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Abstract
El presente trabajo tiene como propósito realizar una lectura de El enfermo imaginario -
obra de Molière- desde determinadas coordenadas que permitan problematizar la estructura
neurótica de Argan, su personaje principal. Se pondrá en relación al síntoma neurótico
obsesivo -que se presenta como “un asunto privado del enfermo”- con su cuerpo en tanto
que éste se encuentra afanizado y escindido del síntoma, y con la muerte como elemento
fundamental, que en la obra funciona como factor desencadenante de un nuevo
posicionamiento subjetivo de Argan, siguiendo la estructura de la comedia clásica: orden
inicial-desorden-nuevo orden superior.
Se entenderá al síntoma en su sin sentido, en su dimensión indescifrable, tomando -en
términos de Sigmund Freud- su “rasgo conservador” o –desde la perspectiva de Jacques
Lacan- lo concerniente a lo real y su implicación en el goce irremovible del sujeto.
Desde este lugar, se leerá el final de la obra en los términos de la problemática sobre el fin
del análisis.
Palabras clave: neurosis obsesiva - síntoma - Moliére - fin del análisis
I. Argan y la neurosis obsesiva
constantemente, por lo que demanda los cuidados médicos que consisten en pócimas y
purgas a través de enemas. Está casado por segunda vez con Belisa, la cual se mantiene en
la relación por su herencia. Tiene una hija pequeña, Luisa, y otra, Angélica, a la cual no le
permite casarse con quien ella quiere, instándola a que lo haga con el hijo de su médico ya
que sería conveniente para él tener a una persona con sus conocimientos cerca de la familia.
Una rápida lectura nos permite leer allí una estructura obsesiva en su modo de enlazarse
Acto II, en la que Argan arrebata los papeles que leían Angelica y Cleonte –su amante- en
escritura del deseo que demanda negar, pero se le revela lo ilegible del deseo, lo
inarticulable: “¿Dónde está la letra que habéis cantado? Aquí no hay más que música.” Por
otro lado, le ofrece al Otro su imagen para taponar la falta (en la Escena VI Acto I Belisa
dota a Argan con la apariencia de un falo: le cubre los orificios de su cuerpo con ropa).
Por otra parte, Argan demanda los cuidados médicos, en un pedido que vuelve una y otra
vez y que no se satisface en su término, sino que es un resto que oficia con la insistencia
monocorde de la repetición.
Al remarcar el carácter de repetición que toma el síntoma en Argan se vislumbra una forma
de entenderlo que va más allá de lo que pueda interpretarse de él. No hay término para las
purgas ni para las pócimas, que se repiten de forma monótona. Ahí no hay invención ni
tampoco hay adición sino adicción, porque por más que Argan lleve contabilizadas sus
purgas y sus medicinas lo que cuenta y repite no son unos que se suman sino el Uno
inextinguible, aquello que queda por fuera del ser del lenguaje, que retorna siempre al
mismo lugar. Es lo que se le presenta a Freud como resto sintomático, lo que denominará
rasgo conservador en el caso Dora, el “odre viejo” que se llena con el nuevo vino. La vía
del sentido del síntoma se agota, y en su agotamiento denuncia que lo que se erige como
verdad del síntoma –verdad dada por el sentido vía interpretación- no lo es todo, y que el
encuentro es, en última instancia –pero que se encuentra allí desde el origen-, con un sin-
sentido opaco e ilegible que se relaciona con el goce irremovible que adviene como plus
allí donde opera la pérdida en la cual el sujeto se constituye como tal. Lo que se pierde en
esta operación constitutiva es el goce natural por el hecho de ser hablantes, es decir, por la
imaginaria de un cuerpo ideal impotente para atrapar lo real del síntoma, que se encuentra
establece entre el yo y la imagen. El goce allí no circula, permanece fijado. En efecto, las
atenciones que le propicia Argan a su cuerpo dan cuenta de un culto al Uno, perfecto, lugar
neurosis obsesiva, esto no impide que encontremos en el síntoma un modo de expresión del
cuerpo que se corresponde con el fenómeno hipocondríaco, que es el cuerpo como reflejo
el punto en el que el cuerpo llega a manifestarse como turbación que se revela la dimensión
del Otro. Esta turbación implica una pérdida de la potencia del cuerpo que requiere del
llamado al Otro. Es en las coordenadas que nos marca dicha pérdida y el cuerpo donde
que, en el campo del Otro, algo se desgarra y muestra la pérdida que constituye al cuerpo
mismo como objeto a. Esta operación está contenida desde un primer tiempo en Argan, en
el cual de la relación a—i(a) que teje el obsesivo con su cuerpo idealizado se extrae o,
mejor dicho, cae el a como resto y alteridad. Es, entonces, en aras de la exclusión del Otro
para protegerlo de su destrucción –en tanto que el obsesivo se dirige al Otro con una
condición absoluta a modo de preservarlo- que lo que se desprende está escindido del
síntoma, y por lo que el síntoma mismo está escindido del Otro y no hace lazo. Citando a
El pensamiento recurrente de Argan sobre su propia muerte, a través del miedo a ser
“hombre muerto” sin los cuidados médicos, puede dar la apariencia de que la misma se
que indica ese pensamiento es, justamente, la negación de la contingencia del ser, que es la
inclusión de la muerte como la posibilidad del sujeto que hace relativas al resto de las
posibilidades. Se desprende de esto una forma de concebir a la muerte como un hecho
realizarlos, no muere. Es, en última instancia, la negación del inconciente por parte del
inconciente –un acto fallido-, cree poder evitarlo: es decir, negarlo y, por contigüidad, a su
Antoñita, la criada de Argan, quienes armen una play-scene con Argan poniendo su cuerpo.
Argan pone su cuerpo en tanto cuerpo muerto, fingiendo morir para ver las reacciones ante
enterarse, festeja; la hija, al enterarse, llora. Lo que emerge aquí es un cuerpo de otra
fragmentado –zonal-, pasible de inscripción: un cuerpo que le hace falta, es decir, el cuerpo
como objeto causa, cuerpo del deseo. Cuerpo objeto causa: en la Escena X Antoñita,
haciéndose pasar por médico, le recomienda que se corte un brazo porque “se lleva para sí
todo el alimento”; Argan responde que no se lo va a cortar porque ese brazo le hace falta.
Beraldo actúa como analista en su lectura que hace sobre el síntoma de Argan. Primero
intenta por la vía del sentido hacerlo explotar: le dice que es un hombre sano, y que lo
prueba el hecho de que resista todas las lavativas y que no haya muerto a causa de eso, pero
Argan insiste en que si las abandona es “hombre muerto”. Pero después apunta a una
imposibilidad constitutiva en los hombres de acceder a “lo real”, debido al velo que ante
nuestros ojos la Naturaleza ha puesto (la Naturaleza del ser hablante es la del Significante).
Es decir, esta última intervención convoca a referir al síntoma a un lugar inaccesible por vía
del sentido a partir de una lectura que lo priva de él. Y, además, su discurso intenta restituir
al Otro, alojar ahí una falta, en tanto que le sugiere que el saber médico tiene sus
limitaciones.
En el fin de la obra puede leerse una relación con el fin del análisis, entendido este como el
que lo determina al precio de su ser, ya que es mediante un acto que lo hace –que no es
cifrable y queda por fuera del lenguaje- y que implica un corte en el enlace de la cadena que
sostiene al sujeto, que así desaparece. Este acto se encuentra en el último Intermedio, que
haga él mismo médico. Argan presenta objeciones neuróticas (“¿Estoy en edad de ponerme
a estudiar?”), aunque accede a una situación sin salida en relación al Otro. El último
Intermedio consiste en la ficción que arma Beraldo que parodia la graduación de Argan. Es,
reducción a materia significante, aquella que marca el cuerpo y acontece como síntoma:
A pesar de que esta escena sea armada por el Otro, no deja de constituir un acto en tanto
que lo que allí responde es del orden del ser del sujeto –es decir, sin Otro o en suspensión-
nuevamente y enlazarse de otro modo con el Otro, modo que estará determinado por la
- Freud, S. (1976) Obras Completas Tomo VII, Ed. Amorrortu, Buenos Aires.
- Freud, S. (1976) Obras Completas Tomo XVI, Ed. Amorrortu, Buenos Aires.
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