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ANORMALIDADES DEL CURSO DE LOS SENTIMIENTOS

Pocos desórdenes de esta clase son susceptibles de una consideración genérica. Lo


corriente es que la dinámica de la vida afectiva morbosa depende de la personalidad, de
la situación y del conjunto de los desórdenes mentales. Sólo podemos señalar tres
alteraciones típicas: el cambio de los afectos, la reacción de fondo y la catatimia de
síntomas.

IQ. El cambio de los afectos significa la modificación inmotivada de los sentimientos que
relacionan al sujeto con las otras personas. Los sentimientos tiernos profesados a
determinados parientes o amigos se exaltan, se debilitan o desapareen, o los
sentimientos de antipatía, aversión u odio sufren análoga transformación. Una evolución
más avanzada de este cambio o una mutación original de los sentimientos personales es
la inversión de los afectos: los seres más queridos y estimados se convierten en objeto
de odio, sobre todo los miembros de la familia íntima; también se observa el cambio
contrario: los enemigos o las personas indiferentes se convierten en objeto de aprecio o
amor. Estas vicisitudes se presentan en diversas enfermedades mentales, sobre todo al
comienzo de la esquizofrenia. En algunos casos la inversión de los afectos para los
padres remata con la negación de los mismos: el paciente acaba por sostener que es hijo
de otras personas.

2Q. Una causa de alteración del estado de ánimo comparable con el normal efecto
prolongado de las emociones violentas es lo que Kurt Schneider llama reacción de
fondo. Consiste en la repercusión de estados orgánicos (como un traumatismo cerebral o
una jaqueca) o psíquicos (p. e., un disgusto) sobre el curso ulterior de los sentimientos. Se
trata del efecto causal, no de motivación, de tales estados. Lo anormal de esta
repercusión comprende no sólo la falta de riqueza y flexibilidad manifiesta en la vida
afectiva, sino la intensidad y duración de la influencia del acontecimiento sobre las
vicisitudes de la dinámica afectiva ulterior.

Así, un joven en remisión social de una esquizofrenia tiene como síntoma residual la producción,
durante todo el ala, de sinsabores y Cúscorfüasc en la familia si en la mañana sufre una
contradicción, a causa de repercutir invenciblemente esta cólera matinal sobre la tonalidad de sus
reacciones afectivas de la jornada.
32• La catatimia de síntomas (W. H. Maier) es la influencia que ejercen los sentimientos
sobre los desórdenes mentales, contaminándolos y organizándolos con su dinámica. No
se trata de la influencia de un estado afectivo fundamental, como la tristeza del
melancólico o la euforia del maníaco, si no de manifestaciones afectivas más
diferenciadas. Así, la pena por una desgracia familiar que predispone a interpretaciones
sombrías de acontecimientos que no tienen ninguna relación lógica con la desgracia
personal. A. Pick observa que la psicogenia catatímica se confunde con las ideas
sobrevaloradas. Siguiendo a Kretschmer, se tiende hoy a llamar catatímica toda actividad
psíquica cuyo contenido es transformado por el sentimiento.

CONSECUENCIAS SEMIOCÉNICAS Y PATOCÉNICAS DE


LA EMOCIÓN
Los cambios fisiológicos inherentes a la vida afectiva, muy acentuados en las grandes
emociones, tienen importancia general para el conocimiento de su influjo sobre los
desórdenes somáticos. Son clásicas y de todos conocidas las experiencias de Cannon
provocando emociones violentas en los animales, con evidente intervención del sistema
nervioso simpático y las glándulas suprarrenales. Posteriormente se ha verificado la
misma repercusión en el hombre, esclareciéndose que participan el sistema
parasimpático, los centros hipotalámicos y diversas glándulas endocrinas además de la
corteza suprarrenal: sobre todo la hipófisis y la tiroides.
Por otra parte, se ha demostrado que incluso el recuerdo de experiencias emocionantes
reactiva las alteraciones fisiológicas en grado tal que pueden ser medidas.

Dada esta incuestionable acción perturbadora, interesa al médico conocer las posibles
consecuencias semiogénicas (productoras de síntomas) o patogénicas de la emoción, sin
olvidar que se trata de hechos biológicos y no verdaderamente psicogenéticos. Las
emociones intensas condicionan normalmente la acción inmediata de defensa o ataque;
no es otra la finalidad del temor (que mueve a la fuga) y la cólera (que impulsa a la
agresión). Cuando faltan tales reacciones y se repiten cambios fisiológicos de excitación
sin el empleo a que están destinados, entonces se perturba la economía del organismo.
Esto sucede de manera crónica en la vida moderna -desasosegada a la vez que cohíbida-,
por influencia del complicado aparato técnico de nuestra civilización y de las costumbres
sedentarias.

Cannon compara el desmedro que sufre el organismo humano por exceso de emociones
sin desahogo psicomotor a la tensión contenida y ruinosa de los Estados que se hallan en
pie de guerra para mantener la paz. De la misma suerte que en las naciones la carrera de
armamentos produce al fin una perturbación intestina de orden económico y político,
en el individuo víctima del tráfago de la existencia urbana sufren las funciones de su
cuerpo y tal vez la estructura misma de los órganos.
En efecto, esto es particularmente probable en vísceras con estigmas vegetativos, en
órganos meioprágicos o que comienzan a trabajar en condiciones de menor resistencia,
con un equilibrio en vías de descompensación. En un sujeto con hipertensión arterial, p.
e., el temor repetido de que el mal progrese, sin duda se agudiza con la espera periódica
de la medición instrumental que hace el médico y con cada transgresión del régimen que
éste le prescribe. Asimismo, renovadas alarmas de tal índole, en sujetos predispuestos,
son suficientes para desencadenar un estado permanente de emoción disfórica, que
rebaja el tono vital y puede acabar por constituir un círculo vicioso de agravación
creciente.
De igual manera, las cóleras repetidas o muy violentas pueden favorecer la aparición o
agravación de desórdenes biliares o de una úlcera gástrica; el despecho enconado,
hemorragias en el colon o desórdenes del aparato respiratorio. Mucho se especula acerca
de la relación de los síntomas y las enfermedades según la psicología de las personas,
pero sólo se sabe con certeza que además de la constitución física desempeñan algún
papel la personalidad, las actitudes y los hábitos. H. G. Wolff, investigador autorizado en
la materia, reconoce que no se puede afirmar por qué un hombre, cuando su sistema de
seguridad es amenazado seriamente, presentará una hipertensión en lugar de temblores
musculares, asma, úlcera péptica o colitis; sólo afirma que «parece que estos desórdenes
representan varios posibles modelos de reacción a las amenazas».

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