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Moseley, M. E. 2001 (Edición revisada). Chapter 3. The Inca Model of Statecraft.

En: The Incas and their


Ancestors. The archaeology of Peru, pp. 51-85. Thames & Hudson, Londres. (Traducción Isabel Cruz).
Capítulo 3. El modelo Inca de gobierno estatal

Introducción
Muchos aspectos del gobierno estatal Inca difieren de los de otras civilizaciones antiguas debido a que las
instituciones andinas estaban adaptadas a condiciones ambientales inusuales y multifacéticas. Los Incas y
sus predecesores políticos elaboraron principios básicos de organización, que primero evolucionaron entre
las comunidades locales. Por lo tanto, es útil revisar la organización de las comunidades antes de describir
el orden imperial del Tawantinsuyu.

El cosmos
Los andinos reverenciaban una amplia variedad de fenómenos sagrados que conocían como huacas.
Algunas eran producto del trabajo del trabajo de los hombres antiguos, pero la mayoría era resultado del
trabajo de la naturaleza. Concebían a la Naturaleza como altamente animada y al paisaje cargado con
fuerzas interactivas. Esto es acorde con una cordillera dinámica de volcanes ardientes, terremotos
frecuentes y recurrentes crisis del fenómeno El Niño. Dentro de la cosmología indígena de la dualidad
había fuerzas masculinas y femeninas, equilibrio e igualdad de los géneros. La profunda veneración de la
Pacha Mama (la madre tierra) es omnipresente y en todos los momentos especiales del ciclo agrícola
recibe ofrendas y plegarias de los que labran la tierra. Al compartir sus poderes creativos, las mujeres se
sienten particularmente cerca de la Pacha Mama. También comparten una cercana relación con la luna –
la contrapartida femenina del sol masculino. Los picos de las montañas prominentes, llamadas apu, son
influyentes fuerzas espirituales y fuentes primarias del agua, la sangre viva de la madre tierra.
El cosmos andino se estructuraba en capas, con esferas celestiales exteriores y esferas terrestres
interiores por encima y por debajo de la superficie de la tierra. En el remoto pasado mítico, los gigantes y
los superhombres emergieron desde el interior para juguetear y luchar en este mundo. Una gran
inundación arrasó las multitudes, pero muchos se transfiguraron en el paisaje formando los apu y otros
rasgos topográficos andinos. Los humanos primordiales ascendieron desde la esfera interior y colonizaron
heroicamente la tierra, dejando atrás fascinantes ruinas y huacas del pasado distante. En algún momento
surgió una existencia más segura, cuando los antepasados de los pueblos vivientes poblaron el paisaje y
dieron origen a las comunidades contemporáneas. Esta cosmología abarcadora brinda una profunda
identificación con el ambiente. Los pueblos andinos literalmente leían sus alrededores como textos
resonantes de lugares y espacios sagrados, que conmemoraban un viaje a través de un tiempo y de
paisajes cambiantes, desde los superhombres hasta los seres humanos y desde ellos hasta los seres
actuales.
En el marco de esta cosmovisión, los seres del pasado interactúan con los del presente, porque la vida y
la muerte son un continuum y la muerte no implica una pérdida de la esencia vital. Explicada en metáforas
de la vegetación, esta noción encuentra analogías entre los ajíes y la gente común. Los brotes y los bebés
florecen húmedos, carnosos y gordos. Ambos maduran hasta convertirse en sólidos frutos adultos. Luego,
el crecimiento da lugar al desecamiento, a la aparición de arrugas y al encogerse. Eventualmente, los
viejos marchitos expiran, cayendo a la tierra donde se secan más, momificándose. Pero incluso los ajíes
secos continúan siendo picantes y portadores de vida y la gente no es diferente. Para los pueblos pre-
hispánicos la “vida después de la muerte” no era una esfera metafísica, sino un reino corpóreo donde los
muertos continúan siendo poderosos y requieren comida, vestidos y cuidado. Para entrar en el reino
ancestral un cuerpo tenía que estar intacto, porque el desmembramiento físico por los enemigos, los
carnívoros o los carroñeros implicaba la condenación eterna del alma. Los relatos coloniales del saqueo
de Chan Chan, la capital de los Chimor (o Chimúes), indica que en un principio los pueblos indígenas
distinguían al menos dos clases de edificios sagrados. Uno, llamados huacas sepultura, eran lugares de
enterratorio y mausoleos de muertos importantes. Los otros, llamados huacas adoratorio, eran santuarios
y templos para la adoración de las divinidades. Entonces, el cosmos estaba animado por fuerzas de la
vida después de la muerte y las fuerzas de la naturaleza, cada una con sus propias huacas devocionales.
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La galaxia
El agua, vital para la vida en la árida Cordillera, tenía su origen en un mar cósmico sobre el que flotaba la
tierra. Según sus creencias, la humedad era tomada del mar y transportada hacia el cielo por la Vía
Láctea –Mayu, el “río celestial”. La corriente de estrellas liberaba la lluvia sobre los altos picos de los apu
desde donde la humedad esencial descendía en corrientes y ríos para alimentar las cosechas, los canales
y a la Pacha Mama que nutría a la humanidad. Los granjeros observaban atentamente a Mayu, porque los
solsticios de la Vía Láctea coinciden con el inicio de la estación húmeda y de estación seca. Escrutar a la
Vía Láctea es seguir el curso de la rotación galáctica, el cual está notablemente inclinado unos 26° a 30°
con respecto al plano de rotación de la tierra. Vista desde Sudamérica, la diferencia en los planos de las
órbitas significa que Mayu se inclina de izquierda a derecha la mitad del año. Cuando la Vía Láctea cruza
el cenit ocurre una inversión espectacular. En veinticuatro horas, el río celestial cambia a una inclinación
de derecha a izquierda por los siguientes seis meses. Este giro anual de la galaxia crea dos ejes
luminosos que se intersectan (NE-SO y SE-NO) y que dividen a los cielos en cuatro cuadrantes,
conocidos como suyus en Runa Simi (Quechua).
Usando a los picos de los apu como puntos de observación de las líneas del cielo, el movimiento anual de
los fenómenos astronómicos puede ser rastreado cuando estos surgen en alguno de los cuatro
cuadrantes de Mayu y en los suyus que atraviesan. Hace mucho tiempo, la gente observó que los ciclos
celestiales a menudo se correlacionan con los ciclos biológicos. Con Mayu rodeando sus cielos, los
andinos utilizaron muchos fenómenos astronómicos para estimar las condiciones inminentes y para
planificar el trabajo en diferentes zonas ecológicas. Las luminarias celestes, como el sol, la luna, los
planetas, las pléyades y otras constelaciones, pronostican los ciclos de las plantas y permitían programar
la siembra. Los cuatro cuadrantes galácticos también permitían rastrear los grandes vacíos estelares.
Estas constelaciones de “nubes oscuras” incluían una llama adulto y una llama bebé, un zorro, una perdiz,
un sapo y una serpiente. Sus movimientos eran usados para predecir la conducta animal y programar el
pastoreo.
La asociación espacial permitía rastrear los ciclos en los cielos y los ciclos sobre la tierra. Por lo tanto, los
campesinos han usado los cuatro cuadrantes de Mayu para dividir sus tierras natales terrestres en suyus
alineados con los ejes galácticos NE-SO y SE-NO. Al nombrar su imperio como “la tierra de los cuatro
cuadrantes”, los Incas aplicaban esos principios en una escala imperial.

El ayllu
Al integrar actividades agrícolas y de pastoreo, las adaptaciones humanas de Montaña Árida a menudo
requerían que se ejecutaran varias tareas al mismo tiempo, pero en lugares muy separados. Una pareja
casada es la mínima unidad económica que puede llevar adelante esto. Sin embargo, los recién casados
trabajando solos no pueden construir una casa adecuada o transformar lo agreste en campos fértiles.
Tampoco pueden enfrentar eficientemente el ciclo agrícola durante tiempos de trabajo intensivo como
arar, plantar y cosechar. Por lo tanto, una pareja –una familia nuclear- es una entidad económica básica,
pero no autosuficiente. Como se necesitan manos adicionales que ayuden, los cónyuges más deseables
son aquellos que poseen una gran cantidad de parientes. Los parientes acarrean compromisos para
compartir el trabajo, los recursos y los beneficios. Por lo tanto, en los Andes la unidad de producción y
reproducción autónoma es la alianza de unidades familiares 1 y parientes que intercambian trabajo y
poseen la tierra y los recursos en conjunto. Estos grupos de parientes son llamados ayllu en quechua.
Esta institución no es simplemente un grupo de personas, propiedades y cosas. El ayllu es un estatuto
organizacional que permite que grupos de parientes, de tamaño y grado de inclusión variable, resuelvan
problemas de diferente magnitud y escala.
Los ayllu son estatutos de parentesco basados en la ascendencia real o ficticia. Enfatizan la unidad, la
dualidad, la jerarquía y la organización replicativa. La unidad se establece por un ancestro fundador que

1Unidad familiar: traducción del inglés “household”, que hace referencia tanto a los individuos emparentados que
componen estas unidades, como a las viviendas y otras estructuras que ocupaban. Cada “household” es una unidad
de producción y de consumo. “Household” también puede traducirse como “grupo familiar”.

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les brinda su identidad. La dualidad es un principio cósmico y de género aplicado a los herederos del
fundador que incluye un par de antepasados prominentes, como un hermano mayor y uno menor, que dan
origen a líneas de descendencia o linajes separados, que dividen a todos los hogares vivientes en dos
grupos de familias, llamadas mitades, que pueden casarse entre sí. La replicación de los grupos de
parientes ocurre cuando los fundadores de las mitades, a su vez, tienen dos herederos que vuelven a
subdividir a los descendientes vivientes en suyus, que pueden ser divididos una vez más. Esta jerarquía
está arraigada, porque los ancestros que eran los hijos o hijas mayores producen a su vez descendientes
que son los principales en las líneas de parentesco derivadas de los hermanos más jóvenes. Por lo tanto,
los individuos tienen un rango definido por proximidad genealógica a su ayllu, mitad, suyu y linaje
fundadores. Al nacer, los diferentes miembros del mismo ayllu heredan diferentes relaciones –
responsabilidades hacia otros y reclamos sobre ellos- que determinan su acceso al trabajo, la tierra, el
agua y otros bienes colectivos. Aunque todos los ayllu son organizaciones comunales, no todos son
iguales. Algunos individuos provienen de familias y linajes prósperos, otros no.

Figura 1 – La estructura de parentesco idealizada de un ayllu.

Al momento del contacto, los ayllu más frecuentes eran pequeños grupos de parientes que rastreaban su
ascendencia hasta una momia humana o mallqui. Además de intercambiar trabajo, los miembros de los
ayllu mallqui poseían y manejaban las tierras de pasturas, las granjas, los canales, el agua y otros bienes.
Preservar los bienes corporativos dentro del grupo de parientes era vital para la supervivencia de la
comunidad y esto era promovido por la organización de mitades. En ambientes duros, con recursos
limitados y poblaciones dispersas, la organización dual de grupos de descendencia que podían casarse
entre sí era altamente adaptativo, porque permitía que los miembros de estos pequeños grupos se
casaran dentro de su propia comunidad. El beneficio económico del matrimonio dentro del ayllu estaba en
retener la propiedad y los recursos durables dentro del grupo de parientes, promoviendo por lo tanto la
autonomía y la supervivencia de la comunidad.
Las familias relacionadas vivían cerca, en suyus y divisiones de mitades. La organización de mitades
dividía al Cuzco Inca en las áreas residenciales superiores o hanan e inferiores o hurin. Cuando las
mujeres se casaban generalmente se mudaban a la mitad o suyu de su esposo, pero retenían la completa
membresía en su linaje y mitad de origen. En tiempos pre-hispánicos, las mujeres a menudo rastreaban
su ascendencia y herencia a través de sus madres, mientras que los hombres rastreaban sus ancestros y
derechos de nacimiento a través de esferas duales interdependientes y sexualmente ligadas; en el nivel
comunal los rituales de matrimonio enfatizaban una ideología de igualdad de género entre esposa y
marido.

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Derechos y responsabilidades
Los estatutos jerárquicos de descendencia aprobaban las desigualdades y si una persona deseaba asumir
la responsabilidad de la membresía, podía casarse fuera de su ayllu o ser adoptada por otro. Las
obligaciones abarcaban lo más fundamental de la esencia y el trabajo andino, las responsabilidades
estaban basadas en el credo de la reciprocidad – la creencia de que cuando se brinda algo, debe
devolverse algo de igual clase o valor. La palabra aymara ayni designa un servicio prestado con pago
obligatorio de igual clase. La palabra quechua mit’a designa un “turno” de trabajo y el intercambio igual de
trabajo. Ayni y mit’a permiten que un grupo familiar movilice temporariamente más trabajo del que pueden
efectuar sus miembros, lo cual es esencial para los agricultores y pastores de la montaña. Los hermanos,
hermanas, su descendencia, sobrinos y sobrinas, comprenden el núcleo de parentesco dentro del cual se
intercambian la mit’a y el ayni para las tareas agrícolas, para la construcción de los edificios y otros
trabajos que una pareja no puede efectuar por si misma.

Figura 2 – Una mujer tejiendo en telar. La producción textil ocupaba a más gente por
más tiempo que cualquier otra artesanía andina y las telas finas servían como una
forma de dinero.

Idealmente, el tipo de trabajo prestado es el mismo tipo de trabajo que será devuelto. Esto involucra un
estricto registro. Cuando los parientes masculinos y femeninos se reúnen para ejecutar un trabajo, como
arar el campo de un pariente, no trabajan como una banda desorganizada. En cambio, cada pareja trabaja
un surco diferente. Segmentando claramente el trabajo, las tareas que prestan los parientes están
claramente definidas. Esta división del trabajo en tareas repetitivas y modulares es también una
característica de los grandes emprendimientos. Cuando varios ayllu se ocupan de empresas comunes,
como construir una iglesia o las paredes del cementerio, cada uno construye y mantiene una sección
específica.
Aunque el trabajo es cuidadosamente registrado, entre parientes a menudo es pagado con otro tipo de
servicio o con bienes que resultan de otro trabajo. Tradicionalmente, estos bienes pueden incluir textiles –
por lo que el tiempo dedicado a producir telas de una calidad o tamaño particular es bien entendido-, pero
la comida es la mercancía que se intercambia más frecuentemente. Cuando se trabaja bajo el sistema de
mit’a, se espera ser alimentado y es obligación de los que están recibiendo el trabajo que alimenten a los
que están prestando el servicio. Más allá de esto, ciertos tipos de servicios son pagados regularmente con

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productos básicos. El intercambio de comida y otras mercancías promueve la redistribución de productos


básicos y elementos de la dieta, contribuyendo por lo tanto a la riqueza y bienestar de la comunidad.
Las obligaciones de reciprocidad son pasadas de una generación a la otra. Por ejemplo, cuando se presta
trabajo o comida para ayudar a los recién casados a construir un hogar, la pareja está obligada a pagar la
deuda cuando los descendientes de sus acreedores deseen instalar su propio hogar, incluso si los
prestadores originales del trabajo hubieran muerto. Consecuentemente, la reciprocidad es un medio a
través del cual pueden efectuarse préstamos en trabajo y mercancías perecederas, cuya devolución
puede ser solicitada incluso décadas después. Esto permite que los miembros de los hogares y linajes
prósperos hereden los créditos invertidos en trabajo, comida y bienes por sus progenitores.

Figura 3 – Los componentes de un telar – un instrumento todavía empleado por las tejedoras nativas tradicionales.

Ancestros
La literatura etnográfica señala que la gente que depende de recursos circunscriptos transmitidos a través
de líneas de parentesco a menudo cree que su bienestar es propiciado por sus antepasados, que
permanecen vigilantes y son poderosos. La autonomía e identidad del ayllu estaban basadas
tradicionalmente en los recursos poseídos colectivamente. Los bienes comunales eran asegurados por los
fundadores primordiales, mientras que los antepasados más inmediatos establecían los derechos al uso
de ciertos recursos. Por lo tanto, los muertos tenían roles económicos activos entre los vivos y la
veneración de los ancestros era general en los Andes al momento del contacto. Esta veneración
generalmente involucraba preservar, momificar y conservar los cuerpos de los antepasados. Las momias
brindaban la documentación tangible de las relaciones y responsabilidades, a la vez que reforzaban los
compromisos hacia una organización social basada en la descendencia y la propiedad económica
colectiva. La momificación artificial comenzó hace unos 7.000 años y se desarrolló esporádicamente con
una variedad de expresiones. Cuando llegaron los españoles, la evisceración, remoción de órganos,
embalsamamiento, teñido de la piel y la disposición de los muertos en posiciones de vida, generalmente
estaban reservados para los gobernantes y gente importante. La gente común era conservada por
desecación controlada.
Durante un año de duelo, los cadáveres eran ubicados en una cueva o lugar abrigado para que se
secaran naturalmente. Luego, los mallquis eran recibidos ritualmente por los vivos y reunidos
ceremonialmente con otros parientes fallecidos en repositorios comunales para los muertos.

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Aunque los ayllu ocupaban sus hogares por muchos siglos, la gente común ignoraba a los antepasados
sin importancia y comprimía o “telescopizaba” sus genealogías alrededor de unos pocos mallquis de
importancia. Las nociones de parentesco y descendencia también se extendían a los elementos
prominentes del ambiente físico y atrás en el tiempo hasta los humanos primordiales y superhumanos del
pasado. En la actualidad, sentimientos de relación similares son evocados por huacas tales como
Camelot, o apus majestuosos, como el Monte Fuji. El parentesco, junto con el ambiente, permitía a los
campesinos andinos identificar fundadores ancestrales tangibles para niveles más altos y más inclusivos
de la organización de ayllu. Reclamar un antiguo monolito u otro objeto como el fundador mutuo
sancionaba la integración de comunidades adyacentes y grupos de parientes para la búsqueda de
intereses comunes. Debido a su pequeño tamaño, los ayllu mallqui con fundadores humanos estaban
comúnmente aliados con otros grupos similares en grandes ayllu “huaca”, que reclamaban objetos como
sus fundadores. Los diez linajes reales del Cuzco reclamaban descendencia de la roca sagrada que
representaba a Manco Capac, el primer emperador. Los máximos niveles de integración a nivel de las
comunidades eran obtenidos reclamando descendencia de una montaña superhumana. Los ayllu “apu” o
de montaña abarcaban grupos étnicos completos con poblaciones de miles. Estas grandes formaciones
sociales eran jerarquías entretejidas que reflejaban formaciones más pequeñas, porque un único estatuto
organizacional, el ayllu, estructuraba todos los niveles de integración comunitaria.

Figura 4 – Las momias de ancestros importantes eran llevadas en desfiles en ocasiones rituales. Las
llamas eran sacrificadas en ocasiones rituales. Ilustraciones de Guamán Poma.

A menudo los ayllu eran denominados con el nombre de sus fundadores. Igual que el Rey Arturo, los
fundadores eran figuras heroicas. Abatían oponentes formidables para asegurar sus hogares o a su
pueblo. Modelos de moralidad, establecían códigos de conducta apropiada. Eran venerados y se les
rendían honores en ceremonias anuales. Sus restos mortales o inmortales se encontraban entre las
posesiones más sagradas del ayllu. Si algún extranjero capturaba estas reliquias vitales, un ayllu podía
ser mantenido como rehén y forzado a rendirse.

Mallquipavillac
Cuando llegaron los españoles, cada pequeño ayllu tenía o compartía un complejo mortuorio llacta que
constituía una huaca sepultura. Allí los mallqui reposaban en mausoleos bajo tierra o en cavernas, en
tumbas o cementerios subterráneos. Las tumbas de antepasados importantes generalmente estaban bien
marcadas para que pudieran ser veneradas y muchos repositorios mortuorios permitían el acceso físico a

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los muertos para que pudieran ser conservados y propiciados. Los muertos eran consultados
regularmente sobre asuntos importantes, que incluían temas como la siembra y cosecha o el matrimonio y
la salud. Las obligaciones de reciprocidad se extendían a los ancestros –ellos dieron todo a sus herederos
y por lo tanto se les debía mucho. Los mallquis respetados eran dotados con tierras y rebaños. Las
deudas, obligaciones y legados ancestrales eran manejadas por encargados santificados llamados
mallquipavillac en quechua y ministros por los españoles. Además de supervisar los ritos de duelo, los
mallquipavillac podían ser consultados y dar respuestas en nombre de los muertos. También supervisaban
los rituales anuales para festejar, orar y aplacar a los antepasados. Todas las prácticas religiosas
requerían que los vivos hiciesen desembolsos sustanciales de comida, bebida, coca y propiedades para
los muertos, que los mallquipavillac recaudaban lucrativamente. Entonces, el culto de los muertos daba
poder a un pequeño pero potente ministerio popular que dirigía gran parte de la economía política de un
ayllu, hablando por los muertos sobre temas que abarcaban desde donaciones mortuorias hasta
matrimonios y alianzas de parentesco auspiciosas.

Tinku
Aunque los picos de las montañas eran físicamente remotos, cada apu ancestral supremo era venerado
en un adoratorio regional, una huaca adoratorio, que era visitado anualmente por una multitud de
peregrinos formada por descendientes. El ritual era esencial para mantener la solidaridad colectiva, que
era frágil en todos los niveles de la organización del ayllu. Las líneas jerárquicas de descendencia
promovían relaciones ‘asimétricas’, ya que los grupos más importantes de parientes extraían recursos de
sus contrapartidas de menor importancia, pero no viceversa. La fisión social estaba continuamente
mediada por rituales de unidad caratulados por el término quechua tinku, que hace referencia a la reunión
de dos para formar uno. Un par de corrientes de agua se unen en tinku para formar un río. Las personas
son más fluidas, porque pueden converger para formar un todo social, para divergir nuevamente en
mitades y grupos de descendencia discretos. Por lo tanto, unir las divisiones duales de la sociedad fue
desde siempre el foco de rituales elaborados. Las representaciones iconográficas antiguas de las
festividades tinku incluyen procesiones duales que se unen en la puerta de un templo desde direcciones
opuestas. Históricamente, los rituales tinku también podían unir a la gente a través de la liberación de las
tensiones por medio de competencias feroces o sangrientas batallas rituales. Los combates tinku a
menudo involucraban un número igual de participantes provenientes de cada división social, en algunos
casos había sólo dos combatientes que se enfrentaban cuerpo a cuerpo, cada uno armado con una gran
roca.
Los miembros de los ayllu no bebían alcohol diariamente, pero las libaciones copiosas de chicha y las
intoxicaciones rituales eran elementos esenciales del tinku y de casi todas las ceremonias populares. La
etiqueta demandaba que la gente se sentase, se sirviera alcohol, bebiese y hablara según un orden formal
gobernado por el estatus. Dado que el licor era un acompañamiento esencial de la oración conmemorativa
y la participación ritual, era repartido y consumido en cantidades asombrosas a lo largo de ceremonias
que podían durar varios días. La intoxicación ritual era una antigua tradición andina, a juzgar por lo común
que es su representación en los vasos de libación de tumbas prehistóricas.

El sistema de cargos
Cuando llegaron los españoles, los ayllus mallqui estaban gobernados internamente por jerarquías de
puestos civiles y religiosos, llamadas sistemas de cargos. En la actualidad, como en el pasado, existen
cargos civiles en los ayllus, que son similares a los de alcalde, vice-alcalde, tesorero, empleado
administrativo, agente de policía, empleado del juzgado y otros cargos municipales. Los cargos religiosos
organizan las festividades anuales de las iglesias y santos patrones que han reemplazado a las antiguas
huacas y dioses. Cada mitad tiene su propia jerarquía administrativa y los cargos son llenados
rotativamente por un año o más. La posesión de un cargo se considera un servicio público que involucra
importantes inversiones de tiempo y recursos personales, así como la obligación de proveer prodigiosas
cantidades de comida y bebida en ocasiones particulares. En realidad, un año de servicio puede consumir
dos o más años de los ahorros de una familia. Idealmente, los individuos comienzan desde jóvenes en los
cargos inferiores y con la madurez asumen posiciones más altas. El objetivo final es retirarse desde el
vértice de la jerarquía de cargos como un anciano prestigioso, con un titulo distinguido que reconozca los

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años de servicio. Sólo pueden ser jubilados famosos aquellas personas acaudaladas que pueden sostener
los gastos del servicio de la comunidad. Debido a la estima pública que se brinda a los que poseen
cargos, los regimenes de cargos son también llamados ‘jerarquías de prestigio’.
El origen del gobierno basado en estas jerarquías a través de las cuales la gente rota en los cargos
probablemente se remonta muy atrás en el origen de la civilización andina. Cada cargo importante es
simbolizado por un bastón (o vara) ceremonial particular. Imbuidos de una esencia de tipo huaca, estos
bastones bellamente tallados y ornamentados son utilizados por sus portadores en los desfiles y en todas
las ocasiones formales. Los bastones son importantes emblemas de autoridad en la iconografía antigua y
a menudo eran portados por deidades o nobles que heredaron su rango privilegiado.

Sistema de creencias
Los comuneros y nobles veneraban multitudes de huacas locales, que definían la identidad común y la
solidaridad del grupo. Sin embargo, los ayllus, señoríos y estados nativos también estaban atravesados
por potentes creencias religiosas que la gente podía abrazar sin tener en cuenta la afiliación social o si
otros miembros de su ayllu compartían similares creencias. Estas formaciones eclesiásticas, de escala
pan-andina, eran similares a las religiones contemporáneas pero mucho más ecuménicas, debido a que
los individuos podían adherir a más de una fe andina. Muchas creencias se unían alrededor de una deidad
particular, desde el inicio de la creación de los seres primordiales. Algunas de estas deidades estaban
ociosas, otras eran activas, pero todas se comunicaban con los devotos a través de presagios, augurios u
oráculos manipulados por los sacerdotes.
En el altiplano y la sierra sur, Viracocha, el creador, Inti, el sol, Mama Kilya, la luna, e Illapa, el señor del
rayo y la tempestad, eran las divinidades centrales que los Incas incorporaron a su panteón imperial.
Como en la vida, cada una tenía un lugar en la jerarquía de rangos e Inti encabezaba el panteón
jerárquico de los Incas. La Roca del Sol, una cantera de rocas en la Isla del Sol en el lago Titicaca, fue el
adoratorio original del sol, que surgió por primera vez en las aguas del lago adyacente. Esta era una
potente huaca en tiempos Tiwanaku y era altamente venerada por los Incas, que también crearon una
residencia imperial para Inti en el Coricancha. En todas partes tenían importancia otras deidades y
jerarquías espirituales. Entre los dioses importantes asociados con el mejoramiento humano, como el
rayo, el trueno y los aluviones, se incluía a Paricaca en la cordillera central y Catequil en la sierra norte. El
mar era venerado por millones. Era llamado Cocha Mama por los Incas y Si por la gente de Chimor. En
Chimor, la luna era considerada más poderosa que el sol, porque controla las mareas y puede ser vista
durante el día y la noche. Poco se conoce sobre los dioses de la costa norte, Aiapec y Con, sólo que el
culto del último fue desplazado por la devoción a Pachacamac.
En la boca del valle de Lurin, la ciudad templo de Pachacamac competía con la Isla del Sol como el lugar
más sagrado en los Andes. El creador de los humanos y las plantas agrícolas, Pachacamac, era también
el señor de los terremotos. Los miembros del culto lo consideraban superior al sol y la luna y los
movimientos sísmicos eran recuerdos de su poder y cólera divina. Tallado en madera dura, su ídolo
ocupaba una cámara oscurecida dentro de un opulento templo de tipo montículo, saqueado por el
hermano de Pizarro. Este ídolo era un oráculo importante, con devotos en regiones tan lejanas como
Ecuador en el norte y Bolivia en el sur. Similar a la Meca, miles de peregrinos caminaban a la ciudad
sagrada para sobrellevar días o meses de penitencia preparatoria y rituales apropiados para la profecía de
Pachacamac.
Las peregrinaciones eran arduas y costosas, porque la deidad requería propiciaciones en comida, coca,
telas y otros regalos, que eran recogidos por los clérigos del oráculo. La poderosa orden religiosa tenía
influencia sobre los señoríos en los valles de Lurín y Rimac. El sacerdocio era jerárquico y los cronistas
mencionan rangos similares a obispos y arzobispos, que aparentemente se obtenían por la habilidad de
cada persona y no por herencia. El clero extendía el culto a Pachacamac ubicando adoratorios satélites
para alguno de los descendientes o parientes de esta deidad entre poblaciones devotas que deseaban
pagar importantes diezmos. Un español reportó que muchas poblaciones costeras no pagaban tributo al
Cuzco, sino a Pachacamac. La excepcional prosperidad de la extensa ciudad se manifestaba en su
arquitectura monumental, dominada por numerosas huacas y magníficos templos con plataformas.
Algunos albergaban a representantes de otros panteones, como el Templo del Sol erigido por los Incas

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para venerar a Inti. Aunque la población permanente del clero y personal religioso no era muy grande, la
población mortuoria era enorme, porque Pachacamac era un importante lugar de entierro tanto para los
comuneros y como para los kurakas.

Figura 5 – Un bastón – el símbolo de alto cargo y autoridad – es portado por una figura alada en este
motivo textil Huari. Los emblemas de autoridad probablemente evolucionaron a partir de porras como
la llevada por esta figura incisa en un monolito de Cerro Sechín.

Los kurakas
Cuando Pizarro se encontró con Atahualpa, el cargo de gobernar a los ayllus pertenecía a nobles
llamados kurakas. Había al menos dos tipos de nobles, uno por cada mitad. El soberano era llamado
kuraka principal por los españoles, mientras que su contrapartida inferior era la segunda persona.
Generalmente, cada división de suyu tenía un kuraka y muchos ayllus eran gobernados por una jerarquía
de cuatro o más señores. Había kurakas femeninos, pero la mayoría eran hombres y tenían la importante
prerrogativa de poder poseer más de una esposa. Esto tenía una significativa ventaja económica, porque
las mujeres eran una importante fuente de trabajo. Los hogares polígamos superaban en producción a los
hogares monógamos de los comuneros, donde el equilibrio de los géneros era la norma. Los kurakas y su
descendencia formaban una clase separada y hereditaria, que se casaban entre ellos. Aunque diferente,
esta clase estaba organizada por los mismos principios de tipo ayllu con respecto a los ancestros, la
dualidad y la jerarquía. Los kurakas de grandes entidades políticas, como Chimor y el Tawantinsuyu, se
retrataban a sí mismos como grandes familias reales, con un rey o principal y una segunda persona como
patriarcas.
Los kurakas gobernaban como intermediarios entre el cielo y la tierra, intercediendo ante el cosmos en
beneficio del bienestar de sus súbditos. Reclamaban esta posición especial sobre la base de la
descendencia especial. Los señores de los ayllus pequeños poseían un parentesco más cercano que el
de sus súbditos con los millaquis, huacas o apus fundadores. En cambio, los antepasados mundanos,
incluso las altas montañas, eran inapropiados para la aristocracia de los grandes señoríos y estados.
Llevando sus orígenes hasta los cielos, la nobleza de Chimor reclamaba descendencia de dos brillantes
estrellas, mientras que los comuneros supuestamente surgieron de luminarias menores. De manera
similar, el soberano Inca se veía a si mismo como hijo del sol, con orígenes extraordinarios y superior al
resto de la humanidad. Los reclamos de orígenes especiales racionalizaron una separación del tipo de
castas entre las clases sociales. Los kurakas definían su estatus privilegiado con vestimentas suntuosas,
viviendas opulentas y esplendidas huacas sepulturas. Estos marcadores de nobleza pueden ser
rastreados atrás en el tiempo hasta unos pocos siglos antes del comienzo de la era Cristiana, cuando la
clase de los kurakas se dispersó inicialmente.

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Los reclamos de descendencia celestial y la función del gobierno como mediador cósmico estaban
asociados con la fastuosa elaboración de los rituales calendáricos, diseñados para mantener el orden
social y natural de la vida. Los señores del Cuzco iniciaban ritualmente y supervisaban el ciclo agro-
pastoril anual, asegurando que las tareas importantes fueran ejecutadas de manera puntual. Los kurakas
más humildes de ayllus pequeños dirigían agendas similares y también mediaban en las disputas y
distribuían el uso de la tierra, el agua y otros bienes colectivos. En devolución, los miembros del ayllu
trabajaban para sus líderes, tejiendo ropa, atendiendo sus campos y rebaños y brindándoles otros
servicios. Aunque los kurakas extraían más de lo que devolvían, se esperaba la reciprocidad comunal y
cosmológica. Se suponía que los líderes fueran hospitalarios y generosos, brindando comida y bebida a
sus súbditos en las ocasiones rituales y recompensando los servicios especiales con ropa u otros regalos.
También se esperaba que los nobles mantuvieran la estabilidad de la naturaleza y cuando ocurrían
desastres, los kurakas eran los responsables. De acuerdo con las tradiciones costeñas, Fempellec, un
poderoso potentado de Lambayeque, fue condenado a muerte por sus súbditos cuando una severa
inundación El Niño devastó su desierto país.

El gobierno estatal
El Tawantinsuyu surgió durante los difíciles tiempos de una sequía larga y el gobierno estatal Inca se
benefició de los principios adaptativos tomados de entidades políticas más tempranas y de la organización
de ayllu. La recaudación de impuestos y diezmos, en forma civil o religiosa, fue una piedra fundamental
del gobierno. El pago estaba sujeto a considerable negociación y manipulación, particularmente en un
reino tan heterogéneo como el Tawantinsuyu. Por lo tanto, las rentas imperiales de los Incas se
comprenden mejor de forma idealizada, tal como los señores del Cuzco pudieron haber deseado que se
viese a sus ingresos.
El trabajo era la moneda del reino y la economía imperial recaudaba tributo en la forma de trabajo. La
comunidad local o ayllu era la unidad básica para el pago de impuestos y las obligaciones tributarias eran
distribuidas entre los hogares por los kurakas locales. Los impuestos en trabajo requerían inventarios
exactos de la gente, los recursos y condiciones. Cuando el Tawantinsuyu incorporaba una nueva provincia
se contaba su gente, junto con su ganado, campos y pasturas. Se confeccionaron modelos topográficos y
los datos eran enviados al Cuzco para que fuesen utilizados en la recaudación. Los hombres y cabezas de
familia estaban clasificados por edad y organizados decimalmente. La unidad más pequeña comprendía
diez pagadores de impuestos supervisados por un capataz. A su vez, diez de estas unidades eran
supervisadas por un ‘Jefe de cien’ y el sistema aumentaba hasta el Hunu Kuraka, un ‘Señor de 10.000’,
que informaba directamente al gobernador provincial Inca. Las masas organizadas decimalmente
prestaban tres tipos de trabajo para el estado, que pueden llamarse impuestos agrícolas, servicio de mit’a
e impuestos textiles.

Los impuestos agrícolas


A través de los impuestos agrícolas se recaudaba tanto trabajo de los hombres como de las mujeres. Los
comuneros no tenían tierra propia – pertenecía al ayllu. Una práctica común entre los Incas era dividir las
tierras agrícolas conquistadas en tres categorías, idealmente del mismo tamaño, que los campesinos
tenían la obligación de trabajar. La primera categoría estaba dedicada al sustento de los dioses,
incluyendo al panteón imperial y a las huacas de importancia local. Estas tierras se cultivaban primero,
antes que las otras categorías de campos. Los productos obtenidos de ellas sustentaban a los
funcionarios religiosos, a los sacerdotes y a los que atendían los adoratorios. También se mantenían
reservas para brindar alimentos y bebidas en las festividades cuando algún dios, huacas o ancestro
recibían veneración pública.
La segunda categoría de campos pertenecía al emperador como cabeza del estado y la nobleza
gobernante consideraba que sus derechos de propiedad emanaban de la divinidad. Los campos
imperiales eran atendidos luego de los religiosos y los productos sustentaban a la corte imperial y las
necesidades del gobierno. Como el emperador era la cabeza del estado y un dios que encabezaba la
religión estatal, el tributo agrario proveniente de las tierras religiosas e imperiales estaba bajo el control
directo del Cuzco. El almacenamiento de alimentos era crucial para los tiempos inciertos de las sequías y
los Incas invertían en la construcción y exhibición de gran cantidad de estructuras de almacenamiento. El

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

almacenamiento se efectuaba en estructuras conocidas como qollqas: las circulares generalmente se


utilizaban para el almacenamiento de maíz y las cuadradas para las papas y otros tubérculos. Ambas
formas poseían ingeniosos sistemas de ventilación que permitían que el aire entrara a través de un canal
subterráneo y que saliera a través de una abertura en el nivel del techo. Diseñadas para ser exhibidas, las
qollqas se construyeron sobre laderas y lugares altos desde los que podían ser vistas desde lejos.

Figura 6 – Las qollqas o estructuras de almacenamiento circulares a menudo eran utilizadas


para el maíz. Las qollqas rectangulares en Huanuco Pampa almacenaban papas y otros
tubérculos.

La tercera categoría de tierra estaba asignada a la comunidad local para su propio sustento y era
redistribuida anualmente a los miembros de las aldeas por el kuraka local. Esta distribución no se
efectuaba en partes iguales, sino que era proporcional al tamaño de una familia y a la cantidad de
dependientes bajo cada cabeza de familia. A medida que crecían o se encogían los hogares, cambiaba su
parte de tierra. Cuando un individuo estaba ausente trabajando en un proyecto del gobierno o atendiendo
negocios oficiales, otros miembros del ayllu labraban su tierra y cumplían con sus obligaciones de
impuestos agrícolas. Las tierras de pastura de la Puna y los rebaños de llamas y alpacas estaban
organizados de manera similar en esta división tripartita. La administración sistemática de las pasturas era
crítica debido a que abarcaban más terreno que el que estaba bajo cultivo y las entidades políticas de las
tierras altas controlaban inmensos rebaños para la producción de lana y alimentos. Entonces, así como
los habitantes de las tierras altas eran agro-pastores, también lo era el sistema de impuestos.

El servicio de mit’a
Mientras que los impuestos agrícolas recaudaban el trabajo de ambos sexos, el servicio de mit’a era un
reclutamiento anual que extraía trabajo sólo de los hombres capacitados. Era una antigua forma de tributo
que incluía actividades que abarcaban desde el trabajo en los proyectos de construcción hasta la
participación en campañas militares. Una cantidad flexible de reclutas podía ser movilizada por un tiempo
de longitud variable de servicio, mientras que una cantidad razonable de hombres permaneciera en sus
hogares para atender los campos y las necesidades del ayllu. Con millones de hombres disponibles, la
mit’a dio al Tawantinsuyu una economía de trabajo intensivo que podía observarse en el monumental
esplendor del Cuzco, que asombró a los conquistadores. Se dice que una fuerza rotativa de 20.000
trabajadores trabajó en la construcción de Sacsahuaman, la gran acrópolis de albañilería monumental que
coronaba la capital imperial.

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

El gobierno gastaba los beneficios derivados del pago de un impuesto de manera tal que aumentasen los
beneficios de otros. Con este fin, los Incas y las entidades políticas anteriores invertían trabajo de mit’a en
la adquisición de tierra agrícola, lo que a su vez permitía que se recaudasen impuestos de ellas y de sus
productos almacenados, con el fin de aumentar el contenido de las arcas imperiales. Esta estrategia se
llevaba a cabo tanto por la conquista como por la recuperación de las tierras improductivas. A lo largo de
los milenios, la apertura de nuevos campos agrícolas requirió cada vez mayores esfuerzos, llevados a
cabo por señoríos y entidades políticas cada vez más grandes y capaces de movilizar trabajo mit’a de
múltiples comunidades. Comenzando con Pukará, todos los importantes centros políticos andinos
invertían gran cantidad de trabajo en convertir las tierras adyacentes en parques agrícolas. Los Incas
implementaron estas políticas en gran escala, ajustándolas primero a la sequía y más tarde a condiciones
más húmedas.

Figura 7 – Las fuerzas Inca atacan un pukará en esta ilustración de Guamán Poma.

Las poblaciones de las tierras altas respondieron a la larga sequía de 1100-1450 AD cambiando
gradualmente el foco de las actividades agrícolas desde las elevaciones más bajas y cálidas hacia
altitudes mayores y más templadas en las que las lluvias eran todavía relativamente abundantes, así
como hacia el flanco este de los Andes, mejor irrigado. En ambos casos, los cambios adaptativos fueron
hacia los terrenos empinados que requerían la construcción de terrazas agrícolas para reducir la erosión
de los delgados suelos de montaña. Los señores del Cuzco emplearon estas construcciones en una
escala grandiosa, esculpiendo majestuosamente su rugosa patria. Destinaron legiones de trabajadores de
mit’a para recuperar el valle del Urubamba, que recorre los verdes flancos orientales de la cordillera. Si se
desciende por los cañadones desde Pisac hasta Ollantaytambo y Machu Picchu, se observa una gran
cantidad de terrazas que muestran a los visitantes un hito en la expansión agrícola hacia el este.
Los siglos de escasas lluvias no sólo cambiaron el lugar en que las poblaciones de montaña efectuaban
sus labores agrícolas, sino también la ubicación y la forma en que vivían. Como la sequía aumentaba la
competencia por los recursos escasos, mucha gente se reasentó en comunidades en altos promontorios y
bordes empinados, frecuentemente fortificados con fosos secos y altas paredes con parapetos, que
hacían de los pukará lugares seguros. Tales baluartes eran difíciles de tomar por asalto, impidiendo por lo
tanto la acción de los asaltantes. Sin embargo, eran completamente vulnerables si eran sitiados por largo
tiempo, lo que privaba de alimentos y agua a sus defensores. Los Incas explotaban esta debilidad y
transformaron la guerra de los indígenas enviando fuerzas de reclutas de la mit’a por largos períodos, bajo
el comando de oficiales profesionales provenientes de familias reales del Cuzco. Muchas de las
conquistas extranjeras del Tawantinsuyu se efectuaron mientras terminaba la gran sequía y las lluvias
gradualmente volvieron a la normalidad y luego a niveles por encima de los normales. Esto permitió que la

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

agricultura de montaña cambiara desde las altas altitudes que toleraban la sequía hacia elevaciones
menores, en las que prosperaban muchos tipos de cosechas. A medida que mejoraban las condiciones
climáticas, los Incas usaron el trabajo mit’a para reactivar las tierras abandonadas durante la sequía y
para abrir nuevos terrenos con mejor provisión de agua. Para cambiar los patrones agrícolas, los señores
del Cuzco a menudo cambiaban los patrones de asentamiento. En algunos casos, movilizaban a grandes
poblaciones, conocidas como colonias mitamaq o de mitimaes, por extensas distancias, tanto con
propósitos agrícolas como políticos. Más comúnmente, las comunidades que crecieron durante la sequía
en promontorios muy fortificados eran reasentadas localmente en aldeas no defendidas adyacentes a las
granjas de altura. La sequía andina requirió que se movilizaran personas, productos e información a
distancias mayores que las normales, por lo que los Incas prudentemente invirtieron trabajo mit’a en la
construcción y mantenimiento de decenas de miles de kilómetros caminos muy bien construidos. Los
hombres jóvenes que prestaban servicios de mit’a eran utilizados como mensajeros, o chaskis, que
llevaban quipus y mensajes desde el Cuzco y que, según se decía, aprovisionaban al emperador con
frutos del mar frescos desde la costa.

Figura 8 – Diseño de un vaso cerámico Moche, mujeres tejiendo bajo una enramada.

Impuestos textiles
Los tejidos son una artesanía andina altamente valuada por requerir mucho trabajo y desde la antigüedad
las mujeres pagaron impuestos produciendo textiles. Tejían para los superseñores de los kurakas de los
ayllus. El gobierno del Cuzco distribuía anualmente cantidades específicas de fibra en bruto, algodón o
lana entre los que pagaban impuestos trabajando en sus hogares. Los hombres hacían cordeles y sogas,
mientras que las mujeres hilaban y tejían. El tejido se efectuaba en varios tipos de telares: los telares
verticales eran preferidos por los residentes de la costa norte o Chinchaysuyu, mientras que la gente
aymara del Collasuyu generalmente tejía en telares horizontales. Los tejidos terminados eran reunidos por
el estado y la ropa fina era usada como una moneda para la acumulación de riqueza y el intercambio. El
orgullo de vestir a la propia familia es una característica distintiva de la feminidad andina y la confección
de ropa involucraba más tiempo que cualquier otra artesanía. Todas las mujeres tejían, desde la más
humilde de las campesinas hasta las esposas de los reyes. Las reinas y emperatrices tejían como un
símbolo de su feminidad. Se producían muchas clases de ropas y las telas muy finas eran altamente
estimadas, culminando en la más elegante de las telas Incas, conocidas como qomba.
Lo que la gente tejía y usaba – la decoración, la iconografía y la calidad – establecía su identidad étnica e
indicaba su rango y estatus. Las cabezas del estado vestían los más finos materiales, ricos en colores y
diseños, a menudo confeccionados con fibras exóticas como lana de vicuña, embellecidos con hilos de
oro y plata o con brillantes plumas de aves tropicales. Como una mercancía altamente valuada por todos,
la ropa cumplía ciertas funciones análogas a las de la moneda. La ropa era la recompensa del Inca por el
servicio al gobierno y el ejército recibía regularmente asignaciones de textiles.
Los gastos del estado
Con millones pagando impuestos, el Tawantinsuyu tenía enormes rentas. Además del trabajo, los
impuestos textiles y agrícolas eran usados para sustentar dos tipos de gastos. Los impuestos agrícolas
eran utilizados para proveer a la gente de alimentos y bebidas, lo que se denomina financiación ‘con
bienes de consumo’. Los impuestos textiles eran usados para recompensar a la gente con bienes

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

valiosos, la financiación ‘con riquezas o bienes suntuarios’. Los dos sistemas operaban de manera
bastante diferente: los kurakas y la élite real buscaba monopolizar los ítems de riqueza, mientras que los
comuneros esperaban ser mantenidos mientras brindaban servicio al estado.

Figura 9 – La construcción de edificios, caminos y puentes suspendidos requirió de técnicos


habilidosos en agrimensura, ingeniería y arquitectura.

Una gran cantidad de bienes agrícolas del Tawantinsuyu constituía el presupuesto para alimentar a los
millones que trabajaban para el estado. La cantidad de gente que trabajaba para el gobierno de manera
temporaria era mayor que la que lo hacía de manera permanente, por lo que las más grandes inversiones
sustentaban a aquellos que estaban en el servicio de mit’a. Una pequeña porción de la población, quizás
el diez por ciento, estaba permanentemente subsidiada porque ocupaba los rangos más altos del gobierno
local y nacional. Había dos niveles jerárquicos: el superior, de toma de decisiones, se ocupaba del
gobierno y la administración, mientras que el nivel técnico inferior se ocupaba de la implementación de la
ley y el sustento de las instituciones de gobierno. En el vértice estaban las familias reales de hanan y hurin
Cuzco, luego la gente de la cuenca del Cuzco, que eran los Incas por nombramiento y honor pero no por
sus ancestros. De las familias reales provenían las cabezas del estado y las cabezas de la iglesia imperial
de Inti. Del cuerpo de los Incas por nacimiento u honor provenían las cabezas militares y gubernamentales
del imperio y se piensa que también las cabezas de todas las ramas de la burocracia imperial. Aliadas con
este vértice por alianzas forzadas y voluntarias así como por el intercambio de hijos e hijas en matrimonio,
estaban las familias nobles y los gobernantes hereditarios de los estados sujetos. Estos rangos abarcaban
desde los potentados conquistados de Chimor hasta los kurakas de ayllus anteriormente independientes.
Además de aquellos que disfrutaban de gran poder y prestigio, había un nivel significativamente grande de
gente que era subvencionada por sus ocupaciones y por su conocimiento o entrenamiento técnico
hereditario. La profusión de contadores profesionales, los quipukamayoqs, acapararon considerable
atención de los primeros cronistas. Entre los oficios técnicos se incluía a agrónomos, arquitectos,
agrimensores, ingenieros, hidrólogos y similares. Otro gran cuerpo de técnicos comprendía a habilidosos
artesanos y especialistas. Colonias completas de especialistas – desde ceramistas hasta lapidarios,
herreros y orfebres – eran removidos de las provincias sojuzgadas y reasentadas en los alrededores del
Cuzco para servir a los señores de la ciudad sagrada. Estos profesionales eran numerosos e importantes,
porque la financiación con ‘bienes suntuarios’, en oposición a la financiación con ‘bienes de consumo’,
dependía no sólo de los textiles, sino de una multiplicidad de otras mercancías valiosas que culminaban
en artesanías finamente trabajadas en oro y plata.

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

En Chan Chan, la gran capital rival del Cuzco, los artesanos constituían la gran mayoría de los residentes.
Las mujeres eran tejedoras de ropa fina, mientras que los hombres eran predominantemente herreros y
orfebres. Sosteniendo decenas de miles de habilidosos artesanos, el gobierno utilizaba la financiación con
bienes de consumo para generar mercancías para la financiación con bienes suntuarios, lo que hacía que
los artesanos fuesen esenciales para la economía nacional. Por lo tanto, en Chan Chan los artesanos
disfrutaban del privilegio de usar orejeras, aunque muy simples y de madera, un privilegio que estaba
reservado para la élite gobernante, que usaba elaboradas orejeras como la característica distintiva de su
estatus y rango. (Los españoles se referían a los Incas como los orejones, debido a las grandes orejeras
redondas que los diferenciaban de las masas).
Reservas en bienes de consumo
En la Cordillera, almacenar el excedente de alimentos es una adaptación esencial para el manejo del
riesgo, debido a que las heladas, el granizo, las lluvias y el escurrimiento varían dramáticamente entre
años y estaciones. Sin reservas de charqui, chuño, tubérculos, cereales y legumbres, hay pocos medios
de mitigar el estrés de las frecuentes cosechas pobres en diferentes niveles ecológicos. El
almacenamiento de alimentos es particularmente esencial durante las sequías prolongadas. Los Incas
respondieron a los tiempos secos con la elaboración de estructuras de almacenamiento sin precedentes
en los anales de la historia del mundo. Gran parte del trabajo mit’a se dedicaba a la construcción de
qollqas.

Figura 10 – Detenido en un complejo de qollqas, un noble revisa el registro en un quipu de un contador. El


mapa de Huanuco Pampa muestra los cientos de qollqas distribuidas en diez filas en las laderas que
rodean el sitio.

Como una garantía de que el estado podía manejar adecuadamente el riesgo de sequía y de otros
desastres naturales, filas de qollqas se emplazaban audazmente en lugares altos y frescos, desde los que
podían ser vistas a gran distancia. Miles de qollqas rodeaban al Cuzco y Cotacachi, en Bolivia, tenía dos

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mil cuatrocientas. El centro provincial de Hatun Xauxa tenía un enorme complejo de almacenamiento y
cuatrocientas noventa y siete qollqas se disponían en filas en las laderas, con vista al centro de Huánuco
Pampa. Las excavaciones en estos dos centros revelaron que se almacenaban mercancías producidas
localmente, indicando que el gobierno no estaba acumulando productos exóticos de provincias distantes
para la redistribución local. Las qollqas eran reservas nacionales para propósitos del estado, pero cuando
golpeaba algún desastre estas reservas podían ser distribuidas entre los comuneros.

Reciprocidad en bienes de consumo


El sistema de impuestos no implicaba un flujo unidireccional de trabajo desde los comuneros y sus
productos hacia el gobierno. Una creencia fundamental era que tanto los kurakas como los reyes tenían
obligaciones recíprocas de hospitalidad y generosidad, particularmente con la comida y bebida. La
financiación con bienes de consumo era crítica para la simbiosis entre gobernados y gobernantes y
permitía que estos últimos organizaran actividades en el marco de las celebraciones públicas. Las fiestas
civiles o religiosas eran una importante liberación de la pesada carga de la vida campesina. Los
gobernantes del pasado financiaban festividades que coincidían con los tiempos de arar, plantar,
cosechar, limpiar los canales y otras tareas del ciclo agrícola, de manera tal que el trabajo se realizara de
manera voluntaria en vez de coercitiva.
Los brindis y libaciones con chicha eran aspectos integrales y antiguos del ceremonialismo y las
festividades andinas. Existía un orden jerárquico para sentarse, servir, beber y hablar, tal como sucede en
la actualidad. El estatus estaba indicado por el vaso que poseía cada individuo: los humildes usaban
recipientes de calabaza, los bebedores acaudalados poseían finos contenedores, mientras que el oro y la
plata estaban reservados para las altas esferas. Durante el primer milenio AC, se establecieron diferentes
formas de vasos de libaciones en distintas regiones. Por ejemplo, los señores de Chimor brindaban con
copas con asas en forma de estribo que eran tradicionales de la costa norte, mientras que la nobleza del
Cuzco bebía en keros, vasos indígenas de la cuenca del Titicaca utilizados por los gobernantes de
Tiwanaku un milenio antes (ver Figura 11). Como marcadores de estatus y rango, los vasos de libaciones
regularmente acompañaban a la gente hasta la tumba.

Figura 11 – (Izquierda) Un vaso de libaciones de la fase V de Moche. (Derecha) Un kero de Moquegua (Tiwanaku).

Reciprocidad con bienes suntuarios


En gran medida, la reciprocidad con las masas implicaba alimentos y bebidas, pero la élite requería más.
Anticipando las recompensas apropiadas a su rango, los administradores involucraban al gobierno con
una jerarquía de obligaciones recíprocas. Las tropas militares recibían ropa, pero los oficiales esperaban
los mejores cortes de tela.
Cuidadosamente clasificados por su calidad, los textiles eran la recompensa más común por el servicio.
Para los rangos más altos, las recompensas incluían cerámica magnífica, lujosos vasos de libación, tallas
en madera y en roca, así como espléndidos trabajos de metalurgia. Las artesanías finas, críticas para la
financiación con bienes suntuarios, eran el producto final de una estrategia de inversión que utilizaba al

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

trabajo de mit’a para el laboreo de las tierras agrícolas. Esto implica que la tierra era gravada con
impuestos y las rentas en bienes de consumo eran utilizadas para mantener a los habilidosos artesanos
que producían las mercancías que satisfacían la reciprocidad entre la élite. Este sistema, que
transformaba los frutos del trabajo no especializado en suntuosos bienes duraderos, era tan antiguo como
el surgimiento de la clase de los kurakas.
Arte y artesanías
La reciprocidad basada en bienes suntuarios ubicó a las artesanías finas entre los servicios directos al
estado. Los artesanos y los hombres de comercio eran subsidiados y sus productos estaban orientados a
servir a los fines corporativos. Como resultado, los cánones estéticos, los motivos y la iconografía de los
diseños estaban dictados por las organizaciones políticas y religiosas que mantenían a los artistas,
comisionaban sus trabajos y controlaban su distribución, creando ‘estilos corporativos’ que fueron
característicos de entidades políticas, religiones y organizaciones particulares. En la sociedad moderna, la
moneda nacional es un medio para comunicar estos estilos, representando a los fundadores políticos, a
los gobernantes pasados, las figuras heroicas, los animales totémicos y los emblemas apropiados para
una nación. Las estampillas y el arte sagrado también representan un simbolismo corporativo similar.
En los Andes había dos niveles de organización económica: la comunidad autosuficiente o ayllu y la
economía impuesta por el señorío o estado. De la misma manera, había dos niveles para la producción
artística, arquitectónica y de artesanías. El nivel de base abarcaba al ayllu y sus tradiciones populares.
Estas tendían a ser simples, conservadoras y perdurables. Por encima estaban los estilos corporativos,
los cánones y composición que se adecuaban a los dictados políticos y religiosos. Su duración dependía
del surgimiento y caída de los cuerpos corporativos que servían y cambiaban más frecuentemente de lo
que lo hacía el estrato basal de las tradiciones populares.
Todos los grandes estilos artísticos de la cordillera eran estilos corporativos, pero la naturaleza de las
organizaciones que los avalaban variaba en términos de la composición política, religiosa y social. Las
artes y la arquitectura corporativa de los Incas ilustran muchas de las características básicas de tales
estilos. Primero, los estilos surgieron bastante después de que surgieran las corporaciones que
representaban. Los Incas establecieron su identidad étnica antes de que Pachacuti decidiera cual de los
estilos corporativos era correcto y reconstruyese Cuzco con su estilo arquitectónico característico.
Segundo, una vez que se establecía un cuerpo corporativo, rápidamente se le podía adjudicar un estilo,
tanto recién creado como copiado. Tercero, la formación de artesanos y técnicos especializados era un
aspecto crítico para la creación de un estilo corporativo. No fue fácil transformar a los campesinos en
artesanos habilidosos. En tiempos prehistóricos, la especialización técnica compleja estaba basada en el
parentesco, por lo que generalmente pasaba de padres a hijos y los artesanos formaban corporaciones de
parientes de tipo gremio. Los señores de Chimor no sólo subsidiaban estas cuadrillas de artesanos, sino
que buscaban monopolizar la producción y circulación de metales preciosos. Durante la conquista de
Lambayeque, los herreros de la región fueron reasentados en Chan Chan. A su vez, cuando el
Tawantinsuyu sojuzgó a Chimor, decenas de miles de artesanos de Chan Chan fueron mudados a los
alrededores del Cuzco para servir a los nuevos gobernantes. Como las artesanías finas constituían la
moneda del reino, Chan Chan fue despojada de la riqueza necesaria para financiar revueltas o
revoluciones.
Cuarto, la distribución de los estilos corporativos llegaba tan lejos como el sistema de reciprocidad que los
sustentaba. Pero la reciprocidad no era uniforme. Por ejemplo, los Incas explotaban Ecuador más
intensivamente que el centro de Chile, así que los elementos del estilo corporativo del Tawantinsuyu eran
más numerosos y estaban más firmemente definidos en sus propiedades del norte que en las del sur.
Quinto, la unidad estilística en el nivel corporativo tenía poca relación con la homogeneidad étnica o la
cohesión cultural en gran parte del imperio y no reflejaba un aumento de la unidad étnica de las diversas
poblaciones del reino. Sexto y final, el cambio en un estilo corporativo o su reemplazo por otro no
necesariamente representaban el cambio poblacional o el reemplazo de un grupo étnico o cultural por
otro. Los estilos populares, más conservadores, eran indicadores más sensibles de la dinámica de
poblaciones, pero estas tradiciones también cambiaron sin implicar el cambio étnico.
La expresión más dramática del estilo corporativo Inca fueron las nuevas ciudades e instalaciones erigidas
donde previamente no existía nada. Tumibamba, la incipiente capital de Wayna Capac en Ecuador,

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

clonaba el estilo constructivo y arquitectónico del Cuzco, tal como lo hicieron otros nuevos asentamientos
fundados a lo largo del gran sistema de caminos que irradiaba desde la gran metrópolis. Los edificios
imperiales de los Incas eran emblemas de poder que tenían la intención de impresionar, si no de intimidar,
y generalmente estaban ejecutados de acuerdo con los cánones del Cuzco. Los centros administrativos
urbanos en Huanuco Pampa y Hatun Xauxa son ciudades Incas bien estudiadas, cuya fina albañilería y
edificios, cerámica de la élite y bienes de estatus se adecuaban a los patrones cuzqueños. Sin embargo,
un escrutinio detallado de estos materiales indica que muchos de estos bienes no eran importados desde
la capital, sino que fueron producidos por personal local trabajando bajo supervisión.

El núcleo imperial
La capital del Tawantinsuyu no era grande porque las únicas personas que residían en la metrópolis eran
los integrantes de las familias reales Incas. El cronista Cristóbal de Molina dice que cuando los españoles
entraron por primera vez, el área del Cuzco pudo haber tenido unas 40.000 almas, mientras que dentro de
unas 10 a 12 leguas a la redonda residían alrededor de 200.000. Gran cantidad de personal técnico,
artesanos y otra gente que trabajaba para el gobierno, pero que no eran Incas por nacimiento, vivía en
comunidades suburbanas cerca de la capital. Se invirtió mucho trabajo en la recuperación y
transformación de tierras agrícolas cerca del núcleo imperial para convertirlo en un paisaje que parecía un
parque, con magníficas terrazas esculpidas en las laderas e irrigación que las mantenía verdes y
lujuriosas. Aquí la nobleza tenía suntuosas propiedades y cientos de huacas y altares adornaban el
escenario.
Cuzco y sus alrededores fueron la quintaesencia de la construcción y arquitectura corporativa de los
Incas. En sus construcciones sólo se utilizaba el más fino trabajo en roca, empleando bloques tallados que
se unían de manera precisa sin necesidad de cemento. Había dos estilos: uno consistía en sillares 2
dispuestos en hileras horizontales del mismo tamaño; el otro utilizaba bloques poligonales. Cada uno de
estos bloques con múltiples caras era un trabajo único, laboriosamente cortado de un tamaño especial y
con una forma facetada que podía ajustarse a los ángulos de los bloques adyacentes. Estos estilos de
construcción fueron utilizados para dos clases diferentes de estructuras: los bloques poligonales para las
estructuras sólidas, como terrazas y plataformas; la sillería para edificios que a menudo remataban las
estructuras sólidas y que poseían paredes no empotradas y espacio interior abierto. Las puertas, ventanas
y nichos de los edificios Incas eran característicamente trapezoidales, más anchos en la parte inferior que
en la superior. Los techos tenían dos aguas y eran de paja. Típicos de los Andes, los edificios techados
eran usualmente estructuras de una única habitación. Si dos o más habitaciones compartían un mismo
techo, eran tratadas como estructuras separadas, cada habitación tenía una puerta al exterior pero sin
puertas entre habitaciones. Las edificaciones cubiertas abarcaban una gran cantidad de salas de reunión,
o kallankas, hasta pequeños espacios rectangulares llamados masma y wasi. El tipo masma tenía forma
de U con un lado del edificio abierto. Eran raros, pero perpetuaban la antigua tradición de erigir edificios
ceremoniales con forma de U.
Las edificaciones wasi, de una habitación y una puerta, eran la forma más común de vivienda para la
gente y para sus ídolos y dioses. Los wasi eran erigidos solos y en grupos de patios, enmarcando un área
de actividad para el trabajo y el descanso al aire libre. Las familias extensas y los parientes cercanos a
menudo ocupaban casas y grupos de patios adyacentes. Los Incas y otros pueblos andinos tenían la
inclinación de construir viviendas y grupos de patios dentro de cerramientos espaciosos y con paredes
altas llamados kanchas. En el Cuzco, estos cerramientos de fina albañilería generalmente poseían una
única entrada y enmarcaban manzanas completas de la ciudad, albergando a las familias gobernantes en
elegantes wasi. El patrón arquitectónico kancha-wasi era antiguo y quizás derivaba de los pastores, cuyas
humildes viviendas todavía se erigen dentro del corral para salvaguardar a sus animales. Aunque las
construcciones Incas se basaban en fundamentos más antiguos, los señores del Cuzco sumaron su
propio sello corporativo, transformando su núcleo imperial en un majestuoso paisaje.
El ombligo del universo

2Sillares: (‘ashlar’ en el texto inglés). Bloques rectangulares tallados en cualquier tipo de roca, de tamaño regular.
Sillería: construcción con sillares, dispuestos en bandas horizontales homogéneas, con los sillares perfectamente
escuadrados y juntas muy finas.

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La construcción opulenta y la ornamentación extravagante hacían del Cuzco una de las más grandes
maravillas de América. Esto hizo que los Incas creyesen que su ciudad sagrada era literalmente el
ombligo del universo, a partir del cual se desplegaba el Tawantinsuyu. Cuatro grandes avenidas y cuatro
líneas cósmicas radiaban desde la plaza central, llamada el Huacaypata, dividiendo al imperio en cuatro a
lo largo de ejes cardinales así como Mayu, la Vía Láctea, dividía al cielo. La espaciosa plaza era el
escenario de majestuosos rituales que unían a los linajes reales, o panaka, de hanan y hurin Cuzco. Esta
plaza albergaba el ombligo del mundo Inca, el usnu, una tarima de roca multifacetada finamente labrada,
con un pilar vertical y un asiento tallado. Este pilar era un punto de observación celestial para rastrear las
luminarias de los cielos y las oscuras constelaciones. El asiento esculpido era un trono en el que el
emperador, el ‘hijo del sol’, mantenía el orden terrestre. El señor del reino ascendía al deslumbrante
estrado para examinar las procesiones rituales, para brindar por los dioses y para aplacar a los ancestros.
En la ‘garganta del sol’, una majestuosa cuenca de piedra recubierta en oro al pie del usnu, se efectuaban
copiosas libaciones de chicha. En las cercanías se alzaba la más alta de todas las construcciones, el
Sunturwasi, un gran capitel de exquisita albañilería que no tenía sombra durante el cenit.

Figura 12 – En Ollantaytambo, las kanchas cerradas formaban las manzanas de la ciudad, divididas
por una pared interna en grupos no conectados de casas wasi alrededor de un patio central.

Las avenidas y las líneas que dividían los suyus desde el Huacaypata reflejaban la organización radial del
espacio, que los Incas utilizaban además de la organización ortogonal. Dentro de la plaza, el pilar del usnu
y las ventanas del alto Sunturwasi eran utilizados para observar los horizontes distantes donde las
montañas y las huaca adoratorios brindaban puntos visuales para rastrear los movimientos celestiales.
Los Incas también erigían pilares y apilamientos de rocas distantes, ubicadas contra la línea del cielo para
observar directamente el sol y predecir el momento de cultivo en diferentes zonas ecológicas. El templo
más extraordinario del Cuzco, el Coricancha, fue el centro de observación del extraordinario sistema de
organización radial. La analogía más cercana es tal vez un dial solar, pero el gran templo era más
parecido al centro de un dial cósmico para rastrear y temporalizar el movimiento de los fenómenos
celestiales y correlacionarlos con los fenómenos terrestres. Irradiando a partir del Coricancha, 41 líneas de
observación, llamadas ceques, se extendían hasta el horizonte o más allá. En estos rayos, o adyacentes a
ellos, unas trescientas veintiocho huacas, pilares y puntos de observación estaban organizadas de
manera jerárquica. Los antiguos astrónomos notaron que las trescientas veintiocho estaciones
representaban los días de doce meses lunares. En función de la sequía y la concomitante importancia de
la irrigación, no es coincidencia que un tercio de los puntos ceque abarcaran las más importantes
corrientes y fuentes de agua de la región.
Las líneas ceque estaban agrupadas en conjuntos superiores e inferiores y subdivididos en cuatro
cuadrantes. El conjunto superior estaba asociado con hanan Cuzco, Chinchasuyu y Antisuyu, el conjunto

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

inferior con hurin Cuzco, Collasuyu y Cuntusuyu. Cada cuadrante estaba a su vez subdividido en tres
partes por las rayas ceque, y cada tercio estaba dividido nuevamente por tres líneas más. Debido a las
realidades terrestres y celestiales, el ángulo del arco entre líneas era variable y algunas podrían no haber
sido líneas rectas. Las rayas individuales y sus huacas estaban asociadas y eran administradas por
grupos de parientes (o panaka) específicos. En parte, las líneas y huacas distinguían los grupos de
panaka, establecían responsabilidades rituales y definían la agenda de actividad anual. Por lo tanto, los
puntos de referencia espacial y temporal a lo largo de las rayas tenían un papel decisivo en la
organización de la tierra, el agua, el trabajo y las actividades rituales de los hijos nobles de Inti.

Figura 13 – Con Sacsahuaman como su cabeza, la figura de un puma se observa en este antiguo
mapa del Cuzco por E. G. Squier.

El ombligo del universo imperial estaba íntimamente conectado con un cosmos maravillosamente
complejo y uno debe suponer que las capitales andinas más tempranas también estaban estructuradas
cosmológicamente. Curiosamente, aunque los Incas comandaban la nación más grande de las Américas,
la nobleza gobernante nunca abandonó los principios de organización que tenían su fundamento en el
ayllu y las creencias populares tradicionales. Los principios de organización del Cuzco fueron muy poco
comprendidos por los conquistadores, que dejaron sólo cinco cortos relatos de testigos acerca de la
rebelión nativa aplastada en la metrópolis en 1535. Los registros coloniales son contradictorios y los
académicos modernos los interpretan de maneras diferentes. Los españoles pensaban que los indígenas
gobernaban de manera similar a la monarquía castellana, en la que la corona pasaba del padre al hijo
primogénito. La lista del cronista Betanzos tiene diez emperadores Incas, que él consideró una sucesión
dinástica de gobernantes. Algunos historiadores proponen que el gran héroe Pachacuti fue coronado
como el octavo emperador en 1438 AD y luego se retiró para remodelar el Cuzco en 1471, cuando su hijo
Topa Inca tomó las riendas del estado. Con sus divisiones hanan y hurin, la capital estaba claramente
estructurada por los principios indígenas de la organización dual y muy probablemente prevalecía la
diarquía o gobierno dual: hanan Cuzco era conducido por un potentado principal mientras que, como
contrapartida, una segunda persona encabezaba la mitad hurin. Por lo tanto, las listas de reyes
registradas por los españoles están abiertas a varias interpretaciones diferentes. Una sostiene que figuras
como Pachacuti y Topa Inca no eran padre e hijo, sino los co-regentes de rango superior e inferior, en
cuyo caso la lista de Betanzos abarca cinco generaciones. Otra interpretación sostiene que las listas no
son de individuos, sino de funcionarios imperiales que operaron al mismo tiempo, sostenidos por las
cabezas de los diez panaka o grupos de parentesco reales. En consecuencia, lo que los conquistadores

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Moseley 2001. Traducción Isabel Cruz

construyeron como historia dinástica fue en realidad una carta ficcional de parentesco que unía diez ayllus
en una alianza gobernante. Son esperables diferentes interpretaciones de la historia real, porque el
registro arqueológico indica que el desarrollo político de los Incas comenzó como un proceso gradual poco
después del 1000 AD. Por lo tanto, lo que sobrevive como la ‘historia’ Inca tiene un contenido más corto
que la realidad y, en el mejor de los casos, refleja recuerdos y mitos truncados.
La tradición Inca asocia la transformación del Cuzco desde una simple comunidad hasta una capital
monumental con el nombre de Pachacuti, quien pudo ser tanto un gobernante como una posición o cargo
de gobierno. Sin embargo, la tradición esboza una sucesión de acontecimientos en tres partes que es
lógica e históricamente plausible. Primero, los Incas consolidaron su tierra natal. Segundo, se expandieron
hacia el sur. Y tercero, rehicieron su ciudad en un estilo corporativo imperial adecuado para su papel como
ombligo del cosmos. Los datos arqueológicos indican que la consolidación política temprana en el núcleo
imperial abarcó tres o más siglos. Esto ocurrió mientras los estilos cerámicos Killke y Lucre fueron usados
en los sectores occidental y oriental, respectivamente, de la más amplia cuenca del Cuzco. Los fechados
radiocarbónicos indican que las artesanías y arquitectura en el estilo imperial corporativo aparecieron
alrededor de 1350-75 AD. Los impresionantes templos y los grandes edificios fueron construidos en el
área Lucre antes de esto. Sin embargo, la región del Cuzco no tuvo una tradición de trabajo en piedra y la
leyenda sostiene que la imponente albañilería de Tiwanaku inspiró a Pachacuti para reconstruir la capital
con una similar elegancia megalítica. Por lo tanto, la tradición histórica y la información arqueológica, de
manera conjunta, demuestran que la arquitectura del estilo corporativo imperial surgió sólo luego de que
existiera una sólida base política para sostener los nuevos emblemas de poder. Aunque la consolidación
del área nuclear fue un proceso largo, luego sostuvo una rápida expansión que llevó a las artes y la
arquitectura de estilo imperial hasta los cuadrantes más distantes del Tawantinsuyu.
Construida cuando terminaron varios siglos de sequía, la metrópolis estaba repleta con numerosas
fuentes y drenajes subterráneos. Los ríos Huatanay y Tullumayu fueron canalizados para bordear la
ciudad recientemente creada por Pachacuti, donde los ríos convergían en un tinku y enmarcaban un
estrecho triángulo de tierra conocido como el Pumachupan o cola del puma. Antes de convertirse en una
reverenciada huaca de piedra, Manco Capac, el fundador heroico de los Incas, residía donde comenzaba
la cola del puma. El sitio del hogar sagrado de los fundadores fue luego transformado en el Coricancha.
Esta opulenta kancha de exquisita albañilería encerraba seis cámaras de tipo wasi distribuidas alrededor
de un patio. Una cámara, ricamente engalanada con oro, estaba dedicada al sol y tenía la imagen en oro
de Inti; una segunda cámara revestida en plata era de la luna, considerada femenina y poseía su imagen
en plata. Otro wasi religioso contenía imágenes o símbolos de Viracocha, Illapa el señor del trueno,
Cuyuchu el arcoiris, y de varios cuerpos celestiales. En un intento de armonizar su heterogéneo imperio a
través de la integración simbólica, un ídolo u objeto sagrado de cada población sujeta residía en los
confines del templo. Estas huacas huéspedes eran rotadas cuando los reyes y kurakas de las poblaciones
sujetas tenían residencia forzada alrededor del Cuzco por varios meses cada año, aprendiendo los
modales de sus superseñores.
Algunos académicos argumentan que el Pumachupan era la cola de una metrópolis imperial que tenía la
forma de un puma visto desde el costado. Otros los niegan y plantean que lo que los constructores tenían
en mente es debatible. Puede dibujarse el contorno de un gran felino sobre los restos de la antigua
ciudad. La plaza Huacaypata con su usnu real crea un espacio abierto entre los cuadrantes frontales del
puma ubicados ladera arriba y sus patas posteriores y la cola, ladera abajo. Formando barrios completos
de la ciudad, los grandes complejos kancha-wasi de los panaka reales ocupaban los sectores de la bestia
correspondientes a hanan superior y hurin inferior.
La cabeza del felino es el más noble y más grande de los edificios imperiales, Sacsahuaman, que se dice
fue construido por 20.000 trabajadores a lo largo de varias generaciones. Colgado en la cumbre de un alto
monte, un lado del complejo se ubica a lo largo de un acantilado con una imponente vista de la ciudad. El
lado opuesto del promontorio es relativamente bajo y está encerrado por tres imponentes terrazas en
zigzag con pocas entradas. Cada pared de retención empleaba la más fina e impresionante albañilería
poligonal de los Incas, incluyendo bloques que pesaban entre 90 y 120 toneladas métricas. La cima de la
montaña detrás de las terrazas poseía un maravilloso complejo de edificios con altas torres, así como
estructuras redondas y rectangulares. Estos son los remanentes de un ornamentado sistema de

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conductos, drenajes y canales finamente tallados en roca, posiblemente para la manipulación ritual del
agua.
Cuando las fuerzas Incas fueron asediadas en 1535, Sacsahuaman sirvió como bastión nativo contra los
españoles, donde Pizarro perdió un hermano y otro hombre. A pesar de ello, probablemente no fue
diseñado como un fuerte cuando las guerras extranjeras eran muy lejos. Cieza de León dice que
Pachacuti intentó que Sacsahuaman fuese un templo que sobrepasara a todos los otros edificios en
esplendor. El cronista Gracilazo de la Vega relata que sólo la realeza podía entrar en el complejo sagrado,
porque era el hogar del sol, de las armas y de la guerra, además de ser un templo de oración y sacrificio.
Los conquistadores quedaron justamente impresionados con el ombligo del universo Inca. En la actualidad
miles de visitantes se maravillan con Sacsahuaman, el Coricancha, los restos del viejo Cuzco y sus
monumentales zonas verdes, que se dispersan hasta Ollantaytambo, Machu Picchu y más allá.

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