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razones de su pervivencia
Autor: Barrera Monroy (Banco de la Republica)
Para las autoridades españolas del siglo XVIII los indios guajiros o wayuu, como
son conocidos actualmente, eran prácticamente una nación enemiga. En 1718 el
gobernador Soto de Herrera había dicho que eran bárbaros, ladrones cuatreros,
dignos de la muerte, sin Dios, sin ley y sin Rey”. En igual forma los veía el virrey
Pedro Messía de la Zerda, quien, en 1769, un mes antes de que tuviera lugar el
llamado “levantamiento general de la nación guajira”, dijo que eran
“ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y llenos de
abominaciones”.
Esta fama surgía del hecho de que habían tratado de conservar su independencia
de los españoles con una decisión incomparable, que hizo que españoles e indios
vivieran en una permanente situación de guerra. En efecto, y para hablar sólo del
siglo XVIII, se habían rebelado en 1701, cuando destruyeron la misión capuchina;
en 1727, año en el que más de dos mil indígenas atacaron a los españoles; y en
1741, 1757, 1761 y 1768. Además, de todos los pueblos aborígenes del territorio
colombiano, fueron los únicos que aprendieron de los españoles cómo usar
dos elementos que resultaron básicos para la defensa de su independencia:
las armas de fuego y los caballos. Mientras los demás indígenas colombianos
enfrentaban desigualmente sus armas tradicionales a los fusiles y caballos de las
autoridades, los guajiros, como los indios del oeste norteamericano, pudieron
resistir porque dominaban un importante aspecto de la técnica militar de sus
enemigos. Como decía Messía de la Zerda, “por lo que respecta a hacer la
guerra, los he visto manejar un fusil y fatigar un caballo como el mejor
europeo, sin olvidar su arma nacional la flecha; a esto les acompaña un
espíritu bizarro con mucha parte de racionalidad adquirida en el inmemorial
trato y comercio que han tenido con todas las naciones”.
A estas habilidades se añade la ventaja que les daba el dominio de un territorio
muy difícil para los españoles, por la ausencia de aguas: “Estos hombres, decía
el virrey, se mantienen sin comer y ni beber dos y tres días, y les satisface
abrir en breve instante la tierra con sus manos, y beber un sorbo de agua de
cualquier calidad que sea, comen raíces de yerba, y frutillas silvestres, que
uno y otros acabarían con un hombre de los nuestros en pocos días”.
En 1769 tuvo lugar una severa rebelión, provocada por la captura de 22 guajiros
por las autoridades españolas para llevar los a trabajar a las fortificaciones de
Cartagena. La respuesta no se hizo esperar: el 2 de mayo los indios de El
Rincón, cerca de Riohacha, incendiaron su pueblo y quemaron la iglesia, en
la que murieron dos españoles que se habían refugiado en ella.
Desde la ciudad de Río de la Hacha salió inmediatamente una expedición que
pretendía rescatar al padre capuchino de El Rincón, capturado por los indios; el
jefe era el cabo José Antonio de Sierra, mestizo, quien había estado a cargo de
la captura de trabajadores para Cartagena. Los indígenas lo reconocieron y lo
obligaron a refugiarse en la casa cural, que todavía estaba en pie, pero fue
incendiada por los rebeldes: Sierra murió junto con ocho de sus hombres.
Este incidente fue conocido inmediatamente por los demás poblados guajiros, que
se sumaron gradualmente a la rebelión en los días siguientes al 2 de mayo,
empezando por los indios de Orino, Boronata y Laguna de Fuentes. La
población rebelde era muy elevada, pues según Messía de la Zerda los guajiros
tenían “veinte mil indios de fusil y flecha”. Las armas de fuego, adquiridas a los
contrabandistas ingleses y holandeses, y a veces a los mismos españoles,
permitieron a los rebeldes apoderarse de casi todas las poblaciones de la región,
las cuales procedieron a incendiar sistemáticamente. De acuerdo con los informes
de las autoridades, más de cien españoles murieron y muchos fueron
secuestrados. Por otra parte, los indios se apoderaron de los ganados de los
españoles y los llevaron hacia la alta Guajira.
La rebelión se fue apagando rápidamente. Los españoles se refugiaron en la
ciudad de Riohacha, donde esperaban un eventual ataque indígena anunciado por
toda clase de rumores. El comandante de esta ciudad se apresuró a enviar cartas
urgentes a los gobiernos de Maracaibo, Valle de Upar, Santa Marta y Cartagena
pidiendo apoyo e informando la carencia de recursos defensivos. Cartagena
despachó a comienzos de junio cien hombres del Batallón Fijo y Maracaibo envió
algunas ayudas.
Mientras tanto, los wayuu, que no sólo habían aprendido de los españoles sino
que se habían mezclado bastante con ellos, se dividieron: como Sierra era en
parte indígena, sus familiares encabezados por un indio conocido como
Blancote, se sintieron obligados, de acuerdo con sus costumbres
tradicionales, a vengar su muerte, y se enfrentaron a los rebeldes en un
importante combate entre indígenas que tuvo lugar en La Soledad. Con esto y
con la llegada de refuerzos se fue apagando el alzamiento, que ya había
satisfecho su objetivo central, al vengar en los españoles la violencia que éstos
habían hecho contra los wayuu y al recuperar el control de casi toda la península,
con sus puertos y caminos.
Este conflicto, como se dijo, no fue único: desde el momento mismo de la
conquista los españoles trataron de dominar la región, para evitar la
expansión del comercio de contrabando inglés y holandés. A veces trataron
de sujetar a la fuerza a los wayuu, mientras en otros momentos se dieron
situaciones de convivencia e intercambio comercial que produjeron un amplio
proceso de mestizaje.
Los indios parecen haber utilizado con habilidad la confrontación entre los
españoles y los demás europeos: pronto comenzaron a realizar crecientes
intercambios clandestinos, sobre todo con los ingleses, que se convirtieron
en sus principales proveedores de armas blancas y de fuego, caballos y
hasta esclavos. Los wayuu, por su parte, ofrecían sal, perlas y otros
productos naturales, y eventualmente se convirtieron en vendedores de
mulas y caballos enviados a Jamaica.
Esto muestra un proceso de mestizaje cultural bastante peculiar, pues los indios
lograron utilizarlo para protegerse de una cultura invasora que los consideraba
bárbaros y atrasados y quería imponerles sus propios criterios de “civilización”. De
este modo, “guajirizando” los objetos y costumbres extranjeros lograron preservar
una notable identidad.
Ello fue posible por muchos factores. La geografía misma les ayudó, en cuanto,
con excepción de las tierras fértiles de la baja Guajira (cerca de la Sierra Nevada
de Santa Marta), su árido territorio no era apetecido por los colonos blancos. Pero
más que esto, algunos rasgos de su cultura les sirvieron eficazmente para su
defensa.
En primer lugar, una organización de parentesco en la que se pertenecía a la
familia de la madre (matrilinealidad) y basada en la poligamia, hizo que la
conservación de la tradición y la cultura descansara en las mujeres. El carácter
grupal de la ley y el delito entre los wayuu reforzó su solidaridad. De acuerdo con
la ley guajira, lo que cause dolor (sobre todo la muerte, el derramamiento de
sangre y la separación física) debe pagarse por el grupo del causante. De
este modo, el mal hecho por un español a un indio era cobrado por los miembros
del clan con la vida o los bienes de cualquier español. Por último, la estructura
social basada en los clanes o familias independientes, sin un sistema
centralizado, hizo que no fuera posible sujetarlos dominando a un cacique
principal. Pero, a pesar de esta organización descentralizada, sorprende el
vigoroso sentido de pertenencia a la nación guajira desplegado en la
colonia, o incluso en nuestros días.
La resistencia de los wayuu fue, sin embargo, costosa. La pérdida de sus mejores
tierras les dejó más vulnerables a las sequías, que produjeron hambrunas y
muertes en varias ocasiones. Los arijuna (extranjeros) continuaron avanzando a
nombre de la civilización, negándoles su derecho a vivir según su cultura y sus
tradiciones. En un medio caracterizado por el contrabando, la creciente invasión
comercial y el mestizaje, actualmente el carbón los invade con el polvillo que
contamina sus vitales jagüelles, a lo largo de la línea férrea que va al puerto de
Portete, y ello con una riqueza ajena que puede amenazar definitivamente sus
tierras y sus recursos.
Recordando a Caporinche
El pasado jueves se cumplieron 244 años de la rebelión guajira de 1769. Es
probable que en la parte colombiana como venezolana de la península no se
diesen actos conmemorativos bien de carácter académico o bien de movilización
comunitaria. Ello no deja de ser una dolorosa omisión pues al menos en el
departamento de La Guajira existe una ordenanza que declara el dos de
mayo como Día de la Guajiridad. Curiosamente en la capital mexicana ese
mismo día se dictó una conferencia llamada ‘Las rebeliones silenciadas: el
alzamiento wayuu de mayo de 1769’, en el Centro de estudios de Historia de
México con la presencia del embajador de Colombia, José Gabriel Ortiz, el director
de ese centro investigativo, Dr. Manuel Ramos, y la diligente agregada cultural de
nuestro país Gina Pérez Soto.
Estas rebeliones indígenas se dieron en distintas partes del continente americano
en la segunda mitad del siglo XVIII y fueron estimuladas por las reformas
borbónicas que intentaron introducir grandes transformaciones en el imperio
español en el marco de una nueva racionalidad técnico administrativa. El control
de las fronteras era un objetivo primordial pues algunas de ellas estaban en
manos de indígenas no sometidos y bajo la intermitente intromisión de otras
potencias europeas de la época como Inglaterra y Holanda. En los Andes
esas mismas reformas fueron el detonante para las rebeliones de Túpac
Amaru y Túpac Catarí y en el Caribe neogranadino de los alzamientos de los
wayuu y los tules en 1769 y en 1785 respectivamente.
Entre los heterogéneos jefes wayuu de la revuelta en se encontraba un personaje
llamado Caporinche, cabeza de una extensa parcialidad indígena. En 1752,
antes de la gran revuelta, Caporinche realizó una visita oficial a Curazao en
la que fue recibido por las autoridades locales casi como un jefe de estado.
Los habitantes de la isla le vistieron a él y a sus acompañantes guajiros con
casacas y pelucas haciéndoles muchas fiestas y honrándole a su entrada y a
su salida de la isla con una salva de quince cañonazos. Los holandeses
realizaron formal convenio con los representantes guajiros y le despacharon
en una embarcación armada no sin antes aportarle abundante porción de
fusiles, sables, pólvora y plomo que debía ser entregado también a otro jefe
destacado llamado Majusares , famoso por su riqueza en ganado vacuno y
caballar. Los funcionarios españoles se quejaban amargamente de la
desvergüenza con que los guajiros protegían con todas sus fuerzas al
comercio holandés. Las armas entregadas por los holandeses fueron
utilizadas después en el gran alzamiento que culminó con la destrucción de
varios de los asentamientos hispanos y la retirada de estos del norte de la
península.
Los sucesos de 1769 no trajeron cambios significativos en la nación guajira
más allá de la contención del poder español y la preservación de su
territorio, autonomía y formas de vida. Quizá por ello nunca ha habido
conmemoraciones como las hubo y las hay en las fiestas de independencia
criollas. El presente en este caso no requiere ser separado del pasado mediante
un muro inconfundible y permanente que sirviese como demarcación entre un
antiguo orden colonial y uno nuevo que comenzaba pues el evento que nos ocupa
no significó una ruptura con el pasado sino ganar justamente la posibilidad de
evitar su disolución y preservar su continuidad.
El próximo martes siete de mayo los gobiernos de Aruba y La Guajira firmaran un
Memorando de Entendimiento en materia de comercio, conectividad, turismo y
cultura entre otros campos de cooperación. ¿Cómo no evocar en ese momento la
figura precursora del gran Caporinche que luchó justamente por preservas esos
nexos históricos entre estas dos agrupaciones humanas?
Por Weildler Guerra C. EL HERALDO de Barranquilla. 4 may. 2013
“El levantamiento general de los indios guajiros”
Mayo 02, 2019, Wayuunaiki Prensa Cultura.
Por: Leonel López
El 2 mayo de 1.769, conocida como “La Rebelión del ´69”, no puede pasar una
vez más inadvertido para el pueblo wayuu, no basta con una publicación en las
redes sociales que haga mención sobre la memorable fecha como un
acontecimiento importante que muestra la participación del pueblo wayuu en la
guerra por la independencia del yugo español. En el departamento de la Guajira
se le conoce como Día de la Guajiridad, decretado por la asamblea
departamental como una manera de honrar el gentilicio guajiro, mientras que
en el lado venezolano se conoce muy poco del tema, por tanto, ni se
menciona de manera oficial.
Revisando algunos documentos sobre el mencionado hecho histórico, existe un
artículo del historiador colombiano Eduardo Barrera, titulado Guerras hispano-
wayuu en el siglo XVIII, en el cual se nos acerca entre sus líneas a los sucesos
que desencadenaron lo que, según él, se conoce como “El levantamiento
general de los indios guajiros”, además de describir algunas escenas sobre los
hechos posteriores al 2 de mayo. Me permito compartir un breve extracto con
quienes están ávidos de conocer más acerca de aquel capítulo de la historia
del pueblo wayuu, y quienes desconocen de este suceso, ocultado por
mucho tiempo bajo la historiografía oficial: “El 2 de mayo de 1769 los
indígenas del pueblo del Rincón, cerca de la ciudad de la hacha, en el margen
nororiente del actual río Ranchería, ante la noticia del envío de varios indios
guajiros desterrados a los trabajos de Cartagena, incendiaron todo el pueblo
muriendo quemados dos españoles que permanecían dentro de la iglesia.
Una vez conocido los acontecimientos en la ciudad del Rio de la hacha, es
enviada una partida de 25 hombres al mando de don José Antonio de Sierra,
mestizo, a rescatar al padre capuchino que vivía en el Rincón. Entre tanto,
llegaron al mencionado lugar indios de Orino, Boronata y Laguna de Fuentes. En
medio de la confusión de los sucesos y de la agresividad de los indígenas, estos
reconocieron al cabo Sierra como la persona que había capturado días antes a los
22 indígenas que fueron enviados a Cartagena. El padre capuchino lo escondió en
la casa cural, ante lo cual los indígenas reaccionaron incendiándola, pereciendo el
cabo Sierra con ocho de sus hombres.
Lo sucedido en el Rincón se supo rápidamente en las otras fundaciones, y en el
sitio de Mancornado, que también fue incendiado, murió quemada una familia que
estaba resguardándose dentro de su rancho, además fueron capturados por los
indígenas tres niños, una mujer y dos hombres, todos españoles.
Según el informe de Pedro Altea, “los indios profanaron en los sitios
incendiados los vasos sagrados, bebiendo en ellos sus chichas y amolando
sus herramientas en las piedras de ara, cometiendo cualquier cantidad de
sacrilegios”. (CURAS Y OBISPOS t. 20 fls 708; 881-907; año 1788).
Aunque podemos desconfiar del testimonio del padre Altea, lo cierto es que los
indígenas, al quemar las poblaciones, incendiaron siempre la iglesia y la casa
cural. Debe decirse aquí, que los padres capuchinos fueron desde muy temprano,
amigos de la conquista militar de los indios.
Los indios atacaron los poblados provistos de armas de fuego que compraban a
los extranjeros. Por ejemplo, el día 7 de mayo del año ´69, en el sitio de Aullamas
(situado entre el actual Manaure y Carrizal), fue vista una goleta inglesa
abasteciendo de pertrechos a los indios, quienes, en número de doscientos,
cincuenta de ellos a caballo, transportaban en canoas los abastecimientos hacia la
playa.
En los días siguientes al dos de mayo, se desarrolló lo que como “El
levantamiento general de los indios guajiros”. Murieron cerca de cien
españoles, y son arrasadas las fundaciones de Maravilla, El Paso, Cavis,
Melones, Arenal, Menores, Rincón, Moreno, El Loco, La Soledad, San
Antonio, San Bernardo y otras, calculándose en setenta el número de
poblados destruidos. Los incendios de los pueblos eran acompañados del robo
de las Haciendas que eran llevadas hacia la Alta Guajira. Sobre el sitio de la
Soledad, cabe decir que fue abandonado ante el avance indígena, sin embargo, el
indio Blancote decidió defenderlo, colocándose al lado de los españoles,
aduciendo la necesidad de vengar la muerte de su pariente, el cabo José Antonio
de Sierra. Parece ser que se efectuó en el mencionado sitio un combate de gran
envergadura donde murieron “muchos” indios.
Los pobladores españoles de los lugares destruidos huyeron hacia la ciudad del
Río de la Hacha. Días después del levantamiento general, comenzaron a
conocerse los rumores del posible ataque indígena a esta ciudad. Haciendo la
evaluación de la situación defensiva de esta plaza, el comandante de Río de la
hacha, informaba a los gobiernos de Maracaibo, Valle de Upar, Santa Marta y
Cartagena, la grave situación en que se encontraban por no tener con que
defenderla, solicitando a todos ellos ayuda urgente.
Al mes siguiente llegaban al Río de la Hacha cien hombres del Batallón Fijo de
Cartagena, y ayudas de Maracaibo.
La evaluación de los sucesos daba como resultado la destrucción de la totalidad
de las fundaciones, el robo de las haciendas de los españoles, la imposibilidad de
las fuerzas militares de contener a los indígenas y defender el Río de la Hacha de
un posible ataque, y total control de la península Guajira, con sus caminos y sus
puertos, por parte de los wayuu.
Podemos concluir el relato de los sucesos que sobre el carácter de los indios
guajiros, hace el Marqués de la Vega de Armijo, en junio de 1.769: “Por lo que
respecta a hacer la guerra, los he visto manejar un fusil, y fatigar un caballo como
el mejor europeo, sin olvidar su arma nacional la flecha; a esto les acompaña un
espíritu bizarro con mucha parte de racionalidad adquirida en el inmemorial trato, y
comercio que han tenido con todas las naciones.
Estos hombres se mantienen sin comer ni beber dos y tres días, y les satisface
abrir en breve instante la tierra con las manos, y beber un sorbo de agua de
cualquier calidad que sea, comen raíces de yerba, y frutillas silvestres, que uno y
otro acabarían con un hombre de los nuestros en pocos días: En el terreno que
poseen, (que pasan de trescientas leguas que forman un ángulo) son muy
distantes las aguadas, unas de otras, y por lo general salobres; para llegar a
donde pueden retirar sus ganados, se hace preciso acabar con todos los guajiros,
que compondrían unos veinte mil indios de fusil y flecha.
El que tuviere suficiente instrucción del genio nativo de los africanos, y su modo de
hacer la guerra, conocerán que en todo son una viva estampa de aquellos los
indios guajiros; son ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados, y llenos de
abominaciones; observando siempre el más leve descuido para sus empresas”.
(MILICIAS Y MARINA. T. 119, fls 376v-377v).
REBELIÓN WAYUU: ORIGEN DE LA GUAJIRIDAD
El 2 de mayo de 1769 se inició un alzamiento armado de numerosas
comunidades Wayuu contra las autoridades españolas y vecinos hispano-criollos
de la Provincia de Riohacha. Fue un suceso de extraordinarias proporciones que
conmocionó a la sociedad colonial de la Guajira, pues los indígenas quemaron
más de veinte poblaciones entre sitios, misiones religiosas y pueblos de indios,
además de arrasar con numerosos hatos ganaderos, poniendo en franca retirada
a las fuerzas militares acantonadas en los pueblos circunvecinos de Riohacha. En
una carta escrita por una vecina de la Villa de Pedraza, población cercana a
Riohacha, a su hermana residente en esta última, se percibe el miedo con que los
habitantes vieron el alzamiento indígena:
“Mi estimada hermana. Hoy domingo, a las ocho del día, se apareció un
grueso número de indios en caballos ligeros por la parte del camino de esa
ciudad [Riohacha], unos y otros por el cardonal inmediato a embestir los
caballos del rey y la demás hacienda, con tal desgracia que no se pudo
remediar nada con el auxilio que se les dio, porque cuando llegaron, ya
habían arrebatado las bestias y herido un miliciano [...] en fin, la función
duró hasta las diez y sólo murió el sargento encargado de las bestias
nombrado Juan Josef Socarrás; no dejes de mandarme todas las cargas que
puedas, y en especial de víveres; a Don Ramón que no dejen de venir los
tres barriles de harina; y tú el maíz, porque aquí estamos a carne seca; a
María del Carmen no me la mandes ni por un punto que esto está maluco y
yo quiero safar, y si puedes mandarme panela y fríjoles” [...] (1).
No obstante, la importancia de tal suceso, éste ni siquiera se nombra en los
manuales de historia de Colombia, y la moderna historiografía del Caribe apenas
se asoma tímidamente a ‘descubrirlo’. ¿Qué sucedió?, ¿cómo se inició el
alzamiento?, ¿quiénes participaron en él?, ¿qué hicieron y qué dijeron sus
participantes?, ¿cuánto tiempo duró y cómo terminó?, ¿cuáles fueron las causas y
los resultados?, son algunos de los interrogantes abordados en este artículo.
Los sucesos
A mediados del mes de abril de 1769 una partida de militares españoles y
milicianos criollos, acompañados de algunos nativos Wayuu, partieron hacia el
interior de la península de La Guajira para ‘castigar’ y someter a algunas
parcialidades de indígenas Cocinas que hacía algún tiempo venían hurtando
ganado. En un plan previamente acordado entre los militares que salieron a
reprimir a los Cocina y algunos hacendados que se encontraban en Riohacha,
estos últimos se aprovecharon de la ausencia de los jefes Wayuu que
acompañaron la misión militar, engañados por el señuelo del castigo a los Cocina,
para arrasar una treintena de parcialidades que habían quedado sin vigilancia. En
esa acción murieron numerosos indígenas entre hombres, mujeres y niños,
capturados una cantidad significativa de ellos y hurtado un número indeterminado
de ganado. Como respuesta a este ataque los jefes de las parcialidades afectadas
se reunieron el 1 de mayo de 1769, y un día después se daba inicio al alzamiento
armado indígena más grande que ha tenido la historia del Caribe colombiano.
Nativos participantes
La participación de los indígenas no fue homogénea, algunas parcialidades
estuvieron más comprometidas directamente y otras apoyaron de manera indirecta
al alzamiento. Quienes tomaron parte decisiva fueron las parcialidades cercanas a
Riohacha que se encontraban en los pueblos del Rincón, Orino, La Cruz,
Camarones, Manaure, Boronata, entre otras, las cuales sufrieron los mayores
estragos de parte de los hacendados riohacheros. Las que residían en la Alta
Guajira (norte) apoyaron con armamento e información a los alzados en armas.
Los líderes sobresalientes fueron ‘El Capitancito’, del pueblo del Rincón, y ‘Juan
Jacinto’, de Bahía Honda. Otros jefes sin embargo también participaron: ‘Antonio
Paredes’, de Chimare; ‘Pacho Gámez’, de Manaure y Carrizal; ‘Chepe’ de
Bolombolo y Félix Cigarroa, del pueblo de La Cruz. ‘El Capitancito’ tenía una
buena aceptación entre los nativos y algunos vecinos riohacheros decían que los
indígenas “[...] lo miran como a su redentor, porque fue el que levantó la voz en la
sublevación y el que los acaudilló y sostuvo la guerra que hicieron”. Por otro lado,
las autoridades españolas se refirieron alguna vez a ‘Juan Jacinto’ en los
siguientes términos: “Este es el indio, que hay memoria de sus travesuras y
atrevimientos en toda la provincia, y en la de Santa Marta, porque allí ha llegado
su malicia”. Detrás de estos jefes estaban los numerosos indígenas combatientes,
cuyos nombres ni apodos aparecen en la documentación oficial.
Las voces de los indígenas
Los vestigios o fuentes que los historiadores utilizamos para acercamos a la
interpretación del pasado muchas veces tienen el carácter de oficial, es decir,
fuentes que reflejan las representaciones que el poder hace de grupos
‘subordinados’ o ‘subalternos’. Sin embargo, los investigadores del pasado nos
valemos de estrategias metodológicas para develar las voces silenciadas de estos
grupos, lo que algunos han dado en llamar “leer entre líneas” (8). A través de la
documentación manuscrita existente en el Archivo General de la Nación (Bogotá),
que da cuenta del alzamiento armado Wayuu de 1769, se lograron extraer,
recuperar y develar los motivos de tal suceso desde las experiencias de los
nativos. Las acciones armadas de los Wayuu no fueron solamente respuestas a
los actos de saqueo, violencia y vandalismo hechos por los hacendados criollos
contra los nativos a mediados de abril de 1769. Fueron, en el fondo, el ‘cobro’ por
las agresiones que desde hacía muchos años venían recibiendo los indígenas de
parte de militares, misioneros y vecinos, representadas en entradas al territorio
étnico con violencia y vejámenes. El 2 de mayo de 1769 se enciende la ‘chispa
fermentadora’ de una respuesta que marcó un cambio en relaciones de la
sociedad criolla con los aborígenes. Las leyes nativas guajiras, como bien lo han
explicado algunos antropólogos, establecen un principio de reciprocidad que se
rige por un sistema de compensaciones que regula la vida en comunidad (9).
Quien viole estos principios estará expuesto a los rigores de la fuerza para hacer
cumplir la ley nativa. En ese sentido, mientras las autoridades españolas no
compensaron los agravios que los nativos habían recibido, éstos siguieron en su
lucha. Antonio de Arévalo, militar español veterano en guerras contra indígenas,
fue el encargado de ‘pacificar’ La Guajira. El Brigadier General Arévalo (que
también dirigía las obras de fortificación en Cartagena) pactó con los aborígenes
una tregua y liberar a los parientes de éstos que se mantenían presos en
Cartagena y en la misma Riohacha. Además, tuvo que indemnizar con reses y
otros géneros a las parcialidades agraviadas. Sólo así se pudo tranquilizar a los
nativos.
Por: Mauricio Enrique Ramírez Álvarez | Noviembre 10, 2014. Las dos
orillas.