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De las cenizas de la Segunda Guerra del Armagedón, un héroe del

Imperio surgió. Desgarrado por la guerra sangrienta, el comisario


Yarrick juró venganza contra el animal que escapó de su justa ira: el
despojador de Armagedón, Ghazghkull Thraka. La localización del
Señor de la Guerra orko en el mundo desolado de Gólgota, Yarrick
lleva una compañía de blindados para destruir a la bestia, pero no tiene
en cuenta la astucia de Thraka. Emboscado, destruido todo su
ejército, Yarrick es capturado, despertándose a bordo del pecio
espacial de la bestia, frente a un destino peor que la muerte…
David Annandale
Las Cadenas del Golgotha
Warhammer 40000. Comisario Yarrick

ePub r1.0
Editor 06.10.16
Título original: Chains of Golgotha
David Annandale, 2013
Traducción: Pinefil
Corrección: Iceman y Adeptus Hispanus Transcriptorum

Editor digital: Adeptus Hispanus Transcriptorum


ePub base r1.2
Estamos en el cuadragésimo primer milenio.

El Emperador ha permanecido sentado e


inmóvil en el Trono Dorado de la Tierra
durante más de cien siglos. Es el señor de la
humanidad por deseo de los dioses, y dueño de
un millón de mundos por el poder de sus
inagotables e infatigables ejércitos. Es un
cuerpo podrido que se estremece de un modo
apenas perceptible por él poder invisible de los
artefactos de la Era Siniestra de la Tecnología.

Es el Señor Carroñero del Imperio, por el que


se sacrifican mil almas al día para que nunca
acabe de morir realmente.

En su estado de muerte imperecedera, el


Emperador continúa su vigilancia eterna. Sus
poderosas flotas de combate cruzan el miasma
infestado de demonios del espacio disforme, la
única ruta entre las lejanas estrellas. Su
camino está señalado por el Astronómicon, la
manifestación psíquica de la voluntad del
Emperador. Sus enormes ejércitos combaten
en innumerables planetas. Sus mejores
guerreros son los Adeptus Astartes, los marines
espaciales, supersoldados modificados
genéticamente.

Sus camaradas de armas son incontables: las


numerosas legiones de la Guardia Imperial y
las fuerzas de defensa planetaria de cada
mundo, la Inquisición y los tecnosacerdotes
del Adeptus Mechanicus por mencionar tan
sólo unos pocos. A pesar de su ingente masa de
combate, apenas son suficientes para repeler
la continua amenaza de los alienígenas, los
herejes, los mutantes… y enemigos aún peores.

Ser un hombre en una época semejante es ser


simplemente uno más entre billones de
personas. Es vivir en la época más cruel y
sangrienta imaginable. Éste es un relato de
esos tiempos. Olvida el poder de la tecnología y
de la ciencia, pues mucho conocimiento se ha
perdido y no podrá ser aprendido de nuevo.

Olvida las promesas de progreso y


comprensión, ya que en el despiadado
universo del futuro sólo hay guerra. No hay
paz entre las estrellas, tan sólo una eternidad
de matanzas y carnicerías, y las carcajadas de
los dioses sedientos de sangre.
PRÓLOGO
Ascenso
La criatura subió por la pared de su prisión. Cada paso
del ascenso fue duramente ganado, y el aliento de la
criatura salía de sus pulmones como un gruñido salvaje.
El sonido fue tragado por las salpicaduras y las luchas de
los carroñeros de las profundidades. Convirtiéndose en
un eco más de una canción eterna de violencia.
El ascenso era lento. Pero a la criatura no le importaba,
pues el tiempo no tenía importancia en el pozo. En el
pozo sólo había oscuridad, el choque de los dientes y
garras, y el asfixiante abrazo del agua, con los restos en
descomposición de los caídos. La criatura era uno de los
vencedores. Había abatido a sus rivales, siempre había
sido el depredador y no la presa, y ahora había empezado
a subir, apoyándose con los cadáveres de sus enemigos
amontonados contra el muro.
Había preparado su ascenso con una paciencia que no
tenía nada que ver con el paso del tiempo. No había
tiempo. Sólo había dientes, garras, carne, huesos, y
guerra. La paciencia era la encarnación de la necesidad,
de la supervivencia. Luchó a muerte, y trabajó en la
interminable noche, hasta que todo estuvo listo y
completamente solo, comenzó su ascenso. La ascensión
de la criatura era tan meticulosa como gradual. Lo que
hacía muy complicado que alguien detectara la amenaza.
Subió metro a metro a través del negro pozo. No había
conseguido escalarlo antes.
Había hecho demasiados intentos para contarlos, y en
cada ocasión, había llegado un poco más alto, antes de
tener que regresar a las turbias profundidades. Pero ésta
vez iba a ser diferente. Ésta vez, los acontecimientos
cambiarían, comenzaría de nuevo. La criatura llegaría a
la cima, y traería consigo la muerte a todos sus enemigos.
El negro se convirtió en gris. Arriba, un círculo de luz
tenue se hizo más amplio y más brillante. La respiración
de la criatura se volvió más fuerte por la tensión del
esfuerzo y su afán de rabia. Ya no se movía únicamente
por el tacto. Podía ver dónde colocar sus manos y pies.
En resumen, se movía con movimientos espasmódicos y
torpes, pero inexorable, alcanzó el borde del pozo. Allí se
detuvo. Esperando a que se calmara su respiración,
refrenando sus gruñidos aún cuando sus impulsos
asesinos eran tan poderosos que toda su cuerpo vibraba
por la rabia. Pudo escuchar a los guardias. Podía seguir el
sonido de sus movimientos mientras realizaban su ronda.
Llegó el momento. El tiempo volvía a importar. La
criatura surgió de entre las sombras. Rugió cuando
hundió sus garras en la carne, y se dio un festín con el
pánico de los guardias.
Capítulo 1
La gran ilusión
1
Yarrick
Debería haber esperado que el Pizoteador cargara. Había
muchas cosas que debería haber previsto. Éste error seria
una de las cosas de las que tendría que responder, el día
en que el Emperador finalmente me libera de su servicio
y llamara a su lado. Por encima de todo, voy a tener que
expiar el pecado de subestimar al enemigo. Éste era el
pecado por el que muchas personas tendrían que
responder, el pecado que casi había condenado
Armageddon. ¿Cómo podía haber dejado de prestar
atención a las señales y advertencias?
No merezco piedad. Pero no voy a estar solo. Habría
poca misericordia, para los que habían cometido errores
ese día.
Las nubes eran bajas en las montañas Ishawar. Pero las
nubes eran siempre bajas en Golgotha, pero esa noche
tenían un peso extra. Enormes nubes presionaban las
cumbres de las montañas como un mar de alquitrán, con
la promesa de terribles tormentas. Pulsaban con un
resplandor rojo, y sus fuerzas estaban bajando para
aplastar el ejército de Ghazghkull Mag Uruk Thraka
desde arriba, al igual que las mías lo harían desde el
suelo.
Estaba de pie en la escotilla de la torreta del Chimera
de mando. El viento había desaparecido, como si la
atmósfera contuviera el aliento ante la tormenta que se
avecinaba, la mascarilla con filtro era capaz de mantener
lo peor del polvo carmesí del Golgotha fuera de los
pulmones. Nos estuvimos moviendo en las estribaciones
de la cadena montañosa. Habíamos estado siguiendo a
los orkos todo el día, empujándolos más profundamente
en la cordillera Ishawar, hacia valles y pasos cada vez más
estrechos. Era en terreno abierto donde sus números
eran superiores a los nuestros, en terrenos estrechos era
más fácil apoyarse eficazmente con nuestros blindados.
Así que no les dimos una oportunidad de combatir en las
llanuras y mesetas. Teníamos a los pieles verdes en
retirada. Y entre ellos estaba Thraka. Años después de
haber profanado Armageddon, finalmente le había
acorralado. Años de búsqueda, años de estar un paso por
detrás, llegando a planeta tras planeta apenas unos días
después de que se fuera, planetas en que no quedaba
nada por devastar. Pero lo encontré, y fue aquí, en
Golgotha, cuando vi a la horda orka, supe que era su
líder.
Tenía que serlo. Ésta era mi última oportunidad de
detenerlo. Thraka hacía ya mucho tiempo que tenía que
haber sido destruido, pero siempre lo había subestimado.
A pesar de haber visto lo que era capaz de hacer en
Armageddon. Y a pesar de saber lo que había visto, al
seguir su rastro de devastación a través de la galaxia.
Normalmente los orkos eran irreflexivos y brutos. Era
uno de los pocos consuelos de la raza humana, cuando se
enfrentaban contra su fuerza y ​su resistencia, al menos
los orkos eran estúpidos. Pero no Thraka. La invasión de
Armageddon no había sido dirigida por un ingenuo.
Algunas de las estrategias que Thraka había empleado
habían sido brillantes. Inspiradoras. Y yo había tomado
medidas para que nadie subestimara a Thraka, en estos
momentos estaba frente a frente con mi némesis y uno
de los dos no saldría con vida.
Admitir que un orko era un digno rival era
repugnante. Negarlo sería neciamente absurdo. Los años
que había pasado buscándolo habían sido una eternidad.
La atención era difícil de mantener, era fácil de perder
las prioridades de otros conflictos más urgentes. La
venganza tenía prioridad sobre todo lo demás. Cada año
que pasaba sin un nuevo ataque en Armageddon
significaba que el peligro era mucho más remoto.
Había tantos conflictos en el Imperio. Que dedicar
tiempo, recursos y hombres en perseguir a un señor de la
guerra orko derrotado era absurdo. Era perfectamente
cierto que no había escasez de amenazas graves a lo
ancho y largo del Imperio. Yo nunca sería tan tonto
como para minimizarlos. Pero también era perfectamente
falso que Thraka estuviera derrotado. Sería un suicido
pensar de ese modo.
Era una amenaza, a la que no había nada que se le
pareciera en la galaxia, y el hecho de que lo hubiera
llevado tan lejos de Armageddon no cambiaba nada. Casi
había clavado un cuchillo en el corazón del Imperio. Eso
debería haber sido motivo suficiente para dedicar todos
los recursos necesarios para su eliminación. Pero lo que
era peor, si lo dejaban ir libremente, era un gran señor de
la guerra orko, y tarde o temprano volvería a unir a toda
la especie orka. Ese pensamiento, por mucho que le
disgustaba, era cierto y no había una verdad más
monstruosa a la que hacer frente.
Thraka tenía el potencial para convertirse en el
Emperador orko. Ésta posibilidad debería haber sido
obvia, incluso para el soldado más novato.
Probablemente lo fuera. Pero no en los escalafones más
altos del ejército, los altos señores de Terra, almirantes o
generales, parecía que esa posibilidad era demasiado
horrible para preocuparse por ella. Era mejor fingir que
no existía. Era más fácil de creer que era imposible que la
especie orka alguna vez siguieran a un único líder, con la
capacidad de destruir al Imperio. Era mucho mejor
enterrar la cabeza en la arena, evitar todo el alboroto y
las molestias, que hacer algo para evitar la amenaza que
representaba Thraka.
Tuve que luchar con uñas y dientes por cada tanque,
cada rifle, y cada hombre de mi ejército, cada día, ya que
el entusiasmo por la persecución de Thraka se había
evaporado en su segundo año. De algún modo, encontré
a otros hombres con la voluntad, la inteligencia y la
visión del peligro que era Thraka. Sin embargo, no
fueron suficientes.
Había demasiados coroneles conmigo, que estaban al
mando por la única virtud de su noble origen. Nuestro
ejército había estado plagado de errores, accidentes e
idiotas que habían perdido el juicio. Pero la fe en el
Emperador, había permitido que la persecución
continuara. Incluso en Golgotha, en la que teníamos que
librar una guerra a diario contra el polvo y las tormentas,
más peligrosas que la horda de pieles verdes, no nos
detuvimos. Ahora los orkos huían de nosotros. Ahora
Thraka estaba atrapado.
Los Baneblades estaban desatando el infierno sobre los
orkos. Los destellos que producían los proyectiles al
impactar eran más grandes y brillantes que las nubes.
Quería estar al frente con esos magníficos tanques.
Cuando nos reunimos en la meseta de Hadron, me había
subido en lo alto de uno de ellos para que me viera todo
el ejército. Y a través de altavoces transmití mis palabras
a todo el ejército, pero la imagen que presenté a todos los
hombres que estaban lo suficientemente cerca para
verme también fue muy importante. El Trono, sabía de la
importancia de la imagen. También sabía que era una
maldición y un lastre. Hice lo que había que hacer, elegí
a La Fortaleza de la Arrogancia como mi púlpito. Incluso
entre los otros gloriosos Baneblades, destacaba, era un
arma sin igual, una obra maestra de la guerra. De
acuerdo con su nombre y desdeñando el camuflaje. Era
negro como el vacío. Era el ideal del poder destructivo
del Imperio, y por eso, era venerado por los soldados
como algo sagrado. Cuando estaba sobre la torreta del
Baneblade, podía sentir la fuerza del tanque
introduciéndose en mi sangre.
Cuando hablé, lo hice con el fuego de la verdadera
inspiración divina. Bajé de La Fortaleza de la Arrogancia
con pesar.
Ahora miraba con anhelo en la dirección a la
formación de Baneblade. El Chimera en el que ahora iba
estaba bien equipado, podía ejercer el mando de un
modo más efectivo, pero no era lo suficientemente fuerte
como para estar en la punta de la lanza. En el mejor de
los casos las comunicaciones en Golgotha eran poco
fiables, tenía que permanecer dentro del limitado alcance
del comunicador de la mayor cantidad de unidades
posible.
Así que tuve que contentarme con ver los destellos
desde la retaguardia y oír el rugido de los tanques
avanzando. No estaba contento pero estaba satisfecho.
Los Baneblades eran muy escasos, y el mero hecho de
tener a más de uno, casi garantizaban una importante
victoria, por sí mismo. Estaba más que justificado cada
acuerdo y compromiso, que había adquirido, para
disponer de ellos. Ellos solos estaban convirtiendo el
ejército de Thraka en cenizas. Los orkos no tenían nada
que pudiera hacerles frente. Al menos en ésta batalla.
Los orkos tenían enormes maquinas que podían
enfrentarse a los Baneblades, pero estaban lejos. Miré de
nuevo el camino por el que habían venido. En una
columna de kilómetros, podía ver a los soldados
marchando y oír el ruido de los vehículos, que se
extendía, más allá de la línea de colinas que habían
cruzado unas horas antes, donde eran visibles sólo como
siluetas borrosas en las nubes de arena del Golgotha que
levantaban con su paso, los dioses ya se habían
enfrentado. Los Titanes habían destruido a su paso a sus
congéneres orkos. La designación oficial para esas
máquinas orkas era Gargantes. La palabra era fea,
desdeñosa de un modo deliberado. El Officio Strategos
no tenía por qué dignificar al enemigo, ni debería
hacerlo.
Pero no había nada para descartar el peligro que
representaban los Gargantes. Eran totémicos monstruos
de colosal tamaño. Del mismo modo que los Titanes de
clase Warlord lo eran para los hombres, su forma
humana representaba lo más sublime en tamaño y poder
destructivo de la humanidad, como los Gargantes lo
hacían para los orkos. Eran como una ofrenda a los
dioses salvajes de los pieles verdes, imponentes y pesadas
montañas ​de acero plagadas de armas, en forma de
barril. Podrían haber reducido todo mi ejército a cenizas,
si los Titanes imperiales no los hubieran destruido hacia
dos días. Nos habíamos movido entre ellos a través del
campo de batalla, como si fuéramos hormigas. Me había
sentido insignificante, mis acciones eran insignificantes al
lado de tales gigantes. Ya había tenido el privilegio de ser
testigo, de combates entre Titanes, y siempre me hacían
sentirme humilde. Ver como los Warlords pasaban por
encima de nuestras columnas, te hacía sentir una
admiración tan grande, que muchos soldados, no podían
contener las lágrimas.
Los habíamos sobrepasado, mientras ellos terminaban
con los últimos Gargantes. Necesitábamos perseguir al
ejercito orko en retirada. No podíamos esperar a que
terminara el combate, teníamos que destruir a Thraka, ya
que si lo conseguíamos la resistencia orka se colapsaría,
así que habíamos dejado los dioses-máquinas atrás. La
furia de la guerra entre gigantes siguió sin nosotros. Su
batalla, al final, fue un paréntesis. Ya que Thraka, había
huido con el resto del ejército.
Además de los Titanes y los Baneblades, tenía a tres
regimientos. El 52.º regimiento acorazado de Aighe
Mortis. Tras ellos estaba el 117.º de infantería
mecanizada de Armageddon y el 66.º de infantería de
Mordia. Centenares de vehículos, miles y miles de
hombres, marchando con orgullo por el Imperio con un
propósito y una disciplina, que solo podía venir de la fe
en el Emperador. Era un gran espectáculo. Cuando cierro
mis ojos, todavía puedo verlos con claridad.
Alguien me dio un golpe en la pierna inferior. Me dejé
caer al compartimiento del chimera. El espacio, que
normalmente habrían ocupado doce soldados, estaba
ocupado por equipos de comunicación y mapas. Incluso
con el gran alcance de las comunicaciones de los
chimeras, las comunicaciones se vieron afectadas y se
perdían, el polvo del Golgotha erosionaba las
transmisiones de la misma manera que lo hacía con los
pulmones y motores. Cualquier cosa más allá de unos
pocos miles de metros, era irremediablemente poco
fiable, había sido necesario establecer un sistema de
vehículos rápidos, que transportaban los mensajes y
hacían de balizas, hasta el lugar de aterrizaje en la meseta
de Hadron. Era una precaria línea de comunicación,
ridículamente estirada y vulnerable, pero no habían
tenido tiempo para pensar en una alternativa mejor.
Aunque era imperfecta estaba funcionando, permitiendo
la coordinación de toda la expedición.
—Es el coronel Rogge, comisario —le informó el oficial
de comunicaciones, teniente Beren Diethelm.
—¿Hacia dónde tenemos que ir? —gritó Erwin Lanner,
en las palancas de dirección del Chimera.
—Sargento, Lanner —dijo Rogge—, no me gusta su
atroz falta de respeto a un oficial superior, simplemente
espere que le dé la orden.
Por el estruendo vibratorio del motor, Rogge no pudo
oír a Lanner resoplar, pero yo sabía que estaba
resoplando. Era un hombre bajo y rechoncho con fuertes
brazos, ​que habían sido la ruina de muchos irreflexivos
sparrings. Su rostro era estrecho, y sus formas habían sido
moldeadas por la acumulación de cicatrices. Había estado
conmigo desde Armageddon, y su insubordinación solo
era igualada por su lealtad. Nunca había conocido a un
soldado que no estuviera intimidado por el uniforme de
un comisario. Y ello no tenía la menor razón de ser. Si
cada soldado de la guardia tuviera el valor, las
habilidades y la fe de Lanner, el Imperio habría limpiado
la galaxia de enemigos hace siglos. Tendría que haber
ascendido más allá de sargento, pero se negó, ya que
quería estar a mi lado. La idea de que alguien más
condujera mi medio de transporte, fuera el que fuera, era
para Lanner, una afrenta personal. Había rechazado una
promoción tras otra, y cuando no se le daba otra opción
que aceptar el ascenso, se entregaba a una mala conducta
atroz hasta que era degradado. Sólo para asegurarse que
se quedaba dónde estaba, ya en el pasado le salvé con mi
intervención de una ejecución sumaria. Para mi pena, y
mi recompensa, la falta de respeto de Lanner estaba
demasiado estudiada para ser real. Era puro teatro, y era
un teatro que necesitaba, sobre todo desde Armageddon.
Ésta falta de respeto era el modo que tenía Lanner de
asegurarse que no me creyeran invencible como decían
todos los que me rodeaban.
El sargento no tenía fe en el coronel Kelner Rogge.
Rogge mandaba el cuarto regimiento, en estos momentos
tendría que estar en retaguardia, pero,
inexplicablemente, estaba avanzando hacia el frente. El
23.º regimiento blindado de Aumet, había sido asignado
a su ejército al precio de tener que cargar con el sexto
hijo inexperto del Gran Señor Gheret Rogge de Aumet.
El Coronel Rogge llevaba con nosotros un año y algo, y
para mi sorpresa, se desenvolvía bien. Lanner se mantuvo
más escéptico, pero yo sabía que nunca le perdonaría a
Rogge el pecado de su noble sangre. Lo que aún no podía
ver Lanner en Rogge era su compromiso con nuestra
causa. Yo había asumido, durante las negociaciones con
el padre, que el objetivo del Gran Señor de Aumet era el
conseguir tener a un hijo combatiendo al lado del
prestigioso comisario Yarrick, y alejar a un pretendiente a
la hora de decidir el nuevo gran señor de Aumet, además
de traer honor al nombre de la familia.
En la reunión con el coronel, me di cuenta que me
había equivocado. Quería formar parte de mi cruzada
tanto como yo necesitaba los tanques de Aumet. Kelner
Rogge creía en lo que estaba haciendo. No lo hacía para
ganar prestigio, sino porque tenía fe.
Su misión de retaguardia, no era porque no lo
considerara apto, sino por minimizar el riesgo de que un
coronel principiante representara al resto del ejército.
Teníamos ya una gran cantidad de tanques Leman Russ
en primera línea, y lo único que se le pidió a Rogge era
que mantuviera el ritmo y que protegiera nuestra
retaguardia. Lanner lo sabía, pero parecía que Rogge no
podía aceptar ver la victoria desde la retaguardia. No
pude evitar una ligera ola de aprensión mientras hablaba
por el comunicador.
—Adelante, coronel.
—Comisario, lo siento, pero he cometido un gran
error.
Esas palabras nunca dejarían de perseguirme en mis
sueños. Ya que anunciaban la pérdida de todo un
planeta.
2
Rogge
—Si no puedes arreglarlo, sácalo del camino —le dijo
Rogge al capitán Yann Kerentz—. Destrúyelo si es
necesario.
Kerentz parpadeó ante la sugerencia de destruir
intencionadamente un Leman Russ.
—Solo hay que cambiar una cadena tractora.
—¿Qué diferencia hay? No tenemos tiempo, para
cambiar la cadena tractora. ¿Acaso no entiendes el
significado de la palabra “urgencia”?
El 23.º acorazado Aumet tenía una misión, y no podía
ser obstaculizado por la estúpida avería mecánica de un
solo tanque. Su cadena tractora se habían desintegrado
en el peor momento posible. Era el primer vehículo de la
columna principal y precisamente había sucedido en un
estrecho cañón, donde apenas había espacio para que
circularan dos vehículos a la vez, y esto había creado un
cuello de botella.
—No, señor. Pero podríamos ser capaces de empujarlo
hasta salir del desfiladero, allí tendríamos tiempo para
hacer las reparaciones.
—¿Toda la longitud del paso? —dijo Rogge con
desprecio—. El desfiladero tiene dos kilómetros de
longitud. ¿Y luego qué? Vamos a tener que abandonarlo
de todos modos. Destrúyelo ahora. Quiero que el paso
esté despejado en cinco minutos.
Desde la torre de su Leman Russ conquistador, el
Condenando. Rogge observó como Kerentz caminaba
hacia el frente de la línea de vehículos. El movimiento
del capitán era rígido y apesadumbrado. Rogge hizo una
mueca. Era su deber tomar las decisiones más difíciles.
Había hecho lo correcto. Con cada segundo que pasaba,
el cuerpo principal de la fuerza de Yarrick estaba
ampliando la distancia entre ellos. El comisario había
sido claro: el avance no se detendría, si se detenían, o se
enlentecía su avance los orkos aprovecharían cualquier
vacilación. Rogge tenía su misión. Y tenía la
responsabilidad de completarla.
Así que lo haría.
Kerentz ejecutó la orden. Hubo una explosión distante
por la destrucción del tanque. Pero fueron diez minutos,
no cinco, antes de que los tanques siguieran avanzando.
Rogge maldijo entre dientes. Y se dejó caer hacia el
interior de la torreta. No quería ver los restos del Leman
Russ. Todo en lo que tenía que pensar era en recuperar
el tiempo perdido. Tendría que aumentar la velocidad
del regimiento para unirse al cuerpo principal. La idea de
lo que se encontraría lo torturó. No quería encontrarse
con que la batalla hubiera terminado. Ya que sin duda su
señor padre le preguntaría: ¿qué papel jugaste en la
batalla del Golgotha? Y él respondería: «Padre, estaba en
la retaguardia en la torreta de mi tanque». Su rostro ardía
con la anticipación de la vergüenza. Quería llevar el
regimiento a primera línea. Luchar junto a Yarrick, y
ganar gloria para Aumet y el Imperio.
No tardó El Condenando en salir del desfiladero,
asomó su cuerpo por la escotilla, y vio que la mitad del
regimiento todavía estaba en el desfiladero, y que las
unidades principales se estaban ralentizando de nuevo.
Rogge golpeó la torreta con el puño, hizo una mueca y
regreso al interior de la torreta. El interior de la torreta
era demasiado ruidoso con el rugido del motor y la
vibración del metal, pero era más fácil contactar con
Kerentz, que con el microcomunicador. Apenas había
encendido el comunicador, cuando Kerentz se le
adelantó.
Oyó decir a Kerentz:
—El camino más adelante se divide en dos, al parecer
el camino principal que seguían se internaba más en las
montañas.
—¿Y cómo es de ancho el que no ha usado el cuerpo
principal?
—Bueno para tres vehículos, tal vez cuatro.
—¿Signos de actividad?
—Ninguno, señor, pero el desfiladero se bifurca más
adelante, impidiéndome la visión.
Rogge dudó, dividido entre dos necesidades. No
estaría protegiendo la retaguardia del ejército si ignoraba
el camino más amplio. Pero si asignaba una fuerza de
exploradores para que explorasen ese otro camino,
perdería mucho tiempo, y para cuando alcanzase el
cuerpo principal, posiblemente la batalla habría
terminado, y el Emperador sabia el poco tiempo que le
quedaba para ganarse su gloria.
—Que se detenga el convoy —ordenó—. Quiero un
completo silencio.
El convoy de tanques se detuvo, en menos de un
minuto, todo el regimiento estaba inmóvil.
—Kerentz —dijo Rogge—. Quiero un análisis completo
del auspex. Si hay pieles verdes en la bifurcación,
debemos ser capaces de detectarlos.
—Señor, con mis respetos, el viento y las condiciones
atmosféricas…
—Esas son mis órdenes, capitán. Ejecútelas.
Rogge se mantuvo a la esperaba, imaginándose que la
batalla se estaba terminando. Cuanto más pensaba en
ello, más se daba cuenta que estaba perdiendo el tiempo.
Aunque hubiera unos pocos orkos escondidos,
preparando una emboscada, ¿qué podían esperar lograr?
El grueso de su ejército estaba en desorden retirándose.
Kerentz volvió a ponerse en contacto por el
comunicador:
—No hay lecturas, ni sonidos, coronel. Pero…
—Bueno. No hay orkos. Incluso si los hubiera, lo más
seguro que se queden dónde están. Además, aunque
fueran estúpidos y atacaran, no podían constituir una
amenaza real —simplemente no era posible. La decisión
fue fácil. Sólo había una cosa que hacer.
—Ordene al convoy, reanudar la marcha —dijo—. Lo
más rápido que puedan.
Si conducían por la noche, tendrían una oportunidad
de unirse a la batalla. El silencio inquietante del
regimiento desapareció, cuando se encendieron un
centenar de motores a la vez. El sonido se hizo eco en los
acantilados, que les rodeaban. Y los hijos de Aumet se
lanzaron hacia delante. Y Rogge volvió a subir por la
escotilla. No tardó en llegar a la bifurcación, que se
dirigía hacia la derecha. Sus entrañas se revolvieron, sólo
un poco. Y se quedó más tranquilo cuando desapareció
de su vista, creyendo que había hecho lo correcto.
Pronto sus pensamientos se fueron a cosas más
prácticas. Debería ponerse en contacto con Yarrick, para
hacerle saber que iban hacia su posición.
El comunicador explotó. Informes y maldiciones
llegaron a través del micro-comunicador, el significado
era evidente, había estallado el pánico entre sus hombres.
Rogge se dio la vuelta. Al principio, no podía ver nada.
La línea de tanques se extendía detrás de él en la noche.
Pero luego oyó la enormidad de su error. Su sonido era
el de una avalancha mecanizada, por encima del viento y
de los motores de sus tanques. Que llenaba los oídos de
Rogge y su mente. A medida que el terror se acercaba, el
estruendo adquirió significado. El ruido de orkos y sus
horribles máquinas, que sonaba horriblemente mal.
Capítulo 2
Pizoteador
1
Rogge
La fuerza que salió del desfiladero ignorado, detrás del
regimiento Aumet, no era la de una simple emboscada.
Era una horda como Rogge nunca se habría imaginado.
Y no tenía la menor idea de su escala, pero las máquinas
de guerra orkas, eran más que suficientes para aniquilar
al ejército imperial al completo. Dejando de lado sus
hermanos más pequeños, aplastando a cualquiera de su
propia infantería que no se moviera lo suficientemente
rápido, estaban los tanques superpesados. Eran tan
grandes como los Baneblades, pero eran retorcidos,
monstruosamente vulgares. Repletos de armas
secundarias, estaban también adornadas con tuberías,
que echaban un humo negro aceitoso.
Detrás de ellos venían los Pizoteadores. Rogge había
oído la designación con la suficiente frecuencia, y se
había reído cada vez, por el ridículo nombre. Había visto
pictogramas de esas máquinas, y también se rio, eran de
un diseño de crudo: Una chapucera superposición de
placas de metal hasta formar una especie de tonel, en el
que amontonaban armas, eran los lastimosos intentos de
los salvajes orkos en el arte de crear Titanes, dándoles la
imagen de los dioses orkos.
En estos momentos no tenía ganas de reír. Aunque los
Pizoteadores eran más pequeños que los Gargantes, sólo
había visto verdaderamente las titánicas máquinas desde
la distancia, cuando combatían contra los Titanes
imperiales. Ahora los Pizoteadores estaban cerca, y no
había Titanes a la vista para protegerles.
A medida que la marea verde les perseguía y rugía
hacia ellos, una onda psíquica de la presencia orka corría
por delante. Era abrumadora. Rogge se hundió. Sus
miembros se estremecieron, luego se quedó aturdido por
el terror. Parecía flotar fuera de su cabeza. Su mandíbula
se hundió. Y sus ojos se abrieron como platos. Sus manos
colgaban de los costados, no podía hacer nada más que
ver como la ola pieles verdes destruía sus fuerzas. La
noche se estremeció en su profundidad, al ritmo de
destrucción.
Había otro ruido, no tan estruendoso, pero de algún
modo más irritante. Rogge se dio cuenta de que provenía
del micro-comunicador. Mucha gente estaba dando
órdenes a la vez. Las órdenes de retirarse chocaban con
órdenes de contraatacar. Oyó su nombre una y otra vez,
al principio eran preguntas, entonces pasaron a súplicas,
y finalmente a maldiciones. Parpadeó varias veces,
intentando sacudirse el letargo.
—A todas las unidades —comenzó. Intentó encontrar
la determinación que necesitaba en su voz. Pero no sabía
que tenía que decir.
—A todas las unidades —dijo una vez más, con tal
fuerza que sin duda sus oficiales lo habrían oído.
Vio a tres tanques intentando dar una respuesta
coordinada al más cercano de los Pizoteadores. Y se dio
cuenta que todos sus oficiales tenían más experiencia en
combate que él, era irónico, le había preocupado que su
falta de órdenes fuera la condena de sus hombres.
Todavía se movían alejándose de las fuerzas orkas, pero
había girado las torretas hacia la parte trasera, apuntando
a las fuerzas orkas.
Y disparaban coordinadamente, era como si los
proyectiles golpearán como un único impacto contra la
máquina orka. El Pizoteador se tambaleó, y en su
blindaje frontal aparecieron agujeros. Entonces la
dotación de su propio tanque sin habérselo ordenado,
disparó contra el tambaleante monstruo de veinte metros
de alto, dándole el toque de gracia. Se sintió demasiado
avergonzado como para celebrarlo.
2
Yarrick
En menos de un minuto, Yarrick se dio cuenta de que
algo grave estaba pasando en la retaguardia. Pero de
pronto el comunicador cortó la comunicación con Rogge,
y se volvió loco llenándose de estática y cacofonía. Sin
que Rogge pudiera informarle exactamente de cuál era el
error que había cometido. Dejó a Diethelm hacer su
trabajo para que arreglara las comunicaciones. Para
cuando Diethelm recuperó las comunicaciones estaba
saturado de mensajes urgentes de sus oficiales. Y supo lo
que estaba pasando. En el preciso momento en que había
recibido el informe de Rogge, los orkos a los que creía
atrapados y derrotados, habían dejado de huir, y estaban
cargando contra las líneas imperiales.
El Coronel Sinburne, al mando de la 52.º de Aighe
Mortis pudo ponerse en contacto con Yarrick por el
comunicador.
—Los orkos están contraatacando con fuerza,
comisario —dijo Sinburne por el comunicador—. Pero los
podremos contener.
—¿Seguro? —le pregunté—. Dígame la verdad, no una
fantasía.
—Nos están golpeando duro —admitió— pero…
—Escuche al enemigo, coronel —Lo interrumpí—.
¿Qué escucha?
Regresó al cabo de unos segundos con la respuesta que
esperaba y estaba temiendo.
—Se están riendo —dijo.
La situación de la retaguardia necesitaba más tiempo
para establecerse.
—El Coronel Rogge no contesta, señor —informó
Diethelm.
Eso, en sí mismo, me dijo que las cosas iban mal. Pero
necesitaba saber por qué y Diethelm hizo bien su
desempeño, y pudo comunicarse con otros oficiales del
23.º regimiento de Aumet. Varios de ellos murieron
mientras le estaban informando de lo que estaba
pasando. Y sus transmisiones fueron meros fragmentos
de la tragedia.
—… Nos estamos retirando hacia el cuerpo…
—… Múltiples Pizoteadores y fortalezas de batalla, que
no…
—¿Quién está al mando? ¿Quién está al mando?
—Por el Trono, cuando coja a ese hijo de puta de
Rogge. Voy a darle de comer su…
Me quedé en la mesa mirando el mapa cuando
Diethelm, me trajo las actualizaciones. Introduje las
actualizaciones en el mapa holográfico, y la nueva
imagen del campo de batalla se formo delante de mí.
Sentí que mis labios formaban una mueca cuando me di
cuenta del error que había cometido Rogge. La fuerza
que estaba destrozando a los tanques de Aumet era un
ejército más grande del que habíamos estaban
persiguiendo.
Thraka había logrado mantener éste segundo ejército
oculto en las montañas. Habíamos cometido el graso
error de caer en una de las más grandes emboscadas en
la historia del Imperio. A pesar de toda mi oratoria, de
todos los avisos a mis superiores para que no
subestimaran a Thraka, era yo quien había cometido el
error de subestimarlo.
Una vez más, el orko había jugado mejor, e iba a
destruirnos, nos había atrapado en una maniobra de
pinza. El valle en el que el grueso de nuestras fuerzas
avanzaba era largo y ancho, pero era un desfiladero, con
los orko, atacándonos desde ambos extremos. Las colinas
del Ishawar, que rodeaban el valle, eran lo
suficientemente altas para que no pudiéramos escapar a
través de ellas. Estábamos encajonados, exactamente,
donde Thraka quería que estuviéramos. La única
oportunidad que teníamos, era que las unidades de
primera línea resistieran, hasta que los Titanes llegaran.
Pero podía leer los signos, y sabía que las probabilidades
eran nulas, aún así, me puse en contacto con Sinburne.
—Coronel Sinburne, ¿tiene alguna expectativa de
poder matar a Ghazghkull Thraka en los próximos
minutos?
—Con la bendición del Emperador, si supiera donde
está.
—¿No sabes dónde está?
—No —admitió Sinburne.
Yarrick pudo notar lo frustrado que estaba. Estaba
sumamente decaído, en la idea de ser abatido tan cerca
de la meta. Pero la realidad era esa, no habíamos estado
siguiendo a Thraka.
Había pensado que al menos Sinburne tenía al orko
dentro del radio de acción de una docena de tanques, si
conseguían destruir a Thraka, su muerte no sería un
amargo final.
De nuevo la estática me llenó el oído otra vez,
desconectándome del coronel. Tuve a Diethelm
buscando canales hasta que encontró el canal de una
compañía de tanques y me pasó con su capitán. El
capitán Hantlyn, que comandaba el Baneblade Temeroso.
—Capitán —dije— ahora tiene el mando del
regimiento blindado. Informe de éstas órdenes a
cualquier soldado con el que pueda contactar. No hay
otra opción. Seguir hacia adelante es un suicidio: el
desfiladero sólo nos conduce a un callejón sin salida, en
el que pensábamos acorralar a los orkos. Tenemos que
retirarnos, y tenemos que abrirnos camino a través del
segundo ejército. Es nuestra única esperanza, reúna a
todas las unidades que pueda y diríjase a la retaguardia.
—Haré lo que pueda, comisario —dijo el capitán
Hantlyn.
Minutos más tarde, Diethelm consiguió contactar con
los otros comandantes por el comunicador.
—Reúnan a sus hombres y diríjanse inmediatamente
hacia la retaguardia. Con los Baneblades, podríamos
tener una oportunidad, no de una victoria, sino de una
retirada exitosa —les dije.
Pronto comenzó el proceso de invertir la dirección del
ejército entero. Miles de hombres y vehículos, un mar de
energía de guerra que se extendería hasta el horizonte en
un abierto del llano, ahora tenía que detener su impulso
y dar marcha atrás por el camino por donde habían
venido. La disciplina de la guardia imperial, mantuvo el
desorden a un mínimo. Lo peor fue para los vehículos.
Leman Russ y Manticoras, Chimera y Basilisk, todos
tenían que dar la vuelta en muy poco espacio, y la
coordinación de sus comandantes fue vital, para realizar
la maniobra con éxito. A pesar de la prioridad que se le
concedió al Chimera de mando, necesitamos un minuto
para volver a reorientarlo. Donde antes las Fuerzas del
Imperio habían fluido como el rugido de una catarata,
ahora solo eran unidades tomando posiciones defensivas,
dispuestas a morir para dar tiempo a huir al ejército
principal.
Yo sabía que mis órdenes eran condenas a muerte
para incontables guardias imperiales, ya que los pieles
verdes presionarían dada su ventaja. Deseaba volver a
estar en el frente y morir con ellos, pero antes, quería
presenciar el final de Thraka. Compartiría la terrible
retirada, sabiendo que esos hombres lo darían todo por
esa causa. Sin embargo, cada vida humana era valiosa en
esos momentos, y mi sacrificio no serviría de nada. Tenía
el deber de servir al Emperador. Y una muerte heroica,
en estos momentos sería una traición al Emperador.
La maniobra se estaba realizando con disciplina, pero
estaba resultando demasiado lenta. Los orkos eran seres
que les gustaba la velocidad.
La disciplina era un concepto apenas comprendido por
ellos. No había nada que pudiera frenar su avance,
excepto el fango producido por la sangre humana bajo
sus pies. Y así sucedió. El regimiento blindado no había
llegado a la nueva línea de frente y el resto del ejército ni
tan siquiera había comenzado a marchar en la nueva
dirección, solo la infantería mecanizada y los restos del
regimiento de Aumet estaban preparados, cuando la
embestida orka cayó sobre nosotros.
Estaba en la escotilla de la torreta del Chimera de
nuevo, y aunque yo estaba a miles de metros de primera
línea, los oí y sentí como el suelo del valle vibró con el
choque del impacto. Empezamos a avanzar, marchando
directamente a las fauces de una picadora de carne. Pero
la decisión en estos momentos, era avanzar y morir, o,
esperar y morir. Avanzar, era el único camino con honor
válido, y nuestra única esperanza.
Una esperanza que nos llevaba directamente hacia los
Pizoteadores y fortalezas de batallas. Tuve para reprimir
una risa amarga.
—Si encontramos al coronel Rogge —dijo Lanner por
el intercomunicador—. Por favor, deme el privilegio de
matarlo.
—Ese honor es solo mío —le espeté.
Necesitábamos que los tanques entraran en combate, y
ya habíamos perdido completamente al regimiento de
Aumet, por lo menos, Habían frenado a los orkos lo
suficiente para que los Baneblades llegaran. La Infantería
Mecanizada no podría hacer nada contra lo que Thraka
había desatado.
Aún así nos dirigimos directamente a la masacre,
ganando velocidad. A los pocos minutos, pude ver la
forma de nuestra destrucción. Los Pizoteadores se
alzaban por encima de nuestras fuerzas. Un Titán habría
convertido de nuevo a esas monstruosidades en chatarra,
pero nuestros dioses-máquinas seguían distantes, y
dudaba que llegaran a tiempo. Y aquí, los Pizoteadores
eran los reyes del campo de batalla. Eran bestias con
cuernos, con tuberías que sobresalían de sus hombros
arrojando humo. En intervalos irregulares, sacudían el
valle con sus ensordecedores sonidos, parte aullido, parte
rugidos. Cada vez que un Pizoteador rugía, los soldados
orkos que pululaban cerca de ellos, se lanzaban hacia
nosotros con renovada fiebre de guerra.
Mi Chimera alcanzó la plenitud del caos. La marea
verde lamía los costados de mi vehículo. Con un sólo
brazo no podía usar el multilaser de la torreta. Pero podía
dispararles con mi pistola bólter, y era imposible que
fallara. Apreté el gatillo y maté a todas las bestias a las
que impacté. Mi cuerpo se estremecía con cada disparo,
la pistola bólter se calentó rápidamente, y comenzaba a
producirme quemaduras en la mano, el olor acre del
humo a fyceline apuñalo mis narices, el dolor de las
quemaduras era sincero, era el dolor purgante de la
guerra que significaba que mis enemigos estaban
muriendo. Por el rabillo de mi ojo, vi a un Caudillo orko
flanquear el Quimera y lanzarse hacia el techo.
Si no se hubiera apartado rápidamente hacia la
derecha, le habría partido por la mitad con un proyectil
de la pistola bólter, estaba convencido que lo derribaría
con la pistola bólter. Sentí un zumbido de odio hacia
Rogge, por mí, por los orkos. La suciedad xenos se
deleitaba con su triunfo, estaría condenado si no los
hacía, al menos, sufrir.
Así que me desabroché el arnés, y entonces me levanté
de un salto de la escotilla, y me coloqué de pie encima de
la torreta del Chimera. Levanté mi brazo derecho,
blandiendo la garra de batalla que me había sido
colocada en la colmena Hades.
—¿Te atreves? —grité—. ¿Sabes quién soy? Soy
Yarrick, el que os derrotó en la colmena Hades. Soy
Yarrick, el que mata con la mirada.
Y así lo hice. El láser instalado en mi ojo augmetico,
perforó a través de las fauces abiertas del orko, y salió por
la parte superior de la cabeza. La mandíbula del animal
se dejó caer con una expresión de sorpresa idiota y el
cuerpo giró en gran medida antes de caer del Chimera.
Volví la mirada a los orkos de abajo.
Sabían quién era y dudaron. Lanner condujo a través
de la vacilación, y muchos pieles verdes fueron triturados
bajo las cadenas tractores del Chimera. Mientras que un
artillero, un soldado con el nombre de Koben, abrió
fuego con el multilaser de la torreta. Y nos fuimos
abriendo paso hacia nuestro destino. No porque fuera el
comisario Yarrick. Ni tampoco lo haría la dotación de mi
Chimera. Ni ninguno de los hombres que marchaban
con nosotros. No éramos como los Marines espaciales.
Individualmente, no éramos nada.
Colectivamente, éramos la voluntad del Emperador, y
su voluntad no reconocía ningún obstáculo. Si nosotros
pensábamos que podríamos pasar a través de los orkos.
Con la voluntad del Emperador sería suficiente. Nos
internamos profundamente en las primeras líneas de
infantería orka. Para encontrarnos rodeados no sólo por
la marea verde, también por la turbulencia de la misma
guerra. Era como estar en un vórtice. La organización y
disciplina se rompió, dando paso al azar, la casualidad, la
improvisación, el caos y sí, a veces, al destino. Pero el
vórtice no significaba el abandono de la estrategia. Miré
hacia adelante, a la realidad que eran las gigantescas
máquinas de guerra orkas, buscando mi estrategia, y por
el Trono, que iba a encontrar una.
Y lo vi. En la salida del valle, el camino que teníamos
que seguir, estaba hacia al este. Y un Pizoteador,
caminando por delante de los demás, me bloqueaba el
camino. Cerca había una compañía de artillería móvil
Basilisk. Sus cañones podrían penetrar el blindaje del
Pizoteador. Pero no eran tanques, su propio blindaje no
estaba diseñado para el combate de primera línea, ya que
eran vehículos descubiertos. Pude ver que sus dotaciones
estaban tratando de maniobrar a posiciones de fuego,
dejando caer los cañones para disparar a corto alcance,
pero estaba claro que los orkos les golpearían duramente
antes de que pudieran convertirse en una amenaza. El
aire estaba cargado de lanzamientos de cohetes. Varios
de los Basilisk ya estaban ardiendo. Y muchas de las
dotaciones ya estaban cortadas en pedazos.
—Acércate a los Basilisk —le dije a Lanner.
—A todos los que me oigan —dije por todos los
canales a nivel de regimiento— protejan a las dotaciones
de artillería. Démosles la oportunidad de salvarnos a
todos.
La infantería y los Chimeras se fueron reuniendo con
los Basilisk. Los hombres ignoraron su propia seguridad y
defendieron a los Basilisk de los orkos. Pero los orkos
eran innumerables, y un ‘karro de guerra’ se había unido
a la refriega. En el tiempo que le llevó a nuestro vehículo
llegar a su alcance, la compañía de artillería había sido
diezmada, el karro de guerra era enorme, echo de metal
retorcido. Con sus akribilladores pesados disparando
contra las líneas imperiales. Delante de nosotros, la
dotación de uno de los últimos Basilisk estaba asediada
por los orkos, su destino una simple cuestión de
segundos. Koben disparó con el multilaser del Chimera
cerca de uno de los laterales del Basilisk, era un riesgo
muy grande ya que podría terminar con el trabajo de los
orkos. Pero disparó con tal precisión, demostrando que
nunca había habido peligro para la dotación del Basilisk.
Hubo un geiser de órganos de pieles verdes triturados a
pocos metros de la parte posterior del Basilisk. Los orkos
que estaban un poco más alejados de las ráfagas del
multilaser, se quedaron aturdidos por unos segundos.
Momento que aprovecharon las unidades imperiales más
cercanas para empujar a los orkos lejos del Basilisk.
Entonces el arma del Basilisk entró en acción. El
estallido fue ensordecedor. El retroceso fue tan grande
que el Basilisk retrocedió unos metros. Expulsó un
proyectil diseñado para destruir bunkers. Y la mano del
Emperador guió el proyectil, ya que impactó en el
Pizoteador, en una explosión que iluminó la noche.
Pareció como si un volcán hubiera entrado en erupción
en el campo de batalla. La mitad superior del Pizoteador
desapareció. Trozos de metal, y algunos de carne,
llovieron hacia el suelo. Di la orden de avanzar por la
brecha que habíamos creado. Pero la orden era casi
innecesaria. En ese momento, la victoria llenó los
corazones con un rugido de esperanza y una fe más
fuerte que la de los rabiosos Orkos, los gritos provenían
de los hombres de Armageddon, Mordia y Aighe Mortis.
Movidos por la fuerza de la desesperación y un renovado
propósito, empujaron al ejército orko hacia atrás. Nos
abrimos paso entre los orkos. La punta de lanza de la
infantería llegó hasta la desembocadura del valle.
Corriendo directamente hacia una fortaleza de batalla
orka.
La llegada de la fortaleza superpesada orka, de un
estilo grotesco típico de los orkos, sorprendió a los
imperiales, se movía más rápido de lo que cualquier
tanque pesado debería moverse.
Era como si un motor de vacío de una nave espacial
hubiera sido montado en el vehículo. Tanto hombres
como orkos, desaparecieron cuando se estrellaron contra
los crudos dientes de su blindaje frontal. Me encontré
mirando directamente la boca del cañón en su inmensa
torreta. El cañón de un Basilisk parecía pequeño en
comparación.
Yo estaba en el centro de la punta de lanza imperial, y
el estruendo del cañón de la fortaleza orka fue tan
grande, que parecía que había sido disparada desde el
interior de mi cabeza.
El estruendo pareció convertir el aire en granito.
Parecía que estaba volando, el mundo daba vueltas.
Todo era fuego y un potente viento. Golpeé el suelo,
como si me hubieran dejado caer desde el espacio.
Capítulo 3
Arrogancia
1
Yarrick
El dolor era indescriptible. Intenté respirar, e inhalé el
abrasador calor y polvo.
¡Esto no es nada! Has pasado por situaciones peores.
Esto solo es un irritante infortunio, que se interponen en
el camino del deber. Y ahora, ¡levántate! Me dije a mi
mismo una vez recuperada la consciencia.
Me tambaleé sobre mis pies, entrecerrando los ojos
ante la vorágine que me rodeaba. El proyectil de la
fortaleza orka, había levantado al Chimera como si fuera
de papel y lo había volcado al revés, podía ver el
destrozado blindaje desgarrado como si fuera de estaño.
Si hubiera estado dentro del vehículo en estos momentos
estaría muerto. Pudo ver que el Basilisk había
desaparecido.
Dónde debería haber estado, solo había restos
calcinados de su blindaje y estaba rodeado de cuerpos de
hombres y orkos, quemados, rotos y desgarrados por
igual. El aire todavía estaba lleno con el ruido de
combates, pero en éste espacio, en un centenar de metros
en cualquier dirección, se había hecho una pausa. Era la
paz de los muertos.
La fortaleza de batalla había disparado al máximo de
su alcance, pudo ver a su torreta girando en busca de
carne fresca, pero a su alrededor, sólo había pequeñas
figuras como yo corriendo. No había nada de interés. El
motor rugió como el rugido de un gigante y su atención
se dirigió hacia campos de exterminio más nuevos.
Me arrastré hacia el Chimera. No creía que pudiera
salvar a nadie, lo más seguro es que todos estuvieran
muertos, pero yo tenía que intentarlo. Era mi deber, en
ese momento, que la realidad se había reducido pocos
metros a mí alrededor, era todo lo que podía hacer, Tal
vez, el Trono había tenido misericordia de alguno de los
hombres que lucharon a mi lado. A medida que me
acercaba hasta los restos del Chimera, vi a Lanner
luchando por salir de una escotilla en el blindaje frontal.
Corrí hacia él y lo saqué. El lado derecho de su rostro
estaba quemado, y estaba sangrando por una docena de
heridas, pero no parecía que tuviera nada roto. Dio unos
cuantos pasos fuera del Chimera. Me volví hacia la
escotilla, pero Lanner me detuvo.
—No hay nadie más, comisario —me dijo Lanner.
Me volví hacia Lanner.
—¡Cuidado! —grité.
Pero era demasiado tarde y Lanner cayó al suelo. Un
orko a la carga lo había derribado, y el impulso del orko
seguía en mi dirección. Le golpeé con la garra de energía
en pleno rostro, y le destrocé limpiamente el cráneo, el
orko cayó muerto. Detrás de él, vi la fortaleza de batalla,
se dirigía hacia nuestra posición. Pistola en mano
recuerdo preguntarme con amargura, ¿por qué no nos
disparan? Tal vez la tripulación me había reconocido, y
era el destinatario de algún honor grotesco.
Mientras me hacia esa pregunta la torreta de la
fortaleza orka estalló. Un proyectil perforante de gran
calibre había impactado contra la enorme torreta. Las
llamas salieron disparadas de sus escotillas, y el cañón del
arma quedó torcido. Me di la vuelta. A través de una
pared en llamas vi una silueta tan grande como la
fortaleza orka, sus cadenas tractoras eran tan grandes
como la altura de un hombre. De inmediato reconocí a
La Fortaleza de la Arrogancia, que no tardó en disparar
de nuevo, impactando en un flanco de la fortaleza orka,
abriendo un agujero enorme en el blindaje.
Increíblemente, la fortaleza orka aún no estaba
destruida, ya que vi como giraba la torreta, apuntando
con su torcido cañón a La Fortaleza de la Arrogancia.
Incluso siendo orkos, no pueden ser lo suficiente estúpidos
como para disparar con un cañón torcido, pensé, incluso
cuando me di cuenta de que eran lo suficientemente
tercos como para hacerlo. Me tiré al suelo junto a
Lanner.
Había visto funcionar la tecnología orka, funcionar sin
ninguna otra razón que la mera creencia de los orkos de
que funcionaria. Pero incluso su confianza loca no podía
superar algo tan básico como una realidad física. Oí una
explosión ahogada y la fortaleza orka se sacudió con la
fuerza de la explosión, ésta fue canalizada por el interior
de la misma. A continuación, hubo dos explosiones
secundarias, posiblemente de la santabárbara y/o el
combustible. La onda expansiva de la destrucción del
vehículo superpesado nos presionó con fuerza contra la
roja tierra.
Luego nos levantamos, antes de que el sonido se
hubiera desvanecido de nuestros oídos, o el resplandor
de la luz de nuestros ojos. La Fortaleza de la Arrogancia
se había detenido. Su escotilla se abrió para nosotros en
cuando nos vieron.
Cuando entramos, me di cuenta de que el Baneblade
había recibido varios impactos en el blindaje. Estaba
ennegrecido y abollado, y al menos un proyectil había
penetrado el blindaje. En el interior, había más destrozos.
Un proyectil orko había perforado el blindaje de La
Fortaleza de la Arrogancia aunque, afortunadamente, no
había detonado en el interior del Baneblade. Pero había
matado al conductor y al comandante del tanque. El
sargento Hanussen, había tomado los controles. Los
cuales abandonó, con visible alivio, cuando Lanner se
puso a los controles.
Lanner parecía alegre, mientras se acomodaba en su
asiento. Me volví hacia Hanussen.
—¿Cómo están las comunicaciones?
—Irregular, Comisario, pero factibles. Ya he enviado el
mensaje de que está vivo y al mando de La Fortaleza de
la Arrogancia. —Asentí para que continuara—. Hay por
lo menos otros tres Pizoteadores y un número igual de
fortalezas de batalla contra nosotros. Algunos ya están en
el valle, y el resto todavía está saliendo del paso.
—No podemos luchar contra ellos —gruñí—. Aquí
estamos demasiados confinados. Tendremos que esperar
a que más tanques se unan a nosotros en primera línea,
antes de intentar abrirnos camino a través de los orkos.
¿Cómo les va a los demás Baneblades?
—El Amanecer Brillante sigue luchando. Hemos
perdido a los otros.
No pude evitar maldecir. El Sublime Temeroso se había
ido también, junto con el capitán Hantlyn. El liderazgo
del regimiento había sido decapitado.
—¿Quién tomó el mando? —le pregunté.
—Yo mismo tomé el mando —dijo Hanussen—. Hay
más, comisario. El coronel Helm ha estado tratando de
comunicarse con usted. Algo sobre un bombardeo
orbital.
Fruncí el ceño.
—¿A que estaba disparando la flota?
—Por lo que entendí no fue la flota, la que efectuó el
bombardeo orbital.
Agarré el comunicador. Con la esperanza de poder
comunicarme enseguida con el coronel Helm, tenía que
saber más sobre el supuesto bombardeo orbital, ya que
no tenía toda la información sobre la situación global. La
maldición de la guerra es que uno no puede estar en dos
sitios a la vez.
Esperaba que la cadena de puestos de comunicaciones,
que había establecido entre donde estaba y la meseta de
Hadrones, todavía estuviera funcionando y me
permitiera hablar con Helm.
Nada más ponerse Helm, pregunte:
—¿Qué está pasando, coronel?
—Comisario, los orkos tienen un pecio espacial.
Tuve que recurrir a toda mi voluntad, para no
maldecir por pura desesperación.
—¿Un pecio espacial? —pensé con desesperación.
Cuando llegamos al sistema, los orkos solamente tenían
unos pocos transportes, orbitando en Golgotha.
Comprobamos todo el sistema. Sólo detectamos orkos en
la superficie del planeta, así que dedujimos que estaban
solos y que no tendrían refuerzos, ni suministros…
Nuestros informes sugerían que Thraka, solo tenía un
pecio espacial. Una de esas monstruosidades,
aglomeraciones de naves saqueadas unidas a un
asteroide central que había sido la fuente principal de
tropas y suministros para la Invasión de Armageddon de
Thraka. La flota imperial lo había destruido, y así
asestamos un golpe demoledor a su invasión de
Armageddon.
Habíamos sido unos ingenuos. Parecía que siempre
subestimábamos a Thraka, tenía otro pecio bajo su
mando. Era otro testimonio escalofriante del poder y la
influencia del orko, al tener bajo su mando dos pecios. Y
éste lo había conseguido ocultar hasta ahora, y nos
golpeaba en el peor momento posible, era aterrador, no
sólo por el poder sino por la habilidad.
—La flota está siendo duramente atacada, señor —
Helm continúo hablando—. No teníamos las suficientes
naves para luchar contra algo así. También está
bombardeando la superficie, principalmente en los
lugares en los que están nuestros Titanes.
—¿Cuál es su evaluación?
—Señor, estamos perdiendo.
El coronel Helm estuvo esperando en silencio a que le
contestara. Hablar tan abiertamente de la derrota a un
comisario era normalmente un suicidio, había ejecutado
a otros hombres por expresar sentimientos mucho menos
definidos que Helm. Helm era un hombre valiente al ser
honesto en estos momentos, arriesgando su vida en ello.
Pero yo le había pedido la verdad y me la había dado.
Helm había demostrado ser un oficial de gran integridad
en Armageddon, cuando había arriesgado tanto su
carrera militar como la vida, contra las idioteces
traicioneras del gobernador Von Strab. Apreciaba que
estuviera tan dispuesto a decirme lo que yo no quería,
pero era absolutamente necesario, oír.
En todo caso, me dijo lo que ya había deducido. Los
hechos eran horribles en su simplicidad. Con un pecio
espacial, Thraka tenía más que la sartén por el mango. El
resultado de ésta guerra ya estaba decidido. La única
pregunta que quedaba era cuantos podríamos salvarnos.
Las siguientes palabras que dije me sabían a ceniza y
aún atormentan mi alma.
Me dolía aún más por mi responsabilidad final. Esto
era mi cruzada. Y en ningún momento dudé de su
justicia o de su vital importancia. Pero lo que nos había
traído hasta aquí, hasta el Golgotha. Éste desastre estaba
ocurriendo bajo mi mando, independientemente del
papel que jugaran otros oficiales (y me pregunté por el
silencio de Rogge), ésta era mi guerra, y por eso
pronuncié las siguientes odiosas palabras.
—Coronel Helm, voy a emitir la orden para la
evacuación inmediata, coja los hombres y los suministros
que pueda y abandone el sistema Golgotha. Hágalo
inmediatamente.
Se produjo una pausa. Posiblemente por el peso de la
desesperación de Helm.
—Comisario, los hombres se niegan a irse sin usted —
dijo.
En ese momento me sentí honrado, humilde y
ultrajado, todo al mismo tiempo, por la promesa de
desobediencia. Yo sabía que no debía decir bravatas o
amenazar. La situación requería una solución, no un
berrinche.
—¿Algún transporte ha aterrizado en los últimos
minutos?
—Tres —respondió Helm.
—Entonces dejé uno de los transportes en tierra,
necesitaré uno de ellos. Me estoy dirigiendo al punto de
evacuación con el resto de nuestras heroicas tropas.
¿Entendido?
No hubo ninguna respuesta a excepción de un silencio
incrédulo.
—¿Entendido? —volví a preguntar.
—Sí, comisario.
—Mantenga la disciplina, mientras pueda. El
Emperador protege.
Una gran explosión de estática se convirtió en una
tormenta sin fin. No pude restablecer contacto con la
base Hadron. Fuera de La Fortaleza de la Arrogancia,
escuché otro tipo de tormenta convertirse en un frenesí.
2
Helm
Teodor Helm arrojó el micrófono del comunicador y
salió corriendo del centro de comunicaciones de la
guarnición de Hadron. No sabía si la estática significaba
que Yarrick estaba muerto. Había sido incapaz de
recuperar el contacto con alguno de los puestos de
comunicaciones. La red al completo había enmudecido.
Entre las tormentas eléctricas del Golgotha y el polvo,
solo podía recibir las comunicaciones de su área más
inmediata. La meseta de Hadron estaba incomunicada
con el resto del ejército. Helm subió por los escalones de
la pared exterior de la fortaleza. Miró hacia el norte, en
dirección a las montañas Ishawar. Incluso si hubiera sido
un día despejado, la cadena montañosa no habría sido
visible desde esa distancia, pero Helm podía ver más que
suficientes evidencias de la catástrofe que se desarrollaba.
En la base de la meseta, una horda orka se estaba
reuniendo.
Y estos no podían ser los orkos, con los que estaba
combatiendo Yarrick. Sin duda procedían de transportes,
que habían salido del pecio espacial. Habían descendido
justo fuera de rango de visión de la fortaleza, vomitando
su febril carga de orkos. Por lo que una tercera fuerza
orka había entrado en la guerra, y todas debían
obediencia a la voluntad de un único señor de la guerra.
Esa unidad orka era aterradora. Y ahí estaba la ironía,
todo había salido catastróficamente mal.
La cobertura de nubes perpetuas que cubría el planeta
brillaba, pero era por causas naturales. Allí estaba el
resplandor y el ruido de los transportes mientras se
acercaban en su aproximación final. Y luego estaban las
llamas que brillaban por encima del cielo. El bombardeo
orbital que impactaba en la dirección donde se
encontraban los Titanes, como una letal lluvia. El suelo
se estremecía ligeramente por los impactos que sucedían
a cientos de kilómetros de distancia.
Luego estaban las huellas de la otra guerra, la que se
estaba realizando en el espacio. A veces solo eran luces
en el cielo. Otras veces, los escombros eran lo
suficientemente grandes como para que no se
consumieran en la reentrada, con lo que impactaban
contra el suelo con fuerza. Helm solamente recibía
información ocasionalmente, a través de transmisiones
fragmentadas. Esperaba que fueran restos de naves orkas.
Helm miró a los orkos de abajo. La base Hadron había
sido construida para resistir asedios, pero ninguna
fortaleza podía hacerlo de forma indefinida, y no había
ninguna razón para luchar por ella. Ya que el comisario
había ordenado que toda la guarnición la evacuaran. Si
no lo hacían en estos momentos, ya nunca lo harían y la
derrota en el Golgotha sería total.
Con una maldición, Helm dio la espalda a los orkos.
Mientras descendía por la escalera, abatido con la carga
de supervisar una de las retiradas más humillantes del
milenio.
3
Yarrick
Hay algo liberador en el desaliento. Sabía que no viviría
para ver el amanecer. Lo mismo pensaba toda la dotación
de La Fortaleza de la Arrogancia. De repente, no había
ningún destino al que ir. No quedaba nada, salvo una
muerte honrosa. A medida que la seguridad se hundía,
vi las sonrisas en los rostros de la dotación del tanque.
Creo que fue un alivio real para sus almas. Yo mismo lo
había visto, muchas veces desde entonces. Es importante
que el alma supiera la verdad.
No me sentí más ligero cuanto salí por la torreta de La
Fortaleza de la Arrogancia y tomé posición en su púlpito.
El fracaso en detener Thraka significaba que tendría paz
cuanto cayera en mi tumba. Aun así, tenía una nueva
energía. Algo muy parecido a la euforia corría por mi
sangre. Si la muerte era inevitable, iba a utilizar toda la
furia que mi fe me concediera en matar a todos los orkos
que pudiera, hasta mi último aliento.
—¡Soldados del Imperio! —grité a través del
comunicador—. Mañana será nuestro día entre días, en
ese momento estaremos con el Emperador junto al trono
dorado. Ésta noche es nuestra noche entre noches,
porque en estos mismos momentos, no estamos ganamos
la gloria que nos llevará al lado del trono.
Hice una pausa cuando un proyectil orko rebotó en mi
garra. En respuesta, me puse de pie.
—Los pieles verdes nos superan en número. Se ríen
porque saben que no tenemos a donde ir…
Una gran explosión a mi izquierda interrumpió mi
discurso. Un Leman Russ acababa de ser destruido por
las múltiples explosiones de cohetes.
Vi a un Hellhound vengar al Leman Russ incinerando
a sus asesinos.
—¡Mostradles que se equivocan! Demostradles que no
tienen nada que celebrar. Enseñadles que están
atrapados en éste planeta con un enemigo que nunca se
irá. Que sepan lo que realmente significa el triunfo.
¡Hacedles ver la verdadera ira del Golgotha!
No pude oír la respuesta, como tampoco yo podía
realmente oír mis propios gritos. Pero podía sentir mi
exhortación saliendo de mi garganta, como si fuera el
rugido de una bestia primordial, así que pude sentir el
espíritu que levantaba mi llamada entre las fuerzas del
Emperador. Enfrascados en combate, muriendo y
matando, todos escucharon mis palabras, y respondieron.
Porque todo el valle se convirtió muy rápidamente en un
tumulto salvaje a una escala monumental, con la
cohesión de los regimientos rota, ante la inminente
colisión entre las dos grandes fuerzas en guerra, actuaron
como uno, golpeando con renovado fervor, con nuestros
corazones llenos de algo que era a la vez un canto de
alabanza y un aullido de eterna rabia.
Y La Fortaleza de la Arrogancia saltó hacia adelante,
enseñando sus garras en señal de desafío a las máquinas
orkas. Los Pizoteadores y la otra fortaleza de batalla se
aprestaron a nuestro encuentro. Sus armas y las nuestras
ardieron en la oscuridad. Lanner condujo La Fortaleza
de la Arrogancia a través de la batalla, el movimiento era
lento debido a su enorme tamaño, pero se movía
ágilmente para ser un Baneblade, lo suficiente como para
no ser un blanco claro para los orkos. Sus máquinas se
movían, mucho más lentamente. Distraídos por el blanco
tentador que presentábamos, ignorando a los otros
tanques.
Me di cuenta de pasada que había un movimiento
organizado de las fuerzas imperiales, consideraban La
Fortaleza de la Arrogancia como un punto de reunión,
los regimientos se estaban reuniendo a nuestro
alrededor. El paisaje estaba cubierto de cadáveres de
hombres y restos de vehículos, pero el ejército se estaba
uniendo para forma un puño de hierro con el que
golpear a los orkos.
—¡Comisario! —me gritó una voz.
Miré hacia abajo. Un soldado de la Legión de Acero
de Mordia, corría junto a La Fortaleza de la Arrogancia,
estaba tan cerca que un sólo paso en falso y caería bajo la
cadena tractora. Pero no le importaba, pero no porque
hubiera sucumbido a la desesperación, había un
propósito en su paso.
—Sí, soldado —le dije.
—Los pieles verdes se van a llevar una sorpresa,
cuando le arranque la cabeza a Thraka, comisario.
—Creo que voy a aplastársela en vez de arrancársela —
respondí abriendo la garra. El soldado se rio, saludó y se
alejó.
—¿No se dan cuenta? —pregunté a nadie en
particular. Por supuesto que sí. Esto era el asalto final, y
todos lo sabían. Cada hombre estaba luchando por la
salvación de su alma, por el vínculo de camaradería, y
por la gloria del Emperador de la Humanidad. Entre los
destellos de las explosiones, podía ver la brillante
elegancia de los uniformes Mordianos, mezclados con las
ocres gabardinas de Armageddon y el gris industrial de
los soldados de Aighe Mortis. Y todos estábamos
moviéndonos con un único objetivo. Nos sumergimos de
nuevo en el mar de los orkos. Nos abrimos camino hacia
adelante, siempre hacia adelante, aunque no teníamos
ningún oasis al que avanzar, excepto adentrarnos más en
las líneas enemigas.
—¡Más rápido Lanner! —grité por el micro-
comunicador.
En respuesta, el Baneblade se movió aún más rápido,
aplastando a los orkos que se interponían en su camino.
Por un momento, las cadenas tractoras se deslizaban
sobre cadáveres orkos, y luego La Fortaleza de la
Arrogancia rugió. Abrí y cerré mi garra como si estuviera
arrancándole la garganta a todo el ejercito orko, con la
intención de enviar un mensaje a Thraka. Aquí estamos,
pensé mientras mataba pieles verdes con mi pistola bólter
y mi ojo augmetico. ¿Se atrevería a combatir
personalmente conmigo?
Los orkos se retiraban ante nuestra furia. Pero sólo
hasta cierto punto. Se estaba agrupando, y entonces
recuperaron el coraje cuando algo colosal entró en
batalla. Era un Gargante de cincuenta metros de altura,
provienen de las batallas con los Titanes.
Hanussen, quien estaba al cargo del arma principal,
fue el primero en darse cuenta de lo que su presencia
implicaba.
—¿Qué ha pasado con nuestros Titanes? —preguntó
por el intercomunicador.
—Eso no es nuestro problema, capitán —le espeté—.
Nuestra preocupación es cómo vamos a destruir esa
abominación.
Hanussen alineó el cañón y disparó.
Si el Gargante hubiera estado en perfectas condiciones,
nuestro gesto habría sido inútil. Pero me di cuenta de
que ya tenía graves daños. Posiblemente causados por
nuestros Titanes. Salía humo de su cuello, y lo que
parecía una enorme grieta recorría su blindaje frontal. El
proyectil impactó en la base de la cabeza. Hanussen debía
de haber disparado un proyectil perforante. No hubo
ninguna explosión en el momento del impacto.
Por un momento, parecía como si el impacto no
hubiera causado ningún daño.
El Gargante dio un paso más, entonces, como
impulsada por la inercia la cabeza se le cayó de los
hombros y se desplomó al suelo. El gigante se inclinó
profundamente. Luego se hizo cargo la gravedad, y la
inclinación se convirtió en una lenta y repentina caída. El
monstruo cayó al suelo, aplastando a cientos de orkos y
sembrando el pánico mucho más allá del área inmediata
de destrucción. La difusión del miedo supersticioso ante
La Fortaleza de la Arrogancia también. Los orkos
pudieron ver que estaban cerca del tanque que habían
derribado un Gargante con un solo disparo. Mi carcajada
laceró mi garganta.
Los orkos ahora pensaban que La Fortaleza de la
Arrogancia era como una extensión de mi voluntad,
como los rayos que salían de mi ojo augmetico, o mi
garra de energía.
La Fortaleza de la Arrogancia y yo éramos uno, el
hierro de la punta de una lanza que desgarraba a los
orkos.
—Vienen más compañeros de juego —dijo Lanner por
el comunicador.
Teníamos por delante otro Pizoteador, con otra
fortaleza de batalla, orka. ¿Es que no había fin, para las
abominaciones orkas? Me pregunté, aunque en estos
momentos parecía irrelevante. Si queríamos traspasar las
líneas orkas primero tendríamos que destruir al
Pizoteador y la fortaleza de batalla orka. Eso era todo.
—¡A por ellos! —exclamé a la dotación del Baneblade,
pero vi que la infantería que nos rodeaba también se
lanzaba contra los orkos. Pensé que habían visto la
incertidumbre en los orkos ante la opresión psíquica que
acompañaba mi mera presencia. ¿Y por qué no?
Habíamos destruido un Gargante con un solo disparo.
Éramos imparables.
Entonces algo cambió. Algo más había entrado en la
batalla. Yo no podía ver lo que era. Pero los orkos se
lanzaron de nuevo a la carga, con voluntad renovada y
con algo más. El pánico se había evaporado,
reemplazándolo por la locura que caracterizaba a los
orkos. Los monstruos se reían, como al principio de la
emboscada, pero con tremendo placer. Su alegría por la
batalla y la muerte indiscriminada se renovó, y su risa no
disminuía.
El Pizoteador se acercaba velozmente. Como si
estuviera cargando. Fuego y nubes aceitosas brotaba de
sus chimeneas, acercándose a gran velocidad hacia La
Fortaleza de la Arrogancia.
El suelo del valle se estremecía bajó sus monstruosos
pies-pistón. No era una creación que pudiera moverse
con rapidez, pero había un gran impulso acumulado en
su avance.
—¡Capitán! —dije.
—Lo tengo, comisario —respondió Hanussen. Y
disparo al Pizoteador, pero ésta vez el blindaje resistió, y
el monstruo disparó un cohete que impactó en la parte
delantera del Baneblade, las llamas se apoderaron de la
parte superior pero sin llegar al pulpito. Lanner no se
detuvo, y La Fortaleza de Arrogancia salió de las llamas
para afrontar el reto.
Otro intercambio de proyectiles, cañones contra el
cañón, imposible de eludir. Me parecía que el rostro
totémico del Pizoteador rugía. Y el rostro de Yarrick casi
desgarrado por un grito pleno de adrenalina. Y los
gigantes se estrellaron. El impacto debería haber roto el
mundo. Los laterales de La Fortaleza de la Arrogancia
impactaron contra el blindaje del Pizoteador. El
monstruo bajo los brazos mecánicos como si fuera a
abrazar el tanque. Su puño sierra chilló contra el flanco
izquierdo del Baneblade. La hoja de la sierra giraba con
dientes del tamaño de mi mano justo por encima de mi
cabeza. Un chorro de chispas iluminó la noche. A mi
derecha, el cañón del Pizoteador estaba alineado para
disparar a quemarropa a la unión entre la torreta y el
casco.
—¡Fuego! —gritó Hanussen. Y el cañón del Baneblade
retumbó. La explosión envolvió La Fortaleza de la
Arrogancia y el brazo del Pizoteador se estremecía como
un guijarro en una lata, no pude sostenerme en el
púlpito. Me deslicé a lo largo del casco y aterricé en el
suelo, como un insecto listo para ser pisoteado por el
gigante. Miré hacia arriba mientras me tambaleaba hacia
un lado. La explosión había destrozado el brazo del
Pizoteador. Y las masas metálicas de ambas máquinas de
guerra estaban enredadas entre sí, los gigantes estaban
absortos en su mortal danza. Las cadenas tractoras del
Baneblade todavía estaban girando como si estuviera
tratando de derribar al Pizoteador, pero el centro de
gravedad del Pizoteador era tan bajo que no podía ser
derribado. La torreta de La Fortaleza de la Arrogancia
estaba torcida, y el cañón principal apuntaba a las nubes.
Los cañones láser y las barquillas con bólters pesado,
montadas en los laterales, estaban en silencio.
Podía oír los gritos de Lanner gritando mi nombre, por
el micro-comunicador de mi oreja, todavía medio sordo
por la explosión.
—¡Comisario! —su voz se volvió ronca y tensa.
—¿Todavía sigue vivo? —chilló Lanner—. Voy a
disparar con el cañón Demolisher, si está cerca, aléjese.
El cañón Demoledor sobresalía de la parte frontal del
casco, y podría ser disparado por el conductor. Su boca
estaba a pocos metros del Pizoteador. Solo un loco o un
desesperado dispararía en ésta situación, la posición de
Lanner estaba claramente comprometida pero no le dije
que se detuviera. Tampoco les ordené abandonar el
tanque. No le privaría de su honor, ni al Imperio de una
victoria más.
—Gloria al Emperador —dije.
—Gloria al Emperador —respondió Lanner y disparó
el cañón.
El puño-sierra del otro brazo del Pizoteador rompió el
blindaje de La Fortaleza de la Arrogancia haciendo
estallar un almacén de municiones en el mismo
momento.
La onda expansiva me levantó de mis pies, me lanzó
por los aires varios metros y finalmente me estrellé contra
el suelo. Tumbado en el suelo, medio inconsciente, algo
me agarró de la parte inferior de mi abrigo,
arrastrándome a lo largo de la superficie de piedra y
finalmente se detuvo. Pude observar que estaba delante
de la fortaleza de batalla orka. Que se había detenido. Y
comencé a parpadear, en un intento de mantener a raya
la inconsciencia. No podía moverme, pero podía ver. Y
Lo vi todo. Vi que el Pizoteador, ya no existía, pero la
majestuosa Fortaleza de la Arrogancia estaba
mortalmente herida. Se había quedado en silencio. Solo
era metal inerte, estaba viendo el final de la batalla. Los
soldados lucharon heroicamente, pero el final estaba
predestinado. Los orkos simplemente siguieron llegando
hasta que nos abrumaron. Su energía triunfante los
convirtió en una ola imparable. Entonces, finalmente, vi
lo que había cambiado. Vi lo que había entrado en el
campo de batalla. Llegó a la carga a través de un
sangriento cuerpo a cuerpo con los combatientes,
apartando a los orkos a un lado y matando a los seres
humanos. La silueta era muy grande para ser una
alucinación, en ese momento pensé que estaba viendo un
Dreadnought del Adeptus Astartes. Pero no era un
Dreadnought, ni era una de sus ridículas latas de guerra,
que eran versiones degradadas que construían los Orkos
de los mártires vivos.
Era demasiado grande para eso.
Era una forma blindada, y era un galimatías
personificado. Se movía por la noche más rápido de lo
que cualquier cosa tan grande pudiera moverse, saltando
de una unidad imperial a otra, aniquilando a los
Guardias con su akribillador pesado en su mano
izquierda, aplastándolos con una garra de energía,
igualmente colosal en su brazo derecho. Cada
movimiento, cada rugido era una expresión de furia,
júbilo y fervor mesiánico. La perfecta destrucción había
llegado a nosotros. Ghazghkull Mag Uruk Thraka estaba
aquí.
Era más pequeño que los Pizoteadores. Pero su
presencia era tan inmensa que parecía elevarse sobre las
propias montañas.
Estaba inmovilizado ante la amenaza que representaba
para el Imperio. No podía hacer nada. Solo podía mirar.
Pero recordé que todavía tenía un arma. Solo tenía que
apuntar y disparar. Aullé con toda la fuerza que aún
poseía.
—¡Thraka!
Parecía haber sido un gesto inútil. Parecía que no sería
capaz de escucharme. No en la cacofonía de la masacre.
Pero lo hizo. Entendí que el destino decretaba que debía
saber que estaba allí. Y se acercó corriendo hacia mí,
corrió más rápido en el momento en que me reconoció,
sus pasos dejaban un rastro de pequeños cráteres detrás
de él. Al igual que yo, que sólo tenía un ojo natural, mi
ojo augmetico se centró en su único ojo. Iba tan rápido,
que tuve problemas para centrar el blanco. Lo tuve a tiro
cuando me alcanzó. Lo miré con el odio de la justicia.
Antes de que pudiera disparar el láser, su garra me
golpeo en la cara. El golpe no era más que una bofetada.
Era como ser golpeado con un meteorito. Mi última
visión antes de perder la consciencia fue su obsceno
rostro contorsionado por el deleite.
Capítulo 4
El pozo
1
Rogge
Ellos no lo mataron. En su lugar se lo llevaron. Lo
arrastraron lejos, junto con los otros supervivientes
andrajosos, que los orkos eligieron esclavizar en lugar de
matarlos. Aunque él no se resistió, bastantes de los
cautivos lo hicieron. Muy pocos de ellos fueron
asesinados. En cambio, los orkos les pincharon con
bastones aturdidores y les obligaron a continuar a seguir
adelante mientras aún estaban convulsionando. Pero
Rogge no hizo nada. Caminó hacia donde le indicaron.
Apretados en el sofocante hacinamiento del transporte
de esclavos. Segundo a segundo, paso a paso, sintió como
su honor le abandonaba. El dolor de su fracaso fue tan
profundo, que ni siquiera tenía fuerzas para gritar.
Cuando salió a trompicones del transporte, al mayor
infierno del espacio profundo, sintió como su cuerpo
perdía el conocimiento. El adormecimiento era un alivio.
Pero no duró mucho.
2
Yarrick
Me desperté en agonía y una sensación inmediata de
desesperación. Estaba suspendido por cadenas que
colgaban del techo en la oscuridad por encima de mí.
Estaba encadenado alrededor de mis brazos,
separándolos de mi cuerpo. El dolor, era como racimos
de dagas punzantes en mis costados, hombros y espalda,
era tan salvaje que en un primer momento, no era
consciente de lo que había sido mutilado. Entonces, con
la conciencia afilada, noté las pérdidas. Mi ojo augmetico
había desaparecido. Así como la garra de mi brazo
derecho.
Giré en las cadenas, gruñendo, transformando el dolor
en rabia. Con el ojo que me quedaba, observé los
alrededores. Estaba en una gran cámara metálica. De una
docena de metros de lado, e iluminada por el parpadeo
de los sucios globos lumínicos a lo largo de las paredes.
La única salida estaba sellada por una puerta de hierro
macizo. En el otro extremo de la habitación había una
mesa de metal de gran tamaño. Estaba llena de
instrumentos que no diferenciaban entre la cirugía y la
tortura. La luz era tenue pero no estaba tan oscuro como
para no ver las manchas de sangre que moteaban la
mesa.
El suelo a su alrededor estaba cubierto de obscenos
escombros. El hedor era el de un matadero.
Bajo mis pies, no había suelo. Estaba colgando sobre
un pozo circular de unos dos metros de ancho, y por la
negrura debía ser de gran profundidad. Ruidos de
chapoteo y de criaturas escarbando salían de la oscuridad
del pozo.
Había tres orkos haciendo guardia. Cuando vieron que
estaba despierto, uno de ellos salió por la puerta y se fue,
cerrando la cámara de nuevo con gran estruendo. Los
otros dos me miraron de cerca, gruñendo como si me
advirtieran de que no intentara nada. Pensar con
claridad era difícil a través de la bruma de dolor, pero me
di cuenta de su desconfianza. Había trabajado muy duro
para crearme una leyenda terrible sobre mi persona entre
los orkos. En sus rostros estaba la evidencia de mi éxito.
Me preguntaba cómo podría utilizar éste hecho.
Después de unos minutos, la puerta se abrió como si
un gigante le hubiera dado una patada. Y un gran orko
apareció. Era Thraka que entró en la cámara. Se detuvo
al borde de la fosa. Nuestras cabezas estaban casi al
mismo nivel, y nos intercambiamos una larga mirada. El
rostro de Thraka era la esencia más pura de sus masacres.
Era la monstruosidad de la guerra en su más salvaje
representación, el rostro de la bestia, un manuscrito
curtido de cicatrices, la mayoría de las cicatrices eran
insignificantes en comparación con la que tenía en la
parte superior de su cráneo, ya que era de adamantium.
No me podía imaginar los daños que tenía que haber
sufrido el cerebro ante tales daños, no entendía como
podía haberse transformarlo en un líder para los orkos,
con semejantes daños en el cerebro.
Thraka me observaba de cerca en silencio. Me estaba
estudiando. De repente estaba empapado en un sudor
que no tenía nada que ver con el malestar físico. La única
cosa peor que tener a un orko cargando cuerpo a cuerpo,
era uno tranquilo estudiándote en silencio.
Grandes victorias imperiales habían dependido de la
simplicidad táctica de los orkos. Ellos cargaban hasta que
se morían, y eso era todo. Pero un orko que aprendía de
sus errores, que planificaba sus estrategias, que meditaba
y se guardaba sus pensamientos para sí mismo, no podía
haber nada más peligroso para un general imperial.
Entonces se rompió el silencio, ya que no pude
contenerme.
—¡Que la ira del Emperador, caiga sobre ti, y tus
huestes! —grité.
Un segundo después pronuncié un inarticulado
aullido de rabia, como una bestia salvaje.
La bestia orka siguió mirándome en silencio.
La ironía de ese momento no se me escapó.
Después de unos cuantos gritos incoherentes, de rabia
e impotencia, me tranquilicé lo suficiente como para
hablar de nuevo.
—¡Te voy a matar! —le susurré—. ¡Es una promesa,
que hago con el Emperador como testigo!
No hubo ninguna reacción. Yo estaba desconcertado.
No sabía si era lo que andaba buscando, o si vio lo que
quería ver en mi rostro, pero dio un paso atrás después
de un momento que me pareció eterno.
El guardia que tenía a mi izquierda, tomó aquel gesto
como un permiso para golpearme. Se rió y me dio un
fuerte golpe en mi brazo izquierdo.
Hubo una falta de definición en el movimiento de
Thraka, pero se adelanto hacia el orko como un protector
y lo levantó con su enorme garra. El orko gimió, cuando
sus pies pedalearon en el aire. Thraka colocó al orko
sobre el foso. En su boca se extendió una sonrisa de
desafío depredador. Luego dejó caer al guardia.
El orko aullaba mientras caía. La acústica del pozo
amplificó sus aullidos, pronto se pudo oír el sonido del
impacto en el agua. El aullido se detuvo. Thraka se
colocó a mi lado y cogió las cadenas con su garra. Ya no
estaba sonriendo. La mirada de su ojo era penetrante.
También había una complicidad que rechacé con todo el
odio de mi propia mirada. Dio una leve inclinación de
cabeza en mi dirección. Sin duda debía ser una
alucinación. Oré al Dios Emperador ya que estaba
confundido. Entonces oí el sonido de la garra rompiendo
las cadenas, y la terrible tensión en mis brazos terminó, y
con la libertad llegó el vértigo. Caí en la oscuridad y una
extraña paz me inundó. No había nada que pudiera
hacer. Nada por lo que luchar. Por primera vez en mi
vida, estaba absuelto de toda responsabilidad. El deber
termina sólo con la muerte, y me habían sido concedidos
unos momentos para experimentar el cese del servicio.
Mi alma anhelaba la atención del Emperador, me quedé
inerte. Me sumergí en sonidos terribles. No vi nada, solo
oscuridad, después del primer segundo parecía que
estaba volando no que estuviera cayendo. Sentí el dolor
de las tareas que habían quedado pendientes pero tenía
esperanza en el perdón del Emperador. Pensé que había
muertes peores.
Tuve el lujo de varios segundos para pensar esas cosas.
E incluso ahora, en los momentos de profundo
agotamiento, cuando miro hacia atrás en esa pequeña
franja de descanso con algo parecido a la nostalgia, la
vergüenza ataca mis pensamientos.
No era vergüenza lo que recordaba de ese día. Era el
brutal impacto, pero no letal, de mi destino. No choque
contra algo solido. Golpeé el líquido. Me dolió como si
me estrellara contra un ladrillo, luego me hundí hacia
abajo, asfixiándome y ahogándome. Estaba desorientado,
la negrura era total. No tenía sentido de hacia arriba o
hacia abajo, no tenia concepto de nada excepto de un
dolor universal, y haciendo caso omiso del dolor, el
mandato divino me ordenó que continuara mi lucha.
Mi pecho agonizante exigió poder respirar. El agua
fluía en mis pulmones en vez del aire. Me atraganté con
el agua en mis pulmones. Pero mis pies golpearon con
algo que parecía ser el suelo del pozo, con algo pulido,
que podrían haber sido tanto piedras como cráneos.
Logré orientarme, a los pocos metros estaba fuera del
agua y me apoyé en la curva de la viscosa pared del pozo.
Con una respiración jadeante, el aire empezó a salir y
entrar en mis pulmones como un puñado de garras, me
di la vuelta para hacer frente a la oscuridad.
Casi me invadió una sensación de impotencia total. No
estaba solo en éste lugar. Podía oír los cuerpos como
luchaban entre si, como salpicaban cerca de mí. Pero no
podía ver nada, tampoco tenía armas y sólo tenía un
brazo. Me preparé y esperé. Después de un minuto, mi
ojo se acostumbró a la oscuridad, adaptándose a la escasa
iluminación que procedía de los hongos fosforescentes en
las paredes. El pozo en el que había caído, terminaba en
lo que parecía ser una gran cueva. Y una profunda
tristeza me inundó, encontré que había una especie de
banco a lo largo de las paredes. Sentí la superficie de la
pared a mi espalda. Estaba hecha de piedra como pensé
en el primer momento, pero por las vibraciones de la
pared, me di cuenta de donde estaba. Estaba en la parte
baja del pecio espacial.
El hecho de que podía respirar era otro indicio del
enorme poder de Thraka. Las naves espaciales eran raras
entre los orkos. Una vez que un ¡Waaagh! alcanza una
masa crítica, los pecios espaciales eran el método
preferido de transporte de un sistema a otro.
Muchos, pero no todos, utilizan un planetoide como
un núcleo en torno al cual amontonaban naves espaciales
capturadas. Pero éste núcleo rocoso tenía una atmósfera
en su interior. Y para eso se necesitaba mucho esfuerzo
más allá de lo normal para los orkos. Podía sentir la
presencia de Thraka y su fuerza de voluntad, incluso
aquí abajo.
La lucha que había estado escuchando llegó a su fin.
Hubo unos leves chillidos que de algún modo me
transmitieron su mortal agonía. Por un momento, se hizo
el silencio.
Entonces salpicaduras comenzado de nuevo,
acercándose a mi posición, dejando una estela detrás de
ella. Miré a mí alrededor, desesperado por un arma o
una vía de escape.
La pared estaba intacta y no había asideros. Pero hacia
mi derecha estaba el cuerpo medio sumergido del
guardia. El piel verde había aterrizado en una
protuberancia de roca que le había atravesado el pecho.
Me puse de rodillas y rebusqué en el cadáver. La pistola
del orko se había roto, pero el enorme cuchillo de la
bestia se encontraba todavía en su vaina. El arma era un
enorme cuchillo de carnicero. Era un arma difícil de
manejar para un ser humano, sobre todo con una sola
mano. Pero en esos momentos para mí era un regalo del
mismísimo Emperador. Y de nadie más.
Me quedé en cuclillas, agarrando el cuchillo, a la
espera del ataque del depredador. Las salpicaduras eran
débiles, pero de pronto se convirtieron en una explosión.
Me volví, con el arma extendida. Y una silueta del doble
del tamaño de un ser humano se abalanzó sobre mí. El
cuchillo se hundió entre las placas de quitina. El peso de
la bestia me golpeó contra la pared. Mis pies perdieron el
agarre y se deslizaron hacia abajo. La criatura estaba
impulsada por docenas de pequeñas extremidades, me
arañó y desgarró la poca tela que me quedaba del
uniforme. Con sus colmillos intentó morderme el cuello.
Pero pude empujar su cabeza hacia abajo, tratando de
llegar a su garganta, e introducir profundamente el
cuchillo. Las mandíbulas rozaron mi piel. Y empujé con
todas mis fuerzas, con mi único brazo temblando por el
esfuerzo. Corté a través de algo importante y de pronto
estaba empapado en un mar de sangre y otros fluidos
nocivos. Finalmente, el monstruo se derrumbó sobre mi
cuerpo. Me retorcí, saliendo de debajo del peso muerto.
Trate de examinar a la criatura lo mejor que pude en la
penumbra. Parecía ser una especie de insecto. Tenía las
espinas y amplias mandíbulas de esas bestias, pero su
largo y segmentado cuerpo, junto con su exoesqueleto
parecían más de un artrópodo. Su cola terminaba en un
aguijón recto, que tenia la mitad de la longitud de mi
pierna. Podía oír más de éstas bestias, no muy lejos, yo
estaba a punto de dejar el cadáver en el agua cuando, en
un impulso, le corté el aguijón. Devolví el cadáver al
suelo y el aguijón me lo guardé bajo el brazo, me alejé
del frenesí de comida, que, en breve, realizarían sus
semejantes.
Seguí la pared que se extendía hasta el pozo. Me
aseguré de que no me atacaran por sorpresa, y luego
empezó a golpear el aguijón contra la pared a la altura de
la rodilla. La piedra era débil, y el aguijón fuerte.
Después de algunos éxitos, la punta abrió un agujero de
unos pocos centímetros de profundidad.
Sostuve el aguijón en su lugar apretándolo con el
muñón del brazo derecho. Y seguí haciéndolo hasta que
más de la mitad del aguijón estaba metido entre la roca.
Me puse de pie. Me aferré a la pared con la mano
izquierda, y con los pies apoyados en el aguijón. El suelo
era peligroso, pero el aguijón parecía sólido. Me quedé
allí durante cinco minutos, para comprobar la solidez del
aguijón. Mi equilibrio era bastante seguro, si me ayudaba
apoyándome contra la pared. Se podría hacer. Con más
aguijones Podría construirse una escalera para un
hombre con un solo brazo y trepar hasta arriba. Todo lo
que necesitaba era conseguir suficientes aguijones.
Miré hacia la boca invisible del pozo. ¿Qué altura
habría? ¿Cien metros? ¿Más? No había forma de saberlo.
Pensé en la enorme cantidad de aguijones que podría
necesitar. ¿Cuántos de estos monstruos tendría que
matar? ¿Cuánto tiempo necesitaría en mi intento de
fuga? ¿Con qué facilidad podría morir en el proceso?
Pensé en todas esas cosas. Entonces di un paso atrás
dejándome caer hasta el suelo, apreté mi mano en el
cuchillo y me dirigí hacia los movimientos bruscos.
No sé cuánto tiempo estuve allí. Era una noche
perpetua y una lucha interminable, intentar calcular el
tiempo no tenía sentido. No había ningún ciclo regular, y
no pasó mucho tiempo antes de que fuera una criatura
de instinto y hábitos mecánicos. No pude permitirme
ningún pensamiento que me distrajera. No había espacio
para la esperanza o la desesperación. Luché, maté, corté
aguijones, y fui construyendo la escalera. Cuando tenía
hambre, comía de la amarga carne y grasa de las
criaturas. Fácilmente esa carne podría haberme matado,
pero no tenía otra elección. Tuve suerte. Me mantuvo
vivo, y como el pensamiento racional se derrumbó ante la
necesidad animal, comí de aquella carne sin disgusto.
Pude recuperar el cinturón del guardia muerto. Era
tan grande, que tuve que cortarlo por la mitad. Para
tener un lugar donde envainar el cuchillo sin tenerlo que
llevar siempre en la mano, por miedo a perderlo en la
oscuridad. Y así me convertí en el depredador más
peligroso en ese submundo. Las criaturas eran más
grandes y más fuertes que yo, pero eran estúpidas e
incapaces de aprender. Me convertí en un experto en
capturarlos desde atrás, saltando sobre sus cabezas y
hundiendo mi cuchillo entre el cráneo y el primer
segmento del caparazón, tenía que matarlos antes de que
pudieran atacarme con su aguijón. Maté, maté y maté,
alguna vez recibí heridas leves, pero siempre salía
victorioso. Y me gustaba creer que fue mi fe, lo que me
dio la ventaja en esos momentos cuando mi vida se
tambaleaba de un hilo. Apenas podía articular una
oración, pero el conocimiento de que el Emperador me
protegía siempre estaba ahí, como un hecho fundamental
de mi existencia, como respirar.
Dormir era muy arriesgado por el enemigo, Pero la
necesidad era superior al miedo. Hice lo que pude para
protegerme. Sacrifiqué preciosos aguijones al plantarlos
en un semicírculo hacia afuera, alrededor de la base de
mi escalera. Y esparcí placas de de los caparazones en
montones fuera de mi ruda empalizada, esperando que
el crujido de pisarlas, me despertara. Dormía
fragmentadamente, despertándome al menor ruido. A
veces no había nada acechando. A veces lo había. Mi
cuerpo pronto aprendió a dormitar.
Más que el hambre o el dolor, el cansancio se convirtió
en la roca contra la que se fue erosionando mi fuerza.
Pero el deber sólo terminaba con la muerte. Aún
respiraba, así que mi deber era claro. Construirme una
salida. Paso a paso, colocando cada aguijón mi escalera
crecía medio metro, luego volvía a descender para matar,
consiguiendo más material de construcción. La escalera
fue creciendo y cada vez tardaba más tiempo, en subir y
bajar. Y mi tarea se hizo más y más difícil, peligrosa y
agotadora cuanto más me acercaba a su finalización.
Centrado en el esfuerzo necesario para seguir
adelante, casi no me di cuenta cuando estaba al alcance
del borde del pozo.
Maté al primer guardia con un único golpe horizontal
del cuchillo. Ya no era una torpe arma orka en mi mano.
Y con un aguijón le desgarré la garganta al orko. Su
cabeza se dejó caer hacia atrás. El orko gorgoteaba y se
tambaleaba hacia delante, un chorro de sangre me
salpicó. La bestia aún no se había derrumbado y sin
embargo ya me estaba mirando su compañero, el otro
orko abrió la boca ante la incomprensión y el pánico. El
piel verde comenzó a reaccionar, desenvainando su
propio cuchillo, pero ya era demasiado tarde. Le metí el
cuchillo profundamente en sus fauces.
Con un crujido, la hoja salió por la parte de atrás de su
cuello. El guardia tropezó, y se aferró al cuchillo,
cortándose las manos cuanto trató de sacar el cuchillo de
su cabeza. El orko se desplomó de rodillas, con su sangre
vertiéndose a lo largo del cuchillo.
El guardia logró coger la empuñadura y tiró con
estúpida fuerza, sacándose la hoja hacia fuera y
matándose a sí mismo.
Revisé los cuerpos de los guardias, en busca de armas
de fuego. No tenían ninguna. Recogí mi cuchillo y me
acerqué a la puerta. Puse mi oreja contra ella, pero no
podía oír nada al otro lado. No tenía ningún modo de
saber si los gritos de muerte de los guardias, habían
alertado a los demás.
Así que envainé el cuchillo, y con mi única mano abrí
la puerta.
La puerta se abrió sin hacer ningún ruido. Había un
pasillo en el otro lado. Recorrí sus veinte metros, el
pasillo se abrió a un espacio más amplio. Aquí la luz era
más intensa.
Miré con gran dolor, medio ciego, después de tanto
tiempo en la oscuridad. Había ruido más adelante.
Gruñidos de orkos, sonidos metálicos, gemidos de
humanos. El sonido de una multitud.
No había opciones. No había ningún plan. No había
ningún sitio o lugar donde esconderme. No tenía nada,
excepto mi voluntad y la protección del Emperador. No
necesitaba más.
Con el tranquilizador peso del cuchillo, caminé por el
pasillo hacia la luz. Estaba en un gran espacio abierto
lleno de jaulas. Un recinto de esclavos. Esperándome,
como si llegara tarde a una cita, había un pelotón de
carceleros con mis nuevas cadenas en sus manos.
Me lancé sobre ellos, y me las arreglé para cortar la
mano de uno de ellos antes de que me sometieran.
A medida que me arrastraban a una jaula, había una
risa gutural que me siguió. Sabía de quien era la risa, y
me sentí mal ante el conocimiento del por qué había
sobrevivido, lo único que había hecho era entretener
Thraka.
—Bien —me dije, luchando contra la desesperación—.
Has luchado por el Emperador, es suficiente.
Capítulo 5
La forma de obtener la
redención
1
Rogge
Rogge tardó un minuto en reconocer al nuevo prisionero.
Al igual que el resto de los cautivos varones, con el pelo y
la barba despeinada. Eran de un color gris hierro debajo
de la costra de mugre, eso era inusual. Los esclavos
mayores no duraban mucho. Ni tampoco las personas
con discapacidad, y a éste le faltaba el brazo derecho por
debajo del codo. Sólo cuando vio que también le faltaba
el ojo izquierdo, le reconoció.
Su primera reacción fue retirarse más profundamente
en la jaula y seguir en el anonimato de la miseria entre
las masas. Pero eso sólo retrasaría lo inevitable. Y no era
el camino que se había jurado a sí mismo que seguiría, si
tenía la oportunidad. Así que se adelantó.
—¿Comisario? —dijo.
Yarrick dirigió una mirada en su dirección. Escudriñó
con su único ojo a Rogge y pareció reconocerle.
Rogge conocía la superstición de los orkos sobre el
poder de la mirada de Yarrick. En éste momento,
compartió plenamente esa creencia.
—Coronel —dijo Yarrick.
Los orkos apartaron a Rogge y lo metieron en una
jaula. Rogge vio agitación entre las jaulas de esclavos.
—Dígame lo que necesito saber —dijo Yarrick.
Rogge tragó saliva. Sin juicio, sin condena, sin
exigencias de una explicación. En cambio, recibió una
simple solicitud de información, y se la pedía con la
confianza de un hombre que no tenía idea de la
rendición.
Rogge se irguió y sintió la tentación de llorar de
gratitud.
Tenía su segunda oportunidad. Su redención era
posible.
—La situación es muy simple —le dijo al comisario—.
Nos obligan a trabajar hasta que nos caemos muertos de
agotamiento.
Yarrick asintió. Rogge le vio tocar los barrotes de la
jaula, poniendo a prueba su solidez. Las soldaduras eran
una chapuza, pero aún así, era lo suficientemente sólida
para que no pudieran escapar.
Yarrick gruñó y miró más allá de las barras hacia el
enorme espacio que les rodeaba.
—Una bodega de carga de una nave imperial, creo —
dijo Rogge—. Si quitamos los andamios construidos por
los orkos, esculturas totémicas y sus salvajes dibujos, la
construcción humana de las paredes y el suelo es todavía
evidente. Estamos dentro de un carguero capturado.
De eso Rogge estaba seguro. Las modificaciones
continuas de los orkos habían desdibujado los límites
entre ésta nave y las colindantes, fusionándolas en un
infierno indistinguible de metal y basura.
Las jaulas de esclavos habían sido, probablemente, en
otra vida contenedores de carga, se apilaban unas encima
de las otras, aleatoriamente, por todos los lados de la
bodega. Se habían construido rampas, para tener acceso a
los niveles superiores. Un gran espacio se había dejado
desocupado en el centro de la pista. Allí se reunían a los
esclavos, para organizarlos en grupos de trabajo,
maltratarlos, torturarlos y/o asesinarlos. Los orkos no
permitían a los otros esclavos retirar a los muertos hasta
que la pila de los cuerpos era una autentica molestia.
La jaula que él y Yarrick compartían estaba en la
planta baja, la sangre a veces se filtraba a través de los
barrotes.
Había gritos y forcejeos constantemente. Algunos de
los presos estaban mirando hacia arriba, escupiendo y
maldiciendo hacia una jaula en concreto.
Rogge le señaló la jaula, con el rostro lleno de
desprecio y rabia. Sentado en la parte superior de la
jaula. Solo había un prisionero. No contenía ningún lujo,
excepto espacio. El hombre en el interior hacia caso
omiso de las provocaciones. Estaba sentado, impasible,
comiendo algo en un recipiente de metal.
Yarrick tenía el ceño fruncido.
—¿Por qué está aislado? —le preguntó.
—Es nuestro capataz —le dijo Rogge. Y señaló otras
jaulas dispersas alrededor de la bodega, todas en los pisos
superiores.
—Hay uno para cada docena de jaulas, por lo que he
podido deducir. Son escogidos por los orkos como
capataces. A los traidores no solo se les da un poco más
de alimento y espacio, sino que tienen que sentarse y
escuchar lo que pensamos de ellos.
Yarrick negó con la cabeza.
—Demasiado complicado —dijo.
—¿Señor?
—Para los estándares orkos, eso es demasiado
sofisticado para su crueldad.
—No lo entiendo.
—Sólo es otro ejemplo de la fuerza de nuestro
enemigo, coronel.
Rogge se mordió un labio.
—Son como pequeños tiranos —dijo.
Yarrick se encogió de hombros.
—Bueno, espero que disfruten de su reinado, mientras
dure.
Observó al capataz por un momento más antes de
volver su atención a sus compañeros en las jaulas.
—¿Todos los prisioneros son seres humanos? —le
preguntó.
—Solo he visto humanos —confirmó Rogge.
—Bueno.
El comisario tomó aire, y pareció crecerse ante los ojos
de Rogge. Cuando volvió a hablar, era el más alto de la
jaula.
—Compañeros hijos del Emperador —comenzó—,
dejen atrás la desesperación, prepárense para la lucha y el
sacrificio, pero también para la victoria. Los orkos nos
han traído a lo más profundo de su guarida. Tenemos
que darles las gracias por ésta oportunidad. Les daremos
las gracias mostrándoles el terrible error que han
cometido.
Rogge se lo quedó mirando, estupefacto. Habían
estado hablando en silencio, pero ahora Yarrick estaba
hablando en voz alta. Y su voz resonó por las paredes.
Y los orkos corrieron.
2
Yarrick
La paliza fue un pequeño precio a pagar. Tenía nuevas
contusiones con la forma de suelas de botas en mi torso y
mi rostro, éste último se estaba hinchando y sangraba.
Pero era un asunto trivial. Menos trivial era saber por
qué los orkos se habían contenido. El por qué no estaba
herido de gravedad o muerto era una cuestión
preocupante. Pero no podía distraerme con esas
preguntas.
En estos momentos tenía que concentrarme, en que
los esclavos pensasen en sí mismos no como prisioneros,
sino como combatientes. Los quería predispuestos a
luchar. Deberían de estar pensando en la venganza en
lugar de en su propia desesperación. Pero no me hacía
ilusiones. Pasase lo que pasase, era muy poco probable
que consiguiéramos salir con vida del pecio espacial. Pero
aún podíamos conseguir la victoria. Los objetivos en
Golgotha y en el pecio espacial eran los mismos: el fin de
Thraka. No importaba que fuéramos prisioneros. Ese
orko era una amenaza para toda la vida humana, por lo
que era el deber de todo ser humano luchar contra él
hasta la muerte.
No esperaba un levantamiento de masas, lo que sería
inútil y suicida. Lo que yo quería era ver quien
respondería más concretamente a mi exhortación.
En la jaula, demasiado llena para agacharse o sentarse,
a medida que pasaban las horas y esperábamos, me
hablaron y se dieron a conocer. La gran mayoría había
sido parte de la Cruzada Golgotha, pero con una gran
variedad de capacidades. El teniente Benjamin Vale
había sido el piloto de uno de los módulos de descenso
de tropas, fue capturado al salir del Golgotha y tratar de
reincorporarse a la flota antes de que partiera. Dos
soldados de la 117.º de Armageddon, Hans Bekket y
Adriano Trower, que también habían sido capturados
con Vale. Estos hombres eran soldados. Y saludo su
valentía al dar un paso adelante, no habría esperado
nada menos.
Había otros dos que se acercaron a mí durante mis
primeras horas en la jaula. Aranaya Castel era un
medicae que había sido sorprendida cuando la base
Hadron fue invadida. Tenía entrenamiento de combate,
pero nunca había servido en el frente.
Ahora los orkos se divertían obligándola a trabajar en
sus grotescas cirugías. Estos no eran lugares de curación.
Eran casas de dolor. A los orkos que las gobernaban les
encantaba experimentar con bisturí y jeringas, Castel era
la encargada de eliminar los cuerpos de los que morían
en esos experimentos. Luego estaba Ernst Polis. También
había sido sorprendido en la base, y era el encargado del
Munitorum. No tenía ninguna formación de combate en
absoluto, simplemente estaba en el planeta para ayudar
con la coordinación de las líneas de suministro, cuando
el desastre le había golpeado. Tenía una memoria
augmetica, y nunca tuvo una experiencia de combate
hasta llegar al Golgotha. Y cada atrocidad y
monstruosidad de la que fue testigo, la recordaba con
perfecta claridad. No sé lo que éste pequeño hombre
calvo había sido antes de su captura. Me imaginé a un ser
obsesivo, consumido por menudencias. Ahora su
memoria augmetica se había convertido en una
maldición. Apenas estaba cuerdo. El trauma le había
producido un profundo autismo que era lo único que lo
mantenía vivo. Catalogaba y numeraba todo lo que veía.
En su memoria tenía un plano del pecio espacial.
Me contó que siempre había entre doce y quince orkos
vigilando en la bodega en un momento dado, que había
unos trescientos prisioneros en la bodega en estos
momentos, pero que eran el doble en total, porque había
dos turnos de trabajo, mientras unos trabajaban el resto
permanecía en la bodega, me describió cada una de las
cuatro naves más cercanas, y que estábamos en un
transporte de la clase Carnack.
Su memoria parecía ser perfecta, su capacidad de
recordar cualquier cosa que hubiera visto del pecio
espacial, sería útil. Entre todos pudimos reunir un trozo
de pergamino y una pluma, a los orkos no parecía
importarles que tuviéramos estos objetos. Y comenzamos
a trabajar en un mapa.
En cuanto a Rogge, no estaba seguro. Yo no sabía
exactamente lo que había pasado cuando ese segundo
ejército orko atacó nuestra retaguardia. Tal vez Rogge no
había sido capaz de detenerlos. Sin embargo, tenía una
mirada de culpabilidad que roía su rostro, en ella se veía
reflejada que había fallado a sus hombres y al resto de la
cruzada. Él esperaba poder borrar esa culpa por alguna
acción redentora. Si era así, entonces su culpabilidad
podría ser útil.
Tres personas murieron a manos del capataz que se
llamaba Behriman, durante mi primer turno. Cinco en el
siguiente. Tres en el tercero, pensé seriamente en
matarlo.
Pero no tuve oportunidad. Siempre estaba muy lejos
de él, y siempre estaba acompañado por un orko. Había
otros capataces, pero Behriman recibía principalmente mi
odio. Se alzaba por encima de mi jaula y era una
presencia perpetua. También era el más salvaje. Los otros
no ejecutaban directamente a los prisioneros, dejaban
que fueran los orkos.
Antes de que tuviera la oportunidad de acabar con
Behriman, tenía que saber el número de turnos que
había trabajado. Al igual que en el pozo, intentar contar
el paso del tiempo no tenía sentido. Nuestro trabajo era
de recuperación, era desmontar la maquinaria y chatarra
que se nos indicaba, e ir colocando los trozos en unos
burdos carros, que ya eran lo suficiente duros de empujar
cuando iban vacíos.
Siempre que salíamos de la jaula, nos trasladamos a
través de un laberinto de pasillos y bodegas de metal y
piedra. Por todos lados había residuos, suciedad y los
desgarbados garabatos orkos, borrando las diferencias
entre las naves. Tuve que pasar una docena de veces por
una serie de corredores, antes de darme cuenta que los
mamparos por debajo de las mejoras orkas no eran de
construcción humana. A veces, encontraba alguna
ventanilla y podía ver el exterior del pecio espacial.
Parecía una ciudad después de un terremoto. Naves
de diferentes modelos y tamaños parecían estar
amontonadas aleatoriamente, con sus popas hundidas en
el planetoide. Se inclinan una al lado de otra. Con el
tiempo parecían que se hubieran fusionado, perdiendo
su identidad como naves espaciales. Algunas estructuras
ya no se parecían a naves en absoluto, si es que alguna
vez lo fueron. Imponente sobre el resto del horizonte
había una enorme construcción, una monstruosidad que
debería haber absorbido una docena de transportes de
carga. La cima de la monstruosidad tenia la forma de un
gigantesco cráneo orko, que contemplaba el resto del
mundo con un gruñido de satisfacción. Ardían
perpetuamente luces dentro de sus ojos. Parecía un
templo al salvajismo.
Fue mientras arrastramos un carro hacia una enorme
fosa, en la que los orkos luego construirían sus
monstruosas maquinas de guerra, pasando por lo que en
otra vida había sido un puerto de lanzamiento. Todo su
equipo y el módulo de desembarco, habían terminado en
traicioneras colinas de escombros. Fue aquí, entre
algunos muertos, donde tuve mi oportunidad.
Estaba fuera de la visión de Behriman, que andaba
ocupado azotando a un hombre mayor. Pero el esclavo
era más joven de lo que parecía, creo que su cabello se
había vuelto blanco por la vida que llevábamos. Ya lo
había visto entre la gran mayoría de humanos del pecio,
me percaté en la forma que sus hombros se hundían bajo
el invisible liderazgo, y supe que no iba a durar mucho
más tiempo. Sus ojos tenían la misma vida que un pedazo
de arcilla. Quizás su final sería una misericordia. Aún así,
cuando tropezó y Behriman arremetió contra él, no me
vio acercarme con mi carro.
No había otros supervisores cerca. Para seguir la ruta
se tenía que rodear las grandes montañas de chatarra,
Dejando grandes espacios sin la supervisión de los orkos.
Me imagine que podría acercarme sigilosamente por
detrás de Behriman mientras estaba ocupado y matarlo
antes de que un orko viera lo que estaba haciendo. En mi
carga de chatarra, había tenido la precaución de añadir
un gran fragmento de un espejo que había estado en el
camarote de un yate de lujo civil. Agarré el fragmento y
comencé a avanzar.
El anciano se derrumbó. Los otros esclavos tenían su
atención fijada en Behriman. Mientras arrastraban sus
carros. Estaba a menos de diez pasos de distancia.
Behriman dejó caer el látigo y se agachó sobre el esclavo.
Envolvió sus brazos alrededor de la cabeza y el cuello del
hombre, y en ese momento empuñe el cristal.
Entonces oí a Behriman susurrar. No pude oír lo que
dijo, pero pude oír la respuesta del cautivo:
—Sí —dijo con alivio, gratitud y creo que, tal vez,
alegría.
Behriman le rompió el cuello.
Se enderezó y se volvió hacia mí. No dijo nada.
Bajé la mano y volví a mi carro. Lo empecé a empujar
de nuevo. Behriman ya estaba berreando diatribas a otro
esclavo cuyo ritmo había disminuido. Detrás de nosotros,
un orko apareció riéndose mientras Behriman repartía
golpes.
Al final de un turno, el cansancio era tal que
caeríamos dormidos tan pronto como entrabamos de
nuevo en la jaula. Como no podíamos acostarnos,
dormíamos de pie, apoyados los unos en los otros.
Ésta vez, sin embargo, me obligué a permanecer
despierto un poco más. Me aseguró de que estaba de pie
justo debajo de la jaula de Behriman.
—¿Qué le preguntó al viejo? —pregunté, cuándo el
resto de los prisioneros estuvieron inconscientes.
Al principio no me respondió. Estaba tumbado de
espaldas en su jaula, y me pregunté si no estaría también
dormido. Pero habló después de un minuto.
—Le pregunté si deseaba la paz del Emperador.
—Presumes mucho tú.
Vi un pequeño movimiento en sus hombros, como si
los hubiera encogido.
—El hombre había servido hasta el límite de sus
fuerzas. Era un leal sirviente del Emperador como
cualquier oficial condecorado. Merecía la misericordia y
un momento de dignidad para recomponer su alma.
—¿Y quién eres tú para conceder esos regalos?
—Soy el que está aquí.
Asentí con la cabeza a mí mismo. Me quedé
impresionado. El hombre no tenía miedo de ser
despreciado por todos a fin de que pudiera hacer lo que
fuera necesario.
Hacia lo que veía como un deber sagrado, y sentía que
estaba siendo fiel al Emperador.
—¿Qué sabes de la disposición de éste sector? —le
pregunté. Yo, sólo había visto las mismas rutas estrechas,
una y otra vez.
—Bastante. ¿Por qué?
—Porque creo que hemos esperado el tiempo
suficiente —era el momento de atacar.
Capítulo 6
Gloria desesperada
1
Behriman
Se tumbó en el suelo de su jaula durante una hora,
escuchando los tañidos, gruñidos y gemidos que llenaban
el aire del pecio espacial. Estaba pensando en la
conversación que acababa de tener con Yarrick. Pensó en
cómo había tratado brutalmente los cuerpos de los demás
y su espíritu al servicio de una mayor misericordia. Había
llevado la carga de ese deber tanto tiempo que apenas
podía recordar su vida antes de su captura. Ahora que se
había desprendido de parte del peso. Se permitió un solo
y tembloroso sollozo.
2
Rogge
El comisario les estaba hablando. Y los presos le
escuchaban con atención. Rogge le escuchaba. Su alma
ardía con un propósito.
Yarrick no gritó como lo había hecho cuando llegó por
primera vez a la jaula. Ésta vez no quería llamar la
atención de los orkos. Hablaba en voz baja, en pequeños
grupos, y lo que dijo en voz baja se extendería durante
los cambios de turno, hasta que, Rogge estaba seguro,
todos los seres humanos en la bodega supieran, palabra
por palabra, lo que el comisario había dicho. Yarrick les
habló de la guerra.
Rogge, estaba seguro de que todos lo oían, eran las
palabras que esperaban oír. Íbamos a salir de ese
infierno. La fuga era inminente.
3
Yarrick
—¿A dónde iremos? —preguntó Rogge, con los ojos
brillantes con fervor.
—Al Inflexible —contesté. Hice un gesto a Polis. El
hombrecillo asintió y siguió asintiendo mientras hablaba
—. Hemos ido más allá del Inflexible tres veces durante
los últimos ocho desplazamientos, durante el trayecto
caminamos 20.235 pasos, incluyendo el viaje de regreso,
cuando se terminó el turno.
Se sorprendió a sí mismo, cerrando los ojos con fuerza
por el esfuerzo.
—El Inflexible no parece estar muy dañado o
fusionado más allá del aparato de acoplamiento en la
base que están construyendo.
Cerró la boca con tanta fuerza que los dientes le
rechinaron y dejó de hablar.
—¿Tenemos un piloto? —le pregunté. Vale asintió.
—¿Y si la nave está muerta? —preguntó alguien desde
las sombras más profundas de la jaula.
—Puedo hacerlo volar —respondió Rogge.
Esto me sorprendió. Era un tanquista, no de la
Armada.
—¿Desde cuándo? —le pregunté.
Se encogió de hombros avergonzado.
—Mi padre tiene una nave privada.
—¡No es lo mismo! —protestó Vale ofendido.
—¡No! —exclamó Rogge—. Pero los principios básicos
son lo suficientemente similares.
Decidí poner fin a la discusión.
—Un piloto es un piloto, y una nave es una nave.
Parecía que los privilegios de Rogge estaban
demostrando su utilidad.
—Al comienzo del siguiente turno —les dije—. Será
entonces cuando los golpeemos.
No había ciclo de día y noche en la bodega, sólo la
perpetua y sucia penumbra iluminada por antorchas
parpadeantes y sucios globos de luz. No teníamos el lujo
de conceptos tales como “Mañana”. La gente
simplemente descansaba, cuando podía hacerlo, hasta el
momento de comenzar a trabajar de nuevo. Y nadie
podía pensar en el mañana, cuando apenas podía
moverse durante el desplazamiento. De todos modos, me
dieron una pequeña privacidad, cuando todos en la jaula
cayeron en un incómodo silencio.
Todos menos Castel, que todavía estaba nerviosa
después de su último visionado de los horrores de las
cirugías orkas.
—Ninguno de nosotros va a salir de aquí con vida —
dijo.
—Es más que probable —estaba de acuerdo con
Castel.
—Entonces, ¿por qué nos da falsas esperanzas?
—Yo no lo he hecho. Nunca he dicho que lograremos
escapar. Incluso si podemos poner en marcha el
Inflexible, será capturado o destruido antes de que
podamos llegar muy lejos.
—Entonces, ¿por qué intentarlo?
—No es posible escapar, es lo más probable. Pero aún
más importante, es una nave operativa que podría hacer
algo de daño, especialmente si elegimos el objetivo
sabiamente.
—¿Tiene un objetivo en mente? —me preguntó.
—El templo, concretamente el enorme cráneo orko. La
estructura es un símbolo de poder. Es ahí donde estarán
los aposentos de Thraka.
Castel se quedó en silencio por un momento. Estaba
pensando.
—Comisario —comenzó—, a pesar de lo que ha dicho,
debe darse cuenta que la mayoría de la gente de aquí
están pensando en escapar, no en combatir.
—Sí, lo sé. Y es lamentable, pero inevitable. Lo que
importa es que la gente entre en acción. Incluso si las
personas murieran luchando por una razón egoísta, su
lucha seguiría sirviendo a una causa mayor. Morirían con
más honor del que tienen en estos momentos —hice una
pausa—. Y tú, ¿qué es lo que quieres? —le pregunté.
—Estas criaturas han profanado todas mis convicciones
—escupió—. Voy a ir a la guerra.
—Entonces, tendré el honor de luchar a tu lado —le
dije.
A pesar de que había estado mostrando sus dudas,
haciéndome preguntas difíciles, sentí como el orgullo
irradiaba de ella en estos momentos.
Había sido elogiada no por un compañero de prisión, o
simplemente un compañero ser humano. Había sido
elogiada por una idea, un mito llamado Comisario
Sebastian Yarrick. Desde la batalla de la colmena Hades,
la leyenda había ensombrecido cada acto y expresión. Era
muy consciente de la existencia de éste hombre, pero no
estaba muy seguro de que mi leyenda y yo fuéramos
verdaderamente lo mismo. La leyenda era una
herramienta útil. Los hombres inspirados eran temidos
por los orkos, y con razón. El prolongar su existencia
dependía de que mi leyenda fuera digna de mí.
Y lo haría de la única manera que sabía, actuando por
el bien del Imperio. Aceptaría la responsabilidad, por
muchas muertes que dejara por el camino.
El cambio de turno comenzó. Nos arrastramos fuera
de la jaula con los esclavos que regresan. Nos
trasladamos hacia la salida principal de la bodega.
Quedándonos justo enfrente de un grupo que estaba
esperando a que se vaciaran las jaulas para ocuparlas.
Otro grupo de presos venia en nuestra dirección por la
pared de la izquierda. Había otro, más pequeño, justo
más allá de la última de las filas escalonadas de jaulas,
cerca de la esquina con la pared del fondo. Los guardias
orkos iban y venían. Había también un tubo que surgía
del techo y lo recorría por toda la bodega. Era una
modificación orka de la estructura original, y al igual que
todos los proyectos de construcción orkos, estaba
descuidado y era una invitación a la catástrofe. El
promethium goteaba de las numerosas articulaciones y
charcos de combustible se extendían por el suelo.
Behriman gruñía al grupo y les azotaba. Su farol
funcionó porque sus golpes eran reales. Los guardias le
prestaron toda su atención. Era parte de la rutina. No se
dieron cuenta que era para atraerles más cerca de la
tubería. Apoyado contra la pared a la derecha de la
puerta había un guardia aburrido. Tenía vagamente
escondido un pincho eléctrico bajo el brazo.
Me acerque silenciosamente, mientras me preparaba
para la acción. Behriman chasqueó su látigo en el cuello
del guardia. El orko se ahogó con la sorpresa. Agarró el
látigo que tenía alrededor de su garganta. Dejó caer el
pincho eléctrico y el esclavo lo agarró. El nombre del
hombre era Averon y celebramos su sacrificio, corrió
hacia una de las muchas articulaciones débiles de la
tubería y hundió el pincho eléctrico en ella. Hubo un
destello y una lluvia de chispas.
Cuando el combustible se encendió, el tubo se dobló y
arqueó como una atormentada serpiente. Durante un
largo segundo, Contuvo el fuego dentro de sí mismo,
pero había demasiadas pequeñas fisuras que el aire y el
combustible conocían. Y, con gran fuerza e impulso, una
fuente de fuego líquido estalló en el pasillo. Pronto se
convirtió en una tormenta cegadora que rugía fuera de la
puerta. Orkos y humanos se dispersaron por igual.
Behriman corrió hacia un lado, y las llamas no le
alcanzaron, pero el resto de su grupo se bañó en la
muerte incandescente. Recibieron su recompensa por su
heroísmo con gritos que le persiguieran en su conciencia.
La mayoría murió retorciéndose, pero algunos corrieron.
De hecho corrieron y con cada respiración aspiraban
llamas hacia sus pulmones. Al ver a estos mártires, con
los brazos extendidos cargar contra los orkos,
extendiendo las llamas entre sus captores, sabía que
había hecho lo correcto. Si yo había de alguna manera
inspirado a esa mujer, que se había convertido en una
antorcha andante, que saltó tres metros de altura, e
incineró no a uno sino dos pieles verdes antes de morir.
Estaba siguiendo el verdadero camino de mi deber.
No muy lejos por el pasillo, el infierno encontró algo
mucho más nutritivo que el promethium orko. Por lo que
descubrimos en ese momento era un almacén de
municiones, y debía haber sido muy grande. Hubo un
“boom” lo suficientemente profundo como para
derribarnos a todos. La pared de la izquierda se hinchó
por un momento antes de que estallara, y floreciera una
flor de acero. Una bola de fuego salió de ella. Y alcanzo
la mitad superior de las jaulas de esclavos, un repentino
sol que comenzó a hornear carne.
A continuación del profundo retumbar de las
explosiones llegó el sonido de proyectiles llenando el aire,
cuando la munición de armas de pequeño calibre
comenzó a explotar. Entonces vino el humo, una nube
negra envolviéndose alrededor de los ojos deslumbrados
por el fuego. Unos momentos más tarde, oí el gemido de
toneladas de metal colapsándose, sellando el agujero de
nuevo.
Las jaulas de esclavos era un torbellino. No había
orden, sólo pánico mezclado con rabia. Humanos y orkos
corrieron, huyeron o se enfrentaron a muerte.
Con los ojos llorosos, no podía ver más que unos pocos
metros legañosos a mí alrededor. Me levanté, coloque la
mano sobre la boca, e hice una respiración tan profunda
como me atreví, y luego, antes de que el humo que entro
en mi pecho me hiciera callar, grite:
—¡Seguidme!
Sentí la presencia de gente a mi alrededor que
respondían a mi llamada, cuando me dirigí al humeante
corredor. El suelo estaba caliente bajo las suelas de mis
botas rotas, y pisaba cosas que crujían y se agrietaban
como la madera quemada, pero que sabía eran cosas más
sombrías.
Estaba tosiendo todo el tiempo. Mi pecho parecía a
punto de estallar, de respirar humo y aire caliente, tenía
arcadas que estaban tratando de sacar mis pulmones por
la garganta. Pero me interné más profundamente en la
nube de humo, en cuclillas tan bajo como me fue posible.
Con la total seguridad de que los orkos, que hubiera en
el pasillo antes de la explosión estarían muertos o habrían
huido. El corredor se dividía en una intersección, el
pasillo de la izquierda por la destrucción sufrida conducía
al devastado almacén de municiones. Los fuegos se veían
feroces en ese pasillo, llenaban todo el espacio, oscilando
con un resplandor rojo. Los gemidos de los proyectiles al
detonar eran todavía frecuentes, pero yo iba a la cabeza
del grupo. El suelo estaba deformado cubierto por cosas
quemadas, que una vez fueron orkos.
La bodega era muy grande, a la izquierda sólo se había
colapsado convirtiéndola en intransitables, las
explosiones también habían soplado las cubiertas de
encima, por lo que el aire era un poco más claro. Era
como respirar dentro de un horno, pero por lo menos
estábamos respirando.
Pude ver quien me estaba siguiendo.
Rogge, Castel, Bekket, Trower, Polis, Vale y Behriman.
Un pequeño grupo, no vi a otros que nos siguieran por el
resto del pasillo. Quizá hubiera más esclavos dirigiéndose
hacia el objetivo, por otros corredores.
Tal vez sí, pero sólo en sueños. Lo más probable es que
los orkos ya estuvieran recuperando el control. No
importa. Nosotros, los que estábamos libres para actuar,
éramos lo único que importaba, y me aseguraría que
Thraka lo supiera de la forma más letal posible.
—Buscad armas —les dije—. Debe haber alguna que
todavía sea utilizable. Hacedlo rápido.
Y eso hicieron. Al ver obedecer mis órdenes, vi el
grado de eficiencia que habría hecho honor a un pelotón
de infantería bien integrado. Había algo más de alegría
en su determinación. Había visto éste fenómeno muchas
veces antes. Cuando las personas que se han visto
privadas de la capacidad de actuar, respondían al
liderazgo con gratitud y vigor. Aprovechando esa
característica humana, era muy poco lo que no se pudiera
lograr.
Las armas orkas eran grandes, torpes, y poco fiables.
Pero también había armas imperiales. Encontré una
pistola láser y un sable.
Mis compañeros también se armaron con cuchillos y
armas de fuego. La mayoría de ellos habían encontrado
rifles laser, pero Castel encontró una evisceradora.
Celebró su encuentro levantando la espada-sierra con
ambas manos, vi el rechazo definitivo de su vocación
anterior. Los orkos la habían convertido en una
carnicera. Bueno, yo iba a dejar que se cobrara sus
deudas con los pieles verdes. Ahora éramos una partida
de guerra. Y mis tropas esperaban mis órdenes.
Pensé por un momento. Adentrarnos por los pasillos
sería inútil. Necesitábamos otra forma de movernos por
el pecio espacial y llegar a la Inflexible. Mi persona iba a
la cabeza a través del pasillo con la pared colapsada.
Parecía estable a pesar de que, también, había sido
dañado. Miré a la pared y vi una maraña de puntales,
más arriba, accesible a través de una especie de escotilla,
vi un conducto.
—Vamos por allí —dije señalando la escotilla—.
Destruiremos a los pieles verdes desde dentro.
Capítulo 7
Inflexible
1
Yarrick
Nos convertimos en gusanos, moviéndonos por el túnel
de camino a nuestro destino a través de la oscuridad de
los ejes, conductos y escotillas de acceso que unían las
naves que componían el pecio espacial. Estábamos ciegos,
e incluso hubo momentos en que perdimos el sentido de
la orientación. Terminamos en callejones sin salida, en
pozos de ventilación contra el exterior cascos y zonas
inaccesibles, tuvimos que volver sobre nuestros pasos y
probar otras rutas al azar, hasta que encontramos una
que nos llevó a un conducto donde podíamos oír a los
orkos por debajo de nosotros. Y esos sonidos de los pieles
verdes nos fueron guiando en nuestro viaje.
A veces el sonido del traqueteo de botas, gritos, y
amenazas eran ecos lejanos. Otras veces, estaban tan
cerca, que parecía que la captura era inminente. Pero las
distancias aparentes eran amplificadas por los tubos.
Algunas tuberías de metal por donde viajamos eran lo
suficientemente grandes como para caminar erguidos,
Pero la mayoría no eran más que espacios angostos.
Después de aproximadamente unas horas, cuando
juzgué que habíamos dejado la bodega de esclavos con
seguridad atrás, y estábamos más allá del alcance de
cualquier persecución probable, nos movimos hacia una
fuente de luz. Teníamos que encontrar algo familiar, que
nos dijera donde estábamos.
La luz provenía de una rotura del conducto por el que
nos arrastramos. Puse mi oreja en la rendija. No se oía
que hubiera orkos cerca. Me coloqué y golpeé la rendija
con fuerza con los pies. El ruido de mis movimientos me
pareció enorme, me detuve cada media docena de
patadas, para escuchar de nuevo. Ningún piel verde, se
había dado cuenta de los golpes. Tras un minuto de
golpes, la escotilla se dobló sobre sí misma y pude
retirarla, metí la cabeza a través del hueco y me quedé
mirando hacia abajo desde el techo de un corredor
mediocre. En la dirección en que estaba encarado
terminaba unos seis metros más adelante con un
mamparo. En la pared de la derecha del pasillo podía ver
una ventanilla de visión.
Me retiré, y golpeé hasta que la apertura fue más
amplia, y me dejé caer. Unos segundo más tarde, Polis
también se dejó deslizar hacia el pasillo. Nos dirigimos a
la ventanilla que daba al exterior. Y el templo dominaba
la escena. Vi Polis calcular el ángulo de nuestra
perspectiva sobre esa estructura. Sus labios se movieron
en silencio con sus cálculos, sus ojos estaban vidriosos.
Después de un minuto, se aclararon y me miró.
—¿Sabe por dónde tenemos que ir? —le pregunté.
Polis asintió con la cabeza. Parecía algo ridículo,
vestido con su uniforme del Munitorum echo harapos y
empuñando su rifle láser. Parecía un hombre jugando a
la guerra con miedo de jugar. Pero siguió funcionando, y
cuando le dije:
—Vas a tener que guiarnos —asintió con la cabeza otra
vez. Quizás era el miembro más valiente de nuestro
grupo.
Volvimos a entrar por la brecha de la tubería.
Behriman y Bekket nos ayudaron, izándonos hacia
arriba.
Polis se tomó un momento. Esa naturaleza de nuestro
viaje cambió. Aunque Polis tuvo que detenerse a
menudo para mantener sus temblores bajo control.
Ya no éramos gusanos. Ahora éramos como arañas,
moviéndonos entre y conexiones de las naves. Estábamos
rastreando los vínculos entre las diferentes naves, con el
propósito de poner fin a Thraka. Tres horas después de
dejarnos guiar por Polis, después de escarbar, gatear y
trepar por la oscuridad, llegamos a la luz otra vez y
encontramos otra rejilla. Polis se apretó hacia un lado
para que yo pudiera ver lo que nos esperaba. Tuve que
contener una risa amarga. Ante mí, a través de unos
pocos cientos de metros de espacio abierto, estaba el
Inflexible. Polis nos había guiado hasta su derecha, pude
ver que aún estaba poco unido a las demás naves. Estaba
apoyado en su tren de aterrizaje. Estaba fijado
ligeramente, lo justo para evitar que se desprendiera, el
Inflexible no estaba soldado a las otras naves, ya que
estaba dentro de una mas enorme. No debería haberme
sorprendido.
El carguero era demasiado pequeño para ser utilizado
como otra cosa que para la que fue creado. Los orkos
estaban modificando la nave, a sus propios gustos, y la
había rodeado de andamios.
La bodega de carga, era muy extensa, de centenares de
metros de altura. El techo era invisible, y no me
sorprendió que Polis, en su estado, hubiera confundido
la oscuridad por encima con el negro del vacío en sí.
Pensaba que, si el Inflexible todavía estaba armado,
podríamos usar las armas para abrir una brecha en el
casco de éste carguero.
Pude ver a media docena de orkos trabajando en el
Inflexible. El resto del suelo, parecía un depósito de
chatarra con la construcción de diversos proyectos, en
diferentes fases de montaje. Globos de luz, incendios en
bidones de combustible y antorchas de soldadura,
iluminaban la bodega y otras diez o veinte naves, todas
del tamaño de nuestro trasporte.
Hacia el otro extremo de la bodega, se podía ver el
contorno destrozado de una Thunderhawk, y me
estremecí ante la tragedia que su presencia implicaba.
Nuevas pasarelas, más o menos fijadas, se alineaban en
las paredes de la bodega a unos treinta metros de altura.
Llevaban a pasillos que conducían a otros lugares del
casco de la gigantesca nave, pero no vi escaleras que
condujeran hacia el suelo. Las pasarelas podían ser
plataformas de observación, o quizá fueran parte de un
proyecto mayor de construcción que fue abandonado por
aburrimiento.
Me introduje de nuevo en la tubería. Para que los
otros pudieran oírme. Ya que el ruido proveniente de la
perversa construcción era interminable. Tras explicarles
brevemente la situación de la nave.
—Ya casi hemos llegado —les dije—. Pero para llegar
al Inflexible, tendremos que exponernos. Podríamos
reducir al mínimo el riesgo, pegándonos al mamparo la
mayor parte del camino, pero en el último tramo
tendremos que cruzar terreno abierto para llegar a la
nave.
Polis tembló, pero fue el primero en asentir. El gesto
podría haber sido un tic nervioso, pero los otros, también
asintieron con presteza. Hice un gesto a Vale para que
bajara conmigo. Nos detuvimos en la ventanilla, para que
pudiera tener una buena vista de la nave.
—Es una pena que estemos en el lado equivocado —
dijo—. Solo puedo ver los motores, y no puedo ver
cabina.
—¿Va a despegar? —le pregunté.
Se encogió de hombros.
—No puedo saberlo hasta que lo intente —miró a su
alrededor—. Comisario, ¿está usted seguro de que
podemos salir de ésta, con vida?
—No. Pero estoy seguro de que el intento es necesario.
—Ya veo —dijo en voz baja.
Creo que ya lo sabía desde el primer momento.
—Comisario —dijo volviéndose hacia mí—, con su
permiso, me gustaría intentarlo.
—Esa es tu razón para estar aquí —le dije—. Eres
nuestro piloto. Tendrás el honor de sacarnos de éste
lugar.
Ambos sabíamos que estábamos hablando de
diferentes modos de salir del pecio.
Su mandíbula se contrajo. Sus ojos eran agudos y
duros como el hierro, reflejaban que había sido templado
para tener la fuerza que lo sostendría en los próximos
minutos. Vimos el área cercana a nuestro refugio. Las
sombras eran profundas, y no había materiales de
construcción de especial interés.
Después de varios minutos, sin orkos que atravesaran
la zona. Salí, con los pies por delante.
La caída era de menos de dos metros, al tener
únicamente un brazo, simplemente me dejé caer. Los
demás me siguieron. Vale nos dirigió, mirando hacia
atrás para asegurarse de que les seguíamos de cerca,
miraba el Inflexible con una intensidad enfermiza.
—¿Va algo mal, coronel? —le pregunté. No había
preocupación en mi tono.
—No —negó con la cabeza.
Trower resopló. Cuando volví mis ojos en su dirección,
se aclaró la garganta.
—Lo siento, comisario —dijo.
Le sostuve la mirada unos momentos más antes de
dejar de mirarlo. No encontré disidencia o falta de
respeto. Todavía éramos soldados del Imperio.
Deseábamos comportarnos como tales. Esperaba que los
hombres bajo mi mando, mantuvieran la misma
disciplina incluso cuando llegaran al Trono Dorado.
Nos movimos en una sola fila, pegados a la pared,
envueltos en las sombras. No fuimos detectados. Después
de unos pocos cientos de metros, nos detuvimos, Vale
estaba agachado detrás de un montón de chatarra.
Mirando fijamente al Inflexible. Sus labios se curvaron de
ira y dolor. Cuando vi lo que estaba mirando, sentí una
punzada de furia. La mitad delantera del motor de
estribor, que había estado oculto a nuestra vista hasta
ahora, había sido parcialmente desmantelado. Su carcasa
estaba abierta, e incluso mi ojo no entrenado podía ver
que faltaban elementos importantes.
Gran parte del motor estaba desmantelado, casi
eliminado por completo. No me quiero imaginar lo que
habría pasado si alguien intentara el despegue. No quería
hacerlo, pero me obligué a hacerlo.
Y entonces se oyó un grito. No provenía de ninguno
de nosotros, pero venia de nuestro lado de la bodega.
Alcé la vista a tiempo de ver una figura caer desde la
pasarela por encima de nosotros. El orko golpeó el suelo
con un pesado crujido de huesos. Oí unas risas desde la
pasarela, pero ninguna otra reacción de los compañeros
del orko. Se quedó inmóvil. Un arma había caído con él,
un rifle con un cañón largo. Nunca había oído hablar de
francotiradores orkos.
No estaba en su naturaleza combatir desde largas
distancias, ya que no tenían paciencia, pero era un arma
que podría haber golpeado objetivos a una considerable
distancia.
Al menos lo suficiente para poder disparar desde la
pasarela al suelo. La parte de atrás de mi cuello se tensó.
Y sentí el beso fantasma de un proyectil que nunca había
sido disparado. Apoyamos la espalda contra la pared,
buscando cubrirnos en las sombras más profundas. Estiré
la cabeza hacia atrás, atisbando entre la penumbra
parpadeante. A través de los tablones de la plataforma,
Tuve una vaga impresión de una forma gigantesca
alejándose. Los tablones de madera crujían bajo pesados ​
pasos. Luego, nada más. Miré hacia atrás, hacia el
cadáver del orko. ¿Cómo había caído? Yo no podía
entenderlo, cómo un piel verde pudiera ser tan torpe. No
había oído ningún disparo. No había nada que hacer allí
arriba.
De alguna manera, el orko tenía que haber sido
empujado. Eso fue lo que me dije a mí mismo, y sentí
que había un imperativo vital en ello. No había otra
explicación posible. Ninguna que fuera una concepción
sana del universo. Esperamos, con las armas preparadas.
Nuestra posición era mala. La única cobertura eran los
montones de chatarra, y los más cercanos no cubrían más
allá de la altura del pecho. Si llegaba un ataque, no
tendríamos tiempo para llegar a mejores coberturas. Al
otro lado de la amplitud de la gigantesca bodega, estaban
los orkos, sin poder diferenciar si estaban construyendo o
demoliendo, su tarea continuó. No nos habían visto.
Vale había vuelto su atención a la Inflexible una vez
más. Me dijo:
—Sólo hay tres pieles verdes que trabajan a éste lado.
¿Podréis cubrirme si me acerco para poder examinar la
nave de más cerca?
—Sí —le respondí.
No traté de hablar con él de lo que estaba planeando.
Su acción, por lo menos parecía tener un beneficio
estratégico.
A mi lado, oí jadear a Rogge.
2
Rogge
Vale estaba loco y Yarrick estaba peor. La revelación fue
dolorosa, terrible e inevitable.
Cuando el estado de la Inflexible había quedado claro,
Rogge tuvo una comprensión cancerosa de la
desesperación. La nave tenía que haber sido su medio de
salvación. Tenía que haber copilotado la nave,
restaurando su honor, y alejarse de éste terrible lugar.
Pero todas sus esperanzas, habían sido mutiladas por
el enemigo. No había esperanza en ésta gigantesca
bodega, y lo que era peor, no había esperanza en ningún
lugar de éste pecio. ¿Qué podría Yarrick y su pequeña
banda lograr más allá de un fragante suicidio? Rogge
había pensado que para la renovación de su honor,
necesitaba el respeto del comisario. Pero el respeto de un
loco no tenía valor. Vale estaba a punto de marchar a su
muerte, y Yarrick iba a ayudarle.
Rogge recordó su oferta de ofrecerse como copiloto, y
temía que estaba a punto de recibir la orden de
acompañarlo. Yarrick no miró en su dirección. Él y Vale
hablaron en voz baja, como si lo que iba a suceder fuera
una operación estratégica racional, Rogge miró hacia
atrás y adelante entre los dos hombres y la nave dañada.
No vio nada, lo peor de todo era que no sabía lo que iba
a pasar cuando Vale fuera corriendo al encuentro de los
orkos por su cuenta, pero ¿por qué iba a tirar su vida por
la borda? Vale iba a morir a causa de Yarrick.
Rogge se sintió como si una venda hubiera sido
arrancada de sus ojos. Había estado tan deslumbrado por
la reputación del comisario y de su fuerte personalidad
como los demás. Pero ahora podía ver el hombre que era
realmente, un tirano que jugaba a juegos mortales con las
vidas de otros, porque tenía el poder para hacerlo. En el
Golgotha, había sacrificado un magnífico ejército, por su
orgullo obsesivo. Ahora estaba haciendo lo mismo.
¿Cuántos presos habían muerto, ya en éste pequeño
levantamiento? ¿Y hacia dónde les llevaría ese manco,
loco y con un solo ojo, ahora? ¿Cómo iba a llevar a la
muerte a sus nuevos seguidores? No quería morir. Pero
poco después de éste pensamiento le vino otro, ¿qué debo
hacer ahora? No tenía adónde ir. Vio en los rostros de
sus otros compañeros, su compromiso con el liderazgo de
Yarrick. No podía pedirles ayuda, ni convencerles en
abandonar ésta locura. Yarrick habló a todo el grupo. Su
voz era baja, casi ​inaudible a unos metros de distancia,
pero llegó a la conciencia de Rogge, como si le gritara con
un maldito altavoz.
El rostro de Yarrick estaba medio escondido por el
crecimiento de meses de su cabello y barba. El hambre le
había hecho más delgado que nunca. Contusiones y
heridas mordían su carne, y el párpado sobre su ojo vacío
no se cerraba hasta el final, dejando al descubierto una
abertura a la oscuridad. Yarrick tenía la cara llena de
arrugas, un mapa de décadas de guerra en todas sus
formas, resistencia, gloriosa, brutal, desesperada,
triunfante, aniquiladora.
En el pensamiento de Rogge. Era una cara que ya no
conocía nada más que la guerra. Rogge había dirigido sus
recuerdos hacia el lujo y el placer de poder volver a
Aumet. Algunos eran todavía bastante recientes, lo
bastante frescos como para inspirar la esperanza de que
podía volver al lujo y placer.
Pero, aunque Rogge miró a Yarrick y le temía, esa voz
y el fuego alimentaban estas impresionantes.
—Vamos a luchar aquí, y a perjudicar a los pieles
verdes —dijo Yarrick.
Rogge sintió una emoción peligrosa en el pecho.
—Vamos a llevar la batalla al corazón de ésta
abominación, y nos temerán antes de morir —dijo
Yarrick.
Y Rogge asintió.
Entonces recordó como seguramente terminaría la
misión, y recuperó sus sentidos. No había manera de
escapar del pecio espacial. La única verdadera misión era
la de seguir con vida, de un momento a otro.
Yarrick se volvió hacia Polis.
—¿Puedes guiarnos hacia el templo?
Polis asintió con la cabeza, con sacudidas rápidas como
un roedor. Sus labios se movían sin decir nada, pero sus
ojos eran claros, brillantes con un fervor mortal.
—¿Cuánto tiempo necesitarás una vez que estés a
bordo antes de poder despegar? —preguntó Yarrick a
Vale.
Habla como si la nave, realmente fuera capaz de volar,
pensó Rogge.
—No mucho —respondió Vale.
—¿Cuánto tiempo necesitas para saber por dónde
tenemos que ir? —preguntó Yarrick a Polis.
El genio del Munitorum escudriñaba la pared detrás
de ellos. Señaló una abertura a unos cien metros. A
diferencia de la de que habíamos surgido, ésta no era un
desgarro en el mamparo de la nave. Aunque era una
puerta real, estaba ahora inclinada sobre un lado.
—No —murmuró Polis. Aclarándose la garganta, con
sus labios moviéndose todo el tiempo—. Un buen
comienzo, sí, un buen comienzo, encontraré el camino
por ahí, sí, sí, os llevaré al templo, a veinte metros de
Inflexible, tres enemigos visibles, la cubierta del motor
desmontada, fue fabricada en Armageddon, en el
manufactorum Megiddo III…
Su murmullo se desvaneció de nuevo en su boca,
quedando al final en silencio.
Se está poniendo peor, pensó Rogge. El largo viaje a
través de los conductos de ventilación, sin encuentros
con los pieles verdes, lo había calmado. Pero desde que el
orko cayó, su catalogación incesante había comenzado de
nuevo. No estaba temblando, pero sus ojos tenían el
brillo de la Fiebre Yarrick.
—Entendido —dijo Vale.
No entiendes nada, pensó Rogge. Está loco, como
todos los que seguimos a Yarrick.
Y no tenía más remedio que seguirle por ahora.
Aún en cuclillas detrás de la pila de metal desechado,
Vale miro a Yarrick e hizo la señal del aquila. Yarrick le
respondió con la versión de una sola mano. Eso fue todo.
No hubo más palabras.
Rogge sintió vergüenza, por la forma en que Vale
aceptaba su muerte inminente, y con la facilidad con que
Yarrick le envió a ella.
Vale saltó por encima del montón de desechos y echó
a correr hacia el Inflexible.
Yarrick apuntó su pistola, contra los orkos. Los otros le
imitaron, apuntando con sus armas de fuego.
—Esperad —dijo Yarrick.
Yarrick no tardó en ordenar que abrieran fuego.
3
Vale
Vale había sido liberado. Se le había dado el don de
conocer su destino y deber final. Su cautiverio había
terminado. Su misión era la gloria eterna. Su corazón dio
un salto, tan consumido por la satisfacción, que su
cuerpo apenas podía contenerla. Sus miembros estaban
infundidos con una nueva energía que no había sentido
desde el aterrizaje forzoso. Pensaba que sus pies, no
estaban tocando el suelo de la bodega en absoluto.
Estaba volando. De repente no había viento. Tenía que
haberlo. Podía sentir los azotes del viento, cuando se
abalanzó sobre los orkos y la nave. Los pieles verdes no
eran conscientes de su presencia. Casi se echó a reír. El
ojo del Emperador estaba sobre él mientras corría hacia
su apoteosis, y se rindió a su destino, imparable. No
podía apartar los orkos con sus manos, pero el fuego del
Emperador venía por ellos.
Uno de los orkos lo vio y gritó. Los demás se volvieron
y cogieron sus armas. Ahora Vale se puso a reír.
A su espalda, sus aliados abrieron fuego. Un orko cayó
derribado con la garganta arrancada por un proyectil
bien colocado.
Vale vio a otro orko saliendo del morro del Inflexible a
la carrera, se estrelló contra el suelo, con la cabeza hecha
pedazos.
Algo brutalmente fuerte y ardiente, impactó en el
muslo izquierdo de Vale. Miró con indignación al orko,
que le había disparado.
Su pierna perdió fuerza. Su carrera se interrumpió y
continúo moviéndose a saltos. Un dolor fractal sacudió
su cuerpo, irradiando hacia fuera de la herida. Apretó los
dientes, acarreando la pierna muerta hacia delante.
Continúo los últimos metros. Pero el dolor, le hizo
morderse la lengua, y la sangre corría por la barbilla.
Tres pasos más. Otros dos orkos murieron. Había
muchos más en camino. La bodega estaba alborotada.
Algunos orkos estaban disparando en dirección al
Inflexible, y otros hacia la posición de Yarrick. Los
disparos dirigidos a Vale todavía eran dispersos. Todavía
quedaban unos segundos preciosos, antes de que todos
los orkos se dieran cuenta de su presencia.
Llegó al Inflexible. La rampa de acceso estaba abierta.
No tardó en dejarse caer en el asiento de la cabina. Unos
segundos más y activó los controles, cortó el suministro al
motor de estribor. Y el motor de babor se quejó con rabia
contenida al encenderlo. De inmediato revisó las armas.
El dolor de la pierna se había adormecido.
—Todavía no —murmuró Vale para sí mismo, con
respiración sibilante. Miró hacia a la bodega. Los otros
habían dejado su cobertura, y se estaban dirigiendo hacia
la apertura en el mamparo.
Su visión se estaba embotando a un granulado y gris
túnel. No tengo más tiempo. Ahora, pensó. Sus manos no
le respondieron.
—¡Ahora! —gritó, exprimiendo sus últimas fuerzas—,
y las manos respondieron. El Inflexible se tambaleó hacia
delante. Vale cambió el vector de empuje. Luego dejó
que el promethium llegara al motor de estribor. Y en
segundos la oscuridad desapareció. Sólo hubo luz, calor,
dolor y el segundo más terrible, la alegría más sublime
que jamás hubiera conocido.
Capítulo 8
La huida
1
Yarrick
Un ave fénix se encumbró detrás de nosotros. Gritando
pidiendo justicia a los cielos, cuando llevó a la bodega el
infierno con su nacimiento.
Apenas habíamos llegado a la abertura cuando el
Inflexible inició su golpe final. Hice una pausa mientras
los demás corrían por el estrecho corredor. Y miré hacia
atrás para dar testimonio del sacrificio de Vale. El
Inflexible comenzó a subir verticalmente, y siguió
subiendo hasta que estalló en llamas. En ese mismo
momento, disparó su cañón láser y sus misiles Hellfury.
El aire de la bodega estaba impregnado con el
combustible derramado. Los misiles impactaron contra
otras naves. El Inflexible giró violentamente en el aire,
todavía disparando el cañón láser, cuando se transformó
en una bola de fuego. Se quedó en el aire unos segundos
antes de que se estrellara contra la cubierta. Impactando
contra la nave más cercana. El fuego corrió a través del
espacio de la bodega como el rugido de un huracán.
Ahogó los gritos de los orkos en llamas.
Se creó una corriente de viento en el corredor cuando
el aire fue absorbido por el inferno. Si no hubiera
comenzado a correr me habría arrastrado. Pero la
promesa de la muerte me siguió pisándome los talones.
El pasillo terminaba en una intersección en forma de T.
Giré hacia la izquierda. Detrás de mí oí un rugido, como
si uno de los motores del Inflexible hubiera entrado en el
pasillo. Un poco más adelante, los demás me esperaban
en el otro lado de un mamparo. Salté a través de él.
Trower y Bekket deslizaron la compuerta de acero. Se las
arreglaron para cerrar y trabar la pesada compuerta de
acero pesado antes de que las llamas nos alcanzaran. La
compuerta, a los pocos segundos estaba caliente al tacto.
Después de unos minutos para recuperar el aliento. Polis
abrió el camino otra vez. Confiaba en gran medida en él,
y a su vez él estaba muy orgulloso de mi confianza. Era
un prodigio.
Con el tiempo, la suerte y un margen de error
aceptable, finalmente encontraría el camino hacia el
templo con su ayuda. El templo era tan grande, que
desde cualquier bloque de visión se podía ver. Al menor
ruido, algunos de las cuales sólo él podía oír, cambiaba
de ruta. No sabía, si todas las amenazas, por la que nos
desviábamos, eran reales o no, pero nos mantenía fuera
de compromisos innecesarios, evitando perder fuerzas,
reservándolas para cuando llegáramos a nuestra meta. Su
sentido de la dirección era extraño. Siempre que era
posible, nos sacaba de los pasillos y entrabamos en las
redes de conductos de ventilación, espacios angostos,
escotillas de acceso y todos los innumerables caminos de
un sistema de ventilación de una nave espacial. No
importa cuántas veces nos encontráramos con un camino
sin salida, ni cuántos rodeos tomáramos, siempre supe
que íbamos por el buen camino. Nos estábamos
acercando a nuestro objetivo, cada vez que encontraba
un bloque de visión podía ver que estábamos cada vez
más cerca.
Manchados de grasa, seguimos abriéndonos camino a
través de oscuros tubos en espiral, moviéndonos entre
engranajes que podrían rebanarnos un dedo.
—Necesitamos llegar a la cima del templo —le susurré
a Polis—. ¿Puedes llevarnos allí?
—¡No! —respondió, y se repite a sí mismo,
tartamudeando:
—No-no-no-no-no. No puedo llevarle a la cima, no
está conectada a las otras estructuras, comisario. Está
aislada.
—Entonces, ¿cómo entran los orkos?
—Por abajo. Por abajo.
Me di cuenta de que habíamos estado arrastrándonos
por una pendiente hacia abajo.
Después de unos minutos, el acero del mamparo bajo
mi mano dio paso a la fría piedra. Me di cuenta, que
estaba de vuelta al pozo. Pero no había agua, y poco a
poco la pendiente se niveló. Estaba totalmente a oscuras,
muy por delante de nosotros, parecía que había alguna
fuente de luz no demasiado lejos.
Estábamos en un túnel debajo de la superficie del
asteroide. Una vez más, me quedé asombrado por la
disciplina necesaria, que necesitarían los orkos, para
tomarse el trabajo de crear una atmósfera respirable
estable en los túneles del asteroide. Yo siempre había
pensado que no tenían la paciencia para lograr tales
hazañas de ingeniería. Tampoco imaginé nunca que
fueran más hábiles que yo en el campo de batalla, pensé.
El túnel formaba parte de una red de cuevas.
Estábamos moviéndonos a través de un laberinto de
techos altos, uno que llevaría a los orkos rápidamente de
un sector del pecio espacial a otro. Ahora que nos
encontrábamos en el corazón del asteroide. No hubo más
túneles o espacios angostos para nosotros. Teníamos que
viajar por las mismas rutas que el orkos, y cada segundo
aumentaba el riesgo a ser descubiertos. Nos
encontrábamos un paso por delante de nuestra suerte y
corríamos a cumplir con nuestro deber.
Fuimos rápidos, pero nuestra suerte aún era buena.
Volamos a través de una intersección. Trower, que estaba
en la retaguardia, gritó una advertencia, al mismo tiempo
que los pieles verdes gruñeron y comenzó a disparar.
Corrimos con más fuerza, y Polis intentó despistar a los
perseguidores, mediante la adopción de lo que parecían
elecciones al azar en los siguientes cruces. Pero no fue
suficiente. Podía oír el golpeteo de las botas que se
acercaban, los sonidos rebotaban en las paredes de
piedra, como golpes de martillo.
Estábamos alrededor de una curva cerrada a la
izquierda, y me detuve.
—No creo que podamos despistarlos —les dije—. Nos
alcanzarán en el próximo minuto, y si no lo hacen, el
alboroto atraerá otras patrullas sobre nuestras cabezas.
Bekket se volvió hacia la curva y se agachó. Trower se
unió él, pero permaneció de pie. Por si tenía que
disparar, para no darle a Bekket.
—Le damos las gracias por el honor, comisario —dijo
Bekket.
—Serán recordados —les prometí.
El resto de nosotros seguimos corriendo. Detrás de
nosotros, oímos disparos. En primer lugar los aislados
disparos de Bekket y de Trower, poco después la
tormenta de fuego de los orkos. Los dos hombres no iban
a durar mucho tiempo, pero cada momento que ganaran
seria un tiempo precioso para nosotros. Los orkos
rugieron sus gritos de batalla, y poco después se hizo el
silencio. Un par de minutos más tarde, pudimos volver a
oír los ruidos de persecución.
Polis nos llevó a través de varios cruces de túnel, para
entonces Trower y Bekket ya habían desempeñado su
papel. Recé para que el Emperador los acogiera en su
gracia.
2
Rogge
Yarrick los había abandonado a su suerte. Sin pestañear,
con sólo una recomendación de sus almas al Emperador
y luego se alejó. Rogge luchó contra el impulso de
vomitar. Su piel le picaba por el miedo y el horror. No
sabía a quién le tenía más miedo, a Yarrick o a los orkos.
Casi parecían la misma cosa, máquinas de muerte sin
sentido. Pero siguió corriendo con el resto del grupo,
porque estaba atrapado en la flujo de Yarrick, y no tenía
otra opción. No había otra opción de momento. Por
primera vez, se le pasó la idea de la rendición. Los orkos
le habían perdonado la vida una vez. Podrían hacerlo de
nuevo.
Le volverían a esclavizar. Pero la idea no le
horrorizaba, como alguna vez lo habría hecho, Pero había
visto la verdad de Sebastian Yarrick. No había honor en
seguir a un loco.
No había ninguna deshonra en mantenerse con vida.
Pero la locura aún lo sostenía mientras corrían a través
del laberinto de túneles de piedra. Las paredes estaban
húmedas y frías. Algunos de los túneles eran de
formación natural, mientras que muchos tenían signos de
haber sido excavados por los esclavos. Aquí y allí se
divisaban los huesos de los cautivos que habían dejado
pudrirse donde cayeron, sus restos gradualmente pisados
hasta casi convertirse en polvo, humanos que habían sido
obligados a abandonar sus vidas para la gloria del señor
de la guerra orko. Más gloria. Más sin sentido.
Thraka y Yarrick eran lo mismo, pensó Rogge.
El túnel en el que estaban era recto y los llevaba hacia
arriba. Habían oído sonidos de patrullas de pieles verdes
atrás, pero había otros ruidos por delante de ellos. Polis
desaceleró y le susurró algo a Yarrick, el comisario
asintió. Mientras Polis se colocó cerca de Castel, Yarrick
Behriman y tomaron la delantera. Ninguno de ellos miró
en su dirección, Rogge tuvo beligerantes impulsos de
alivio y resentimiento.
El túnel se inclinaba bruscamente en los últimos
metros, terminando en un revoltijo de rocas a la entrada
de una cueva con enormes piedras esparcidas por el
suelo. Rogge se agachó y utilizó las piedras para poder
avanzar. Polis también se agachó, escondiéndose tras una
piedra enorme. Sus ojos brillaban de terror, pero aún
aferraba su arma, sin pensar en el futuro, a la espera de
que le dieran la orden para el martirio.
Yarrick, Behriman y Castel estaban agachados detrás
de otra enorme piedra. Cuando Rogge se reunió con
ellos, Castel le dirigió una mirada. Su desprecio era claro,
frío y preciso.
La caverna era natural. Se extendía sobre un centenar
de metros a la izquierda, derecha y por delante de la
entrada. El techo era invisible en la oscuridad, pero
Rogge supuso que debería de estar, por lo menos, a unos
veinte metros. A la derecha, un túnel más pequeño caía
en la oscuridad. Había un gran escuadrón de orkos
pululando alrededor, vigilando la pared del fondo. Que
no era de piedra, sino de metal. Era parte del casco de
alguna de las naves capturadas, utilizadas en la
construcción del templo. Había una entrada, hacia el
templo, y no era una puerta improvisada y tosca, como
sería de esperar. Era una puerta real, adornada como si
fuera el rostro de un orko, con las mandíbulas abiertas,
como si estuviera rugiendo. Después de observarla un
minuto, Yarrick y sus dos acólitos se acercaron a donde
Polis se había escondido. Rogge les siguió, temiendo lo
que decidirían.
—¿Podemos luchar contra ellos? —susurró Castel.
Yarrick negó con la cabeza.
—Demasiados.
—Podríamos crear una distracción, para que algunos
de ellos se alejaran de la puerta —dijo Behriman.
Yarrick asintió lentamente. Casi parecía reacio.
—Tenéis alguna idea…
—Por supuesto que sí —dijo Polis con un chasquido.
Se sentó erguido, mirando a Yarrick y Behriman. Sus
labios se movían, En la configuración de una cascada de
palabras silenciosas.
Se detuvo el tiempo suficiente para hablar.
—Mi misión ha terminado. Soy prescindible.
Y entonces Polis se levantó y empezó a trepar por las
rocas. Castel intentó impedírselo, pero llegó tarde.
Atraído por el espectáculo del loco auto-sacrificio de
Polis, Rogge se colocó entre Yarrick y Behriman.
Rogge pudo verlo todo. Vio la locura de la fe. Polis
recorrió la caverna, gritando las medidas de la caverna y
numerando los días de su cautiverio. Disparó su arma,
sin acertarle a nada.
Lo hacía para llamar la atención de los orkos. Al
principio, no reaccionaron, mirando estupefactos al
lunático humano. Polis estaba a medio camino de la
caverna dirigiéndose al otro túnel cuando uno de ellos se
le acercó. Mientras se reía, el piel verde se colocó detrás
de Polis. Tenía un gran cuchillo en su mano. Echó su
brazo hacia atrás.
Pero el golpe nunca se realizó. Castel había recorrido
el espacio entre ellos. Con un grito de odio, cargó con su
espada-sierra, alcanzando al orko en la parte posterior
del cuello.
Fue un buen golpe, nacido de la rabia, por todas las
atrocidades de las que había sido testigo a bordo del
pecio espacial.
La espada-sierra se hundió, casi toda la anchura de la
hoja. El orko se derrumbó, con el cuello casi cortado,
rociando sangre sobre Castel, salpicando con el resto el
suelo de la caverna. Saltó sobre el cadáver y agarró a
Polis.
La risa de los otros orkos se detuvo. Comenzaron a
gritar, y todos menos un puñado, comenzaron a correr
detrás de los dos humanos. Eran una multitud de
músculos, que desgarrarían su presa en pedazos. Castel y
Polis tenían una ventaja de segundos. Pero no se
detuvieron, ni dispararon de nuevo. Su última misión
consistía únicamente en permanecer vivos el tiempo
suficiente para ser una distracción útil. Desaparecieron
hacia abajo por el túnel. La letanía de Polis se multiplicó
por los ecos, fusionándose con los gruñidos de los orkos.
Los sonidos de la persecución fueron silenciados,
sumergidos en la oscuridad y la quietud. Rogge no oyó
ningún grito.
Yarrick y Behriman intercambiaron una mirada, y
prepararon sus armas. Sólo había cuatro orkos vigilando
la puerta. Yarrick volvió su mirada hacia Rogge.
El silencio del otro túnel le envolvió como un abrazo
congelado alrededor de su alma. No había habido
ningún final, sólo la caída hacia lo desconocido. Una
terrible visión se desplegó ante él, una visión de un vuelo
sin fin a través del interior planetoide. La imagen era una
pesadilla, cuyo despertar fue peor, Rogge no quería saber
nada de ella.
Corrió de vuelta por donde habían venido. Corrió
hacia la certeza de la captura. Huyó de la sentencia a
muerte de Yarrick.
Corrió hacia la rendición.
Capítulo 9
Crisol
1
Yarrick
Solamente éramos dos. Un anciano mutilado y un
cocinero. Behriman me sonrió. Yo era muy consciente de
lo absurdo que era, y sabía de nuestras posibilidades
cuando lo hice. No creo que ninguno de los dos esperaba
que Rogge fuera fiel a su juramento. No me sorprendió
cuando comenzó a huir, pero todavía estaba enojado. La
traición y la cobardía debían reunirse inmediatamente
con la inalterable justicia. Rogge había confirmado mis
peores sospechas acerca de lo que había ido mal en
Golgotha. Podríamos habernos salvado, si no fuera por el
egoísmo de Rogge. Si no hubiera sido por que le
necesitaba para ésta misión, ya le habría introducido una
bala en la parte posterior de su cabeza. Pero encontré
satisfacción con el seguro conocimiento de que estaba
corriendo hacia un destino mucho menos clemente que
una muerte rápida.
Pero en estos momentos éramos más fuertes con su
ausencia. Podríamos haber utilizado el fuego de Castel,
Bekket y Trower, pero aún así tuvimos la sincronía de
guerreros centrados en una sola tarea. Nuestro objetivo
esperaba, y sólo había cuatro orkos interponiéndose en
nuestro camino. Todavía estaban sonriendo mientras me
preparaba, detrás de la roca. Estaba ansioso por lo que se
avecinaba. Escuche a Behriman bufar, incapaz de
contener una violenta alegría.
Apreté el gatillo de la pistola láser tres veces. Y mi
objetivo se sacudió dos veces, un impacto en el cuello,
otro en el pecho y luego un tercero hizo que el centro de
su rostro explotara. Salté de mi cobertura y corrí hacia
adelante. Behriman disparó detrás de mí. Como tenía un
rifle laser, su objetivo era el líder, una bestia enorme, con
una armadura de placas y sobresaliendo de ella. Una
mordaza metálica como colmillos, le protegía el cuello y
el rostro inferior. El primer disparo de Behriman rebotó
en la mordaza. Pero lo hizo mejor con el resto de la
andanada. El segundo impacto dio en el ojo izquierdo
del orko. El monstruo rugió de dolor y rabia. La descarga
tenía que haber penetrado hasta su cerebro, pero no
estaba muerto. Golpeaba sin ver, ni pensar, su gigantesca
hacha decapitó al orko que había frente a él. Me agaché,
justo cuanto la rebanadora de mi oponente agitaba el aire
justo por encima de mi cabeza. Inmediatamente vacié el
resto de la célula de energía de mi pistola laser. La
barbilla y la nariz del piel verde estalló, la sangre se
derramó sobre mí, cuando el orko se meció sobre sus
talones antes de caerse de espaldas.
Sólo el líder orko, seguía moviéndose. Era como un
autómata, girando y cortando el aire con su hacha al
azar. Me apresuré en quitarme de su camino. Behriman
necesitó otras siete descargas para abatirlo. La batalla
había durado unos segundos. Ninguna alarma se había
activado. Los disparos eran un acontecimiento
demasiado mundano en la vida de los orkos como para
que llamaran la atención. El resto de la unidad, no había
regresado de perseguir a Castel y Polis. Murmuré una
oración en voz baja por el médico y el adepto del
Munitorum. Me detuve a saquear el cadáver orko más
cercano y Behriman hizo lo mismo. Encontramos algunas
células de energía que se ajustaban a nuestras armas.
Encontramos granadas de mango largo. Entonces nos
dirigimos a la puerta. Su mecanismo era muy básico. Solo
era una barrera efectiva, si tenía guardias que la
respaldasen. De lo contrario, simplemente era una
escultura morbosa.
Abrimos la puerta y entramos en el templo.
Aquí estoy, Thraka, pensé. ¿Sigues disfrutando esto?
Caminamos por un largo y recto pasillo, de techo bajo.
Behriman y yo teníamos que encorvarnos hacia abajo
para evitar golpear nuestras cabezas contra el techo.
Debía de ser un pasillo indignante para la mayoría de
orkos. Después unos cincuenta metros, llegamos al eje
central del templo.
Era un espacio circular, de alrededor de cincuenta
metros de diámetro, y varias veces mayor en altura. En
una columna central había instalada una cabina de
ascensor de hierro, y en las paredes había una escalera de
metal circular que no tenia barandillas. No era más que
una interminable serie de tablones metálicos soldados a
la pared. La escalera y el ascensor iban desde el suelo
hasta el techo distante sin ninguna interrupción.
El ascensor en estos momentos estaba en uso, pero no
había orkos en la escalera.
—¿Y bien? —preguntó Behriman.
—Hacia arriba —dije—. Si está aquí, estará arriba.
Corrimos a la pared. Empezamos a subir las escaleras
que tendrían que llevarnos al final de nuestra misión.
2
Rogge
No corrió mucho tiempo. Huyó alrededor de un minuto,
metiéndome en túneles aleatoriamente. No oyó nada
delante de él. Así que cuando se encontró con la patrulla,
se quedó muy sorprendido. Tenía la intención de
entregar su fusil al primer orko que encontrara, para
señalar su sumisión a la esclavitud. En cambio, el necio
instinto le traicionó, levantó el arma con el dedo en el
gatillo.
El orko le dio un manotazo al rifle, quitándoselo de las
manos, y le golpeó con fuerza en el rostro. Su pómulo
izquierdo y la nariz acabaron destrozados. El dolor
inundó sus ojos como una repentina nova. Cayó en la
oscuridad con algo muy parecido al alivio.
Los pieles verdes le negaron el refugio del olvido. Una
áspera sacudida le despertó. Su cabeza se echó hacia atrás
con tanta fuerza que sintió que su columna iba a estallar.
Aulló y la sacudida se detuvo. Cayó al suelo, el impacto
sacudió toda la longitud de su cuerpo.
Miró a su alrededor, parpadeando rápidamente.
Todavía estaba por debajo de la superficie del planetoide,
aún en el laberinto de túneles. Estaba en una
intersección de varios túneles. No era tan grande como la
caverna de delante del templo, pero era lo
suficientemente grande para contener los monstruos que
se elevaban por encima y se reían de él. Lágrimas de
desesperada frustración brotaron de sus ojos. Ni siquiera
tendría éxito en rendirse. Iban a matarlo
inmediatamente.
Sólo que no lo hicieron. El orko que lo había sacudido
apareció por encima de su hombro y le lanzó un gruñido,
un ruido que a Rogge le pareció como una mezcla de
temor religioso y alegría. Desde detrás de sus captores
apareció otro orko. Los otros orkos se separaron,
abriendo camino para el enorme orko que se acercaba.
Rogge gimió cuando Thraka, se inclinó hacia delante
para encajar en los túneles, se alzaba por encima de él. El
orko se inclinó, le miró despectivamente y luego
comenzó a alejarse.
Iba a marcharse. De repente, Rogge temió más la
marcha de Thraka que su presencia.
—¡Espera! —exclamó Rogge.
El orko podría no entender el gótico,pensó Rogge. Sin
embargo, parecía reconocer la desesperación. Thraka se
dio la vuelta. Rogge fue repentinamente consciente del
silencio de los orkos. Incluso era posible que estuvieran
aterrorizados. Su mente pensó que estaba cara a cara con
un dios terrible, y estaba desesperado por darle a la
deidad lo que quería.
—¿Qué quiere Thraka? —preguntó.
—¡Yarrick! —respondió Thraka.
Rogge se quedó sin aliento.
—Te puedo dar a Yarrick. ¡Sé dónde está! —dijo
Rogge.
Thraka parecía considerarlo. Su horrible rostro,
destilando salvajismo primitivo, no alteró su expresión.
Thraka estaba esperando.
¿Cómo puedo hacerle entender que sé donde esta?
pensó Rogge.
Se puso de pie y señaló el túnel que su instinto decidió
que era el camino de regreso al templo.
—Yarrick —continuó diciendo.
¿Los orkos posiblemente sabrían el nombre del
comisario? Rogge se metió el brazo derecho y agitó su
codo. Thraka soltó un ladrido corto de diversión. Rogge
se acobardó. Cayó de rodillas. Los orkos que
acompañaban a Thraka siguieron la señal de su
gobernante y rieron con crueles carcajadas. Pero Thraka
sólo se rió una vez. Su verdadero ojo miró en la dirección
que Rogge le señalaba.
—Sí —pensó Rogge—. Sí, es cierto. ¿Sabes lo que estoy
tratando de decirte? Puedo llevarte a Yarrick. Déjame
mostrarte el camino. Me necesitas, se dónde está.
La mirada de Thraka volvió a Rogge. La mandíbula del
orko se dividió en una sonrisa, el tipo de sonrisa que
acompañaba la destrucción de sistemas solares. Rogge
hizo todo lo posible para devolvérsela. Thraka se deleitó
en su esfuerzo, y la sonrisa de orko se ensanchó. El
monstruo asintió una vez, y luego se volvió, para hablar
con uno de sus subordinados. La voz de Thraka retumbó
en las orejas de Rogge. El lenguaje orko sólo podía ser
reproducido por gargantas haciendo gárgaras con vidrios,
rabia y huesos rotos. Rogge no tenía idea de lo que decía,
pero escuchó un patrón de sílabas repetirse un par de
veces. Sonaba como ‘Grotsnik’. Rogge esperaba que fuera
una cosa buena.
Su respuesta no se hizo esperar. Después de un
minuto, un orko diferente apareció en la intersección.
Cualquier orko que no se apartara de su camino a tiempo
lo suficientemente rápido, era apartado bruscamente, con
su grotesca y enorme garra de poder. Su presunción de
superioridad solamente terminó cuando llegó al lado de
Thraka. Se arrodilló humildemente ante su señor, y
gruñó algo. A Rogge se le ocurrió, que la palabra que
había oído era un nombre. Sus esperanzas se
deshilacharon.
Thraka le señaló. Rogge ahora podía ver las enormes
jeringas que Grotsnik, tenia almacenadas en su cinturón
y en su propia carne. Vio las cicatrices y las suturas.
Recordó historias de Castel, sobre las cirugías orkas, entre
la línea de la experimentación y la tortura. Dio un paso
hacia atrás.
Thraka extendió su garra y cogió a Rogge por un
brazo. El coronel gimió al sentir como uno de sus
hombros se dislocaba. Thraka le arrojó a los brazos de
Grotsnik. El orko médico se rió. Y Rogge empezó a gritar
de terror, como nunca lo había hecho.
3
Yarrick
No sé si puedo decir que tuvimos suerte. No si puedo
decir que la suerte no tuvo ningún papel en la catástrofe
del Golgotha. Puedo ver demasiada suerte en los
acontecimientos de aquellos días. No voy a blasfemar y
pretender saber si era por voluntad del Emperador, pero
mi destino, y el de Thraka, ya se había decidido hacía
mucho tiempo.
Así que no sé si Behriman y yo tuvimos suerte o una
maldición. Pero nosotros estábamos a la mitad de la
altura del eje central del templo, antes de que
comenzaran a sonar las sirenas. Habíamos conseguido
llegar hasta aquí sin incidentes. Pero los dos estábamos
sin aliento. Mis piernas estaban pesadas por el dolor.
Incluso en la oscuridad del pozo, pude ver a Behriman
con la cara pálida y brillante por el agotamiento. Pero
segundos después de que sonaran las sirenas, los orkos se
filtraron por la entrada en la planta baja. Mientras que la
mayoría de ellos comenzaron a subir por las escaleras, un
pequeño grupo esperó el ascensor. En cuestión de
segundos, había más de un centenar de pieles verdes
persiguiéndonos, y el Emperador sabía cuántos habría en
la parte superior del templo, que sin duda estarían
alertaron de la presencia de los dos locos humanos. No
teníamos ninguna esperanza. Ninguna en absoluto.
Pero la sensación era extrañamente liberadora. Dio
rienda suelta a nuestra determinación. El rostro de
Behriman se endureció con una emoción fría. Sabía lo
que sentía, porque el mismo fuego bañaba mi ser.
Empezamos a correr. Alguna reserva oculta de
adrenalina, corría por mis venas. Me abrí paso entre el
dolor, el cansancio, y la imposibilidad de realizar nuestra
misión. No teníamos ninguna oportunidad de matar a
Thraka aunque estuviera en los niveles superiores del
templo. Pero lo encontraríamos y lucharía. Conocía de
sobra mi deber con el Emperador y para los de mi
especie. No había precio demasiado alto a pagar, por mí o
por cualquier persona dentro de mi alcance, en la
ejecución de éste deber. Esto, hacia irrelevantes
conceptos tales como la esperanza y la probabilidad. El
camino a seguir estaba claro, era suficiente. Tenía que ir
hacia arriba, de algún modo tenía que ir más rápido, pero
el objetivo obstinadamente parecía cada vez más lejano.
Los orkos empezaron a disparar en nuestra dirección,
pero estaban corriendo mientras disparaban y la distancia
era demasiado grande. Los proyectiles gemían al
impactar contra el metal o la pared. Pero en estos
momentos el ascensor estaba subiendo. En menos de un
minuto nos alcanzaría.
Metí mi pistola en el cinturón, agarré una granada y
seguí subiendo, aprovechando cada segundo que me era
concedido para dar un paso más. Behriman siguió mi
ejemplo. Pero no esperó a que la cabina del ascensor nos
alcanzara, lanzó la granada detrás de nosotros. El
explosivo voló en un arco largo y explotó al chocar contra
las escaleras, dejando un hueco de varios metros de
diámetro.
—La suciedad xenos es adaptable —dijo entre jadeos
—. Vamos a ver cómo le crecen alas.
Solté un gruñido de aprobación, pero no le respondí.
Él era más joven y tenía aliento de sobra. Los orkos eran
adaptables, y aunque no aprenderían a volar,
encontrarían algún modo de cruzar el hueco. Pero tal vez
cuanto lo hicieran fuera demasiado tarde.
Mis ojos se movieron hacia atrás y adelante, entre el
ascensor y las escaleras ante mí. Si tropezaba me caería, y
si me caía sería de las escaleras al vacío. Yo ya había
experimentado el trauma de una caída a gran altitud, no
tenía necesidad de experimentarlo por segunda vez.
Mantuve cuidadosamente el ritmo de mi ascenso.
Desafié el agotamiento de mi carne envejecida. Me moví
hacia arriba, dejando que el ascensor se acercara,
esperando. Cuando los orkos comenzaron a disparar a
través de los barrotes, Behriman los maldijo y ambos nos
agachamos, esquivando los proyectiles por poco. Pero
aún así me levanté, todavía esperando.
El ascensor se detuvo. La puerta se abrió. Los orkos
parecían lo suficientemente cerca como para tocarlos y
entonces les lance la granada, arrojándola a la parte
posterior de la jaula.
Los orkos tuvieron tiempo para exprimir sus cerebros y
darse cuenta de lo que había hecho. Behriman gritó una
maldición cuando un proyectil le atravesó la mejilla. Hizo
que se diera la vuelta y se estrelló contra la pared.
Tropezó, se tambaleó, pero no se derrumbó, ni dejó de
moverse. Tomé ejemplo de su dolor y seguí
moviéndome.
Había movimiento, también, en la jaula. El
movimiento del pánico. Los orkos saltaron, algunos
tratando de llegar a la escalera que estaba cerca, pero no
estaba tan cerca, algunos olvidaron que estaban a más de
cien metros de altura y simplemente saltaron de una
muerte a otra. A continuación, la granada estalló, el
ascensor se desencajó de su soporte y se estrelló contra la
escalera, precipitándose al vacío. Podía oír los aullidos de
los orkos que habían sobrevivido a la explosión. Unos
segundos después, el ascensor impactó en la planta baja
con un sonido más que satisfactorio.
Los gritos de los que nos perseguían por las escaleras se
hicieron más fuertes, pero ahora gritaban de frustración.
Y un enjambre de proyectiles ennegreció el aire.
El ruido de los proyectiles era ensordecedor. Un
proyectil estalló en el escalón en el que tenía apoyado un
pie y perdí apoyo. Cambié mi peso hacia la izquierda y
me estrellé contra la pared en lugar del vacío. El instinto
era el de enroscarme en una bola, para ser un blanco más
pequeño. Pero ese instinto era de cobardes. Me levanté y
me puse en movimiento de nuevo. Ni Behriman ni yo
podíamos correr más. Mis piernas parecían estar echas de
plomo. Me sentía tan inútil como los restos retorcidos del
ascensor. Parecía que estaba en el pozo una vez más,
entre el dolor y el agotamiento. Sería tan fácil dejarme
caer en un adormecimiento, seguir adelante
separándome a mí mismo de mi carne agonizante. Pero
tenía que estar alerta, tenía que estar preparado para
hacer frente a la próxima amenaza.
Debajo de nosotros, los rabiosos orkos expresaron su
ira con sus armas. Behriman utilizó dos granadas más,
destruyendo más escalones detrás de nosotros. Los orkos
subieron trozos de chatarra del ascensor destruido y los
estaban usando para cruzar el primero de los huecos,
pero el proceso les estaba haciendo perder mucho
tiempo.
Miré hacia arriba por primera vez en lo que pareció un
siglo. Las escaleras terminaban en una plataforma. Ya
casi estábamos allí. Unos pasos más, y la subida llegaría a
su final. Ésta esperanza hizo que gastáramos las últimas
fuerzas en nuestras piernas, y comenzamos a correr de
nuevo.
Un cohete impactó contra la pared, justo debajo de la
plataforma, y el mundo se desgarró. Estaba volando, con
los ojos llenos de luz, las orejas ensordecidas por el
estallido y la mente maltratada por una negación furiosa.
No podía sucumbir a tal perversidad. Abrí el puño,
notando nada más que aire y esperando la derrota, en
cambio encontré metal. Me aferré con la ferocidad de la
rabia. La explosión se apoderó de mí y sacudió con fuerza
mis huesos. Entonces las sacudidas terminaron dejando
atrás el dolor, el retorno del pensamiento consciente, y la
desesperación.
Estaba aferrándome a un puntal que sobresalía de la
dañada plataforma. Las escaleras debajo de mí habían
desaparecido. La explosión me había hecho salir
despedido y estaba colgando de un saliente de la
plataforma. Abajo, solo me esperaba una larga caída y el
descanso final.
Y Behriman colgaba agarrado de mi pierna.
Era pesado. Pero tal vez, a pesar de la presión
adicional, tal vez pudiera aguantar y salvarnos a los dos.
—¡Suba! —grité con voz áspera, apretando los dientes
—. Trepe hacia la plataforma y luego podrá subirme.
Behriman lo Intentó. Pero tan pronto como se movía
empezamos a girar y mi mano se deslizaba. Al final se
detuvo. Sus rasgos parecieron relajarse. Y sus ojos me
miraron con gratitud.
—Les hemos enseñado, una cosa o dos —dijo—.
¿Comisario, va a terminar la misión?
—Lo juro. La terminaré.
Behriman asintió con la cabeza, satisfecho y se soltó,
abriendo los brazos en su vuelo al vacío. Sonrió mientras
se dejaba caer en libertad. Aparté la vista para no ver la
caída. Concentré toda mi atención en la mano, oía el
estruendo de los orkos, el zumbido de los proyectiles y la
posibilidad de otro cohete. Mi situación era desesperada.
Noté como la fuerza se desvanecía de mi brazo. No había
donde apoyarme con las piernas. No había donde
apoyarme con el muñón del brazo derecho. Apreté con
más fuerza mi mano en el puntal, y me la imaginé
soldada al metal.
No podía caerme, por la gracia del Emperador.
Comencé a levantar el peso de mi viejo y maltratado
cuerpo, con un solo brazo. El dolor explotó en mi
hombro y parte superior del brazo. No podía aguantarlo,
solamente pensaba que Él me daría fuerzas, no podía
fallarle al Emperador. La desesperación hizo que
floreciera una fuerza milagrosa, estaba mucho más allá
de la desesperación. Mi brazo estaba doblado, la parte
superior del pecho y la cabeza reposaban en el borde de
la plataforma. Me sacudí hacia delante. Antes de que me
fallaran las fuerzas, y mi barbilla golpeó el metal. Al final
pude apoyarme también con el muñón del otro brazo lo
que me dio más impulso. Mi puño se volvió alrededor
del puntal, y de repente el puntal se desprendió de la
plataforma. Atrayéndome hacia abajo, pero no antes de
que pudiera enderezar el brazo lo que me impulsó hacia
adelante. Grité de dolor cuando la gravedad comenzó a
tirar de mí, pero fracasó. De la cintura para arriba, ya
estaba tumbado en la plataforma. Descansé un
momento, luego me retorcí, tirando de mi mismo hasta
que todo mi cuerpo estuvo encima de la plataforma.
Mi cuerpo pedía a gritos que me quedara donde
estaba. Pero me puse de pie, vacilante, y me tambaleé
hacia adelante. Intente coger la pistola laser, pero el
ataque con cohetes la había desprendido de mi cinturón.
—¡El Emperador protege! —susurré—. ¡El Emperador
abastece! —tenía fe en que lo hacía. Con todas las fuerzas
que me quedaban me arrastré por la plataforma y me
apoyé en la puerta, luego empujé la puerta unos
centímetros y pasé a través de ella.
Thraka no me estaba esperando al otro lado, ni otros
orkos. La habitación era grande, pero no tan grande
como el grandioso exterior sugería. Estaba en la cúspide
del templo. Me esperaba un santuario dedicado a los
salvajes dioses pieles verdes. En cambio, me encontré con
una sala de mando. Estaba en el centro de control del
pecio espacial. Estaba rodeado de la versión orka de
consolas de control. Eran enormes y ridículamente
sencillas para los estándares humanos. Cada consola sólo
tenía un botón, uno enorme de color rojo. Y en el centro
de la sala, un bloque de piedra servía de tarima. Era lo
suficientemente amplia y lo suficientemente grande, para
que pudiera sentarse una monstruosidad como Thraka.
Seguramente se quedaba allí, dando órdenes a sus
subordinados, que estarían en las consolas. No había
nadie en la sala, porque el pecio espacial no estaba en
movimiento. El tedio de permanecer en una sala de
control inactiva, estaría más allá de la comprensión de la
mente orka.
Estaba solo, pero no sería por mucho tiempo. Entre las
granadas y el cohete, el camino hasta el centro neurálgico
estaría obstruido temporalmente. Pero el templo era una
fusión de naves, y por lo tanto un laberinto de pasadizos.
Los orkos encontrarían la forma de entrar. La pared de
mi derecha no tardó en resonar con los gritos de metal
desgarrándose y la explosión de cargas explosivas.
Estarían aquí pronto. Tenía que concentrarme en lo que
tenía que hacer ahora.
En uno de los lados de la sala de mando había unos
enormes ventanales. Eran los ojos del ídolo orko, desde
el que podía observar todo el pecio espacial. Mientras
pensaba qué daños podría hacer aquí, me di cuenta por
primera vez de cómo habían ubicado las naves
capturadas, y la forma de propulsión del planetoide,
pude ver los grandes motores que propulsaban el pecio
espacial, algunos de ellos más grandes que un crucero,
algunos aún estaban en sus naves originales, la nave
había sido insertada en el planetoide, como si fueran una
flecha, con los motores dando al espacio. Otros habían
sido desmontados de sus naves originales, con todas sus
estructuras circundantes, y vueltos a montar en el pecio
espacial. Miré como estaban colocados los motores, y me
di cuenta de la colosal fuerza motriz que se necesitaba
para mover el pecio espacial. Me puse junto a las consolas
y enseguida entendí como navegaba el pecio espacial, un
botón por motor, cada motor dirigía al pecio espacial en
una dirección diferente. Era tan simple que rozaba la
imbecilidad, demasiado tosco para cualquier precisión,
pero los orkos no tenían necesidad de precisión.
La pared chilló otra vez. Los orkos estaban al otro lado.
Oí el sonido de los dientes de adamantium desgarrando
el metal. Behriman, Castel, Polis, Bekket, Trower, Vale,
sus sacrificios me habían comprado unos cuantos
segundos muy valiosos. Y en estos momentos podía
hacerles el honor de aprovecharlos. Comencé a correr
por la sala de mando, de consola en consola, activando
todos los botones. Destruiría a Thraka con su propia
arma.
Uno tras otro, los motores flamearon a la vida. Fuerzas
inmensas se tensaron una contra las otras. En cuanto
apareció el primer agujero en la pared, el temblor
comenzó. Era como si el pecio espacial estuviera siendo
golpeado por un terremoto que no paraba, y seguía
aumentando en fuerza. La base de Thraka se convirtió en
una colisión perpetua entre los motores de las naves. Los
reactores de fusión robados iluminaron la noche. Las
fuerzas, más allá de la tectónica, retorcían el pecio
espacial. Explosiones de promethium estallaron por toda
la estructura a medida que las fugas de combustible, por
roturas de tuberías, se multiplicaban.
Y el temblor se hacía cada vez más fuerte. Me costaba
mantenerme en pie, me arrastraba hacia el ventanal, para
poder ver mi obra. Las construcciones externas,
empezaban a desprenderse del planetoide. Los cascos de
las naves se estaban liberando de sus anclajes, algunas al
desprenderse, aplastaban estructuras más pequeñas, lo
que desencadenó más explosiones. Las que se
desprendían hacia el vacío, serían destruidas por una
fuerza más poderosa que la gravedad artificial del
planetoide. El pecio espacial, se retorcía, era como si el
mundo estuviera desgarrándose con truenos y llamas, era
glorioso.
Hubo una explosión en la base del templo. Y una
columna de fuego rugió hacia el cielo, lo consumió todo
dejándolo purificado. El mundo más allá del ventanal
desapareció en un resplandor de color rojo
incandescente. La estructura gimió, estaba muriendo, y
se tambaleó hacia un lado, como si tratara de caminar.
Los orkos consiguieron abrir un hueco por el que
pasar, e irrumpieron en la sala de control. Pero ya era
demasiado tarde. Vi a Thraka entrar por el agujero
pisoteando sus acompañantes. Entonces el suelo tembló y
se partió en dos, me desplomé. Caí y resbalé, alejándome
de las manos de Thraka mientras se abalanzaba sobre mí.
Me sumergí en un caos de llamas y escombros de metal.
En el último momento antes de que fuera tragado por la
oscuridad, vi a Thraka en las ruinas de su dominio que
explotaba. Estaba rugiendo en su apogeo, con los brazos
en alto, mi pensamiento fue que parecía exultante.
EPÍLOGO
La despedida
Me desperté y estaba completo. Lo sabía antes de abrir
los ojos, que lo que se me había arrebatado, volvía a ser
mío. Mi brazo derecho lo volví a sentir pesado y letal. Lo
miré. Mi garra estaba allí, como debía ser.
Aún no había energía fluyendo en la garra y tenía mi
ojo aumentico también sin energía. Sin embargo, la
presencia de la garra y del ojo era suficiente consuelo.
Pero ¿cómo había sido rescatado?
Me senté, observando mi entorno. Estaba tumbado en
una sucia mesa de operaciones, manchada de sangre y
apestando con el hedor de mil atrocidades. Me
encontraba en un quirófano de medicae, pero las
herramientas quirúrgicas que vi, habrían horrorizado
hasta al cirujano más fanático.
No había sido rescatado. Todavía estaba en el pecio
espacial. Mi garra y ojo, me los habían vuelto a implantar
correctamente. Las dos realidades eran incompatibles en
lo fundamental, en un nivel que su coexistencia, hizo que
me confundiera.
Levanté mis piernas por el borde de la mesa y me
incorporé. Mis lesiones habían sido tratadas y limpiadas,
solo sentía un ligero dolor. No tenía ningún hueso roto,
estaba intacto. Vi enseguida que podía caminar. Me
acerqué a la puerta.
Abrí la puerta y me detuve. Más allá, los orkos se
alineaban a ambos lados del corredor. Habían estado
esperándome. El momento en que aparecí, rugieron de
aprobación. No me atacaron. Simplemente estaban
golpeando sus armas con las hojas de sus cuchillos y
abucheando. Había asistido a demasiados desfiles de
celebración en Armageddon, para no reconocer cuando
estaba en uno. Estaba aturdido por la irrealidad que tenía
ante mí. Sin embargo no tenía otra opción, así que di un
paso hacia delante y caminé. Fue la marcha de la victoria
más obscena de mi vida. Me moví a través de pasillo
hacia una bodega, las multitudinarias filas de pieles
verdes me elogiaron todo el camino. Pude ver evidencias
de la destrucción que había causado en cada esquina.
Marcas de quemaduras, tuberías remendadas, suelos
combados, techos derrumbados. Pero no había sido
suficiente. Sólo había sido suficiente para esto…
Estaba viviendo un evento que no tenía nombre.
Por fin, llegué a una bahía de lanzamiento. Ante la
inmensa compuerta que daba al vacío había una nave
preparada. Era humana, un pequeño transbordador de
sistema. No fue construido para viajes largos. No
importaba, siempre y cuando su sistema de
comunicaciones estuviera operativo.
Ghazghkull Mag Uruk Thraka me esperaba junto a la
nave, en la rampa de acceso. No dejé que mi confusión
ralentizara mi ritmo. Sin dudar me dirigí hacia el
monstruo. Me detuve frente a él. Le miré fijamente a los
ojos, con todo el frío odio de mi alma. Pero el orko
irradiaba alegría.
Luego se inclinó hacia adelante, un coloso con
armadura y fuerza bestial. Nuestros rostros estaban a
meros centímetros de distancia.
Mi alma tiene muchas cicatrices por los días y meses
de mi derrota, y por mi cautiverio. Pero hay un recuerdo,
por encima de todos los demás, que me atormentaba.
Durante el día, me incitaba a la acción. Por la noche, se
transformaba en pesadillas que vivirían conmigo para
siempre, la prueba de que difícilmente podría haber una
amenaza más terrible para el Imperio que éste orko.
Thraka me habló.
No en orko. Ni siquiera en bajo gótico.
En gótico alto.
—Una gran pelea —dijo. Extendió un enorme dedo de
su garra, tocándome una vez en el pecho—. Mi mejor
enemigo.
Thraka se hizo a un lado e hizo un gesto hacia la
rampa.
—Ve a Armageddon —dijo—. Prepárate para una
batalla más grande.
Entré en la nave, aturdido por las palabras de Thraka,
cuyo horror no radicaba en su contenido, sino en el
hecho de su existencia.
Encontré la cabina y descubrí que tenía un piloto.
Era Rogge. Su boca se abrió en un grito, pero no había
ningún sonido. No tenía cuerdas vocales. Había muy
poco de su cuerpo reconocible. Le habían abierto,
reorganizado y fusionado con los sistemas de guía y
control de la nave. Había sido transformado en un
servidor consciente. Me prometí, que lo seria para
siempre.
—Sacarnos de aquí —le ordené.
El estruendo de los motores de la nave al encenderse,
no pudo apagar el rugido de guerra de los orkos. Sabía
por qué rugían, era como una promesa de una guerra
que no podía describirse. En silencio, les hice a los orkos
una promesa. Ellos me dejaban ir porque habían vivido
mi leyenda. Me gustaría hacer más que eso, cuando
regresara de nuevo a Armageddon, comenzaría a
prepararme para la guerra que se avecinaba.
Y les mandaría a todos al infierno.

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