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Sobre el aforismo (I)

El aforismo logra su máxima extensión, contrayéndose.


*El aforista comparte la mirada del botánico; no sólo se detiene en el haz de la hoja, sino que especialmente
inspecciona su envés.
*Una de las mejores escenografías para la actuación del aforismo es el contraste.
*El almotacén de los moros de Marruecos se asemeja al aforista: su actividad es someter a prueba algo para
comprobar su valor, su exactitud o su pureza.
*La mano del aforista debe tener el mismo tino de la del cirujano: un desliz –una imprecisión en una palabra–
puede arruinar la operación.
*Al aforista le gustan las comparaciones, pero sólo para descubrir relaciones insospechadas, insólitas o
inobservables: “Las ausencias disminuyen las pasiones mediocres y acrecientan las grandes, como el viento apaga
las candelas y atiza las hogueras” (La Rochefoucauld).
*El haiku es la poesía del aforismo.
*El aforista es un amante de los contrastes: es decir, va en contra de lo que está en pie, de lo que se presenta
como firme o inmóvil.
*Gusta a los aforistas usar su ingenio para descubrir contradicciones, sentidos contrarios o inversos: “La gente que
nunca tiene tiempo es la que menos cosas hace” (Lichtenberg).
*Un método fértil como piensa el aforista es disociando las ideas: separa lo que está unido, desune los
componentes de lo obvio o incuestionable. El aforista es un secesionista, alguien que aparta una oveja del rebaño.
*Para el aforista un tema es, de por sí, un campo de concentración.
*El aforista es un geómetra: su tarea es circunscribir una cosa a ciertos límites o términos precisos.
*Los símiles son tierra fértil para el aforista, pero dicho terreno merece abonarse con disimilitudes: “Las estrellas
son como ojos pequeños que no se acostumbran a la oscuridad” (Jules Renard).
*Los contrastes presentados por el aforista, si somos fieles a la etimología, son como cambios súbitos del viento.
*Las palabras usadas por el aforista deben estar lo suficientemente afiladas para que puedan dar en el blanco.
*Las definiciones acuñadas por el aforista son similares a las del biólogo que descubre una nueva especie.
*Si muchos de los aforistas son escépticos es porque conocen de sobra que todo tiene dos caras, así la humanidad
se obstine en reconocer como verdadera una sola faceta de los seres y las cosas.
*El aforista plantea o hace conscientes determinadas paradojas debido a que los opuestos pueden revelar, en su
contradicción, una inédita verdad.
*El escritor de aforismos tiene algo de pintor: es un especialista en el arte de los contrastes.

Sobre el aforismo (II)


El aforista posee las delicadas manos del orfebre: junta las palabras como si fueran hilos de una finísima obra de
joyería.
*El escritor de aforismos debe conservar el tono de los epitafios: hacer memorable en pocas líneas todo el
trasegar de una vida.
*El aire frío de la reflexión es el que convierte el vapor de la ideas en gotas de aforismo.
*Así deber ser el aforismo: condensado en la estructura; profundo en el análisis; agudo en las consecuencias;
ingenioso en la construcción.
*Aforismo: terapia breve para despertar el espíritu.
*Las gastadas cosas al ser tratadas por el aforista adquieren un brillo de novedad. En esta labor de
redescubrimiento del mundo el aforista se asemeja al poeta.
*Primero el aforismo sirvió a ayuda a la memoria; hoy es un remedio contra la amnesia de la frivolidad.
*Los efectismos buscados por el aforista son la coquetería de las ideas para atraer la atención del lector.
*Nietzsche advirtió que la lectura de un aforismo requería ser pasada por más de un estómago. Aunque breve, al
aforismo hay que masticarlo largo tiempo para extraerle su significado.
*El aforista pertenece a la escuela del minimalismo de la sospecha.
*El signo distintivo de los aforistas es un anillo con la forma de la serpiente uroboros. La interpretación es sencilla:
las palabras usadas en la cabeza del aforismo deben engullir a aquellas otras empleadas en la cola, formando un
cuerpo indisoluble.
*El aforismo tiene algo de presuntuoso o audaz. Sabe que la subsistencia de su mensaje proviene de organizar las
palabras como un todo autosuficiente.
*Por trabajar el aforista con descargas de lucidez es que logra, mediante el contraste súbito entre las ideas,
desatar en el lector un relámpago de discernimiento.
*Los aforistas son practicantes de la alquimia: buscan con muy pocos elementos fraguar una piedra para filosofar.
*Aunque sea el reflexionar la cocción lenta preferida por el aforista, a veces la intuición le permite obtener
resultados instantáneos.
*La mayor dificultad de un aforista practicante del zen no está en agrupar milimétricamente las voces de las
palabras sino en dejar intersticios para escuchar el silencio.
*La sorpresa es la almendra del aforismo.
*El místico en trance y el aforista escribiendo confían en que, de un momento a otro, tengan la iluminación.
*Los aforistas son almas que irán al cielo. Durante su vida han preferido siempre seguir la vía estrecha y no la
amplia y tentadora senda de la ampulosidad.
*
Los aforismos reclaman para sí la lectura ensimismada y reiterativa. Es obvio: los concentrados necesitan
disolverse muy bien para que surtan efecto.
*En el lápiz del escritor de aforismos el grafito es el apasionado y hablador; la goma, en cambio, es excesivamente
reflexiva y dada al escepticismo.
*El aforista tiene un gran angular para juzgar la vida y las personas, pero utiliza un lente macro para registrar sus
impresiones.
*Al igual que Hipócrates escribió los Aforismos para recordarnos cómo sanar el cuerpo, los aforistas posteriores
redactan sus máximas para alertarnos del cuidado del alma.
*Los oráculos se expresan en aforismos. No de otra manera podrían los dioses entregarles a los hombres las
claves de su propio destino.
*Los aforismos meritorios deben producir en el lector un efecto semejante al de las campanas de iglesia: el de
sacarlo de la tranquilidad de su casa para entrar en otro espacio a meditar.
*Algunos aforismos son tan brillantes en su crítica a nuestras credulidades que se asemejan el filo de la espada de
un verdugo.
*La tinta con que los aforistas escriben sus preceptos está elaborada con sustancias corrosivas. Por eso al leerlos,
unos irritan o inflaman y, otros, queman hasta dejar la piel desnuda.

Escribir aforismos
Escribir aforismos es un esfuerzo del pensamiento por decir lo esencial. Un medio para que el pensamiento
delimite su campo de acción y se concentre en lo medular de un tema o asunto. El aforismo como las buenas
fotografías delimita, selecciona, enfoca. Su efectividad depende en gran medida de su recorte.
El otro aspecto del aforismo es del pulimento del lenguaje. Si se quieren escribir aforismos hay que ser un
gourmet de las palabras. Sopesarlas, aquilatarlas, mirar su densidad y su alcance. En el aforismo se puede apreciar
bien si nuestra relación con el lenguaje es tangencial o de alto trato. El aforismo nos obliga a la precisión
semántica, a afinar la puntería con los vocablos elegidos.
Por supuesto, en la hechura del aforismo entran en juego las denominadas, por la retórica clásica, figuras del
pensamiento. Es decir, esos juegos de lenguaje al expresar las ideas. Bien sea porque usamos la oposición
(antítesis, la paradoja, el oxímoron), o porque al organizar el aforismo echamos mano de alguna alteración o
supresión del contenido más evidente (ironía, preterición, reticencia). Tal vínculo del aforismo con la retórica nos
advierte de la importancia persuasiva de este tipo de escrito. Digamos que el aforista busca convencer de manera
contundente a su lector. Impactarlo, conmoverlo, invitarlo a un cambio de postura o de convicción. El aforista, en
este sentido, es un gran provocador o un ingenioso seductor.
No se llega al aforismo de manera inmediata o casual. Por el contrario, se llega al aforismo después de darle
muchas vueltas a un asunto o a un tema. La gestación del aforismo es de tiempo largo. Quizá esta condición nos
lleve a replantearnos qué tanto meditamos o de qué forma nuestro entendimiento pone a circular todas sus
potencialidades. El buen aforista es un rumiante consagrado (de pronto es esa la razón por la cual el aforismo sea
tan cercano a los filólogos). Y es un rumiante porque se permite ir de estómago en estómago digiriendo,
asimilando, filtrando, desmenuzando pensamientos. El aforismo requiere ser pasado por diversos órganos
de purificación o selección.
Resulta interesante analizar las imágenes o las analogías con las que se ha asociado el aforismo: un dardo, un
destello, una picada de aguijón, un golpe de luz… Todas esas relaciones dicen del aforismo su fugacidad
clarividente, su instantáneo resplandor. Lo propio del aforismo es su aparición súbita, su mordedura instantánea,
su efímera claridad. Los buenos aforismos, por lo mismo, pican, espolean; son como la quemazón de la llama de
una vela o el corrientazo que de pronto nos paraliza. Los aforismos deben ser filudos como las espinas o las agujas
y de un aguijón tan ponzoñoso que obligue al lector a rascarse de manera inmediata.
Pero lo más importante de todo, eso que no debe olvidar en ningún momento el escritor de aforismos, es que su
tarea es un ejercicio del pensar crítico. Los aforismos atacan la falsa conciencia, quitan máscaras, ponen en
evidencia, sacan a la luz los “trapos al sol” que las personas o la sociedad tratan de esconder. En esta perspectiva,
los aforistas cumplen el papel de profetas denunciantes o de bufones que pueden decirle al rey las verdades que
nadie se atreve a revelarle. Entonces, si queremos que nuestros aforismos sean de calidad, lo primero que
tenemos que hacer es un ajuste de cuentas con nosotros mismos, con nuestros autoengaños o nuestras
iniquidades. Y ya con ese primer autoexamen nos quedará más fácil mirar a nuestro prójimo y el mundo que nos
rodea. Digámoslo en pocas palabras: el aforista ayuda a los hombres a no perder de vista su compleja, frágil y
finita condición.

Puntos de referencia para elaborar aforismos


Sigo creyendo que escribir aforismos es una excelente forma para ejercitar el pensamiento. Un artefacto para
obligarnos a reflexionar y darle salida a la producción de las propias ideas. Y es, de igual manera, una buena
escuela para foguearse con las palabras, con su peso y su ritmo, con la precisión semántica y el esfuerzo para que
esos signos mudos digan lo esencial. Por todo ello, he invitado a mis estudiantes de primer semestre de la
Maestría en Docencia a que, durante quince días, consignen diariamente sus aproximaciones o
circunnavegaciones sobre un tema específico.
A pesar de haber escrito en este blog al respecto, no sobra volver a insistir que la hechura de este tipo de textos
además de ser una orfebrería de la concisión, es una posibilidad para construir estructuras lingüísticas altamente
creativas que susciten la meditación, el autoexamen o la mirada crítica sobre las personas, la sociedad o el vasto
mundo. En consecuencia, voy a dar otras pistas que puedan servir de referencia a los maestrantes enfrentados
por primera vez a escribir estas diminutas obras capaces de derribar los lugares comunes o ser un antídoto para la
candidez de la crédula mayoría.
Lo primero o fundamental es andar con el tema objeto de nuestra pesquisa para arriba y para abajo. Llevarlo
como una preocupación de nuestra intelección a todas partes. Algo así como dejarse habitar por el tema. No
soltarlo por ningún motivo. Hablar de él con amigos y conocidos, ponerlo en el menú de nuestras inquietudes
cotidianas. Lo que se busca con ello es que nuestra cabeza se ocupe y se preocupe por esa temática. En esta
inmersión el hacerse preguntas es definitivo. No sobra advertir que para unos óptimos resultados, hay que evitar
el recurso fácil de acudir a internet o leer a escondidas un libro sobre dicho aspecto. Está prohibido copiar o
transcribir a otros en esta etapa. La consigna es perentoria: cada quien puede decir o expresar algo sobre un tema
sin tener que echar mano de muletas ajenas.
A mí me ayuda mucho, en este proceso de dejarme habitar por un tema, además de las preguntas, establecer
relaciones o tender puentes o vínculos: ¿este tema con cuál otro podría relacionarse? O echar mano de unos
recursos aprendidos del estructuralismo: ¿qué es lo contrario?, ¿qué es lo contradictorio? Así que, mientras
camino o voy hacia el sitio de mi labor habitual, estiro la temática, lo amaso con esos recursos. A veces las
oposiciones abren rutas de entrada inesperadas al motivo elegido. También me sirve explorar en el campo
semántico del que participa mi temática; hago que emerjan o empiecen a aglutinarse esos términos asociados.
Procedo por redes semánticas para darle más alcance a aquella semilla de reflexión.
A la par de este proceso de pensamiento voy pergeñando o esbozando las primeras escrituras. Redacto conatos
de ideas; pongo listados de palabras; silueteo una frase, así sea balbuciente en el papel. Procuro hacer esto a
mano; el ordenador no permite que el tachón saque de debajo esa otra idea reconsiderada. La mano es rápida
para dibujar una flecha, redondear un término o escribir al lado de una incipiente línea varias alternativas
lingüísticas. No me preocupa, en este momento, que los aforismos salgan bien hechos o estén cabalmente
terminados. El propósito es otro: dejar que el flujo de pensamiento haga su trabajo; ofrecerle la mediación de la
escritura para que, al verse reflejado en ella, se reconozca o se percate de otras alternativas, otras posibilidades,
otras vías de reflexión.
En algunas ocasiones una de esas líneas empieza a tomar forma de párrafo. Lo que hago es, por supuesto,
dedicarme a ella. Leerla en voz alta y ver cómo encajan o armonizan las ideas. Miro con cuidado si esa
organización es la más adecuada o si debo hacer un cambio en la sintaxis. Uso paradojas, contrastes, símiles;
apelo a la metáfora, a la ironía o a la riqueza de las figuras literarias. Corrijo, enmiendo, tacho y recompongo.
Presto especial atención a la puntuación y si no estoy muy seguro del significado de un término, lo señalo con un
óvalo de color y dejo para más tarde consultar el diccionario. Aquí cuenta mucho no perder de vista el proceso de
pensamiento de ese momento; ya habrá tiempo para precisar una palabra. Advierto esto porque el aforismo es
una escritura profundamente rumiada, tachonada, tallada, pulida en todos sus elementos. Así que, no debe
crearse la falsa ilusión de que basta un primer intento para ya obtener un aforismo perfecto. Puede suceder que
alguno de esos aforismos incipientes, por más que uno lo martille, no logre adquirir la consistencia o la calidad
que uno busca. En esos casos, lo mejor es abandonarlo por un tiempo y seguir con otra parcela de nuestros
apuntes. Es casi seguro, que pasadas unas horas, o al otro día, hallemos la forma o el término preciso que logre
encajar perfectamente en nuestra pieza aforística.
Tengo siempre al lado mi diccionario de sinónimos y antónimos y el Diccionario de uso del español de María
Moliner. Cuando estoy atorado en una línea, me gusta buscar determinado término para descubrir filiaciones
semánticas que, muy seguramente, puedan sacarme del impase. Corroboro las definiciones de palabras
específicas para estar seguro de que lo que deseo expresar, sí corresponde al sentido de ese vocablo. Desconfío
de las voces trilladas, de las muletillas que han perdido su carga comunicativa y me esfuerzo por recuperar el
sentido primero de ciertos términos. Cuando estoy en esta etapa, cuando pulso las palabras y su significado,
aprovecho el momento para oírlas, para ver si tienen una mejor melodía al cambiarlas de lugar o modificarlas por
una voz semejante. Me esfuerzo en eliminar cacofonías, en sembrar las líneas de variedad semántica y en utilizar
estratégicamente la puntuación.
Me da buen resultado escribir una y otra vez lo que voy ganando en cada versión. La reescritura es una poderosa
herramienta para acabar de pensar. No elimino las versiones o los diferentes vestidos por los que va desfilando el
aforismo. He aprendido que, al volver a repasarlo, pude abandonar algo, un giro, un término, que mirado desde la
última versión, resulta ahora más apropiado, así lo halla desechado en el segundo o tercer intento. Más tarde,
cuando ya he terminado esta escritura a mano, comienzo a pasar los aforismos al ordenador. Después de
transcribirlos los imprimo y los vuelvo a leer. Una vez más viene otro momento de corrección o de ajuste a lo que
ya parecía definitivo. En ciertas ocasiones, elimino aforismos que aunque me gustaban cuando los redactaba,
ahora no logran mantener su encanto o resultan poco sugestivos. De nuevo una cuidadosa revisión a la
puntuación entra a desalojar giros innecesarios o a fortalecer el tono lapidario y enfático del buen aforismo.
Hechas todas esas correcciones en papel vienen los ajustes respectivos al texto registrado en el ordenador. La
relectura en la pantalla, en algunos casos, trae consigo nuevas precisiones.
Agregaría, finalmente, un propósito que atraviesa o está siempre presente en mis ejercicios aforísticos: me refiero
a tener una postura crítica frente a cuestiones dadas por hecho, a poner en desnivel verdades aparentemente
incuestionables, a fisurar ideas preconcebidas o a ejercer el derecho de sospechar, dudar, conjeturar, recelar. El
aforismo es un buen recurso para ello. Por lo mismo, hay que meditar, pasar por varios filtros la opinión pública y
el sentido común, tomar la distancia suficiente para analizar las propias creencias, y atreverse a disentir. Por
supuesto, poniendo esas ideas de manera breve y sugerente, tallándolas como si fueran piedras preciosas. Al fin y
al cabo, esos pequeños textos deben ser tan urticantes en su contenido como llamativos en su construcción para
que logren el objetivo de despertar la mente impasible o apática del lector.
Escribir 18 aforismos
Uno de los ejercicios del Nivelatorio con los estudiantes de primer semestre de la Maestría en Docencia de la
Universidad de La Salle consiste en aprender a escribir aforismos. Esta “escuela del pensar agudo y la forma
esmerada” es una excelente estrategia para ejercitar el propio pensamiento y, además, un valioso recurso para ver
en un pequeño escrito las lógicas de la construcción textual, el uso estratégico de la puntuación y las habilidades
creativas para provocar la crítica, el humor o el asombro.
El tema que esta vez sirvió de detonante fue el de la “lectura crítica”. A cada maestrante se le pidió, siguiendo una
guía didáctica para la lectura y emulación tanto de la estructura como de la puntuación de un libro de textos
aforísticos, producir al menos 18 aforismos en el lapso de quince días. El resultado, como se verá en los ejemplos
aquí transcritos, es bastante positivo.
La siguiente galería de aforismos es una manera de elogiar el trabajo realizado por los maestrantes y un estímulo
para los que aún luchan con esta modalidad de escritura en la que se aúnan la lucidez con el cuidadoso trato con
las palabras. Cada aforismo tiene, entre paréntesis, el autor respectivo.
Siete aforismos
“El lector crítico profundiza, socava y hace arqueología del texto transformándose en artesano de su significado”
(Yaneth González Serpa).
“El lector crítico no es un idealizador de convicciones, sino un creador de sospechas” (Yaneth González Serpa).
“Cuando el lector crítico lograr armar las piezas del rompecabezas de la interpretación, ya cuenta con el principal
ingrediente para elaborar una opinión argumentada y consistente” (Yaneth González Serpa).
“Los buenos lectores buscan comprender los textos; los lectores críticos, ideologías. Los primeros desentrañan
significados, los segundos, intenciones” (Yaneth González Serpa).
“El lector crítico va reelaborando sus conceptos como el detective esclarece su caso: observando, analizando
signos e interpretando hechos” (Yaneth González Serpa).
“Leer críticamente es despojarse de las propias convicciones; es decir, cuestionarse en lo que se ha considerado
incuestionable” (Yaneth González Serpa).
“La realidad es al lector crítico lo que la lógica a la ciencia; su principal desvelo y su más difícil hallazgo” (Yaneth
González Serpa).
Seis aforismos
“Me gusta cuando callas…diría un lector crítico, porque en el silencio de las lecturas está la elocuencia de ellas”
(Maribel Sánchez).
“El lector crítico no tiene lecturas con contenido, el lector crítico tiene lecturas cargadas de ideología” (Maribel
Sánchez).
“El lector crítico es el Cristóbal Colón de los textos: recorre un lugar poco conocido para estudiarlo con
detenimiento y descubrir lo que a su llegada, no vio” (Maribel Sánchez).
“El lector crítico pone el dedo en la llaga y no cree todo que a simple vista se puede ver: busca, toca, inspecciona,
rastrea y sólo al final juzga lo que lee”. (Maribel Sánchez).
“Como los peces en el mar, las evidencias están muy en el fondo y se debe ser meticulosos para escoger la
carnada con las que se sacarán” (Maribel Sánchez).
“El lector crítico es el vidente de las lecturas” (Maribel Sánchez).
“La lectura crítica agudiza el olfato, despierta el tacto y le da vida a la mente” (David Rodríguez).
“Cuando lees, tus ojos son tu brújula; y cuando lees críticamente, tu razón es tu timón” (David Rodríguez).
“Estimulamos nuestro pensamiento cuando leemos, pero cuando leemos críticamente despertamos hasta los
sentidos” (David Rodríguez).
“Si caperucita hubiera leído críticamente cada suceso que acontecía hubiera evitado a toda costa ser devorada
por el lobo” (David Rodríguez).
“La sociedad no debería decir: ‘estudia y serás alguien en la vida’; sino: ‘lee críticamente y la sociedad será algo
para ti en la vida’” (David Rodríguez).
“La lectura crítica no puede cambiar el mundo, pero sí a las personas que hacen parte del mundo” (David
Rodríguez).
Cuatro aforismos
“¿Qué es la lectura crítica sin la pregunta? ¿Qué es la lectura crítica sin el cuestionamiento?: Un hombre sin
corazón” (Carol Murillo).
“La lectura crítica exige la sospecha del todo, de todos, hasta de uno mismo” (Carol Murillo).
“La lectura crítica es, por así decirlo, la maquinaria para extraer los tesoros escondidos en la profundidad del
texto” (Carol Murillo).
“Los niveles de lectura coinciden con los formatos de cine: nivel literal, 2D; nivel inferencial, 3D; nivel crítico
intertextual, 4D. Todos emocionan, pero el último maravilla” (Carol Murillo).
“La lectura crítica: fecunda la duda, engendra el análisis y cría las valoraciones” (Ángela Cortés).
“La pasividad es a la lectura crítica lo que la Kriptonita a Supermán: su debilidad” (Ángela Cortés).
“Si la lectura crítica estuviera presente en la cotidianidad, la sociedad no tendría tantos consumidores sino
productores” (Ángela Cortés).
“La lectura crítica nos hace lectores de otro nivel, dejamos de leer líneas de texto con los ojos para leerlas con la
razón” (Ángela Cortés).
“El sistema tolera con recelo la lectura crítica, no le dejará entrar. Ella no se cansará de insistir por estar dentro,
porque sabe que lo transformará” (Carlos Andrés Carvajal).
“Para el lector crítico cada idea aspira a ser un Aleph, si pensamos como Borges. Es decir, cada idea es un lugar
donde se puede vislumbrar el universo entero” (Carlos Andrés Carvajal).
“El ejercicio crítico de un lector consiste en saber en qué momento del discurso hay un punto de giro ideológico”
(Carlos Andrés Carvajal).
“Leer salva; la lectura crítica cambia, transforma, condena” (Carlos Andrés Carvajal).
Tres aforismos
“Quien conoce la realidad es un lector. Quien denuncia y transforma la realidad es un crítico” (Sonia Esperanza
Villada).
“Hay lectores que se convierten en críticos cuando son detectives: sospechan, indagan, van tras las pistas” (Sonia
Esperanza Villada).
“El lector crítico como un niño pequeño pregunta siempre el porqué de las cosas, y no se conforma con una única
respuesta” (Sonia Esperanza Villada).
Dos aforismos
“El lector crítico debe hacer un largo recorrido por lo leído; como el astrónomo hace el recorrido por el
firmamento para encontrar un nuevo universo” (Luz Marina Junco).
“El libro es como un oráculo: depende de cómo planteemos las preguntas, así será la calidad de las respuestas”
(Luz Marina Junco).
“La lectura crítica: una herramienta valiosa para una mente exigente” (Paola Andrea Ramos).
“Fotografiar la realidad: el arte de un artista; revelarla, exponerla y confrontarla: el arte de un ojo crítico” (Paola
Andrea Ramos).
Leer colectivamente a Paulo Freire
Paulo Freire: “Cambiar es difícil pero es posible”.
Los estudiantes del primer semestre de la Maestría en Docencia de la Universidad de La Salle han asumido
conmigo el compromiso de leer las Cartas a quien pretende enseñar de Paulo Freire. En algunos casos han hecho
reflexiones derivadas de tales misivas; en otros, aplicaciones a su práctica docente. Lo interesante de este
ejercicio, además de “tener un plan lector y el hábito de escribir”, ha sido repensar críticamente la profesión
docente e intentar, desde el estímulo de las ideas freireanas, cualificar el trabajo en el aula. Dada la riqueza de
varias de esas reflexiones de los estudiantes de posgrado, me ha parecido relevante transcribir un puñado de esas
ideas relacionadas con algunas de las diez cartas escritas por el pedagogo recifense.
Empecemos, entonces, resaltando apartes de los escritos de Marlene González, que además de un excelente
autoexamen del oficio de enseñar son una buena polifonía a lo expuesto por Paulo Reglus Neves Freire:
“Hace muchos años decidí ser maestra y Freire me invita a aceptar la responsabilidad de serlo, a ser ejemplo para
otros, a aprender de los otros, pero sobre todo a mejorar mi labor día a día a través del aprendizaje permanente.
Soy además un ser político que tiene en sus manos el futuro de otros y por eso debo asumir una posición clara
frente a lo que el estado requiere de mí, como educadora; puede seguramente querer que forme hombres
silenciosos ante la injusticia, la mentira y la desigualdad, entre muchos otros males de la sociedad que adormecen
con los discursos políticos que prometen otra sociedad posible.
La invitación va más allá, me obliga a creer en lo que decidí hacer de mi vida profesional, me obliga a seguir
amando lo que ello representa y entre otras cosas, me obliga a convertirme en formadora de seres humanos,
hombres y mujeres críticos, decididos a develar la verdad”.
Más adelante la maestrante consigna en su cuaderno de notas lo siguiente:
“Hay tareas nuevas, aunque siempre debieran ser antiguas: 1) Estoy llamada a dar testimonio, primero frente a
mis estudiantes pues soy ejemplo como adulto, educadora y mujer; luego, frente a mis compañeros porque
muchos comparten como yo el amor por esta magnífica e ignorada labor. 2) Estoy llamada a respetar, y no solo
hablo de darle valor y consideración a otros, debo respetar el contexto, el pasado, el futuro, la personalidad, los
límites y diferencias de mis estudiantes, porque desde allí podré darles luz para que sigan su camino. 3) Estoy
llamada a ponerme a prueba, sin importar el momento o el lugar, podré evaluar mi propio desempeño, pero
además estar segura de que alguien, sin importar el momento o el lugar, también me pondrá a prueba y la
humildad que debe acompañarme me permitirá ver mis propios errores y la voluntad y la disciplina harán la
diferencia. 4) Estoy llamada a mejorar las relaciones con mis estudiantes, ellos son la razón de ser de mi labor, de
otro modo no tendría sentido; se logra con dedicación, ética, escucha, libertad y coherencia”.
Otra reflexión de esta profesora está consignada en estos términos:
“En algún momento de mi labor docente pude atreverme a decir que todas las formas de disciplina son positivas.
Freire en esta carta me enseña lo contrario.
Existen buenas, como la disciplina académica o intelectual, existen obligatorias y conscientes como la disciplina
política y la social, pero existe una en particular que castra libertades y lesiona la democracia: es el autoritarismo
disfrazado de disciplina.
Existe un punto en el que se puede ser coherente pidiendo a nuestros estudiantes seguir el camino de la disciplina
y es aquél cuando existe una razón de ser para ella y el estudiante la conoce y comprende que ella le da el poder
para cambiar su mundo.
El extremo contrario, la inmovilidad, nos vuelve irresponsables, injustos e indiferentes ante las necesidades de
quienes nos rodean, nos quita autoridad, nos quita la posibilidad de educar para la libertad”.
Un segundo caso para destacar son los apuntes de Aidé Cortés Bernal:
“La labor docente es una tarea compleja, puesto que está en medio de las disposiciones de quienes dirigen el
sector educativo y de quienes reciben la educación y sus familias. De igual manera se debe ser amorosa y a la vez
exigente, se debe luchar con lo poco que se tiene pero se deben entregar buenos resultados, como dice Freire: ‘La
tarea del docente es placentera, pero a la vez exigente’.
En mi labor docente trato de inculcar en mis estudiantes el amor por el conocimiento, explorar sus ideales y
orientarles a ser defensores de sus derechos y para ello les guío como “maestra”, como una profesional del sector
educativo y no como en algunos países quieren mostrarlo, como la ‘tía’ alcahueta de sus maloshábitos y de la
desidia por aprender y enfrentarse al mundo.
Para los jóvenes es más fácil seguir el juego de los dirigentes de la nación, apuntarle a una educación sin
reprobados aunque no aprendan, que cualificar sus saberes y defender sus ideales. Ser maestra es una tarea difícil
en una sociedad que no tiene sueños, una sociedad facilista que sin darse cuenta beneficia a las grandes élites”.
Resultan igualmente valiosas y pertinentes estas otras reflexiones de la profesora:
“Es muy cierto lo que nos dice Paulo Freire sobre algunos docentes que no sienten amor por su profesión. En mi
camino he visto muchos compañeros así y lo más triste es que afectan a sus estudiantes. Es que la labor docente
no es una tarea fácil, al contrario es de mucho amor, paciencia, dedicación, orientación; es contribuir en la
formación de niños y niñas que traen diferentes maneras de ser y de pensar, que culturalmente son diferentes a
nosotros.
Somos un país atrasado debido a que dejamos que las cosas pasen, no nos gusta nuestra profesión, por lo tanto
no luchamos por formar a nuestros estudiantes. Para lograr que Colombia sea un país de progreso, debemos
formar estudiantes críticos. Pero además amorosos, sociables; no podemos seguir permitiendo que los
mandatarios derrochen los recursos y el dinero que reciben por los altos impuestos en obras inacabadas, en
desfalcos, con políticos en la cárcel. Como afirma Freire: ‘debemos formarnos, capacitarnos, para exigir que
cumplan sus promesas, evaluarlos con rigor’, y de esta manera tener una esperanza de una sociedad justa”.
Una tercera estudiante del posgrado, Carol Murillo, presenta estas interesantes reflexiones:
“Es primordial amar la docencia, ejercer la práctica por decisión personal y voluntaria y no por obligación o
resignación. Como educadores tenemos el poder de tocar la vida de la gente para bien o para mal y no
quisiéramos que por causa de nuestra irresponsabilidad, mala preparación o desidia contribuyéramos al fracaso
de nuestros educandos.
A pesar de que las condiciones sociales y políticas afectan la tarea de educar, nuestra consigna debería ser educar
con alegría, con responsabilidad, con calidad, haciendo nuestro mejor esfuerzo para conseguir esta meta”.
Y en otras páginas de la libreta de apuntes expresa lo siguiente:
“Como docentes debemos ayudar al estudiante a que construya una disciplina intelectual, ya que ésta es
primordial para el trabajo intelectual, para la lectura de textos, para la escritura, para la observación y el análisis
de los hechos. Esto es lo que finalmente permitirá la adquisición de una adecuada conciencia social, la democracia
y una verdadera justicia social”.
Escribir aforismos: una escuela del pensar
Estoy convencido de que la escritura de aforismos es una buena escuela del enseñar a pensar. Especialmente, en
la educación superior. No sólo porque pone a los estudiantes a reflexionar y dar cuenta de ello en una escritura
concisa y cabalmente terminada, sino, además, porque se convierte en un tinglado para ejercitar procesos de
pensamiento como la paradoja, la antítesis, la comparación o la ironía.
Bajo esta premisa es que mis estudiantes de posgrado han enfrentado el reto de escribir aforismos. Para una
buena parte de ellos ha sido algo totalmente nuevo y, en esa medida, no fácil de realizar. Para otros, se ha
convertido en una oportunidad de meditar juiciosamente sobre determinado asunto. Todos han ido comprobando
que esos escritos, aparentemente sencillos, requieren de un largo proceso de reflexión y una paciente labor de
pulimento en su armazón lingüística.
Pero lo que me parece más relevante es el asombro de mis estudiantes al hablarles de las estrategias de
pensamiento con las cuales es posible escribir estas sucintas frases. Quizá tal extrañeza se debe a que en la
formación profesional poco se han enseñado tales útiles de la mente o porque se ha confiado demasiado en la
evanescente inspiración. Es probable, también, que el descuido o el desinterés de los maestros de educación
básica por desentrañar el potencial creativo y cognitivo de las llamadas figuras literarias (especialmente las de
pensamiento), haya producido esta pérdida de recursos expresivos, que fueron elogiados y muy utilizados por la
retórica clásica y hoy fuertemente valorados por la neoretórica contemporánea.
Tal evidencia me ha llevado a confirmar otra cosa: es urgente renovar nuestras estrategias didácticas para enseñar
las formas de composición escrita. Es decir, mostrar el “detrás de cámaras” de las tipologías textuales; enseñar
cómo se arman las piezas de un texto, sus engranajes y mecanismos de funcionamiento. Eso me parece más
importante que sólo promover el elogio de una obra o la exaltación de la genialidad de un autor. Y para lograr ese
cometido, lo mejor es tratar de ver la tras-escena de un tipo de texto, descubrir sus características, captar su
estructura, percibir en detalle cómo es su lógica de producción de sentido.
Esta vía me condujo a invitar a mis estudiantes escribir ocho aforismos centrados en un tema: el perdón. Para ello
diseñé una hoja-guía que permitía identificar el tipo de estrategia de pensamiento empleada (símil, antítesis,
ironía, paradoja), un ejemplo de referencia a seguir (tomado de un libro sobre aforismos) y una serie de columnas
en las que se consignaran las diversas versiones, antes de llegar al texto definitivo. Esta hoja-guía tenía como
norte ayudar a los maestrantes a hacer consciente el recurso de pensamiento utilizado para, luego, poder
adaptarlo o transferirlo a un tema diferente. De igual modo, el hecho de que los estudiantes dieran cuenta de las
versiones era una forma de enseñarles un principio rector del aprender a escribir, según el cual, es tachando y
enmendando como se va mejorando un texto, es corrigiendo el mismo escrito varias veces como un mensaje va
encontrando su mejor expresión.
El resultado de esta propuesta de trabajo resultó bastante positivo. Al menos cada maestrante apropió la
estructura aforística y produjo uno o dos aforismos de calidad, empleando alguna de las cuatro estrategias de
pensamiento sugeridas. Y para tener una mejor apreciación del logro (realizado durante una semana) transcribo a
continuación varios de los aforismos de los estudiantes de primer semestre de la Maestría en Docencia de la
Universidad de La Salle.
Empiezo por destacar el cuidado en la construcción y la profundidad de los aforismos redactados por Blanca
Isabel Mora Moreno:
“Tal como un viajero se despoja del peso de su equipaje para descansar, nos es necesario perdonar para alivianar
nuestra alma de lo que la atormenta”.
“Perdonar es como mudarse a una casa más pequeña: debes dejar las cosas que no te sirven y llevar las que
realmente te son útiles, agradables, beneficiosas”.
“Perdonar se asemeja al júbilo de encontrar un tesoro perdido. Es alegrarse por encontrar de nuevo la
tranquilidad de sí mismo”.
“La valentía de pedir perdón trae consigo el temor de aceptar haberse equivocado”.
“Engañosa estratagema maquinan los que son vengativos: perdonan solo para conocer el talón de Aquiles de
quienes los han ofendido, y poder tomar venganza”.
Me resultan igualmente interesantes, por las mismas razones, los aforismos de Diana Marcela Pérez:
“Al igual que una vieja cicatriz, el perdón necesita tiempo. El tiempo es el garante para que la herida deje de
doler”.
“Perdonar supone bienvenidas y despedidas. Se abre la puerta al prometedor futuro y se le cierra en las narices al
necio pasado”.
“Un hombre absolutamente rico cree que perdonar es una ganancia. Para un hombre absolutamente pobre
perdonar es un derroche”.
“Sólo ciertos hombres se pueden dar el lujo de no perdonar: los que nunca se equivocan”.
“No perdonar hace de un hombre grande, un ser insignificante. Pedir perdón hace de un hombre mezquino, un
grandioso hombre”.
Muy bien concebidos son estos otros aforismos de Kelly Johanna Mejía Sierra:
“Se vive en el encierro hasta que se conoce la libertad del perdón”.
“Para quien no ha perdonado, el pasado es su presente y su futuro”.
“Aquel que no perdona es como un barco viejo encallado en la tierra del padecimiento”.
“Cuán agridulce es el perdón: suave en los labios, ácido en el corazón”.
“Perdonar es perturbar levemente al orgullo”.
“No hay perdón cuando los labios hablan lo que el corazón no siente”.
Resalto, ahora, tres aforismos de gran calidad elaborados por Marianne Jiménez Marín:
“El corazón da razones para que brote el perdón mientras la mente lucha para mantener la ofensa”.
“Nadie implora el perdón con tanta fuerza como quien no ha sabido perdonar”.
“El gesto de piedad para el agresor es como la dádiva que espera el necesitado”.
Cierro este apartado transcribiendo un trío de aforismos, bien logrados, escritos por Claudia Milena Vargas
Suárez:
“El que perdona es capaz de mirar su alma a través de un espejo”.
“Para encontrar el perdón hay que pasar por el camino de las sombras”.
“El perdonar es un acto de heroísmo de un pecador”.
Si se miran en conjunto los anteriores aforismos, tanto en su composición como en la idea expuesta, se podrá
validar la propuesta didáctica empleada. Desde luego, hay mayor apropiación en unas estrategias de pensamiento
que en otras; pero, y eso es lo más significativo, se logró esclarecer el significado, la forma y el proceso de
elaboración de este tipo de escritura. Considero, así mismo, que el haber tenido un texto de referencia permitió a
los maestrantes emular la puntuación y darle a las frases un tono sentencioso o enfático tan propio de los
apotegmas, los proverbios o las máximas. Este ejercicio, finalmente, les permitió a los maestrantes comprobar lo
dicho por el perspicaz aforista Joseph Joubert: “la verdadera profundidad viene de las ideas concentradas”.
Dificultades y aciertos en la etopeya
Como parte del Nivelatorio organizado para los estudiantes de la Maestría en Docencia de la Facultad de Ciencias
de la Educación de la Universidad de La Salle, les propuse la redacción de una etopeya. Es decir, una descripción
de los rasgos morales o de carácter, los gustos, y las cualidades y defectos más significativos de cada uno de ellos.
Las indicaciones entregadas señalaban una ruta de trabajo para realizar el ejercicio:
Haga un discernimiento sobre cómo es usted en su dimensión moral y temperamental. Sea justo en esa
apreciación. No se engañe o pretenda ser lo que no es. Identifique los valores esenciales que lo rigen y las
creencias fundamentales sobre las que ha construido su identidad. Ubique esos rasgos de su interioridad
permanentes o repetitivos; repase a lo largo de su vida las virtudes o los defectos que han gobernado su
existencia. Trate de no idealizar o simular ese retrato de sí mismo. A partir de esa reflexión redacte un primer
texto. No se preocupe en este momento por la precisión semántica, la coherencia en la sintaxis o las normas de
puntuación. Lo importante acá es dejar fluir ese primer diagnóstico de su personalidad.
Hecha esa primera descripción, hable con conocidos (familiares, amigos, alumnos…) sobre cómo lo perciben o qué
rasgos de conducta son los más predominantes de su carácter. No cuestione esas percepciones; escuche y tome
nota. Rememore también lo que dicen de usted personas con las cuales ha tenido alguna desavenencia o que ya
no hacen parte de sus afectos. Medite sobre esas percepciones. Enseguida, haga un segundo borrador de su
retrato íntimo incluyendo rasgos personales percibidos por otros.
Con ese insumo, ahora sí escriba la versión casi terminada de su etopeya. Revise la ortografía de cada palabra.
Tenga presente la cohesión entre las ideas. Relea varias veces el texto. Piense en un lector y, si es necesario,
cambie o busque un término más preciso. Concluya la redacción y déjela reposar por unos días. Vuelva a ella y
afine o corrija lo que considere necesario.
Ahora sí, escriba en el computador su etopeya definitiva. Recuerde la extensión y las instrucciones dadas en
clase. Tenga presente que su texto va a ser “público”. Es decir, lo van a leer otros y, en esa medida, merece un
cuidado tanto en el contenido como en la forma. No deje esta labor para el último día. Recuerde: su texto es una
carta de presentación de usted mismo.
El tiempo para elaborar el escrito era de 15 días. El resultado como podrá leerse más adelante fue bastante
significativo. Las ganancias, según manifestaron en una pequeña encuesta realizada después de entregada la
etopeya, son muchísimas. Los maestrantes dijeron que con este ejercicio habían “logrado conocerse mejor”,
“buscar en el fondo de su ser y poderlo exteriorizar”, “reafirmar la parte humana”, “entrar en un diálogo
problémico y de contraste”… y también aprendieron la importancia de “buscar adjetivos precisos”, el valor de
reescribir, y que al realizar las diferentes versiones y la relectura de las mismas “pudieron corregir errores que de
pronto antes se dejarían pasar por alto”.
Pero fue en el punto de las dificultades al redactar la etopeya donde se expresaron con mayor extensión.
Transcribo un buen número de las respuestas de los maestrantes: “primero completar las 15 líneas y después
reducirlo a 15 líneas”, “seleccionar los adjetivos y cualidades que mejor me describieran y definieran”, “especificar
las características que me describen sin demeritar o exagerar”, “la utilización de los conectores”, “reducir
información”, “encontrar un estilo y ritmo para expresar lo que se quería decir”, “hablar de mis defectos y
cualidades”, “ser concreto y comprender lo que dicen los demás de mí”, “enfrentarse con mis demonios”, “hablar
de sí, descubrir las debilidades y reconocerlas y permitir que otros lo vean”, “precisar, acortar, discriminar
información para dejar lo más puntual pero también lo que fuera más efectivo para el ejercicio”, “lograr las 15
líneas ya que mi escrito había soprepasado la instrucción”, “reconocer mis debilidades”, “poder explicar la idea
que tengo en mi mente”, “escoger aspectos principales para plasmar”, “no repetir tantas veces alguna palabra”,
“conexiones entre frases”, “no saber cómo colocar y acomodar tantas ideas”, “no caer en la repetición”, “no
parecer pesimista”, “las palabras, el léxico, la gramática”, “la cantidad de líneas”, “la poca cohesión de las ideas”,
“acotar lo que más podía las ideas para que fueran sólo quince líneas”, “tuve dificultad con la extensión, al
principio muy breve y luego extenso”, “conseguir el sinónimo adecuado para remplazar palabras muy comunes”,
“no sabía por dónde comenzar, y no sabía si escribirlo en primera o tercera persona”, “encontrar un estilo para
realizarla”, “poner bien los signos de puntuación”, “escribir bonito”, “encontrar la forma de plasmar las
características propias y redactar muy bien”, “al escribirla tres veces, cada vez cambiaban ideas que pensaba tener
definidas”, “buscar las palabras precisas para la hacer la descripción”, “no dejar el escrito como una mera
enumeración de cualidades y/o defectos, sino darle forma”, “el no saber exactamente por dónde comenzar”,
“conectar las palabras y el vocabulario correcto”, “encontrar una persona que quisiera decirme mis defectos”,
“encontrar mis debilidades, defectos, pero sobre todo valorar mis virtudes”, “organizar y seleccionar la
información”.
Analizadas rápidamente estas dificultades podrían agruparse en varios campos: unas referidas a la intimidad de la
persona (reconocer defectos y cualidades), otras centradas en la organización de las ideas (seleccionar y colocar),
otras en la redacción (vocabulario y conectores), y otras más en seguir las instrucciones indicadas (extensión,
buscar conocidos).
A pesar de todas esas dificultades, el producto final muestra una preocupación tanto en el contenido de lo
expresado como en el cuidado al momento de redactarlo. Por supuesto, a veces la puntuación inadecuada
fractura los textos y, en otros casos, es la ausencia de conectores la causante de que las ideas se muestren poco
cohesionadas. De igual modo se puede notar en un grupo de escritos una baja competencia lexical para describir
un temperamento o para precisar ciertas cualidades morales. Todo ello, y eso es importante señalarlo, hace parte
de las dificultades de entrada de los maestrantes en el terreno de la escritura.
No se piense por lo anterior que no hay entre los escritos presentados etopeyas de gran calidad. He elegido tres
de ellas como una forma de exaltar dicho trabajo y como ejemplos de gran calidad al hacer un retrato moral. El
primer texto, que cumple todas las condiciones previstas, es el de Kelly Johanna Mejía Sierra. Leámoslo:
“Es mi alegría, la tranquilidad de mi vida. Mi libertad es un cantor que me sigue con lealtad. No hay dinero que me
lleve a donde no quiero estar. Tan crédula como incrédula, tan dulce como amarga. No sé hablar de sentimientos
porque soy producto de los silencios. Me llamo a mí misma humana subversiva, porque quiero revertir el orden,
quiero provocar el caos, quiero volar tan alto y tan suave que nadie sienta mi vuelo sobre su cabeza. Intolerante
ante la lentitud de pensamiento, ante los ojos que sólo ven un color, ante los oídos que escuchan siempre la
misma voz. Soy amante de la negrura y de los sonidos que la constituyen. Me gusta sacudir mentes, sembrar
dudas, cazar problemas. Me lanzo al vacío de cada lugar al que voy: lo siento, lo huelo, lo palpo, lo saboreo, lo
aprendo. Terca como una mula. Perfeccionista. Orgullosa hasta morir; incluso no conozco el perdón. Seducida por
momento por el poder, me ufano de tenerlo. Auténtica guerrera de la vida y como tal tosca, fuerte, sin lágrimas.
No me juzgo, me protejo y me cuido. No acepto la sumisión de ideas, emociones o vicios. No me ato a nada más
que a la vida misma, que vivo en la más productiva autonomía. Bailo la vida, es decir, la disfruto, la agradezco, por
momentos le imprimo velocidad, en otros reduzco la intensidad, pero nunca, nunca dejo de bailar”.
La segunda etopeya es de la autoría de Angélica María del Mar Rodríguez Murcia. Leamos cada una de las 15
líneas:
“Bogotana altruista, con vocación de servicio y ayuda a comunidades en situaciones desfavorables. Animalista de
corazón y de acción, siempre dispuesta a brindar cariño y protección sin distingo de raza o especie; amante y
defensora de la naturaleza. Seria, de temperamento fuerte y en ocasiones impulsiva e irreverente. Difícil de
descifrar y poco extrovertida, malinterpretada y constantemente juzgada dentro del entorno familiar y social por
mis manifestaciones de regocijo y espontaneidad. Contadas personas comprenden mi forma de pensar y
proceder, debido a su cercanía y trato diario. Agradezco a Dios cada detalle y día en mi vida, porque representan
motivos de reflexión y alegría. Valoro a mis padres, hermanos y escasos amigos, por eso disfruto de su apoyo y
compañía. Gozo de un alto nivel cognitivo y capacidad comunicativa, características que enriquecen mi labor
docente y permiten desempeñarme en otros campos de acción. Sin embargo me lleno de ansiedad al pensar en la
realización de mis proyectos e ilusiones, me esfuerzo por hacer las cosas bien y generar bienestar en el ambiente
de trabajo. Me disgusta la rutina, la inequidad, la mentira, la pereza. Soy responsable y optimista, amiga
incondicional, hija amorosa y consentida. Mujer honesta, generosa, competente, creativa y decidida”.
El último escrito es de Alexander Zuluaga Jaramillo. He aquí otra etopeya que, como decía uno de los textos de
consulta sugeridos, es “un buen ajuste de cuentas con nuestro yo íntimo”:
“Es difícil analizarme y decir con mis palabras quién soy, es más fácil hablar, describir y observar a los demás. Pero
si hay algo que tengo, es mi sinceridad, seriedad, lealtad y compromiso en todo lo que hago a cualquier nivel.
Seriedad entendida en términos de exigencia conmigo, no ese tipo de exigencia implacable y vertical que me
convertirían en un psicorígido. De hecho, soy buen amigo y muchas veces antepongo mis intereses por encima de
las necesidades de los demás. Me encanta molestar, hacer un chiste, salir con un apunte que permita que mis
amigos y los que me conocen rían todo el tiempo. Tal vez, esa es una forma de ocultar mi timidez porque de
hecho soy muy introvertido. Gracias a esto me relaciono con facilidad y puedo hacer amigos a donde quiera que
vaya. Es esto lo que me permite conocer otras formas de pensamiento y sacar de cada individuo todo aquello que
pueda aportar a mi vida y a mi formación. Sin embargo, los que me conocen y están más cerca me ven como una
persona muy estricta, de mal genio y demasiado ególatra. Dicen que proyecto miedo y cara de pocos amigos.
Aspectos que no logro entender, pero sé que debo examinarme, trabajar y mejorar para que personas tan
importantes como mis estudiantes y los que me rodean tengan más confianza y seguridad en mí, y que yo pueda
en un acto recíproco cambiar y aportar a los demás”.
Concluyo este balance del primer ejercicio del Nivelatorio subrayando dos bondades de la etopeya para
estudiantes de posgrado, en el campo educativo. El primer beneficio apunta a cualificar las habilidades para
describir; es decir, ampliar nuestro bagaje lingüístico, contar con un repertorio de palabras apropiadas para cada
objeto, hecho o situación y, en especial, tener un conjunto de conectores a la mano para ligar esas unidades del
discurso. La segunda utilidad tiene que ver con la mediación de la etopeya para el redescubrimiento de sí, con el
yunque de la escritura para recomponer y dotar de significado un sujeto. Tal bondad es vertebral para los
educadores porque sin ese autoexamen será muy difícil establecer una relación pedagógica consciente e
intencionada con sus estudiantes.

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