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COMPULSIÓN A REPETIR Y PULSIÓN DE MUERTE

Entender el inconsciente como un lugar profundo, ulterior, es un prejuicio que dificulta

pensarlo como estructura de lenguaje, es decir, aquello que está presente en nuestro actuar

y en lo cual, quedan inscritas huellas mnémicas. Ahora bien, entendiendo el inconsciente

como estructura de lenguaje, es posible hablar del principio de placer, definido por Freud

como un intento de reproducir las huellas mnémicas satisfactorias y con ello, sentir de nuevo

el placer original que éstas causaron en el sujeto, no obstante, en la práctica, el intento de

buscar el placer fracasa y lo que queda del principio de placer es sencillamente el movimiento

regrediente, que permite la instalación de una tendencia repetitiva en busca (fallida) de la

satisfacción y por lo tanto, resulta displacentera.

Es evidente la existencia de una compulsión a repetir en los seres humanos, un buen ejemplo

de ello es la resistencia, y en algunas ocasiones el rechazo, al cambio, a lo diferente, a lo

desconocido en cuanto a costumbres, lugares, reglas, entre otros. Como se menciona en el

párrafo anterior, la condición de repetición conlleva un displacer, sin embargo repetimos por

repetir a pesar de tal displacer, como por ejemplo en la resistencia a la cura psíquica (en la

cual el sujeto sólo accede a curarse por medio de la transferencia), la contínua reaparición de

material onírico edípico displacentero, o el famoso ejemplar de Freud con su sobrino y el

juego del Fort-Da, en donde el mismo sujeto se inflige, en una especie de masoquismo

temprano.

Sin embargo, el movimiento repetitivo e historizante del aparato psíquico, según Lacan, está

en el fundamento de la vida, como aquello que se constituye en el tiempo por efecto de la

repetición. Con relación a lo anterior, es posible introducir el concepto de pulsión de muerte

como aquello que irrumpe la vida; la vida entendida como la búsqueda del objeto y la muerte

como aniquilación del objeto y, en ese sentido, al abolir el sujeto y la cosa, la pulsión de

muerte pone en juego el deseo del sujeto, formulado en la ausencia de la cosa.


La pulsión de muerte se encuentra ligada al goce, siendo este hallar satisfacción en aquello

que nos genera displacer, ya que ambos apuntan a la cosa, a ser uno con la cosa podría

decirse. Parecería impensable, bizarro que una persona goce con su propio sufrimiento,

empero, es notorio este tipo de comportamientos en los seres humanos; esto explicaría por

ejemplo el hecho de que un sujeto haga algo en contra de su salud a sabiendas de los efectos

negativos que tendrá, o bien que sintamos atracción hacia aquello prohibido, oscuro,

masoquista, etc.

Llegado este punto, vale la pena preguntarse entonces, ¿cómo es que vivimos teniendo estas

dos pulsiones opuestas?. Bien, la pulsión de muerte no siempre resulta negativa ya que logra

negativizar el objeto, por tanto nos desprende de él y en cierto modo, de esa búsqueda

infructífera del placer; luego es posible extrapolar este planteamiento Freudiano a la muerte,

por ejemplo de alguien cercano: nos sentimos identificados con esa persona y sentimos su

muerte como si fuera la nuestra, no obstante, gracias a la pulsión de muerte, logramos

desprendernos de ese reconocimiento de nuestro ser en la otra persona para así poder

sobrellevar y con el tiempo, superar su muerte.

Es pertinente concluir que la compulsión a repetir y la pulsión de muerte son fundamentales

para la vida humana y el funcionamiento del aparato psíquico; estudiar las elaboraciones

psicoanalíticas respecto a estas cuestiones, nos permite entender en cierta medida algo de

la naturaleza de nuestra especie, aquello que nos diferencia de las demás; adicionalmente,

abre las puertas para re-pensar nuestras concepciones actuales y elaborar nuevas

perspectivas frente a aquellas preguntas que atañen al ser humano desde su orígen.

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