Está en la página 1de 7

Autor: Matías Rivas

Título: El enfermo imaginario y lo real del síntoma

Abstract

El presente trabajo tiene como propósito realizar una lectura de El enfermo imaginario -
obra de Molière- desde determinadas coordenadas que permitan problematizar la estructura
neurótica de Argan, su personaje principal. Se pondrá en relación al síntoma neurótico
obsesivo -que se presenta como “un asunto privado del enfermo”- con su cuerpo en tanto
que éste se encuentra afanizado y escindido del síntoma, y con la muerte como elemento
fundamental, que en la obra funciona como factor desencadenante de un nuevo
posicionamiento subjetivo de Argan, siguiendo la estructura de la comedia clásica: orden
inicial-desorden-nuevo orden superior.
Se entenderá al síntoma en su sin sentido, en su dimensión indescifrable, tomando -en
términos de Sigmund Freud- su “rasgo conservador” o –desde la perspectiva de Jacques
Lacan- lo concerniente a lo real y su implicación en el goce irremovible del sujeto.
Desde este lugar, se leerá el final de la obra en los términos de la problemática sobre el fin
del análisis.
Palabras clave: neurosis obsesiva - síntoma - Moliére - fin del análisis
I. Argan y la neurosis obsesiva

Argan, protagonista principal de El enfermo imaginario, cree estar enfermo

constantemente, por lo que demanda los cuidados médicos que consisten en pócimas y

purgas a través de enemas. Está casado por segunda vez con Belisa, la cual se mantiene en

la relación por su herencia. Tiene una hija pequeña, Luisa, y otra, Angélica, a la cual no le

permite casarse con quien ella quiere, instándola a que lo haga con el hijo de su médico ya

que sería conveniente para él tener a una persona con sus conocimientos cerca de la familia.

Una rápida lectura nos permite leer allí una estructura obsesiva en su modo de enlazarse

con el Otro y la negación de su deseo a través de la demanda. Es ilustrativa la Escena V del

Acto II, en la que Argan arrebata los papeles que leían Angelica y Cleonte –su amante- en

la obra en la cual representan su enamoramiento, en una búsqueda por encontrar allí la

escritura del deseo que demanda negar, pero se le revela lo ilegible del deseo, lo

inarticulable: “¿Dónde está la letra que habéis cantado? Aquí no hay más que música.” Por

otro lado, le ofrece al Otro su imagen para taponar la falta (en la Escena VI Acto I Belisa

dota a Argan con la apariencia de un falo: le cubre los orificios de su cuerpo con ropa).

Por otra parte, Argan demanda los cuidados médicos, en un pedido que vuelve una y otra

vez y que no se satisface en su término, sino que es un resto que oficia con la insistencia

monocorde de la repetición.

II. Interpretación, sentido y después

Al remarcar el carácter de repetición que toma el síntoma en Argan se vislumbra una forma

de entenderlo que va más allá de lo que pueda interpretarse de él. No hay término para las

purgas ni para las pócimas, que se repiten de forma monótona. Ahí no hay invención ni
tampoco hay adición sino adicción, porque por más que Argan lleve contabilizadas sus

purgas y sus medicinas lo que cuenta y repite no son unos que se suman sino el Uno

inextinguible, aquello que queda por fuera del ser del lenguaje, que retorna siempre al

mismo lugar. Es lo que se le presenta a Freud como resto sintomático, lo que denominará

rasgo conservador en el caso Dora, el “odre viejo” que se llena con el nuevo vino. La vía

del sentido del síntoma se agota, y en su agotamiento denuncia que lo que se erige como

verdad del síntoma –verdad dada por el sentido vía interpretación- no lo es todo, y que el

encuentro es, en última instancia –pero que se encuentra allí desde el origen-, con un sin-

sentido opaco e ilegible que se relaciona con el goce irremovible que adviene como plus

allí donde opera la pérdida en la cual el sujeto se constituye como tal. Lo que se pierde en

esta operación constitutiva es el goce natural por el hecho de ser hablantes, es decir, por la

incursión del significante.

III. Argan, la neurosis obsesiva y el cuerpo

El síntoma en Argan participa con un cuerpo imaginado. Mejor dicho, el síntoma no se

encuentra en el cuerpo, sino en los pensamientos sobre el cuerpo, en la constitución

imaginaria de un cuerpo ideal impotente para atrapar lo real del síntoma, que se encuentra

en la escritura del cuerpo. Su densidad se reduce a la relación imaginaria y narcisista que se

establece entre el yo y la imagen. El goce allí no circula, permanece fijado. En efecto, las

atenciones que le propicia Argan a su cuerpo dan cuenta de un culto al Uno, perfecto, lugar

de un equilibrio consistente en la alternancia -en un movimiento pendular- del vaciado y

llenado del cuerpo vía purgas.


Si bien por lo que se ha desarrollado hasta este punto se enmarca a Argan en la estructura

neurosis obsesiva, esto no impide que encontremos en el síntoma un modo de expresión del

cuerpo que se corresponde con el fenómeno hipocondríaco, que es el cuerpo como reflejo

especular del organismo: el cuerpo como un organismo. El fenómeno hipocondríaco puede

ayudar a comprender el modo en que es entendido el cuerpo en el plano imaginario. Pero es

el punto en el que el cuerpo llega a manifestarse como turbación que se revela la dimensión

del Otro. Esta turbación implica una pérdida de la potencia del cuerpo que requiere del

llamado al Otro. Es en las coordenadas que nos marca dicha pérdida y el cuerpo donde

aparece el objeto a. Es en la turbación y su llamada de auxilio al Otro el momento en el

que, en el campo del Otro, algo se desgarra y muestra la pérdida que constituye al cuerpo

mismo como objeto a. Esta operación está contenida desde un primer tiempo en Argan, en

el cual de la relación a—i(a) que teje el obsesivo con su cuerpo idealizado se extrae o,

mejor dicho, cae el a como resto y alteridad. Es, entonces, en aras de la exclusión del Otro

para protegerlo de su destrucción –en tanto que el obsesivo se dirige al Otro con una

condición absoluta a modo de preservarlo- que lo que se desprende está escindido del

síntoma, y por lo que el síntoma mismo está escindido del Otro y no hace lazo. Citando a

Freud, el síntoma obsesivo se presenta como un “asunto privado del enfermo”.

IV. Las muertes y Beraldo (¿analista?)

El pensamiento recurrente de Argan sobre su propia muerte, a través del miedo a ser

“hombre muerto” sin los cuidados médicos, puede dar la apariencia de que la misma se

presenta en su esencia, cuando no es más que su radical rechazo, su falsa aceptación. Lo

que indica ese pensamiento es, justamente, la negación de la contingencia del ser, que es la

inclusión de la muerte como la posibilidad del sujeto que hace relativas al resto de las
posibilidades. Se desprende de esto una forma de concebir a la muerte como un hecho

evitable. En Argan, evitable a través de los cuidados: si los extrema, si no cesa de

realizarlos, no muere. Es, en última instancia, la negación del inconciente por parte del

obsesivo, que al ubicar el motivo de la muerte en un “accidente” que provendría del

inconciente –un acto fallido-, cree poder evitarlo: es decir, negarlo y, por contigüidad, a su

causa, que es el inconciente mismo. La muerte se presenta, entonces, como muerte

imaginaria, que está en las antípodas de la asunción del ser-para-la-muerte.

La irrupción de Beraldo, hermano de Argan, trastoca el orden. Será él en complicidad con

Antoñita, la criada de Argan, quienes armen una play-scene con Argan poniendo su cuerpo.

Argan pone su cuerpo en tanto cuerpo muerto, fingiendo morir para ver las reacciones ante

su muerte de su esposa y de su hija mayor –paradoja: ve cerrando los ojos-. La esposa, al

enterarse, festeja; la hija, al enterarse, llora. Lo que emerge aquí es un cuerpo de otra

índole, en el que la muerte ya está implicada como posibilidad. Es el cuerpo que se

encontraba escindido en su síntoma “de entrada”, un cuerpo que es tomado como

fragmentado –zonal-, pasible de inscripción: un cuerpo que le hace falta, es decir, el cuerpo

como objeto causa, cuerpo del deseo. Cuerpo objeto causa: en la Escena X Antoñita,

haciéndose pasar por médico, le recomienda que se corte un brazo porque “se lleva para sí

todo el alimento”; Argan responde que no se lo va a cortar porque ese brazo le hace falta.

Beraldo actúa como analista en su lectura que hace sobre el síntoma de Argan. Primero

intenta por la vía del sentido hacerlo explotar: le dice que es un hombre sano, y que lo

prueba el hecho de que resista todas las lavativas y que no haya muerto a causa de eso, pero

Argan insiste en que si las abandona es “hombre muerto”. Pero después apunta a una

imposibilidad constitutiva en los hombres de acceder a “lo real”, debido al velo que ante
nuestros ojos la Naturaleza ha puesto (la Naturaleza del ser hablante es la del Significante).

Es decir, esta última intervención convoca a referir al síntoma a un lugar inaccesible por vía

del sentido a partir de una lectura que lo priva de él. Y, además, su discurso intenta restituir

al Otro, alojar ahí una falta, en tanto que le sugiere que el saber médico tiene sus

limitaciones.

En el fin de la obra puede leerse una relación con el fin del análisis, entendido este como el

momento en el que, despojado de lo que de ilusoria tiene la verdad, el sujeto accede a lo

que lo determina al precio de su ser, ya que es mediante un acto que lo hace –que no es

cifrable y queda por fuera del lenguaje- y que implica un corte en el enlace de la cadena que

sostiene al sujeto, que así desaparece. Este acto se encuentra en el último Intermedio, que

acontece posteriormente a la última escena, en la cual Beraldo le propone a Argan que se

haga él mismo médico. Argan presenta objeciones neuróticas (“¿Estoy en edad de ponerme

a estudiar?”), aunque accede a una situación sin salida en relación al Otro. El último

Intermedio consiste en la ficción que arma Beraldo que parodia la graduación de Argan. Es,

además, en el texto del Intermedio, donde puede leerse la materialidad de la escritura, su

reducción a materia significante, aquella que marca el cuerpo y acontece como síntoma:

una letra sin-sentido, un jeroglífico (estrictamente, un latín modificado).

A pesar de que esta escena sea armada por el Otro, no deja de constituir un acto en tanto

que lo que allí responde es del orden del ser del sujeto –es decir, sin Otro o en suspensión-

que, en su franqueamiento, en su autorizarse a sí mismo, se desvanece como tal, para surgir

nuevamente y enlazarse de otro modo con el Otro, modo que estará determinado por la

forma de enunciación de la separación. Lo que emerge es, entonces, un sujeto ético, en

tanto que es responsable de su acto.


BIBLIOGRAFÍA

- Freud, S. (1976) Obras Completas Tomo VII, Ed. Amorrortu, Buenos Aires.

- Freud, S. (1976) Obras Completas Tomo XVI, Ed. Amorrortu, Buenos Aires.

- Godoy, C. (2010) MUERTE Y ACTO EN LA NEUROSIS OBSESIVA. II Congreso

Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XVII Jornadas

de Investigación Sexto Encuentro de Investigadores en Psicología del

MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

- Lacan, J. (1988) El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo

sofisma, Ed. Siglo XXI, Argentina.

- Lacan, J. (2006) Seminario 10, Ed. Paidós, Buenos Aires.

- Lombardi, G.; La relación del neurótico obsesivo con su cuerpo. Disponible en

http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/obligat

orias/114_adultos1/material/archivos/la_relacion_del_neuro_con_su_cuerpo.pdf

- Miller, J. A. (2012) Leer un síntoma, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, Número

12, EOL, Bs. As.

- Molliere (2004) El enfermo imaginario, Ed. Longseller, Buenos Aires.

También podría gustarte