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Pequeños héroes LA DERROTA DEL OJO, por Pablo Gamba

El largometraje de animación Pequeños héroes (2017) participó fuera de


competencia en el Festival de Annecy. Fue producido por Orinoco Films y la
Villa del Cine, con el apoyo de la petrolera Citgo. Es el primer film
venezolano de esa duración que llega al certamen de animación más
importante del mundo, en el que este año compitió por Venezuela el
cortometraje The Ultimate Guide to Inspiration, realizado por Daniela Uribe y
Francisco Márquez.

Aunque como país de producción figure solo Venezuela, Pequeños héroes es


un proyecto transnacional. La animación se hizo también en Argentina,
Estados Unidos, España, Serbia, Hong Kong y la India, de acuerdo a como el
mercado mundial asigna esas tareas. El director y el guionista son argentinos:
Juan Pablo Buscarini, conocido por El ratón Pérez (2006) y El inventor de
juegos (2014), de la que fue coproductora Orinoco Films, y Enrique Cortés,
escritor de El ratón Pérez, Martín Fierro (2007) y Selkirk, el verdadero
Robinson Crusoe (2012). La música es del español Zacarías de la Riva, que
fue candidato al Goya por Las aventuras de Tadeo Jones (2012). En la
dirección de arte estuvo la argentina Mercedes Alfonsín, quien trabajó en El
hijo de la novia (2001), la cual estuvo nominada al Oscar a la mejor película
en lengua extranjera. En la producción figura Fernando Sulichin, el argentino
que ha sido parte del equipo de Oliver Stone en Alexander (2004), Salvajes
(Savages, 2012) y Snowden (2016), y en los “documentales” complacientes
con el gobierno venezolano Al sur de la frontera (South of the Border, 2009) y
Mi amigo Hugo (2014).

En cuanto a los “menos de 10 millones de dólares” que pudo haber costado, de


acuerdo con el director, los antecedentes de la Villa del Cine y de filmes como
Libertador (2013) plantean dudas acerca de cuánto dinero puso el estado
venezolano y cuánto los inversionistas privados. Pero solo podrán despejarse
cuando cambie el gobierno y se acabe el secretismo con que el que actúa la
República Bolivariana. El Libertador lo habría rechazado por monárquico.
También hay aquí un problema de justicia, porque no se tiene noticia de que
las “asociaciones estratégicas” de la Villa con proyectos como éste sean el
resultado de concursos públicos, a diferencia de lo que ocurre con los exiguos
recursos que otorga actualmente el CNAC con base en la Ley de Cine.

Hay que decir, sin embargo, que se trata de una película luminosa, dentro de
los límites del tipo de cine del que se propone ser parte. Esto es: productos
para un público infantil, cuyos ojos han sido malformados por las imágenes de
gráficos por computadora en 3D estereoscópico de Pixar y Dreamworks
Animation. Pequeños héroes utiliza una técnica similar, incluida la captura de
movimientos –los productores aseguran que es un film pionero en América
Latina por lo que respecta a la motion capture–. Se trata de cumplir las
exigencias de un mercado que necesariamente debe ser internacional por la
envergadura del proyecto.

Lo que no se buscó –o no se pudo– copiar es el aspecto hiperrealista de la


animación de esos estudios, que fascina a la mirada con el logro tecnológico
de la imitación de pelos, texturas y otros detalles. También se distingue de
esas películas extranjeras porque relata una historia de acción y aventura
ambientada en la época de la Independencia. Los protagonistas son tres niños
y la trama gira en torno a los planos de un arma decisiva para el triunfo de los
patriotas. Simón Bolívar es un personaje secundario, aunque es el que más se
destaca, gráficamente, por el sutil avance del deterioro físico debido al
agotamiento. También son particularmente elaborados los fondos. Pero el
ritmo de la película dificulta que la mirada pueda detenerse en ellos para
apreciarlos como merecen.

Pequeños héroes sigue, narrativamente, el modelo de Simón Bolívar, el


hombre de las dificultades, que dirigió Luis Alberto Lamata. Este a su vez se
atiene a la fórmula de George Lucas y Steven Spielberg para recuperar el
atractivo que tenía el cine de Hollywood, cuando era la principal alternativa de
entretenimiento audiovisual en el mundo. Se trata de rescatar el poder de
seducción de la aventura clásica, lo cual prevalece en ambos filmes
venezolanos sobre el objetivo didáctico –incluso político–, aunque no deje de
estar presente.

La identificación con los personajes y la dinámica de la narración son los


aspectos más sólidos de la película –y que compensan las debilidades de la
animación–. Pero eso conlleva una paradoja: el filme sobre la Independencia
es reflejo de un tipo cine que se ha establecido como modelo global, no solo
por sus propias virtudes sino también por las asimetrías de poder económico.
Ese modelo reduce el relato histórico a una narración centrada en individuos.
No se puede lograr que el protagonista sea el colectivo, si se sigue el
paradigma clásico de Hollywood. Al fabular parte de la historia de un país de
esa manera, es muy poco de lo que puede decirse sobre ella, y se corresponde
más con las exigencias de un relato atrayente que con el interés por entender el
pasado.
Podrían criticarse también otros detalles del guion, como la relación de
amistad entre los personajes principales –un “blanco”, una “india” y un
“negro”–. Escamotea problemas de racismo que nunca van a resolverse si no
se afronta con valentía las causas históricas. Es particularmente perturbador el
caso de Tico –el “negro”–, cuya aspiración inicial es llegar a ser un buen
sirviente. Que haya existido esclavitud en Venezuela es algo horrible que aún
tiene como consecuencia la discriminación. Por tanto, resulta doloroso que los
niños vean en la pantalla a alguien de su edad que con orgullo aspira a servir a
un amo.

Todo eso, sin embargo, es inherente al tipo de film que se propone ser
Pequeños héroes, y hay que recalcar que es una película bien lograda dentro
de los límites del entretenimiento. Por algo la seleccionaron para el Festival de
Annecy. Cuando se estrene en Venezuela, sin embargo, le caerá la maldición
de la Villa del Cine, y el debate se centrará en cuánto dinero puso el Estado
venezolano en este proyecto, cuál es su aporte al desarrollo de la animación en
el país y la injusticia que significa que a unos les den tanto y a otros tan poco.

Se pasará por alto, en cambio, la derrota del ojo ante un cine en el que la
magia de la imagen animada no puede apreciarse libremente por sí misma,
sino que está subyugada a una función narrativa, y el sonido la acompaña en
esa esclavitud. La película seguramente se convertirá –¡por fin!–, en modelo
de lo que debe ser la animación venezolana “de verdad”, contra el desafío que
es para la percepción, y la aventura visual y auditiva que significa disfrutar de
los precarios cortos de José Castillo, por ejemplo, una de las figuras de mayor
trascendencia del cine nacional aunque haya vivido casi siempre al borde de la
indigencia. También pondrá fin a la necesaria pregunta sobre qué es la
animación, planteada por los insólitos largometrajes con figuras de cerámica
sin movimiento de Edmundo Aray –el primero de ellos sobre el Libertador
(Bolívar, ese soy yo, 1994)–. Pequeños héroes parece estar destinada a generar
una rotunda y sepulcral certeza comercial y “estética” en el cine venezolano.

PEQUEÑOS HÉROES, Venezuela, 2017. Dirección: Juan Pablo Buscarini.


Guion: Enrique Cortés. Producción: Andreína Agustí, Pablo Bossi, Fernando
Sulichin. Dirección de arte: Mercedes Alfonsín. Animación: Romina Lareu.
Montaje: Darío Caamaño, Lucas Barriga, Nicolás Lidijover, Alejandro
Carrillo Penovi. Sonido: Carlos Abbate. Música: Zacarías de la Riva. Voces:
Yaguarimar Contreras, Angella González, Carlos Pulido, Simón Pestana,
Patricia Velásquez.

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