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El virreinato del Perú

El Virreinato del Perú fue una entidad territorial integrante del Imperio español situado en
América del Sur, establecida por la Corona española durante toda la era de su dominio en el
Nuevo Mundo, entre los siglos XVI y XIX.
Tras la Conquista del Perú, los conquistadores entraron en una guerra civil, por lo que el rey
Carlos I, por medio de la Real cédula firmada en Barcelona el 20 de noviembre de 1542,
suprimió las gobernaciones de Nueva Castilla y de Nueva Toledo y creó el flamante
virreinato. Éste comprendió en un inicio gran parte de Sudamérica y parte de Centroamérica,
bajo diversas formas de control o supervigilancia de sus autoridades; sin embargo, a lo largo
del siglo XVIII, y hasta la independencia de esas zonas respecto del poder español,
correspondió efectivamente a lo que hoy en día son territorios que forman parte de las
Repúblicas de Bolivia, Chile, Ecuador y Perú principalmente.
A principios del siglo XIX, el virreinato del Perú, se ha denominado la posesión más
importante de la Corona española al tratarse de una de sus más importantes fuentes de
riqueza. El virreinato peruano durante el proceso de independencia hispanoamericana se
convirtió en el último bastión y centro contrarevolucionario en América del Sur, obligando a
José de San Martín a abandonar su empresa emancipadora tras establecer la República del
Perú, hasta que bajo la división partidista, y sin auxilios de España, el virreinato sucumbió
finalmente en las campañas decisivas de Simón Bolívar.
En lo militar el virreinato del Perú financió y apoyó militarmente, por medio del real situado
y el envio de soldados y provisiones desde el Perú, las campañas contra los mapuches en la
Guerra de Arauco que se extendió por gran parte del período colonial, solamente en el año
1662 fueron enviados 950 soldados y 300.000 pesos para los gastos de guerra,[5] de igual
manera del virreinato peruano partían las directivas generales para la conducción de la
campaña como fue la que envio el virrey Príncipe de Esquilache ordenando una guerra
defensiva contra los indios y la prohibición del servicio personal de éstos.[6] La fortificación
del puerto del Callao y la manutención de una fuerza naval para defender las colonias
próximas de incursiones de corsarios y piratas fue también responsabilidad de los sucesivos
virreyes del Perú.
La Segunda Fase tiene lugar entre las revoluciones americanas de 1810 y el regreso de
Fernando VII al trono español en 1814. Estos cuatro años se caracterizan por los primeros
movimientos independentistas americanos, aunque no reclaman la independencia respecto a
Fernando VII con la única excepción de Caracas en 1811.
Mientras, en la metrópoli, continúa la obra de las Cortes de Cádiz que, el 19 de marzo de
1812, promulgan la Constitución, la primera de la historia constitucional española. También
tienen algunas sombras pues no se atendieron las reclamaciones de los diputados americanos,
especialmente la representación de los territorios americanos en las Cortes.
La Tercera Fase coincide con la etapa del reinado de Fernando VII conocida como "Sexenio
absolutista", es decir, desde el regreso de Fernando VII al trono español en 1814, que elimina
todo rastro de las medidas tomadas por las instituciones nacionales, hasta el triunfo del
pronunciamiento del teniente coronel Rafael del Riego el 1 de enero de 1820, que supuso la
vuelta al constitucionalismo.
Esta fase se caracteriza por el envío de ejércitos expedicionarios a América para sofocar la
rebelión, que provocará una reactivación del conflicto que será aprovechada por los líderes
independentistas para convertir el conflicto en una lucha por la independencia de los
territorios americanos. La causa española pierde buena parte del apoyo popular con el que
contaba y en territorios como Colombia, Venezuela y Argentina triunfa la independencia.

El año 1820 es el comienzo de la última fase de los procesos de independencia en


Iberoamérica. En los años siguientes tiene lugar la independencia de la Nueva España y se
configuran las nuevas repúblicas iberoamericanas, forjando un mapa muy parecido al actual.
En 1824 tiene lugar la Batalla de Ayacucho que pone fin a las guerras de las independencias
iberoamericanas.
En la Península esta década continúa siendo convulsa. A los tres años inestables de gobiernos
liberales, que suceden al pronunciamiento del teniente coronel Rafael del Riego, siguen otros
diez de poder absoluto de Fernando VII, que perfilan los bandos de las guerras carlistas.
Fernando VII no renunciará al continente americano y, por consiguiente, se ejecutarán varias
expediciones para recuperar el territorio perdido. Estos intentos fracasarán uno tras otro, y
será, durante la regencia de su viuda María Cristina de Borbón, cuando España empiece a
pensar en el reconocimiento de las nuevas repúblicas iberoamericanas.

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