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CLARA Y EL RATONCITO PÉREZ Rocío de Frutos Herranz Ilustraciones: Barbara Granja Cortés A

Clara se le movía un diente. Al principio muy poco, casi no lo notaba. Después empezó a moverse
más y más. A veces, lo empujaba con la lengua y parecía que el diente fuera a salir despedido de la
boca, pero luego volvía a su sitio. Clara se miró en el espejo de su habitación y trató de imaginarse
sin diente. Pensó que iba a estar horrible. A algunos niños de su clase ya se les había caído algún
diente y a Clara no le gustaba la cara que se les quedaba, sobre todo cuando se reían. Le daba un
poco de miedo ver esos agujeros negros en sus bocas. «Yo estaré igual», pensó la niña inquieta. Y
otra cosa que le preocupaba era cuánto tiempo tardaría en salir el nuevo diente. ¿Y si no salía? —
Clara, eso es una tontería —le dijo su madre—. Tus dientes son de leche y tienen que caerse para
que salgan otros más fuertes. Siempre es así, es lo natural. No tienes que preocuparte. Además,
¿no te hace ilusión que venga el Ratoncito Pérez? —Sí, eso si —respondió Clara aunque no muy
convencida. A Clara le habían explicado que cuando se le cayese el diente lo debía colocar esa
misma noche bajo la almohada. Entonces mientras ella dormía llegaría el Ratoncito Pérez para
llevarse su diente y a cambio le dejaría un pequeño regalito. Clara no imaginaba cómo un simple
ratoncito podía recoger todos lo dientes que se les caían a los niños y dejarles su regalo en una
sola noche. Los ratoncitos no eran muy grandes. Una tarde, el diente de Clara se cayó por fin. Fue
mientras merendaba. Notó algo duro en la boca y un poco nerviosa lo sacó con los dedos. Lo miró
atentamente. Era muy pequeño. Corrió a enseñárselo a su madre. —Mami, mami, mira. —¡Qué
bien Clara! Esta noche vendrá el Ratoncito Pérez. Clara se miraba en el espejo. Pensó que si no
abría mucho la boca no se le vería aquel hueco negro tan feo que había dejado el diente que se
había caído. Aquella noche cuando se fue a la cama no tenía ni pizca de sueño. Había colocado su
diente bajo la almohada y cada poco tiempo lo tocaba para comprobar que seguía allí. No podía
dormir. De pronto oyó un pequeño ruido. Asomó un poco la cabeza entre las sabanas y entonces
vio algo moverse muy rápidamente por el suelo y casi sin darse cuenta apareció en su almohada
un ratoncito que casi le rozaba la nariz con su larguísimo rabo. 8 Patronato Municipal de Cultura.
Órgano de Animación Sociocultural. Programa Alicante Cultura.
El gigante y el sastre
Publicado por: Hermanos Grimm
Hubo una vez un sastre cuya jactancia era mas grande que su tamaño y lo que
realmente debía hacer. Pero un buen día no pudo mas y dejo todo su trabajo por ir
a pasear por el mundo.

El sastre en uno de sus viajes, pudo ver en el horizonte una torre tan alta que
parecía tocar el cielo. Dominado por la tentación, se acerco al lugar y muy
sorprendido vio que la supuesta torre, tenía piernas! sin darse cuenta había
llegado a estar frente a un gigante.

El gigante al ver al hombre le dijo:

-“Que haces aquí!”

-“Solo quiero comida, no encuentro nada en este bosque”.

-“Si te quedas conmigo y me sirves, no te faltara alimento” dijo el gigante

-“Claro que si acepto, que mas me queda”. Pensó el sastre, imaginando que
pronto escaparía.

-“Muy bien!! ahora lleva la jarra y ve a traerme agua”.

-“Claro que si, pero no quiere que mejor le traiga el pozo, o mejor, la fuente de
agua?, jactándose una vez mas el sastre, como siempre.

El gigante después de oír lo que dijo el hombre, se preocupo al darse cuenta que
no era nada tonto, como el. Creía que tal vez era un hechicero. De inmediato lo
mando al bosque a cortar madera.

Entonces el pequeño sastre dijo:

-“Mejor, ¿no quiere que le traiga el bosque entero?

Gruñendo el gigante pensaba:


-“Este no es nada tonto”. El gigante estaba muy confundido pensando e
imaginando cosas, una de ellas era como deshacerse del pequeño hombre, quien
le parecía que era una amenaza para el gigante, ya que lo consideraba mas astuto
que el mismo y por lo tanto una amenaza. Al día siguiente salieron juntos al
bosque a ver unos sauces, y el sastre nunca más regreso, lo cual hacía muy feliz
al gigante.

Hasta el día de hoy nadie sabe que le sucedió al sastre aquella vez.
Piel de oso
Publicado por: Hermanos Grimm
Hubo una vez un joven muy valiente durante un tiempo de guerra. Cuando por fin
llego el tiempo de paz, sus superiores lo dieron de baja, como ya no tenía un
hogar fue a pedir hospitalidad a sus hermanos quienes le dieron la espalda y se
negaron a recibirlo, pues pensaron que no les sería nada útil.

El soldado al verse solo con su rifle, se sentó bajo la sombra de un árbol a meditar
e imaginarse los días de hambre que le estaban por llegar. Al rato ve frente a el un
hombre con el pie partido quien lo miraba fijamente y le dijo:

-“Sé muy bien lo que necesitas, pero para no invertir en ti inútilmente, debo saber
si no tienes miedo.

-“Eso no va conmigo y te lo probaré”, respondió el valeroso soldado.

-“Será mejor que lo demuestres ahora, tienes que ver lo que va detrás de ti”

Cuando el soldado volteo, se encontró con un inmenso oso dirigiéndose a el, a


quien sin dudar le disparo y lo mato. El hombre del abrigo verde elogio al soldado
por su destreza y valor. Aun así le dijo que sería necesario que pasara por otra
prueba y esta sería, no bañarse, ni cortarse el cabello, la barba ni las uñas. El
soldado sospechando que era el diablo quien le hablaba, decidió una vez mas
correr el riesgo y acepto antes de arrepentirse.

Solo debía ponerse el abrigo verde del diablo y usar la capa hecha de piel de oso
y nunca quitárselo ni para dormir durante 7 años, si moría pertenecería al diablo, si
se mantenía vivo por todo ese tiempo mantendría su libertad, después de todo lo
recomendado, el diablo despareció. El diablo le dijo que nunca le faltaría dinero si
lo buscaba en el bolsillo del abrigo, y como así fue, este se dedico a viajar por el
mundo.

En el camino se encontró con un hombre que lloraba y pasaba mucha necesidad,


por ayudarlo con mucha generosidad, el pobre hombre le ofreció una de sus hijas
a pesar de su desagradable apariencia, a causa de su descuidado aspecto. De las
tres hijas, las dos primeras se espantaron, pero la tercera pensó:

-“Si este hombre fue capaz de ayudar con tanta generosidad a mi padre y sin
conocerlo, tiene que ser un buen hombre. Yo si me casaría con el”.
Así quedaron antes de partir que el sastre debía continuar su camino por 3 años y
que un día volvería por la menor de las hijas con quien quedo comprometido, le
entrego a la joven novia la mitad de un anillo mientras el conservaría la otra parte
en señal de su promesa.

La joven vestida de negro todo el tiempo esperaba el ansiado momento


extrañando a su novio, hasta que un día apareció un apuesto joven en su casa
preguntando al padre si daba en casamiento a una de sus hijas. Las mayores se
emocionaron y entraron corriendo a sus habitaciones a maquillarse y ponerse sus
mejores vestidos. Cuando la joven novia quedo sola con el apuesto joven, este le
hizo ver la otra mitad del anillo y le dijo que había vuelto a su normal apariencia
para cumplir con su promesa y casarse con ella.

Y así fueron muy felices, logrando con el tiempo la aceptación del matrimonio por
parte de las hermanas.
El doctor sabelotodo

Un campesino a quien llamaban “CANGREJO”, iba a la ciudad llevando un pedido


de madera para un doctor. Al llegar encontró que el doctor comía y bebía algo que
hizo que el campesino deseara con todo su corazón. Cuando le pregunta al doctor
si podría llegar a ser médico algún día este le respondió así:

-“Por supuesto que puedes, solo debes tener dinero, comprar un libro que tiene un
gallo en la portada y hacer tu mismo un letrero que diga: “Soy el doctor
Sabelotodo”. Finalmente lo cuelgas en tu puerta.

Cuando el “cangrejo” trabajaba, un día fue a visitarlo un hombre de la nobleza a


quien en su casa le robaron dinero, quería saber si el “dr. sabelotodo” podía
decirle, quien le había robado.

Para ello, el “dr. sabelotodo”, fue invitado a cenar con su esposa. Cuando era la
hora de servir la comida, el sirviente les llevaba el primer plato, pero el “dr.
sabelotodo” indicando la comida a su esposa le dijo:

-“Éste es el primero”.

Pero el criado asustado y creyéndose descubierto, porque si era uno de los


ladrones, fue corriendo a decirle a los demás criados lo sucedido. Lo mismo
sucedió con los demás criados hasta que el cuarto sirviente llevo la comida
cubierta con un mantel, como el doctor no adivinaba dijo:

-“Pobre cangrejo”, refiriéndose a si mismo, dando por hecho el sirviente que


adivino el contenido, que en realidad era lo que había en el plato. Al salir un
momento de palacio, los criados ladrones, acordaron con “el dr, sabelotodo”, que
le darían una buena parte del robo a cambio de su silencio y de librarse de una
muerte segura.

El hombre acepto gustoso y regreso a la mesa con el hombre rico, pero en el


clóset se había escondido el quinto criado para oír todo lo que hablaban, “el dr
sabelotodo” hojeaba el libro buscando el gallo, pero como no lo encontraba dijo:

-“Sé que estas allí y te encontrare”. escuchando esto el hombre que se escondía,
salio gritando:
-“Éste hombre lo sabe todo”

Finalmente se supo el lugar del dinero robado, mas no el nombre de quienes lo


tomaron. Así este hombre se hizo rico por ambas partes, haciéndose muy famoso.
La bella durmiente del bosque
Hace muchos años una pareja de esposos que eran reyes, acababan de casarse y anhelaban
tener un bebé, el tiempo pasaba y no llegaba aun la anhelada criatura. Una mañana, la reina
acababa de bañarse y al salir una rana le dijo:

-“Mi reina, en este año tendrás una niña”.

Y así sucedió, la reina tuvo una bebé tan hermosa que su padre, el rey, no podía ocultar lo
orgulloso que se sentía de su niña. Por ello organizo una fiesta en palacio donde irían sus
amistades y familiares. Pero también estarían invitadas un grupo de hadas, ellas eran trece,
pero en palacio solo tenían 12 platos de oro, por ese motivo hubo que invitar solo a doce
hadas.

Llego el día de la fiesta y cada una de las hadas invitadas le obsequiaba a la bella niña una
virtud. Pero la hada que no fue invitada, se lleno de ira y fue a palacio, entro de un
momento a otro y grito:

-“Cuando su hija cumpla 15 años se pinchara el dedo y morirá en ese mismo instante”.

Y luego huyo, pero una de las hadas salio al frente y dijo:

-“La niña no morirá, pero dormirá por 100 años”.

El rey no lo podía creer y quedo entristecido, sin embargo el tiempo pasaba y la niña crecía
llena de belleza y virtudes, siempre amable y bondadosa, todos la querían mucho. Llego el
día en que la niña cumplía 15 años, sus padres salieron a hacer unas compras para los
preparativos, mientras la niña estando sola recorría cada ambiente con mucha curiosidad.

La joven abrió una puerta y encontró a una anciana que estaba hilando, cuando se acerco
quiso hacer lo mismo pero se pincho el dedo quedando en el acto profundamente dormida.
Extrañamente sucedió lo mismo con todos los animales y personas y todo lo que había
alrededor de la niña, quedaron profundamente dormidos, incluso sus padres, cuando
ingresaron a palacio.

Al pasar los 100 años de la extraña declaración, un anciano le contó a un príncipe que había
una joven durmiendo hace mucho tiempo y que para llegar a ella había que pasar una
cortina de grandes espinas, el joven príncipe, sin miedo, ingreso al jardín y quedo
maravillado de ver tan bellas flores y a tan linda joven, ese día se cumplían los 100 años
que la bella durmiente descansaba. Cuando el príncipe se acerco no pudo evitarlo y le dio
un beso en la mejilla a la joven, ella despertó sonriente, también despertaron sus padres y
todos los seres vivientes alrededor de ella.

Tiempo después ellos se casaron y todos vivieron muy felices para siempre.
El cazador y el pescador

Adaptación de la fábula de Esopo

Había una vez dos hombres que eran vecinos del mismo pueblo.
Uno era cazador y el otro pescador. El cazador tenía muy buena
puntería y todos los días conseguía llenar de presas su enorme
cesta de cuero. El pescador, por su parte, regresaba cada tarde
de la mar con su cesta de mimbre repleta de pescado fresco.

Un día se cruzaron y como se conocían de toda la vida


comenzaron a charlar animadamente. El pescador fue el que
inició la conversación.

– ¡Caray! Veo que en esa cesta llevas comida de sobra para


muchos días.

– Sí, querido amigo. La verdad es que no puedo quejarme


porque gracias a mis buenas dotes para la caza nunca me falta
carne para comer.

– ¡Qué suerte! Yo la carne ni la pruebo y eso que me


encanta… ¡En cambio como tanto pescado que un día me van a
salir espinas!
– ¡Pues eso sí que es una suerte! A mí me pasa lo que a ti, pero
al revés. Yo como carne a todas horas y jamás pruebo el
pescado ¡Hace siglos que no saboreo unas buenas sardinas
asadas!

– ¡Vaya, pues yo estoy más que harto de comerlas!…

Fue entonces cuando el cazador tuvo una idea brillante.

– Tú te quejas de que todos los días comes pescado y yo de que


todos los días como carne ¿Qué te parece si intercambiamos
nuestras cestas?

El pescador respondió entusiasmado.

– ¡Genial! ¡Una idea genial!

Con una gran sonrisa en la cara se dieron la mano y se fueron


encantados de haber hecho un trato tan estupendo.

El pescador se llevó a su casa el saco con la caza y ese día cenó


unas perdices a las finas hierbas tan deliciosas que acabó
chupándose los dedos.

– ¡Madre mía, qué exquisitez! ¡Esta carne está increíble!

El cazador, por su parte, asó una docena de sardinas y comió


hasta reventar ¡Hacía tiempo que no disfrutaba tanto! Cuando
acabó hasta pasó la lengua por el plato como si fuera un niño
pequeño.

– ¡Qué fresco y qué jugoso está este pescado! ¡Es lo más rico
que he comido en mi vida!

Al día siguiente cada uno se fue a trabajar en lo suyo. A la


vuelta se encontraron en el mismo lugar y se abrazaron
emocionados.

El pescador exclamó:

– ¡Gracias por permitirme disfrutar de una carne tan exquisita!

El cazador le respondió:

– No, gracias a ti por dejarme probar tu maravilloso pescado.

Mientras escuchaba estas palabras, al pescador se le pasó un


pensamiento por la cabeza.

– ¡Oye, amigo!… ¿Por qué no repetimos? A ti te encanta el


pescado que pesco y a mí la carne que tú cazas ¡Podríamos
hacer el intercambio todos los días! ¿Qué te parece?

– ¡Oh, claro, claro que sí!

A partir de entonces, todos los días al caer la tarde se reunían en


el mismo lugar y cada uno se llevaba a su hogar lo que el otro
había conseguido.
El acuerdo parecía perfecto hasta que un día, un hombre que
solía observarles en el punto de encuentro, se acercó a ellos y
les dio un gran consejo.

– Veo que cada tarde intercambian su comida y me parece una


buena idea, pero corren el peligro de que un día dejen de
disfrutar de su trabajo sabiendo que el beneficio se lo va a llevar
el otro. Además ¿no creen que pueden llegar aburrirse de
comer siempre lo mismo otra vez?… ¿No sería mejor que en
vez de todas las tardes, intercambiaran las cestas una tarde sí y
otra no?

El pescador y el cazador se quedaron pensativos y se dieron


cuenta de que el hombre tenía razón. Era mucho mejor
intercambiarse las cestas en días alternos para no perder la
ilusión y de paso, llevar una dieta más completa, saludable y
variada.

A partir de entonces, así lo hicieron durante el resto de su vida.

Moraleja: Nunca pierdas la ilusión por lo que hagas e intenta


disfrutar de las múltiples cosas que te ofrece la vida.
El cuervo y la jarra

Adaptación de la antigua fábula de Esopo

Un caluroso día de verano, de esos en los que el sol abrasa y


obliga a todos los animales a resguardarse a la sombra de sus
cuevas y madrigueras, un cuervo negro como el carbón empezó
a sentirse muy cansado y muerto de sed.

El bochorno era tan grande que todo el campo estaba reseco y


no había agua por ninguna parte. El cuervo, al igual que otras
aves, se vio obligado a alejarse del bosque y sobrevolar
las zonas colindantes con la esperanza de encontrar un lugar
donde beber. En esas circunstancias era difícil surcar el cielo
pero tenía que intentarlo porque ya no lo resistía más y estaba a
punto de desfallecer.

No vio ningún lago, no vio ningún río, no vio ningún charco…


¡La situación era desesperante! Cuando su lengua ya estaba
áspera como un trapo y le faltaban fuerzas para mover las alas,
divisó una jarra de barro en el suelo.
– ¡Oh, una jarra tirada sobre la hierba! ¡Con suerte tendrá un
poco de agua fresca!

Bajó en picado, se posó junto a ella, asomó el ojo por el agujero


como si fuera un catalejo, y pudo distinguir el preciado líquido
transparente al fondo.

Su cara se iluminó de alegría.

– ¡Agua, es agua! ¡Estoy salvado!

Introdujo el pico por el orificio para poder sorberla pero el


pobre se llevó un chasco de campeonato ¡Era demasiado corto
para alcanzarla!

– ¡Vaya, qué contrariedad! ¡Eso me pasa por haber nacido


cuervo en vez de garza!

Muy nervioso se puso a dar vueltas alrededor de la jarra. Caviló


unos segundos y se le ocurrió que lo mejor sería volcarla y
tratar de beber el agua antes de que la tierra la absorbiera.

Sin perder tiempo empezó a empujar el recipiente con la cabeza


como si fuera un toro embistiendo a otro toro, pero el objeto ni
se movió y de nuevo se dio de bruces con la realidad: no era
más que un cuervo delgado y frágil, sin la fuerza suficiente para
tumbar un objeto tan pesado.
– ¡Maldita sea! ¡Tengo que encontrar la manera de llegar hasta
el agua o moriré de sed!

Sacudió la pata derecha e intentó introducirla por la boca de la


jarra para ver si al menos podía empaparla un poco y lamer
unas gotas. El fracaso fue rotundo porque sus dedos curvados
eran demasiado grandes.

– ¡Qué mala suerte! ¡Ni cortándome las uñas podría meter la


pata en esta estúpida vasija!

A esas alturas ya estaba muy alterado. La angustia que sentía no


le dejaba pensar con claridad, pero de ninguna manera se
desanimó. En vez de tirar la toalla, decidió parar un momento y
sentarse a reflexionar hasta hallar la respuesta a la gran
pregunta:

– ¿Qué puedo hacer para beber el agua hay dentro de la jarra?


¿Qué puedo hacer?

Trató de relajarse, respiró hondo, se concentró, y de repente su


mente se aclaró ¡Había encontrado la solución al problema!

– ¡Sí, ya lo tengo! ¡¿Cómo no me di cuenta antes?!

Empezó a recoger piedras pequeñas y a meterlas una a una en la


jarra. Diez, veinte, cincuenta, sesenta, noventa… Con paciencia
y tesón trabajó bajo el tórrido sol hasta que casi cien piedras
fueron ocupando el espacio interior y cubriendo el fondo. Con
ello consiguió lo que tanto anhelaba: que el agua subiera y
subiera hasta llegar al agujero.

– ¡Viva, viva, al fin lo conseguí! ¡Agüita fresca para beber!

Para el cuervo fue un momento de felicidad absoluta. Gracias a


su capacidad de razonamiento y a su perseverancia consiguió
superar las dificultades y logró beber para salvar su vida.

Moraleja: Al igual que el cuervo de esta pequeña fábula, si


alguna vez te encuentras con un problema lo mejor que puedes
hacer es tranquilizarte y tratar de buscar de forma serena una
solución.

La calma, la lógica y el ingenio son fundamentales para salir de


situaciones difíciles y aunque te parezca mentira, cuando uno
está en aprietos, a menudo surgen las ideas más ocurrentes.

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