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Neurobiología de la conducta agresiva

Estudiantes: David Hincapié Rodríguez.


¿Qué es la conducta agresiva?

Una definición de la conducta agresiva, sería la expuesta por Valzelli (1983), que la considera
como un factor normal, la cual se manifiesta para la supervivencia, la eliminación de
amenazas y para protegerse ante cualquier ataque contra la integridad. Su objetivo es la
conservación de la especie y del individuo, por lo que es en respuesta a un estímulo, pero
solo en las especies depredadoras, la agresividad se orienta a la destrucción del oponente.
En base a esta propuesta se da una distinción entre agresión y violencia, la primera es una
conducta normal, como ya se ha mencionado, su objetivo es la supervivencia, la violencia no
tiene ninguna base adaptativa, por lo que su centro de ataque puede ser alguien que ni siquiera
plantea una amenaza y su meta es el daño en extremo de otro ser, llegando al asesinato.
La violencia también se ve influenciada por factores culturales, ambientales y sociales. Aun
así, ambas definiciones no se alejan por completo, y es común ver que ambas se entrelazan
para conseguir la supervivencia en un entorno exigente. (Vassos, Collier y Fazel, 2014)

¿Qué sustancias actúan durante la conducta agresiva?

¿Cómo funciona el cerebro en relación al comportamiento?


La agresión puede ser favorecida por lesiones o fallos a nivel estructural como también a
nivel molecular. Las diferentes estructuras nerviosas actúan en equilibrio de inhibición y
activación de la agresión mediante distintas sustancias bioquímicas, dichas sustancias
fundamentan la actividad mental, en consecuencia, muchos aspectos de una disfunción
comportamental pueden estar relacionados con una falla en la neurotransmisión o fallos en
el sistema endocrino, por eso es importante tener control de estos factores y como se
relacionan, para avanzar en el diagnóstico y tratamiento de la agresividad y otros desordenes
psíquicos.
El cerebro está compuesto de diferentes engranajes que equilibran la modulación entre la
activación y regulación de la agresión mediante sustancias químicas muy variadas, al
principio se pretendía relacionar cada conducta específica con la actividad de transmisores
químicos particulares en regiones cerebrales concretas. Los diferentes tipos de agresión
diferirían en su substrato neuroquímico, hoy en día se sabe que la agresión y otros
comportamientos, obedecen a una teoría de neuromodulación múltiple, según la cual hasta la
pauta comportamental más simple está influida por un complejo proceso neuronal y
hormonal, en constante interacción mutua. Las diferentes sustancias no actúan en solitario,
en cualquier conducta muestran una compleja interacción entre sí.
Así como estados internos producen cambios a nivel comportamental, el propio
comportamiento produce cambios biológicos, en cómo se sintetizan los neurotransmisores,
en cómo actúan los receptores o en cuáles son los genes que se expresan. Es decir, no
considerar a la biología como única causa del comportamiento, en cuanto que el hecho de ser
agresor o víctima, como otras situaciones, ponen en movimiento a los procesos
neurobiológicos.

A continuación, se expondrán las diferentes sustancias asociadas al estudio de la


agresión.

Se ha determinado que la alteración en los receptores de la dopamina está implicada en las


respuestas de agresividad, al medir los niveles de este neurotransmisor, se ha encontrado que
los individuos más agresivos eran los que presentaban mayores niveles de dopamina al
momento de la agresión. Estas alteraciones pueden ser causadas por consecuencias
metabólicas o genéticas en los receptores que provocaban una hiperactividad dopaminérgica.
Así se propone que la administración de agonistas para receptores tanto D1 como D2 (Por
ejemplo, anfetaminas, cocaína, alcohol) inducen en sujetos humanos como animales
intranquilidad, irritabilidad y aumento de la conducta agresiva.
A nivel estructural se ha encontrado en modelos animales un mayor nivel de
neurotransmisión dopaminérgica en el córtex prefrontal, el estriado ventral tras el inicio de
la agresión y el núcleo accumbens en situaciones de defensa, demostrando que la experiencia
moldea los niveles de neurotransmisión en función del resultado del encuentro; así, la
experiencia de derrota disminuye los niveles de neurotransmisor en la amígdala, mientras
que la victoria los aumenta en esta misma región.
Finalmente, se ha encontrado que la respuesta anticipatoria al encuentro se caracteriza por un
aumento en los niveles de dopamina.
Diversos estudios preclínicos han relacionado la agresividad con el sistema noradrenérgico.
Tratamientos para la depresión con sustancias que aumentaban la función noradrenérgica,
aumentaban también el ritmo cardíaco y la presión sanguínea, causaban ansiedad,
irritabilidad e insomnio, así como agresión en personas caracterizadas por una agresividad
impulsiva. El sistema noradrenérgico participa en el proceso de lucha/huida produce un
incremento del RC y flujo de sangre hacia el sistema muscular, lo que permite la actuación,
generando respuestas motoras, sea para huir del peligro o para la confrontación, por eso
resulta fácil comprender que el aumento de su función puede predisponer a la persona hacia
una agresividad impulsiva.
Una de las teorías que se propuso para explicar la agresión, se relacionó con el desequilibrio
neuroquímico entre la actividad excitatoria e inhibitoria (Sustková, Vávrová & Krsiak,
2009). Así pues, se sugirió que un aumento en la actividad glutamatérgica o una disminución
en la actividad gabaérgica podrían facilitar la respuesta agresiva. Un conjunto de estructuras
que involucran regiones hipotalámicas anteriores, laterales y ventromediales, el septum y la
sustancia negra, son fuertemente influenciadas por los efectos excitatorios e inhibitorios del
glutamato y el GABA. Un estudio realizado con ratas Wistar por Miczek, Fish, De Bold,
(2007) demostró que los animales agresivos presentaban mayores niveles de glutamato y
menores de GABA en la corteza prefrontal, el hipotálamo y la amígdala en comparación con
los no agresivos, y cuando se administraban fármacos antagonistas del glutamato o agonistas
del GABA la respuesta agresiva disminuía.
La serotonina (5-HT) es el neurotransmisor más relacionado con la agresión, disminuciones
en los niveles de esta se asocian con aumentos en las reacciones agresivas, impulsividad y
una disminución en la evaluación del riesgo y consecuencia de las acciones.
Por eso, el sistema serotoninérgico participaría en la inhibición de la agresión impulsiva, a
mayor nivel serotoninérgico, menor comportamiento impulsivo, pero su déficit causaría una
impulsividad motora, caracterizada por una respuesta rápida e imprecisa, más que aumentar
la agresión reduciría el umbral de control de la impulsividad. Así pues, la ingestión de
fármacos serotoninérgicos puede reducir la impulsividad en quien la toma, pero un exceso
en el consumo reiterado de estos podría causar anorexia, esquizofrenia, insomnio o depresión.
Al realizar análisis en líquido cefalorraquídeo (LCR) en individuos agresivos, se encontraron
menores concentraciones de ácido 5-hidroxindolacético (5-HIAA), lo que de acuerdo con las
investigaciones sugiere que la actividad serotoninérgica estaría disminuida en regiones
cercanas a los ventrículos cerebrales y el córtex prefrontal (Miczek, De Almeida, Kravitz,
Rissman, De Boer & Raine, 2007). El ácido 5- HIAA es un producto de la degradación
de 5HT, cuanto mayor es su cantidad, mayor es la liberación de 5- HT.
Sabiendo las implicaciones de los diferentes neurotransmisores en función de su composición
y receptores, es pertinente establecer las pautas comportamentales relacionadas con el
sistema endocrino, el cual puede variar los niveles de noradrenalina, entre muchas otras
hormonas secretadas por las diferentes glándulas endocrinas.

Hormonas y su papel en la agresión


En la especie humana se han encontrado datos interesantes con respecto a una eventual
interacción entre agresividad y andrógenos, relacionando a los hombres con niveles de
testosterona demasiado elevados con tendencias “peleonas”. Durante el desarrollo puberal se
observa un fuerte aumento hormonal, principalmente en los sistemas hipotálamo- gonadal e
hipotálamo- suprarrenal, el primero regulando la producción de la testosterona, el segundo,
precursores de esta, además de liberar hormonas para la respuesta al estrés, como el cortisol.
Los modelos animales han demostrado que a la administración exógena de testosterona
aumenta los niveles de agresión, razón por la cual se ha sugerido que los altos niveles de
testosterona facilitan la conducta agresiva, sin embargo, los niveles de esta hormona en la
sangre no correlacionan positivamente con los niveles de agresión en todos los individuos.
Los niveles de testosterona están en regulación bidireccional con el ambiente, así pues,
diferentes disputas jerárquico- sociales del ambiente, así como la constante respuesta violenta
ante los estímulos del ambiente genera un aumento en los niveles de testosterona, siendo esta
modificada por el comportamiento del individuo.

¿Qué órganos influyen o trabajan en dicha conducta agresiva?

Actividad extra en la amígdala


En la universidad de California, se realizó un estudio liderado por Guido Frank, en el que se
realizaron pruebas de resonancia magnética en cerebros de adolescentes “reactivamente
agresivos”, refiriéndose a la agresividad que se manifiesta ante un momento de tensión,
amenaza o dificultad y que el individuo no es capaz de afrontar de otra forma, perdiendo
incluso el control sobre sí mismos.
Cuando se le mostro al grupo una serie de imágenes con rostros amenazantes, los cerebros
de los chicos, a diferencia de los de las personas con autocontrol, mostrarion una mayor
actividad en la amígdala, y al mismo tiempo, eran menos capaces de controlarse a si mismos.
Alteraciones a nivel prefrontal
La corteza prefrontal es la estructura cerebral que más se ha asociado a la planificación el
control del comportamiento, la supervisión de la respuesta emocional y el control inhibitorio,
por lo cual, cuando hay una lesión en esta región influye directamente en la reducción del
umbral para el inicio de una respuesta agresiva, por lo tanto, es preciso analizar el fenómeno
de la conducta agresiva como un fenómeno complejo que implica diferentes conexiones
funcionales entre distintas regiones corticales y subcorticales.
El accidente ocurrido a Phineas Gage, un obrero estadounidense de ferrocarriles, que debido
a un accidente en el que una vara traspasó su cerebro y cráneo, sufrió daños severos
específicamente en parte del lóbulo frontal. Gage aunque tuvo una recuperación física
completa y, en algunos casos mencionados como milagrosa, sufrió cambios notorios en su
personalidad y temperamento, pasando de ser responsable, amable y tolerante a impulsivo,
grosero y agresivo. Tras este caso se comenzó a considerar como prueba que los lóbulos
frontales eran los encargados de procesos relacionados con las emociones, la personalidad y
las funciones ejecutivas en general.
El empleo de técnicas de neuroimagen como la Resonancia magnética (RM) y la Tomografía
por emisión de positrones (TEP) ha comprobado la relación entre la corteza prefrontal y la
conducta agresiva, mostrando que los cambios en esta zona cerebral son asociados a fallas
de regulación emocional, impulsividad y fallas en la planificación de la conducta. Además,
el empleo de estas técnicas ha permitido corroborar que entre la corteza prefrontal y las
estructuras subcorticales como la amígdala o el hipotálamo existen una serie de circuitos,
demostrando así que estas conexiones poseen una gran importancia para la regulación
cognitivo-emocional.
Se han identificado un conjunto de funciones comportamentales asociadas con regiones
concretas. La desinhibición, alta reactividad emocional e inestabilidad afectiva emocional
son relacionas a la región orbito frontal, mientras que las funciones de organización temporal
y las de planeación se asocian con el córtex dorso lateral. Al evidenciarse apatía, fallas
atencionales o desinterés, se asocia con la regiónventromedial.
Los sujetos con características de comportamiento agresivo no aprenden a predecir
adecuadamente las consecuencias a partir de las reacciones que se toman. Su capacidad de
planeación se ve afectada, por lo tanto, suelen elegir soluciones precipitadas, sin un objetivo
en específico y sin medir consecuencias. Adicional a estos observa un bajo rendimiento en
pruebas que involucran en lenguaje, la percepción las habilidades psicomotoras frente a
sujetos normales.

Alteraciones a nivel subcortical


Alteraciones en áreas del sistema límbico como pueden ser la amígdala y el hipocampo, han
sido halladas constantemente en las conductas agresivas. Estas estructuras del sistema
límbico son cruciales en la respuesta frente a contextos nuevos en función de la vida del
sujeto. La amígdala es, además, el gran integrador de las señales de estrés y se ha demostrado
que cuando este último es prolongado particularmente intenso, interfiere con el
funcionamiento normal prefrontal, alterando, por ejemplo, los procesos cognitivos. El estrés
originado en situaciones que son percibidas como no controlables es particularmente
importante en la alteración dela función prefrontal 1.
Puesto que los circuitos establecidos entre la amígdala, el hipotálamo y el córtexprefrontal,
regulan y controlan la expresión emocional, se ha demostrado que lesiones en estas zonas
pueden alterar el condicionamiento de miedo y otras formas de aprendizaje “sociocultural”,
afectando la interacción social y el desarrollo de habilidades empáticas del individuo,
apareciendo así las conductas agresivas.

Para la evaluación de la conducta agresiva


Para la evaluación de estas alteraciones se han utilizado técnicas como los siguientes test:
Clasificación de tarjetas Wisconsin, el Iowa Gambling Task, las tareas Go/No go, eltest de
fluidez de diseños y la prueba de conflicto palabra o prueba Stroop. Estos evalúan la
capacidad de abstracción y flexibilidad cognitiva, la capacidad del sujeto para aprender de
las contingencias ambientales, la capacidad de planificación y el control inhibitorio.
Por otro lado, para su estudio se han utilizado las técnicas de neuroimagen como la
Resonancia magnética (RM) y la Tomografía por emisión de positrones (TEP)

¿Cómo reacciona el cuerpo fisiológicamente?


Las emociones altera el Sistema nervioso autónomo, el Sistema endocrino, y el cerebro, en
los lóbulos frontales y temporales, cada una de estas genera una serie de patrones de respuesta
en estos sistemas.
Centrándonos en la ira, la respuesta fisiológica se caracteriza por un aumento de la frecuencia
cardiaca y de la tensión arterial sistólica. En el sistema endocrino supone unos niveles altos
de testosterona, así como niveles bajos de cortisol.
En el sistema nervioso central, se hallan dos formas, el modelo de valencia emocional, la cual
cubre la región frontal izquierda y esta relacionada con las emociones positivas, a la vez el
modelo motivacional, señala que esta región provoca el acercamiento.
En su contraparte, la región frontal derecha está relacionada con las emociones negativas y
con la retirada.
Aunque ambos modelos pueden encasillar a las emociones fácilmente, felicidad, alegría,
emoción en la región frontal izquierda, y la tristeza, enojo, del lado derecho, cuando se
presenta un estado de ira, ambos modelos entran en contradicción.

La conducta agresiva, ¿heredada o aprendida?


La herencia no es un gran determinante, de hecho, diversos estudios han demostrado que el
entorno tiene un fuerte impacto, ya que se ha visto que en individuos con predisposición a la
violencia, el afecto y el cuidado maternos o de un valor similar en la infancia, reducen el
riesgo de convertirse en individuos agresivos.
Del mismo modo, personas que vienen de familias tranquilas, ante una situación hostil
constante (La escuela, por ejemplo) desarrollan esta conducta.

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