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INTRODUCCION
Una de las primeras cuestiones que debe abordar el psicoterapeuta en el
encuentro inicial con un paciente es la relativa a la acogida y análisis de la demanda
de ayuda. Ésta viene formulada discursivamente en términos no siempre psicoló-
gicamente viables, ni pragmáticamente apropiados; de modo que en la mayoría de
los casos se hace necesaria una reformulación. Entre las razones que probablemente
están al origen de este fenómeno se debe mencionar la naturaleza misma de la
psicoterapia, a medio camino de otras profesiones de ayuda o “cura” -en el sentido
etimológico del vocablo griego therapia-, lo que lleva fácilmente a confundirla con
ellas y a plantear, en consecuencia, demandas inapropiadas desde el punto de vista
psicoterapéutico.
No cabe duda de que por razones históricas la psicoterapia se ha asociado y
asimilado especialmente a la medicina, y más en concreto a la psiquiatría. En
algunas universidades las facultades de Psicología comparten con Medicina la
misma División y los curricula universitarios de Psicología y Medicina (psiquiatría)
se consideran los únicos adecuados para acceder a la especialización postgrado en
psicoterapia. Los mismos requisitos son exigidos por las asociaciones nacionales o
internacionales de psicoterapeutas, tales como la FEAP o la EAP. Incluso algunos
(Págs. 25-78)
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 25
científica, aceptando criterios diagnósticos comunes DSM-IV. Por último, los
tratamientos que combinan psicoterapia y farmacoterapia se consideran los más
efectivos para la mayoría de trastornos psicológicos (Breitman y Klerman, 1991) y
más en particular para la depresión (Hollon, 1992).
Estos y otros muchos factores, derivados particularmente del planteamiento
informativo, literario, cinematográfico y televisivo que se hace de estas profesio-
nes, contribuyen a crear un imaginario social según el cual la psicoterapia no es más
que el equivalente light de la psiquiatría, con lo cual la demanda que se puede dirigir
a ambas es también equivalente. Pero esta construcción social olvida el elemento
fundamental que diferencia psiquiatría de psicoterapia, a saber la cuestión del
pharmakon o agente terapéutico sobre el que se constituyen y diferencian como
disciplina o método de tratamiento. En efecto, ¿cuál es el factor, si es que existe, que
cura -en el sentido de sanar- en el caso de la psicoterapia?
No vamos a responder ahora a esta pregunta por dos razones fundamentales:
la primera porque no es el tema que nos proponemos desarrollar en este artículo; la
segunda porque probablemente la pregunta está mal planteada y, en consecuencia,
no tiene respuesta, tal como demuestra la discusión estéril que se viene produciendo
desde hace años a este propósito en el ámbito de la literatura especializada (Castillo
y Poch, 1991; Revista de Psicoterapia, todo el nº 4; Frankl, 1990). En efecto, esta
pregunta continúa basándose en la asimilación epsitemológica entre psiquiatría y
psicoterapia, donde está claro que para la psiquiatría existen fármacos, es decir
sustancias activas (agentes) que actúan sobre organismos pasivos (pacientes),
mientras que en psicoterapia no existen ni sustancias activas ni organismos pasivos,
sino agentes sociales (psicoterapeutas) que interactúan con otros agentes sociales
(clientes o usuarios).
La comprensión de esta diferencia fundamental relativa a los recursos y
objetivos propios de una disciplina con respecto a la otra constituye un aspecto
básico para encuadrar debidamente el análisis de la demanda. En efecto, el
psicoterapeuta sólo podrá trabajar como tal en el caso que la demanda venga
formulada o reformulada en términos coherentes con sus recursos específicos. Esto
que, a primera vista, puede parecer una tautología o petición de principio no lo es
si se tiene en cuenta la confusión existente, para cuyo esclarecimiento se exige,
quizás como en ninguna otra profesión, un planteamiento sistemático de análisis de
la demanda. En general la demanda que puede dirigirse a un notario, un arquitecto
o un agente de la propiedad inmobiliaria es bastante coherente con su especialidad,
sin que sea necesario discutir largamente sobre ello con el cliente. Sin embargo no
sucede lo mismo en psicoterapia, hasta el punto que para algunos (Carli, 1990), a
nuestro juicio exageradamente, el análisis de la demanda se convierte en el núcleo
central del trabajo psicoterapéutico. Nosotros, por el contrario, creemos que el
análisis de la demanda constituye su condición preliminar.
El tipo de ayuda, además, que viene solicitada en psicoterapia, no pertenece
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fracaso o con la destrucción asimilativa de las poblaciones asistidas: la “ayuda”
prestada por estos agentes sociales no responde a una necesidad subjetivamente
sentida por los aborígenes o los componentes de un determinado ecosistema natural
o social. Esto causa muchas veces estupor y frustración en los esforzados ánimos
de quienes se entregan a una causa que consideran justa, tal como ponen de
manifiesto las declaraciones del representante de una asociación cívica de reinserción
social para indigentes, aparecidas en el mismo reportaje al que nos hemos referido
anteriormente (Molist, 1996)
“En Barcelona hoy en día nadie se muere de hambre. Es el contraste con
el Tercer Mundo. En el cuarto hay más medios, pero también más
aislamiento. Los pobres de Nicaragua se juntan para construir un pozo o
una cloaca. Los de aquí no tienen conciencia colectiva, no hacen cosas
juntos. Están solos. Por eso hablar con ellos es mejor que darles dinero.
Te aceptan mejor media hora de explicar chistes que de hacer un segui-
miento. Esto sorprende y hace daño, porque les ofreces ayuda y no la
quieren. Los procesos de reinserción no funcionan casi nunca”.
Existen ciertamente, también, situaciones en que el sujeto no puede expresar
sus necesidades por hallarse en un estado de desvanecimiento o inconsciencia. En
estos casos la intervención de un agente social externo constituye más bien una
acción de salvamento que de ayuda. Se trata de situaciones en las que la valoración
de la necesidad o del peligro viene determinada objetivamente, dando por supuesto
que la persona solicitaría y aceptaría la ayuda si le fuera posible hacerlo.
Se pueden señalar también ocasiones en que la persona puede atender por sí
misma a sus necesidades, pero por razones de comodidad prefiere hacerse ayudar
por otras personas a las que se recompensa en dinero o en especie por tales servicios.
Por ejemplo un camarero, un limpiabotas o el conductor de un transporte público.
No basta, sin embargo, la percepción subjetiva de una necesidad, ni la
sensación de incapacidad para afrontarla, para que alguien se anime a pedir ayuda
a una tercera persona o institución. Se requiere, con frecuencia, un largo proceso de
evaluación de los costes y beneficios de tal solicitud. En efecto, la demanda de ayuda
implica muchas veces una amenaza a la autotestima, así como el miedo a contraer
una deuda impagable o incluso desarrollar una dependencia infantilizante o sentirse
restringido en la propia capacidad de criterio y decisión. En tales casos las personas
pueden sentirse inhibidas o retraídas ante la eventualidad de solicitar ayuda a un
tercero. Igualmente el miedo a molestar o a resultar una carga para los demás puede
constituir un lastre notable para pedir ayuda. Una mujer que estaba explorando la
posibilidades de seguir una terapia con una psicóloga a la que había conocido en
ocasión de unos encuentros profesionales esporádicos escribió después de los
primeros escarceos a su posible terapeuta:
“Hoy tenía mi primera sesión formal contigo, pero te escribo para decirte
que no vendré... Creo que cuando te conocí me diste la impresión de que
Gráfico 1
MODELOS DE TOMA DE DECISIÓN DE DEMANDA DE AYUDA
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La primera condición, en efecto, para que alguien se decida a solicitar una
ayuda es que exista una conciencia clara de una necesidad o carencia. Pero esto no
es siempre así, como queda dicho, a los ojos de quien experimenta una determinada
situación, aunque pueda serlo para los ajenos. Aun en el supuesto del reconocimien-
to de la existencia de un determinado problema, éste no siempre es valorado como
preocupante o dominante, de modo que su enfrentamiento o resolución se deja de
lado o para una mejor ocasión. Muchos son, en efecto los pacientes que acuden a
terapia con la conciencia de arrastrar un problema durante años, intentando quitarle
importancia, esperando que se solucione por sí solo o aplazando sine die su
enfrentamiento.
Sólo cuando un problema adquiere una dominancia relevante suele motivar la
atención del sujeto que lo sufre. Con muy buen criterio la reacción de un individuo
que se hace consciente de un problema tiende a ser la de buscar formas de hacerle
frente por sí mismo, es decir, la de poner en marcha sus propios recursos.
Únicamente cuando éstos se manifiestan insuficientes suele abrirse el sujeto a la
solicitud de ayuda externa, esto si mientras tanto no ha decidido abandonar de nuevo
o considerar como irresoluble su problema.
La búsqueda de ayuda externa se inicia habitualmente en los círculos más
próximos: familiares o amigos. Éstos pueden constituir una fuente de recursos
suficientes para hacer frente a las necesidades originales con los que restablecer un
estado de autonomía y bienestar. En ocasiones, no obstante, tampoco esta ayuda
basta; incluso a veces resulta indeseable, puesto que la fuente de problemática,
particularmente psicológica, puede estar en las relaciones con la propia familia, la
pareja, los amigos o compañeros del trabajo, etc. o bien éstos, a pesar de su buena
voluntad se sienten incapaces de hacer nada o se ven limitados a no decir más que
vaguedades. Caso de resultar infructuosa la búsqueda de ayuda eficaz en los
círculos proximales puede producirse de nuevo un abandono o resignación, con
evitación, premeditada o no, de acudir a otras fuentes de recursos más lejanas.
El acceso a los recursos distales suele hacerse también de forma graduada,
pasando de los profesionales más genéricos -médico de familia, servicios de
urgencias, sacerdote, etc.- al especialista. No es frecuente, todavía, que para los
asuntos de carácter psicológico la gente se dirija espontáneamente al psiquiatra o
psicoterapeuta. Ésta es una de las razones por las que muchos pacientes llegan a
psicoterapia solamente a través de la derivación.
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Gráfico 2
NIVELES DE INTERVENCION TERAPEUTICA
Subsistemas
del S. N. Objetivo Procesamiento Estadios evolutivos Tratamientos terapéuticos
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que pueda satisfacerlas por sí mismo o con los recursos a su alcance. Lo contrario
crea dependencia y frustración y pervierte la naturaleza de la psicoterapia. Cierta-
mente la psicoterapia se establece y desarrolla en el contexto de la relación entre
paciente y terapeuta. Esta relación adquiere una especial importancia, mucho mayor
y mucho más decisiva que la que puede representar cualquier otra relación. Esto
depende naturalmente del hecho que la finalidad de la psicoterapia es la exploración
y el cambio cognitivo de uno de los dos participantes; por tanto, los comportamien-
tos y las experiencias que entran en juego en la relación entre los dos protagonistas
de la experiencia terapéutica constituyen una interacción absolutamente distinta de
cualquier otra relación personal o profesional.
Desde nuestro punto de vista la psicoterapia puede concebirse como una
interacción social orientada a promover el desarrollo psicológico de un sujeto,
cubriendo de este modo déficits evolutivos, tal como hemos propuesto con la
utilización de la “entrevista evolutiva” (Villegas, 1993). Si concebimos la evolu-
ción psicológica como una serie sucesiva de construcciones epistemológicas -
sistemas de reglas y recursos cognitivos, afectivos y operativos- con que se
construye la realidad, y los pasos de unos sistemas a otros como crisis y reestruc-
turaciones de éstos a fin de ajustarlos a la complejidad creciente de sus interacciones
con el mundo, podemos entender por qué cualquier bloqueo en ese proceso de
reestructuración puede ser el origen de una disfunción o inadaptación psicológica.
En situaciones normales las crisis epistemológicas se resuelven generalmente
a través de un proceso dialéctico interno o externo que lleva a una ampliación del
sistema. Para un niño de seis o siete años la incongruencia entre el pensamiento
mágico y el realista origina una crisis respecto a sus creencias sobre los Reyes
Magos, que puede solucionar por sí mismo o con la ayuda de otros agentes sociales
coetáneos o de mayor edad. Una gran cantidad de estudios demuestra que en los
niños la interacción con los adultos promueve el cambio epistemológico de forma
mucho más rápida y eficaz que con los coetáneos o consigo mismos en solitario.
Probablemente una ventaja semejante es la que obtiene el paciente en psico-
terapia de la interacción con un agente social, en este caso el terapeuta, a causa más
que de sus conocimientos especializados en psicología, de una preparación
metodológica específica en el arte de favorecer el desarrollo epistemológico de un
sistema individual, familiar o de pareja.
Nos parece que la mejor imagen que se puede ofrecer de la interacción en
psicoterapia procede de la adaptación del pensamiento de Vygotsky a propósito de
la función pedagógica y socializante de la crianza o educación. Para Vygostky el
niño sigue un programa evolutivo marcado por sus propia capacidades innatas y las
necesidades inmediatas derivadas de su interacción con el mundo. Pero este
programa no se desarrolla espontáneamente sin la intervención de agentes sociales
que dialécticamente promueven su evolución, al tiempo que le trasmiten sus
instrumentos culturales de pensamiento y acción.
Gráfico 3
PACIENTE PSICOTERAPEUTA
A B C
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consigue, y esto por dos razones: a) porque aplica las mismas operaciones o criterios
de siempre, “no hace más que dar vueltas”, o b) porque recibe de familiares y amigos
puntos de vista que no son suyos, que pretenden sustituir un sistema espistemológico
propio por otro ajeno, con lo cual se genera una resistencia al cambio.
Una intervención psicoterapéutica adecuada viene representada en la figura 1
por el Cuadro C. Éste representa un sistema terapéutico, idealmente vacío de
contenido, para posibilitar la recepción del sistema del paciente por parte del
terapeuta y la sucesiva interacción dialógica. De esta forma el terapeuta (agente
social externo) a partir de la reproducción comprensiva de la estructura del sistema
del paciente y, utilizando sus propios términos, se convierte en agente del diálogo
interno (proceso de interiorización), facilitando el proceso de cambio o de reestruc-
turación autoorganizativa, a través de la exploración de la estructura actual del
sistema y de sus posibilidades evolutivas.
Para que esta interacción pueda considerarse exitosa se requieren tres condi-
ciones previas al inicio de la psicoterapia, que con frecuencia forman parte ya de las
tareas específicas del análisis de la demanda. Estas condiciones previas son:
predisposición, motivación y colaboración.
a) Predisposición: Para que se produzca una demanda de ayuda tiene que
darse, como queda dicho más arriba, una conciencia de crisis o una necesidad vivida
como tal. Sólo esta circunstancia permite desarrollar en el ánimo aquella predispo-
sición que Platón denominaba paraskhesis y que podría traducirse como aceptación
de la ayuda o apertura del propio sistema a la influencia de un agente exterior. Este
agente, de acuerdo con algunos autores, deberá ser percibido como un validador de
confianza (Semerari 1991).
b) Motivación: La actitud del paciente debe implicar un deseo de superación
del sufrimiento y de la necesidad de introducir cambios con esta finalidad en su vida.
El sufrimiento, como han puesto de relieve diversos pensadores, entre los cuales
Buda ya varios siglos antes de Cristo, es el motor del cambio. La finalidad de la
psicoterapia no es evitar el sufrimiento, sino aliarse con él para promover el cambio.
Perls señalaba agudamente que los neuróticos eran aquellos que sufrían por evitar
el sufrimiento. Como tal el sufrimiento es experiencia de lo real que es lo contrario
de la ansiedad, anticipación de la experiencia o experimentación fantaseada de lo
que tiene que venir, para lo cual cualquier acción, excepto la evitación, resulta
ineficaz. Como observa Maturana (1996) “si no hay sufrimiento no hay deseo de
cambio”. De este modo puede decirse que el sufrimiento es el aliado inseparable de
la terapia, lo contrario del dolor, que sitúa al paciente en una actitud pasiva, y del
resentimiento que lo sitúa en una posición vengativa.
Generalmente el paciente acude a terapia en un estado de confusión y
desespero. Aunque la falta de moral o confianza constituye frecuentemente un
obstáculo para el trabajo terapéutico, uno de los efectos más inmediatos y univer-
sales de todas las terapias (Frank, 1990) suele ser el de la moralización, que se
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del paciente, puesto que la finalidad de la psicoterapia es activar la posibilidad de
desarrollo de la persona, a partir de sus propios recursos; es decir, volviendo a los
orígenes etimológicos de la palabra psico-terapia, facilitar “la curación de la psique
por la psique” (la curación de la psique con los recursos de la propia psique del
paciente, no con los de la psique del terapeuta, como se suponía en el magnetismo
de Mesmer); proceso en el que, como queda dicho, el psicoterapeuta no es más que
un agente social externo especializado.
En realidad se trata de activar las fuerzas o posibilidades de cambio presentes
en la estructura del sistema epistemológico de la persona. Devolver el poder a las
personas (May, 1972; Rogers, 1977) a través del trabajo psicoterapéutico es el fruto
de una colaboración profesional (Egan, 1986), donde el experto es o debería llegar
a ser el propio cliente. Esta transformación no es producto, sin embargo, de una
influencia mágica, sino de una conversión del propio sufrimiento en una ocasión de
cambio; proceso en el que terapeuta y cliente colaboran a través de la interacción
que se instaura a partir de la demanda de ayuda.
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Responder a los contenidos implícitos de las expresiones pragmáticas es,
desde luego, un ejercicio de interpretación, cuyas probabilidades de éxito no
siempre están garantizadas. Ello depende en gran parte del conocimiento que los
interlocutores tiene el uno del otro, y de la medida en que comparten el mismo
contexto de producción, tanto desde el punto de vista cultural como interpersonal.
Explicitar la dimensión pragmática de los discursos es un proceso de negocia-
ción del significado; en el caso de la psicoterapia, de negociación con el paciente.
Por ejemplo, la frase con que muchos pacientes dan inicio a su primer contacto con
el terapeuta - “no sé lo que me pasa”,
desde el punto de vista de la enunciación es una expresión que implica una
negación del “saber” por parte del sujeto que emite la demanda y a la vez una
afirmación de que “algo pasa”. Pragmáticamente esta frase, pronunciada delante del
terapeuta, es una solicitud de ayuda que podría reformularse de forma más explícita
de este modo:
- “Ayúdeme, usted que es especialista (psicólogo), a saber lo que me pasa
y por qué me pasa y qué puedo o se puede hacer al respecto”.
La dimensión pragmática otorga al lenguaje una complejidad tal -gracias a su
enorme capacidad de sintetizar los contextos-, que no permite una lectura literal de
los enunciados, dado que ésta sería totalmente inadecuada. Por ejemplo, a una
comprensión literal, en la que sólo se toma en cuenta el valor enunciativo de la frase
“no sé lo que me pasa”, le correspondería una respuesta del tipo:
- “si usted no lo sabe, ¿cómo quiere que lo sepa yo?”.
Tampoco sería aceptable, por elemental, una respuesta del tipo reflejo:
- “¿Así, usted no sabe lo que le pasa?”.
Ni siquiera sería adecuada una respuesta, por evidente, que pusiera de
manifiesto el significado implícito inmediato:
- “Así, usted no sabe lo que le pasa y viene a mí para ver si puedo ayudarle
a saber lo que le pasa”,
o sus equivalentes:
- “No se preocupe, lo averiguaremos entre los dos”,
o bien
- “En estos momentos usted se siente confuso y ha decidido sabiamente
buscar una ayuda profesional”.
La comprensión pragmática requiere siempre dar un paso más, ir más allá de
la obviedad de la frase. Por ejemplo:
- “y..., ¿desde cuándo se encuentra, usted, así (en este estado de confu-
sión)?”,
supone que el destinatario ya ha entendido (da por sentado) la solicitud (de ayudar
al paciente a saber lo que le pasa), implícita en la expresión “no sé lo que me pasa”,
dando origen al inicio de una ayuda efectiva, por ejemplo, focalizando la atención
sobre el aspecto temporal: “¿desde cuándo?”. Esto permitirá al paciente ampliar su
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Gráfico 4
La no-demanda
Empezaremos, precisamente, por considerar un tipo de demanda que consiste
en pedir al terapeuta que no haga nada, que no intervenga en ningún modo; por eso
la hemos llamado la no-demanda. Un caso paradigmático puede constituirlo el de
una señora de unos 58 años que acude al psicoterapeuta, solicitada por los
requerimientos de su hija, estudiante de psicología. La mujer empieza su discurso,
después de los saludos de rigor, con estas palabras:
“Yo ya sé lo que tendría que hacer; ya me lo dice mi hija: ‘mamá, ¿por qué
no te separas de papá?’”.
Sigue a este exordio categórico un largo discurso donde la señora explica todos
los sufrimientos y sacrificios que ha tenido que hacer por el marido y la familia y
los maltratos que ha tenido que soportar. Lo mucho que todos le deben y lo
imprescindible que resulta para la buena marcha de la casa y lo absurdo que sería
romper la unidad familiar, puesto que toda su vida habría sido un fracaso. Ya casi
en el límite del tiempo de la sesión, el terapeuta interviene por primera y última vez
para decir:
T. “Si he entendido bien, señora, usted tiene problemas con su marido, no
se siente reconocida ni recompensada por él, ni siquiera bien tratada; ni
tampoco por sus hijos como debiera. Sin embargo usted se ha sacrificado
toda la vida por el bienestar de su familia, y ahora no tendría sentido
querer cambiar el rumbo de las cosas; usted viviría cualquier ruptura
como un fracaso. Por ello creo que el resistirse a destruir este matrimonio
es una postura coherente que obedece a sus sentimientos más profundos,
aunque su hija no esté de acuerdo”.
P. “Exacto”
T. “En este caso, señora, vaya usted con Dios. Y si en alguna otra ocasión
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desea venir a comentar cualquier otra cosa, ya sabe, será bienvenida.
La pregunta espontánea que surge ante situaciones como la presente es relativa
a la utilidad de tales visitas al psicólogo. ¿Qué es, desde el punto de vista pragmático,
lo que la señora espera del psicoterapeuta? En realidad, nada. Ella empieza
anteponiendo de forma muy clara que “ya sabe”, en contraposición a los que dicen
que “no saben”, no sólo lo que le pasa, sino lo que “tendría que hacer”. Pero lo que
tendría que hacer no es lo que hará, puesto que este condicional no responde a su
criterio, sino al de la hija. Separarse evitaría, sin duda, muchos problemas y
disgustos, pero equivaldría, a su vez, a un fracaso, al fracaso de toda una vida.
Entonces ¿por qué esta persona acude al psicólogo? Porque se lo ha pedido su
hija, para contentarla y hacerla callar. Ni siquiera utiliza la visita al psicólogo para
confirmar su punto de vista, puesto que desde el primer momento ya no manifiesta
ninguna duda, ni deseo de cambio, nisiquiera plantea una demanda de ayuda. Si el
psicólogo le apoya y está de acuerdo con ella, mejor; podrá decirle a la hija que le
han dado la razón. Si no, da igual: al fin y al cabo
“usted cree que eso de la psicología sirve para algo?
Otras veces el pensamiento mágico sirve de coartada a una solicitud de terapia,
poniendo al terapeuta en la imposibilidad de acoger una demanda que, de entrada,
viene negada.
“En realidad no sé muy bien por qué he venido. Cada vez veo más claro
que lo mío no tiene remedio. De hecho una maldición me persigue. Soy hijo
de madre soltera y de padre alcohólico; mi madre murió internada en un
sanatorio psiquiátrico y con ello se cumplió el “mal de ojo” que le había
echado mi abuela. Este pecado lo tiene que pagar el que lo comete y su
descendencia. Por fortuna yo no tengo hijos y no creo que los vaya a tener
nunca. La maldición se acabará conmigo. Además no voy bien de dinero
y no me puedo permitir gastármelo en la terapia”.
La demanda confirmatoria
Este tipo de demanda se parece a la anterior, en el sentido de que el paciente
va a salir de la terapia igual que ha entrado, es decir sin ningún cambio, pero,
contrariamente a la anterior, va a utilizar al terapeuta para convencerse a sí mismo
de lo acertado de su posición. Querrá debatirla con él, valorar los pros y contras,
contemplar la posibilidad de otras alternativas, para finalmente decidir quedarse
donde estaba, que ya estaba bien. Por eso la demanda confirmatoria da lugar, en
general, a procesos de terapia más largos, incluso de varios meses, contrariamente
a lo que sucede con la no-demanda que, por definición no dura más de una sesión.
Se podría argüir que en la mayoría de terapias sucede esto, es decir que no se
producen cambios espectaculares, que las personas buscan funcionar mejor sin
modificar sus estructuras, que la finalidad incluso de la terapia, como decía Rogers,
tomando la expresión de Buber (1948), es la de confirmar la persona del otro. De
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coche al colegio; es un esposo atento y ejemplar; no sale de juerga; es fiel
sexualmente. Ella vuelve a tener apetencia sexual. Llama al psicólogo: está muy
contenta y agradecida. La terapia funcionó: ella tenía razón, Miami era la solución.
El psicólogo le sirvió de sparring.
La demanda mágica
El estado de debilidad y confusión en que se encuentra el ser humano,
particularmente en los inicios de la experiencia de una crisis psicológica, conlleva
con frecuencia una regresión a los esquemas más primitivos de pensamiento y de
reacción emocional. No es extraño, por tanto, que los pacientes se vean tentados de
buscar soluciones mágicas, imaginando que sus problemas pueden desaparecer por
la acción del terapeuta, sin que ellos tengan que hacer nada por enfrentarlos.
Muchos, escribe a propósito de su proceso terapéutico Fabiola De Clercq (1995),
una ex-paciente, anoréxica durante veinte años,
“no tienen ni idea de lo que pueden encontrar en el trabajo psicoterapéutico:
la palabra misma les evoca la fantasía de una curación en poco tiempo,
como si se tratase de una fisioterapia que restablece el funcionamiento de
una articulación afectada por un traumatismo... La curación se concibe
como la desaparición de un mal, en lugar de una serie larga y lenta de
cambios, a veces imperceptibles, de las propias actitudes hacia la dificul-
tades, madurando una capacidad cada vez distinta para afrontarlas”.
Algunas películas han difundido la idea de que existen métodos casi milagro-
sos como la hipnosis, los productos homeopáticos, las esencias florales o las recetas
de herbolario chino capaces de descubrir y liberar de los traumatismos psíquicos,
las represiones infantiles o de infundir la energía y la capacidad de decisión de que
carece el sujeto. Así, no es extraño el caso del paciente que sugiere trabajar bajo
hipnosis, o pregunta la opinión del terapeuta respecto a los efectos de los tratamien-
tos florales. Aunque algo excepcional, también se da el caso del paciente que llega
a pedir una imposición de manos al terapeuta. Otros, incluso terapeutas, mezclan el
horóscopo y el Tarot con la psicoterapia. La mayoría de quienes buscan interven-
ciones milagrosas de este tipo, sin embargo, habitualmente ya seleccionan los
destinatarios adecuados para esta clase de demandas: magos, adivinos, curanderos,
etc.
Si bien de una forma no tan explícita, el carácter pasivo de las demandas de los
“pacientes” ante la psicoterapia encierra, con frecuencia, expectativas mágicas y
posiciones crédulas ya en su enunciado, como puede verse en la transcripción del
siguiente diálogo:
T.- ¿Qué te ha parecido el cuestionario?
P.- Bien, me he sentido muy identificado con algunas afirmaciones
T.- ¿Cómo te has sentido al rellenar el cuestionario?
P.- Yo lo he hecho para ti, para que me digas lo que tengo y lo que no tengo
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usted el deseo de saber, de aumentar sus conocimientos y ha empezado a
estudiar con ahínco. Es casi un deseo de revancha o venganza ¿no es
cierto? Ha apretado los codos y se ha forzado hasta quedar exhausta.
P.- Sí; he pensado a veces así: si me muero será por culpa de ellos.
T.- Convertirse en una intelectual y demostrar así su superioridad que
compensara los defectos que creía tener, aunque inconscientemente de-
seaba matarse con tanto esfuerzo para castigar a sus padres y a la gente
que la veía extraña ¿no es cierto?
P.- Usted parece un adivino.
T.- Bien, ahora tranquilícese; verá cómo todo cambiará.
Aunque no cabe duda que a través del diálogo el psicólogo se esfuerza en
captar a la paciente, queda claro que el primero le toma en todo momento la
delantera a la segunda, jugando al juego de adivino que ella le ha propuesto al
principio. Utilizando la información previa, facilitada por la familia, de que
dispone, el psicólogo se mantiene siempre en una actitud activa e interpretativa que
no da lugar a que la paciente tome en ningún momento la iniciativa; debe contentarse
con mostrar su acuerdo con el terapeuta y a dejarse sugestionar por éste, el cual lo
sabe todo, incluso lo que pasará en el futuro: “verá cómo todo cambiará”.
La demanda sintomática
La demanda sintomática, como bien indica su nombre, se centra sobre
síntomas que pueden tomar diversas manifestaciones: afecciones orgánicas de
distinta índole, trastornos neurovegetativos, reacciones de ansiedad, etc. Algunos
de estos síntomas son definidos como somáticos o psicosomáticos, otros como
psiquiátricos o psicológicos.
Respecto a los trastornos psicosomáticos se puede decir que, en general, el
paciente no los relaciona, en ningún modo, con una problemática de tipo psicoló-
gico. Sólo después de la consulta con varios médicos, los ingresos de urgencias, el
reenvío a varios especialistas, una serie de análisis y pruebas de resultado negativo
se llega a un diagnóstico definitivo: el enfermo no tiene nada; todo lo que le pasa
es de tipo psicológico.
La variedad de problemáticas somáticas y psicosomáticas que pueden reducir-
se a este diagnóstico es casi infinito: enfermedades del aparato digestivo, respira-
torio, sistema nervioso, sistema hormonal, afecciones de la piel, etc. La mayoría de
tales pacientes que llegan a terapia derivados por el especialista con este diagnóstico
tienen todos algo en común: vienen porque se lo ha dicho el médico, pero no se lo
creen. El éxito con tales pacientes depende en gran parte del modo cómo el médico
haga la derivación.
Un paciente, operado de una llaga en el estómago, fue derivado al psicólogo
durante el postoperatorio por el cirujano, que le acababa de operar, con estas
palabras:
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que había mal tiempo... ¿sabes que hubo un mes y medio que hizo un tiempo
super asqueroso?... Yo a este psiquiatra ya hace tiempo que no iba, pero
cada primavera le llamo por teléfono y me da la medicación... Ahora estoy
ligeramente perturbado.. De las tres crisis importantes, la actual es la que
menos. La primera fue, como te he dicho a los 17 años. La segunda a los
19, cuando la chica con la que salía desde los 17 me dijo de dejarlo y tal.
Entonces, volviendo desde el almacén donde fui a verla y tal, tuve la idea
de pegarme un tiro. Fue en aquellos momentos que me asusté. Llegué a
casa llorando y le dije a mi madre “mañana pide hora para el doctor, el
que atiende de esto... A mí todo esto me llevó al psiquiatra... A base de leer
llego a la conclusión de que esto no es sólo biológico. Yo estoy convencido
de que puede haber algo fisiológico, pero se ve que está aumentado
muchísimo por mi estado psicológico. Esto es un convencimiento que
tengo yo, y estoy seguro de que hay algo biológico, pero si tuviera, no otro
carácter, sino otra manera de digerir las cosas... Por esto me gustaría
saber por qué pienso lo que pienso, saber por qué me vienen estos estados,
saber cómo parar estos estados y saber distinguir un poco la fantasía de
la realidad.
La argumentación de este paciente de 28 años es un claro exponente de cuanto
venimos diciendo: atribución a causas físicas de su estado depresivo, pero a la vez
sospecha de un componente psicológico. Sin embargo el componente psicológico
no se identifica con facilidad; requiere generalmente un trabajo de paciente
exploración. Considérese por ejemplo, el caso de una chica de 20 años, que asiste
a un grupo de terapia, derivada por la psiquiatra del centro con un diagnóstico de
agorafobia. Aunque está tomando medicación y consigue ir a todas partes, acom-
pañada siempre de algún familiar o compañero del grupo, persiste su sintomatología.
En la entrevista se intenta que la paciente cambie su discurso centrado en los
síntomas neurovegetativos a otro, donde estos adquieran un significado contextual.
T.- ¿Qué fantasía tienes si estás sola entre multitudes? ¿Qué es lo que te
pasa por la cabeza?.
P.- Es que no me pasa nada por la cabeza. Es todo en el cuerpo. Mucha
aceleración; me encuentro muy mal.
T.- O sea que en lugar de pensar, tu cuerpo reacciona y no llega a formarse
el pensamiento
P.- No; porque yo no me hago ninguna fantasía. Me pasa. O sea yo me lo
noto; cuando me pasa que el corazón me va más de prisa, que me siento
ahogada y malestar.
Como decía Dilthey (1894) la finalidad de la psicología es la de “comprender
por el contexto, dejar aparecer el contexto, todo el contexto, a fin de captar el
significado de cualquier fenómeno humano, puesto que la significación no se
encuentra en el conocimiento de las causas, sino en la relación entre los elementos
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 51
T.- Antes ¿cuándo?
P.- ¿Cuándo en el tiempo? Pues hace tres años... Yo cuando estoy así
pienso para atrás. De pequeña ya era miedosa, pero cuando crecí un poco
más lo iba venciendo. Cuando tenía que hacer algo nuevo buscaba una
compañía...
T.- ¿Entonces qué pasó hace tres años?
P.- Es que no lo sé. No, no; es que no sé. ¿Qué por qué me pasa esto?
T.- No, no, no, “porqué”; ¿qué pasó; qué cambios hubo, qué situaciones
nuevas?
P.- Ah! bueno sí, tuve muchos problemas...
T.- Por ejemplo.
P.- Yo tenía un novio, yo dejé a este novio y bueno en mi casa fue un
berenjenal y mi madre pues no se lo tomó bien... Fue todo un follón. Toda
la familia en contra de mi; yo tenía 17 años y mi madre me dijo: “pues tu
no vas a salir de casa y te voy a encerrar en un colegio”, se puso histérica.
Y entonces me fui a casa de mi tía y estuve un tiempo hasta que se pasara
el castigo. Ahí empezó todo.
Este proceso transformativo de la demanda de ayuda de un nivel de expresión
sensoriomotor a otro narrativo o concreto (Villegas, 1993), de sustitución de un
contexto sintomático por otro semántico, se convierte en uno de los pasos consti-
tutivos del análisis de la demanda, a través de los cuales se intenta definir en
términos homogéneos las necesidades del sujeto y los recursos del psicoterapeuta.
Este proceso de reformulación permite modificar la posición pasiva del demandan-
te, característica del modelo de interacción médica, en el sentido de promover una
actitud colaborativa, propia de la psicoterapia.
Hay casos, finalmente, en que la problemática del paciente exige un tratamien-
to psiquiátrico, combinado con otros tratamientos de terapia de apoyo, familiar, etc.:
“No sé porqué tenemos que venir aquí toda la familia, si el enfermo es él
y no nosotros. ¿Usted cree que la psicoterapia le servirá de algo? Yo no
creo que se trate de un problema psicológico, sino físico. En la familia por
parte de madre ya hay antecedentes de la misma enfermedad. Un tío de ella
ya estuvo muchos años internado en un hospital psiquiátrico. Allí le daban
electrochocs... Nosotros no podemos hacernos cargo de él. Y, aunque
debiéramos, no sabríamos cómo hacerlo. Así que lo hemos traído aquí
para que lo cuiden o lo internen o le hagan lo que haga falta”.
En este caso el análisis de la demanda requiere reconvertir una solicitud de
ayuda, centrada en el paciente designado, en una oferta de ayuda ampliada al marco
familiar o incluso a toda la red social, dado que quien hace la demanda de ayuda no
es el paciente designado, pero es a él y a la familia a quien puede beneficiar, con
frecuencia, la psicoterapia como parte integrante de un tratamiento más amplio.
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 53
así, o de nerviosismo.
T.- Cuáles son los aspectos más inmediatos de tu vida cotidiana que te
preocupan más. Me has dicho que hay momentos durante la semanas en
que experimentas crisis de identidad.
P.- Sí, pero también pueden durar una hora, o media hora.
T.- ¿Qué pasa en estos momentos?
P.- No me encuentro bien, me siento angustiado, no sé cómo definirlo.
Como ayer cuando volví a casa: una sensación de ansiedad, de tristeza, de
no tener ganas de hacer nada. Me bebo dos cervezas y me voy a la cama,
pero no consigo dormir, pico algunas cosas de la nevera; me pongo a leer;
miro la televisión... Miedo a salir, no lo sé
T.- ¿Te has planteado los motivos por qué te pasa?
P.- Sí, desde luego que me lo pregunto; casi siempre me lo pregunto
T.- ¿Y que explicación te das?
P.- Si lo supiera no estaría aquí
El diálogo continúa hasta que el paciente es capaz de contextualizar más
concretamente estas sensaciones. Pero la especificación de los aspectos concretos
implicados en estas preguntas tampoco lleva por sí misma necesariamente a la
formulación de una demanda psicológicamente operativa. Suele dar, por el contra-
rio, paso al desplegamiento de la queja.
Una paciente de 30 años, a la que llamaremos Marisa, casada desde hace tres,
se presenta con una petición inespecífica del tipo “necesito mejorar mi estado de
ánimo”, que poco a poco va especificando al considerar que su estado de ánimo
actual es el
“resultado de un cúmulo de cosas ante las cuales, finalmente, me he dado
cuenta de que no puedo salirme sola. He probado de convencerme de que
las podría superar con paciencia y que el tiempo ayudaría, que si ponía de
mi parte algún esfuerzo, sacaría algún provecho; pero no consigo llegar
a nada. También he intentado encontrar trabajo, ilusionarme con las cosas
de la casa, buscar otras salidas; pero nada me sirve. Creo que si tuviera
más fuerza de ánimo, podría salir adelante”.
La expresión de la queja es algo habitual y esperable en una persona que se
siente mal, y generalmente cubre una función, la de justificar ante un agente social
-el psicoterapeuta- un estado de enfermedad psicológica que socialmente suele ser
poco aceptable, o al menos esto cree el sujeto. Pero la queja no es todavía operativa
desde el punto de vista psicoterapéutico. Analicemos por un momento qué significa
a nivel discursivo en nuestro caso, presentándolo en forma de un silogismo:
a) (premisa mayor) la expresión “yo no puedo salirme sola”, implica pragmá-
ticamente que necesito a alguien para salirme. Este alguien es la persona a quien va
dirigida la demanda.
b) (premisa menor o condición) el medio para salirme de este estado de cosas
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 55
hayan superado, en general, el estadio de la queja, involucrando voluntaria o
involuntariamente en ella al propio terapeuta. Por ello su demanda, aunque no
expresada en estos términos, continúa siendo mágica. En efecto: ¿qué puede hacer
el terapeuta para ayudar a alguien a tener más ánimos?, ¿darle unas palmaditas en
la espalda? Se plantea pues la necesidad de transformar la queja en una demanda
psicológicamente operativa. Como dice Maturana (1996) la queja hay que acogerla
y escucharla:
“A lo mejor el paciente dice que quiere cambiar algo, pero no es eso
necesariamente lo que quiere cambiar. Usualmente, en el relato de la
queja va a aparecer todo; lo que pasa es que uno se demora en escuchar”.
Para ello hay que evitar centrarse en los aspectos pragmáticos de la demanda
y desarrollar, como hemos visto en este último caso, los discursivo-enunciativos.
Algunos autores creen que hay que enfrentar directamente al paciente con sus
pretensiones pragmáticas:
“¿qué es lo que espera usted de mí? ¿qué cree que puedo hacer yo por
usted?”.
A nosotros esta práctica, centrada en el enfrentamiento directo yo-tu, nos
parece inapropiada y de mal gusto, nacida de un resentimiento ante el paciente,
precisamente por sentirse de alguna manera interpelados por él. Que el paciente pida
ayuda no significa que le debamos prestar la ayuda mágica que imagina, o que
imaginamos que imagina.
El análisis de la dimensión pragmática de la queja hay que guardárselo para
los adentros, considerándola fruto de un estado de necesidad que no sabe expresarse
de otro modo. Sólo hay que focalizar la atención en los aspectos pragmáticos cuando
éstos no forman parte de la queja, sino de la demanda misma.
Un paciente de unos 52 años de edad inicia una terapia con una demanda que
se expresa aproximadamente en estos términos:
“Me siento mal; estoy triste y sin ganas de hacer nada. Me cuesta mucho
dormir por las noches. No tengo ninguna ilusión”.
Todos estos síntomas se habían precipitado a raíz de un problema en el trabajo
donde se sintió injustamente degradado y fue apartado de sus funciones habituales.
Ello le situaba, además, en desventaja respecto a su mujer, que desempeñaba un
trabajo de mayor categoría que el suyo. Terminó por abandonar el trabajo y ponerse
a desarrollar una actividad artesanal como autónomo. Durante las primeras sesiones
se desahoga explicando su historia que parece guardar una estrecha relación con
todos sus problemas de tipo depresivo. Hacia la octava o novena sesión da por
terminada su colaboración y dirigiéndose a la terapeuta, que es una psicóloga
mucho más joven que él, le suelta:
“Bueno, ahora ya no tengo nada más que explicar, no sé que más decirte”,
como diciéndole, ahora te toca a ti hacer algo por mí; yo ya he hecho lo que me
tocaba (explicar la historia). Al final de la siguiente sesión, al levantarse para salir
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 57
ninguna pared donde apoyarme.
La demanda específica
Existen pacientes que por diversas circunstancias -experiencias anteriores, su
propia formación, etc.- acuden a psicoterapia con una idea mucho más formada
sobre los objetivos y ámbitos de aplicación de la psicoterapia, como el caso de una
chica de veintiséis años, la décima de once hermanos, cuya formulación inicial de
la demanda es como sigue:
Bueno, yo en principio venía porque ya he ido a un psiquiatra hace tiempo,
pero me daba pastillas. Entonces él lo que me dijo es que yo tenía crisis de
angustia y, realmente, es que tengo mucha angustia, pero es porque tengo
miedo de muchas cosas. Tengo miedo sobre todo de lo social; también me
da miedo cruzar un puente; antes cuando era más joven no me daba miedo,
pero ahora me da cada vez más. El psiquiatra me daba pastillas y me
dejaban como muy dormida, y como sin reflejos. Y entonces decidí no
tomar más. Y luego, hace poco, he ido a un terapeuta que utiliza remedios
florales y me los estoy tomando; no es que lo note mucho. Y entonces, al
final, decidí ir a un psicólogo, que creo que me hace falta y eso. Mas que
nada lo que tengo es tanta angustia que al final una forma de descargarme
es, en casa, llorando...; pero vamos, quizás lo que pasa es que le doy
muchas vueltas a las cosas, y tengo inseguridad, y entonces ante la gente
me quedo como bloqueada
La demanda que plantea la paciente del caso viene claramente dirigida a un
psicólogo, distinguiendo, en base a la propia experiencia, los medios físicos de los
medios psicológicos. Se especifica además el problema en términos de crisis de
angustia o ansiedad generalizada, particularmente en contextos sociales, aunque no
queda muy determinado si como causa o como efecto. Sin embargo, tales especi-
ficaciones, tanto en este caso como en otros, no suelen superar el nivel diagnóstico,
que responde todavía al modelo médico. Atender a este tipo de demanda exige, de
nuevo, reformular sus supuestos en términos semánticos, no sólo sintomáticos, ni
siquiera cuando los síntomas son psiquiátricos o entran en las clasificaciones del
DSM-IV.
Nos viene a la memoria el caso de un paciente de unos treinta años, médico de
profesión, al cual se le había diagnosticado en su juventud una patología neurológica
muy poco frecuente: tremor essentialis. En consonancia con su formación médica
y con el diagnóstico, el paciente había consultado innumerables especialistas
nacionales y extranjeros sin encontrar un tratamiento eficaz. La patología, que
implicaba particularmente temblores en las manos, le impedía el ejercicio de la
medicina clínica y, con mucho más motivo de la cirugía. Una psicóloga le había
ayudado con técnicas conductuales a hacer frente a algunas dificultades de actua-
ción en público. Por razones profesionales se vería pronto obligado a hablar en
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 59
interesantes: la terapeuta se inventó una enfermedad similar para establecer una
especie de competencia con el niño: “a ver quién se traga antes la comida”.
Favoreció, así mismo, una mediación entre padres e hijo y de los esposos entre sí,
implicándoles en el juego, haciéndoles ver los videos grabados durante las sesiones
y enseñándoles los trucos para hacerle comer. Con la llegada de las vacaciones los
padres asumieron la iniciativa terapéutica. Al regreso del verano el niño ya comía
normalmente; los padres querían subrayar este logro ante el terapeuta, el niño, en
cambio, se empeñaba en querer explicar las cosas que habían hecho “juntos”. Una
visión más compleja permitió integrar y dar razón epistemológica de lo que sucedía
en los niveles más concretos tanto del comportamiento fóbico del niño como de la
intervención de la terapeuta.
En efecto lo importante de los síntomas es el contexto simbólico en el que se
producen, lo cual remite a su dimensión semántica. Los síntomas constituyen el
texto, el análisis del contexto permite entenderlos en términos discursivos. Un
alcohólico social puede, sin duda, intentar superar su dependencia de la sustancia
evitando los contextos físicos, llamados “ambiente” por los conductistas, en que se
produce la toma; pero si no los comprende en su dimensión semántica o significativa
no llegará a producirse un cambio epistemológico en su sistema de construcción de
la realidad. Esta evitación podrá subsistir solamente en un contexto protegido y/o
coercitivo -comunidad terapéutica, alcohólicos anónimos- porque no será el fruto
de un cambio epistemológico. Las personas construyen la realidad de una manera
determinada, y esto genera toda una serie de conductas, porque la construcción es
una anticipación connotativa de la experiencia, por la que las diversas situaciones
se consideran positivas o negativas antes de que se produzcan. De alguna manera
puede decirse que nacen de la experiencia, pero niegan, o al menos dificultan, la
posibilidad de experiencia; de modo que quedan estancadas en una estructuración
epistemológica determinada y dificultan el cambio. El alcohólico social, por
ejemplo, aquel que bebe únicamente en compañía, nunca de forma solitaria, parte
de la experiencia que beber en compañía es un modo de relacionarse; relacionarse
es un modo de no sentirse solo; sentirse solo sería un indicador de fracaso social;
el fracaso social consiste en no ser reconocido por los demás; no ser reconocido por
los demás significa que uno no vale nada. La identificación del reconocimiento por
parte de los demás con el valor propio es el núcleo de esta construcción que
imposibilita el cambio epistemológico en términos de “yo puedo tener un valor,
aunque los demás no me reconozcan”.
Si por ejemplo alguien piensa que la felicidad es la finalidad de la vida y
encuentra la felicidad -generalmente confundida con el placer como estado fisioló-
gico- en la droga, no podrá dejarla hasta que ésta le produzca un mayor grado de
infelicidad que de felicidad o hasta que cambie su construcción de la felicidad como
consecución inmediata y sin esfuerzo del placer por otra, donde la consecución de
objetivos a largo plazo a través del esfuerzo personal sea más gratificante que la
La demanda perversa
Denominamos demanda perversa a aquella que, de acuerdo con la etimología
de la palabra “per-versus”, va en una dirección contraria o enfrentada a la original,
bruscamente apartada de su finalidad, vuelta del revés. Si hemos dicho que la
finalidad de la psicoterapia era la de analizar las necesidades del paciente para que
éste pudiera llegar a satisfacerlas por sí mismo, utilizando o desarrollando sus
propios recursos, consideraremos una demanda perversa aquella que tenga por
objeto la satisfacción directa de estas necesidades a través de la psicoterapia, y más
en concreto de la relación terapéutica implicada en ella. Naturalmente esto puede
suceder inversamente por parte del terapeuta, en cuanto éste pretenda utilizar la
situación de indefensión de sus clientes para satisfacer sus necesidades propias de
afecto, poder o dinero.
La denominación de perversa a este tipo de demanda del paciente, o de
intervención del terapeuta, no supone la emisión de un juicio moral ni legal por
nuestra parte. Simplemente describe la dirección inversa que sigue la interacción
entre paciente y terapeuta. Naturalmente tampoco lo excluye. El grado de moralidad
o inmoralidad que pueda prejuzgarse en cada caso pertenece al ámbito de la
intencionalidad más o menos consciente, y no vamos a entrar en ello en este artículo.
Sólo añadir que, aunque aquí consideramos preferentemente la demanda del
paciente, por ser el objeto de nuestro estudio, la atribución de responsabilidad moral
o legal, en general, debería afectar más al terapeuta que al paciente por su situación
de privilegio en una relación de clara asimetría.
Las necesidades cuya satisfacción se ponen en juego en la demanda terapéu-
tica pueden agruparse en grupos motivacionales como los descritos por McClelland
(1955), recogidos también por Carli (1990) en su artículo antes citado, de motiva-
ciones de afiliación, poder y logro. Una clasificación semejante se puede extraer de
la concepción más etológica de Liotti (1996; véase en este mismo número) el cual
distingue cuatro motivaciones básicas o sistemas comportamentales de origen
innato que se activan en cualquier relación, y naturalmente también la terapéutica.
Estos son: los sistemas de apego, de sexualidad, de dominación y de colaboración.
De acuerdo con estas clasificaciones podemos establecer una casuística
categorial donde se tengan en cuenta la diversidad de demandas perversas posibles,
considerando como tales a las demandas de satisfacción directa en terapia o a través
de ella de las necesidades de apego, de sexualidad y de poder o dominancia. Los
sistemas de colaboración son, en cambio, los que hemos postulado para definir la
terapia; por lo que, a no ser que estén disfrazando otra cosa, son los adecuados para
activarse en sintonía con el tipo de interacción que exige la psicoterapia.
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 61
a) demanda de apego
Algunas personas tienen en su vida una carencia real de relaciones afectivas
familiares o amistosas. Esta es una necesidad auténtica, a no ser que se trate de
individuos solitarios, pero que, como hemos dicho, no puede satisfacerse directa-
mente en la terapia, so pena de pervertirla.
El caso que vamos a considerar se produjo en el ámbito de una terapia de grupo,
lo que potenciaba aún más las posibilidades o, al menos, la fantasía de satisfacer
directamente tal necesidad con diversos miembros del grupo. El paciente, al que
llamaremos Alberto, de unos 30 años de edad, es soltero y vive con sus padres. Como
no tiene ninguna relación amorosa ni de amistad, se dedica de forma compensatoria
al trabajo, donde hace innumerables horas extras, sábados incluidos, además de una
actividad extralaboral, generalmente no remunerada, como director de una coral,
así como algunas clases particulares de música. El primer día del grupo, al hacer su
presentación, enuncia claramente cuál es su demanda respecto al grupo de terapia.
“Yo he venido para a ver si hago amistades en el grupo”.
La demanda es claramente perversa, aunque hecha de forma inocente, sin
trampa ni cartón. El equipo terapéutico toma nota de esta enunciación perversa, pero
decide que es todavía pronto para trabajarla y que hay que esperar a que los
acontecimientos pongan a prueba la posibilidad de satisfacción de la demanda.
Desde luego, el grupo no se puede interrumpir por él, ni se le puede echar sin darle
la oportunidad para elaborar su demanda.
Efectivamente Alberto empieza a manejar al grupo, sobre todo fuera del
ámbito estricto de las sesiones, para satisfacer sus necesidades. Se ofrece a hacer
favores, acompaña con su coche a los pacientes fóbicos, organiza fiestas y
encuentros, se convierte en la centralita telefónica por donde pasan todos los
mensajes y comunicaciones entre los miembros del grupo. A los tres meses de
iniciado éste, y durante el período de vacaciones de Navidad, se produce un
acontecimiento particular: una chica, a la que llamaremos Sandra, va a ser
intervenida quirúrgicamente de una grave afección en la columna vertebral. Alberto
organiza con la enferma y los demás miembros del grupo una cena de despedida y
celebración de la Navidad antes de la operación, se propone como el coordinador
de cualquier interacción del grupo con la paciente operada. Venciendo además su
aversión a los hospitales se decide a visitar a Sandra en el hospital, cuando todavía
se halla en el período postoperatorio. Esta se encuentra en un estado muy débil y con
fuertes dolores por todo el cuerpo y no desea ver a nadie, de modo que reacciona con
disgusto a la visita de Alberto. Éste, al sentirse rechazado empieza a notar los
síntomas físicos de opresión que ejercen sobre él los hospitales y cae desmayado en
la habitación misma, dándose la paradoja de que la enferma tiene que asistir al
visitante. Unas semanas más tarde, en coalición con otra compañera, pero excluyen-
do a otros miembros del grupo, decide hacerle un regalo. No se le ocurre mejor idea
que entregárselo como obsequio de bienvenida al inicio de la sesión en que Sandra
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 63
terapia como fuera de ella, como un medio para conseguir amistades. Y que esto era
una demanda equivocada. Por primera vez Alberto analizaba su necesidad de
apego, en lugar de intentar satisfacerla directamente a través de la terapia.
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 65
psicodiagnósticas, una exigencia de definición de su caso, dentro de los parámetros
de nosografía psicopatológica. Enfoque hacia el cual se habría desplegado su gran
habilidad para confundir al interlocutor, desbaratar cada una de sus hipótesis,
llegando al final a la conclusión que, en su caso, no había nada que hacer. El
cuestionamiento que se le hizo, en cambio, había desmontado su proyecto implícito.
Ahora había vuelto a terapia para retomar aquel cuestionamiento y entender el
sentido de su necesidad de medirse con la persona a la cual se había dirigido, para
después invalidar su intervención.
La demanda vicaria
No es infrecuente el caso en que la persona no viene a terapia para solucionar
sus problemas ni para satisfacer sus necesidades, sino para poner una demanda cuyo
posible beneficiario no se halla presente y ni siquiera ha delegado esta función en
el demandante. Generalmente se trata de madres que solicitan ayuda para sus hijos;
o de esposas, más raramente ellos, que lo hacen por sus esposos. A este tipo de
demanda la llamamos vicaria en cuanto se hace en sustitución de otra persona.
El discurso suele seguir siempre el mismo esquema: se describe un problema
que se atribuye a la persona ausente y se pide alguna ayuda psicológica del tipo:
“¿qué puedo hacer yo para ayudarle?; ¿cómo podría conseguir que
viniera aquí?; ¿cómo podría hacer para que dejara de beber o jugar?;
¿cómo le puedo convencer para que se deje ayudar?; ¿qué puedo hacer
para que cambie o para que me haga caso?”
Quien hace la demanda suele atribuir al sujeto ausente el origen de todos los
males, para cuya solución se requeriría su participación y compromiso, aunque se
considera altamente improbable. Tal es el caso de una mujer de treinta años, casada
desde hace cuatro, madre de dos hijos de tres años y cinco meses respectivamente,
que acude al terapeuta con la siguiente queja:
“Soy enfermera, pero mi marido no me deja trabajar. Por ejemplo, este
mes debería hacer dos semanas de turno y él me atosiga tanto que estoy
siempre en ascuas. Dice que mi puesto está en casa con los niños. De
acuerdo, pero yo quisiera..., necesito unas vacaciones. Siento necesidad
de alejarme de ellos. De estar con otra gente. No puedo estar siempre
cerrada en casa... Pero no es sólo esto. Para empezar hay un montón de
cosas que no sabía de mi marido antes de casarme y que debería haber
sabido; al menos pienso que debería haber sabido. Creo que es un
alcohólico crónico. Bebe cada día y parece que no puede evitarlo. El dice
que sí, que lo consigue, pero no es cierto. No lo ha conseguido nunca,
exceptuando cuando el doctor lo puso a dieta, y entonces se puso a comer
caramelos... Desde que me casé; ya durante la luna de miel bebía cada
noche. No quería ir a ninguna parte; sólo quería quedarse en casa a beber;
y yo no lo soportaba. Tengo la impresión de que terminará por destruirme
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 67
hermana: mira déjate de tonterías, tú piensas que el matrimonio es una
cosa y luego es otra, muy distinta. Cuando me dijo que no sabía de qué me
quejaba, me callé. Ya sabrá ella por qué lo digo yo”.
Como hemos indicado ya en la introducción de este caso, la paciente mezcla
en la demanda las expresiones de malestar personal con los requerimientos
explícitos sobre el comportamiento del marido y la conveniencia o no de una terapia
de pareja. Aun así, la posición de la demandante es muy pasiva y está orientada a
provocar un posicionamiento del terapeuta en su favor y en contra del esposo,
induciéndole, no se sabe cómo, a que cambie de conducta, esté menos por los
deportes y más por la casa, la mujer y los niños.
La demanda delegada
Hemos tenido ocasión de comprobar que en la mayoría de los casos los
pacientes llegan a psicoterapia a través de una derivación. A veces es una
recomendación de algún familiar o amigo que ha tenido alguna experiencia similar;
con frecuencia no es más que la indicación de qué terapeuta se considera más
adecuado o de confianza, como respuesta a una iniciativa propia; en otros casos son
los parientes -particularmente los padres o consorte- quienes insisten y a veces
chantajean al paciente para que acuda a terapia. Así nos encontramos con expresio-
nes relativas a la derivación como éstas:
“He venido porque según mi mujer tengo muchos problemas”; “mi esposo
me ha dado el ultimatum: o dejo de mostrarme celosa o me planta”; “mis
padres están preocupados por mí, porque dicen que últimamente me ven
muy encerrado en mí mismo y de mal humor”; “una amiga mía me ha
recomendado que acuda a usted”.
En muchas otras ocasiones, sin embargo, es algún otro profesional de la salud
quien ha tomado la iniciativa de hacer la derivación sin que el paciente esté muy
convencido ni llegue a veces a entender el por qué tiene que ir al psicólogo. Ya
hemos observado antes que el éxito o fracaso de una derivación depende mucho de
cómo se lleve a cabo por parte del profesional derivante. Este puede hacer una
derivación clara, razonada y prestigiosa para el psicoterapeuta, como en el caso que
hemos considerado más arriba de derivación por parte de un médico cirujano, o
puede hacer una derivación muy genérica:
“esto es psicológico” o “son los nervios”,
acompañada con frecuencia de una valoración previa invalidante:
“usted no tiene nada; más valdría que se lo hiciera mirar por un
psicólogo”,
de donde se deduce que lo psicológico “no es nada (importante, se entiende)”.
Naturalmente también pueden ser otros colegas psiquiatras o psicólogos
quienes por razón de falta de tiempo o de especialización, o por proximidad de
parentesco o amistad con el demandante, por traslado o cese en la actividad
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 69
familiares. El terapeuta recibe, un mes escaso antes del verano, sendas llamadas de
la familia y del psiquiatra con la indicación prescriptiva de “hacerle al chico
urgentemente dos sesiones semanales de psicoterapia en profundidad”. El terapeuta
“delegado” aduce a la familia que ésta no es su forma de trabajar, que si ellos quieren
asumirá el estudio del caso, pero que dada las limitaciones de tiempo accede
solamente a evaluar la situación y a valorar las posibilidades de otro tipo de trabajo
más bien de carácter familiar que individual. Durante la exploración se toman algunas
decisiones de carácter práctico, que ya estaban en el ánimo de los padres, se contextualizan
los conflictos del chico y se intenta convertir la ansiógena preocupación de los padres
en compromiso colaborativo: para ello ya durante el proceso de evaluación se cita varias
veces a los padres solos, e incluso se les propone actividades conjuntas, como la
ejecución de esculturas familiares (Onnis, 1990). Al final del período evalutivo el
terapeuta les escribe y lee esta carta en la que se intenta redefinir toda la situación, a fin
de posibilitar una demanda distinta de aquella que fue delegada.
Ante la inminencia del período estival deseo escribirles unas líneas que
sirvan de recordatorio de las consideraciones que hemos compartido
durante las sesiones de evaluación psicológica, durante las cuales he
tenido la oportunidad de admirar la puntualidad, interés, responsabili-
dad, espontaneidad y franqueza con que han participado y colaborado.
Todas estas cualidades han hecho fácil, y espero que fructífera, la relación
con ustedes. En nuestra exploración se han puesto de manifiesto otras
cualidades personales, que sin embargo, llevadas a sus extremos, consti-
tuyen polaridades semánticas familiares que pueden dificultar el posicio-
namiento de su hijo Juan respecto a la constelación parental, tales como
idealismo-materialismo, pensamiento abstracto - concreto.
Juan presenta también esta dualidad en su forma de pensar y construir el
mundo, con evidentes dificultades de integración de ambas perspectivas.
Él es un chico sensible, que se ha visto rodeado de un medio escolar hostil
al que no se ha adaptado del todo. Posiblemente no ha encontrado el
necesario apoyo y comprensión en las estructuras, ni ha desarrollado las
estrategias para hacer frente a los problemas que se le han presentado en
la escuela. Por eso creo que la decisión de cambiarle de colegio es sabia:
le da, al menos, una oportunidad para empezar de cero.
Juan es hijo único, le faltan amistades y con frecuencia se queja de
aburrimiento. Parece, igualmente, que capta unas expectativas de parte de
sus padres algo exageradas conforme a sus posibilidades y a su rendimien-
to. Todo ello, habida cuenta además que es nacido en diciembre, le pone
frecuentemente en una situación de exigencia respecto al rendimiento
escolar y a la madurez personal, que pueden ser causa de tensión y de
evitación de la escuela. Se encuentra, por otra parte, en un momento de
transición de su proceso de maduración personal: la adolescencia o pre-
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 71
de rechazo de intervenir. Se le dijo que la preocupación por los otros que impedía
a la señora curarse (para no suspender el amamantamiento) y le daba también una
especie de altruista satisfacción, demostraba en realidad que ella no quería recono-
cer un estado de enfermedad”.
Algunos días después la paciente telefoneó, aceptando una terapia
farmacológica. Cuando los síntomas más inhabilitantes empezaron a remitir se le
indicaron dos posibles caminos: el primero seguir en su posición pasiva, el segundo
emprender una psicoterapia, eventualmente individual, de pareja o de familia.
Colusión:
Puede definirse la colusión como una alianza con otra persona o institución en
detrimento de una tercera. En el ámbito psicoterapéutico esta situación no es
infrecuente, sobre todo cuando son los familiares de un paciente “designado”
quienes presentan la demanda de ayuda que, muchas veces no es otra cosa que la
demanda de un diagnóstico y un tratamiento (coercitivos) no precisamente terapéu-
ticos. En estos casos la terapia sistémica, con muy buen criterio, incluye en la terapia
o “tratamiento” a demandantes y demandado para diluir con este planteamiento el
efecto colusivo. Generalmente la demanda colusiva lo es en perjuicio de una tercera
persona distinta del demandante, pero puede darse el caso, como tendremos ocasión
de ver en el segundo de los ejemplos, que el demandante, sin darse cuenta, entre en
colusión consigo mismo. Vamos a considerar pues los dos casos separadamente.
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 73
tú, que tu madre (natural) lo era”.
El (falso) dilema era pues asfixiante: o Ricardo no es mi hijo (sino hijo de p...)
cuando se comporta de forma agresiva, mal hablada y egocéntrica; o bien Dios ha
castigado mi orgullo, por creer que podía convertir un trozo de carbono en un
diamante, solamente con mi voluntad y en reacción de envidia con los otros
familiares, tíos y primos (Gráfico 5). La respuesta a la demanda se dirigió pues a
explicitar este dilema subyacente y a facilitar una construcción distinta, no sólo de
lo sucedido cuarenta y ocho horas antes, sino de todo el proceso de adopción, con
tanto de amor y de lucha, pero también de éxitos y fracasos: un hijo, como cualquier
persona, reúne en sí aspectos positivos y negativos que pueden ser vividos de forma
integrada, no necesariamente excluyente.
CONTEXTO PRAGMATICO
PRETEXTO
TEXTO
¿Estará loco?
¿Lo tendremos que recluir
en un manicomio?
DISCURSO
ORGULLO VERGÜENZA
hijo de madre (adoptiva) hijo de p...
INTERACCIÓN EN PSICOTERAPIA 75
en un reality show de la televisión. Había una chica anoréxica que contaba
su historia. Usted me conoce bien, doctor..., me preocupé en seguida y no
pude dormir durante toda la noche. Pero, después, al día siguiente me
había pasado todo.. Una chica anoréxica que no comía. Estaba muy
delgada, pero no quería comer, porque si se sentaba a la mesa entonces no
era capaz de controlar, habría comido tanto, y se habría engordado sin
fin... ¡Doctor! ¡Justo como yo pensaba que me podía suceder a mí! He
pensado que me había cogido la anorexia. Y después me he acordado de
Antonio, el amigo médico que me envió a usted hace diez años...: me he
acordado que cuando aún padecía del estómago (antes de que hiciesen
efecto los fármacos) me había dicho riendo que, según él, todo esto era una
cuestión mental, que el estómago no tenía nada que ver y que si continuaba
así podía volverme anoréxica. Pensé que era una broma... ¿Y si, por el
contrario, hablaba en serio? En fin, he empezado a sentirme confusa. cada
vez más angustiada...; me parecía enloquecer...; y de nuevo el pánico. No
podía evitarlo...; lo sé ¡doctor! que usted es contrario..., pero he tenido que
ir a leerme la enciclopedia médica..., y ¡menos mal que esta vez no me lo
he creído! Allí decía que la anorexia quita el apetito. Yo en cambio no he
perdido el apetito. Por favor, doctor, no me diga usted también que soy
anoréxica. ¿SOY ANORÉXICA, DOCTOR?... ¡DOCTOOOR!... ¿QUE
ESTA PENSANDO?
Es evidente que en este texto la demanda está dirigida claramente a obtener del
doctor, en el cual además se tiene una gran confianza por experiencias anteriores,
una confirmación o desconfirmación del autodiagnóstico de anorexia. Ahora bien,
¿cuál sería el efecto de una respuesta directa a esta demanda? Con razón se interroga
Cingolani en el artículo que hemos mencionado más arriba, sobre ello. Posiblemen-
te, una respuesta directa a estos angustiosos interrogantes de la paciente no haría
más que aumentar el efecto iatrogénico del autodiagnóstico. Si la respuesta fuera
positiva, la ansiedad y el pensamiento recurrente sobre la patología contraída no
harían más que aumentar; si fuera negativa sonaría posiblemente a falso, con el
agravante de aumentar las dudas sobre la fiabilidad y sinceridad del terapeuta. ¿Qué
hacer en estos casos? Como siempre, ir más allá de la obviedad de la demanda: si
la paciente pide al doctor que “no le diga también él que es anoréxica”, el doctor,
evidentemente, no tiene que decírselo, pero tampoco negárselo.
Para trascender la obviedad de la demanda puede resultar apropiada la
estrategia de desequilibración que hemos descrito en la entrevista evolutiva
(Villegas, 1993), que persigue mover el sistema eipstemológico del cliente hacia
estructuras más evolucionadas de significado, coherentes con su mundo de expe-
riencias personales, pero distinto, al menos en su organización, del presentado por
el cliente. En este último caso, por ejemplo, el análisis de la demanda puede
centrarse sobre la ampliación del contexto en que se ha producido esta sensación de
CONSIDERACIONES FINALES
Hemos intentado establecer sin ánimo de exhaustividad una clasificación para
algunas de las modalidades más frecuentes de demanda de ayuda y las hemos
ilustrado con una casuística, necesariamente muy limitada. Nuestro punto de vista
nos ha sido prestado por la perspectiva discursivo-pragmática, perspectiva deriva-
da, como se sabe, de la lingüística textual, lo que le otorga una carta de neutralidad
frente a los diversos modelos terapéuticos que, si lo desean, pueden beneficiarse
indistintamente de ella.
Se ha señalado que por lo general la demanda de ayuda en psicoterapia sigue,
desde el punto de vista discursivo-pragmático, idénticos esquemas que la planteada
en un contexto médico, razón por la cual se hace necesaria casi siempre su
reformulación en términos psicológicos. Por ello nos hemos referido al demandante
utilizando sistemáticamente la palabra paciente, puesto que su conversión en cliente
es el efecto de un cambio sufrido desde una posición inicialmente pasiva y centrada
en la queja a otra colaborativa, orientada a la exploración y el cambio, efecto que
se considera ya en sí mismo un producto del análisis de la demanda.
A lo largo del artículo hemos podido comprobar cómo el análisis de la
demanda resulta siempre una tarea a tener en cuenta en el decurso de la psicoterapia,
particularmente en sus fases iniciales, y cómo la no evolución de la misma se erige
con frecuencia en el mayor obstáculo del progreso terapéutico. Al utilizar el punto
de vista discursivo-pragmático el análisis de la demanda evita convertir la interacción
terapéutica en un fin en sí mismo, desplazando la atención hacia las estructuras
discursivas que la fundamentan. La explicitación de los motivos implícitos en la
demanda y su adecuación a los recursos psicoterapéuticos hacen del análisis de la
demanda un medio para facilitar o promover el cambio del sistema epistemológico
del sujeto, que es el fin de toda psicoterapia.
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