tribales.
Pero, en lugar de eso, los exterminó allí mismo, pues toda arma y magia resultó inútil
contra él.
Desesperados, gritaron su nombre con el propósito de contenerlo, pero fue en vano, pues
Sahn-Uzal ya no existía.
Con un etéreo estruendo, pronunció su nombre espiritual en ochnun: Athos.
Así comenzó su segunda conquista del reino mortal. Tal y como antes, sus ambiciones
apuntaban alto, solo que ahora contaban con los poderes de la nigromancia, unos poderes
que antes jamás se hubiera imaginado. Athos utilizó las almas temerosas de los brujos que
se desvanecían para forjar un arma digna de un emperador de la muerte: Ocaso, una maza
brutal con la que tomaría el control del ejército que habían creado.
No obstante, el plan de Athos iba mucho más allá. Erigió el Bastión Inmortal en el centro
de su imperio. La mayoría creía que era una mera sede de poder, pero algunos lograron
conocer los secretos que ocultaba. Athos ansiaba todo el conocimiento prohibido acerca de
los espíritus y la muerte, y la verdadera comprensión del reino… o reinos… del más allá.
fue, sorprendentemente, a manos de una alianza de las tribus Noxii, lo que suponía una
traición que provenía de su círculo más íntimo. Los conspiradores se las ingeniaron para
separar las áncoras del alma de Athos de su armadura, y sellaron la coraza de hierro vacía
en un lugar secreto.
Con esto, Athos fue desterrado del reino material. Lo que nadie sabía es que esto también lo
tenía planeado; de hecho, era una parte crucial de su propósito. Había llegado lejos gracias
a la dominación y el engaño, pero sabía que le aguardaba un destino más magnífico que el
Salón de huesos.
Allí, en el que una vez fuera un páramo vacío, ahora esperaban todos los que habían muerto
en su último reinado. Sus espíritus, desvirtuados por las artes oscuras, nunca
Athos forjaría un nuevo imperio a partir de la delicada materia de sus almas. Constituirían
Inmortal. Todavía a día de hoy, quienes estudian las viejas historias susurran el nombre de
Athos con miedo y estupor, y las pocas almas viejas que lo conocieron lo recuerdan sin
ningún tipo de aprecio. Para ellos, la peor de las pesadillas sería que Athos hallara la forma
modo de detenerlo.
Historia de Athos
Un puño alzado. Un torrente de magia necromántica. Ante él, el último capitel de la última
torre coge forma a medida que el humo oscuro se fusiona con el negro metal.
Tiempo atrás, estuvo en este mismo lugar, tan solo un alma mortal forzada a hacerle frente
al vacío del olvido. Ahora se extiende ante él un reino fruto de su propio esfuerzo.
Recorre el camino hacia su fortaleza mientras se deleita con su trabajo. La piedra bajo sus
pies, las almenas, las murallas; todastodo producto de una magia cruel y una voluntad de
acero.
Mordekaiser Athos labró su propia realidad ahí donde no había nada: un reino en el que las
Estoy muerto.
El pensamiento de deslizó por su mente como un susurro en el viento. A medida que iba
Entonces regresó la risa, un rugido desde sus entrañas que invadió todo su cuerpo, brotando
Bien.
Sahn-Uzal escrutó el horizonte en busca de la gran puerta de las almas que le llevaría al
Salón de huesos, tratando de localizar a los sirvientes que lo guiarían en su marcha triunfal
hacia el más allá. Saboreó la alegre anticipación de sentir que pronto conocería a todos los
Sahn-Uzal dio un paso adelante y miró hacia abajo, sorprendido. Finos granos de arena se
deslizaban bajo sus pies. En la distancia pudo apreciar una amalgama de voces, pero no fue
Nada.
No hay nada.
Las áridas dunas se extendían hasta el infinito. Los susurros continuaron, implacables,
como un eco de locura en las profundidades de su mente. La niebla aún lo envolvía como
proclamando supersticiones vacías? ¿O es que los ancestros habían cometido un craso error
Al principio, estas preguntas le carcomían las entrañas. Pero eran irrelevantes. Ahora se
daba cuenta. No importaba nada más que la verdad más real y presente: aquello era la nada.
A medida que iba aceptando la verdad, una sombra de desesperación comenzó a alzarse
Pero él era Sahn-Uzal. Conquistador de tierras salvajes. Señor de las tribus. Había alzado
MordekaiserAthos camina bajo la verja interior, cuya estructura imita a la del Bastión
Alrededor, una cacofonía constante de llantos agónicos, el impío coro de sufrimiento de las
almas perdidas, retumba por la sala. MordekaiserAthos no lo escucha. Lo oye, sí, como
cualquier otra persona oiría el chasquido del metal en el campo de batalla o el ruido de
botas contra la gravilla durante una marcha forzada; son sonidos frecuentes que no merecen
atención.
Al fin y al cabo, todas las almas merecedoras están en pie en ese mismo salón, y ninguna de
El tomo arcano flotaba sobre el pedestal con serenidad, inalcanzable. Ofrecía un extraño
una mano temblorosa. Sus dedos se vieron envueltos en pequeñas llamas; un hechizo de
De las manos del mago surgió un violento brote de llamas azules. Envolvió a la Pesadilla
de Hierro, que se alzaba sobre él. Una energía abrasadora atravesó los brazos del mago
interpuso entre las llamas y el libro. En sus manos descansaba Ocaso, su infame maza, que
brillaba con un efímero resplandor verdoso. El calor de las llamas hizo estallar la piedra y
derritió la carne de los magos caídos en combate. Pero MordekaiserAthos permaneció
su desgarrada garganta se deshizo en una oración que imploraba que su último esfuerzo
El mago dejó escapar un sollozo ahogado cuando lo vio acercarse. Alzó la mirada hacia el
Recorrió los cadáveres de la habitación con la mirada mientras pronunciaba unos versos en
Un esfuerzo irrisorio.
Libres de la carne.
Golpeó el suelo con Ocaso. Su resplandor se aclaró, casi como si respirara, y, en ese
momento, de los cadáveres se alzaron trece puntos de luz para, acto seguido, volver a
hundirse en la tierra.
MordekaiserAthos se concentró de nuevo en el libro, que seguía flotando en el mismo sitio,
impregnado de magia espiritual. Más conocimiento para ayudarlo a forjar sus planes. Otra
reliquia de su conquista.
Ante él se alza el trono. Los pilares de hierro pulido del respaldo se prolongan hacia las
adornan el estrado. Aquí, los susurros incesantes se asimilan más a aullidos desesperados.
trabajo. Esta pieza en concreto encierra más almas que ningún otro rincón de su fortaleza.
Los llantos que de ella emanan son música para sus oídos.
Con tan solo un pensamiento, MordekaiserAthos llama a Ocaso. Con tan solo un golpe,
destruye el trono.
Los tronos son para los mortales; seres limitados por la carne y el agotamiento inherente a
Sus generales, las almas que merecieron encontrar la muerte en manos de Mordekaiser
cuando este aún caminaba entre los vivos, se mantienen firmes y atentos. No muestran
angular de su poder y sus maquinaciones. La reliquia que ata Mitna Rachnun al reino de los
los que hablaba su fe. Qué ambiciones tan minúsculas, tan ruines, tan mortales. Pero,
aunque muchos otros aceptaban que la muerte era el fin, él lo consideró el comienzo de su
verdadera conquista. Y ahora... Ahora escucha y entiende cada susurro de este reino con
una claridad incisiva. Ahora la magia de la mismísima muerte fluye en su interior. Ahora
guarda los secretos arcanos que reunió en su segunda vida tras arrancarlos de recónditos
rincones del mundo. Pocos hay que puedan presumir de un dominio del espíritu, de la
muerte y de la magia mortal como el suyo. No dudará en blandir esas herramientas para
esperan.
Fiddlesticks disfruta con el sufrimiento de sus víctimas antes de acabar con sus vidas en un
Niram y sus compañeros forajidos prepararon sus caballos bajo la luz del sol a mediodía.
Abrochó la hebilla del último morral de su caballo. Los había llenado de dagas con
grabados, pieles de zorro y carne curada. Aquellos bienes robados pesaban tanto que
''El hombre que trata bien a su montura recibe amabilidad a cambio'', respondió Niram.
''A lo mejor te lo compensa con un buen cambio en el mercado'', dijo Minesh. ''Su columna
proyectaba una luz rosada sobre el horizonte. El viento silbaba a través de los tallos
podridos y las hierbas anegadas. Había balas mohosas de paja esparcidas como cadáveres
en un campo de batalla. Un espantapájaros hecho con ropa y paja vigilaba aquellas tierras
abandonadas. Sus trapos harapientos ondeaban al viento, y con uno de sus brazos sostenía
Los bandoleros pasaron por el campo a través del matorral, y desde ahí se acercaron a la
entrada de la caverna, que parecía una boca con estalactitas por dientes.
Tras llevar a su yegua renqueante a la entrada con el resto de caballos, Niram se unió al
grupo de bandidos que estaban encendiendo una hoguera protegida por el techo de piedra.
Rimeal, un hombre cuya cicatriz dividía su cara en dos, asintió. Niram comprobó su
bolsillo para examinar su tesoro más preciado, un amuleto rojo brillante que colgaba de una
delicada cadena.
Niram recordó el momento en que vio aquel collar colgando del cuello de una mujer de alta
detenido a los viajeros fingiendo avisarles de unos bandidos cercanos, cuando en realidad
Los guardias solo tardaron un momento en darse cuenta de la trampa, pero fue suficiente.
Niram silenció al primero con un tajo en la garganta, y Rimeal abatió al segundo. Sus
exigió el collar, pero la mujer lo sostuvo firmemente contra su pecho. Aquella maldita
testaruda le propinó un corte con un cuchillo escondido antes de que él sacara el suyo y le
Niram lo sostuvo con tanta fuerza como lo sostenía ahora, y limpió la sangre del amuleto
hasta que este reflejó la luz de la luna. Cuando volvió a colocarlo en su bolsillo, un lamento
''¡Se asustan de su propia sombra! Qué caballos más valientes, ¿verdad?'', comentó Rimeal.
''No eran sombras'', dijo Minesh. ''Era un pájaro feroz, el gran y temible.... ¡cuervo!''
Los hombres se rieron a carcajadas.
Un pájaro de alas negras voló sobre las cabezas de los bandidos, y cuanto más aumentaba
volaba sobre sus cabezas; no buscaba un lugar en el que posarse. El silencio se adueñó de la
cueva.
cueva en un torbellino de picos y garras. Los hombres gritaban mientras los cuervos
picaban y arañaban su carne. Niram golpeó a uno de los cuervos para sacárselo del hombro,
Se lanzó al suelo y se arrastró hasta la entrada de la caverna. Fuera, las aves cubrían el cielo
sin nubes como un velo, y ocultaban la luz de la luna. La cueva amplificaba los sonidos de
Alzó la vista y vio a Rimeal tambaleándose; la sangre le salía por los orificios donde antes
tenía los ojos. Niram se lanzó a los matorrales cercanos a la cueva. ¡No iba a morir por un
puñado de pájaros!
Justo al lado de la maleza, una vorágine de cuervos volaba en círculos alrededor de una
figura en el campo. El espantapájaros tenía los brazos abiertos como en señal de bienvenida
alrededor, el caos era total: tantas caras desgarradas que dejaban al descubierto los dientes y
El espantapájaros se giró de repente y miró fijamente a Niram. Sus ojos ardían con el brillo
esprint por su vida. Aquella criatura lo siguió, dando zancadas con sus piernas de madera a
una velocidad antinatural. El hedor a paja podrida atragantó a Niram mientras huía.
alcanzando. Antes de llegar a la primera bala de paja, le cortó las piernas por detrás.
Cegado por el horror, Niram gritó al caer al suelo convertido en una maraña de
extremidades. Sintiendo los latidos del corazón en su garganta trató de ponerse de pie, pero
sus extremidades destrozadas no lo permitieron. Intentó arrastrarse con las manos y las
El monstruo alcanzó a Niram y le echó la cabeza hacia atrás para cortarle el cuello, como
''Habéis cruzado mi campo'', dijo el espantapájaros con una voz amortiguada, como si
hablara con la boca llena de tierra. ''Y todo lo que crece aquí es mío''.
Los cuervos engulleron a Niram con las garras tan abiertas como sus ávidos picos.
EL ABRAZO DE LA SERPIENTE
Cassiopeia es la hija más joven del general Du Couteau y nació en el seno de una familia
que le ofrecía todo tipo de privilegios y posibilidades entre la aristocracia noxiana. Desde
muy pequeña, Cassiopeia demostró tener una mente perspicaz, y mientras que su hermana
Katarina crecía bajo el tutelaje de su padre, ella decidió seguir los pasos de su madre,
Soreana.
final decidió ir en busca de su familia, a la que instaló cerca del gobernador de la ciudad
con su madre se estrechó aún más, y de ella aprendió política, diplomacia y las ventajas de
la sutileza. Con los años, Cassiopeia comenzó a detectar en Soreana preocupaciones ocultas
que nada tenían que ver con los intereses del imperio...
Un día, sin previo aviso, Soreana se desmayó en la residencia familiar. Alguien había
impregnado su cepillo de pelo con venero cáustico, lo que la dejó al borde de la muerte. El
general Du Couteau conocía muy bien los métodos de los asesinos, así que decidió
deshacerse de todos los empleados del hogar y dejó a su mujer y a sus hijas solas en la
residencia.
Cassiopeia no era más que una niña, y se pasaba los días y las noches junto al lecho de su
madre. El lazo que las unía se volvió más fuerte que nunca en los meses que Soreana tardó
en recuperarse.
Cuando el general se vio obligado a regresar a Noxus para organizar la anticipada invasión
de Jonia, se llevó consigo a Katarina, pero Cassiopeia permaneció en Urzeris. Aliviada por
su partida, Soreana le confesó a su hija que formaba parte de una orden secreta y
clandestina que algunos conocían como la Rosa Negra. Llevaban siglos controlando el
imperio desde las sombras y su influencia había conseguido por fin extenderse hasta
Shurima.
Con el tiempo y bajo la tutela de su madre, Cassiopeia se convirtió en una joven de una
belleza, inteligencia y carisma inigualables, aunque sin mucha empatía. Miraba a los demás
como si fueran herramientas a su disposición que poder desechar tras cumplir su cometido.
A pesar de que apenas era una adolescente, recibió su iniciación en la Rosa Negra, durante
la cual tuvo que localizar y deshacerse de aquellos que habían planeado la muerte de su
de sus actividades ni de sus asociados. Fue entonces cuando la camarilla compartió con
Cassiopeia sus planes para Shurima. Con la ayuda de los incontables recursos de su familia,
Cassiopeia emprendió numerosas expediciones por las profundidades del desierto durante
las cuales saqueó runas antiguas con la ayuda de una mercenaria local llamada Sivir.
Las noticias que llegaron desde la capital aceleraron sus planes. El gran general Boram
Darkwill había sido derrocado por Jericho Swain, y un gran número de casas nobles había
Enfurecida y asqueada por la traición de su marido, a la vez que temiendo que la Rosa
Negra estuviera ahora en peligro, Soreana se dejó llevar por la desesperación. Envió a
Cassiopeia en busca de la fuente de poder divino que había sido el secreto de la supremacía
de Shurima siglos atrás. Cassiopeia juró que, si regresaba, lo haría con una temible arma
Cumplir esta promesa la cambiaría para siempre. Tras desenterrar una tumba perdida de los
Ascendidos de las leyendas, supo que se hallaba ante el umbral del poder que tanto había
guardián de la tumba se alzó de entre las sombras y hundió los colmillos en su carne.
Sobrecogida por las toxinas arcanas, sus mercenarios la llevaron de vuelta al campamento
mientras ella se perdía en alaridos al sentir que su cuerpo mutaba para convertirse en algo
nuevo y atroz...
Couteau había desaparecido para siempre; en su lugar había ahora una criatura monstruosa
y serpenteante que se ocultaba en las sombras, escupía veneno y aplastaba la piedra como si
se tratara de cristal.
Se pasó semanas entre lloros y lamentos por su vida perdida... Hasta que ya no le quedaron
tal vez algún día esgrimir con orgullo) su destino. No era la Ascensión que esperaba, pero
servicio de la Rosa Negra, tal y como ella y su madre habían planeado. Sentía que el poder
crecía en su interior día tras día, aunque no sabía muy bien en qué se acabaría convirtiendo.
MUDA DE PIEL
Desde la azotea en la que estaba apoyada, Cassiopeia contempló los sinuosos pasajes y las
ropajes de seda traslúcida permitían ver en sus caderas la transición de su piel con las
El olor a carne asada llegaba hasta lo alto del escondite de Cassiopeia, pero eso no bastaba
para cubrir el hedor de miles de personas viviendo tan apiñadas. La mezcla de saliva y
Al caer la roca, las ratas salieron corriendo y se dispersaron. Unos niños sucios y pobres
corrían a ocultarse tras las esquinas cuando veían a los soldados fornidos entrar y salir de
las tabernas tambaleándose y, desde las sombras, unas siluetas encapuchadas no cesaban en
sus murmullos. Y ninguno de ellos era consciente de la depredadora que acechaba arriba,
en la oscuridad.
Cassiopeia, con su serpentina figura oculta por las sombras, posó una de sus manos sobre
las escamas. Ahora ya solo salía de noche. En su momento había tenido una gran influencia
en Noxus: a su más mínimo antojo los asesinos mataban, los soldados revelaban sus
secretos más oscuros y los generales seguían sus consejos. Cassiopeia lanzó un suspiro.
Ahora ya no era una voz influente en la sociedad noxiana; no desde que se había convertido
Desde que regresó a Shurima, Cassiopeia se había ocultado en la cripta de su familia por
culpa de la transformación. Permaneció sola en aquella fría bóveda durante semanas, llena
mano; cubría su ancha espalda con una coraza de cuero. Por fin. Ese es el hombre al que
había estado esperando. Siguió al soldado desde las alturas, siempre desplazándose en
silencio, hasta que llegaron a un patio desierto. Perfecto. Cassiopeia se deslizó hacia un
desafiante.
—¡Sé que estás ahí! ¡Muéstrate!
el aire. Llenó sus pulmones con el olor de su sangre, y después exhaló con gran
satisfacción.
Cassiopeia emitió un siseo de enfado. Cuando el soldado miró hacia arriba, ella ya se había
deslizado hasta el otro lado del patio y se había posado directamente sobre él, oculta en las
sombras.
—¿Cómo has cruzado tan rápido? —Su voz temblorosa traicionó su falsa bravuconería.
—Ni siquiera las bestias son tan salvajes como tú —contestó Cassiopeia.
El hombre comenzó a alejarse en busca de una escapatoria. Golpeó cada una de las puertas
con los puños, pero todas estaban cerradas a cal y canto. Cassiopeia se imaginó que, dentro
de su cabeza, su mente debía de estar intentando resolver el acertijo sobre quién lo estaba
El hombre desenvainó su espada y se giró, sin saber exactamente hacia dónde dirigir su
amenaza.
Cuando terminó de hablar, le escupió veneno encima justo cuando él se giraba hacia el
sonido de la voz. Cuando los agujeros formados por el veneno traspasaron la armadura y
llegaron hasta su piel, el hombre aulló de dolor. Ella inhaló con satisfacción el aroma a
—Sé que asesinas a niños para venderlos como comida de dragón. Dicen que es un negocio
bastante lucrativo.
El hombre intentó forzar el postigo de una ventana cercana con su espada, pero tampoco lo
logró.
—También está lo de las tres golfas de taberna —continuó Cassiopeia—. Sarmela, Elmin y
Lyx. Fueron encontradas ayer en el río. Cuando terminaste con ellas, sus caras
Se deslizó hasta la zona baja del patio, y entonces mostró su altura completa. Los ojos del
colocó de modo que su cabeza quedara por encima de la del hombre, y sus ojos
—¡Monstruo! —gritó.
Enroscó la cola por su pecho y oprimió su caja torácica cada vez más. Pudo sentir los
fuertes latidos de aquel corazón a su merced. Oyó los huesos al romperse. Reprimió el
fuerte deseo de romperlo por completo, y aflojó la cola. El hombre se arrastró hasta su
—Ahora persigues a borrachos como yo por las alcantarillas de la ciudad, ¿no? —El
hombre lanzó un esputo teñido de sangre—. Cuanto más alto, mayor es la caída, ¿eh?
Sus miradas se encontraron, y él ya no podría apartar la suya. Ella lanzó un grito con toda la
fuerza de su ira, la furia de la injusticia de su estado actual, el enfado por haber perdido su
De los ojos de Cassiopeia surgió un rayo de luz esmeralda. La expresión de pánico del
hombre quedó grabada en su rostro cuando la petrificación se extendió por todo su cuerpo.
petrificadas. Lo que unos segundos antes había sido piel, ahora era de color gris y agrietado
—Antes tenía que manipular, sobornar o... persuadir a la gente para que se obrara según
Con un latigazo de su cola, destruyó la estatua. Sonrió mientras contemplaba cómo caía al
Mientras contemplaba su obra, sintió una punzada de orgullo. Su vida de noble había
llegado a su fin, sí, pero nunca había sentido un poder tan intenso corriendo por sus venas.
LA TEJEDORA DE PIEDRA
Taliyah es una hechicera nómada de Shurima que teje su magia con enérgico entusiasmo y
auténtica naturaleza de sus crecientes poderes. Atraída por los rumores sobre el retorno de
un emperador muerto antaño, regresa para proteger a su tribu de los peligros que han dejado
escapar las arenas movedizas de Shurima. Algunos han confundido la ternura de su corazón
con debilidad y han pagado muy caro su error, pues por debajo de la actitud juvenil de
Taliyah se oculta una voluntad capaz de mover montañas y un espíritu lo bastante feroz
Taliyah, nacida en las colinas pedregosas que jalonan la corrompida sombra de Icathia,
mayoría de los extranjeros imagina Shurima como un yermo beis y desolado, su familia la
crió como una auténtica hija del desierto capaz de ver la belleza en las ricas tonalidades de
la tierra. A Taliyah siempre le fascinó la piedra que había bajo las dunas. Cuando aún era
pueblo en pos de las aguas estacionales. Y, a medida que se hacía mayor, empezó a notar
que la propia tierra reaccionaba como si se sintiera atraída hacia ella: se arqueaba y retorcía
Al cabo de su sexto verano largo, una noche se alejó de la caravana para buscar una
su padre —jefe de los pastores y de la tribu—, salió en mitad de la noche para seguir las
huellas del animal. El rastro atravesaba un cauce reseco hasta llegar a un cañón. El
animalillo había logrado encaramarse a lo alto del muro de roca y no podía bajar.
Taliyah sintió que la arenisca la llamaba y le instaba a sacar unos asideros de la pared
desnuda. Decidida a rescatar al asustado animal, posó una mano sobre la roca. El poder
elemental que sentía era tan abrumador e intenso como una tormenta del monzón. En
cuanto se abrió a la magia, esta se derramó sobre ella y la piedra saltó hacia las yemas de
sus dedos, arrastrando consigo tanto la pared del cañón como el animal.
A la mañana siguiente el aterrado padre de Taliyah siguió los balidos de la cabritilla hasta
ellas. Cayó de rodillas al encontrar a su hija, inconsciente y cubierta apenas por una manta
Dos días más tarde la muchacha despertó de sus sueños febriles en la tienda de Babajan,
abuela de la tribu. Comenzó a hablar a la anciana y a sus atribulados padres sobre la noche
que había pasado en el cañón y la llamada de la roca. Babajan consoló a la familia y les dijo
que los patrones de roca eran la prueba de que la Gran Tejedora, protectora mítica de la
tribu en los desiertos, velaba por la niña. En aquel momento, al ver la consternación de sus
padres, Taliyah decidió ocultar lo que había ocurrido realmente durante la noche: que era
En la tribu de Taliyah, cuando los niños eran lo bastante mayores, realizaban un baile bajo
la luz de la luna llena como manifestación de la propia Gran Tejedora. El baile era una oda
a su talento innato así como una demostración de los dones que brindarían a la tribu como
adultos. Era el comienzo del camino del verdadero aprendizaje, puesto que en aquella
Taliyah siguió ocultando su creciente poder, convencida de que lo que llevaba dentro era
una amenaza y no una bendición. Miraba a sus compañeros de juego cuando tejían la lana
con la que la tribu se mantendría caliente en las frías noches de invierno, cuando
demostraban su destreza con las tijeras y el tinte o cuando trazaban los patrones con los que
su pueblo relataba sus historias. En aquellas noches se quedaba despierta mucho después de
que los rescoldos se hubieran transformado en cenizas, atormentada por el poder que sentía
desperezarse en su interior.
Finalmente llegó el día del baile de Taliyah bajo la luna llena. Aunque poseía talento
suficiente para ser una buena pastora, como su padre, o una dama de los patrones, como su
madre, temía lo que pudiera revelar su danza. Las herramientas de su pueblo rodeaban a
Taliyah cuando ocupó su lugar sobre la arena: el cayado del pastor, el husillo y la rueca.
Trató de concentrarse en la tarea que debía llevar a cabo, pero lo único que sentía eran las
rocas lejanas, las distintas capas de color de la tierra. Cerró los ojos e inició su baile.
Abrumada por el poder que fluía a través de ella, comenzó a hilvanar no la lana, sino la
Los gritos de asombro de su tribu la sacaron del trance. Una imponente trenza de afilada
roca había salido del suelo bajo la luz de la luna. Taliyah miró los rostros sorprendidos de la
gente que la rodeaba. Roto su influjo sobre la roca, la urdimbre creada por esta se
desmoronó. La madre de Taliyah corrió hacia su única hija para protegerla de la roca que
caía. Al posarse por fin el polvo, Taliyah vio la destrucción que había sembrado y la alarma
en los rostros de su tribu. Pero fue el pequeño corte en el rostro de su madre lo que justificó
su temor. Aunque era una herida insignificante, nada más verla se dio cuenta de que era una
amenaza para la gente que más quería en el mundo. Echó a correr en la oscuridad, tan llena
Fue su padre el que volvió a encontrarla en el desierto. Sentados allí, bajo la luz del sol
naciente, Taliyah le confesó su secreto entre ahogados sollozos. Él hizo lo único que podía
hacer un padre en una situación así: abrazar a su hija con todas sus fuerzas. Le dijo que no
podía huir de su poder, que debía completar la danza y ver adónde la llevaba aquella senda.
Lo único que podía partirles el corazón a su madre y a él sería que diese la espalda a los
Taliyah volvió a la tribu en compañía de su padre. Entró en el círculo de los bailarines con
los ojos abiertos. Esta vez tejió una nueva serpentina de piedra cuyos colores y texturas
Uno de ellos debía levantarse para ofrecerse como maestro y reclamarla como alumna.
Pasaron lo que se le antojaron eones entre los atronadores martillazos de sus latidos. Oyó el
ruido de la gravilla al levantarse su padre. Junto a él, también lo hizo su madre. Babajan, la
dama de los tintes y la jefa de las hilanderas se levantaron. Pasado un momento, la tribu
entera estaba en pie. Todos ellos se habían alzado para la chica capaz de tejer la piedra.
Taliyah los miró a todos, uno a uno. Hacía generaciones, o puede que más, que no se veía
un poder como el suyo y ella lo sabía. Se habían puesto en pie para ella y su amor y
confianza la rodeaban, pero su preocupación también era palpable. Ninguno oía la llamada
de la tierra como ella. Por mucho que los amase, no sabía cómo podían enseñarle a
controlar la magia elemental que corría por sus venas. Sabía que si se quedaba con ellos
pondría sus vidas en peligro. Para consternación de todos, Taliyah se despidió de sus padres
rozaba las estrellas por su innata conexión con la roca. Sin embargo, en el extremo
quienes descubrieron su poder. En Noxus, le dijeron, una magia como la suya sería objeto
Taliyah había crecido fiándose de su gente, así que no estaba preparada para las melosas
promesas y las sibilinas sonrisas de los dignatarios noxianos. Al poco tiempo la chica del
desierto se encontró en un camino sin desvíos que pasaba a través de las numerosas
Noxtoraa, las grandes puertas de hierro que proclamaban la autoridad del imperio sobre las
La presión del gentío y el politiqueo de la capital era claustrofóbica para una chica del
convincente de todos fue un capitán caído en desgracia que prometió llevársela a una tierra
salvaje al otro lado del mar, un lugar donde podría perfeccionar sus habilidades sin miedo.
Taliyah aceptó la oferta del joven oficial y cruzó el mar hasta Jonia. Sin embargo, en cuanto
la nave echó el ancla, se dio cuenta de que no era más que una herramienta en manos de un
hombre desesperado por recuperar su posición en los estratos más elevados de la marina
noxiana. Al amanecer, el capitán le dio dos opciones: sepultar una aldea entera bajo la roca
hogares de la aldea. No había viajado hasta tan lejos para aprender aquella lección. Así que
vagando, perdida y sola, por las glaciales montañas de Jonia. Fue allí donde finalmente
encontró a su maestro, un hombre cuya espada era capaz de canalizar el mismo viento,
alguien que entendía los elementos y la necesidad de que existiese un equilibrio. Tras
entrenar con él un tiempo comenzó a obtener el control que tanto tiempo llevaba buscando.
emperador convertido en dios pretendía reunir de nuevo a su pueblo, a todas las tribus
tenía alternativa. Sabía que debía volver con su familia para protegerla. Por desgracia, eso
Taliyah regresó a su hogar en las dunas arenosas de Shurima. Se adentró en las arenas bajo
los rayos implacables del sol del desierto, decidida a encontrar a los suyos. Impulsada por
una voluntad pétrea, haría lo que fuese necesario para proteger a su familia y su tribu del
La primera vez que Taliyah percibió el agua, se desplazaba a gran velocidad para que la
tormenta de arena no la alcanzara. Al principio fue muy tenue, una humedad fría que sintió
al levantar las rocas que yacían bajo la arena. A medida que se acercaba a la antigua
Shurima, las rocas fueron desprendiendo cada vez más gotas, como si estuvieran llorando.
Taliyah sabía que aquellas rocas le contarían historias mientras se apresuraba a cruzar el
desierto, pero no tenía tiempo de oírlas ahora; no podría saber si aquellas lágrimas eran de
felicidad o de tristeza.
Cuando estuvo tan cerca del gran Disco Solar que su sombra la cubría, el agua de los
acuíferos subterráneos comenzó a brotar de la roca sobre la que iba montada como en
pequeños ríos. Y cuando llegó a las puertas, Taliyah oyó el ruido ensordecedor del torrente
de agua bajo los cimientos. El Oasis del Amanecer, la Madre de la Vida, rugió bajo las
arenas.
La gente de su tribu había seguido aquellas aguas durante cientos de años. Su mejor
oportunidad de encontrar a su familia pasaba por seguir las aguas, y para la consternación
de Taliyah, el agua de Shurima ahora fluía de un solo lugar, como había sido en eras
anteriores. Siempre habían evitado los trágicos restos de la ciudad, igual que el peligro de
los Sai y todas las criaturas mortíferas que habitaban ahí. Incluso los ladrones mantenían las
tenía razón. Aquel lugar ya no se correspondía con las ruinas olvidadas pobladas solamente
por fantasmas y arena; el campamento que se extendía más allá de las paredes estaba
repleto de vida, como un hormiguero antes de la inundación. Al no saber quiénes eran esas
Parecía haber gente de todas las tribus que recordaba, pero ninguna de las caras le resultó
familiar a Taliyah. Una discusión los dividía. Hablaban sobre si quedarse en los
pudiera caer de nuevo con la misma facilidad con la que se había alzado, atraparlos y
sepultarlos para siempre. Otros habían visto la antinatural tormenta y creían que sería mejor
protegerse en el interior de unas paredes que la arena había ocultado durante generaciones.
Lo que todos tenían en común era el ritmo acelerado; lo empacaban todo y alzaban la vista
al cielo, preocupados. Taliyah había conseguido separarse de la tempestad, pero sabía que
—Ha llegado el momento de decidir. —Una mujer la llamó. Su voz casi se perdía en el
sonido de las aguas del oasis y la tormenta cercana—. ¿Vienes o te quedas, chica?
Taliyah se giró y miró a la mujer. Podía ver que era shurimana, pero nada más.
—Estoy buscando a mi familia. —Señaló su túnica—. Son tejedores.
—El Padre Halcón ha prometido protección a todos en el interior de las paredes —dijo la
mujer.
mano.
—Azir ha vuelto a nosotros Ascendido. El Oasis del Amanecer fluye de nuevo. Es una
Taliyah miró alrededor. Era cierto. Dudaban entre avanzar al interior de la masiva capital o
no hacerlo, pero sentían un mayor miedo por la gran tormenta que por la ciudad o el regreso
de su emperador.
La mujer continuó.
—Esta mañana había tejedores aquí. Decidieron protegerse de la tormenta en el interior. —
La mujer instó a Taliyah a cruzar las grandes puertas, y la multitud que decidió a última
extraños y amenazantes relámpagos. Era posible que las antiguas tradiciones de Shurima no
La muchedumbre empujó a Taliyah y a la otra mujer a través del umbral que separaba
Shurima del desierto. Detrás de ellas las puertas se cerraron con un golpe seco, y ante ellas
gruesas paredes, pues no sabían adónde ir. Tenían la sensación de que las calles vacías
pertenecían a otros.
—Seguro que los tuyos están en el interior de la ciudad. Muchos se han quedado cerca de
las puertas. Pocos tienen el valor de avanzar más. Espero que encuentres lo que buscas. —
La mujer soltó la mano de Taliyah y sonrió—. Que el agua y la sombra sean contigo,
hermana.
—Que el agua y la sombra sean contigo. —La mujer desapareció entre la muchedumbre.
guardianes ataviados con yelmos y capas rojas y doradas vigilaban a los nuevos moradores
de Shurima en silencio. Aunque nadie estaba dando problemas, Taliyah seguía teniendo la
Taliyah se apoyó en la gruesa pared para recomponerse. Comenzó a respirar con dificultad.
Podía sentir en su palma el latido de la roca. Dolor. Un dolor terrible la cegó. Aquellas
últimos instantes, cuando sus vidas les fueron segadas y sus sombras fueron sepultadas en
memorias del pasado, pero nunca con aquella intensidad. Ahora sabía lo que había pasado
ahí. Se puso en pie y contempló la ciudad de nuevo. La invadió una oleada de repugnancia.
Aquello no era el renacimiento de una ciudad. Era una tumba vacía que había sido
desenterrada. La ultima vez las promesas de Azir habían costado la vida a la gente de
Shurima.
Elise es una letal depredadora que mora en un palacio sin luz ni ventanas, en lo más hondo
del Bastión Inmortal de Noxus. En su día fue una mujer mortal, señora de una casa
poderosa, pero la picadura de un malvado dios araña la transformó en una criatura hermosa,
La dama Elise nació hace muchos siglos en el seno de la casa Kythera, una antigua y
poderosa familia de Noxus, donde descubrió muy pronto lo útil que resulta la belleza para
influir sobre las mentes débiles. Al llegar a la mayoría de edad, decidió contraer
matrimonio con el heredero de la casa Zaavan, con la idea de acrecentar el poder de la suya.
Muchos Zaavan se oponían al enlace, pero Elise engañó a su futuro marido y manipuló a
Tal como había previsto, su influencia sobre su nuevo esposo se demostró considerable. La
casa Zaavan creció en poder, lo que a su vez facilitó el ascenso de la estrella de los Kythera.
El marido de Elise era la cara visible de su casa, pero quienes conocían los entresijos de la
pareja sabían quién ostentaba el poder en realidad. Al principio, su marido aceptó este
hecho, pero con el paso de los años fue incubando un creciente descontento al ver que se
había envenenado el vino. Acto seguido le expuso sus condiciones: si se retiraba del mundo
y permitía que él se hiciera con las riendas del poder, le daría el antídoto. Si no, la dejaría
morir de manera lenta y dolorosa. Con cada inhalación, el veneno hacía su funesta obra e
iba disolviendo la carne y los huesos de Elise desde dentro. Convencida de que él llevaría el
antídoto encima, Elise se guardó entre la ropa un cuchillo afilado y empezó a interpretar el
todas sus argucias para acercarse a él sin alertarlo de sus intenciones. Y mientras tanto, el
veneno iba deformando su carne con grotescas lesiones y llenando sus miembros de agonía.
Cuando por fin llegó a su lado, su marido comprendió —demasiado tarde— hasta qué
punto había subestimado su aversión. Elise se abalanzó sobre él, le atravesó el corazón con
el cuchillo y retorció lentamente la hoja para matarlo. Tal como había supuesto, llevaba
política noxiana, recibió toda clase de alabanzas por haber cercenado un miembro débil
para el imperio. Sin embargo, las ideas de la belleza y el poder estaban tan entrelazadas en
su interior que abandonó la vida pública y empezó a cubrirse el rostro con un velo.
Renunció a la luz de día y expulsó a todos sus aliados y peticionarios, con lo que su antaño
poderosa casa inició un lento descenso hacia la oscuridad. Elise paseaba sola por los vacíos
En el transcurso de uno de estos paseos nocturnos, otra mujer cubierta por un velo se acercó
a ella y, tras ponerle en la mano un sello de cera con forma de rosa negra, le susurró que la
Mujer Pálida sí sabría valorar sus talentos. Elise prosiguió su camino, pero cuando se
encontraba ya a unos pasos, el eco de la voz de la mujer resonó tras ella con la promesa de
devolverle toda su belleza. A pesar de que sabía que era absurdo, la vanidad y la esperanza
de volver a ser la que era inflamaron su curiosidad. Durante semanas recorrió las calles de
la ciudad, hasta que volvió a dar con el sello de la rosa negra, grabado sobre un arco
El rastro de símbolos ocultos la llevó hasta la Rosa Negra, una sociedad secreta donde
aquellos que estudiaban la magia negra compartían secretos y saber oculto. Oculta bajo su
velo, Elise se convirtió en una visitante habitual y no tardó en entablar una estrecha relación
con la Mujer Pálida, una criatura de belleza atemporal dotada de gran poder. Abrazó las
costumbres de la sociedad secreta, pero sin dejar de buscar lo que le habían prometido: su
perdida belleza.
La Mujer Pálida le habló de un lugar encantado conocido como las Islas de la Sombra y de
una athame con hoja en forma de serpiente que había pertenecido a uno de sus acólitos,
poderosa magia y si alguien la recuperaba para ella, la utilizaría para devolverle a Elise su
Rosa Negra, decidió partir hacia las islas, a pesar de saber que un premio como aquel
grupo de peregrinos al otro lado del mar. Su barco navegó durante semanas hasta que una
isla de accidentado contorno apareció tras unos bancos de neblina negra. Elise desembarcó
en una playa de arena cenicienta y condujo a sus seguidores hacia las profundidades
isla se llevaron a muchos, pero cuando por fin llegaron a la madriguera cubierta de
quedaban inmovilizados en la telaraña, Elise vio la daga que buscaba la Mujer Pálida en la
mano de un cadáver reseco. Logró alcanzarla al mismo tiempo que el dios araña le clavaba
los ponzoñosos colmillos en el hombro. Elise cayó de bruces y la hoja del athame le
de la magia, alteró su carne y transformó a Elise en una criatura aún más hermosa que
antes. Sus cicatrices desaparecieron y su piel se volvió inmaculada como la porcelana, pero
el veneno del dios tenía sus propios planes. La espalda de Elise se estremeció con un
Elise se levantó, jadeante por la agonía de la transformación, y se encontró con que el dios
araña se erguía sobre ella. Un poder compartido fluyó entre ambos y comprendieron al
instante cómo podrían beneficiarse de aquella simbiosis inesperada. Elise regresó a la nave
sin que la molestaran los espíritus de la isla y partió rumbo a Noxus. Al arribar al puerto, en
Devolvió el athame a la líder de la Rosa Negra, a pesar de que la Mujer Pálida le advirtió de
que la magia que mantenía su renovada belleza terminaría por desvanecerse. Las dos
sellaron un pacto: la Rosa Negra proporcionaría a Elise acólitos para ofrecérselos al dios
araña y ella, a cambio, les entregaría cualquier reliquia de poder que encontrase en la isla.
Elise volvió a instalarse en las desiertas estancias de la casa Zaavan, donde se hizo famosa
como una criatura hermosa pero totalmente inalcanzable. Nadie sospechaba su auténtica
naturaleza, aunque corrían curiosos rumores sobre ella, delirantes relatos sobre su inmortal
encuentra el menor rastro de blanco en su cabello o una pata de gallo en sus ojos, marcha a
Ninguno de sus acompañantes regresa nunca y se dice que ella vuelve de cada viaje
rejuvenecida y con nuevas fuerzas, portando una nueva reliquia para la Mujer Pálida.
HEBRAS DE SEDA
Al cabo de semanas en el océano, Markus se sentía mareado y débil, así que se alegraba de
volver a estar en tierra firme. La senda que partía de la costa de basalto era resbaladiza y
traicionera, como si estuviera cubierta de aceite. Los retorcidos árboles que la jalonaban
algún animal aterrorizado, brotaba una savia amarillenta. Entre ellos titilaba una luz débil,
similar a los fuegos fatuos que, en las ciénagas, atraían a los espíritus incautos a una muerte
segura. De sus ramas pendían lo que parecían doseles de muselina hecha jirones, pero, al
apenas por el paso de unas criaturas invisibles que seguían su avance por el bosque. Puede
que las ratas que infestaban el barco los hubieran seguido hasta allí. Markus no había visto
el menor rastro de ellas, más allá del fugaz atisbo de algún cuerpo hinchado de pelo negro o
el ruido de sus uñas sobre la madera. Y nunca había logrado desprenderse de la sensación
de que aquellas ratas tenían más patas de las que les correspondían.
El aire de la isla estaba impregnado de humedad y tanto la túnica como las delicadas botas
a medida que llevaba parecían mojadas. Se llevó un aromático pomelo a la nariz, pero
apenas consiguió disimular un poco el hedor de la isla, parecido al que llegaba desde los
mataderos que había más allá de las murallas de Noxus cuando soplaba la brisa desde el
océano. Al acordarse de su patria sintió una fugaz punzada de desasosiego. Los placeres
vividos en las catacumbas bajo la ciudad habían supuesto una emoción deliciosamente
ilícita, una recompensa por seguir el secreto símbolo de la flor de pétalos negros. Entre sus
Dirigió la mirada hacia delante, con la esperanza de vislumbrar a la fascinante mujer cuyas
palabras los habían llevado hasta allí. Por un instante, en medio de la niebla, asomó un
destello de seda carmesí y Markus pudo atisbar el bamboleo de unas caderas, antes de que
la neblina que flotaba entre los árboles volviera a tragárselos. Había escuchado con
emoción los sermones de la mujer sobre su ancestral deidad y había sentido una dicha
abrumadora al saber que era uno de los elegidos para acompañarla en su peregrinaje.
Cuando habían embarcado en la pesada nave a medianoche, bajo la mirada impasible del
mudo y embozado timonel, se les había antojado una gran aventura, pero su entusiasmo
Markus se detuvo un momento para volver la mirada hacia la senda. Los otros peregrinos
marchaban con los ojos vacíos, como ganado de camino al matadero. ¿Qué les pasaba? Tras
ellos venía el timonel, deslizándose sobre el camino como si sus pies no lo tocaran. Su
belleza se tragó estas ideas. El sentimiento de repulsión pasó tan deprisa que se preguntó si
—Markus —dijo ella, y el sonido de su nombre en sus labios fue tan fascinante que le
provocó una descarga de placer por toda la columna. Su belleza lo dejó paralizado, incapaz
de hacer otra cosa que deleitarse con todos y cada uno de los detalles de su perfecta figura.
Sus rasgos, enmarcados por una lustrosa cabellera carmesí, eran angulosos y marcados,
como los de una chica de alta cuna que había conocido antaño. Unos labios carnosos y unos
ojos de siniestro brillo lo atrajeron aún más al interior de su telaraña, con la promesa de
placeres aún por llegar. Una capa de piel de tigre de dientes de sable, sujeta por un broche
de ocho patas, ceñía sus hombros redondeados. Una trepidación sutil la recorría, a pesar de
la ausencia de brisa.
—¿Sucede alguna cosa, Markus? —le preguntó. La calidez de su voz aplacó los miedos de
este como un bálsamo—. Necesito que estés en paz. Estás en paz, ¿verdad, Markus?
Rodeó con los brazos las piernas de Elise, miembros esbeltos y blancos como el alabastro,
Elise lo miró y sonrió. Por un instante, a Markus le pareció entrever algo alargado, fino y
lustroso bajo la capa. Se movía de una manera repulsiva y antinatural, pero le dio igual.
Elise le puso bajo la barbilla una uña afilada y negra como la obsidiana y lo hizo levantarse.
Un fino reguero de sangre resbaló por el cuello de Markus, pero lo ignoró mientras ella se
Él fue con ella; todo pensamiento que no fuese el de complacerla se había esfumado como
humo arrastrado por el viento. Los árboles empezaron a ralear, hasta que el camino
desembocó frente a una pared de roca, grabada con unos símbolos ancestrales y
desgastados por el tiempo. Al verlos, Markus sintió que le lloraban los ojos. En la base de
la pared se abría una siniestra gruta como unas crueles fauces y al verla, tuvo la sensación
de que su certeza vacilaba frente a un terror repentino que había despertado en sus entrañas.
Elise lo invitó a entrar y Markus fue incapaz de resistirse.
los restos de la mesa de un carnicero flotaba en él. En la cabeza de Markus, una voz le
gritaba que echara a correr, que se alejara todo lo posible de aquel espantoso lugar, pero sus
pies traicioneros siguieron llevándolo al interior de la cueva. Una gota procedente del techo
le cayó en la mejilla, provocándole un dolor repentino y ardiente que hizo que se encogiese.
Levantó la mirada y allí, en la oscuridad, vislumbró suspendidas unas formas pálidas como
telaraña reciente, un rostro humano gritaba con mudo espanto tratando de escapar de sus
—¿Qué lugar es este? —preguntó al mismo tiempo que caían los velos del engaño que lo
—Mi templo, Markus —dijo Elise mientras se llevaba una mano al broche de ocho patas y
Al encoger los hombros, dos pares de finas extremidades quitinosas brotaron de la carne de
Unas patas colosales impulsaron el cuerpo corrompido hacia delante, mientras la tenue luz
El cuerpo de la araña era enorme y estaba cubierto de pelo y de una capa de húmedas
vestigios del influjo de Elise sobre Markus, quien huyó hacia la boca de la cueva seguido
por el cruel tintineo de sus carcajadas. Unas hebras de pegajosa telaraña cayeron sobre la
roca, junto a él. La glutinosa sustancia se adhirió a sus miembros y comenzó a ralentizarlo.
Oyó el chasquido de los miembros ganchudos que lo perseguían y se echó a llorar al pensar
en que ella lo tocaba. Pero entonces cayeron sobre él nuevas hebras de telaraña, al mismo
tiempo que algo afilado, con pavorosa rapidez, lo ensartaba por el hombro. Markus cayó de
Una sombra cayó sobre él y vio al mudo timonel con los brazos estirados. La capucha que
llevaba cayó y Markus lanzó un alarido al ver que no se trataba de un hombre, sino de una
temblorosa colonia de innumerables arañas con forma de tal. Saltaron por millares sobre él
y sofocaron sus chillidos al introducirse por su boca, invadir sus oídos y excavar en el
no era hermosa, ni humana. En sus facciones brillaba un hambre voraz que nunca podría
saciarse. La forma gigantesca de su monstruoso dios araña levantó a Markus del suelo con
Elise sonrió y al hacerlo dejó ver una dentadura hecha de colmillos afilados como navajas.
enorme forja esculpida en las cavernas de lava bajo el volcán de Dulcehogar. En ella
modela objetos de calidad sin igual y depura menas en burbujeantes calderos de roca
fundida. Cuando otras deidades (sobre todo Volibear) merodean por la tierra y se
entrometen en asuntos de mortales, Ornn se ofrece para poner a estos seres impetuosos en
su sitio, ya sea con su fiel martillo o con la furia de las mismísimas montañas.
especie. Bajo el volcán durmiente con cicatrices de erupciones antiguas, Ornn trabaja día y
noche forjando lo que le place en cada momento. Los resultados son herramientas de valor
incalculable destinadas a legendarias hazañas. Los pocos afortunados que se han topado
con estas reliquias se han percatado de su desconcertante alta calidad. Algunos afirman que
Ornn creó el escudo de Braum hace miles de años, ya que sigue tan robusto como el día en
que se terminó. Sin embargo, no se puede saber a ciencia cierta, ya que nadie es capaz de
Antaño, el nombre de Ornn iba de boca en boca por las tierras que un día se conocerían
como Freljord. En cambio, el lento paso del tiempo y sus enemigos han extirpado casi todas
sus leyendas de la historia. Ahora, solo conoce alguna de sus proezas el puñado de tribus
Ornn.
Pese a esta forma de veneración imitativa, Ornn nunca se consideró su patrón. Cuando le
mostraban su trabajo, Ornn solo asentía cortante o fruncía el ceño, y aun así los
Sangreardiente lo aceptaban y se centraban en pulir sus obras. Como resultado, creaban las
mejores herramientas, diseñaban las estructuras más robustas y elaboraban las pintas más
Pero en una catastrófica noche, cuando Ornn se enfrentó a su hermano Volibear en la cima
de la montaña por motivos que ningún mortal podría comprender, todo lo que habían
logrado quedó destruido. El resultante cataclismo fue una tormenta de fuego, ceniza y rayos
tan intensa y violenta que se veía a diez horizontes de distancia. Cuando el polvo se asentó,
Dulcehogar era un cráter llameante y los Sangreardiente habían sido reducidos a huesos y
cenizas.
Aunque nunca lo admitiese, Ornn quedó devastado. A través de los Sangreardiente pudo
vislumbrar el gran potencial de la vida mortal, solo para ver cómo la indiscriminada ira de
los inmortales acababa con su existencia. Roto de dolor por la culpa, se retiró a la soledad
tomado forma física una vez más y sus cultos de seguidores crecen impacientes y
beligerantes. Freljord está dividido y sin líder; antiguos horrores acechan desde las sombras
Para las guerras que se avecinan y para las secuelas de estas, Ornn sabe que Freljord (y el
Nadie sabía quién había encendido el fuego, pero vimos una columna de humo desde la
distancia.
La Garra Invernal había empujado a nuestra tribu hacia el norte, donde la tierra era tan
severa que incluso nuestra comandante Olgavanna tiritó durante la primera noche. Nuestra
manada de elnuks murió en la segunda noche. Al menos teníamos comida para la tercera.
Pero incluso ese festín quedó en nuestros recuerdos al escalar la montaña sin cima. Kriek,
el Sin Piernas, la llamaba "la media montaña del viejo Ornn". Nuestro chamán había
perdido la cabeza, pero Olgavanna nos ordenó llevar al loco a cuestas. Él la había
misterioso humo. Los demás pensábamos que nos dirigíamos hacia nuestra condena.
Las laderas de la media montaña eran un paisaje distorsionado de roca negra. Encontramos
las ruinas de una ciudad olvidada que no aparecía en ningún mapa. Ahora solo era un
una dulce decadencia. Nuestros exploradores no regresaron. Todos sabíamos lo que eso
Ascendimos hasta llegar al borde de un inmenso cráter. Y entonces Kriek vio el fuego. Fue
En el centro de la cuenca estaba el origen del fuego que se elevaba hacia el cielo.
Olgavanna concluyó que, al menos, los escarpados muros del cráter nos resguardarían del
viento arrasador, así que descendimos hacia lo que probablemente sería nuestra tumba. El
ardiente terreno resultaba difícil de atravesar, pero detenernos significaba aceptar nuestro
fin.
Entonces vimos la caldera. La estructura abovedada era la única que parecía esculpida a
mano. Tenía la forma de una cabeza de un gran carnero, con matas de gramíneas en las
juntas de las delicadas losas. En la boca del carnero había una llama tan brillante que
Nos apiñamos alrededor de su calidez mientras Olgavanna exponía los planes para nuestra
última batalla. Era mejor morir de pie que temblando acurrucados en el frío. La mayoría
niños. Ahora estábamos lejos del auxilio de los de Avarosa, pero las guerras solo ansían
sangre y huesos.
Solo tendríamos una oportunidad ante la Garra Invernal. Si los Ursine atacaban primero,
nos aplastaría.
Al poco escuchamos cómo sus rugidos de batalla crecían al mismo ritmo que el clamor de
sus pasos. Podíamos oler su hedor. Cientos descendían por los acantilados, como sombras
retorciéndose por las laderas de basalto. Con nuestras camillas hicimos lanzas, y afilamos
administramos el Rito de Cordera y el resto bailamos con Lobo. Todo habría terminado a la
mañana siguiente.
Nadie vio quién avivó el fuego, pero ardía con tanta intensidad que tuvimos que apartarnos.
sabíamos ante quién nos encontrábamos—. Los enemigos nos pisan los talones. Los Ursine
nos flanquean.
—Los Ursine... —La forja comenzó a arder con más fuerza al oír estas palabras—. Alguien
Las gramíneas prendieron en llamas. Las losas se volvieron rojo incandescente por los
bordes y después por el centro. El humo chisporroteaba de entre las grietas. Algunos se
—¡Creía que nunca vería este día! —dijo Kriek con lágrimas de felicidad.
Las rocas empezaron a gotear como si fueran de cera. La mampostería comenzó a fluir
Un destello de luz naranja nos cegó, dibujando brevemente una silueta humanoide. Después
un géiser de llamas brotó a borbotones y las gotas de roca fundida que caían se endurecían
bajo nuestros pies. Donde antes estaba la forja ahora había una bestia descomunal cuya
forma estaba borrosa por las oleadas de calor. Ahí estaba, la leyenda olvidada de la que
siempre nos había hablado Kriek: el viejo Ornn, tan alto como tres abetos. El anciano
maestro de la forja adquirió rápidamente su forma y pelaje; la lava que chorreaba por su
barbilla se endureció hasta formar una barba trenzada. Sus ojos eran como brasas
misma facilidad.
Nos apilamos tras nuestra comandante. Olgavanna agarró a Fellswaig, su hacha de Hielo
—Si los Ursine son tus enemigos, lucharemos a tu lado —dijo ella. Entonces, con un gesto
impropio de una comandante hija del hielo, se arrodilló y colocó su arma a los pies de
Ornn. El Hielo Puro de Fellswaig se derritió, revelando una simple hacha de hierro y
bronce.
Nunca había visto Hielo Puro derritiéndose. Ni yo, ni nadie. Pensamos que lo sensato era
Ornn gruñó.
—Levantaos. Arrodillarse es morir. —Alzó la vista hacia la tormenta que acechaba desde
Marchó lentamente hacia la horda que avanzaba a una velocidad salvaje. Podíamos ver su
fuego reflejado en sus enormes ojos. Boarin elevó aún más al chamán en sus hombros.
—El viejo Ornn balancea su martillo, moldea valles de montañas —tarareó el loco sin
piernas.
Observamos en silencio cómo la criatura se enfrentaba sola a los Ursine. Con un rugido,
golpeó su martillo contra el suelo y abrió una fisura que llegaba hasta el ejército que
chorros hasta el cielo y sobre los guerreros osunos caían llamas endurecidas.
Tras los Ursine, enormes trozos de desechos se abrían paso por el suelo, impidiendo su
retirada. Ornn cargó y los aplastó con su martillo. Aun así, atacaron con la ferocidad de
Los desechos de los muros se hicieron añicos y los Ursine volaban por los aires trazando
El cielo se oscureció por la ceniza. Columnas de humo se alzaban chocando con los
mundo cuando el mismísimo Rugir del Trueno llegó al campo de batalla. Podíamos ver su
reveladora forma: lanzas, espadas y colmillos atravesaban su piel. Con él llegaron más
relámpagos.
Y se rio.
La respuesta del estruendo del cuerno nos hizo temblar. Los negros acantilados sangraban
lava, ríos de fuego fluían por las laderas precipitándose en forma de ola hacia la cuenca del
valle. Los rayos apuñalaban los lomos de los acantilados, cauterizando las heridas de las
rocas, y una densa y corrosiva niebla envolvía todo el cráter. Solo vimos relámpagos azules
y blancos, con diabólicas explosiones carmesí filtrándose a través del espeso vapor. El calor
estampida. Ornn cargó contra la bestia, atrapando a la criatura a la que había llamado
La fuerza de la explosión nos derribó a todos. El chamán sin piernas salió despedido de los
Esperamos toda la noche a que nos alcanzase el gran cataclismo, pero nunca llegó. Solo
Cuando la cortina de humo desapareció entrada la mañana, vimos que las laderas de nuestro
Cuando nos dimos cuenta de lo que teníamos delante, retrocedimos despavoridos. Los
No había señales de Ornn ni de Volibear. Tampoco teníamos tiempo de mirar. Los cuernos
Lo que quedaba de nuestra ropa eran girones achicharrados, pero nuestra piel ya no sentía
el frío.
El pelo de Olgavanna se había chamuscado y su musculosa espalda estaba ardiendo. Su
hacha, antaño de Hielo Puro, se quedó en bronce y hierro, tan desnuda como nosotros. Ella
expuestos. Nos cubrimos el pecho con ceniza dibujando un martillo y, en nuestros rostros,
Cantamos y coreamos en memoria de la noche anterior con las palabras del viejo loco
Kriek.
Portadora de una espada en forma de media luna, Diana es una guerrera de los Lunari, una
fe rechazada en casi todas las tierras a los pies del monte Targon. Ataviada con una
armadura reluciente del color de la nieve una noche de invierno, es la personificación del
poder de la luna plateada. Imbuida de la esencia de una presencia de más allá de la elevada
Diana nació cuando sus padres se refugiaban de una tormenta en las despiadadas laderas del
monte Targon. Viajaban desde tierras lejanas, atraídos por sueños sobre una montaña que
viento cegadoras los abrumaban en las laderas orientales de la montaña, y allí, bajo la luz
de la fría e inmisericorde luna, Diana llegó al mundo a la vez que su madre se despedía de
él.
Unos cazadores del cercano templo de los Solari la encontraron al día siguiente cuando la
tormenta había amainado y el sol había alcanzado su cenit. Estaba envuelta en piel de oso y
niña huérfana al sol y se le puso el nombre de Diana. La niña con el pelo azabache fue
criada como una Solari, una fe que predominaba en las tierras del monte Targon. Diana se
convirtió en una iniciada y la enseñaron a venerar al sol en todos sus aspectos. Aprendió las
leyendas del sol y entrenó a diario con los Ra-Horak, los guerreros templarios de los Solari.
Los ancianos Solari le enseñaron que toda vida provenía del sol, y que la luz de la luna era
falsa, ya que no proporcionaba sustento y creaba sombras en las que únicamente las
fascinante y bella, de un modo que el sol abrasador que resplandecía sobre la montaña
nunca podría igualar. La joven se despertaba todas las noches tras soñar que escalaba la
montaña y se alejaba de los dormitorios de los iniciados para poder recoger las flores que se
abren de noche y observar cómo los frescos manantiales se volvían plateados a la luz de la
luna.
A medida que pasaron los años, Diana se sentía en desacuerdo con los ancianos y sus
que había algo más que no se mencionaba en las lecciones, como si todas aquellas
fue creciendo con los años, ya que sus amigos de la infancia se distanciaron de aquella
chica mordaz e impertinente que no terminaba de encajar. Por las noches, mientras
sentía cada vez más como una marginada. El deseo de escalar las faldas de la montaña era
como un picor que nunca se iba, pero todo lo que le habían enseñado desde su nacimiento
le advertía que la montaña se cobraría algo más que su vida si alguna vez llegaba a
intentarlo. Solo los más valientes y capaces se atrevían a una subida semejante. Con cada
día que pasaba, Diana se sentía más sola y más segura de que había algún aspecto esencial
como castigo por discutir con uno de los ancianos. Un destello de luz detrás de una
estantería combada atrajo la mirada de Diana, que, después de investigar, descubrió las
páginas medio quemadas de un antiguo manuscrito. Diana cogió las páginas y las leyó esa
misma noche bajo la luna llena, y aquello que leyó abrió una puerta en su alma.
Diana supo de un grupo casi extinto conocido como los Lunari, cuya fe veía la luna como
una fuente de vida y de equilibrio. Por lo que Diana pudo deducir del libro incompleto, los
Lunari manifestaban que el ciclo eterno (día y noche, sol y luna) era esencial para la
armonía del universo. Esto supuso una revelación para la chica de pelo azabache. Cuando
miró más allá de los muros del templo iluminados por la luna, vio a una anciana envuelta en
un manto de piel de oso caminando fatigosamente por el largo camino que llevaba a la cima
sauce para mantenerse en pie. Vio a Diana y le pidió ayuda. Le dijo que tenía que alcanzar
lo alto de la montaña antes de que llegase la mañana; una ambición que Diana sabía que era
El deseo de Diana de ayudar a la mujer y de subir la montaña entraba en conflicto con todo
lo que los Solari le habían enseñado. La montaña era solo para los que fueran dignos de
ella, y Diana nunca se había sentido merecedora de nada. La mujer volvió a pedir ayuda y
esta vez Diana no vaciló. Saltó por encima del muro y cogió a la mujer del brazo, guiándola
montaña arriba, asombrada de que alguien de su edad hubiese podido llegar tan lejos.
Ascendieron durante horas, por encima de las nubes y a través del aire frío donde la luna y
las estrellas resplandecen como diamantes. A pesar de su edad, la mujer seguía subiendo y
le rogaba a Diana que siguiese adelante cuando daba un traspié o cuando el aire se volvió
cortante y frío.
A medida que pasaba la noche, Diana perdió la noción del tiempo mientras las estrellas
mujer siguieron ascendiendo. Cada vez que sus pasos vacilaban, sacaba fuerzas del pálido
brillo de la luna. Finalmente, Diana cayó de rodillas, exhausta, agotada más allá de lo
imaginable. Su cuerpo había llegado al límite de sus fuerzas. Cuando Diana alzó la vista,
observó que, de alguna manera, habían conseguido llegar a la cima de la montaña, una
hazaña que no podría haber sido posible en una sola noche. La cima estaba envuelta en
torrentes de luz fantasmal, velos de luz radiante y espirales de vivos colores; el brillo
Diana buscó a su compañera, pero la mujer no se encontraba por ningún lado. La única
prueba de su existencia era el manto de piel de oso que cubría los hombros de Diana. Al
mirar hacia la luz, Diana vio la promesa de que ese vacío en su interior se llenaría; la
aceptación y la oportunidad de ser parte de algo más grande de lo que nunca había podido
imaginar. Esto es lo que Diana había deseado durante toda su vida sin llegar siquiera a
saberlo. Una vitalidad renovada le recorrió las extremidades cuando se puso de pie. Dio un
paso vacilante hacia el increíble panorama. Con cada respiración, su determinación se
La luz se intensificó y Diana profirió un grito cuando esta la inundó; una unión con algo
también gozosa. Un momento o una eternidad que fue tan reveladora como ilusoria.
Cuando la luz se desvaneció, la sensación de pérdida le produjo un dolor que nunca antes
había sentido.
que se encontró ante una grieta en la ladera de la montaña. Era la boca de una cueva que
hubiese sido invisible de no ser por las sombras de la luz de la luna. Muerta de frío y
cobijo. En el interior, la estrecha grieta se ensanchaba para formar las ruinas derruidas de lo
que antaño fue un templo o una amplia cámara de audiencias. Sus agrietados muros estaban
En el centro de la cámara se alzaba una espada en forma de media luna y una armadura
diferente a cualquier otra: una cota de malla fabricada con anillos plateados entretejidos y
su frente con una luz incandescente. Reconoció el símbolo grabado de forma tan exquisita
en la coraza de la armadura: el mismo símbolo que aparecía en las páginas del manuscrito
quemado que había encontrado en la biblioteca. Era el momento decisivo de Diana. Podía
Diana alargó el brazo, y cuando sus dedos tocaron el frío acero de la armadura, apareció en
su mente un estallido de imágenes de vidas que nunca había vivido, recuerdos que nunca
había tenido y sensaciones que nunca había experimentado. Los vestigios de una historia
antigua sacudían su mente como si fuesen una ventisca; secretos que escapaban a su
Cuando las visiones se desvanecieron, Diana descubrió que estaba ataviada con la armadura
plateada. Tan bien le quedaba que parecía que había sido forjada especialmente para ella.
Los conocimientos recién adquiridos seguían aflorando en su mente, pero la mayor parte
seguía siendo inalcanzable, como una imagen dividida entre la luz y la sombra. Seguía
siendo Diana, pero también era algo más, algo eterno. Sintiéndose resarcida con este nuevo
conocimiento, Diana abandonó la cueva de la montaña y se abrió paso con decisión hacia el
templo de los Solari. Sabía que tenía que decir a los ancianos lo que había descubierto.
Leona, la capitana de los Ra-Horak y la mejor guerrera de los Solari, salió a su encuentro a
las puertas del templo. Diana fue conducida ante los ancianos del templo, que escucharon
con un pavor creciente lo que había aprendido de los Lunari. Cuando finalizó su historia,
Había solo un castigo que podía enmendar un crimen tan horrendo: la muerte.
Diana quedó horrorizada. ¿Cómo era posible que los ancianos rechazaran una verdad tan
irrebatible? ¿Cómo podían darle la espalda a revelaciones que provenían de la misma cima
fuego plateado ardió con una luz letal. Diana continuó lanzando golpes sin parar, y cuando
su furia menguó, contempló la carnicería que había desencadenado. Los ancianos estaban
muertos y Leona yacía sobre su espalda, con su armadura humeando como si acabase de
salir de la forja. Conmocionada por lo que había hecho, Diana huyó del lugar de la masacre,
escapó hacia los terrenos desolados del monte Targon mientras los Solari se recuperaban de
Perseguida por los guerreros de Ra-Horak, Diana busca ahora descifrar los recuerdos
recordadas a medias y por vestigios de un conocimiento ancestral, Diana solo tiene una
verdad a la que aferrarse: que los Lunari y los Solari no deben ser enemigos, que existe un
destino más importante para ella que el de ser una simple guerrera. Lo que le depara el
destino sigue siendo desconocido, pero Diana lo descubrirá, cueste lo que cueste.
TRABAJO NOCTURNO
La noche siempre ha sido el momento favorito de Diana, incluso cuando era pequeña. Ha
sido así desde que fue lo suficientemente mayor para trepar por los muros del templo de los
Solari y poder contemplar la luna en su travesía por la bóveda estelar. Levantó la vista y
miró a través del follaje del denso bosque; sus ojos violetas buscaban la luna plateada, pero
solo se vislumbraba su brillo difuso a través de las densas nubes y las oscuras ramas.
espinas que arañaban las placas curvas de su armadura. Diana cerró los ojos cuando un
Un recuerdo, sí, pero no era suyo. Esto era algo más, algo extraído de las memorias
quebradas de la esencia celestial que compartía su cuerpo. Cuando abrió los ojos, una
imagen titilante de un bosque revestido de árboles espesos apareció ante ella. Vio los
mismos árboles, pero de una época diferente, de cuando eran jóvenes y fructíferos. El
Diana, que había crecido en el áspero entorno del monte Targon, nunca había visto un
bosque como este. Sabía que lo que contemplaba era un remanente del pasado, pero el
aroma de la madreselva y el jazmín era más real que cualquier cosa que hubiese
Este condujo a Diana a través de árboles descuidados y marchitos que debieran haber
muerto hace mucho. El sendero ascendía por laderas de zonas de montaña rocosas y
atravesaba hileras de pinos arqueados y abetos silvestres. Cruzaba riachuelos que caían de
las montañas y se abría camino por pendientes escarpadas antes de llegar a una meseta
En el centro de la meseta había un círculo de piedras muy altas, cada una esculpida con
espirales y sigilos curvilíneos. Diana vio en cada piedra la misma runa que refulgía en su
frente y supo que había llegado a su destino. Su piel se estremeció ante una expectación
inquietante, una sensación que había llegado a asociar con magia peligrosa y salvaje.
Recelosa, se acercó al círculo, con los ojos atentos a cualquier amenaza. Diana no vio nada,
pero sabía que había algo allí, algo completamente hostil y a la vez familiar.
Diana se colocó en el centro del círculo y desenvainó la espada. Su espada de media luna
brilló cual diamante en la pálida luz de la luna que traspasaba las nubes. Se arrodilló con la
cabeza inclinada. La punta de la espada descansaba en el suelo y los gavilanes, a la altura
de sus mejillas.
Diana se impulsó con sus pies a la vez que los espacios entre las piedras se separaban. El
aire se rasgó y un trío de bestias chillonas cargaron contra ella a una velocidad tremenda.
Tenían la piel de color marfil, caparazones color hueso de armadura segmentada y garras de
acero.
Espantos.
Diana esquivó el mordisco de una mandíbula repleta de dientes como de ébano pulido y
blandió la espada en un arco por encima de su cabeza, que atravesó al primer monstruo
desde el cráneo hasta sus pesados hombros. La criatura cayó y su carne se desintegró al
instante. Rodó hacia sus pies mientras las otras criaturas la rodeaban como una manada de
mundo. Diana saltó hacia la bestia que se encontraba a la izquierda y giró la espada en un
arco hacia las escamas de su cuello. Gritó una de las palabras sagradas de los Lunari y una
La bestia explotó desde el interior. Trozos de carne recién cortados se desintegraban ante el
poder de la espada de la luna. Diana aterrizó e intentó esquivar el ataque de la última bestia.
No fue lo bastante rápida. Unas garras como cuchillas perforaron el hierro de sus
órganos sensoriales y dientes curvos. Le hincó los dientes en el hombro y Diana gritó
empuñadura como una daga y golpeó con fuerza el cuerpo de la bestia. Esta emitió un
chillido y soltó a su presa. Un oscuro y humeante icor manó de su cuerpo desgarrado. Diana
se alejó, intentando resistir el dolor que se extendía por su cuerpo. Apartó la espada hacia
La bestia había probado su sangre y chillaba con un hambre voraz. Ahora su coraza era por
completo de un negro brillante y un morado venenoso. Tenía los brazos afilados extendidos
fuera cera para sellar la espantosa herida que había provocado su espada.
La esencia afloró en el interior de Diana. Llenó sus pensamientos con un odio imperecedero
proveniente de una época lejana. Vislumbró antiguas batallas tan horribles que mundos
enteros habían perecido en los horrores de la guerra; una guerra que casi había despedazado
La criatura atacó a Diana y su cuerpo se estremecía con el poder salvaje de otro plano de
existencia.
absorbía el esplendor de las lunas lejanas y la luz se reflejaba a lo largo de su filo. La hizo
destrozado por su estallido. Su carne se fundió con la noche, dejando a Diana sola en la
meseta. Respiraba agitada por el esfuerzo mientras el poder al que se había unido en la
Rechazó imágenes de una ciudad en la que resonaba la desolación donde otrora latía la
vida. La tristeza la inundaba aunque nunca había conocido aquel lugar y, mientras
del contacto con ese horrible lugar al otro lado del velo, su poder de curación caló en la
tierra. Diana sintió cómo se esparcía por el paisaje, transmitido a través de las rocas y las
Se volvió hacia el reflejo de la luna que resplandecía en las aguas del lago. La estaba
más y más.