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ROSARIO TIJERAS: LA AUSENCIA DE CREATIVIDAD

Primero fue la novela colombiana (Franco Ramos, 2000); después, la adaptación a cine
(Emilio Maillé, 2005); posteriormente, la adaptación a serie (2010), y en el colmo de la
dilución, el fallido intento de mexicanización de esta narración (TV Azteca, 2017).
La historia se traslada de un barrio pobre de Medellín, Colombia, a lo que parece ser
Cuautepec, Barrio Alto, en el Estado de México. Posiblemente esta similitud de
asentamientos humanos en lo alto de las colinas sea el único acierto de la adaptación. El
resto de los elementos roza el ridículo, por lo forzados que son: la actriz que interpreta a
Rosario (Bárbara de Regil Alfaro), con su tipología de modelo, con sus largos músculos de
gimnasio (y por cierto, bastante mayorcita para ser una chica de preparatoria) no tiene
nada que ver con la gente que habita colonias como la descrita.
El lenguaje también resulta exageradamente inverosímil: ¿qué joven de hoy le llama
“echar un danzón” a bailar? Cierto, los hay: son los que en verdad bailan danzón,
mambo y swing, y recrean la cultura del pachuco... pero son los menos, y ni siquiera se
hallan en las zonas marginales de la mancha urbana.
Parece que estuviéramos viendo un episodio de “Una familia con suerte”, con
expresiones tan estereotipadas y fuera de lugar como “simón”, “es bien pasada de
lanza”, “no, carnal”. Hasta ahí llega la capacidad de observación de aquellos conductores
y actores de estrato socioeconómico alto que tratan de imitar a la gente de barrio (como
hacen Consuelo Duval y Eugenio Derbez, para no ir más lejos), para luego ridiculizarla;
en pocas palabras, morder la mano que los alimenta.
Al igual que sucedió con las telenovelas protagonizadas por Thalía, es como si los
guionistas tomaran las películas de Pedro Infante como referente para un lenguaje de
barrio que se supone actual. Es que estas personas no entienden que cada generación
tiene su caló, y que por naturaleza, este tipo de lenguaje caduca; tal vez hoy más pronto
que nunca.
Esta producción augura un desperdicio de actores como Vanessa Bauche (la única
cuya pronunciación de barriada no suena artificial, y quien, por cierto, no tiene ni el
mínimo parecido físico con la protagonista, aunque sus personajes son madre e hija).
Son dos cosas las que considero más lamentables: 1) es evidente que TV Azteca
realizó esta producción sólo para no quedar fuera del negocio de las narcoseries; 2) este
trabajo reitera la crisis de imaginación que sufre el gremio de los guionistas mexicanos, o
bien, la cortedad de miras de los productores. ¿Por qué seguir copiando series y
telenovelas argentinas o colombianas? ¿Acaso la televisión mexicana no tuvo una época
en la que fue referente internacional?
Peor aún: este tipo de copias, mal hechas, fuera de tiempo, son versiones
severamente distorsionadas de las obras originales, en este caso el libro. Cuando, en su
momento, la novela salió a la luz, trataba un tema de actualidad, de una manera seria y
literaria, con todas las peculiaridades regionales de problemas como la el narcotráfico, la
pobreza y la violencia. La diluida y mal hecha producción que hoy nos ocupa (con banda
sonora que trata de imitar los programas colombianos) sólo es un producto más de la
pereza y la negligencia de las televisoras nacionales.
El primer capítulo basta para no repetir un vistazo, ni el más fugaz, a este tipo de
productos “nacionales”.

Valdemar Ramírez Loaeza

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