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Kancyper Luis - Adolescencia El Fin de La Ingenuidad PDF
Kancyper Luis - Adolescencia El Fin de La Ingenuidad PDF
org)
Colección Tercer milenio
ADOLESCENCIA:
EL FIN DE LA INGENUIDAD
Kancyper, Luis
Adolescencia: el fin de la ingenuidad - 1.a ed. - Buenos Aires : Lumen, 2007.
256 p.; 22x15 cm. (Tercer milenio dirigida por María Teresa Bollini)
ISBN 987-00-0634-5
ISBN-10: 987-00-0634-5
ISBN-13: 978-987-00-0634-3
Primera parte:
Teoría y técnica 15
2. Adolescencia y a posteriori 27
Introducción. Adolescencia: desafío
y desenganche. Reestructuración en el yo del
adolescente. Reestructuración en el superyó
y el ideal del yo del adolescente. Reestructuración
en el yo ideal del adolescente
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1
Segunda parte:
Historiales clínicos 107
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identificaciones y la confrontación generacional.
Final de análisis.
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índice de autores
índice temático
PREFACIO
La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo
vital humano: representa un momento trágico en la vida: "el fin de
la ingenuidad".
El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido
en un lugar del cual no se ha movido; por lo tanto, carece de ex-
periencia.
Ingenuo es lo primitivo, lo dado, lo heredado y no cuestiona-
do. Deriva de la raíz indoeuropea gn, que significa a la vez cono-
cer y nacer.
La adolescencia es un momento trágico porque, en esta fase del
desarrollo humano, se requiere sacrificar la ingenuidad inherente
al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lu-
gar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienan-
tes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones
deberían ser develadas y procesadas durante este período, para
que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un iné-
dito reordenamiento de lo heredado, y así dar a luz un proyecto
desiderativo propio, sexual y vocacional. Proyecto que, logrado,
estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con res-
ponsabilidad por él, pondrá fin a su anterior posición: la de una in-
genua víctima pasiva de la niñez. Es precisamente en esta fase del
desarrollo en donde se alberga el germen para pensarse distinto.
En este libro reúno diversos artículos centrados en el vasto te-
ma de la adolescencia, que en su gran mayoría ya han sido publi-
cados a lo largo de veinte años, en diferentes revistas y libros
psicoanalíticos.
En estos textos sostengo que resulta necesaria la revalorización,
aún mucho más de lo que se ha hecho hasta el presente, de la cua-
lidad de flexibilización albergada en este período, para lograr el
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cambio psíquico; porque es en esta nueva etapa libidinal en don-
de se producen las transformaciones psíquicas, somáticas y so-
ciales que posibilitan al adolescente la aparición de una
mutación psíquica estructural, en medio de un huracán pulsional
y conflictual.
Estimo que los ejes teóricos sobre los cuales han sido vertebra-
dos estos trabajos son fundamentalmente cuatro: 1) la adolescen-
cia como el momento privilegiado de la resignificación
retroactiva; 2) la confrontación generacional y fraterna como un
acto fundamental que salvaguarda la mismidad, la alteridad y la
reciprocidad del adolescente; 3) el reordenamiento de las identi-
ficaciones, y 4) la adolescencia como un campo dinámico, que
abarca en forma conjunta al adolescente y a sus padres y sus her-
manos, en una inexorable reestructuración narcisista, edípica y
fraterna.
En la segunda parte del libro, presento cinco historiales clíni-
cos en los que intento transmitir, desde la metapsicología y la téc-
nica, las diferentes etapas y sus obstáculos en el proceso analítico.
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Primera parte:
Teoría y técnica
1. Adolescencia: el fin de la ingenuidad
Introducción
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ra hacia nuevas significaciones y logros a conquistar, dando ori-
gen a imprevisibles adquisiciones.
En efecto, la adolescencia representa el "segundo apogeo del
desarrollo" (Freud, 1926), la etapa privilegiada de la resignifica-
ción y de la alternativa en la que el sujeto tiene la opción de po-
der efectuar transformaciones inéditas en su personalidad.
En esta fase, por un lado, se resignifican las situaciones de trau-
mas anteriores, y por el otro lado, se desata un recambio estructu-
ral en todas las instancias del aparato anímico del adolescente: el
reordenamiento identificatorio en el yo, en el superyó, en el ide-
al, del yo y en el yo ideal, y la elaboración de intensas angustias
que necesariamente deberán tramitar el adolescente, y sus padres
y hermanos, para posibilitar el despliegue de un proceso funda-
mental para acceder a la plasmación de la identidad: la confron-
tación generacional y fraterna (Kancyper, 1997). Ésta requiere,
como precondición, la admisión de la alteridad, de la mismidad y
de la semejanza en la relaciones parento-filiales y entre los herma-
nos. Para lo cual cada uno de estos integrantes necesita atravesar
por ineluctables y variados duelos en las dimensiones narcisista,
edípica y fraterna.
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(Shakespeare, El rey Lear), abre, en un momento inesperado, las
puertas del olvido y da salida a una volcánica emergencia de un
caótico conjunto de escenas traumáticas que han sido largamente
suprimidas y no significadas durante años e incluso generaciones.
La resignificación de lo traumático acontece durante todas las
etapas de la vida —porque el trauma tiene su memoria y la con-
serva—, pero estalla fundamentalmente durante la adolescencia.
Etapa culminante caracterizada por la presencia de caos y de cri-
sis insoslayables. Porque, en esta fase del desarrollo, se precipi-
ta la resignificación de lo no significado y traumático de etapas
anteriores a la remoción de las identificaciones, para poder ac-
ceder al reordenamiento identificatorio y a la confirmación de la
identidad.
Es durante la adolescencia cuando las investiduras narcisistas
parento-filiales y fraternales que no fueron resueltas, ni abandona-
das, entran en colisión. Éstas requieren ser confrontadas con lo de-
positado por los otros significativos, para que el sujeto logre
reordenar su sistema heteróclito de identificaciones que lo aliena-
ron en el proyecto identificatorio originario. Lo identificado (iden-
tificación proyectiva para unos, depositación y especularidad para
otros) responde siempre a lo desmentido, tanto para el depositan-
te como para el depositario.
Todo sujeto tendrá que atravesar inexorablemente el angustio-
so acto de la confrontación con sus padres y hermanos, en las rea-
lidades externa y psíquica, para desasirse de aquellos aspectos
desestructurantes de ciertas identificaciones. Tendrá que afrontar
con lo que el otro (madre, padre, hermano) nunca pudo confron-
tar.
La confrontación coloca al otro (del cual el sujeto depende) en
la situación de perder a su depositario; es decir, conlleva el peli-
gro de desestructurar su organización narcisista. La desestructura-
ción del vínculo patológico narcisista arrastra y desencadena la
desestructuración narcisista del otro. Este proceso, que amenaza
con un doble desgarro narcisista, puede ir acompañado de inten-
sos síntomas y angustias de despersonalización o desrealización
por ambas partes del vínculo.
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Las fantasías de muerte que se disparan antes y durante el acto
de la confrontación suelen ser la manifestación de la muerte de es-
tas instalaciones narcisistas y de ciertas idealizaciones e ilusiones;
de la caída, en definitiva, de sobreinvestiduras maravillosas que
suelen subjetivarse como momentos de tragedia en la lógica nar-
cisista.
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El concepto de la resignificación trasciende la polaridad
entre la realidad histórica y la realidad psíquica. Es el mo-
mento en que lo traumático del pasado se liga —con la ayu-
da de las sensaciones, emociones, sentimientos, imágenes
y palabras del presente—; de este modo lo escindido se in-
tegra a la realidad psíquica y puede por lo tanto someterse
recién a la represión y al olvido (Kunstlicher, 1995).
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Al mismo tiempo, el analista requiere operar, durante el proce-
so analítico del adolescente, como un "otro auxiliar" (Freud,
1921), para favorecer el tránsito entre las realidades material y psí-
quica. Y en esta última requiere operar además como el yo mis-
mo, como un "ser fronterizo" (Freud, 1923); mediando el tránsito
del yo con el ello, con la realidad externa y con el ideal del yo, el
yo ideal y el superyó del propio analizante.
Fin de la ingenuidad
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ría la revalorización, aún mucho más de lo que se ha hecho hasta
el presente, de la cualidad de flexibiIización al cambio psíquico
albergado en el período de la adolescencia; porque es en esta nue-
va etapa libidinal cuando se producen las transformaciones psí-
quicas, somáticas y sociales que posibilitan al sujeto la aparición
de una mutación psíquica estructural, en medio de un huracán
pulsional y conflictual.
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severas contrainvestiduras y desmentidas que inhiben y hasta pa-
ralizan el inexorable acto de la confrontación generacional y fra-
terna.
En efecto, el adolescente y sus padres atraviesan, durante la fa-
se de la adolescencia, frecuentes escándalos desencadenados, en-
tre otros motivos, por el recambio pulsional que se suscita en la
adolescencia y la menopausia respectivamente. Situación que re-
significa, de un modo caótico, el arsenal de las anteriores identifi-
caciones, traumas, ideales y creencias.
Al mismo tiempo, tanto el hijo como sus progenitores asisten
pasivamente a la irrupción de cambios corporales y sexuales. Tal
vez, la pasividad y el sufrimiento de estas mutaciones, originadas
fuera del dominio voluntario en el hijo y en los padres, haya de-
sencadenado la represión del significado inicial del término ado-
lescencia, tomado del latín adolescens, hombre joven, participio
activo de adolescere, crecer; y se lo haya oscurecido y homologa-
do a adolecer, como un padecimiento pasivo. Reprimiendo y es-
cindiendo, en cambio, los aspectos cuestionadores y de rebeldía
fulgurante, inherentes a esta etapa de la vida.
Bordelois (2004) sostiene que "si hacemos un rastreo hasta el
origen de las palabras, es muy interesante ver cómo el sentido de
las primeras raíces va cambiando, se van oscureciendo y se van
reflotando significaciones a través del tiempo. La idea no es mirar
lo que nos dice la historia primera de cada palabra para restituir
esa verdad, sino adivinar qué pasó en el camino y por qué se per-
dieron esas verdades. Por eso buscar la etimología de las palabras
es hacer la historia de las represiones.
En un comienzo, las palabras dijeron una cosa y después vinie-
ron las instituciones, la historia, los filósofos, las culturas, noso-
tros... y los sentidos cambiaron.
Ninguna palabra muta su sentido porque sí. Se dan fenómenos
culturales o sociales para que esto ocurra".
En este sentido me interrogo si la represión del término adoles-
cencia como crecimiento, y su sustitución por padecimiento, no
ponen de manifiesto una mirada adultomórfica, que devela la his-
toria de las relaciones de poder, macrofísicas y microfísicas, ma-
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n¡fiestas y latentes, que se despliegan inexorablemente en el cam-
po intergeneracional entre el hijo que crece y los progenitores que
no logran duelar el paso del tiempo y el afán de inmortalidad.
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que intenta poner fin a su propia ingenuidad, desafía el si-
lencio de la ingenuidad defensiva de los adultos; y, al con-
frontarlos, les aporta una revulsiva oportunidad, para
sumar nuevas adquisiciones y modificaciones, en la cons-
trucción permanente del interminable proceso de la iden-
tidad individual y social.
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2. Adolescencia y a posterior»
Introducción
27
ción del a posteriori, no de un tiempo lineal, sino de un tiempo en
torsión.
Freud se cuidó muy bien de no ubicar el enfoque genético en
el mismo nivel que el enfoque dinámico, tópico y económico,
porque tal inclusión llevaría a una confusión entre psicoanálisis y
psicología evolutiva. Es importante establecer la diferencia esen-
cial entre los conocimientos propiamente analíticos y los resulta-
dos de las observaciones de la psicología evolutiva.
La psicología evolutiva describe lo general, los acontecimien-
tos según la continuidad genética. En cambio, Freud subraya que
el concepto del a posteriori forma una parte fundamental de su
aparato conceptual en relación con la explicación de la tempora-
lidad y de la causalidad psíquicas.
El 6 de diciembre de 1896, escribió a Fliess sobre la hipótesis
de que nuestro mecanismo psíquico se establece por estratifica-
ción de los materiales existentes en forma de huellas mnémicas,
las cuales experimentan de vez en cuando, en función de nuevas
condiciones, una reorganización, una reinscripción.
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asumir una defensa normal, lo que se haría evitando una percep-
ción desagradable, porque el displacer no proviene de la percepción
sino del recuerdo.
El concepto de a posteriori apunta a una verdadera elaboración
de un trabajo de memoria que no consiste en la simple descarga
de una tensión acumulada, sino en un complicado conjunto de
operaciones psíquicas.
No se puede reducir la noción de retroactividad a una teoría es-
trictamente económica de la abreacción.
Para que un sentido emerja, se necesitan dos sucesos y un in-
tervalo entre ellos. El sentido habla del encaje de un sentido en el
interior de otro, en cuyo orden se instala.
El a posteriori que podríamos denominar en un comienzo sim-
plemente cronológico va trocando su sentido hacia un a posterio-
ri lógico, en tanto da cuenta de un tiempo lógico como operación
necesaria para que el nuevo acontecimiento se transforme en he-
cho histórico, en un hecho con sentido en el orden del sujeto.
El concepto de a posteriori cobra en la teoría y en la clínica un
papel trascendental.
El principio de continuidad genética implementa un tiempo li-
neal que apunta hacia la concepción de la historia signada por un
destino irrevocable. El sujeto marcado por el simple objeto y el
primer año de vida. De esto deriva que todas las formas ulteriores
del objeto dependan de la forma más primitiva, es decir, de la pri-
mera relación objetal observable: la del lactante con el pecho. Se
ubica entonces el sujeto como un producto sellado, resultante de
acontecimientos externos, los cuales justifican y racionalizan su
estado presente y determinan su futuro, sin salida.
En cambio, el principio del a posteriori, que implementa un
tiempo en continua reelaboración desde el sujeto, apunta a una
concepción psicoanalítica de la historia que reabre la posibilidad,
siempre renaciente, de desafiar aquel destino inmutable prefijado
por los dioses. Es desde el sujeto porque, lejos de ser una resenti-
da víctima poseída por la historia, es a partir de él, agente activo
que organiza y otorga significado a los hechos, configurando él su
propia historia, retrospectivamente.
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La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado
en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en
el pasado. Pero es un pasado que "aún es, todavía".
Negar el a posteriori es negar la posibilidad de que el sujeto ac-
ceda a ser, mediante el psicoanálisis, en gran medida, autor res-
ponsable y no espectador pasivo de su propio destino.
31
Reestructuración en el yo del adolescente
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demandas referidas a su identidad e identidad sexual en el interior
de otro sentido, en cuyo orden el adolescente ya había sido inscri-
to desde los deseos ajenos. Orden que al mismo tiempo en que es
resignificado resulta incompatible de articulación. La colisión en-
tre estos sentidos impide al adolescente ordenar un deseo propio,
organizado, y discriminado, y ante dicho fracaso surgen las angus-
tias confusionales y de despersonalización. Angustias provenien-
tes no únicamente de la pérdida del cuerpo infantil, sino, y
fundamentalmente, del choque ante la incompatibilidad de las
nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo y el ar-
senal de las imágenes resignificadas de las historia del sujeto.
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Distintos autores consideran que la desestructuración tempora-
ria del superyó durante la adolescencia es debida a que el yo tra-
ta al superyó como si fuera un objeto incestuoso del cual debe
alejarse como hace con sus padres de la infancia.
Este alejamiento, que incluye la renuncia a los viejos lazos in-
cestuosos con los padres, es un proceso doloroso que equivale
parcialmente a la pérdida de un objeto de amor.
Pero, más aún, él debe renunciar también a las normas éticas e
ideales, correspondientes al ideal del yo, las que, aunque interna-
lizadas, están todavía muy ligadas al objeto incestuoso. El adoles-
cente debe tolerar el enfrentamiento con el duelo y la revisión de
los patrones establecidos, para formar y formular opiniones, ¡deas
e ideales de sí mismo que conducen gradualmente a su Weltans-
chauung, a una cosmovisión cuestionadora. Al mismo tiempo, el
modelo materno-paterno resulta perimido y no lo capacita al ado-
lescente para obtener su autoestima en el objeto exogámico.
Lo más claro que resulta para el adolescente es que necesita
alejarse de aquello que hasta ese momento constituyó su fuente de
seguridad: sus identificaciones parentales y su ideal del yo.
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narcisista que tiene su origen, según Lacan, en la fase del espejo,
y que pertenece al registro de lo imaginario. Mediante el proceso
de la idealización, el sujeto se propone, como fin, reconquistar el
estado llamado de omnipotencia del narcisismo infantil. Tiene im-
plicancias sadomasoquistas, especialmente la negación del otro
correlativa a la afirmación de sí mismo.
La amenaza de perderla dependencia infantil "pone a prueba"
la estabilidad de los sistemas narcisistas que actúan entre sí en el
plano intrasubjetivo del adolescente y que trascienden al plano in-
tersubjetivo de los padres.
Esta amenaza de desprendimiento no sólo reactiva en los padres
los duelos del paso del tiempo, ante la pérdida del "nene-que-crece"
(temporalidad lineal), sino que al mismo tiempo y fundamental-
mente resignifica en ellos en forma retroactiva la asunción de sus
propias incompletudes que, a través del hijo obturador-siempre-
presente, evitaban asumir.
La relación de los padres con el hijo se sustenta estructuraimen-
te, en diferentes grados, sobre la elección de objeto de tipo narci-
sista. El adolescente representa para cada uno de los padres y
según la ubicación en la fantasmática individual y de la pareja: lo
que uno mismo es, lo que uno mismo fue, lo que uno querría ser
y, privilegiadamente, la persona que fue una parte del sí-mismo-
propio. De aquí que la reestructuración en el yo ideal durante la
adolescencia adquiera una conmoción particularmente dramáti-
ca, por el choque de sentidos, pues reabre a posteriori las heridas
narcisistas no superadas en ambas partes especulares.
El distanciamiento es vivido como un desgarramiento de la per-
sona que fue una parte del sí-mismo-propio, con la amenaza para
el sentimiento de sí de los padres y/o del adolescente de perder al
sostén que mantiene la estabilidad de la propia estructura narcisis-
ta, sostén que se nutre a partir de la imagen de los padres salvado-
res y sobrevalorados para el hijo, y del adolescente idealizado y
mesiánico para los padres; ambas partes se retienen, a través de un
suministro continuo, en una prolongada adolescencia.
Este ideal de omnipotencia que bascula entre el adolescente y
los padres pone en escena las técnicas de desenganche y de reen-
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ganche entre acreedores y deudores, entre padres e hijo, en un
movimiento pendular a través del desafío.
Desafío que, si conduce al desenganche (a la discriminación y
a la asunción de la incompletud en cada una de las partes com-
prometidas), promueve el crecimiento hacia la individuación del
adolescente.
El desafío como inquietud, que quiebra el silencio de las ver-
dades inmutables y al mismo tiempo que cuestiona lo establecido
crea productos nuevos, lo denomino "desafío trófico", pues está
signado por la pulsión de vida.
En cambio, el "desafío tanático" se halla signado por la pulsión
de muerte, ya que, a través de la provocación sadomasoquista en-
tre ambas partes aliadas, repite compulsivamente el "reengan-
che". El adolescente permanece entretenido en una guerrilla de
desgaste con los padres, para quedar finalmente detenido en una
seudoindividuación.
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3. El reordenamiento de las identificaciones
en la adolescencia
Introducción
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Sostiene que estas identificaciones son alienantes porque el su-
jeto se somete, por vía inconsciente, a las historias de un "otro"
que no le conciernen, pero de las cuales permanece finalmente
cautivo. El "otro" significa el narcisismo parental y la identifica-
ción con él. Estas identificaciones se cristalizan en una organiza-
ción escindida o alienada del yo y presentan características
particulares:
Al hijo
No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mis padres, su padre y sus mayores...
Siento su multitud. Somos nosotros
Y, entre nosotros, tú y los venideros
Hijos que has de engendrar. Los postrimeros
Y los del rojo Adán. Soy esos otros.
También. La eternidad está en las cosas
Del tiempo, que son formas presurosas.*
* La bastardilla me pertenece.
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La historización es un proceso esencial del psicoanálisis. Permi-
te reordenar la relación que el sujeto ha establecido con las identi-
ficaciones alienantes de los sistemas narcisistas parentales y explicar
las reacciones paradójicas a partir de la puesta en evidencia de las
funciones de apropiación-intrusión, de desenganche y reenganche,
que se despliegan entre ambos sistemas narcisistas en pugna.
La historia secreta, perteneciente a las historias que conciernen
a las generaciones que precedieron al narcisismo del sujeto, no se
transmite como mensaje explícito, sino que se halla estrechamen-
te relacionada con la modalidad de decir y no decir que utilizan
los padres, a través de una función de apropiación-intrusión.
El régimen narcisista de apropiación-intrusión es el que fuerza
al sujeto a una adaptación alienante por sus identificaciones in-
conscientes con la totalidad de la historia de los padres.
No existe así un espacio psíquico para que el niño desarrolle su
identidad, libre del poder enajenante del narcisismo parental. Se
crea una paradoja del psiquismo, que al mismo tiempo está lleno
y vacío en exceso (Faimberg, 1985). Lleno de alteridad ominosa y
vacío de mismidad, por carecer de espacialidad psíquica discrimi-
nada.
El proceso de intrusión explica el lleno en exceso de un objeto
que no se ausenta jamás. El sujeto queda cautivo de la intrusión
del "otro". Es un objeto excesivamente presente que lo habita y
posee.
La historización resulta ser un proceso esencial, pero no sufi-
ciente, para lograr la reestructuración identificatoria. Pues en la de-
sidentificación participan, además, varios factores fundamentales.
Depende, por un lado, de la instrumentación de la agresividad
en su relación con la intrincación-desintrincación de Eros y Tána-
tos; por otro lado, de las vicisitudes de los sistemas narcisistas in-
trasubjetivo e intersubjetivo en pugna y, además, de los destinos
de la pulsión de muerte liberada durante la elaboración desiden-
tificatoria.
El sujeto requiere la ¡mplementación de una adecuada agresi-
vidad, al servicio de los propósitos de Eros, que le permita "matar"
a ese niño marmóreo (el ¡nfans) para garantizar la inmortalidad
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propia y de los otros, y acceder así a la desidentificación de las
identificaciones alienantes.
Al dar muerte a la inmortalidad, se condiciona el nacimiento
del yo.
La muerte del infans reanima sentimientos de desvalimiento y
ominosidad, por la pérdida de la fantasía que reasegura la ilusión
de alcanzar, a través de la fusión, el amor eterno e inmutable. En
efecto, la desidentificación del infans pone a prueba la estabilidad
de los sistemas narcisistas en los planos intrasubjetivo e intersub-
jetivo. La desidentificación interviene en el complejo proceso de
reestructuración de todas las instancias psíquicas (yo ideal-ideal
del yo, superyó, yo) de ambos sistemas narcisistas en pugna y en-
tre ellos.
Así, la reestructuración en el yo ideal adquiere una conmoción
particularmente dramática por el choque de sentidos, que reabre
a posteriori las heridas narcisistas no superadas en ambas partes
especulares.
La desidentificación puede ser vivenciada en todas las etapas
de la vida, pero de manera más patética aún durante el período
de la adolescencia, como un desgarramiento de la persona que
fue una parte del sí mismo propio. Lleva consigo la amenaza pa-
ra el sentimiento de sí, tanto del hijo como de ambos padres, de
perder el sostén que mantiene la regulación de la estructura nar-
cisista. Sostén que se nutre a partir de la imagen de los padres sal-
vadores y sobrevalorados por el hijo, y del hijo idealizado y
mesiánico para los padres. Ambas partes se retienen, a través de
un envolvente suministro continuo de ofrecimientos y amenazas
verbales, materiales y afectivas, en una prolongada seudoindivi-
duación de negociaciones narcisistas, dentro de una temporali-
dad ambigua.
Este ideal de omnipotencia, que bascula entre el hijo adoles-
cente y sus padres, pone en escena las técnicas de desenganche y
de reenganche entre acreedores y deudores, en un movimiento
pendular condicionado a los destinos de la agresividad.
Mientras que la agresividad al servicio de Eros tiende a la dis-
criminación del otro, la agresividad al servicio de Tánatos pro-
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mueve la indiscriminación ominosa con el otro, borrando las fron-
teras entre el yo y el no-yo, entre la realidad psíquica y la realidad
material (Kancyper, 1986).
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tos inherentes a la adolescencia fracasa, en los casos más graves
da origen a estados de desestructuración psicótica. Otras veces,
subyace en severas depresiones, inhibiciones, actings out, fobias
y síntomas obsesivos.
Baranger, Coldstein y Goldstein (1989) diferencian los proce-
sos desidentificatorios de las identificaciones negativas y sostie-
nen que, en el gran desorden identificatorio que acontece en la
crisis de la adolescencia, etapa que oscila entre la desorganiza-
ción de la identidad infantil y la reorganización de la personalidad
adulta, "las desidentificaciones son por lo general más vistosas
que reales, y el mecanismo más utilizado es la identificación ne-
gativa que recubre las identificaciones anteriores sin desalojarlas.
Éstas sobrenadan después de la tormenta y coexisten en una paz
problemática con las nuevas adquisiciones".
Así, los remordimientos y los resentimientos —que se originan
irremediablemente a partir de la reestructuración intrasubjetiva
del adolescente, articulada con la relación intersubjetiva paren-
tai—, en gran medida, complican la tarea de la desidentificación
y conservan estas identificaciones negativas.
Ejemplos clínicos
42
X
43
Como bien hemos podido apreciar, el discurso de esta anali-
zante adolescente ilustra con mucha claridad:
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trar algún método para estar más armada ante las "invasio-
nes de despelote" que se me arman. Además, los niveles de
angustia que se me meten. Tienen un pico, como si fueran
una picana.
Me destruyen todo aquello que me hace feliz. Yo siento
que sigo construyéndome, pero hay una gran tendencia a se-
guir encuadrándome en la incapaz, en la que está hecha pa-
ra sufrir. Hay sesiones que yo odio. Son las sesiones en que yo
siento que no me gusto, que no me gusta lo que tengo aden-
tro. Tengo mierda adentro y no sé cómo me la saco (pausa).
Lo que pasa es que tengo la sensación de que es algo he-
cho, que es una trampa que yo me pongo. Como si frente a
una realidad que me resulta linda, que me hace sentir ple-
na, que mi vida tiene un hilo de conducción, apareciera de
pronto una voz que siempre sentí en mi oído: "¡Ahí Cuida-
do con esto, cuidado con lo otro." No tengo los signos de
que esto bueno va a durar; que no me engolosine con lo lin-
do. Estas palabras ya dejaron de ser de mi mamá, tienen que
ver conmigo.
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pues en ambas situaciones se reactivan ciertos psicodinamismos
comunes.
Como el adolescente, también el creador artístico o científico
necesita implementar el desafío para impugnar lo establecido y
crear productos nuevos.
Esta necesaria transgresión reactiva en el creador (y en el ado-
lescente) la oportunidad de realizar mágicamente las fantasías pa-
rricidas y fratricidas que determinan sentimientos de culpa y la
necesidad inconsciente de castigo; reanima además los procesos
narcisistas en pugna y la defusión de las pulsiones de vida y de
muerte anteriormente descritas.
El proceso creador pone a prueba la estabilidad de la organiza-
ción identificatoria, y resulta, por lo tanto, insoslayable la necesi-
dad de convivir con un transitorio estado de padecimiento
ominoso y culposo, inherente tanto a las fases de la gestación co-
mo a las del alumbramiento del proceso creador.
La función del analista es poner en evidencia los remordimien-
tos y los resentimientos manifiestos y latentes, que surgen a con-
secuencia y como resultado de las fantasías parricidas y fratricidas
(sentimientos de culpa) y de excomunión (necesidad de castigo
por un poder parental y fraternal, debido a la traición y la trasgre-
sión de los mandatos endogámicos), que se disparan durante las
fases del proceso creativo y durante los procesos desidentificáto-
rios de la adolescencia.
En cambio, la negativa inconsciente a percibir y explorar los re-
mordimientos y los resentimientos puede involucrar el riesgo de
bloquear la expresión de la capacidad creativa potencial y siem-
pre renaciente de los analizantes.
Numerosos autores psicoanalíticos se han ocupado, desde di-
ferentes ópticas, del tema de la creatividad. La mayoría de ellos
coincide en que la creatividad se caracteriza por el advenimiento
de algo nuevo, de lo original e inédito que sorprende, conmueve
y se opone a la repetición.
Grinberg de Ekboir (1980) sostiene: "El término creatividad
pertenece al léxico común y es, por lo tanto, sumamente ambiguo.
Generalmente designa a una cualidad que poseen ciertas perso-
46
ñas excepcionales, particularmente notoria en los genios creado-
res, pero también presente en grado menor en quienes poseen
ciertos talentos superiores, enigmática en sí misma y de la cual,
misteriosa e injustamente, parecen carecer la mayoría de los mor-
tales que no recibieron ese don de los dioses. Pero, actualmente,
se tiende a ajustar su significado desbrozando sus connotaciones
mágicas y místicas; se la considera como una cualidad o capacidad
de la mente que en algunos se ha desarrollado espontáneamente
en grado sumo, la cual puede ser diagnosticada, estimulada, edu-
cada, sometida a mediciones y, en el área laboral, contratada, en
tanto sería indispensable para el ejercicio de ciertas profesiones ta-
les como las de artistas, investigadores, científicos e intelectuales."
D. Anzieu diferencia la creatividad de la creación. Considera la
creatividad "un conjunto de predisposiciones del carácter y del es-
píritu que se pueden cultivar y que se encuentran, si no en todos,
en muchos". En cuanto a la creación, dice de ella que es "la in-
vención y la composición de una obra de arte o de ciencia que res-
ponde a dos criterios: aportar algo nuevo y cuyo valor sea tarde o
temprano reconocido".
Winnicott sostiene que en todo juego está presente una creati-
vidad primaria que es inherente a él.
La ¡dea de creatividad primaria subyace en muchos de los de-
sarrollos de Winnicott, en particular el self verdadero, el sentido
de la realidad propia y de un vivir creativo con el que relaciona la
autenticidad, es decir, un conocimiento personal de la realidad en
oposición a un conocimiento "convencional", que implica some-
timiento y falsedad.
Este vivir creativo puede coexistir, en la misma persona, con ac-
tividades generalmente consideradas creativas. Winnicott, por lo
tanto, comparte las concepciones sobre la creatividad como dis-
posición universal del sujeto, la que puede ser desarrollada, per-
turbada o inhibida, y cuyo exponente subjetivo es la convicción
vivencial, y el sentimiento de verdad y responsabilidad con relati-
va independencia respecto de las cualidades o la valoración del
producto creado.
47
La auténtica creatividad para mantenerse requiere una auténti-
ca confrontación (vertical con los padres y horizontal con los her-
manos reales e imaginarios y desplazada luego a los pares y
superiores) que—Eros mediante—facilita la ruptura generacional
con lo concebido hasta ese momento.
No existen creación ni confrontación sin riesgos. El adolescen-
te, igual que el creador, tiene derecho a la divergencia, a la posi-
bilidad de estar junto a otros y de pensar distinto, al crecimiento
personal a costa de nadie; a defender su marginalidad, su atipici-
dad, su independencia, sus juegos de imaginación, para poder
fundar una nueva visión, un nuevo orden que den testimonio de
su verdad.
48
4. La confrontación generacional y la hiperseveridad
del superyó en la adolescencia
Introducción
49
lecen relaciones de objeto de tipo narcisista y/o pigmaliónico, en
las cuales el otro no es considerado diferente ni separado. En es-
tos vínculos, la alteridad y la mismidad quedan total o parcialmen-
te desmentidas con el objeto de garantizar la omnipotencia y la
inmortalidad de los progenitores y la cohesión del medio familiar.
Precisamente es la falta de ese otro discriminado lo que denie-
ga el enfrentamiento y la confrontación intergeneracionales, ya
que nadie puede confrontar con el otro in absentia et ¡n effigie.
La confrontación generacional representa una de las vías prin-
cipales para estudiar de qué manera las relaciones de poder "fa-
brican" sujetos e instauran una multiplicidad de técnicas de
constricción reversibles, que se despliegan asimétricamente y en
dos direcciones: desde los padres hacia el hijo y desde éste hacia
los progenitores. Una de estas técnicas estaría representada por el
uso y abuso del Eros, que sofoca el espacio discriminado del otro
mediante un solapado manejo de poder-seducción; otra sería ejer-
cer el poder-sumisión para rellenar toda carencia, toda falta, todo
apremio objetivo (Ananké) en los hijos, lo que impediría que ma-
nifestasen el odio y la agresividad. El odio y la agresividad son dos
emociones y mociones fundamentales que posibilitan la admisión
del objeto como exterior a uno, y que operan, además, como con-
dición necesaria para que se instale una tensión entre los opuestos,
y así se despliegue el movimiento dialéctico de la discriminación
y la oposición entre las generaciones. '
Así como los padres son necesarios para que en el hijo se ins-
tituya el complejo de Edipo, también lo son para que el vástago
salga de él y pueda acceder a la elección de objetos sexuales, no
incestuosos ni parricidas, y a nuevos objetos vocacionales más
allá de los mandatos parentales.
Este es un largo, difícil y tortuoso camino donde muchos se de-
tienen antes de la línea de llegada.
Dolto señala que la adolescencia es un movimiento pleno de
50
fuerza, de promesas de vida, de expansión, y que no hay adoles-
centes sin problemas, sin sufrimientos; éste es quizás el período
más doloroso de la vida.
Pero, por otro lado, también representa la etapa de los duelos,
las angustias y las alegrías más intensos para los padres del adoles-
cente, quienes deben enfrentar elaboraciones psíquicas comple-
jas, debido a la reactivación y la resignificación de sus propias
adolescencias, en muchos casos de un modo patético, porque es-
ta fase coincide con la llegada de la menopausia y el avejenta-
miento.
Ellos sufren duelos y angustias por la resignación de los deseos
narcisistas de inmortalidad y de completud investidos en el hijo, y
de sus deseos pigmaliónicos relacionados con las fantasías de fa-
bricación y moldeado del otro a su imagen y semejanza, para ejer-
cer sobre él un poder omnímodo y omnisciente. Debe, además,
admitir la sexualidad floreciente y la potencia de desarrollo en el
hijo que crece, contrapuestas a las de ellos que se encuentran en
franca disminución.
Cada uno de los padres no sólo debe librar múltiples y simultá-
neas batallas en varios frentes, para acceder a la desmistificación
del Narciso, el Pigmalión y el Edipo que se albergan en su alma en
diferentes grados, sino que además debe desmantelar a Cronos,
que devora a sus vástagos. Esta tarea es intrincada y dolorosa pa-
ra los padres, porque apunta a admitir la inexorable irreversibili-
dad del tiempo y la prohibición definitiva de la reapropiación
devorante de los hijos.
Pero ¿qué sucede cuando el padre del adolescente no resigna
su propia adolescencia y, por ende, no puede ejercer su función
paterna?, ¿cuando no puede realizar la elaboración de estos varia-
dos duelos caracterizados por una compleja y múltiple causali-
dad? Entonces se produce el borramiento de la diferencia
generacional, y la necesaria rivalidad edípica deviene en una trá-
gica lucha fraterna y narcisista. En lugar de la confrontación, se
instauran la provocación, la evitación o la desmentida de la bre-
cha generacional, con lo cual se altera el proceso de la identidad.
51
El padre "cucharita"
52
Ejemplo clínico
53
a todos y nos nivelamos para abajo, y entonces la conver-
sación empieza a girar en derredor de las desgracias y de
los problemas (pausa).
A mí me gustaría desnivelarme para arriba, pero el peli-
gro es estar solo. No estar solo físicamente, porque sé que
el amor de mis padres es incondicional, pero solo simple-
mente por querer ser diferente.
54
Nasio señala la presencia de dos tipos opuestos y coexistentes
de superyó. Primero, reconoce un superyó asimilado a la concien-
cia en sus variantes de conciencia moral, conciencia crítica y con-
ciencia productora de valores ideales. Este superyó-conciencia
corresponde a la definición clásica, que designa a la instancia su-
peryoica como la parte de nuestra personalidad que regula nues-
tras conductas, nos juzga y se ofrece como modelo ideal. Así el yo,
bajo la mirada de un escrupuloso observador, respondería a las
exigencias conscientes de una moral a seguir y de un ideal a al-
canzar. La actividad consciente, generalmente considerada como
una derivación racional del superyó primordial, se explica por la
incorporación en el seno del yo no sólo de la ley de prohibición
del incesto, sino también de la influencia crítica de los padres y,
de modo progresivo, de la sociedad en su conjunto. Este superyó,
considerado a la luz de sus tres roles de conciencia crítica, de juez
y de modelo, representaría la parte subjetiva de los fundamentos
de la moral, del arte, de la religión y de toda aspiración hacia el
bienestar social e individual del hombre.
Y un segundo superyó, cruel y feroz, es causa de una gran par-
te de la miseria humana y de las absurdas acciones infernales del
hombre (suicidio, asesinato, destrucción y guerra). El "bien" que
este superyó salvaje nos ordena encontrar no es el bien moral (es
decir, lo que está bien desde el punto de vista de la sociedad), si-
no el goce absoluto en sí mismo; nos ordena transgredir todo lími-
te y alcanzar lo imposible de un goce incesantemente sustraído. El
superyó tiránico ordena y nosotros obedecemos sin saberlo, aun
cuando con frecuencia ello conlleve la pérdida y la destrucción de
aquello que nos es más caro.
Precisamente, es éste el sentido de la fórmula propuesta por La-
can: "El superyó es el imperativo del goce. ¡Goza! El yo, acosado
por el empuje superyoico, llega a veces a cometer acciones de una
rara violencia contra sí mismo o contra el mundo."
Esta autoridad interna, tan desenfrenada en sus intimidaciones,
tan cruel en sus prohibiciones, tan sádica en su dureza y tan celo-
samente vigilante, confunde en su insensata omnisciencia odio
con destrucción y, como consecuencia de esta confusión, niega el
55
inexorable derecho de odiar para liberar la agresividad de la con-
tinua servidumbre a la tiranía del superyó.
Agresividad que opera como la precondición necesaria para el
despliegue del acto de la confrontación parento-filial y fraterna
propiamente dicha, y no la provocación ni su desmentida.
El ejercicio de la libertad y el ejercicio de la confrontación que
posibilita una vida creativa requieren un constante proceso de li-
beración de las amarras ominosas del superyó y de los obstáculos
que provienen del medio ambiental y social.
56
recen sentimientos de esperanza y vivencias de renacimiento, co-
mo consecuencia del nuevo producto que surge del reordena-
miento identificatorio a partir del acto de la confrontación.
Pero los padres "adolescentizados" mantienen vínculos mezcla-
dos con sus hijos, que fluctúan entre la fraternización y la infantil i-
zación, y eclipsan, por ende, el despliegue de la confrontación
generacional.
57
que requiere el proceso del reordenamiento identificatorio. No
podía efectuar la antítesis necesaria que lo condujera a la síntesis
de una posición discriminada y autónoma del modelo parental.
Así, Raúl permaneció en el primer movimiento, en la tesis con el
padre y mezclado una unidad dual con él, en una suerte de sim-
biosis.
El padre lo esclavizó, obligándolo a tomar su función paterna
y a completarlo, y Raúl aceptó participar de esa connivencia nar-
cisista.
El desarraigo de Raúl nos remite a la constelación binaria idea-
lizada de la simbiosis padre-hijo, en la que ambos configuran una
relación centáurica. El hijo funciona como la cabeza de un ser fa-
buloso, y el padre lo continúa con su cuerpo, y viceversa; corola-
rio de una situación persecutoria extrema, que se asemeja a la
función maternante y paternante que mantenía Zeus con Dionisio,
descrito por Eurípides en la tragedia Las bacantes.
Raúl había sido colocado en el lugar de Zeus como el portador
deificado que tenía como misión preservar a ambos progenitores
de la locura y del desamparo. También la madre de Raúl operaba
como una suerte de pseudópodo narcisista del hijo. Dependía
económica y psíquicamente de él. Y Raúl estaba condenado a vi-
vir eternamente la experiencia de errancia.
Alternaba su vagabundeo entre fantasías heroicas y de reivin-
dicación y de redención. Buscaba un lugar propio, una tierra pa-
ra detenerse y construir. U n a espacialidad psíquica discriminada
de las necesidades, las demandas y los deseos parentales que rea-
nimaban a la vez sus propias fantasías de omnipotencia infantil.
58
Los padres blandos y los padres "pendeviejos", como hemos
visto, generan un fenómeno particular caracterizado por la rever-
sión de la demanda de dependencia (Zak de Goldstein, 1994).
59
ideología imperante del individualismo posmoderno que, al en-
tronizar el culto del cuerpo-imagen y el permanente entusiasmo
de una juventud eterna, narcisiza los vínculos y desmiente la dife-
rencia generacional.
60
5. Narcisismo, resentimiento y temporalidad
entre padres e hijos
61
miento biológico. Existe un orden imaginario y simbólico que pre-
cede al nacimiento cronológico. Este orden es el lugar que ocupa
el hijo en la fantasmática individual de cada uno de los progeni-
tores y de la pareja, y es a partir de ese momento lógico cuando el
hijo comienza a ser identificado en tal rol y en un determinado lu-
gar; punto de partida de su identidad y de su identidad sexual.
Desde el vamos se crea un campo dinámico de fuerzas entre
los deseos parentales y filiales en pugna, que opera como un mo-
tor necesario para salvaguardar una estructura de alteridad y de re-
ciprocidad que posibilite el desarrollo y el devenir de la vida
subjetiva y preserve tanto al hijo como a sus progenitores de even-
tuales alienaciones.
La decisión de tener un hijo implica mantener activa la memo-
ria, en los padres, de no ejercer un abuso de poder sobre sus vás-
tagos, para que éstos no operen como un mero objeto antiangustia
que garantice la trascendencia, la inmortalidad y la protección pa-
rental.
Para ello los progenitores deberían posibilitar el ejercicio de la
diferencia y del cotejo intergeneracional en las diferentes etapas
de la vida de sus hijos. Para lo cual los padres, a fin de no clonar-
se indefinidamente en la posición de un Amo sagrado y detentor
de un poder omnímodo, deben desactivar en ellos mismos las re-
laciones de dominio que intentan continuar ejerciendo sobre sus
hijos, por la interminable reanimación de las míticas figuras de
Cronos, Edipo y Pigmalión que moran inexorablemente y pervi-
ven de un modo atemporal en el alma humana.
62
raímente sobre el sustrato temporal de la dimensión del futuro.
Parafraseando a los poetas: "En el hijo se puede volver nuevo."
63
tante narcisista primario, una diferente visión de la relación inter-
subjetiva entre padres e hijos, al aseverar que "la práctica psicoa-
nalítica se funda en la revelación del trabajo constante de una
fuerza de muerte: la que consiste en matar al niño maravilloso (o
terrorífico) que de generación en generación atestigua los sueños
y deseos de los padres; no hay vida sin pagar el precio del asesi-
nato de la imagen primera, extraña, en la que se inscribe el naci-
miento de todos" (Leclaire, 1975).
Esta imagen primera y extraña nace antes del nacimiento bio-
lógico del niño
El sistema narcisista parental se sostiene, por lo tanto y en gran
medida, sobre el poder marmóreo del niño inmortal. Y a través de
él configura una temporalidad subjetiva de un futuro de ilusión
permanente, para desmentir el "punto más espinoso del sistema
narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad ase-
dia duramente ha ganado su seguridad refugiándose en el niño"
(Freud, 1914).
64
ración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por me-
dio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo im-
puesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el
cumplimiento de este ideal (Freud, 1914).
65
ta incorporarlo como su seudopodio, cuya movilidad desde ese
momento es regida según la dirección de los caprichos de su úni-
ca decisión; vaciando al mismo tiempo a sí mismo, Su Majestad el
Bebé, y a la otra majestad desplazada, los Padres-Reyes Magos, de
toda autonomía y diferencia.
Mas, cuando el mantenimiento de tal colonización flaquea por
la aparición de signos de discriminación, tanto por parte del seu-
dopodio como de sí mismo, reacciona nuevamente ante tal dife-
rencia como ante una herida narcisista, pues la mítica unidad del
narcisismo primario, ya abandonada pero compulsivamente rena-
ciente, vuelve a quebrarse, a resentirse: el resentimiento. Si bien
el resentimiento guarda íntima relación con la dinámica narcisis-
ta, también se relaciona con los efectos provenientes del accionar
de la pulsión de muerte singular en cada sujeto, ya que el resenti-
miento es una manifestación del narcisismo tanático.
Podemos colegir, a partir de una lectura desde la teoría de la
pulsión de muerte, que el sujeto resentido contabiliza únicamen-
te las frustraciones por los maltratos padecidos de las situaciones
traumáticas del mundo externo, tanto las presentes como las pre-
téritas, resignificadas y reactivadas. Pero soslaya incluir los efec-
tos provenientes del renovado accionar desde sus propios
impulsos destructivos en el presente, los cuales, a través de la en-
vidia y del resentimiento, atacan a sus propios objetos.
Pasaré a confrontar las diferencias y las articulaciones entre el
resentimiento y la envidia.
El impulso envidioso tiende a destruir al objeto en su capaci-
dad creadora y de goce (Melanie Klein).
El impulso resentido, en cambio, no persigue destruir al obje-
to sino castigarlo. Ambas son manifestaciones cualitativamente
diferentes de la pulsión de muerte y participan, a través de cier-
tas articulaciones entre sí, en los intrincados fenómenos de la
compulsión de la repetición.
El sujeto envidioso no persigue otro fin que atacar lo que el ob-
jeto tiene de valioso, incluida su capacidad de dar.
El sujeto resentido, en cambio, sostiene que este objeto, aun-
que malo en muchos aspectos, conserva para sí lo bueno: una re-
66
tentiva capacidad de dar, de la cual él ha sido "injustamente" pri-
vado, pero que "legalmente" espera aún reconquistar a través de
un castigo reivindicatorío. Es durante esta espera de represalia
cuando el sujeto resentido acreedor anula el paso del tiempo: la
procrastinación desafiante al objeto deudor.
El sujeto resentido, al reforzar lo externo y el injusto pasado, re-
fuerza las proyecciones y las identificaciones proyectivas, y ali-
menta de este modo su "estatus pasivo" de ¡nocente, castigador,
vengativo y arrogante. De allí que clínicamente se exprese a tra-
vés del reproche melancólico, del reclamo obsesivo y de la manía
querellante; por lo tanto, el hijo permanece detenido, retenido y
entretenido en derredor de una temática torturante: lavar el honor
ofendido por los agravios padecidos. Presenta una temporalidad
con características particulares que se expresa en lo manifiesto a
través de una singular relación con la dimensión prospectiva del
tiempo. La perspectiva del provenir se halla invadida por la reivin-
dicación de un "injusto" pasado.
Resentimiento y temporalidad
67
viene del medio ambiental como frustración y lo que nace del pro-
pio hijo como resentimiento, sopesando cuidadosamente el entre-
cruzamiento de uno y otro.
En el resentimiento se repiten los sentimientos y las representa-
ciones como automatismo de repetición, sin configurar un recor-
dar acompañado de un revivenciar afectivo, integrado en una
estructura diferente con una nueva perspectiva temporal. En lo
manifiesto, se presenta como una ausencia del porvenir. En lo la-
tente, este aparente sin-sentido del porvenir está obturado por la
presencia de un contra-sentido. El sentido de un futuro que puja,
el porvenir de la venganza, de la revancha de un pasado.
El niño resentido con sus padres no permanece anclado en la
atemporalidad, sino amarrado a un pasado con ellos, con el cual
aún no ha saldado sus cuentas.
Presente y futuro son hipotecados para lavar el sentimiento de
sí ofendido de un pasado singular que se ha apoderado de las tres
dimensiones del tiempo.
Los procesos activos, destinados a mantener la dimensión del
pasado fuera de la integración temporal dialéctica con el presen-
te y el futuro, están condicionados a las vicisitudes de los proce-
sos de la desmentida, de la idealización y de la agresividad al
servicio de Tánatos, los cuales, mediante sus enlaces recíprocos,
estructuran el resentimiento. Refuerzan la continuidad de una re-
lación indiscriminada en el vínculo objetal y perturban, por ende,
el proceso del trabajo del duelo.
Según sostiene Freud en "Duelo y melancolía", se requiere la
presencia de dos posibilidades: el desahogo de la furia y la desva-
lorización del objeto por carente de valor para poder efectuar un
duelo:
68
que la furia se desahogó, sea después de que se resignó el
objeto por carente de valor.
69
Para ello, el sujeto-hijo resentido adhiere viscosamente su libi-
do al objeto-parental deudor, con el fin de realizar un triunfo de
desquites sobre él, mediante el despliegue de autolegalizadas fan-
tasías asintóticas de venganza y/o efectivizando el pasaje del re-
sentimiento al acto vengativo.
Este renaciente aunque inalcanzable deseo narcisista de comple-
tud en la satisfacción sádica de represalias se halla inexorablemen-
te expuesto nuevamente a la frustración; frustración proveniente de
la desilusión de alcanzar una exacta coincidencia especular de re-
vanchas por los agravios padecidos.
Resurge automáticamente el resentimiento con una agresividad
vengativa tendiente a restablecer un estado ilusorio de perfección
anterior.
Esta agresividad suscita sentimientos conscientes e inconscien-
tes de culpabilidad con necesidad de castigo, que se manifiesta
clínicamente en las provocaciones sadomasoquistas, encerrando
al hijo resentido en un ligamen viscoso con los padres, anclados
en un tiempo circular dentro de un laberinto: el muro narcisista.
Por lo tanto, el hijo se ubica en la posición de un acreedor ra-
paz por haber perdido su perfección originaria y ubica a los pa-
dres como los eternos responsables y deudores, porque como yo
ideal recae sobre ellos el amor de sí mismo de que en la infancia
gozó el yo real.
El narcisismo del hijo aparece desplazado a este nuevo yo ide-
al que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las per-
fecciones valiosas.
70
regresa a aquel a quien creyó durante su primera infancia. Así, la
fantasía no es en verdad sino la expresión del lamento por la de-
saparición de esa dichosa edad.
Por tanto, la sobrestimación de los primeros años de la infancia
vuelve a campear por sus fueros en estas fantasías. Una interesan-
te contribución a este tema proviene del estudio de los sueños. En
efecto, su interpretación enseña que aún en estados posteriores al
emperador y la emperatriz esas augustas personalidades significan
en los sueños padre y madre. Por consiguiente, la sobrestimación
infantil de los padres se ha conservado también en el sueño del
adulto normal".
Por lo tanto, los padres devienen, para la dinámica narcisista
del hijo, en Sus Majestades los Reyes Magos; aquellos míticos po-
seedores de todo lo valioso, pero que avaramente lo reparten a
cuentagotas, una sola vez por año y a veces nunca, suscitando el
resentimiento, ya sea en forma manifiesta o latente, acompañado
de sentimientos de culpabilidad por albergar fantasías y mociones
vengativas. Pues el hijo permanece en la aseveración de que los
padres —mediante su propia sobrestimación proyectada— retie-
nen sus bondades y posibilidades múltiples para sí mismos: "Tie-
nen pero a propósito e injustamente no me quieren dar."
Estas funciones cualitativamente diferentes que ejercen los hi-
jos para la realidad psíquica de los padres, así como éstos para la
estructura psíquica de los hijos, producen efectos singulares que
se manifiestan a través del sentido diferente que cobran el dar y el
recibir en los sistemas narcisistas parentales y filiales. Mientras que
el dar de los padres a los hijos está signado privilegiadamente,
aunque no en todos los casos, por el remanso de la ilusión en el
poder recuperar aún, a través de cada uno de sus vástagos, las par-
celas incompletas de su territorio narcisista.
El otro dar, aquél relacionado con el dar del hijo a los padres,
se halla condicionado, en cambio, a las vicisitudes del desplaza-
miento de su narcisismo perdido y resentido; aspira, por lo tanto,
no a dar a, sino a recibir de los padres aquello que injustamente le
ha sido privado y que legalmente espera todavía recuperar a tra-
vés de ellos, pues supone que en los padres se encuentra retenido.
71
El primer dar reabre una temporalidad de futuro con el desplie-
gue de la afectividad: del amor, de la ternura, de la capacidad de
perdonar y de tolerar en forma ¡limitada, pues el hijo opera como
la esperanza trófica que garantizará un porvenir reparatorio del
narcisismo parental.
El otro dar, en cambio, reanima la temporalidad del pasado, ya
que en el mismo movimiento del dar filial se resignifica y reactiva
el injusto quitar atribuido a los padres, injuria que no se puede ol-
vidar; este dar presente cabalga sobre el quitar pretérito: el desqui-
te, la revancha de un pasado que no se puede o no se quiere
amnistiar, permaneciendo sus afectos en hibernación. El dar a los
padres resulta, por consiguiente, una operación compleja, forzo-
sa y "antinatural"; el hijo se sitúa estructuralmente ante los padres
en la posición del demandante con reproches auto-legalizados,
porque la relación dinámica narcisista filial-parental, condiciona-
da al déficit originario que se relaciona con el estado de desampa-
ro de la prematuración del ser humano, así lo instituye.
La sabiduría popular, al ocuparse de este tema, aseveraba:
72
6. El campo analítico con niños y adolescentes
Introducción
El influjo analítico
73
el niño es un objeto muy favorable para la terapia ana-
lítica, los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego es
preciso modificar en gran medida la técnica del tratamien-
to elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un
objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no
tolera mucho los métodos de asociación libre, y la transfe-
rencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores
reales siguen presentes. Las resistencias internas que com-
batimos en el adulto están sustituidas en el niño, las más de
las veces, por dificultades externas. Cuando los padres se
erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la
meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesa-
rio aunar en el análisis de niños [y yo agregaría también en
el análisis de adolescentes] algún influjo analítico sobre sus
progenitores.
74
los a superar. Sin incluir a los padres como un elemento estructu-
ral insoslayable, y hasta enriquecedor "aliado" del analista y del
analizando durante el desarrollo del proceso analítico. Lo cual
condujo a la marginación forzosa de los padres, o a entrevistas de
orientación informática o pedagógica. La situación analítica se re-
ducía a una recortada y aséptica relación bipersonal, alejada de la
contaminación parental.
Entiendo por influjo analítico sobre los progenitores la posibi-
lidad que tiene el analista de niños y adolescentes de instrumen-
tar una herramienta de alto valor heurístico que le permite
incluir —dentro de su lectura del campo analítico— los nexos
que se establecen, y en una doble dirección, entre la conflictiva
intrasubjetiva del analizando hijo y la relación intersubjetiva pa-
rental. Esta posición teórica posibilita diferentes estrategias tera-
péuticas.
Me refiero a replantear el concepto de orientación pedagógica
e informativa de los padres, que tiene por finalidad adecuar el me-
dio ambiental a las necesidades del crecimiento y desarrollo del
hijo.
Yo, en cambio, propongo no sólo apuntar a la necesidad, sino
también a desentrañar la trama identificatoria de los deseos de vi-
da y de muerte que han recaído sobre el analizando; y que, si no
son abordados técnicamente por el mismo analista, continúan
ejerciendo su influencia como focos sépticos vigentes, pues el hi-
jo vive con sus padres y va urdiendo con ellos una cierta trama de
engaños en complicidad inconsciente. Para lo cual indicaría que
el mismo analista que analice al hijo entreviste a los padres, el nú-
mero de sesiones necesario, con la finalidad de crear espacios y
tiempos mentales discriminados en la economía libidinal de los
propios padres, para que el hijo tenga un terreno propio en el te-
rritorio sin frontera de los inconscientes parentales.
Sostengo que es función del analista de niños y de adolescen-
tes liberar a los padres y al analizando del cautiverio narcisista en
que ambas partes participan y padecen, a través de entrevistas
psicoanalíticas con ambos padres, con o sin participación del hi-
jo —según la singularidad de cada caso— que apunten a:
75
1. Descifrar inhibiciones, síntomas y angustias en el ejercicio
de la maternidad y de la paternidad.
2. Otorgar un lugar a la enfermedad del hijo dentro del espa-
cio mental de cada uno de los progenitores, con el fin de
poder albergarla y no expulsarla, ya que nadie combate al
enemigo "¡n absentia et ¡n effigie".
3. Recortar y articular la problemática del hijo, dentro de la
dinámica narcisista y edípica de cada uno de los progeni-
tores, de la pareja y de la familia.
76
bos participantes se definen el uno por el otro. Cuando ha-
blamos de campo analítico, entendemos que se está dando
una estructura, producto de los dos integrantes de la rela-
ción, pero que a su vez los involucra en un proceso diná-
mico y eventualmente creativo.
El campo es una estructura distinta de la suma de sus
componentes, como una melodía es distinta de una suma
de notas.
La ventaja de poder pensar las cosas en términos de
campo reside en que la dinámica de la situación analítica
se encuentra inevitablemente con muchos tropiezos que no
se deben a la resistencia del paciente o a la del analista, si-
no que manifiestan la existencia de una patología específi-
ca de esta estructura. El trabajo del analista, en este caso,
utilice o no el concepto de campo, cambia de centro: una
segunda mirada se dirige conjuntamente al paciente y a sí
mismo funcionando como analista. No se trata simplemen-
te de tomar en cuenta las vivencias contratransferenciales
del analista, sino de reconocer que tanto las manifestacio-
nes transferenciales del paciente como la contratransferen-
cia del analista se originan en una misma fuente: una
fantasía inconsciente básica que, como creación del cam-
po, se enraiza en el inconsciente de cada uno de los parti-
cipantes. El concepto de fantasía inconsciente básica remite
al concepto kleiniano de fantasía inconsciente, pero tam-
bién a lo que describió Bion en sus trabajos sobre grupos.
Por ejemplo, cuando Bion habla del supuesto básico de "lu-
cha y fuga" en un grupo, se refiere, a nuestro entender, a
una fantasía inconsciente que no tiene existencia fuera de
esta situación de grupo en ninguno de los participantes. Es
lo que queremos decir con fantasía inconsciente básica en
el campo de la situación analítica.
77
Bezoari y Ferro (1990) señalan que la fantasía inconsciente que
organiza el campo analítico de adultos descrito por los Baranger
1.° es una fantasía bipersonal, irreductible a la concepción de la
fantasía inconsciente tal como se formula clásicamente (por ejem-
plo, por S. Isaacs), o sea como expresión de la vida pulsional del
individuo, y 2° que la fantasía inconsciente bipersonal está cons-
tituida, en cambio, por un grupo cruzado de identificaciones pro-
yectivas que implica, en varias medidas, sea al analizando, sea al
analista.
Asumir este modelo radicalmente bipersonal, el de la identifi-
cación proyectiva, produce cambios importantes también en la
concepción de las dinámicas.de transferencia y contratransferen-
cia. Según los Baranger, la que clásicamente se define como neu-
rosis (o psicosis) de transferencia tendrá que ser considerada,
dentro de la noción de campo, como neurosis (o psicosis) de
transferencia-contratransferencia, o sea como función de la pare-
ja. La patología del paciente como tal no entra en el campo sino
en relación con la persona del analista, quien a su vez contribuye
activamente (aunque, es de esperar, en medida inferior) a la cons-
titución de aquella patología del campo que será el objeto concre-
to de la elaboración analítica.
Los Baranger denominan baluartes a las áreas del campo rela-
cional donde, debido a identificaciones proyectivas cruzadas, se
produce entre analista y paciente una colusión inconsciente que
tiende a inmovilizar a ambos y se opone a la evolución del proce-
so analítico.
Pero, en el campo dinámico con niños y adolescentes, los obs-
táculos en el proceso analítico suelen estar además determinados
por la contribución activa de ciertas transferencias de los padres
sobre la relación bipersonal, pudiendo llegar al extremo de poner
en peligro la continuidad del tratamiento.
78
El proceso analítico y sus obstáculos
79
po patológico; por ejemplo: la instauración de una alianza
en contra de los progenitores.
80
más por las fantasías de depositación de funciones parentales y de
pigmalionización (Kancyper, 1995), que ciertos padres proyectan
en forma manifiesta o latente sobre el analista. Por ejemplo: a)
"Doctor, le deposito mi hijo en sus manos, espero que lo encami-
ne en el estudio y en la elección definitiva de una sana pareja; o b)
Doctor —expresa con ansiedad una madre—, pensé en usted, por-
que en mi casa hay una falta de límites, mi hijo necesita de un buen
padre." c) Considero que, también en los célebres casos clínicos de
las dos adolescentes de 18 años de edad, descritos por Freud —en
el caso Dora y en "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexua-
lidad femenina"—, se habrían producido ciertas connivencias en-
tre los padres de las analizandas y Freud, determinando en cada
una de ellas —junto con otros y variados factores— la renuencia y
la interrupción de sus respectivos procesos analíticos.
La formación de un baluarte en el análisis con niños y adoles-
centes muestra no sólo la interacción entre la transferencia del
analizando y la contratransferencia del analista, sino además la
creación de un fenómeno de campo que no podría producirse si-
no entre este analista con este analizando en relación con estos
padres; formando metafóricamente, entre estos tres elementos en
interacción, un precipitado. Produciéndose un atascamiento de la
dinámica del campo y una paralización de su funcionamiento.
En éste, como en todos los fenómenos que se manifiestan co-
mo obstáculos graves al proceso analítico —parasitación, impasse
y reacción terapéutica negativa—, el analizando, el analista mis-
mo y los padres del analizando están involucrados como partici-
pantes activos del campo, y es función del analista abordarlos en
una visión conjunta. Este reconocimiento será "consciente y silen-
te" en el analista, "consciente y manifiesto" al analizando y a sus
padres, a través de diferentes estrategias terapéuticas, condiciona-
das por la particular disposición que presentan los progenitores y
el analizando, para facilitar la reestructuración dinámica del pro-
ceso analítico del hijo.
81
7. La confrontación generacional en la adolescencia
como campo dinámico
Introducción
83
En este trabajo, extiendo el concepto de campo fuera de la si-
tuación analítica y lo empleo en la dinámica de la confrontación
parento-filial y fraterna.
Los padres y el hijo, y los hermanos entre sí, implicados en el
acto de confrontación, no pueden ser descritos ni entendidos co-
mo personas aisladas, sino como una totalidad estructurada, cuya
dinámica resulta de la interacción de cada integrante sobre el otro
y de la situación sobre ambos en una causación recíproca dentro
de un mismo proceso dinámico.
Esta diferente lectura posibilita una ganancia en entendimien-
to de complejidad creciente, asignable a los fenómenos progresi-
vos y regresivos que se presentan en los entrecruzamientos
generacionales y a la dinámica que se origina entre la intrasubje-
tividad, la intersubjetividad y sus incidencias en la estructuración-
desestructuración de las instancias psíquicas en cada uno de los
participantes.
La funcionalidad del campo de la confrontación generacional
exige una disimetría radical entre la función parental y filial. Pero
tanto los padres como el hijo requieren atravesar por diferentes y
complejas elaboraciones psíquicas:
84
El concepto de campo posibilita el abordaje de la existencia de
muchos tropiezos en la confrontación generacional como mani-
festaciones de la presencia de una patología específica de esa es-
tructura en donde ambos, padres e hijos, participan de un modo
complementario y en diferentes grados.
Este campo dinámico intergeneracional depende, por un lado,
de los efectos que surgen a partir de los sistemas narcisistas paren-
tales y filiales, que no son simétricos entre sí, con sus configura-
ciones fantasmáticas de inmortalidad, omnipotencia, idealización
y del doble, y por otro lado, de las fantasías incestuosas, parrici-
das y filicidas del complejo de Edipo y de las fantasías furtivas, de
excomunión y de confraternidad inherentes a los complejos frater-
nos. Quiero subrayar que el complejo fraterno no representa una
mera consecuencia del complejo de Edipo; presenta su propia es-
pecificidad y puede o no articularse con el complejo nodular de
las neurosis (Winnicott, 1993, p. 192).
Podemos clasificar diferentes alteraciones en el campo dinámi-
co de la confrontación generacional y fraterna según predomine:
a) la sofocación, b) la desmentida, c) la parálisis, d) la inversión, e)
la provocación, f) la evitación del entrecruzamiento generacional
(Baranger, 1992b).
Estos diferentes campos dinámicos están condicionados por la
singular interacción conjunta que se despliega entre las particula-
ridades del hijo y las características de los padres: a) hacedores, b)
"pendeviejos", c) autoritarios, d) blandos, e) padre-hermano, f)
distraídos, g) serviles.
85
I. Un aspecto formal o regla del juego (la presencia de otro
diferenciado que posibilita la tensión entre los opuestos).
II. Un aspecto dinámico: la evolución de la relación paterno-
filial y fraterna a medida que van emergiendo los diferen-
tes cambios y conflictos inherentes a las distintas etapas
evolutivas.
III. Un aspecto funcional, en la medida en que su dinámica
permite asumir la diferencia, el despliegue y la evolución
del cotejo entre generaciones y hermanos.
86
tan sólo por efectos indirectos: proviene de una complici-
dad entre ambos protagonistas en la inconsciencia y el si-
lencio para proteger un enganche que no debe ser
develado. Esto desemboca en una cristalización parcial del
campo, en una neoformación constituida alrededor de un
montaje fantasmático compartido que implica zonas im-
portantes de la historia personal de ambos participantes y
que atribuye a cada uno un rol imaginario estereotipado.
Aveces el baluarte queda como un cuerpo extraño está-
tico mientras el proceso sigue aparentemente su curso. En
otras situaciones, invadiendo completamente el campo y
restando toda funcionalidad al proceso, transforma el cam-
po en su totalidad en un campo patológico (Baranger, Ba-
ranger y Mom, 1978).
87
temente atemporal a la temporalidad de la resignificación. La
admisión del estatus del concepto de fantasía inconsciente bási-
ca de campo se halla condicionada a la superación de varios
obstáculos:
88
Narcisismo y sadomasoquismo
89
servicio incondicional tras la entronización de una ideología que
exalta la virtud del altruismo ilimitado, pero que encubre en rea-
lidad una ganancia económica del sufrimiento en sus relaciones
parento-filiales. Cuanto más padecen, mejores padres son ante la
imagen de sí mismos y de los otros: el beneficio narcisista secun-
dario del masoquismo parental.
Los padres serviles suelen padecer de un "delirio de insignifi-
c a c i ó n " , tal como describe Freud en " D u e l o y melancolía" el
Selbstgefühl del melancólico. Se viven indignos de todo respeto y
consideración por parte de los hijos, padecen de múltiples deudas
impagas que precipitan a estos padres culposos en actos de repa-
ración compulsiva, y los hijos suelen explotar, consciente y/o in-
conscientemente, las angustias y las culpas de estos "padres en
falta", asumiendo el complementario rol de verdugos hogareños y
depredadores que maltratan a los padres sacrificados.
Los "padres serviles" materializan, a través del sadismo de los
hijos, las propias fantasías masoquistas de "Pegan a un niño-padre"
moral y/o erógenamente.
Operan como servidores incondicionales y ejecutan ceremo-
niales estrictos: genuflexión, fórmulas de cortesía y regalos varios,
entregados como ofrendas para granjearse la simpatía y el maltra-
to de sus hijos maravillosos, los príncipes y condes que residen en
la mansión, gozando de todos los privilegios y de ningún deber.
Se origina una patología del campo dinámico: el campo perverso
sadomasoquista.
90
Lo que prevalece no es tanto la culpa sino la angustia que sue-
le manifestarse mediante severos síntomas en cada uno de los par-
ticipantes.
Los padres serviles y los padres distraídos se hallan amordaza-
dos ante los propios hijos. Pero existe una diferencia notable entre
ellos en referencia al acto de la confrontación intergeneracional.
Mientras que en los primeros la confrontación es reemplazada
por el acto de la provocación que somete y maltrata a cada uno de
los integrantes del campo perverso a través de un desafío tanático
(el caso Dora; Freud, 1901), en los segundos —los padres distraí-
dos— se asiste a la parálisis del acto de la confrontación.
La fantasía básica bipersonal en el campo dinámico entre los
padres y los hijos distraídos es la de "huida y fuga" (por ejemplo:
no digo nada porque si hablo me desbordo o le pego o lo mato o
me mata retaliativamente); los hijos suelen vivir esta inhibición pa-
rental como si fuera desinterés de los padres, y los padres a la vez
suelen padecer de angustias por la imposibilidad de quebrar el
muro del silencio. En estos casos, se puede llegar a constituir un
campo de extrema evitación que paraliza el enfrentamiento entre
las generaciones.
Recordemos que, en el caso de la joven homosexual descrito
por Freud en el año 1920, la adolescente se "hacía a un lado" de
la madre y del hermano y "daba la espalda" a su padre; en lugar
de confrontarlos, procuró a través de la venganza —masoquismo
mediante— provocar al padre y huir de una madre "distraída" que
narcisísticamente competía con la hija.
Entre ambas, podríamos decir, se había configurado un fenó-
meno particular de campo y una fantasía bipersonal enraizada en
el inconsciente de cada una de las participantes: la fantasía de
"hacerse a un lado".
91
con especial celo para que permaneciera alejada del padre.
Por eso la necesidad de una madre más amorosa pudo es-
tar fortificada desde siempre en la muchacha.
La madre apreciaba todavía el ser cortejada y festejada
por hombres; entonces, convirtiéndose ella en homose-
xual, le dejó los hombres a la madre, "se hizo a un lado",
por así decir, y desembarazó del camino algo que hasta en-
tonces había sido en parte culpable del disfavor de la ma-
dre (Freud, 1920b, p. 150).
92
ser confundido con aquél en ocasiones íntimas en razón de
su parecido, y resolvió la dificultad convirtiéndose en ho-
mosexual. Abandonó las mujeres a su hermano, y así "se hi-
zo a un lado" con respecto a él. Otra vez traté a un hombre
joven, artista y de disposición inequívocamente bisexual,
en quien la homosexualidad se presentó contemporánea a
una perturbación en su trabajo. Huyó al mismo tiempo de
las mujeres y de su obra. El análisis, que pudo devolverle
ambas, reveló que el motivo más poderoso de las dos per-
turbaciones —renuncia, en verdad— era el horror al padre.
En su representación, todas las mujeres pertenecían al pa-
dre. Esta clase de motivación de la elección homosexual de
objeto tiene que ser frecuente; en las épocas primordiales
del género humano fue realmente así: todas las mujeres
pertenecían al padre y jefe de la horda primordial.
En hermanos no mellizos, ese "hacer a un lado" desem-
peña un importante papel también en otros ámbitos, no só-
lo en el de la elección amorosa. Por ejemplo, si el hermano
mayor cultiva la música y goza de reconocimiento, el me-
nor, musicalmente más dotado, pronto interrumpe sus estu-
dios musicales, a pesar de que anhela dedicarse a ellos, y
es imposible moverlo a tocar un instrumento. No es más
que un ejemplo de un hecho muy común, y la indagación
de los motivos que llevan a hacerse a un lado en lugar de
aceptar la competencia descubre condiciones psíquicas
muy complejas (p. 152).
93
descrito por los Baranger es un concepto que se refiere a una for-
mación artificial, como un subproducto de la técnica analítica, se
lo puede también extender al campo bipersonal entre padres e hi-
jos y entre los hermanos.
94
edifican su cosmovisión sobre los cimientos defensivos de los me-
canismos de la huida, del control del ataque, para preservarse de
la castración-muerte; porque en este medio familiar las angustias
y los sentimientos de culpa se erigen en el eje central y regulador
de la vida psíquica de sus integrantes. Viven para salvarse median-
te un permanente reaseguramiento para no sufrir. Pero pagan sus
derechos a la existencia con una cuota constante de padecimien-
to: "dolo ergo sum"; prefieren la evitación de displacer a la bús-
queda de placer, pero no cesan de sufrir (Kancyper, 2000, p. 125).
Y es precisamente esta tensión de la incertidumbre, que provie-
ne de la mortificación del accionar de las angustias ominosas, la
que los preserva de la ausencia total de tensión que rige el princi-
pio de nirvana. Parafraseando a los poetas: "Morirse la vida, vivir-
se la muerte."
Los padres "hacedores-sobremurientes" generan relaciones
adictivas con sus hijos, y entre ambos se esclavizan recíprocamen-
te, creando un péndulo retaliativo que se sostiene por la vigencia
de este nexo entre la angustia y el poder ominosos.
Una de las formas del poder de estos padres syele vehiculizarse
mediante la aplicación de técnicas de embrujo, de fascinación a
través de ofrecimientos compulsivos (materiales, verbales y afecti-
vos), para mantener neutralizadas las amenazas que provienen de
sus propias angustias, con la finalidad de garantizar la presencia in-
condicional de sus hijos-objetos para que no se ausenten jamás.
Los padres hacedores-sobremurientes se posicionan como pro-
genitores deificados que asisten a sus hijos cubriendo toda Anan-
ké. Se ubican en la posición fálica y ubican al hijo como a un
-objeto anti-angustia desvalido, y que jamás se distancia para ga-
rantizar la presencia de otro especular y maravilloso para que, al
espejarse en su propia obra, refleje su propia omnipotencia como
el "Hacedor", el padre pigmaliónico que modela y fabrica a su
propia criatura. La repetición de las angustias de estos progenito-
res convierte a los padres hacedores en esclavos domésticos, en
servidores incondicionales de los hijos demandantes pero envuel-
tos —ante la propia mirada y la de los otros— con ropajes de pa-
dres semidioses.
95
En este punto, los padres hacedores-sobremurientes se diferen-
cian de los padres anteriormente descritos porque se posicionan
desde el vamos en el yo ideal, como los padres todopoderosos: los
"Reyes Magos" que proveen mágicamente un mundo a-conflictivo,
intentando compaginar la perfección narcisista infantil con su có-
moda negación de un mundo real bastante desagradable y la exis-
tencia interna o intrínseca de pulsiones destructivas y
autodestructivas básicamente incompatibles con la felicidad nar-
cisista.
La' necesidad de los padres hacedores de sentirse superiores es
tan intensa que les posibilita la desmentida del elevado pago de
sufrimiento y de displacer que resultan de sus comportamientos
masoquistas, al servicio de permanecer sosteniendo la lógica fáli-
ca del narcisismo en el vínculo con los hijos. A la relación que se
establece entre el narcisismo y el componente tanático entre los
padres hacedores-sobremurientes y sus hijos la denomino "di-
mensión masoquista del narcisismo parental"; y, en cambio, a la
relación entre los hijos y los padres serviles y distraídos, "dimen-
sión narcisista del sado-masoquismo parental" (Kancyper, 1998b,
p. 13).
A continuación presentaré un caso clínico para ilustrar el pac-
to de silencio "distraído" entre Jackie y su hija adolescente.
96
Yo hago de mamá, no soy la mamá, porque hago todos
los deberes, hago todos los gestos, hago todo el ceremonial
de la hora del té pero me falta tomar el té, como las geishas
que hacen todo para el otro pero no sé si participan.
Yo siento a veces, en relación a Nancy, que voy, vengo,
hago cosas, pero me parece que me falta algo más visceral.
Anoche, después de haberla visto en el escenario no me
podía dormir.
Estaba en la cama con mucha angustia, con un dolor en
el estómago. Siento que no puedo acercarme bien a ella. El
tema estético de su gordura es más fuerte que yo. Es como
si mi cabeza pudiera conectarse únicamente con la cabeza
de Nancy. Yo soy muy buena mamá con la cabeza pero no
puedo con su cuerpo. Hay algo incompatible entre mi cuer-
po y su cuerpo. Esto sucedió en el momento en que Nancy
hizo una especie de explosión. Le crecieron los pechos des-
proporcionadamente y empezó a engordar y a engordar
(pausa).
Me parece además que hay algo entre Juan y yo, que es-
perábamos una niña muy bonita y perfecta, y ella no fue
nuestro bebé soñado y ahora se agregan los kilos.
Estos kilos rompen una idea de perfección, y esto es lo
que a mí me resulta más doloroso.
Pero no son los kilos de ella sino mi idea de la perfec-
ción la que me hace sentir culpable. Yo rechazo esta ¡dea
mía de la perfección y me da bronca.
Analista: Usted no puede abandonar la ¡dea de una ma-
dre y de una hija perfectas.
Yo tengo en mi cabeza lo que debiera ser una mamá per-
fecta. Entre la mamá soñada que quisiera ser y la mamá que
soy, encuentro a veces que hay un abismo. Me da dolor por
ella y por mí. No fui una mamá que la ayudó.
A: Tal vez su dolor se relaciona en parte con el rechazo
que usted siente por su hija y con el rechazo que su madre,
según lo que recordó la semana pasada, sentía por usted
cuando era adolescente.
Absolutamente. Me da dolor estar repitiendo la misma
historia. Es una especie de callejón sin salida. Repetirlo que
uno vivió.
No puedo ser de otra manera como fue mi mamá con-
migo. Es terrible. Como que hay algo del destino, qué sé yo,
que es algo inevitable.
97
Me parece que su gordura está dirigida, dedicada a mí.
Que es una rebelión contra mí. Si yo no tuviera tanta ener-
gía puesta en la estética, sería menos evidente.
Me parece que no podemos seguir haciéndonos los dis-
traídos. Aquí hay responsabilidades tanto mías como de
Juan. Pienso que él se va al otro extremo. Le molesta mu-
cho lo que le pasa a Nancy pero hace la vista gorda. Yo en
cambio no la puedo mirar, sino con esa mirada hipercrítica
que asusta mucho, pero no le digo nada.
A: O sea que hay un pacto de silencio entre usted, su
marido y su hija. El silencio está en las palabras pero no en
las miradas.
En las miradas soy idéntica a mi mamá. Es terrible, pero
es así.
98
dialéctico de la causalidad donde el futuro y el pasado se condi-
cionan recíprocamente en la estructuración del presente.
En esta ocasión podemos constatar hasta qué punto la perspec-
tiva de Freud es más estructural que genética, y la adolescencia,
en este sentido, representaría el proceso privilegiado de la reac-
ción sobrevenida con posterioridad (Nachtraglichkeit) (Kancyper,
1983).
El otro período significativo está representado en la menopau-
sia, por las elocuentes reestructuraciones que se generan en este
período.
En "Análisis terminable e interminable", Freud (1937a) señala:
99
centes a recordar los acontecimientos traumáticos de la infancia,
y a la tendencia de instrumentar la técnica defensiva de la huida
de los orígenes, como un mecanismo frecuente que los impulsa a
buscar y crear a cambio una neoespacialidad y una neotempora-
lidad que se exterioriza a través de la programación y la realiza-
ción de viajes a las realidades material y psíquica mediante
distanciamientos geográficos y/o de la droga.
Dijimos que la adolescencia significa un período de turbulen-
cia, no únicamente para el hijo que crece; incluye además a los
padres del adolescente, quienes asisten a la resignificación de sus
propios momentos evolutivos y de sus esbozos infantiles y adoles-
centes, que han dejado como secuela —en calidad de precipita-
dos históricos— algunos capítulos olvidados de sus relaciones con
sus propios padres y hermanos, y que se reaniman inexorable-
mente a partir de la confrontación generacional con el hijo ado-
lescente.
Estos precipitados históricos cobran y manifiestan su efectivi-
dad psíquica mediante los reclamos de las "boletas indexadas"
que los hijos suelen demandar a sus padres, a sus hermanos, y por
extensión a la sociedad, con altos intereses punitorios, por los
agravios narcisistas y por las situaciones traumáticas padecidas en
la infancia y que han permanecido escindidos y reprimidos duran-
te la fase de la latencia.
Pero también ciertos padres suelen reaccionar en esta etapa
con severos contraefectos de autoritarismo, en respuesta a los
efectos del incremento progresivo del poder de autonomía que os-
tentan los hijos adolescentes.
Esta situación de rivalidad puede llegar a condicionar la resig-
nificación de los complejos edípicos y fraternos no resueltos en las
historias parentales, denegando el cotejo generacional e implan-
tando, en cambio, un interminable desafío tanático entre padres e
hijos (Kancyper, 1994a).
100
Sesión previa al viaje de egresados de Nancy
101
to con mi hija. Siento que entre enojarme y lastimarla hay
un límite muy fino. Porque decir "no" es una posibilidad de
que ella se sienta mal, de que yo pueda plantarme* y decir-
le algo que tenga mala onda y que le provoque un dolor tan
profundo, como mi mamá solía hacer conmigo.
Yo siempre salía golpeada cuando me enfrentaba con
mi mamá y me enojaba muchísimo con ella.
102
para alcanzar a desanudar su propia historia de hija adolescente
agraviada con su propia madre. Situación que precisamente se ha
resignificado en el momento de la adolescencia de Nancy (Baran-
ger, Goldstein y Goldstein, 1989).
Existe una identificación de las situaciones de ella con su ma-
dre y de la hija con ella misma. Y, además, esta doble identifica-
ción es negativa, en el sentido de rechazar la relación con su
propia madre que la desvalorizaba y le generaba una respuesta
hostil hacia ella y contra sí misma.
Pero, en un nivel más profundo, la repetición es total (Baranger,
1994). Al comparar en el escenario a su hija con otras adolescen-
tes, se avergüenza de ella y la desprecia visceral mente: "Yo estaba
en la cama con mucha angustia, con un dolor en el estómago.
Siento que no puedo acercarme bien a ella. El tema estético de su
gordura es más fuerte que yo."
Es probable que la hija haya percibido este desprecio de la ma-
dre, como ésta percibió el desprecio de su propia madre.
El progresivo desanudamiento de las identificaciones de la su-
perposición de ambas historias, la elaboración de las situaciones
de peligro que asociaba a la manifestación de los sentimientos
hostiles con su hija posibilitaron acceder al develamiento de la
existencia de un baluarte "estético" en las dimensiones intrasubje-
tiva e intersubjetiva.
103
multitud de problemas y aspectos de su vida. Pero se vuelve
esquivo, disimulado y aun mentiroso cuando el analista se
aproxima a un baluarte (Barangery Baranger, 1961-1962).
Ayer tuve por fin una pelea frontal con mi hija. Antes no
podía confrontarla porque ella no hablaba, se encerraba en
su pieza. Esta vez lloró y se angustió y nos gritamos bastan-
te y nadie se rompió; al contrario, fue un alivio para las dos.
Venimos con mucha experiencia de callar, de cuidarnos
demasiado. De mucha charla civilizada. Esto me alivia, es-
ta posibilidad de que tenga con quien pelearme. Tengo
quien me responda, que no hay un mutismo y que no me
responda con un discurso racional.
Esto me sorprende y me gustó, a pesar que en un mo-
mento me asustó cuando me amenazó con irse de casa si
yo me sigo metiendo en su vida.
Yo me intereso por lo que a ella le pasa con sus amigas
que le llenan la cabeza con fabulaciones. Yo llamé a la ca-
sa de su amiga para saber si realmente tenía una enferme-
dad sospechosa y me dijeron que para nada.
Mi hija me amenazó que por mi culpa se iba a romper
la amistad, y yo le contesté que de ninguna manera. Yo no
siento que me metí en su intimidad, sólo quería hablar de
madre a madre, porque son cosas muy serias y los padres
deben y tienen derecho a intervenir.
A la noche cenamos lo más bien en casa y no se tocó
más el tema; yo esperaba que mi hija iba a estar ofendida y
fue todo lo contrario.
104
Consideraciones finales
105
Segunda parte:
Historiales clínicos
8. El burrito carguero.
El proceso analítico en un adolescente:
metapsicología y clínica
109
El proceso analítico apunta a un cambio estructural del adoles-
cente, a la reestructuración de la personalidad por medio de la
elaboración.
La elaboración representa lo esencial del proceso analítico.
Confiere al tratamiento psicoanalítico su sello distintivo.
Si bien el método psicoanalítico reconoce como objeto funda-
mental "el hacer consciente lo inconsciente", éste, en realidad, es
el punto de partida. No confundir este comienzo con el análisis to-
do. El resorte y el paso más importante del proceso de análisis los
marca la durcharbeiten, el trabajo de elaboración. Freud lo consi-
dera como el principal factor de la eficacia terapéutica ("Recordar,
repetir y elaborar", 1914).
Laplanche y Pontalis definen la elaboración como "proceso en
virtud del cual el analizante integra una interpretación y supera las
resistencias que ésta suscita. Se trata de una especie de trabajo psí-
quico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos y librarse
del dominio de la insistencia de los mecanismos repetitivos".
La necesidad de la reelaboración se basa en poder vencer la
fuerza de la compulsión a la repetición, la atracción que ejercen
los prototipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido.
Se interrogan si parte de la elaboración la cumple también el ana-
lista para ayudar a adquirir el ¡nsighten forma más duradera.
Porque todos sabemos que un insight aislado no hace verano
(Braier, 1990). Se requiere el trabajo silencioso y prolongado de la
elaboración.
Esta pregunta nos enfrenta a una confrontación de los diferen-
tes esquemas referenciales teóricos, que originan profundas distin-
ciones entre los analistas; cómo enfoca cada analista la situación
analítica en la adolescencia y los roles del analizante, de sus pa-
dres y del analista en ella, y el interjuego que se establece entre las
realidades externa y psíquica, y dentro de esta última, cómo en-
tiende la dialéctica entre lo intrasubjetivo y la intersubjetividad.
Algunos analistas privilegian exclusivamente la dimensión in-
tersubjetiva sobre la intrasubjetiva, haciendo tabla rasa con un
postulado freudiano fundamental: aquel que formula que el sínto-
ma es un producto transaccional, efecto del conflicto entre los sis-
110
temas psíquicos; conflicto definido por la represión y, en última
instancia, por el carácter de las representaciones sexuales que
operan atacando constantemente al sujeto bajo el modo de com-
pulsión a la repetición, es decir, de la pulsión de muerte. Mientras
que otros enfatizan en exceso los influjos de la realidad externa,
pudiendo llegar a la disolución del carácter intrasubjetivo del con-
flicto psíquico que da lugar al síntoma.
111
tos de simplificación se pagan con una severa limitación en el al-
cance explicativo de la vasta complejidad de los procesos aními-
cos, y la adolescencia nos invita a la búsqueda y la reformulación
de la metapsicología a partir de los interrogantes que nos formula
nuestro quehacer analítico.
A continuación, expondré cuáles son, en mi esquema referen-
cial, teórico, los cuatro ejes metapsicológicos más salientes que
me orientan en la detección de la existencia de un proceso o de
un no proceso en el psicoanálisis con adolescentes. Estas guías
metapsicológicas, apuntan a revisar si han sido suficientemente
elaborados los siguientes temas:
112
la historia psicoanalítica que particulariza a cada sujeto. Éste asi-
mila las autoimágenes y se transforma total o parcialmente sobre
el modelo de éstas. Es decir, se identifica: él es tales imágenes.
Las autoimágenes narcisistas son representaciones-encrucijadas
que satisfacen al yo la necesidad de encontrar y organizar una fi-
gurabilidad de convergencia-coherencia.
En el año 1909, Freud emplea el término "imagen viva de sí
mismo", extraído del Fausto de Goethe, parte I, escena 5: "Él ve en
la hinchada rata, claro está, la viva imagen de si mismo." Y descri-
be entonces al "Hombre de las ratas", quien "frecuentemente ha-
bía sentido compasión de esas pobres ratas. Él mismo era un tipejo
así de asqueroso y roñoso, que en la ira podía morder a los demás
y ser por eso azotado terriblemente. Real y efectivamente podía
hallar en la rata la viva imagen de sí mismo".
Considero que en todo proceso analítico se requiere poner en
evidencia y elaborar las autoimágenes narcisistas que particulari-
zan a cada analizante y sus fluctuaciones. Revelar los procesos in-
conscientes que han intervenido en la constitución de las
autoimágenes y el núcleo de verdad histórica, en singular o en
plural, en torno de los cuales se han construido.
El quehacer analítico exige desmontar las autoimágenes narci-
sistas y la polisemia ligada a ellas, y revelar las creencias psíquicas
que subyacen en ellas. Condiciones esenciales de nuestra tarea
analítica para que el analizante, al desactivarlas, acceda a reestruc-
turar su biografía, para transformarla en su propia historia y por en-
de ser, en gran medida, autor suficientemente responsable, y no
espectador pasivo e inerme víctima de un inmutable destino.
Adrián veía en el "burrito carguero" la viva imagen de sí mismo.
Ésta era una de sus autoimágenes narcisistas más privilegiadas, en
la que convergían una multiplicidad de procesos inconscientes
que develaban y sostenían a la vez su Selbstgefühl, su sentimien-
to de autovaloración y de dignidad que satisfacía sus mociones
narcisistas y masoquistas. Él era el que soportaba estoicamente el
sobrepeso de los mandatos parentales y las obligaciones fraterna-
les, para redimir las angustias y las culpas del medio familiar. El
Hacedor martirizado.
113
Las autoimágenes narcisistas son de compleja edificación y de
aclaración difícil.
Adrián me había consultado a partir de la reiterada insistencia
de su madre, a los 1 8 años, por el recrudecimiento de los accesos
asmáticos que ya no remitían ante los tratamientos médicos. Ade-
más, estaba desorientado en su elección vocacional (cursaba en
aquel entonces el último año de sus estudios secundarios) y por la
ingobernable violencia familiar que, según la versión de ambos
padres, se presentaba en forma progresiva por la escalada agresi-
va que se presentaba entre Adrián y Flavia, su hermana mayor en
tres años. Alejandra, que tenía 12 años, no participaba aparente-
mente de la vida familiar, "se hacía a un lado", inhibiendo de un
modo elocuente su crecimiento.
El padre, de 50, y la madre, de 48 años, eran profesionales exi-
tosos y exigentes consigo mismos.
Atareados por las demandas económicas y por elevadas aspi-
raciones intelectuales, no podían detener la violencia familiar que
se originaba, en la mayoría de las ocasiones, a partir de la conduc-
ta provocativa, desestructurada y desestructurante de la hija ma-
yor.
Faltaba una función parental vertebrante, para sostener y regu-
lar los desbordes de angustia y los pasajes al acto que solían pre-
cipitarse, de un modo súbito, en los progenitores y entre los
hermanos.
El conflicto fraterno tuvo efectos muy relevantes en la historia
del "burrito carguero". La presencia de una hija y hermana pertur-
bada alteró profundamente la vida anímica de todos los integran-
tes, ocupando y anegando la economía libidinal de los espacios
mentales parentales y, como consecuencia, alterando la estructu-
ración psíquica de Adrián y Alejandra.
El desafío tanático fraterno había sido uno de los ejes temáticos
más repetitivos y conflictivos a lo largo de todas las fases de este
proceso analítico.
Este caso reafirma que el complejo fraterno no es un mero de-
rivado del complejo de Edipo, ni tampoco un simple desplaza-
miento de las figuras parentales sobre los hermanos. Presenta su
114
propia envergadura estructural. Representa una "vía regia" para
acceder a la posible elucidación y procesamiento de las conflicti-
vas edípica y narcisista, con las que además se articula.
Así como cada sujeto posee una estructura edípica singular-
particular, caso mixto de la combinación de la forma llamada del
Edipo positivo y negativo, configura también un irrepetible com-
plejo fraterno, con sus componentes destructivos y constructivos.
La psicodinámica de la fratría se hizo presente desde las prime-
ras sesiones. Su trabajo de elaboración se extendió a lo largo de
todas las fases del proceso analítico, eclipsando el centro de la
atención de Adrián.
Los carteles
115
coimea y se afana. Siento que a los viejos, cada vez que les
digo algo, es como si no les hubiera dicho nada, y mi her-
mana es imposible. Cuando tenés una hermana famosa,
que ocupa mucho espacio, te agarra envidia. Pero, cuando
tenés una como la mía, que crea una situación tóxica, te da
ganas de que desaparezca, o que se vaya lejos. Me da tam-
bién un poco de lástima por ella, porque está perdiendo to-
do. Ya no estudia, no puede formar una pareja, No toca más
música, qué sé yo, anda con esa locura de la indiferencia.
Cuando estamos bien, compartimos un montón de co-
sas. Así oscilo con ella, en la lucha entre la pasión y el odio.
Yo siento que la quiero, pero es tóxica, ¿me entendés? Es
como un hisopo radiactivo que emana radiactividad y todo
lo contamina. ¿Qué querés que te diga? Me siento impoten-
te con ella y con mis viejos.
Le señalo que, tal vez, su estado de impotencia guarde
cierta relación con etapas anteriores compartidas con su
hermana, cuando ambos eran chicos y en donde la diferen-
cia de tres años de edad marcaba entonces una disparidad
muy grande de poderes y derechos.
De chico, mi hermana me pegaba mucho. Mis padres a
veces intervenían y a veces no. Yo nunca me quedé de bra-
zos cruzados cuando me pegaba. Pero ella era más grande
y me mandoneaba. Me acuerdo que yo tenía que correr a
la mañana para ir al colegio muy temprano, porque a ella
se le antojaba llegar la primera. En cuarto grado me enteré
de que entraban a clase a las 8 y 20, y ella me decía que era
a las 8, y si no salíamos bien temprano me hacía un escán-
dalo, que por mi culpa iba a llegar tarde, y yo salía ponién-
dome el guardapolvo con miedo y corriendo por la calle.
Mi hermana me sometía. Me castigaba. Ella era muy gran-
de, pero ahora no la veo más grande, sino como un centro
habilidoso de dominio. Da y quita hábilmente para tener
todo controlado. Todavía ella maneja la cancha en algunas
situaciones.
Ahora la situación es completamente distinta que antes.
Ya puedo abrirme más de su dominio, es un arte que lo es-
toy aprendiendo de a poco; pero siento que voy a poder. Le
estoy tomando más la mano a su forma de ejercer el domi-
nio sobre los demás (pausa).
Flavia se ha colgado el cartel de que a ella no se le pue-
116
de pedir nada. Ella se lo ha ganado cagándose en todo el
mundo.
Y yo tengo el cartel del "che pibe", del "burrito cargue-
ro" que todo lo puede solucionar y cargar.
Y mi hermana Alejandra es otra intocable, no se puede
contar con ella para nada. Se puso el cartel que dice "chi-
quita y boba" y no es ni chiquita ni boba. Y mis viejos les
ponen luces a los carteles. (Cambia el tono de voz y con
una mezcla de resignación y congoja dice:) Me parece que
mis viejos no van a cambiar la situación de mis hermanas,
pero yo sí. Me siento en medio de un remolino, y la única
solución es salir del remolino porque, si no, me voy a ir al
fondo.
117
mos el reconocimiento de la diferencia. Alejandra sufre la
misma circunstancia que yo. Esto me despierta mucha
bronca, mucho rencor con mis viejos. Yo entiendo, pero es-
tá mal. Sé que es una postura difícil la de ellos, porque se
han propuesto todo el tiempo resolverlo. Tratan de llevar
mejor su relación y hay momentos en que se tranquiliza.
Pero ante cualquier situación se dispara y se va al mundo.
Está en el culo del mundo, llama por teléfono que se está
muriendo de hambre, y mis viejos van donde ella está, le
mandan la tarjeta de crédito, y encima ella dice que es la
expulsada de la familia. Genera sentimientos de mierda y
usufructúa de la situación. Ella se lanza a filosofar que es
como un anexo de la familia. Pero es ella la que tiene un
funcionamiento totalmente aparte. Viene, entra, sale. Es co-
mo un parásito, con la diferencia de que encima pide pla-
ta. Ya hace años que lucho para sacármela de encima, pero
todavía no me la saqué del todo. Siempre me cargo con un
sentimiento de culpa por todos.
118
siones, y me relata cómo había enfrentado a Flavia y a sus padres
ante la presencia del analista.
119
... es necesario e imposible de aquel niño maravilloso o
terrorífico que hemos sido en los sueños de los que nos han
hecho nacer o visto nacer. Para vivir debe matar la repre-
sentación tanática del infans en mí, a fin de que otra lógica
aparezca, regida por la imposibilidad de efectuar ese asesi-
nato de una vez por todas y la necesidad de perpetuarlo en
toda oportunidad en la que se hable verdaderamente, en to-
do instante, en eí que se comienza a amar.
120
lítico de Adrián una mayor dramaticidad. Acompañado de momen-
tos de depresión, a consecuencia de los procesos de los duelos nar-
cisistas ante la desidealización de su yo ideal y su ideal del yo, por
deponer una relación de poder, deseada y a la vez temida, que rea-
nimaba su sentimiento de omnipotencia infantil mientras ejercía la
paradójica y revertida dependencia de sus padres hacia él.
Adrián había sido alzado en las manos de sus padres a la cate-
goría de "la luz" que los ilumina y sostiene: el hijo progenitor de
los propios padres, a quienes debía prodigar vitalidad y esperan-
za, pero de los cuales requería, a la vez, ser sostenido y cuidado.
Situación paradójica que sobreinvestía su idealidad con fanta-
sías de autoengendramiento y de neoengendramiento a expensas
de la pulsionalidad. Y, como consecuencia, su agresividad nece-
saria para confrontar con los padres y los hermanos permanecía
sofocada, y sus afectos, hibernados y/o vueltos contra sí mismo,
solían exteriorizarse a través de síntomas psicosomáticos y tor-
mentos mentales.
Además recaía sobre "el burrito carguero" el peso de otra
creencia inconsciente, hasta ese momento inamovible y no cues-
tionada: que él, como el "hijo varón y sano", tenía además la mi-
sión de operar ante sus hermanas como un vicario doble parental:
el hermano progenitor. Ambas encumbradas posiciones identifica-
torias reanimaban la hiperseveridad de su superyó y la desmesura
de ideales de redención, perfección y dominio.
El trastocamiento de los roles se sostenía, en gran medida, por
la pervivencia de una particular fantasía que circulaba entre todos
los integrantes de la familia y que denominé "la fantasía de los va-
sos comunicantes".
121
En los vasos comunicantes puede verificarse experimentalmen-
te el hecho de que, en todos los tubos de distinta forma, el agua u
otro líquido vertido toma el mismo nivel en todos los vasos, ya que
en realidad los vasos y el tubo de comunicación forman un solo
recipiente lleno de líquido.
La aplicación de este funcionamiento a la fantasía fisiológica
de la consanguinéidad configura la representación de los herma-
nos como si fueran tubos comunicantes, relacionados entre sí por
lazos de sangre y unidos al tubo de comunicación parental, que
opera como una fuente inagotable que nutre y a la vez distribuye
a todos los integrantes del sistema de un modo unitario, para que
finalmente todo se mantenga en un perfecto equilibrio.
Este sistema premia la nivelación y condena la diferencia.
Nivelación no es solidaridad. Es la negación de la alteridad y
de la mismidad, y eclipsa el derecho al disenso y a la apertura ha-
cia imprevisibles posibilidades y realizaciones que pueden surgir
a partir de la confrontación generacional y fraterna.
Pero toda confrontación requiere, como condición primaria, la
admisión del desnivel del arco de tensiones que marca la diferen-
cia de generaciones entre padres e hijos y entre cada uno de los
hermanos. Pero el principio de la nivelación de esta fantasía hi-
drostática bipersonal o multipersonal de los vasos comunicantes,
basado sobre el intercambio "arterial y venoso" y la interpresta-
ción de "órganos" entre los componentes del sistema, suele desen-
cadenar intensos sentimientos de culpa y necesidad de castigo
cuando se quiebra su homeostasis, precisamente por parte de aquel
que por sus propias condiciones se desnivela de los restantes, pu-
diendo situarse —si es que media una elaboración masoquista—
en la posición de la "privilegiada víctima" que permanece agaza-
pada a la espera acechante del desquite del otro u otros resentidos
que, como víctimas privilegiadas, podrían conspirativamente ven-
garse de él; se establece así un péndulo retaliativo de reproches y
ocultamientos, de quejas y remordimientos.
Estos vínculos conflictivos entre hermanos suelen desplazarse
a la relación con los amigos y con la pareja; y presentificarse ade-
más dentro del mismo sujeto, fluctuando de un modo repetitivo
122
entre ambas posiciones: de víctima privilegiada a privilegiada víc-
tima, con pensamientos y actos de contrición.
Una preocupación permanente en este proceso era evitar la in-
terpretación y la elaboración excesivas de la dimensión intersub-
jetiva sobre la intrasubjetiva. El postulado freudiano fundamental
formula que el conflicto psíquico que da lugar al síntoma es un
producto transaccional entre los sistemas psíquicos y las estructu-
ras psíquicas, y en última instancia, manifestación de la intrinca-
ción y la desintrincación de las pulsiones de vida y de muerte.
Adrián pedía ser liberado de sus representaciones obsesivas. La
lucha contra esas ideas le impedía la concentración en sus estudios.
Argumentos y contraargumentos en relación con la elección voca-
cional se peleaban entre sí. Lo asaltaban de nuevo las dudas acerca
de seguir esforzándose en el estudio de la misma profesión que ejer-
cía su padre. Ya estaba cursando el segundo año de la Facultad de
Biología, pero había fracasado en varias materias. No podía mante-
ner el ritmo de estudio de sus compañeros, y en el trasfondo lo ase-
diaba de continuo un conflicto de lealtades en relación con el
complejo paterno. Sentía que debía ser como el epígono del padre
y a la vez se sublevaba. Terminaba martirizado con toda clase de
pensamientos obsesivos, y simultáneamente aparecían sanciones
que tenía que infligirse por el incumplimiento de los deberes y los
ideales para la satisfacción de sus necesidades de castigo.
123
Nada. ¡Uy qué suerte!, me dice. Mi papá cree que su pre-
sión es lo mejor. Mi viejo y mi tío son de hacerse mala san-
gre por las cosas. Empiezan a los gritos y así andan los dos,
con la presión alta y con estrés. Yo también soy de hacer-
me bastante mala sangre. Empiezo a darme con el látigo.
Cuando me sale algo mal, me reprocho mucho. Me morti-
fico. Lo que pasa es que a veces es la única manera que ten-
go para ponerme las pilas. Sin mala sangre no hay motor, y
si no, revoleo la chancleta y no hago nada. No encuentro
el punto medio.
Ayer no pude estudiar nada y me sancioné. No me per-
mití dormir siesta, por levantarme tarde. Antes era peor
conmigo mismo. Me castigaba, no permitiéndome salir el
sábado a la noche por no haber estudiado lo suficiente.
No soporto que las cosas me salgan mal. Me saco. Ten-
go una tortura mental.
Le interpreto que él se impone tener un control tan se-
vero que lo asfixia y lo fatiga y, al no cumplir con sus pro-
pios ideales de perfección, se manda solo al rincón de las
penitencias; y que opera además como un buen verdugo de
sí mismo.
(Se ríe.) ¡Sí, buenísimo! Pero ahora me estoy sacando
cosas. Yo era un hervidero por dentro y no volcaba nada
afuera. Ahora estoy más tranquilo por dentro. Pero igual si-
go siendo muy reprochón conmigo. No me perdono. Me
castigo. A veces me muerdo el dedo porque no me salió
bien una cosa que quería sacar con la guitarra. O me gol-
peo la cabeza con el puño cuando me taro y no entiendo
lo que leo, y las cosas no me salen. Me aplico un correcti-
vo, un pequeño golpe de ánimo (se ríe). /\ veces, me pego
fuerte con una regla de madera, y me queda doliendo la ca-
beza. Si no, a veces golpeo las puertas que son de roble du-
ras. Se bancan porque tienen bastantes sacudidas. A veces
es una forma de descargar tensiones, y me las agarro con las
puertas, pero mi hermana se agarra con todos los que tiene
a su alrededor. Ella es como un volcán que está apagado y
deja salir un hilito de humo, pero uno no sabe cuándo pue-
de hacer erupción.
Le interpreto que dentro de él existen también ciertas si-
tuaciones de angustia que, como un volcán, no las puede
dominar, y que, cuando hacen erupción, lo hacen más por
implosión que por explosión. Hasta el extremo de quedar
124
fatigado y arrollado por un alud de sanciones, autorrepro-
ches y accesos de asma bronquial.
125
referencia metapsicológicos que me orientan acerca de la existen-
cia de un proceso o de un no proceso en el tratamiento analítico
con adolescentes.
Resignificación y memoria
126
se oponen a la continuidad del trabajo elaborativo. Resistencias
que, en cada caso, requieren un estudio, lo más preciso posible,
para distinguir las cinco formas clásicas de su naturaleza. En pri-
mer lugar, "distinguir" las cinco formas clásicas de la resistencia
señaladas por Freud al final de "Inhibición-síntoma y angustia"
(1926), tres de ellas atribuidas al yo: la represión, la resistencia de
transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad que se
basa en la integración del síntoma en el yo. Además hay que con-
siderar la resistencia del ello y la del superyó, y las otras resisten-
cias que pueden llegar a constituirse en el campo dinámico por
una complicidad que engloba tanto la resistencia del analizante
como la contrátransferencia del analista, comunicadas incons-
cientemente entre sí y operando juntas. Y, en tercer lugar, la parti-
cipación de ciertas resistencias generadas por la presión actuante,
en la realidad externa, de ciertos influjos desestructurantes que
avasallan al yo. Momento puntual, que demanda un cambio téc-
nico en la estrategia terapéutica clásica. Cambio que apunta a la
inclusión de otros significativos en la realidad material en el traba-
jo clínico con o sin la presencia del analizante, a través de la im-
plementación de sesiones vinculares, de pareja, entre hermanos,
entre padres e hijos y/o familiares.
Por lo cual el analista que es, forzosamente, como "el yo mis-
mo una criatura de frontera" (Freud, 1923) requiere revisar por se-
parado el accionar del origen y la naturaleza de cada una de estas
resistencias, y luego necesita hacer un esfuerzo por concebirlas en
conjunto e indagar, al mismo tiempo, en la íntima relación exis-
tente entre ellas; y fundamentar metapsicológicamente, como re-
sultado, sus modificaciones técnicas según el particular momento
que atraviese ese proceso o no proceso analítico.
En el cuarto año del proceso analítico, resolví citar a ambos pa-
dres a algunas sesiones con Adrián, porque comenzaba a peligrar
la continuidad del tratamiento. Se había configurado un prolonga-
do conflicto de lealtades parento-filial y conmigo, en el que parti-
cipaban resistencias generadas de los padres y de Adrián.
Al comienzo, mi propuesta no fue aceptada por Adrián. No los
quería molestar. Consideraba que él iba a poder solucionar el
127
aplazamiento del pago del padre, que acrecentaba la deuda con-
migo, obstaculizando la prosecución del proceso, y las deudas y
culpas en él, porque su diferenciación era equiparada a una trai-
ción que afectaba la tradición de la ideología sacrificial, sostenida
por la fantasía familiar de los vasos comunicantes. Sus resistencias
se exteriorizaron a través de reiterados olvidos, aburrimiento y si-
lencios prolongados durante las sesiones, y su insistente oposición
a la inclusión de los padres posibilitó poner en evidencia cómo,
en la reedición transferencial, intentaba posicionarse ante mí co-
mo un hijo y hermano progenitor. Poseedor de una ilimitada ca-
pacidad de transformar al otro y aguantarlo todo sobre sus
espaldas, como un "burrito carguero", sin evaluar el precio del su-
frimiento y del peligro que le deparaban esa misión redentora.
Le señalé que a mí no me tenía que salvar ni cuidar; y que yo
consideraba que, para mantener la prosecución de nuestro tra-
bajo conjunto, era necesario citar a los padres, con la finalidad
—dentro de lo posible— de despejar ciertos obstáculos que esta-
ban actuando en el campo analítico.
Finalmente, Adrián aceptó mi propuesta. Cité a los padres y
ambos concurrieron.
El padre, tenso, comenzó a hablar con irritación, argumentan-
do que su hijo antes de comenzar la terapia era diferente. Y que,
si bien reconocía y agradecía que ya casi no presentaba accesos
asmáticos y que el cambio de Facultad había sido una medida
adecuada, porque estudiaba con entusiasmo y con buenos resul-
tados, le resultaba inadmisible su egoísmo creciente. Levantó el
tono de voz y me dijo:
128
Luego ambos padres me comentaron acerca del profundo do-
lor que tenían con la hija mayor, por sus viajes intempestivos y au-
sencias reiteradas, y relataron sus escenas de angustia.
Les señalé que esta entrevista era para hablar acerca de las di-
ficultades que últimamente se habían presentado en el tratamien-
to de Adrián, por la postergación del pago y porque, tal vez, esta
dilación mantenía cierto nexo con el enojo y con el afán de repre-
salia al hijo y a mí, por su oposición a participar en la terapia fa-
miliar. Pero que ellos conocían los sentimientos solidarios que
Adrián tenía con todos y que su lucha por ser diferente no signifi-
caba ser oponente ni enemigo. En ese momento se me ocurrió pre-
guntarles si conocían la parábola del hijo pródigo; porque supuse
que, a través de su relato, podría hacerse visible lo invisible del te-
rreno secreto en el que transitan las fantasías, los afectos y las re-
laciones de poder entre padres e hijos cuando uno de sus
integrantes adolece y desestructura a los demás.
No la conocían. Entonces me dirigí a mi biblioteca, busqué el
Nuevo Testamento y comencé a leer.
129
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he peca-
do contra el cielo y contra ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a
uno de tus jornaleros.
Y levantándose, vino a su padre.
Y cuando estaba lejos, le vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y con-
tra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos:
Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en
su mano, y calzado en sus pies.
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y haga-
mos fiesta;
porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había
perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y
llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
Y llamando a uno de los criados le preguntó qué era
aquello.
El le dijo: Tu hermano ha venido;
y tu padre ha hecho matar al becerro gordo por haberlo
recibido bueno y sano.
Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su
padre, y le rogaba que entrase.
Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos
años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca
me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
Pero cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bie-
nes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y to-
das mis cosas son tuyas.
Mas era necesario hacer fiesta y regocijamos, porque es-
te tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido,
y es hallado (S. Lucas, XV).
130
que nuestra situación es muy difícil y a veces terrible.
Les señalé que comprendía y admitía la dolorosa y preocupan-
te situación, pero que Adrián se oponía a continuar girando alre-
dedor del eje de Flavia y de las angustias que ésta generaba en los
padres, pues le originaban a él excesivas responsabilidades y cul-
pas que lo afectaban mental y físicamente. Y que esto no significa-
ba, de ninguna manera, una ruptura de sus lazos solidarios con los
componentes de la familia.
Los padres me saludaron con amabilidad y con dolor.
Luego, tuve dos sesiones a solas con ellos e inferí que les resul-
taba casi imposible procesar el duelo narcisista, por el peligro que
acarreaba para la homeostasis familiar el abandono de la instala-
ción narcisista depositada en el hijo varón como el vicario doble
especular de ellos.
Cuando cerré la puerta de mi consultorio, volvieron a resonar
en mí las palabras de la madre de Adrián: "Comprenda, doctor,
que nuestra situación es muy difícil y a veces terrible." Fue en ese
momento cuando se despertó en mí el deseo de escribir, como un
intento de dar cuerpo a mi experiencia clínica y a las inferencias
metapsicológicas acerca de los efectos que, en ciertas vidas, sue-
le ejercer la presencia de un hijo-hermano perturbado o muerto.
Recordé la importancia que tienen los complejos fraternos en los
procesos identificatorios y sublímatenos en tres eminentes creado-
res —Vincent van Gogh, Salvador Dalí y Ernesto Sábato— y las
marcas que ha dejado en sus vidas y en sus obras el infausto acon-
tecimiento de haber nacido luego y para reemplazar a un herma-
no muerto, y ser además los portadores del mismo nombre del
doble consanguíneo fallecido, a la vez que ominoso y maravillo-
so, mortal e inmortal.
Me pregunté, parafraseando a Freud cuando aseveraba que la
anatomía es el destino, si el orden del nacimiento de los hermanos
también era un destino. C o m o respuesta, me vino una cita de
Freud a la mente: "La posición de un niño dentro de la serie de los
hijos es un factor relevante para la conformación de su vida ulte-
rior y siempre es preciso tomarlo en cuenta en la descripción de
una vida" (1916a).
131
Los meses transcurrían y las resistencias del padre cedían muy
poco. Cada pago mensual representaba una batalla que desgasta-
ba a Adrián y al proceso analítico. A comienzos del quinto año del
análisis, recuerda en una sesión:
132
mente representado" de lo que es percibido y, por ende, instituye
la diferenciación entre el mundo interior y el mundo exterior; ade-
más posibilita comparar lo objetivamente percibido con lo repre-
sentado, con vistas a rectificar las eventuales deformaciones de
esto último.
La rectificación valorativa del objeto, del yo y del vínculo en-
tre ambos, que surge como efecto del proceso de la desidealiza-
ción, puede presentarse en forma abrupta (paroxística) o instalarse
de un modo lento y progresivo (gradual).
Desidealización paroxística
Desidealización gradual
133
La desidealización del poder omnímodo del yo se produce a
partir de que el sujeto accede a resignar la inalcanzable misión de
dar cumplimiento a los ilimitados ideales de perfección y de com-
pletud que provienen de su autoimagen idealizada y desde los
ideales parentales. Pero conserva el vínculo con el objeto según
pautas más realistas y estables.
Final de análisis
134
Ante todo, el final de análisis con adolescentes impone la exi-
gencia de un trabajo psíquico adicional, por la necesidad de pro-
cesar una multiplicidad de duelos en las tres dimensiones:
narcisista, edípica y fraterna en el analizante, en sus padres y tam-
bién en el analista.
Se pueden distinguir dos criterios, que no son excluyentes, en
relación con el final de análisis.
Uno privilegia el modelo "médico de tratamiento" que supone
supresión de síntomas y cambios de los rasgos patológicos de ca-
rácter.
Otro prefiere utilizar el modelo "proceso", que apunta a una
modificación estructural concebida como lo esencial: la adquisi-
ción de nuevas estructuras de funcionamiento que jamás se hubie-
ran logrado de no mediar el análisis.
No sólo los indicadores clínicos varían según su lugar de ori-
gen. También los conceptos teórico-técnicos se modifican de
acuerdo con el nivel elegido para su conceptualización.
Para considerar la noción del fin del análisis, creo pertinente
hacerlo desde la noción de proceso de cambio psíquico estructu-
ral, coherente con la perspectiva desde la cual abordo esta rela-
ción; proceso que es un conjunto interminable. Lo interminable es
la permanente reestructuración a la que se ve enfrentado el anali-
zante en todas sus instancias psíquicas, en interrelación perma-
nente con la realidad material y social.
Lo interminable sería la interminabilidad del proceso, la bús-
queda del crecimiento mental y de la integración a través del aná-
lisis y del autoanálisis ulterior.
Freud, en el capítulo VII de "Análisis terminable e intermina-
ble", sostenía:
135
condiciones psicológicas más favorables para las funciones
del yo; con ello quedará tramitada su tarea.
136
construcción del eterno presente atemporal de las fantasías in-
conscientes. No olvidar que la historia del sujeto constituye una
dimensión esencial de lo que hay que develar en un psicoanálisis.
El término final del análisis apunta por sí mismo a un concepto
relacionado con la temporalidad.
137
El final de análisis es una dura prueba para el narcisismo del
analizante, de los padres del analizante y del analista, y reactiva a
la vez antiguos síntomas.
En el mes de mayo de su quinto año de análisis, Adrián mani-
fiesta su estado de bienestar y comienza a efectuar una mirada re-
trospectiva acerca de su proceso analítico.
138
Irme de acá es como empezar una nueva carrera, y no
es tan terminante. Uno puede ir marcha atrás, creo que acá
puedo volver, no es irreversible. Esta situación es diferente
que irme y volver a casa, no me gustaría volver a vivir con
mis viejos y con mis hermanas, lo sentiría como una derro-
ta; en cambio, volver acá no sería una derrota sino un cam-
bio de estrategia simplemente.
Todavía me cuesta un poco asumirme más adulto, me
gustaría sentirme todavía adolescente. (Se ríe con picardía.)
Yo todavía soy un adolescente porque quiero lisa y llana-
mente. Uno pasa a ser adulto cuando llega a ser adulto y no
podés evitarlo y es irreversible. No sé, es preferible que nos
separemos antes que nos coma la rutina. La rutina es des-
tructora.
Le interpreto que hoy empiezan una serie de despedidas
y que tal vez él prefiera saltearlas.
Creo que sí. El problema es que no me queda otro cami-
no. Siento que el ciclo aquí se está cerrando y yo estoy tra-
tando de evitarlo lo máximo posible. Son etapas que uno
pasa, como te pasa en el secundario.
Cuando estás en el último año decís "quiero terminar" y
cuando terminás decís "quiero volver"; pero bueno, tengo
estos vaivenes también acá. Mi vida es como un barco que
va y viene según como me levante.
139
A mi vieja le encanta cargar con culpas ajenas.
Cualquier culpa que ella ve por allí se la carga en el lo-
mo y se la lleva como si fuera un burrito culpero...
Ella es muy generosa, no puede decir no. Lo máximo
que puede decir es: Vamos a ver. Tiene un instinto de decir
a todo sí.
Uno tiene papeles en la medida en que los acepta.
Cuando a uno no le gusta más ese papel, no se deja car-
gar con todas las culpas.
Yo no me quiero hacer más cargo de los problemas de
mi hermana. En casa, entramos en un revoltijo en donde de
pronto todos somos culpables de todo.
Todo se mezcla, se revuelve todo, y el problema pasa a
ser una cuestión familiar, universal, global. Y así se echa la
culpa del problema al sistema y no a uno.
Yo quiero terminar con ese boludeo. Quiero ser frontal.
Hoy le dije a mi mamá: Vos sos la enferma porque te tocó
estarlo, pero no sos culpable de estar enferma. Hasta se
siente culpable porque la atendemos y estamos tristes. Yo
creo que la excesiva preocupación la enfermó. Por eso me
enojo con ella, para que no siga preocupándose más.
Por todo se preocupó y sigue preocupándose. Mi vieja
es el burrito carguero de la familia. Yo, ya no. Se acabó. No
soy responsable de las actitudes de los otros, sí de las mías.
Antes, cualquier culpa que flotaba y que no tenía dueño me
la agarraba yo. Esta vez no tengo nada que ver. Basta, se ter-
minó.
140
9. El chancho inteligente.
La resignificación de las identificaciones
en la adolescencia
Introducción
141
ellas para cumplir una misión singular al servicio de regular al
"otro". "El 'otro'significa: el narcisismo parental y la identificación
con el mismo" (Faimberg, 1985).
A medida que se recurre al estudio de los orígenes, se aborda
el descubrimiento del ser. La indagación sobre la identidad parte
del estudio de las raíces.
El hombre no crece sino hundiendo sus raíces en la historia que
lo alimenta. Aquel que no puede mantener viva la comunicación
con el pasado se asemeja a un árbol que se va en ramas pero no
da frutos.
Recordemos que Freud asevera en sus dos últimos artículos
técnicos, "Análisis terminable e interminable" y "Construcciones
en psicoanálisis":
142
sobrepeso (23 kilos) y, fundamentalmente, saber si su decisión de
iniciar estudios terciarios fuera del país es realmente una situación
de huida o una auténtica elección. Me aclara que ya tiene la fecha
para partir y el lugar reservado en la universidad. Finalmente de-
sea saber si a través de las entrevistas ella requerirá comenzar con
un tratamiento psicoanalítico en el exterior. Vive con su madre de
44 años, su padre de 50, y con un hermano un año menor que ella.
Su hermana, casada y sin hijos, es cuatro años mayor.
143
otra vez hace tres años. Pero estoy segura de que no se se-
paran porque se quieren. No, no creo que lleguen a sepa-
rarse. Yo siento que todo esto no me deja crecer. Quisiera
conseguir que cuando yo haga algo me importe un pepino
lo que opinen los demás. Soy una persona que me preocu-
pa mucho lo que mi papá va a pensar. Me agarra taquicar-
dia cuando me pregunta, un tipo de inquisición. Tiene que
haber un desenganche de mí, de cuerpo y alma.
Por eso quiero que este viaje no sea una huida, pero
además sé que debo irme. Qué lío, ¿no? (Pausa.)
¿Por qué será que mi papá es tan ordenado y meticulo-
so? Todo en la vida tiene que encarpetar. Él me objeta en to-
do lo que hago que no sea para ellos. Aparece una escena
de celos. Cualquier cosa que yo pueda brindar a los demás,
me dice que es una estupidez, que me va a quitar tiempo,
siempre encuentra un reproche y un porqué. Con mi mamá
es igual. Ella lo tuvo que superar más o menos con el nego-
cio que se puso para respirar un poco de él.
Hace dos meses me dijo que si no adelgazo no me voy
del país. Él lo puso como incentivo para que yo rebaje de
peso. Desde hace dos años, desde los 16, me controlaba
una vez por semana. Cuando él tenía ganas me decía "¡Ma-
ñana te voy a ver en mi balanza!". Todos en mi familia son
grandes pero flacos. Yo no tengo miedo de ser obesa. Yo ten-
go que demostrarle que sus métodos son ridículos. Entonces
le escribí una carta de dos hojas, muy grande, puntualizan-
do punto por punto. Que por qué tiene necesidad de verme
sobre la balanza, que a mí me da ganas de hablarle, que no
tiene sentido lo que él hace. Que me entienda que no pue-
de ser. Que mi cuerpo es mío. Él puede aconsejarme, pero
no puede estar haciéndome como un control de calidad.
Después de esta carta no lo hizo nunca más (pausa).
¿De qué me sirve vivir pateándolos? ¿De qué me sirve
comer para agredirme? Si hay cosas que ya están. No me
gusta verme así, gorda, ni en una actitud de ataque. Yo
quiero vivir al tanto de lo que a ellos les pasa. Ellos hicie-
ron sus vidas como quisieron y son enteramente responsa-
bles. Yo no puedo cargar con las responsabilidades de sus
vidas también. Porque yo siento que la carga depende un
poco de mí. De cómo ellos puedan andar entre ellos. Co-
nozco casos peores que el mío. Pero, bueno, tengo que so-
lucionar el mío. mí siempre me costó hacer cosas por mí.
144
Después de cinco años de vivir en el extranjero, Amalia S. me
llama por teléfono porque desea concertar una entrevista. Me
aclara que se encuentra de paso por Buenos Aires.
Entra contenta, elegantemente vestida, se quita el chai y el
abultado abrigo con lentitud, suspira con resignación y sonriendo
me dice:
145
Querido Luis:
¿Cómo está? Pasé por Buenos Aires por un mes para vi-
sitar a mi familia y conocer a mi nueva sobrina. Este año no
sentí necesidad de pedirle una sesión, pero no quería irme
sin dejarle al menos un saludo por escrito.
Quiero comentarle que poco antes de venir a Buenos
Aires de visita concreté la compra de un pequeño departa-
mento, por lo que estoy muy contenta.
En mi trabajo me va muy bien. Trabajo hace casi un año
en un servicio social para la municipalidad de mi ciudad y
no casualmente me especializo en "violencia de la fami-
lia". Poseo la autoridad para participar (personalmente o
por medio de informes escritos) en juicios de divorcio, te-
nencia de menores, régimen de visitas, matrimonio de me-
nores, etcétera.
Como ve, avanzo a pasos agigantados, aun para el ritmo
de ascenso de este país. Esto no me extraña, ya que, fuera
de enorme capacidad, yo siempre corrí más rápido que la
pelota..., ¿no?
Reciba mi saludo cariñoso.
146
La resinificación en el recambio identificatorio
de la adolescencia
147
elementos que estaban mezclados: se anulan los eróticos que es-
taban ligados a los elementos destructivos característicos de las fa-
ses sádicas, y estos últimos, al liberarse, imponen al sujeto nuevos
esfuerzos defensivos.
Recordemos que Amalia S. intentó emplear la distancia geográ-
fica con el viaje a un país muy lejano, como medio defensivo para
alejarse de su historia traumática de "chancho inteligente" —histo-
ria que en realidad concernía a su padre, pero con la cual perma-
neció identificada— y poder así acceder a una vida exogámica.
148
A los 13 años empezó la época catastrófica. Un mes an-
tes de que me desarrolle. Me sentía algo rara, que no enca-
jaba bien en ningún lugar. No sabía a qué clase pertenecer,
si estar junto con mi hermano o junto con mi hermana. No
terminé de ser nada, porque no. Me quedé en esa cosa gor-
da que al final no era nada. Mi papá me decía que yo soy
un chancho inteligente, me llevaba a pesarme todos los
días en la balanza que él tiene en su dormitorio.
149
cunares, más o menos fragmentarios, de escenas, de personajes.
Al lado de esta vía arqueológica, de exhumación, está la vía his-
tórica, de reconstrucción de la síntesis del pasado, del estableci-
miento de conexiones significativas; por ejemplo, conexiones
causales.
La investigación y la cura psicoanalíticas tienen un doble as-
pecto, arqueológico e histórico, tal vez inseparable: exhumación
de restos de las famosas "escenas", es decir, puesta en relación. Es-
tamos convencidos de que ambos son indispensables, pero la ex-
humación sin volver a dar forma no es nada, puesto que
finalmente habría una subordinación del aspecto arqueológico al
aspecto histórico, por ser la relación analítica un verdadero reteji-
do de una historia, una función nueva de elementos enfriados, en
una situación caliente (la transferencia) (Laplanche, 1983).
El telescopaje de generaciones implica un tiempo clausurado y
repetitivo. Dice Laplanche:
150
Ya señalé (1986b) que el conocimiento del mito de los orígenes
representa una necesidad estructurante para todo sujeto, porque
sólo así se reconocerá diferenciado de las historias secretas de las
generaciones que lo precedieron. Y podrá acceder a configurar
una temporalidad subjetiva y discriminada. La posibilidad de des-
cubrir, interpretar e integrar el mito subyacente en la cultura, en la
familia y en el individuo es lo que permite superar la radical esci-
sión de la condición humana (Montevechio, Rosenthal, Smulever
y Yampey, 1986).
Pero tanto el padre como la hija están impedidos de desentra-
ñar por sí mismos, sin la ayuda de la historización en un proceso
analítico transferencial con el analista, la naturaleza del mito de
sus orígenes, por la imposibilidad de integrar sus reminiscencias,
que han permanecido aisladas y coartadas de sus lazos y cadenas.
Recordemos que Freud dice que el neurótico sufre no de re-
cuerdos sino de reminiscencias. Esto tiene la apariencia de ser una
mera distinción terminológica, una distinción, incluso, filosófica,
ya que el término "reminiscencia", ha sido tomado de Platón. Sin
embargo, es de una extrema profundidad. ¿Qué quiere decir este
término "reminiscencia", tanto en la teoría de Platón como en la
de Freud? La reminiscencia es un recuerdo sin sus orígenes, corta-
do de sus raíces. Se trata de algo vago a veces; recuerdo, diríamos,
de otra vida, de otro planeta. Un recuerdo sin saber de dónde vie-
ne, sin saber incluso que se trata de un recuerdo. Precisamente en
el neurótico, y más en particular en la histérica, ya que la fórmula
es que la histérica sufre de reminiscencias de algo que proviene
del pasado pero que no está ligado a él, sino que está allí y la ha-
ce sufrir en el presente (Laplanche, 1983).
En este caso, el "chancho inteligente" opera como una reminis-
cencia o como un cuerpo extraño interno, y se convierte tanto pa-
ra el padre como para la hija en el punto de partida de sus
comportamientos más incomprensibles y generadores de sufri-
mientos innecesarios, que prohiben en ambos la posibilidad de
acceder a comprometerse, sin zozobrar y con arraigo, a una vida
exogámica libre de este objeto anacrónico, enigmático y rebelde
a la historización.
151
Localizar, exhumar y descubrir la tumba de Tutankamón —que
en este caso específico sería ubicar la fuente de los síntomas de
angustia y también de deseo desde la doble aspiración psicoana-
lítica (arqueológica e histórica) que representa la muerte de la ma-
dre para el padre, los efectos patógenos resignificados en el
vínculo narcisista con su hija y la incidencia de esta prehistoria
paterna en la historia identificatoria de Amalia S.— constituirían
tareas privilegiadas para librar el fragmento de verdad histórico-
vivencial de las desfiguraciones y los apuntalamientos en el pre-
sente real objetivo (materializado en el cuerpo de A m a l i a S.),
restituirlo a los lugares del pasado a los que pertenece (al vínculo
ambivalente, en la situación histórica a la vez culpógena y resen-
tida del huérfano niño-padre con su madre muerta), y señalar, ade-
más, en qué medida y cómo la adolescencia participó y participa
en la plasmación y la vigencia de este inútil combate, que alber-
ga una vana e insistente esperanza transmitida a lo largo de un in-
terminable duelo transgeneracional.
Si bien Amalia S. efectúa una reparación sublimatoria de su si-
tuación traumática familiar, a través del ejercicio profesional co-
mo trabajadora social, para que reinen la paz, la justicia o la razón
en familias desavenidas, no logra, en cambio, promover una bús-
queda de reparación de sí misma mediante el pedido de trata-
miento psicoanalítico.
Se podría suponer que entraría en juego el telescopaje de una
culpa tan profunda y enigmática que inhibe sus derechos al cam-
bio, a quebrar la sentencia compulsiva de su padre y de su abue-
la con un destino inexorable de sufrimiento.
¿Será que A m a l i a S., a pesar de mis reiteradas indicaciones
acerca de la conveniencia de no dilatar más el comienzo de una
terapia analítica, intenta reeditar conmigo el vínculo sadomaso-
quista que mantiene con su padre, para que yo la obligue y la so-
meta a subir varias veces por semana a la balanza-diván y sentirse
violentada en su elección?
¿O será más conveniente esperar, acompañándola en este vín-
culo epistolar hasta que maduren en ella el deseo y la necesidad
de recibir la ayuda de un tratamiento psicoanalítico?
152
10. La resignificación de la adolescencia en el análisis
de adultos
"Yo los heredo todos los días." Éstas son palabras textuales de
Javier, un analizante de 38 años que, en su cuarto año de análisis,
recordó que cuando cumplió sus 13 años empezó una verdadera
campaña de destrucción por parte de su padre, quien, entre otras
causas interdependientes, había resignificado los complejos edípi-
cos y fraternos no superados de su historia infantil y adolescente
con su propio hermano menor, Miguel, quien precisamente tenía
1 3 años cuando falleció el abuelo de Javier.
153
También mi madre se comparaba con nosotros.
Cuando me compraba algún juguete, decía: "Te lo doy,
pero yo no tenía nada de esto en mi casa." Ella siempre me
recordaba su infancia de pobreza y me hacía sentir re-mal
(pausa).
Mi adolescencia fue un verdadero holocausto.
Mi papá tenía 15 años cuando falleció su padre; mi tío
Guillermo, 17, y mi tío Miguel, 13.
Miguel era el privilegiado de mi abuela, y mi papá siem-
pre hablaba muy mal de él: que era un loco, que era un va-
go; pero lo que yo recuerdo de él era que siempre trabajó.
Yo también era un vago para mi papá. Siempre estable-
cía un paralelismo entre mi tío y yo.
Creo que había algo de hermanos entre nosotros dos, y
a los dos mi papá desvalorizaba. Yo no fui un hijo para él,
fui simplemente un competidor más (pausa).
A mi tío Miguel siempre lo desvalorizaban y le hacían el
dos contra uno. Mi papá se unía en complicidad con mi tío
Guillermo y lo provocaban, lo "gastaban".
Mi tío Miguel me contó que mi papá y mi otro tío no le
permitieron entrar en la sociedad de la familia. Le prome-
tían pero no lo cumplían, y lo mismo pasó conmigo; mi pa-
dre no me dio lugar en la empresa y me trató de vago, y
también yo fui creando resentimientos contra él.
Me acuerdo que una vez mi tío Miguel vino decidido a
matar a mi tío Guillermo porque siempre lo dejaba mal pa-
rado. En cambio, mi papá iba menos al frente, era más zorro.
No sé por qué será, pero en este momento me acuerdo
del día en que me llamaron para que reconociera el cadá-
ver de mi tío Miguel, que murió a los 55 años.
En aquel momento no me había dado cuenta de cuán-
tas cosas en común tengo yo con él, por lo menos en los pa-
decimientos.
154
Creo que tengo sentimientos, por eso digo "bloquea-
dos", y creo además que me quitan mucha energía. Todo
este tema interno me paraliza (pausa).
Siempre estoy tenso, alerta para saber de dónde va a ve-
nir la próxima burla o ataque.
No se merecen que yo sienta cariño por ellos.
Porque me entrenaron muy bien para hacer las cosas
por compromiso, para aparentar.
Yo con ellos quedo bien por fuera, pero por dentro "los
heredo todos los días".
Analista: O sea que por dentro los mata todos los días. Y
de ese modo permanece prendido a ellos a través de un re-
clamo y de una esperanza interminables.
El tema de la herencia en mí desempeña un papel im-
portante, porque siento que el día que se muera me va a de-
volver lo que me quitó.
Mi papá siempre manejó el poder con el dinero. El me
prometió comprarme un auto cuando cumpliera los 18
años y me traicionó.
Desde los 13 años empezó el bendito tema del auto.
Y no sé por qué sigo esperando que él cambie y que fi-
nalmente me lo regale.
El tema del auto ya es como una obsesión para mí. No
me lo puedo sacar de la cabeza. Lo que más me molesta
son sus burlas y sus promesas incumplidas (cambia el tono
de voz).
Lo peor es que me doy cuenta, en este momento, de que
yo también a mis hijas les prometo muchas cosas y no siem-
pre las cumplo.
Con ellas intento quedar bien por fuera, pero no las pue-
do querer libremente.
155
La resignificación del complejo fraterno
156
El hijo, remordido y resentido por haber sido injustamente mal-
tratado por el padre en su intercambio de roles, de un objeto hu-
millado pasa a ser ahora un sujeto atormentador; a su vez, el
sujeto torturador anterior, durante la venganza, se convierte en un
objeto humillado deudor. Se mantiene así la misma situación de
inmovilización dual sometedor/sometido, hermano mayor resen-
tido/hermano menor remordido, con apariencia de movilidad.
Ese falso enlace, producto de la transferencia de los componen-
tes destructivos del complejo fraterno del padre en la persona del
hijo, se halla sustentado por un inalcanzable y renaciente deseo
de represalia, tanto en el yo como en el objeto. Este deseo, a su
vez, está expuesto inexorablemente a una nueva frustración en el
padre, por la imposibilidad de saciar su histórica furia vengativa,
a través de la búsqueda de una exacta coincidencia de desquites
en el hijo.
Padre e hijo permanecen anclados en una temporalidad repe-
titiva, dentro de un laberinto fraterno: el muro del narcisismo ta-
nático.
El falso enlace —que nos permite colegir la profecía de Jere-
mías (31, 29): "Los padres comieron las uvas agrias y los dientes
de los hijos tienen la dentera"— paraliza la confrontación genera-
cional, porque borra su condición primera: la presencia de otro
discriminado que posibilite el careo y el cotejo de las diferencias.
El padre de Javier se hallaba imposibilitado para asumir su fun-
ción paterna, porque él mismo permanecía retenido y entretenido
con sus propios duelos enquistados por el rencor hacia su herma-
no y a sus padres, que había sentido durante su infancia. El padre-
hermano no representa la dimensión narcisista del conflicto
edípico, sino que opera obstaculizando la función estructurante
del complejo de Edipo (Faimberg, 1985).
Edipo cae, y se erige Narciso. Y éste se manifiesta a través de la
imposibilidad de admitir objetalmente al hijo diferenciado de sus
heridas narcisistas y fraternas. Y esta indiscriminación propicia la
constitución de vínculos ominosos, generadores de un campo pa-
ranoide y sadomasoquista. En lugar de establecerse una estructu-
rante rivalidad entre el padre y el hijo, se desencadena una lucha
157
fraterna trágica, que sustituye la confrontación por la provocación
y/o la evitación; exteriorizándose a través de la reiteración de
comparaciones maníacas y paranoides, pródigas en convicciones
excesivas en sostener verdades cristalizadas que impiden despejar
toda duda y minan el sentimiento de sí del hijo.
Comparaciones patogénicas generadoras de situaciones de
violencia, en las que el progenitor opera como el verdugo de una
ejecución en la que simultáneamente ocupa el sitial de víctima.
Comparaciones hostiles, que suelen fomentar profundos trastor-
nos en la construcción de la identidad.
Estas patogénicas comparaciones parento-filiales evocan las
humillantes comparaciones padecidas y denunciadas con dolor
por Stanislaus Joyce en su libro Mi hermano James Joyce:
158
ardientes e imborrables. "Hasta las proximidades de mi adoles-
cencia, mamá me atribuyó las más altas cualidades intelectuales y
morales: se identificaba conmigo; humillaba y rebajaba a mi her-
mana: era la menor, sonrosada y rubia, y sin darse cuenta se toma-
ba con ella su revancha."
No nos engañemos, Simone de Beauvoir ha sacado múltiples
ventajas conscientes e inconscientes de esta proyección en el pa-
sado de los conflictos que la oponían a su propia hermana menor,
aunque sólo fuese negando de esta forma su deseo personal de
verla "humillada y rebajada". Pero el juego de prestidigitación que
nos describe se produce con mucha más frecuencia de lo que pen-
samos en familias donde los hermanos vuelven a representar en-
tre ellos las escenas de tiempos pasados de los que, de hecho, sólo
han adquirido un conocimiento fragmentario, transmitido y defor-
mado por sus padres (Mijolla, 1986).
Pero volvamos a Javier, quien permaneció detenido en duelos
no elaborados y atizados por la memoria incandescente del ren-
cor contra su padre, y que luego fueron desplazados —a través de
relaciones sadomasoquistas— a su pareja conyugal, sus hijas y sus
compañeros de trabajo. En todos estos vínculos se posicionó en el
lugar de un adolescente díscolo, provocador de un compulsivo
maltrato moral y erógeno.
159
dores", que puede llegar a extenderse, de forma indefinida, a tra-
vés del tiempo y del espacio, debido a la pervivencia de la memo-
ria, y almacena una vana y patética esperanza repetitiva: la pasión
del desquite.
En ciertos casos, esta esperanza, nunca derrotada, se cristaliza
como rasgo de carácter, como un motor estructurante y tanático a
la vez de aquellos sujetos que, al no poder asumir la autonomía
del objeto, se atrincheran en la posición de la víctima privilegiada
que reprocha, reclama y no se reconcilia jamás (Kononovich de
Kancyper, 1999).
El sujeto resentido intenta infructuosamente negar y rechazar
sus sentimientos páticos (pasionales). Pero la apatía no es indife-
rencia.
En la apatía está presente un pathos, pero contenido o bloquea-
do, que corresponde a sentimientos paranoides provenientes de
las fantasías hostiles que sumergen al sujeto resentido en una cul-
pa incoercible, por el monto de las acusaciones superyoicas. To-
do esto conduce a la reproyección de la agresión y convierte al
sujeto atacado en un repetitivo y peligroso perseguidor, a quien se
le adjudican todas las maldades propias, y sobre el cual recae una
desmentida doble: desmentida y escisión de los aspectos buenos
que le pertenecen, y desmentida de toda posibilidad de amar al
objeto.
Estas fantasías hostiles precipitan al sujeto resentido a una irre-
frenable búsqueda, orientada a encontrar o "fabricar" un verdugo
externo que, al castigarlo con crueldad, logre aliviar el peso de la
sobrecarga de una deuda interna.
En otra sesión Javier comenta:
160
sulto, reprocho, me peleo. Es como una tormenta que no se
puede calmar, y termino finalmente atormentado.
161
miento, lo traumático es más intolerable para el yo en términos de
Selbstgefühl. Son como cuerpos extraños, aislados del curso aso-
ciativo con el resto del yo.
Al no poder entrar en la cadena de significación simbólica, es-
tos recuerdos no acceden a ser reprimidos, sino que persisten, es-
cindidos. Lo escindido se mantiene fuera de circulación psíquica
y, por consiguiente, no puede evolucionar: se cristaliza.
El sujeto resentido no permanece detenido en la atemporalidad
ni en el tiempo suspendido del arte, tiempo fuera del tiempo que
quiebra las dimensiones temporales del pasado, el presente y el
futuro; no permanece entretenido en una vivencia de eternidad en
la contemplación del objeto interno maravilloso para desmentir el
paso del tiempo esquizoide ni en la identificación patológica del
duelo no elaborado en el depresivo, sino que es, fundamental-
mente, producto de la insistencia del castigo reivindicatorío, que
de un modo repetitivo se erige como estructura de deseo domi-
nante sobre el sustrato temporal del rencor de un agravio cuyas
cuentas aún no ha saldado. El porvenir en el sujeto resentido está
basado en la posibilidad de castigar, a través de la repetición en la
vía regresiva del tiempo, al objeto responsable de los agravios. Es-
ta esperanza destructiva es esencial: una vez más intenta saciar su
sed de venganza, para restituir infructuosamente su propia digni-
dad al sentimiento resentido.
La vivencia del tiempo en el sujeto resentido es el permanente
rumiar indigesto de un dolor que no cesa, expresión de un duelo
que no logra superar.
En "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915b), Freud describe
las tres oposiciones del amar: "... el amor-indiferencia, el amor-
odio y la mudanza del amar a un ser amado." Yo agrego un cuar-
to par de opuestos: el amor-resentimiento.
La permanencia del resentimiento paraliza el proceso del due-
lo, y esto explicaría aquello que Freud señala al final de "El tabú
de la virginidad" (1917a): cuando la mujer no ha consumado sus
mociones vengativas en el marido, no puede, a pesar de sus es-
fuerzos, desasirse de él.
Ahora bien, es interesante que en calidad de analistas encon-
162
tremos mujeres en quienes las reacciones contrapuestas de servi-
dumbre y hostilidad hayan llegado a expresarse permaneciendo
en estrecho enlace recíproco. Hay mujeres que parecen totalmen-
te distanciadas de sus maridos, a pesar de lo cual son vanos sus es-
fuerzos para desasirse de ellos.
Toda vez que intentan dirigir su amor a otro hombre, se inter-
pone la imagen del primero, a quien ya no aman. En tales casos,
el análisis enseña que esas mujeres dependen como siervas de su
primer marido, pero ya no por ternura. No se liberan de él porque
no han consumado su venganza en él, y en los casos más acusa-
dos la moción vengativa ni.siquiera ha llegado a su conciencia
(Freud, 1917a, p. 203).
El resentimiento puede operar como defensa, ejerciendo una
función antiduelo, porque abandonar ese vínculo objetal "signifi-
caría el derrumbe definitivo de la ilusión y la admisión de que se
ha perdido real y verdaderamente el objeto" (Amati Mehler y Ar-
gentieri, 1990).
En la estructuración del resentimiento, interviene una serie de
procesos — l a desmentida, la idealización y la agresividad al ser-
vicio de Tánatos— que promueven y mantienen un vínculo obje-
tal indiscriminado e interfieren en la elaboración del duelo
(duellum y dolus, combate y dolor), que conlleva la resignación de
un objeto para efectuar el pasaje y el recambio hacia otros obje-
tos. Momento puntual que confiere a la dimensión temporal del
sujeto la vivencia subjetiva de un tiempo en traslación. Su com-
pulsión a la repetición expresaría una frustrada tendencia restitu-
tiva para ligar y establecer la situación anterior a la herida
originada por el trauma o el agravio narcisistas. Esta herida se pre-
senta refractaria a la cicatrización y se alimenta de una repetitiva
esperanza reivindicatoría.
El sujeto resentido funda —a través de sus fantasías vengati-
vas— una legalidad propia. La venganza justifica el carácter impe-
rativo de la ley del Talión, que legitima, aparentemente sin culpa,
el derecho a punir y a atormentar. Reanima los impulsos destruc-
tivos, que llegan a prevalecer sobre los impulsos amorosos: esto
implica un cambio en los estados de intrincación entre las pulsio-
163
nes de vida y de muerte, cambio que desencadena la compulsión
a la repetición, inherente al reinado de Tánatos.
La intelección de este circuito que se establece entre el narci-
sismo, la pulsión de muerte y el resentimiento permite instrumen-
tar un abordaje más optimista que el sostenido por Freud en 1917,
en su Conferencia 26:
164
- Inmoviliza al objeto con el fin de perpetuar una presencia
continua.
- Maltrata al objeto de descarga pulsional, complaciente de
una relación sádica, por los agravios y daños que "inme-
diatamente" el sujeto ha padecido.
- Preserva al objeto, paradójicamente maltratado con cruel-
dad pero con una alta dependencia de cuidado.
165
te, y que había dado lugar a la identificación alienante de Javier
con su tío Miguel.
En la resignificación se reabre abruptamente el arcón histórico
y retornan en tropel los demonios de épocas pasadas. Para ello
dispuse de elementos de distinta índole que permitieron una re-
construcción a posteriori. Utilicé los recuerdos disponibles y al-
canzables mediante el levantamiento de represiones y el análisis
de sueños y recuerdos encubridores.
En la situación analítica resurgían su sofocado sometimiento y
su agazapado deseo de represalia a través de una reactiva y adic-
ta "obediencia debida".
Esta absoluta parálisis de la "confrontación transferencial" me
había permitido resituarla en su contexto histórico y desmenuzar
los mecanismos en juego.
Javier, en lugar de enfrentar su verdad y afrontar las situaciones
y los obstáculos que debía sortear, se "hacía a un lado": evitaba,
ocultaba, mentía y coleccionaba en secreto afrentas, aguantando
notables humillaciones para tomar —después de un cierto tiem-
po— sus represalias y legalizar ante sí mismo y ante los demás sus
actos de venganza.
Estas secuencias repetitivas se habían cristalizado como rasgos
de carácter, moldeando una trágica y desesperanzada neurosis de
destino.
Su posición como víctima resentida y privilegiada había sido
paulatinamente "desgastada" por la repetición transferencial me-
diante la historización progresiva y la puesta en evidencia, por un
lado, de los mecanismos de desmentida de la idealización, la
proyección y la escisión, que sostenían y atizaban sus resenti-
mientos, y por otro lado, a través del análisis de las consecuen-
cias patógenas de su identificación c o m o el hijo-hermano
ominoso de un padre-hermano rival y sus efectos en su relación
con el sistema de filiación.
La filiación, la confrontación generacional y fraterna y la plas-
mación de la identidad están íntimamente ligadas entre sí. La filia-
ción no es reductible al engendramiento biológico (Héritier-Augé,
1992).
166
Rosolato (1981) sostiene:
167
nua y tomó una posición activa: la de agente responsable que
afronta la construcción compleja y jamás concluida de su propia
identidad.
168
11. La memoria del rencor y la memoria del dolor
en un adolescente adoptivo
170
limiento. Como un último recurso de lucha, tendente a restaurar
el quebrantado sentimiento de la propia dignidad, tanto en el cam-
po individual como en el social.
El poder del rencor suele promover no sólo fantasías e ideales
destructivos. No se reduce únicamente al ejercicio de un poder
hostil y retaliativo. También puede llegar a propiciar fantasías e
ideales tróficos, favoreciendo el surgimiento de una necesaria re-
beldía y de un poder creativo, tendentes a restañar las heridas pro-
venientes de los injustos poderes abusivos originados por ciertas
situaciones traumáticas. El sentido de este poder esperanzado
opera para contrarrestar y no sojuzgarse a los clamores de un ine-
xorable destino de opresión, marginación e inferioridad.
Estas dos dimensiones antagónicas y coexistentes del poder del
rencor se despliegan en diferentes grados en cada sujeto, y se re-
quiere reconocerlas y aprehenderlas en la totalidad de su comple-
ja y aleatoria dinámica. Si el sujeto sólo permanece fijado a las
ligaduras de la memoria del rencor, quedará finalmente retenido
en la trampa de la inmovilización tanática del resentimiento de un
pasado que no puede resignar. Pasado que anega las dimensiones
temporales del presente y del futuro. Sólo el lento e intrincado tra-
bajo de elaboración de los resentimientos y remordimientos posi-
bilitará un procesamiento normal de los duelos para efectuar el
pasaje de la memoria del rencor a la memoria del dolor. A partir
de este procesamiento, el sujeto rencoroso depondrá su condición
de inocente víctima que reclama y castiga, y logrará acceder a la
construcción de su propia historia como agente activo y responsa-
ble, y no como reactivo a un pasado que no puede olvidar ni per-
donar.
Resentimiento y odio
171
En "Pulsiones y destinos de pulsión", Freud (1915b) pone de
manifiesto una teoría metapsicológica de la agresividad. La con-
versión aparente del amor en odio no es más que una ilusión: el
odio no es un amor negativo; tiene su propio origen en las pulsio-
nes de autoconservación, mientras que el amor se origina en las
pulsiones sexuales. Su tesis central es que los genuinos modelos
de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la
lucha del yo por conservarse y afirmarse. Y además asevera que el
objeto es conocido inicialmente por medio del odio: "El odio es,
como relación con el objeto, más antiguo que el amor, brota de la
repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al
mundo exterior prodigador de estímulos."
El odio permite al sujeto un enfrentamiento con el objeto y su
ulterior desligadura; desligadura que promueve la génesis y el
mantenimiento de la discriminación en las relaciones de objeto.
En cambio, el odio se muda en resentimiento cuando es reforza-
do por la regresión del amor a la etapa sádica previa, de modo que
el resentimiento cobra un carácter erótico y se perpetúa un víncu-
lo sadomasoquista; además, el resentimiento produce una serie de
construcciones fantasmáticas que a la vez lo sustentan.
El contenido de representación de las escenificaciones imagi-
narias inherentes al resentimiento se halla al servicio del apodera-
miento y la retención del objeto para poder desplegar sobre él sus
mociones de venganza o para neoengendrarlo y moldearlo según
un modelo ideal diseñado a imagen y semejanza del Hacedor. És-
te ejerce pigmaliónicamente una relación de dominio sobre el
otro mediante el despliegue de sus poderes mágicos y castigado-
res, con la finalidad de garantizar la presencia incondicional de un
objeto parcial o total, desvalido y dependiente de un A m o y Señor.
Recordemos que la palabra "emoción", que deriva del latín
movere, significa "poner en movimiento", y que "afecto" —tomado
del latín affectus, participio pasivo de afficere, derivado de facere,
"hacer"— es poner en cierto estado.
El resentimiento promueve un movimiento circular y repetitivo.
Resentimiento es volver a sentir ciertas injurias narcisistas, edípi-
cas y/o fraternas que no se pueden o no se quieren olvidar ni am-
172
nistiar; remordimiento es volver a morder o morderse por el accionar
del poder de una culpa singular, repetitiva, que se caracteriza por
ser siempre pródiga en nuevos desquites revertidos sobre la propia
persona. En cambio, el odio puede promover un movimiento cen-
trífugo de la libido, oponiéndose a la circularidad regresiva y sádi-
ca del rencor, y permitiendo entonces la discriminación del objeto
y su recambio ulterior.
Mientras que a partir del resentimiento surge una agresión ven-
gativa, a partir del odio puede llegar a desatarse una agresión al
servicio de la desalienación, liberando la agresión hacia nuevos
cometidos y ligándola a nuevos objetos que reabren una diferen-
te espacialidad y temporalidad; en este sentido, odiar puede vincu-
larse con los propósitos de Eros. Aunque en ciertos casos el odio,
que raramente se encuentra en forma pura, puede promover des-
de un alejamiento y una indiferencia ante el objeto hasta la hosti-
lidad despiadada y cruel (Kancyper, 1992c).
En "Duelo y melancolía", Freud (191 7a) señala la importancia de
la ambivalencia entre amor y odio como una de las premisas de la
melancolía. En cambio, yo considero que la ambivalencia entre el
amor y el resentimiento, y no la oposición entre el amor y el odio,
opera como una de las premisas fundamentales en el desencadena-
miento del automartirio y del desquite de los objetos originarios des-
plazados sobre los objetos actuales. Las batallas de ambivalencia de
amor y de odio pueden llegar a interferir la elaboración del duelo,
pero éste se paraliza cuando el resentimiento y el remordimiento
reemplazan al odio en el complejo proceso del duelar.
Para citar un ejemplo, transcribiré algunas sesiones de Julián,
quien presentaba una elaboración rencorosa de sus tempranos
traumas y duelos de los orígenes y por los orígenes.
173
jo, que había desconcertado no sólo a ellos sino también a varios
profesionales.
El médico clínico, el neurólogo y el psiquiatra, luego de un mi-
nucioso estudio, descartaron finalmente la posibilidad de la exis-
tencia de factores orgánicos en los ataques convulsivos que se
presentaban varias veces durante el día, sin pérdida de conciencia,
y que eran además espantosos por la dramaticidad y por el peli-
gro que acarreaban. Estos ataques comenzaban con contraccio-
nes leves en la cara, que se extendían luego a los brazos y,
finalmente, perdía el equilibrio motor. Se caía y, con fuertes mo-
vimientos tónico-clónicos, se libraba una lucha en su cuerpo, un
combate entre fuerzas antagónicas que se anudaban entre sí con
contorsiones caóticas durante varios minutos, escenificando fan-
tasías de una elevada mortificación psíquica y originando una si-
tuación de desesperación y desconcierto en sus padres y
profesores. Estas manifestaciones corporales comenzaron a pre-
sentarse primero ante la puerta del colegio, luego dentro del aula
y en la casa. Cedían durante los fines de semana y recomenzaban
nuevamente los domingos por la noche. Corría el mes de junio, y
había fracasado en los exámenes en todas las materias en el pri-
mer año del colegio secundario. El tema del aprendizaje había si-
do desde tiempo atrás un "tormento" familiar; lo llamaban "el
contra". Nunca aceptaba las reglas que se le imponían. Todo era
no. Vivía peleándose con los chicos y con los padres. Mentía con
frecuencia. Tuvo encopresis hasta los 6 años. No respetaba las
pautas de aprendizaje. Ya tenía en su haber dos tratamientos psi-
coanalíticos previos. Presentaba resistencias para comenzar un
nuevo tratamiento, pero estaba dispuesto a intentarlo.
Para mí resultó, desde el vamos, un desafío terapéutico. Yo sa-
bía, por el colega que me derivó la consulta, que Julián era hijo
adoptivo. Los padres me ocultaron ese dato y recién lo comunica-
ron en la tercera entrevista.
Julián es muy simpático y afectuoso, me expresa que es des-
confiado y que no tiene la menor idea de lo que le pasa ni por qué
le pasa. Pero sabe que le pasa. Está asustado y deprimido, y muy
enojado con el médico psiquiatra que lo medica: "Si vuelvo a ver-
174
lo, le estampo una piña a ese pelado. No quiero continuar más
con la medicación"; y acepta "probar" tener conmigo una serie de
entrevistas.
Los ataques convulsivos se acompañaban además de cefalal-
gias persistentes y de deshidrosis en las palmas de las manos, que
se agudizaban durante el período de los exámenes trimestrales.
Desde los comienzos se había establecido un campo analítico de
transferencia positiva en el que circulaban afectos tiernos.y respe-
tuosos.
Destaco el adjetivo "respetuosos" porque considero que en la
transferencia asumí ante ellos la figura respetuosa que tenía el
abuelo de Julián. Este abuelo ya fallecido, padre del padre, era re-
cordado con cariño por todos.
Transcribo a continuación dos fragmentos de sesiones de su pri-
mera etapa de análisis.
175
una sola forma de sumar 2 más 2", y que yo no lo voy a
cambiar. Y yo quiero cambiarlo, a mi forma.
176
respondo con el mío, y en lugar de tensar nuestros brazos
como en una pulseada entre dos desafiantes en pugna, en
la que finalmente uno es vencido por el otro, sumamos
nuestras fuerzas en un pacto analítico para intentar, entre
ambos, desanudar los traumas pretéritos y los duelos con-
gelados. Y le señalo que existe una forma diferente de estar
juntos. No únicamente desde la memoria del desquite por
el ayer, sino a través de un trabajo con él y con sus padres,
para poder entre todos enfrentar los sufrimientos de antes
pero también los conflictos actuales, y poder así avanzar
como agente activo y no como mera víctima para conquis-
tar su propio destino.
177
matización social (y, sobre todo, internalizada). El asunto central
es la constitución de algo radicalmente inconfundible, el signifi-
cante negativo, exclusión radical que por eso mismo se convierte
en acicate de una búsqueda sin fin y sin punto de llegada, y que a
veces abruma.
Julián permaneció abrumado por el trauma narcisista de la
adopción, y también sus padres permanecieron anegados, tanto
por duelos no procesados debidos al trauma de la esterilidad, co-
mo por las fantasías de robo y persecución ante los genitores y las
amenazas de la sociedad. Situación particular de la adopción que
no puede ser desconocida ni trivializada en la clínica por el ana-
lista, quien debe evitar la homologación del duelo de los orígenes
con el duelo por los orígenes.
En el trauma y el duelo construidos entre el hijo adoptivo y los
padres adoptantes, al duelo de los orígenes —que es estructural y
constitutivo a todo sujeto— se le suma y potencia un singular due-
lo por los orígenes.
El duelo de los orígenes se relaciona con lo insimbolizable, con
el enigma y la opacidad inherentes a toda historia, y opera además
como motor de deseo de búsqueda de un reordenamiento identifi-
catorio permanente. En cambio, el duelo por los orígenes guarda un
nexo con la sempiterna y agonal ambivalencia entre la inmortalidad
y la mortalidad que subyace en el sistema narcisista parento-filial.
Pero en el caso de la adopción se pierde la posibilidad de sostener
el anhelo de reinstaurar la continuidad biológica entre las genera-
ciones, que confirmaría la indestructibilidad de los lazos sanguí-
neos, garantizando así la transmisión de la eterna inmortalidad.
Por lo tanto, el trauma y el duelo del adolescente adoptivo es-
tán entretejidos con el trauma y el duelo de los padres adoptantes,
que suelen ser resignificados con mayor intensidad que en otros
adolescentes no adoptivos durante el ineludible acto de confron-
tación generacional para acceder a la plasmación de la identidad.
La fantasía de ser hijo adoptivo está presente en la novela fami-
liar de todo sujeto, fantasía de ajenidad; a través de ella, el niño
satisface sus "deseos" de desasirse, por un lado, del poder paren-
tai para acceder a investir otras figuras exogámicas. Por otro lado,
178
devela el uso de la agresividad y de la desidealización para desin-
vestir la sobreinvestidura que había recaído sobre las figuras origi-
narias, posibilitando el pasaje a nuevos modelos identificatorios.
Pero este trabajo de desligadura y re-ligadura, de deconstruc-
ción y reconstrucción de las identificaciones, es un trabajo de
transformación asumido activamente por el yo. A diferencia del yo
del hijo adoptivo, que pasivamente ha padecido la ruptura de la
continuidad de la trama de su historia por el duelo por los oríge-
nes generado a partir de la pérdida de sus padres genitores y su pa-
saje a los padres adoptantes. Duelos especiales en el adolescente
adoptivo, que dependen íntimamente de los duelos procesados o
no por los padres adoptantes ante sus propios traumas y duelos por
la esterilidad conyugal y por la frustración ante la evidencia de la
falta del encuentro espejado de sus rasgos corporales en el cuerpo
de sus hijos.
Estigmas corporales que testimonian la ajenidad y que reaniman
la herida narcisista por la efracción en la continuidad sanguínea-
intergeneracional, a la que se suma la estigmatización social.
En muchos casos, la denominada "familia biológica" suele
transformarse en una identidad amenazante para la familia adop-
tiva. El deseo de conocer acerca de aquélla vehiculiza el temor de
que ese saber destruya los vínculos constituidos por el acto de
adopción, confirmando la legitimidad de los lazos sanguíneos y la
fragilidad de los simbólicos.
Entre Julián y sus padres se había instalado un reiterado desafío
tanático que cegaba sus ojos con encono y venganza. La ofensa y
la arrogancia defensivas, por las tempranas situaciones traumáti-
cas padecidas, cosían sus párpados con hilos de acero. Sus heri-
das narcisistas volvían a reinfectarse por la resignificación de los
duelos de los orígenes y por los orígenes en sus actuales padres
adoptantes. Éstos requerían, a la vez, procesar sus duelos por la
adopción. Duelos no resueltos, que se habían silenciado durante
los años de la infancia de Julián y que también se habían resigni-
ficado en este período de la adolescencia, con dolor, desilusión y
una desatada agresión, generándose entre ambos una insistente
provocación sadomasoquista parentofilial.
179
En una entrevista con ambos padres, la madre comenta:
El comportamiento que tiene Julián con nosotros es para mí
como una amputación. Tengo un dolor profundo. Me sien-
to defraudada, abandonada por él. Me da mucha rabia el
trato que nos da. Nos hace todo subrepticiamente. Su agre-
sión me da mucha violencia. ¿Por qué no mira todo lo que
encontró en nosotros y le hemos dado? Nuestras posibilida-
des de accionar ahora sobre él son más limitadas por su
propio crecimiento. No es lo mismo enfrentarse en estas si-
tuaciones que cuando él tenía seis años.
El está convencido íntimamente de que tiene razón en
todo lo que dice y hace, y no tiene ningún empacho con
amenazarnos que quiere irse de la casa y que no quiere vi-
vir más con nosotros.
Para cada cosa tiene el argumento perfecto (llora). Me
siento muy desmoralizada, con la sensación de no haberle
sabido transmitir un mínimo de responsabilidad. Nunca lo-
gré que incorpore ciertas pautas. De chico siempre mentía
o contaba cosas fantasiosas pero no estaba en la realidad.
El padre agrega: Toda la actitud de este "tipo" es para
romper, para desgarrar la cohesión familiar. Se me hace la
imagen de un toro que golpea con los cuernos sobre la pa-
red. Las cosas que él hace meten ruido. Hay momentos que
a este "tipo" no lo aguanto más. Me dan ganas de abrirle la
tranquera y que se vaya.
Le señalo al padre que me llama la atención que no
nombra al hijo por su nombre, sino que lo llama "este tipo"
y que además reemplaza la palabra "puerta" por "tranque-
ra". El me responde: Sí, cuando se pone violento, lo veo co-
mo si fuera un potro salvaje, y lo único que quiero es que
se vaya en ese momento. Estoy harto de él y me siento des-
garrado.
180
ro en el caso de Julián se habían agravado los destinos de sus due-
los y traumas construidos con los padres, por la insistencia com-
pulsiva en él de la mentira, de la oposición al saber y de la sed de
venganza. Elementos que se habían cristalizado en un tipo de ca-
rácter dilucidado por Freud en el año 1916, al que designó con el
nombre de "las excepciones".
Julián se había posicionado ante sí mismo y ante los demás co-
mo un acreedor rapaz. Vivía de sus reclamos de resarcimiento, co-
mo de una pensión por accidente, sin saber ni por asomo el
fundamento de sus pretensiones. La pretensión de excepcionali-
dad se enlaza íntimamente con tempranas afrentas al narcisismo,
por el cual se exige total resarcimiento.
181
toestima a través de fantasías y mociones de venganza, en la que,
a través del triunfo del desquite, se ejerce una relación de domi-
nio sobre el otro por lo padecido pasivamente.
La búsqueda de la excitación constituiría sobre todo un repeti-
do esfuerzo por movilizar todo el aparato somatopsíquico, con el
fin de evacuar las tensiones y, por lo tanto, está vinculada con la
propensión al acting out (Chasseguet-Smirgel, 1987, p. 778).
Las manifestaciones convulsivas con las que se presentó Julián
operaban enigmáticamente como unas máscaras que, al mismo
tiempo que encubrían, ponían al descubierto su lacerante vulne-
rabilidad narcisista.
El incumplimiento de la satisfacción de los ideales parentales y
propios acerca de su rendimiento intelectual se había transforma-
do en condena, sentencia y mandato mortíferos. La caída de sus
ideales desmesurados de perfección y sus fracasos reiterados en
sus relaciones amorosas deprimieron severamente su Selbstgefühl.
No podía hacer el duelo narcisista por esa imagen grandiosa, y es-
te duelo ha sido traumático si admitimos que lo que define al trau-
ma es el efecto desorganizador sobre los aparatos mental y
somático. Los traumas se definen por la cantidad de desorganiza-
ción que producen.
Julián padeció de un prolongado estado de depresión, a conse-
cuencia de la tensión originada entre las aspiraciones narcisista-
mente cargadas, por un lado, y la incapacidad real o imaginaria
de alcanzar esas metas, por otro, provocando en él un elevado su-
frimiento psíquico, acompañado de angustias, vergüenza, remor-
dimiento y necesidad inconsciente de castigo.
La compleja y gradual elaboración de estos traumas y duelos
narcisistas y edípicos que participaban en la producción de los
síntomas y las identificaciones patógenas posibilitaron la supera-
ción de sus síntomas corporales y el reingreso al colegio, con la
condición de rendir las materias a fin de año. Con la aceptación,
por parte de Julián, de permitir ser ayudado por profesores parti-
culares, rindió sus exámenes y pasó al segundo año, en el que se
afirmó en el aprendizaje y en la socialización.
Pero, al comenzar el tercer año, Julián tuvo repetitivos fracasos
182
amorosos que resignificaron sus traumas y duelos tempranos no
resueltos. Acompañado ahora por un grupo de compañeros del
colegio, retornó —aunque en menor medida— a reiterados ac-
tings out, provocando a los profesores y a sus padres, y oponién-
dose al estudio.
Transcribo a continuación momentos de las sesiones individua-
les, luego de una entrevista que mantuve con Julián y sus padres
en forma conjunta, hecho desencadenado por una serie de menti-
ras que ponían en peligro la continuidad de su pertenencia al co-
legio y la prosecución de su proceso analítico.
183
teayer me dijiste que para vos todos los mayores tienen sus
caretas y que por eso no confiás en ellos. ¿Qué pasa con la
careta en tu tratamiento conmigo? ¿Yo me pongo la careta,
o vos te la ponés? ¿Es éste un tratamiento careta? No, la ca-
reta esconde la verdad. Yo no miento aquí. Pero me llama
mucho la atención que hoy entraste sonriendo a la sesión y
vos sabés que la situación del tratamiento está delicada. Tus
padres ayer se cuestionaron con dolor para qué seguir con
tu tratamiento, con el colegio pago y con los profesores de
refuerzo, si finalmente la estafa le gana a la verdad.
Ni digas esa palabra. Estafa. Me cae mal.
A: Es la palabra que salió ayer en la sesión con tus pa-
dres.
Pero con mis padres ayer se empezó a arreglar la cosa.
Esta vez fue la gota que rebalsó el vaso. Hoy estoy conten-
to porque hoy es mi cumpleaños y voy a poder festejarlo
con mis padres. Pensaba que no me iban a perdonar las ca-
gadas que me mandé. Entendé, Doc, antes era peor. Papá
ayer te lo dijo. Hoy fui al colegio y estaba todo bien.
A: No, no está todo bien. Eso es poner una careta a la si-
tuación. Y aquí tampoco está todo bien. Peligra la continui-
dad del tratamiento (pausa). Hace quince años que las
cosas siguen saliendo mal. Nunca salieron bien. Cuando
saliste, cuando naciste, no salió bien la situación de entra-
da con los padres biológicos, pero enseguida fuiste tomado
y criado por tus padres actuales.
Pasaron tres días, hasta que mis padres me tomaron, no
sé si fue el 10 o el 9, y llegué el 13 a la casa de mis padres.
Me contaron que me recibieron con una fiesta.
A: ¿Sabés que pasó durante los tres días?
No, no lo sé.
A: Sería bueno que lo sepas. Te sugiero que lo pregun-
tes para saber, para informarte mejor. ;
Yo dejé de creer en todo. No me importa más la religión.
Me desagrada. Estoy enojado en serio con eso que se dice
de Dios, porque no existe. Dicen que supuestamente él
quiere lo mejor. (Eleva el tono de de voz, empieza a gesti-
cular con las manos. Yo comienzo a sentir una pena enor-
me.) No tengo nada. Porque no puedo ser feliz con mis
padres. Siempre que llego a algo y lo tengo, me pregunto:
"¿Para qué lo quiero?"
A: Seguís queriendo tener a los padres que te engendra-
184
ron y sin darte cuenta te desquitás en tus padres actuales y
en vos. En tu cuerpo y en tu mente.
Siempre quiero tener lo que no tengo, y lo que tengo lo
uso tres días y lo dejo. Me pasa lo mismo con las minas. Yo
la adoro a Jacqueline y no sé por qué la cago con otras, y
ella termina pateándome y me dice que no me entiende y
que no soy confiable. Estoy enojado con Dios porque todo
lo que dice es falso. Porque no hay Dios, no existe. Ni creo
en nadie. Dios es como el viento. El viento sopla y se fue.
Así todo lo que quiero se va, no existe. Es un fraude.
A: Vos tenés algo de ese viento que sopla y que se va. Y
yo también tengo algo de ese Dios que defrauda.
No me da la impresión. Creo que no.
A: Pero hay algo en que tal vez yo te defraudo. Aunque
jamás te lo he prometido, yo no puedo ayudarte a encontrar
a los que te han engendrado, pero sí revisar con vos qué es
lo que te pasa con tus padres actuales, con tu hermano, con
tu cuerpo, con tus sentimientos, con tus fracasos y logros en
el colegio, con las minas. Julián, tu deseo de desquitarte si-
gue aún muy despierto y te retiene a vos en el ayer. Me pre-
gunto si esta búsqueda tan imperiosa y necesaria tendría
ante vos mismo y ante los demás algo de careta para tapar
los conflictos tuyos actuales y para justificar el no enfrenta-
miento con un montón de cosas que te pasan hoy (pausa).
Sí, yo ya lo sé.
185
A: ¿Vos le metiste los cuernos?
Sí, varias veces, no sé por qué lo hago.
A: ¿O la metida de cuernos es en realidad una careta
que tapa tu propia desconfianza, tu dificultad para confiar,
para amar y para que te amen? Así te parecés a un viento
que sopla y que se va.
Cuando todo está tranquilo, desconfío de que esté todo
muy tranquilo.
A: Desconfiás de la confianza, ¿y conmigo, qué pasa
con la desconfianza?
No sé, yo aquí me confío.
A: Vos me dijiste en la última sesión que vos creés que
naciste el día 10, y que el 13 te entregaron a tus padres ac-
tuales. Podríamos pensar que pasaron tres días de confian-
za con tu madre biológica, ¿y después de los tres días qué
pasó? (Abre los ojos y se acerca a mí.)
Cuando estaba bien con Jacqueline, duró sólo tres días
y después de los tres días no era lo mismo que antes y nos
separamos.
A: ¿De quién me estás hablando?
De Jacqueline.
A: Y también de tu mamá biológica, con la que estuvis-
te tres días y que luego se separaron.
¡Uy, uy, esto es muy fuerte! (S sonríe y se acerca un po-
co más a mí. Yo siento dolor en mi cuerpo y me conmuevo
ante la sorpresiva formulación de mi propia construcción.
Le pregunto si esa sonrisa no es en realidad una careta pa-
ra no sentir otras cosas.) No quiero llorar. Yo siento por den-
tro. También durante tres días la buena relación con mis
padres y después de los tres días, el lunes, empieza de vuel-
ta todo mal. Descubro que el tres es para mí el número de
la mala suerte.
186
jeto externo por la fuerza. Por otra parte, conviene señalar que,
junto al término Bemachtigung, se encuentra en la teoría freudia-
na y con bastante frecuencia el de Bewaltigung, de significación
bastante similar. Freud lo utiliza casi siempre para designar el he-
cho del control de la excitación propia, sea ésta de origen pulsio-
nal o externa, y ligarla (Laplanche y Pontalis, 1971).
Si bien esta distinción terminológica no es absolutamente rigu-
rosa, el apoderamiento asegurado sobre el objeto externo (Be-
machtigungstrieb) puede operar como un intento defensivo ante la
amenaza de peligro de la pérdida del gobierno y el control de la
propia excitación (Bewaltigung) en el propio sujeto y ante la pre-
sencia de otro por el surgimiento de afectos y representaciones,
tanto placenteras como displacenteras.
En la realidad psíquica, los afectos crean objetos. Son precur-
sores de fantasías e ideales. A partir de ellos se establece y propi-
cia el ejercicio de variadas formas de poder (Kancyper, 1999). Así,
a través del amor, el sujeto se une al objeto, y en el enamoramien-
to se fusiona con él. En el odio, se separa y discrimina del objeto,
y en la envidia intenta su destrucción.
El poder de la pulsión de dominio (Bemachtigungstrieb) reani-
ma el sentimiento de omnipotencia infantil y reactiva el pensa-
miento mágico-animista, caldo de cultivo de un complejo sistema
de ideales a partir del cual ciertos sujetos se elevan —sobreestima-
ción narcisista mediante— a la condición de categoría de las ex-
cepciones (Freud, 1915b): detentadores de un poder omnímodo
que les concede derechos para avasallar la inviolable órbita de la
dignidad y hasta de la libertad del otro.
Dorey (1986) asevera:
187
elude cualquier posibilidad de ser capturado.
Las organizaciones perversas y obsesivas representan
dos modelos de este tipo.
En la perversión el deseo del otro es capturado a través
de la seducción; en la neurosis obsesiva el deseo se destru-
ye en efecto por una operación de destrucción.
188
12. El muro narcisista/masoquista
en un adolescente mellizo
190
Esaú y Jacob en la situación analítica
191
simo por Román, y sin darme cuenta lo desatendí bastante
a Hernán.
Además, Román era desde siempre muy demandante, y
mi marido se dedicó más desde el vamos a Hernán.
Hernán fue el mayor, el primero en nacer. Tiene rasgos
semejantes a él. Me preocupa que, como a su papá, a Her-
nán le da todo igual. No reacciona. No pelea por sus cosas.
Las deja pasar. En cambio, Román es todo lo contrario. Me
exaspera verlo así a mi hijo. Le repito, doctor: yo no tenía
preferencias, quería repartirme por partes iguales. Pero no
sé qué pasó, que el padre siempre tuvo devoción por Her-
nán. Él lleva su mismo nombre. Cuando crecieron, le ha-
blaba sólo a Hernán en la mesa y yo, para compensar, me
dedicaba a Román. Trataba de hacer el contrapunto. Que-
ría encontrar un equilibrio, pero en verdad me siento en fal-
ta con Hernán.
Yo nunca me pude dedicar a uno con tranquilidad
(pausa).
Hace 5 años que estoy separada del padre de los chicos.
Y esta diferencia que ya estaba entre ellos se acentuó. El pa-
dre cuando habla por teléfono pregunta directamente por
Hernán, y a Román casi nunca le habla. Tampoco Román
va a ver al padre.
Doctor: necesito que lo vea cuanto antes a Hernán. No
estudia nada de nada. Ni sale con amigos. Nadie lo llama.
No practica deportes. Está robotizado.
El favorito
192
cía afectiva. Jamás me tuteó en los cuatro años de su experiencia
analítica.
193
ciado, aparentemente sin culpa, a que Román mantuviera algún
vínculo con él.
Desde el momento de la separación, el padre depuso su res-
ponsabilidad en la asistencia material de sus hijos.
La entrevista que mantuve con Hernán y sus padres me evocó,
en un principio, el mito de Jacob y de Esaú. Y comencé a cotejar
las semejanzas y las diferencias entre los hermanos y sus padres
con la dinámica estructural de los personajes en el relato bíblico.
Desde los inicios se ponen en evidencia los influjos ejercidos por
el singular complejo fraterno en los mellizos y su articulación con
las dinámicas narcisista y edípica, por los particulares psicodinamis-
mos que se entretejen, inconscientemente, entre los padres e hijos.
Tanto en el mito como en la familia de Hernán, se presentifican
las rivalidades encubiertas y manifiestas entre los sexos de la pa-
reja, la división del "botín filial" entre ellos y las alianzas entre el
padre y el hijo mayor, y entre el hijo menor y la madre;
Pero, a diferencia del relato bíblico, en el que se instaló una co-
lusión materno-filial entre Rebeca y Jacob, en este caso se estable-
ció una colusión padre-hijo en contra de la madre y del
hijo-hermano menor.
En efecto, el padre de Hernán lo había investido narcisística-
mente como a su elegido, como a su doble especular reivindica-
torio. Hernán-padre, a semejanza del patriarca Isaac, padecía
también de una ceguera, pero ésta era psíquica. No percibía el
profundo padecimiento de su hijo. Tenía un escotoma mental que
le impedía visualizar el profundo estado regresivo en el que su hi-
jo permanecía retraído y dolido.
Hernán-hijo había sido identificado a sobrellevar una misión
reivindicatoría. Su deber consistía en saciar, en nombre de su pa-
dre y en su propio nombre, una insaciable sed de represalias.
Esta colusión padre-hijo, en la que interviene un sistema heteró-
clito de identificaciones primarias, narcisistas, alienantes e impues-
tas por el padre y asumidas por Hernán, generaba en él un tormento
de lealtades, interceptando los procesos de la narcisización y de la
constitución y la elaboración de los complejos de Edipo y fraterno.
Deseo aclarar que el abordaje terapéutico de un adolescente
mellizo no supone modificaciones en la técnica, con respecto a
194
los ya conocidos y aplicados al adolescente en análisis en general.
Pero resulta evidente, a partir de las entrevistas y de las sesiones
que presentaré a continuación, que la situación de mellizos re-
quiere ser historizada como un punto de partida importante, como
un factor relevante relacionado con un singular complejo fraterno;
pero no como factor único sino como otro entre los diversos fac-
tores determinantes del destino de una vida.
Si bien la condición de ser mellizo tiene una potencialidad
traumática, ya que existe de entrada y determina a su vez conduc-
tas particulares entre los hermanos y en la dinámica de los proge-
nitores hacia ellos, sólo se convertirá en trauma en la medida en
que el niño y sus padres no la puedan tramitar y, en consecuencia,
pueda generar efectos paralizantes y desorganizantes en la mente
y/o el cuerpo.
Lo importante es que el analizante y el analista no conviertan
la situación inicial de mellizos en una categoría particular que
concede, a través de una serie de racionalizaciones, derechos y
concesiones particulares, como para erigirse en una subidentidad
de excepcionalidad. En estos casos, esta subidentidad puede lle-
gar a tener un valor defensivo en la medida en que el sujeto logra
armarse y anquilosarse a partir de ella, como una condenada víc-
tima resentida y remordida, acreedora o deudora de un pre-fijado
e inmutable destino.
195
Freud diferencia, en la Conferencia 26, "La teoría de la libido
y el narcisismo", las neurosis de transferencia de las neurosis nar-
cisistas. Esta distinción marcaría una línea divisoria entre lo anali-
zable y los bordes de la analizabilidad.
En ese mismo texto señala la oposición entre interés y libido, y
describe el muro narcisista y las resistencias que se erigen para
oponerse al cambio psíquico.
196
Sus autoimágenes narcisistas como representantes figurativos
de su "sentimiento de sí" estaban sobreinvestidas de omnipoten-
cia negativa. El era, según sus palabras, una "mitad" y una "nada".
Él era el yo ideal negativo de otro doble especular y maravilloso,
investido como el yo ideal positivo. Entre ambas mitades escindi-
das no se lograba configurar una unidad integrada.
Hernán partía desde un certero lugar de impotencia y sufri-
miento, acompañado de humillaciones morales y erógenas.
Él era el verdugo de sí mismo: "Yo soy la herida y el cuchillo, la
mejilla y el bofetón" (Baudelaire, 1982); el soporte de las fantasías
de "Pegan a un niño" (Freud, 1919b), revertidas sobre su propia
persona. Estas fantasías y autoimágenes narcisistas lo condenaban
a permanecer retenido dentro de un clausurado destino kafkiano
de retracción e impotencia.
197
Hernán permanecía robotizado y retraído regresivamente, co-
mandado por el rencor, en un doloroso mundo aislado y atormen-
tado por representaciones y afectos hostiles contra sí mismo.
Algo y algia
198
la textura psíquica temprana. Sustituyendo el "algo" por la "algia":
el dolor de la nostalgia y del rencor primigenios por aquello que
injustamente no se logró estructurar.
Como si la presencia de la algia intentase reemplazar y obturar
ciertas carencias tempranas. Teniendo en estos casos, la algia, una
función de ligadura, de "pegar" la fallida estructuración del narci-
sismo originario; y formándose como consecuencia una neocrea-
ción. En lugar de erigirse un muro narcisista por estasis libidinal,
se forma un muro narcisista-masoquista, elevadamente sobrein-
vestido para el sujeto porque, por su alto valor defensivo, opera
como un guardián de vida para el sujeto.
En estos casos, el masoquismo aporta a través de la formación
cicatrizal del dolor, de la algia, una función vicariante de ligadura
y de complementación para dar cohesión y estructura; conjuran-
do el peligro de la fragmentación de las pulsiones primordiales,
autoeróticas y operando como una neo-acción psíquica para que
"el narcisismo se constituya" (Freud, 1914).
Hernán permanecía retraído regresivamente en un muro-celda
del rencor. Durante largas horas se autosecuestraba en su habita-
ción, infligiéndose humillaciones con accesos de desaliento, des-
confianza y dolor.
El desánimo erosionaba su vitalidad y "lo convertía en una fi-
gura átona, cuasi-inanimada que impregnaba de manera muy
honda las investiduras y gravitaba sobre el destino del futuro libi-
dinal, objetal y narcisista" (Green, 1986).
Su profundo desánimo generaba una ausencia de expectativa
vital.
Escindía y proyectaba masivamente la esperanza y la confian-
za en el posible cambio psíquico en mi persona, mientras que él
se mantenía en la situación de un persistente desaliento.
199
Analista: Tal vez esperas que yo pueda y haga por vos,
y que además te inyecte una buena dosis de esperanza en
cada sesión.
Sí, puede ser. Yo a la esperanza la veo, pero no la sien-
to. Yo intento hacer cosas justamente para cambiar. Pero, al
ver que las cosas que hago no salen bien, termino diciendo
"Bueno, ¡qué sé yo! No sirvo para nada".
En general, cuando me voy a dormir pienso que maña-
na voy a avanzar y a ver todo. Pero veo todas las cosas mal.
Yo sé que es un mecanismo que tengo que cambiar, que
tengo que ver las cosas buenas, pero cuando me comparo
me superan las malas.
A: Vuelve nuevamente el tema de la comparación.
Yo creo que salgo perdiendo en la comparación con
cualquiera, porque veo lo malo en mí. Yo veo que en la vi-
da social Román tiene muchos éxitos, y esto es para mí lo
más importante. Con el estudio no le va bien. Cambió otra
vez de facultad. Ahora estudia teatro y va a talleres de lite-
ratura. Él no trabaja. Yo sí. Le digo que no es que yo no vea
el cambio. Yo sé que puede ser de otra forma. Pero no veo
que yo llegue a ser de otra forma. Tampoco digo que me
sienta agotado. Pero hay días que sí. No tengo nada orde-
nado, ni en el estudio, ni en la vida. Las cosas no me salen
bien.
A: Tal vez tengas una fantasía, que yo sea como una es-
pecie de clon tuyo y que ejecute ciertas cosas por vos.
(Se sonríe y sus ojos se cubren de pronto con una mira-
da juguetona.)
Me gustaría, ¿por qué no? Que el clon vaya a los boli-
ches y se levante a todas las minas. O que vaya a dar los
exámenes por mí. Yo tengo un millón de cosas que me gus-
taría hacer y no las hago.
Me gustaría aprender y hacer plastimodelismo, pero no
lo hago bien. Pero con la guitarra me llevo bien. Es una de
las pocas cosas que puedo y hago bien.
A: Parecería como si, de pronto, en un momento dado,
se mete de repente un palo en la rueda y te frena.
No, en la rueda no. Se me mete un palo en el culo.
A: ¿Y quién te puso ese palo?
Me mira fijo, se pone serio y una voz grave dice: Yo es-
taba así; cuando miré para atrás.
200
El sujeto que permanece refugiado y encerrado detrás de un
muro narcisista-masoquista, comandado por resentimientos y re-
mordimientos, se halla retraído en un mundo secreto de violencia
en que una parte del sí mismo se volvió contra otra parte, en que
partes del cuerpo fueron identificadas con partes del objeto ofen-
sor, y además esta violencia resultó en extremo sexualizada (B. Jo-
seph), con necesidades conscientes e inconscientes de castigo
moral y erógeno.
201
El "gemelo imaginario", descripto por Bion (1967) a par-
tir de numerosos casos, representaba las partes disociadas
de la personalidad, personificadas de esta forma. Este doble
puede ser buscado directamente en el analista. La capaci-
dad de personificar las partes disociadas de la personalidad
puede, según Bion, ser vinculada a la capacidad para for-
mar símbolos, en el sentido en que M. Klein describe su im-
portancia en el desarrollo del yo. La visión juega aquí un
papel esencial (1987, p. 319).
202
pero no nos saludamos. Saludarnos estaba de más. A veces
pasa una semana que no lo veo y yo no lo saludo, ni él tam-
poco a mí.
El hecho de no saber dónde está mi hermano no es por-
que no me importa, sino porque es su vida. Yo no voy a in-
terrogar adonde va. Si dice adonde va, está bien y si no, no.
Cuando mi vieja viene y me pregunta si él está en casa,
yo no sé si está o si salió; y ella se enoja y no lo puede en-
tender. Desde que tengo memoria siempre fue así.
Lo que pasa es que no había necesidad de saludarnos.
Si nos veíamos todo el día. Saludar estaba de más. Compar-
tíamos los mismos amigos, la escuela. Siempre estábamos
juntos.
Le interpreto que tal vez los dos no se diferenciaban
bien, y los dos eran una suerte de uno, o el otro una parte
de uno mismo. Uno no saluda a una parte del propio cuer-
po. Esa parte es propiedad de uno mismo y ejecuta funcio-
nes para uno.
(Se representa así la fantasía del siamés imaginario y de
los vasos comunicantes.)
Él tiene mi misma sangre. También él es A positivo. Yo
no le puedo decir a usted, ni sí, ni no. Puedo decirle que su
teoría explica bien, pero no le puedo decir: sí.
Le interpreto que además el hermano, por lo que él me
describe, está permanentemente en acción, cambiando de
amigos y de estudio, y ya trajo a la casa varias parejas; y
que, además de vivir acelerado, parece estar muy entusias-
mado, mientras que vos...
Sí, usted me explica el fenómeno, bien. La teoría expli-
ca perfectamente que uno sería el opuesto del otro. Pero es
algo que yo no pienso, que yo no hago por oponerme a él.
Yo elegí estudiar ingeniería electrónica, no porque él ahora
estudia teatro y literatura. Si hay algo detrás de todo eso, no
lo sé. No le puedo decir que yo quería ser lo opuesto de Ro-
mán (pausa).
Yo creo que mi hermano podría haber sido otro, pero yo
hubiera sido igual. Yo no soy el opuesto a él. Creo que está
muy lejos de eso. Creo que yo soy así por un montón de co-
sas (pausa).
Yo a mi hermano no le decía nada, porque no quería dis-
cutir con él. Él era como una pared; y a mí no me daba ga-
nas de empujar.
203
Él cambió algunas cosas, porque él quiso cambiar. Yo no
le dije nada porque creía que no iba a lograr nada. El accio-
nar que tiene él es parte de su personalidad. Él es así. Pero
no es tan molesto, por lo menos con mis cosas. No sé si con
otras personas será distinto. Cuando se trata del otro, me
parece que por lo que le pueda decir no se consigue nada.
Yo nunca le puedo afirmar su teoría. Digo teoría no pa-
ra descalificarlo. Yo no tengo una explicación tan general
como para descartarla.
Como teoría me cierra, pero no la haría ley.
No tengo una explicación tan general como para con-
tradecirlo a usted.
Me mira fijo y sorprendido. Registro una circulación
afectiva inédita en la dinámica de la sesión. Una diferente
atmósfera emocional de distensión, como consecuencia
del cese de la sofocación de la agresión y de los afectos de
amor y ternura. Como si recién, luego de las múltiples ba-
tallas en el combate analítico del campo dinámico entre
nosotros, comenzasen a despuntar con claridad los prime-
ros momentos de la inevitable confrontación intergenera-
cional. Le señalo entonces que es la primera vez que él me
confronta en la sesión y se mantiene en una posición firme.
Y que además necesito aclararle que su oposición no sólo
no me ataca, ni quita; sino que, al contrario, me sirve y en-
seña.
204
Durante el proceso analítico, Hernán solía depositar esa expec-
tativa en mí. Esperaba que yo operara como un doble de él o par-
te de su sí mismo propio y en nombre de él, escindiendo el pasaje
al acto de sus deseos irrealizados en mi persona. Mientras tanto,
Hernán permanecía condenado y sufriente tras el muro defensivo
narcisista-masoquista.
Esperaba ese "algo" de mí, que yo me ocupara de ese nuevo
acto psíquico para que su narcisismo como estructura se consti-
tuyera. Ese algo estaba personificado a través de un imaginario
doble que fluctuaba entre lo materno y lo fraterno, y que, al no
materializarse en la realidad efectiva, se transmutaba por la frus-
tración en algia. La algia, paradójicamente, lo ligaba, pegaba y
narcisizaba; y de esa manera volvían a religarse el masoquismo y
el narcisismo.
205
a. ¿Cómo ceder y renunciar a la idolatría del rencor y de la ven-
ganza propias, y a las prestadas e impuestas por su padre y asumi-
das por él a través de una identificación reivindicatoría, si ya
formaba parte del sentido de su vida?
b. ¿Cómo procesar, en la situación analítica, los remordimien-
tos y resentimientos, y liberar el necesario odio al servicio de los
propósitos del Eros, para lograr la discrimininación de los objetos
con los que se mantenía confundido y en colusión tanática cons-
ciente e inconsciente? Porque, mientras persistan los resentimien-
tos y remordimientos, se paralizan los procesos del duelo y de la
desidentificación.
c. ¿Cómo esclarecer, dentro de la estructura superpuesta del
rencor, la presencia de dos tipos de resentimientos y remordimien-
tos para deslindar el resentimiento y remordimiento intersubjetivo
del resentimiento y remordimiento intrasubjetivo?
206
Hernán, a diferencia del Ricardo III de Shakespeare, que repre-
senta el paradigmático personaje del resentimiento, se atormentaba,
atizando remordimientos. Éstos se exteriorizaban en las sesiones a
través de los temas reiterados de la queja y de las comparaciones.
Hernán se comparaba no sólo por estar mal, sino para volver a
estar mal.
En efecto, el remordimiento y el resentimiento se asemejan en
la realidad psíquica a una cárcel, condenan al sujeto a permane-
cer detenido en una danza macabra sadomasoquista. Cancelan la
libertad y "siembran cardos en el jardín del alma" (O. Wilde).
Hernán, en lugar de dar batalla como adolescente para liberar-
se de su muro-cárcel, hacía una elocuente militancia de sus fraca-
sos. Los contabilizaba de un modo compulsivo y así v o l v í a a
compararse y a quejarse. La experiencia de su impotencia se con-
virtió en una defensa hostil y omnipotente.
En la siguiente sesión:
207
A: Entonces te mantené^ rígido y no se produce ningún
cambio. Sólo aumentan loS fracasos.
Exactamente. Yo tengo, no sé cómo decirlo: dos formas
de vivir. Una es la vida que uno tiene, por decirlo de algu-
na manera. Creo que tengo muchas posibilidades para lo
que quiera: tengo techo, comida, plata para estudiar en
cualquier universidad. Ésta es la vida que tengo, y la otra es
la que vivo, es la que uno hace.
Es distinto. Esta segunda parte de la vida depende de las
opciones que yo elija, de las decisiones que tome, dentro
de esta parte entra la relación con personas. Esto depende
de mí. La otra vida depende de mi mamá.
Pero también podría definirse así: una vida es la mate-
rial y la otra es la espiritual, porque no encuentro otra pala-
bra.
Yo me podría ir a vivir solo, si tuviera un trabajo que me
permitiera mantenerme, y podría estar bien económica-
mente. Pero me faltaría la otra parte también.
A: ¿La parte de la vida de los afectos?
No sé si hay una falta en mis afectos; pero algo anda
mal. Es la manera de interactuar con otros afectos. Todo ter-
mina finalmente muy chato, muy mediocre.
A: Creo que con el resentimiento no sos tan mediocre.
(Se sonríe.) Por lo menos en eso soy fuerte. Pero yo no
estoy resentido contra nadie en particular. Yo no digo que
todo es una mierda y que todos están en contra mío y que
la culpa es de los demás.
Yo me resiento conmigo. Antes me puteaba un montón.
Ahora no lo hago tanto pero me queda una bronca contra
mí.
A: Esa bronca contra vos se llama: remordimiento.
(Abre los ojos con sorpresa y mueve rápidamente sus la-
bios repitiendo en silencio la palabra "remordimiento".)
Hoy aprendí una palabra nueva, remordimiento, y esto
le pone nombre a algo que yo sentía. Esta palabra me cla-
rifica lo que siento.
208
ir/al encuentro de nuevos instrumentos objetales que, sin romper
su trama histórica, le permita acceder a nuevas posiciones identi-
ficatorias" (Olmos, 2000).
Una de las tareas primordiales del analista sería:
209
Si bien Hernán no presentaba fenómenos psicosomáticos, se
precipitaba de un modo paroxístico en pasajes al acto contra sí
mismo: atricherándose durante varias horas en su habitación y
abrumándose con angustias, sentimientos de culpa y necesidad de
expiación.
La identificación reivindicatoría
210
El procéso de apropiación explica el vacío de una espacialidad
psíquica propia, porque por parte del sujeto hay una falta de reco-
nocimiento en la relación de objeto.
El se constituye a través del remordimiento y del resentimiento.
Él es, mientras cumple la función de victimario y de víctima en
nombre de un "otro". Es una identificación que lo estructura a par-
tir de esa paradoja, de un lleno de rencores y de culpas que no le
pertenecen, pero que igualmente lo poseen; y de un repudio a to-
da realidad que pueda comprometer su identificación alienada
por la sumisión a su tarea redentora.
La identificación reivindicatoría reanima el sentimiento omino-
so debido al desvalimiento del yo ante la repetición, no delibera-
da, impuesta, fatal e irreversiblemente, por ese otro que no es
"efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo familiar de antiguo
a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de la re-
presión. Ese otro que, destinado a permanecer en lo oculto, ha sa-
lido a la luz". Lo Unheimlich del doble (Freud, 1919).
Esta situación paradójica detiene al sujeto en una relación am-
bigua con el otro, con su cuerpo y con la temporalidad (Kancyper,
1989), relación de ambigüedad con un objeto enigmático y vincu-
lado con una historia críptica de situaciones traumáticas inheren-
tes al sistema narcisista ¡ntersubjetivo y desarrollado por el sujeto.
Y es precisamente el carácter enigmático y no verbalizado de sus
objetos internos pertenecientes a otras generaciones lo que fasci-
na y detiene al sujeto en una historia que no le concierne.
Las identificaciones reivindicatorías, alienantes, pertenecen a
la categoría de las patógenas y requieren que el trabajo analítico
pase necesariamente por la reconstrucción de las situaciones trau-
máticas que las han producido.
El acceso a tales situaciones no puede lograrse sin un trabajo de
historización progresiva de los hechos traumáticos relacionados
con los progenitores en interacción con el sujeto, el reconoci-
miento de los mecanismos en juego y de la puesta en evidencia de
los efectos patógenos.
La identificación reivindicatoría alienante se diferencia de la
impuesta, por la presencia en ésta de un sujeto que, en la realidad
211
externa y mediante una explicitada verbalización, presiona e im-
pone a un otro el mandato de asumir una función reivindicatoría
en la realidad material, promoviendo entre ambos diversas colu-
siones conscientes e inconscientes.
En el caso de Hernán, la personalidad conflictiva del padre pe-
saba fuertemente sobre el sistema de sus vínculos subjetivos en
contra de su madre y su hermano. Este padre funcionaba como un
"objeto enloquecedor" (García Badaracco, 1986, p. 217). Lo ha-
bía identificado, desde su nacimiento, como a su elegido primo-
génito, invistiéndolo por momentos como su doble especular e
inmortal y, en otras situaciones, como una parte siamesa de su sí
mismo propio.
Hernán-padre se espejaba en Hernán-hijo. Éste debía poner en
acto diversas represalias, como su representante elegido, para
ejercer la función del polo efector vengativo, restañando de este
modo las afrentas narcisistas de su progenitor.
Esta identificación reivindicatoría era, a la vez que alienante,
impuesta.
En efecto, la memoria del rencor de Hernán-padre resignifi-
caba la fantasía de "Pegan a un niño" (Freud, 1919b) en Hernán-
hijo.
Las tres fases de esta fantasía masoquista —I) mi padre pega a
un niño al que yo odio, II) yo soy pegado por mi padre, III) una mu-
jer pega a otros niños— eran convalidadas con certezas, en la rea-
lidad fáctica, por el rechazo manifiesto que mantenía el padre
hacia Román y hacia su mujer.
Situación que: a) resexualizaba el complejo paterno en Her-
nán, b) reanimaba su Edipo negativo y c) reactivaba las culpabili-
dades edípica, fraterna y narcisista, c o m o c o n s e c u e n c i a de
permanecer confirmado como el hijo único que destrona a su her-
mano mellizo y triunfa a la vez sobre su madre.
Estas diferentes fuentes del sentimiento de culpabilidad portan
sus propias dinámicas y necesidades de expiación. Requieren ser
discriminadas y no ser meramente subsumidas en la culpa edípi-
ca. Estas diversas fuentes del sentimiento de culpabilidad, que se
articulan y refuerzan entre sí, pueden ofrecer una respuesta y elu-
212
ciclar lo formulado por Freud en "Dostoiewski y el parricidio"
(1927): '
213
mirada y silencio de gratitud, y le pregunto, entonces, en
qué se quedó pensando y sintiendo.
M: Siento que Hernán está mucho mejor, que ahora
puede decir lo que siente. Que ya no se calla como antes y
que a mí me gustaría mucho que aumente la frecuencia de
las sesiones. Pero no como imposición, porque pienso que
las necesita.
H: No es que yo no esté de acuerdo con venir una vez
más, pero es por la plata.
M: Por la plata, no te preocupes (silencio).
A: Hasta qué medida vos también me ves a mí como si
fuera una mamá que te quiere imponer una segunda sesión.
Yo sólo te la indico y no la impongo, porque existen mo-
mentos en un proceso analítico en que se requiere aumen-
tar la frecuencia de las sesiones. Yo te sugiero que lo
pienses, porque ya hace tiempo que venís repitiendo que
hay algo que te impide pasar a la acción, que hace falta un
algo más.
H: Lo voy a seguir pensando.
214
solía desplazar masivamente sobre ella y, en la situación transfe-
rencial, sobre mi persona.
En esta sesión, se produjo una mutación sobre la fantasía in-
consciente básica del campo analítico, que estaba representada
fundamentalmente, por la escenificación de una fantasía sadoma-
soquista de dominio.
215
quiero meter en la vida de los demás. Nada va a cambiar.
Yo trato de bajar siempre las expectativas para no desilusio-
narme; lo hago conscientemente.
Analista: ¿No esperas ningún cambio de quién?
Y, principalmente, de mi viejo. Siempre está como ata-
cando a mi vieja y a la familia de mi vieja. Todo lo que vie-
ne de parte de ella él lo ve mal.
A: También fue una idea de tu mamá que vinieras a ana-
lizarte conmigo.
Sí, él cree que la psicología es como una moda de aho-
ra y que yo no necesito de ningún psicólogo.
A: Eso decís que lo dice tu papá. ¿Pero vos, en algún
sentido, pensás parecido a él con respecto a los beneficios
del psicoanálisis?
Yo conscientemente no lo tomo a mi viejo como ejem-
plo o como imagen, aunque puede ser que tenga cosas de
él y no me doy cuenta.
A: Quizás hacés cosas en dirección opuesta a él, pero
que en el fondo son similares a las de él. Por ejemplo, me
decís que tu papá vive quejándose para afuera.
Y yo me quejo para adentro. Es verdad, me parece que
tiene el mismo fin. Él se pone así para quedarse como la
víctima, como "el pobre viejo", y yo por ahí, inconsciente-
mente, me quejo para adentro diciendo: "Bueno, ¡qué in-
justa es la vida que me tocó!", como poniéndome yo
mismo en víctima mía. Yo soy mi víctima, pero en realidad
yo me hago víctima de mí. Yo sé que yo soy el que hago las
cosas. Si las hago mal, yo sé que no tengo por qué quejar-
me. Qué sé yo. Quedarme en la queja; y... no sirve para na-
da. No sirve. Parece que cambian las apariencias con mi
viejo, pero tengo puntos en común con él. Yo quiero dejar-
la a la queja. Siempre hago la mitad de las cosas.
A: Hernán, durante los últimos meses te vengo indican-
do la necesidad de tomar dos sesiones semanales, y vos te
resistís. Venís una sola sesión. Venís la mitad de la frecuen-
cia de las sesiones que considero la adecuada para este mo-
mento.
Sí, y voy a la facultad pero no estudio. Hago las cosas
por la mitad. Siempre tengo buenas intenciones, pero nun-
ca las materializo.
Tengo la mitad de un trabajo, ya que laburo sólo cuatro
horas por día.
216
Tengo la mitad de una familia, porque se separaron uno
de cada lado.
Tengo también la rriiiad de la atención de la familia (se
ríe).
Tendríamos que juntarnos con mi hermano a ver si ha-
cemos entre los dos uno entero. Y acá tiene razón, yo uso
la mitad de las sesiones.
A: Parece que el mellizo que no tuvo un espacio y un
tiempo enteros para él, sino sólo una mitad, sigue aún es-
tando presente.
Sí, está allí.
A: ¿Qué significa: está allí?
Está en todos lados.
A: Vos desde el vamos fuiste mellizo. Esto fue un acon-
tecimiento evidente de tu vida, ¿pero este hecho va a tener
que marcar por siempre todos tus actos?
Espero que no.
Me mira con distensión. Lentamente aproxima su cuer-
po al escritorio que nos separa y percibo correlativamente
un cambio en la circulación de las mociones afectivas y de
las relaciones de dominio en el campo dinámico de la si-
tuación analítica transferencial-contratransferencial.
Estas mutaciones se expresan a través del registro de la
caída tensional percibida en mi cuerpo.
Luego de dosificar una breve pausa, le señalo que ya ha
pasado un suficiente tiempo de forcejeo entre nosotros, pa-
ra que finalmente podamos compartir algo diferente. No só-
lo la mitad del tiempo y del espacio analíticos, sino un
tiempo más entero y distendido. Y le propongo un cambio;
tomar entonces dos sesiones la próxima semana, para pro-
bar cómo nos sentimos.
Hernán responde inmediatamente: Bueno. Acepto ve-
nir.
Le pregunto si le gustaría darse un tiempo más para pen-
sarlo.
No, no me hace falta. Quiero probar. Voy a venir las dos
veces.
217
Parece que cambian las apariencias con mi viejo, pero
tengo puntos en común con él. Yo quiero dejarla a la que-
ja. Siempre hago la mitad de las cosas.
218
Su oscilante autoimagen narcisista lo detenía dentro de estruc-
turas diádicas que interferían su pasaje hacía la triangulación. Real
y efectivamente, su autoimagen narcisista se exteriorizaba fáctica-
mente en la realidad efectiva, y en la situación analítica.
219
Epílogo: El analista como aliado transitorio del adolescente
220
Hernán, como sujeto diferenciado, ya no requería que yo fun-
cionara como su otha mitad aliada. Ni como un gemelo imagina-
rio, ni tampoco como un siamés fusionado, y gradualmente
comenzaron a liberarse sus sorprendentes potenciales sublimato-
rios.
Dice Hernán:
221
En la Argentina de hoy, mucha gente se está tirando a la
música, a la danza, a la literatura y a un millón de cosas
más.
De última, es lo que te va a sacar de una mediocridad
que creo hasta hace un tiempo estaba en la sociedad.
Por lo menos, es algo que te entusiasma, que te llena.
¿Si no, para qué estás viviendo?
Si no, serías un animal. ¿Vivir para tener hijos y preser-
var la especie?
Creo que lo que te diferencia de los animales es el arte.
Yo quiero algo más de lo que puede ser respirar.
Si yo no tuviera la música, estaría incompleto. No es un
complemento, en cuanto decir un accesorio, no es un adi-
cional. Es parte integral mía.
Yo en parte soy lo que siento por la música.
222
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2003, pp. 943-992.
236
ÍNDICE DE AUTORES
Aisemberg, E. 209
Amati Mehler, J. y Argentíeri, S. 163, 188
Anzieu, D. 47
Aragonés, R. J. 20
Baranger, Baranger y Mom 83, 87, 99, 147
Baranger, Coldstein y Goldstein 42, 56, 103
Baranger, M. 215
Baranger, W. 79, 85, 103, 109, 189
Baranger y Baranger 76, 77, 83, 111
Baudelaire, C. 197 ["Verdugo de sí mismo"]
Benjamín, W. 218
Bergeret, J. 22
Bezoari, M. y Ferro, A. 78
Bonnefoy, I. 120
Bordelois, I. 24
Borges, J. L. 38 ["Al hijo"], 169 ["Funes, el memorioso"]
Braier, E. 110
Brusset, B. 201, 202
Cervantes, M. 18
Chasseguet-Smírgel, J. 181, 1 82
Dolto, F. 23, 50
Dorey, R. 187
Eliot, T. S. 141 ["Cuatro cuartetos"]
Faimberg, H. 37, 142, 157
Foucault, M. 188
237
Freud, S.
"A propósito de un caso de neurosis obsesiva" 113
"Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoa-
nalítico" 131, 181
"Análisis terminable e interminable" 99, 1 35, 136
"Conferencia 21: Desarrollo libidinal y organizaciones se-
xuales" 147
"Conferencia 26: La teoría de la libido y el narcisismo"
(1916) 147, 164, 196
"Conferencia 34 (1932)" 73, 74
"Construcciones en psicoanálisis" 142
"Dostoievski y el parricidio" 21 3
"Duelo y melancolía" 68, 69, 90, 1 73
El malestar en la cultura 54
"El tabú de la virginidad" 162, 163
"El yo y el ello" 22, 32, 127, 220
"Fragmento del análisis de un caso de histeria (Dora)" 81,
91
"Inhibición, síntoma y angustia" 18, 1 27, 188
"Introducción del narcisismo" 63, 64, 65, 196, 198, 199
"La novela familiar del neurótico" 70
"Lo ominoso" 148, 211
"Los orígenes del psicoanálisis" 28
"Pegan a un niño" 90, 197, 212, 219
"Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina" 81,
91, 92, 93, 190
Psicología de las masas y análisis del yo 22, 148, 220
"Pulsiones y destinos de pulsión" 1 62, 1 72
"Recordar, repetir y elaborar" 110
238
Tres ensayos de teoría sexual 31
"Una dificultad del psicoanálisis" 196
García Badaracco, J. 212
Green, A. 52, 199, 209
Grinberg de Ekboir, J. 41, 46, 47
Grosskurth, P. 80
Heidegger, M. 45
Héritier-Augé, F. 166
Hernández, J. 169 [Martín Fierro]
Joseph, B. 201
Joyce, S. 158
Kancyper, L. 18, 21, 41, 81, 84, 94, 95, 96, 99, 100, 102, 104,
151, 173, 187, 211
Kavafis, K. 189, 195
Klein, M. 66, 74
Kolitz, Z. 170
Kononovich de Kancyper, J. 23, 160
Kunstlicher, R. 21
Lacan, J. 35, 55, 198, 206
Lagache, D. 210
Laplanche, j. 149, 150, 151
Laplanche, J. y Pontalis, J. 110, 187
Leclaire, S. 30, 63, 64, 119, 120
Lewin, K. 83
Marai, S. 218
McDougall, J. 209
Merleau-Ponty, M. 83
Mijolla, A. 158
239
Nasio, J. D. 55
Olmos, T. 209
Paz, O. 141
Pelento, M. L. 177
Rosolato, G. 167
Sábato, E. 20
Shakespeare, W. 19, 126 [El rey Lear]
Van Gogh, V. 1 71
Viñar, M. 177
Wilde, O. 207
Winnicott, D. W. 47, 49, 85, 198
Zak de Goldstein, R. 59
Zimmerman, H. 22, 23
240
ÍNDICE TEMÁTICO
241
B
Baluarte 78, 80, 81, 86, 87, 93, 94, 96, 104, 181
"Botín filial" 194
242
c.
Conciencia moral 54
Confrontación
- fraterna 14, 18, 19, 20, 21, 24, 56, 85, 86, 92, 93, 166, 167
- generacional 14, 18, 19, 20, 21, 24, 25, 49, 50, 52, 56, 57,
83, 84, 85, 86, 92, 93, 104, 105, 157, 158, 166, 167
Corporal, lo 32, 33
Creatividad 45, 46, 47, 48
Cronos 51, 62
Culpa 41, 45, 70
- edípica 202, 21 2
- fraterna 202, 212
- narcisista 202, 212
- sentimiento inconsciente de 70
D
Dar y recibir 70, 71, 72
Defusión de la pulsión de muerte 37
Delirio de insignificancia 90
Desafectación
Desafío
- tanático 36, 89, 100, 1 79
- trófico 36
Desarrollo 27
Desasimiento de la autoridad parental 49
Desenganche 35
Desestructuración narcisista 19
Desidealización, proceso de
243
- gradual 84, 132, 133, 134
- paroxística 84, 133
Desidentificación 39, 40, 41, 42, 44, 56, 11 9, 120, 165, 167, 214,
215
Desmentida 65, 69, 163, 1 77
Desmentido, lo 19
Dinámico, enfoque 28
Doble
- especular reivindicatorío 194, 212
- inmortal 54, 65
- maravilloso 158
- masoquista 44
- ominoso 158
Dominio, relación de 1 7
Duelo 51, 68
- de los orígenes 1 78, 1 79
- en dimensión edípica 18, 35, 84, 135, 182
- en dimensión fraterna 18, 135
- en dimensión narcisista 1 8, 84, 135, 182
- en dimensión pigmaliónica 84
- en el adolescente adoptivo 178, 1 79
- en la primera infancia 1 77
- por la identidad y el rol infantil 34
- por la irreversibilidad temporal 84
- por la pérdida del cuerpo infantil 32
- por los orígenes 1 78, 1 79
- por los padres de la infancia 34
244
c
E
Edipo 51, 62, 157
Ejemplos clínicos
- A b e l 53, 54, 59
- F. 42, 43, 44, 45
- Jackie 96, 97, 98, 1 01, 102, 103, 104
- Raúl 57, 58
Elaboración 110, 139, 171, 202
Elección de objeto 35, 63
Enamoramiento 187
Envidia 66, 187
Eros y Tánatos 39
Esaú y Jacob en la situación analítica 191
Escándalo 23, 24
"Excepción" 181, 187
Excitación, búsqueda de 1 81, 1 82
245
I
- de "Pegan a un niño" 90, 197, 212
- de ser hijo adoptivo 1 78
- de venganza 70
- del "gemelo imaginario" 201, 202
- d e l "siamés imaginario" 201, 202
- fratricida 46
- inconsciente básica de campo 77, 78, 87, 88, 91, 215
- masoquista 90
- parricida 46
Final de análisis en la adolescencia 134, 135, 1 36, 137, 138
Frustración 70
Función paterna 51, 52, 57
Genético, enfoque 28
Hijo 61, 62
Hijo-hermano progenitor 131
Historia 29, 30
Historiales clínicos
- Adrián ("Burrito carguero") 113-121, 123-125, 127-132,
138-140
- Amalia S. ("El chancho inteligente") 141 -152
- Hernán 191-219
-Javier 153-161, 165, 166
-Julián 173-186
246
Histórico, lo 27
Historización 20, 21, 37, 39, 44, 99, 165, 166, 211
Humillación 197
Ideal 34
Idealización 35, 69, 163
Identidad 13, 18, 19, 26, 30
Identidad sexual 27, 30, 33
Identificación 37, 52, 56, 147
- alienante 1 3, 18, 20, 22, 37, 38, 39, 40, 141, 142
- heroica 210,
- impuesta 13, 22, 206
- negativa 42
- parental 34
- proyectiva 78, 80
- reivindicatoría 190, 206, 210, 211
alienante 210, 211, 212, 214
impuesta 210, 211, 212, 214
Identificatorio, reordenamiento 14, 18, 19, 37, 39, 41, 54, 84,
126,179
"Imagen viva de sí mismo" 11 3
Indiscriminación 41
Infans 39, 40, 119
Influjo analítico 73, 74, 75
Ingenuidad 13, 22, 25, 26
Injuria 65
Inmortalidad/Mortalidad 39
247
Insight 110, 111, 190, 215, 217
Intrusión 39
Investidura narcisista
- fraternal 19
- parento-filial 19
Narcisismo
Objeto
- enloquecedor 212
- exogámico 34
- genital exogámico 1 7, 31
- incestuoso 34
- muerto-vivo 69
249
Odio 50, 172, 173, 187
Omnipotencia 40
P
Padre
- "blando" 57
- "cucharita" 52
- distraído 90, 91
- hacedor-sobremuriente 94, 95, 96
- "pendeviejo" 59
- "por destello" 61
- servil 89, 90, 91
"Palabra-detalle" 218
Parábola del hijo pródigo 129, 130
Paternidad 51, 61
Pérdida del objeto de amor 33, 34
Pérdida temprana 180
Pigmalión 51, 62
Pre-narcisista, afección 198
Proceso analítico 79, 80, 81, 109-112, 120, 126, 127, 135, 136,
137
Provocación 36, 51, 70, 89, 91, 93, 1.58, 161, 167, 179
Proyecto 1 3 , 2 2
Proyecto identificatorio 19
Psicología evolutiva 28
Psíquico, cambio 14
Pulsión
250
- de apoderamiento 1 86, 1 87
- de muerte 36, 37, 41, 45, 66
R
Reelaboración 30
Reenganche 36
Reescritura de la historia 21
Reestructuración 21, 31
- edípica 14
- en el ideal del yo 33
- en el superyó 33, 34
- en el yo ideal 34, 35, 40
- fraterna 14
- narcisista 14
Relación
- de dominio en relaciones fraternas 1 7
- de objeto
narcisista 50, 63
pigmaliónica 50
- de poder 50
- entre padres e hijos 17, 18, 64
- fraterna 1 8
- sadomasoquista 89
Reminiscencia 151, 170
Remordimiento 42, 45, 46, 161, 165, 171, 1 72, 1 73, 206, 207
- básico y fraterno 41
- en la dinámica fraterna 41
251
- intersubjetivo e intrasubjetivo 206
- manifiesto y latente 4
- por culpa y por vergüenza 41
Rencor 170, 171, 176
- y temporalidad 1 70
Representante narcisista primario 30, 32, 64
Resentimiento 41, 42, 45, 46, 65-70, 159-165, 171, 173, 188,
206, 207
- intersubjetivo e intrasubjetivo 67, 206
- y odio 1 72
- y relación con el objeto 164, 165, 1 72, 186
- y su nexo con la temporalidad 161, 162, 169, 1 72
- y trabajo del duelo 171, 188
Resignificación retroactiva (véase también noción de A posteriori)
14, 1 7, 1 8, 20, 21, 24, 27, 33, 37, 84, 85, 98, 99, 1 26, 1 47, 1 53,
156, 165, 166, 190, 205
Resistencia 126, 127
Retroactividad 28, 29, 32
Reversión de la demanda de dependencia 59
Semejanza 18
Sentimiento de sí 31, 40, 182, 197
Simbólico, orden 30, 32
Sistema
- narcisista filial 64, 71, 72, 85
- narcisista intrasubjetivo 31, 35, 39
- narcisista parental 30, 31, 35, 62, 64, 39, 71, 72, 85
252
"Su Majestad el Betíé" 62, 66
"Sus Majestades los Reyes Magos" 64, 66, 71, 96
Superyó 33, 54, 55, 56, 125
U
Unheimlich 41, 148, 211
253
w
Weltanschauung 34
Y
Yo 22, 30, 40
- ideal del 34, 54
Yo ideal 34, 210
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