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La rebelión Guajira de 1769: algunas constantes de la Cultura Wayuu y

razones de su pervivencia
Autor: Barrera Monroy (Banco de la Republica)
Para las autoridades españolas del siglo XVIII los indios guajiros o wayuu, como
son conocidos actualmente, eran prácticamente una nación enemiga. En 1718 el
gobernador Soto de Herrera había dicho que eran bárbaros, ladrones cuatreros,
dignos de la muerte, sin Dios, sin ley y sin Rey”. En igual forma los veía el virrey
Pedro Messía de la Zerda, quien, en 1769, un mes antes de que tuviera lugar el
llamado “levantamiento general de la nación guajira”, dijo que eran
“ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y llenos de
abominaciones”.
Esta fama surgía del hecho de que habían tratado de conservar su independencia
de los españoles con una decisión incomparable, que hizo que españoles e indios
vivieran en una permanente situación de guerra. En efecto, y para hablar sólo del
siglo XVIII, se habían rebelado en 1701, cuando destruyeron la misión capuchina;
en 1727, año en el que más de dos mil indígenas atacaron a los españoles; y en
1741, 1757, 1761 y 1768. Además, de todos los pueblos aborígenes del territorio
colombiano, fueron los únicos que aprendieron de los españoles cómo usar
dos elementos que resultaron básicos para la defensa de su independencia:
las armas de fuego y los caballos. Mientras los demás indígenas colombianos
enfrentaban desigualmente sus armas tradicionales a los fusiles y caballos de las
autoridades, los guajiros, como los indios del oeste norteamericano, pudieron
resistir porque dominaban un importante aspecto de la técnica militar de sus
enemigos. Como decía Messía de la Zerda, “por lo que respecta a hacer la
guerra, los he visto manejar un fusil y fatigar un caballo como el mejor
europeo, sin olvidar su arma nacional la flecha; a esto les acompaña un
espíritu bizarro con mucha parte de racionalidad adquirida en el inmemorial
trato y comercio que han tenido con todas las naciones”.
A estas habilidades se añade la ventaja que les daba el dominio de un territorio
muy difícil para los españoles, por la ausencia de aguas: “Estos hombres, decía
el virrey, se mantienen sin comer y ni beber dos y tres días, y les satisface
abrir en breve instante la tierra con sus manos, y beber un sorbo de agua de
cualquier calidad que sea, comen raíces de yerba, y frutillas silvestres, que
uno y otros acabarían con un hombre de los nuestros en pocos días”.
En 1769 tuvo lugar una severa rebelión, provocada por la captura de 22 guajiros
por las autoridades españolas para llevar los a trabajar a las fortificaciones de
Cartagena. La respuesta no se hizo esperar: el 2 de mayo los indios de El
Rincón, cerca de Riohacha, incendiaron su pueblo y quemaron la iglesia, en
la que murieron dos españoles que se habían refugiado en ella.
Desde la ciudad de Río de la Hacha salió inmediatamente una expedición que
pretendía rescatar al padre capuchino de El Rincón, capturado por los indios; el
jefe era el cabo José Antonio de Sierra, mestizo, quien había estado a cargo de
la captura de trabajadores para Cartagena. Los indígenas lo reconocieron y lo
obligaron a refugiarse en la casa cural, que todavía estaba en pie, pero fue
incendiada por los rebeldes: Sierra murió junto con ocho de sus hombres.
Este incidente fue conocido inmediatamente por los demás poblados guajiros, que
se sumaron gradualmente a la rebelión en los días siguientes al 2 de mayo,
empezando por los indios de Orino, Boronata y Laguna de Fuentes. La
población rebelde era muy elevada, pues según Messía de la Zerda los guajiros
tenían “veinte mil indios de fusil y flecha”. Las armas de fuego, adquiridas a los
contrabandistas ingleses y holandeses, y a veces a los mismos españoles,
permitieron a los rebeldes apoderarse de casi todas las poblaciones de la región,
las cuales procedieron a incendiar sistemáticamente. De acuerdo con los informes
de las autoridades, más de cien españoles murieron y muchos fueron
secuestrados. Por otra parte, los indios se apoderaron de los ganados de los
españoles y los llevaron hacia la alta Guajira.
La rebelión se fue apagando rápidamente. Los españoles se refugiaron en la
ciudad de Riohacha, donde esperaban un eventual ataque indígena anunciado por
toda clase de rumores. El comandante de esta ciudad se apresuró a enviar cartas
urgentes a los gobiernos de Maracaibo, Valle de Upar, Santa Marta y Cartagena
pidiendo apoyo e informando la carencia de recursos defensivos. Cartagena
despachó a comienzos de junio cien hombres del Batallón Fijo y Maracaibo envió
algunas ayudas.
Mientras tanto, los wayuu, que no sólo habían aprendido de los españoles sino
que se habían mezclado bastante con ellos, se dividieron: como Sierra era en
parte indígena, sus familiares encabezados por un indio conocido como
Blancote, se sintieron obligados, de acuerdo con sus costumbres
tradicionales, a vengar su muerte, y se enfrentaron a los rebeldes en un
importante combate entre indígenas que tuvo lugar en La Soledad. Con esto y
con la llegada de refuerzos se fue apagando el alzamiento, que ya había
satisfecho su objetivo central, al vengar en los españoles la violencia que éstos
habían hecho contra los wayuu y al recuperar el control de casi toda la península,
con sus puertos y caminos.
Este conflicto, como se dijo, no fue único: desde el momento mismo de la
conquista los españoles trataron de dominar la región, para evitar la
expansión del comercio de contrabando inglés y holandés. A veces trataron
de sujetar a la fuerza a los wayuu, mientras en otros momentos se dieron
situaciones de convivencia e intercambio comercial que produjeron un amplio
proceso de mestizaje.
Los indios parecen haber utilizado con habilidad la confrontación entre los
españoles y los demás europeos: pronto comenzaron a realizar crecientes
intercambios clandestinos, sobre todo con los ingleses, que se convirtieron
en sus principales proveedores de armas blancas y de fuego, caballos y
hasta esclavos. Los wayuu, por su parte, ofrecían sal, perlas y otros
productos naturales, y eventualmente se convirtieron en vendedores de
mulas y caballos enviados a Jamaica.
Esto muestra un proceso de mestizaje cultural bastante peculiar, pues los indios
lograron utilizarlo para protegerse de una cultura invasora que los consideraba
bárbaros y atrasados y quería imponerles sus propios criterios de “civilización”. De
este modo, “guajirizando” los objetos y costumbres extranjeros lograron preservar
una notable identidad.
Ello fue posible por muchos factores. La geografía misma les ayudó, en cuanto,
con excepción de las tierras fértiles de la baja Guajira (cerca de la Sierra Nevada
de Santa Marta), su árido territorio no era apetecido por los colonos blancos. Pero
más que esto, algunos rasgos de su cultura les sirvieron eficazmente para su
defensa.
En primer lugar, una organización de parentesco en la que se pertenecía a la
familia de la madre (matrilinealidad) y basada en la poligamia, hizo que la
conservación de la tradición y la cultura descansara en las mujeres. El carácter
grupal de la ley y el delito entre los wayuu reforzó su solidaridad. De acuerdo con
la ley guajira, lo que cause dolor (sobre todo la muerte, el derramamiento de
sangre y la separación física) debe pagarse por el grupo del causante. De
este modo, el mal hecho por un español a un indio era cobrado por los miembros
del clan con la vida o los bienes de cualquier español. Por último, la estructura
social basada en los clanes o familias independientes, sin un sistema
centralizado, hizo que no fuera posible sujetarlos dominando a un cacique
principal. Pero, a pesar de esta organización descentralizada, sorprende el
vigoroso sentido de pertenencia a la nación guajira desplegado en la
colonia, o incluso en nuestros días.
La resistencia de los wayuu fue, sin embargo, costosa. La pérdida de sus mejores
tierras les dejó más vulnerables a las sequías, que produjeron hambrunas y
muertes en varias ocasiones. Los arijuna (extranjeros) continuaron avanzando a
nombre de la civilización, negándoles su derecho a vivir según su cultura y sus
tradiciones. En un medio caracterizado por el contrabando, la creciente invasión
comercial y el mestizaje, actualmente el carbón los invade con el polvillo que
contamina sus vitales jagüelles, a lo largo de la línea férrea que va al puerto de
Portete, y ello con una riqueza ajena que puede amenazar definitivamente sus
tierras y sus recursos.
Recordando a Caporinche
El pasado jueves se cumplieron 244 años de la rebelión guajira de 1769. Es
probable que en la parte colombiana como venezolana de la península no se
diesen actos conmemorativos bien de carácter académico o bien de movilización
comunitaria. Ello no deja de ser una dolorosa omisión pues al menos en el
departamento de La Guajira existe una ordenanza que declara el dos de
mayo como Día de la Guajiridad. Curiosamente en la capital mexicana ese
mismo día se dictó una conferencia llamada ‘Las rebeliones silenciadas: el
alzamiento wayuu de mayo de 1769’, en el Centro de estudios de Historia de
México con la presencia del embajador de Colombia, José Gabriel Ortiz, el director
de ese centro investigativo, Dr. Manuel Ramos, y la diligente agregada cultural de
nuestro país Gina Pérez Soto.
Estas rebeliones indígenas se dieron en distintas partes del continente americano
en la segunda mitad del siglo XVIII y fueron estimuladas por las reformas
borbónicas que intentaron introducir grandes transformaciones en el imperio
español en el marco de una nueva racionalidad técnico administrativa. El control
de las fronteras era un objetivo primordial pues algunas de ellas estaban en
manos de indígenas no sometidos y bajo la intermitente intromisión de otras
potencias europeas de la época como Inglaterra y Holanda. En los Andes
esas mismas reformas fueron el detonante para las rebeliones de Túpac
Amaru y Túpac Catarí y en el Caribe neogranadino de los alzamientos de los
wayuu y los tules en 1769 y en 1785 respectivamente.
Entre los heterogéneos jefes wayuu de la revuelta en se encontraba un personaje
llamado Caporinche, cabeza de una extensa parcialidad indígena. En 1752,
antes de la gran revuelta, Caporinche realizó una visita oficial a Curazao en
la que fue recibido por las autoridades locales casi como un jefe de estado.
Los habitantes de la isla le vistieron a él y a sus acompañantes guajiros con
casacas y pelucas haciéndoles muchas fiestas y honrándole a su entrada y a
su salida de la isla con una salva de quince cañonazos. Los holandeses
realizaron formal convenio con los representantes guajiros y le despacharon
en una embarcación armada no sin antes aportarle abundante porción de
fusiles, sables, pólvora y plomo que debía ser entregado también a otro jefe
destacado llamado Majusares , famoso por su riqueza en ganado vacuno y
caballar. Los funcionarios españoles se quejaban amargamente de la
desvergüenza con que los guajiros protegían con todas sus fuerzas al
comercio holandés. Las armas entregadas por los holandeses fueron
utilizadas después en el gran alzamiento que culminó con la destrucción de
varios de los asentamientos hispanos y la retirada de estos del norte de la
península.
Los sucesos de 1769 no trajeron cambios significativos en la nación guajira
más allá de la contención del poder español y la preservación de su
territorio, autonomía y formas de vida. Quizá por ello nunca ha habido
conmemoraciones como las hubo y las hay en las fiestas de independencia
criollas. El presente en este caso no requiere ser separado del pasado mediante
un muro inconfundible y permanente que sirviese como demarcación entre un
antiguo orden colonial y uno nuevo que comenzaba pues el evento que nos ocupa
no significó una ruptura con el pasado sino ganar justamente la posibilidad de
evitar su disolución y preservar su continuidad.
El próximo martes siete de mayo los gobiernos de Aruba y La Guajira firmaran un
Memorando de Entendimiento en materia de comercio, conectividad, turismo y
cultura entre otros campos de cooperación. ¿Cómo no evocar en ese momento la
figura precursora del gran Caporinche que luchó justamente por preservas esos
nexos históricos entre estas dos agrupaciones humanas?
Por Weildler Guerra C. EL HERALDO de Barranquilla. 4 may. 2013
“El levantamiento general de los indios guajiros”
Mayo 02, 2019, Wayuunaiki Prensa Cultura.
Por: Leonel López
El 2 mayo de 1.769, conocida como “La Rebelión del ´69”, no puede pasar una
vez más inadvertido para el pueblo wayuu, no basta con una publicación en las
redes sociales que haga mención sobre la memorable fecha como un
acontecimiento importante que muestra la participación del pueblo wayuu en la
guerra por la independencia del yugo español. En el departamento de la Guajira
se le conoce como Día de la Guajiridad, decretado por la asamblea
departamental como una manera de honrar el gentilicio guajiro, mientras que
en el lado venezolano se conoce muy poco del tema, por tanto, ni se
menciona de manera oficial.
Revisando algunos documentos sobre el mencionado hecho histórico, existe un
artículo del historiador colombiano Eduardo Barrera, titulado Guerras hispano-
wayuu en el siglo XVIII, en el cual se nos acerca entre sus líneas a los sucesos
que desencadenaron lo que, según él, se conoce como “El levantamiento
general de los indios guajiros”, además de describir algunas escenas sobre los
hechos posteriores al 2 de mayo. Me permito compartir un breve extracto con
quienes están ávidos de conocer más acerca de aquel capítulo de la historia
del pueblo wayuu, y quienes desconocen de este suceso, ocultado por
mucho tiempo bajo la historiografía oficial: “El 2 de mayo de 1769 los
indígenas del pueblo del Rincón, cerca de la ciudad de la hacha, en el margen
nororiente del actual río Ranchería, ante la noticia del envío de varios indios
guajiros desterrados a los trabajos de Cartagena, incendiaron todo el pueblo
muriendo quemados dos españoles que permanecían dentro de la iglesia.
Una vez conocido los acontecimientos en la ciudad del Rio de la hacha, es
enviada una partida de 25 hombres al mando de don José Antonio de Sierra,
mestizo, a rescatar al padre capuchino que vivía en el Rincón. Entre tanto,
llegaron al mencionado lugar indios de Orino, Boronata y Laguna de Fuentes. En
medio de la confusión de los sucesos y de la agresividad de los indígenas, estos
reconocieron al cabo Sierra como la persona que había capturado días antes a los
22 indígenas que fueron enviados a Cartagena. El padre capuchino lo escondió en
la casa cural, ante lo cual los indígenas reaccionaron incendiándola, pereciendo el
cabo Sierra con ocho de sus hombres.
Lo sucedido en el Rincón se supo rápidamente en las otras fundaciones, y en el
sitio de Mancornado, que también fue incendiado, murió quemada una familia que
estaba resguardándose dentro de su rancho, además fueron capturados por los
indígenas tres niños, una mujer y dos hombres, todos españoles.
Según el informe de Pedro Altea, “los indios profanaron en los sitios
incendiados los vasos sagrados, bebiendo en ellos sus chichas y amolando
sus herramientas en las piedras de ara, cometiendo cualquier cantidad de
sacrilegios”. (CURAS Y OBISPOS t. 20 fls 708; 881-907; año 1788).
Aunque podemos desconfiar del testimonio del padre Altea, lo cierto es que los
indígenas, al quemar las poblaciones, incendiaron siempre la iglesia y la casa
cural. Debe decirse aquí, que los padres capuchinos fueron desde muy temprano,
amigos de la conquista militar de los indios.
Los indios atacaron los poblados provistos de armas de fuego que compraban a
los extranjeros. Por ejemplo, el día 7 de mayo del año ´69, en el sitio de Aullamas
(situado entre el actual Manaure y Carrizal), fue vista una goleta inglesa
abasteciendo de pertrechos a los indios, quienes, en número de doscientos,
cincuenta de ellos a caballo, transportaban en canoas los abastecimientos hacia la
playa.
En los días siguientes al dos de mayo, se desarrolló lo que como “El
levantamiento general de los indios guajiros”. Murieron cerca de cien
españoles, y son arrasadas las fundaciones de Maravilla, El Paso, Cavis,
Melones, Arenal, Menores, Rincón, Moreno, El Loco, La Soledad, San
Antonio, San Bernardo y otras, calculándose en setenta el número de
poblados destruidos. Los incendios de los pueblos eran acompañados del robo
de las Haciendas que eran llevadas hacia la Alta Guajira. Sobre el sitio de la
Soledad, cabe decir que fue abandonado ante el avance indígena, sin embargo, el
indio Blancote decidió defenderlo, colocándose al lado de los españoles,
aduciendo la necesidad de vengar la muerte de su pariente, el cabo José Antonio
de Sierra. Parece ser que se efectuó en el mencionado sitio un combate de gran
envergadura donde murieron “muchos” indios.
Los pobladores españoles de los lugares destruidos huyeron hacia la ciudad del
Río de la Hacha. Días después del levantamiento general, comenzaron a
conocerse los rumores del posible ataque indígena a esta ciudad. Haciendo la
evaluación de la situación defensiva de esta plaza, el comandante de Río de la
hacha, informaba a los gobiernos de Maracaibo, Valle de Upar, Santa Marta y
Cartagena, la grave situación en que se encontraban por no tener con que
defenderla, solicitando a todos ellos ayuda urgente.
Al mes siguiente llegaban al Río de la Hacha cien hombres del Batallón Fijo de
Cartagena, y ayudas de Maracaibo.
La evaluación de los sucesos daba como resultado la destrucción de la totalidad
de las fundaciones, el robo de las haciendas de los españoles, la imposibilidad de
las fuerzas militares de contener a los indígenas y defender el Río de la Hacha de
un posible ataque, y total control de la península Guajira, con sus caminos y sus
puertos, por parte de los wayuu.
Podemos concluir el relato de los sucesos que sobre el carácter de los indios
guajiros, hace el Marqués de la Vega de Armijo, en junio de 1.769: “Por lo que
respecta a hacer la guerra, los he visto manejar un fusil, y fatigar un caballo como
el mejor europeo, sin olvidar su arma nacional la flecha; a esto les acompaña un
espíritu bizarro con mucha parte de racionalidad adquirida en el inmemorial trato, y
comercio que han tenido con todas las naciones.
Estos hombres se mantienen sin comer ni beber dos y tres días, y les satisface
abrir en breve instante la tierra con las manos, y beber un sorbo de agua de
cualquier calidad que sea, comen raíces de yerba, y frutillas silvestres, que uno y
otro acabarían con un hombre de los nuestros en pocos días: En el terreno que
poseen, (que pasan de trescientas leguas que forman un ángulo) son muy
distantes las aguadas, unas de otras, y por lo general salobres; para llegar a
donde pueden retirar sus ganados, se hace preciso acabar con todos los guajiros,
que compondrían unos veinte mil indios de fusil y flecha.
El que tuviere suficiente instrucción del genio nativo de los africanos, y su modo de
hacer la guerra, conocerán que en todo son una viva estampa de aquellos los
indios guajiros; son ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados, y llenos de
abominaciones; observando siempre el más leve descuido para sus empresas”.
(MILICIAS Y MARINA. T. 119, fls 376v-377v).
REBELIÓN WAYUU: ORIGEN DE LA GUAJIRIDAD
El 2 de mayo de 1769 se inició un alzamiento armado de numerosas
comunidades Wayuu contra las autoridades españolas y vecinos hispano-criollos
de la Provincia de Riohacha. Fue un suceso de extraordinarias proporciones que
conmocionó a la sociedad colonial de la Guajira, pues los indígenas quemaron
más de veinte poblaciones entre sitios, misiones religiosas y pueblos de indios,
además de arrasar con numerosos hatos ganaderos, poniendo en franca retirada
a las fuerzas militares acantonadas en los pueblos circunvecinos de Riohacha. En
una carta escrita por una vecina de la Villa de Pedraza, población cercana a
Riohacha, a su hermana residente en esta última, se percibe el miedo con que los
habitantes vieron el alzamiento indígena:
“Mi estimada hermana. Hoy domingo, a las ocho del día, se apareció un
grueso número de indios en caballos ligeros por la parte del camino de esa
ciudad [Riohacha], unos y otros por el cardonal inmediato a embestir los
caballos del rey y la demás hacienda, con tal desgracia que no se pudo
remediar nada con el auxilio que se les dio, porque cuando llegaron, ya
habían arrebatado las bestias y herido un miliciano [...] en fin, la función
duró hasta las diez y sólo murió el sargento encargado de las bestias
nombrado Juan Josef Socarrás; no dejes de mandarme todas las cargas que
puedas, y en especial de víveres; a Don Ramón que no dejen de venir los
tres barriles de harina; y tú el maíz, porque aquí estamos a carne seca; a
María del Carmen no me la mandes ni por un punto que esto está maluco y
yo quiero safar, y si puedes mandarme panela y fríjoles” [...] (1).
No obstante, la importancia de tal suceso, éste ni siquiera se nombra en los
manuales de historia de Colombia, y la moderna historiografía del Caribe apenas
se asoma tímidamente a ‘descubrirlo’. ¿Qué sucedió?, ¿cómo se inició el
alzamiento?, ¿quiénes participaron en él?, ¿qué hicieron y qué dijeron sus
participantes?, ¿cuánto tiempo duró y cómo terminó?, ¿cuáles fueron las causas y
los resultados?, son algunos de los interrogantes abordados en este artículo.

Los sucesos
A mediados del mes de abril de 1769 una partida de militares españoles y
milicianos criollos, acompañados de algunos nativos Wayuu, partieron hacia el
interior de la península de La Guajira para ‘castigar’ y someter a algunas
parcialidades de indígenas Cocinas que hacía algún tiempo venían hurtando
ganado. En un plan previamente acordado entre los militares que salieron a
reprimir a los Cocina y algunos hacendados que se encontraban en Riohacha,
estos últimos se aprovecharon de la ausencia de los jefes Wayuu que
acompañaron la misión militar, engañados por el señuelo del castigo a los Cocina,
para arrasar una treintena de parcialidades que habían quedado sin vigilancia. En
esa acción murieron numerosos indígenas entre hombres, mujeres y niños,
capturados una cantidad significativa de ellos y hurtado un número indeterminado
de ganado. Como respuesta a este ataque los jefes de las parcialidades afectadas
se reunieron el 1 de mayo de 1769, y un día después se daba inicio al alzamiento
armado indígena más grande que ha tenido la historia del Caribe colombiano.

Inicio del alzamiento


La chispa del alzamiento se inició en el pueblo nativo del Rincón, cuyo jefe era el
indígena apodado ‘El Capitancito’, de un liderazgo indiscutible en las acciones. En
este pueblo se reunieron los principales jefes guajiros y acordaron iniciar
maniobras armadas. El 2 de mayo se dio muerte al español Pedro Valdeblánquez,
que llegó a confesarse al Rincón, el cual fue quemado vivo junto a sus
pertenencias. Posteriormente se unieron los nativos del pueblo de Orino y desde
ese momento el alzamiento iba ganando adeptos en casi todas las parcialidades
de la península de La Guajira, tanto al sur como al norte de Riohacha. La Guajira
se convertía en un volcán en erupción que emanaba lava en todas las direcciones.

Nativos participantes
La participación de los indígenas no fue homogénea, algunas parcialidades
estuvieron más comprometidas directamente y otras apoyaron de manera indirecta
al alzamiento. Quienes tomaron parte decisiva fueron las parcialidades cercanas a
Riohacha que se encontraban en los pueblos del Rincón, Orino, La Cruz,
Camarones, Manaure, Boronata, entre otras, las cuales sufrieron los mayores
estragos de parte de los hacendados riohacheros. Las que residían en la Alta
Guajira (norte) apoyaron con armamento e información a los alzados en armas.
Los líderes sobresalientes fueron ‘El Capitancito’, del pueblo del Rincón, y ‘Juan
Jacinto’, de Bahía Honda. Otros jefes sin embargo también participaron: ‘Antonio
Paredes’, de Chimare; ‘Pacho Gámez’, de Manaure y Carrizal; ‘Chepe’ de
Bolombolo y Félix Cigarroa, del pueblo de La Cruz. ‘El Capitancito’ tenía una
buena aceptación entre los nativos y algunos vecinos riohacheros decían que los
indígenas “[...] lo miran como a su redentor, porque fue el que levantó la voz en la
sublevación y el que los acaudilló y sostuvo la guerra que hicieron”. Por otro lado,
las autoridades españolas se refirieron alguna vez a ‘Juan Jacinto’ en los
siguientes términos: “Este es el indio, que hay memoria de sus travesuras y
atrevimientos en toda la provincia, y en la de Santa Marta, porque allí ha llegado
su malicia”. Detrás de estos jefes estaban los numerosos indígenas combatientes,
cuyos nombres ni apodos aparecen en la documentación oficial.
Las voces de los indígenas
Los vestigios o fuentes que los historiadores utilizamos para acercamos a la
interpretación del pasado muchas veces tienen el carácter de oficial, es decir,
fuentes que reflejan las representaciones que el poder hace de grupos
‘subordinados’ o ‘subalternos’. Sin embargo, los investigadores del pasado nos
valemos de estrategias metodológicas para develar las voces silenciadas de estos
grupos, lo que algunos han dado en llamar “leer entre líneas” (8). A través de la
documentación manuscrita existente en el Archivo General de la Nación (Bogotá),
que da cuenta del alzamiento armado Wayuu de 1769, se lograron extraer,
recuperar y develar los motivos de tal suceso desde las experiencias de los
nativos. Las acciones armadas de los Wayuu no fueron solamente respuestas a
los actos de saqueo, violencia y vandalismo hechos por los hacendados criollos
contra los nativos a mediados de abril de 1769. Fueron, en el fondo, el ‘cobro’ por
las agresiones que desde hacía muchos años venían recibiendo los indígenas de
parte de militares, misioneros y vecinos, representadas en entradas al territorio
étnico con violencia y vejámenes. El 2 de mayo de 1769 se enciende la ‘chispa
fermentadora’ de una respuesta que marcó un cambio en relaciones de la
sociedad criolla con los aborígenes. Las leyes nativas guajiras, como bien lo han
explicado algunos antropólogos, establecen un principio de reciprocidad que se
rige por un sistema de compensaciones que regula la vida en comunidad (9).
Quien viole estos principios estará expuesto a los rigores de la fuerza para hacer
cumplir la ley nativa. En ese sentido, mientras las autoridades españolas no
compensaron los agravios que los nativos habían recibido, éstos siguieron en su
lucha. Antonio de Arévalo, militar español veterano en guerras contra indígenas,
fue el encargado de ‘pacificar’ La Guajira. El Brigadier General Arévalo (que
también dirigía las obras de fortificación en Cartagena) pactó con los aborígenes
una tregua y liberar a los parientes de éstos que se mantenían presos en
Cartagena y en la misma Riohacha. Además, tuvo que indemnizar con reses y
otros géneros a las parcialidades agraviadas. Sólo así se pudo tranquilizar a los
nativos.

Resultados del alzamiento


La terminación del alzamiento armado a mediados de 1771 coincidió con un
retroceso de las políticas de control, sujeción y reducción que las autoridades
españolas trataron de implantar en la Guajira. Los pueblos de Apiesi, Sabana del
Valle, San José de Bahía honda y Pedraza fueron totalmente arrasados y
desmantelados por los nativos. Pero quizás el resultado más importante radique
en la puesta en escena de los límites o pactos que no pueden ser violados por los
individuos en el marco de las relaciones entre culturas. El respeto a las
costumbres y códigos culturales de los ‘otros’ es un componente esencial de la
vida en sociedad. Los Wayuu dieron una lección de respeto y dignidad como
pueblo con el alzamiento de 1769.

José Polo Acuña. Director del Programa de Historia de la Universidad de


Cartagena. 9 de mayo de 2009
Una revuelta olvidada
A propósito del bicentenario, vale la pena recordar la rebelión indígena de la
Guajira exitosa frente a España, anterior a la de los Comuneros y que hoy ni figura
en los textos escolares.
La conmemoración del bicentenario de nuestra independencia es una ocasión
propicia para examinar con mayor detenimiento y justicia el papel jugado por
diversos grupos sociales en este proceso. No siempre la historia oficial se ha
preocupado lo suficiente por el rol de las poblaciones indígenas y afrocolombianas
en los últimos años del periodo colonial y en la gesta independista.
El alzamiento indígena del dos de mayo de 1769 es uno de estos sucesos que
antecedieron al proceso independista propiamente dicho. Esta rebelión de las
parcialidades indígena de la península de La Guajira contra la corona española fue
una reacción vigorosa de una nación amerindia que, situada en las fronteras del
imperio español, resistió de manera exitosa las formas de dominación colonial que
este les intentaba imponer.
El alzamiento no solo fue costoso en vidas humanas, sino que conllevó la
destrucción de diversos poblados, hatos ganaderos, iglesias y todos aquellos
elementos que representara materialmente el orden hispánico entonces vigente.
La reacción del Virreinato de la Nueva Granada para aplacar este alzamiento fue
la de movilizar la pesada maquinaria militar española hacia la península. Como
Riohacha formaba parte de la Comandancia militar de Cartagena tropas de esta
ciudad, de Santa Marta y de Maracaibo fueron desplazadas para sofocar la
rebelión. A ellos se sumarian milicianos de Riohacha y Valledupar.
El coronel Benito Encío, responsable de sofocar la rebelión, consideró que se
necesitaban más de dos mil soldados regulares para iniciar esta empresa militar
pues los miembros de la nación guajira podían alcanzar decenas de miles de
individuos. Tanto Encío como su sucesor, el Brigadier Ingeniero Antonio de
Arévalo, fracasaron en el sometimiento de la población indígena a través de la
fundación de pueblos que controlaran sus puertos marítimos y el camino a
Maracaibo. La campaña militar infructuosa y sangrienta se extendió hasta el último
cuarto del siglo XVIII.
El próximo dos de mayo se cumplirán 240 años de esta rebelión, anterior a la de
los comuneros, que no figura en los textos escolares de los niños guajiros,
caribeños y colombianos. Es oportuno recordar que la historia como asignatura
desapareció hace rato de nuestras aulas.
Sin embargo, estimula saber que algunos sectores de la ciudadanía del Caribe,
medios de comunicación como El Heraldo y la propia Consejería Presidencial para
la conmemoración del Bicentenario están muy interesados en resaltar esta fecha
mediante la realización de diversos eventos académicos y comunitarios.
Es oportuno recordar que el dos de mayo fue declarado hace varios años por la
Asamblea departamental de La Guajira como día de la Guajiridad.
Esta es una oportunidad para que eventos históricos importantes que se
desarrollaron en el Caribe colombiano y venezolano se hagan visibles. Colombia
ha sido representada principalmente como una nación andina, blanca y mestiza, a
pesar de que es también Caribe, negra e indígena.
En nuestras regiones coexisten diversas y en ocasiones c0ntradictorias
memorias. Quizás por ello carecemos de un gran relato histórico nacional
unificador. Reflexionar sobre ello puede llevarnos a interrogantes estimuladores.
¿Por qué nos independizamos? ¿Cómo se debatió entonces la nueva república?
¿cómo participaron las regiones y los diversos grupos sociales en ese proceso?
¡Que perdimos y ganamos con ello?

WIELDLER GUERRA CURVELO* | 2009/03/19 00:00


Revista SEMANA
La Guajira, una frontera ante el mundo
“La Guajira, es la puerta de entrada de Suramérica, no su patio trasero”.
La Guajira es uno de los departamentos con una posición geoestratégica
envidiable, se ubica al norte de Colombia que la enfrenta al caribe con más de 403
kilómetros de frontera marítima y 249 kilómetros de frontera terrestre con
Venezuela y un clima seco que es benigno para muchas actividades comerciales e
industriales.
Esta posición privilegiada hace que presente fronteras vivas e inmemoriales con el
Mar Caribe y el Golfo de Maracaibo, con Venezuela, las Islas de Aruba, Bonaire y
Curazao, y a nivel interno con los Departamentos del Magdalena y el Cesar.
En la actualizada cuenta con una zona especial aduanera conformada Maicao,
Uribía y Manaure y dos puertos multipropósitos, uno en Puerto Bolívar con dos
muelles de gran capacidad de cargue dedicado a exportar carbón del Cerrejón y
otro en Dibulla recientemente inaugurado en Puerto Brisa, más uno en desuso en
Manaure que pertenecía a Salinas de Manaure, sin mencionar los puertos
naturales como Puerto Portete y Puerto Nuevo con más de 30 años a los cuales
arriban pequeñas embarcaciones provenientes de Panamá, San Martín, Aruba,
Curazao y otras islas del Caribe.
Cuenta también con puertos pequeños e históricos como Puerto Estrella, Poportín,
Auyama, Carrizal, el Cabo de la Vela, Puerto López y Castillete.
A esto sumémosle la cercanía con el complejo portuario de Maracaibo que le
genera un gran potencial exportador e importador de gran escala.
Esta amplia frontera real y viva con el caribe y Venezuela hacen que La Guajira
deba ser vista de forma diferente por la nación y el empresarismo colombiano e
internacional para comenzar a apostarle a una región que tiene mucho por ofrecer.
Sin embargo, y pese a todas estas potencialidades que no tienen ninguna otra
región de la Colombia caribeña, La Guajira marítima no prospera porque el país y
la sociedad nacional insiste en darle la espalda, pese a tener ventajas
comparativas frente una ciudad como Barranquilla, quien pesar de su gran
desarrollo depende del Rio Magdalena al cual hay dragarlo constantemente y
limita por lo tanto el tamaño de embarcaciones que pueden llegar, o Santa Marta,
con su puerto natural que tiene una capacidad limitada,
La Guajira es un departamento que no tiene industria y su comercio es
excesivamente local, la falta o pésima calidad de servicios públicos ha servido de
desestimulo para el crecimiento económico, es nuestro “espanta inversiones”
condenando al Departamento al subdesarrollo. La minería, principal actividad
económica del Departamento es de enclave, excesivamente especializada,
cerrada hacia sí misma y no promueve ni impulsa al resto del Departamento en su
crecimiento y desarrollo.
Esta minería de enclave, que representa el 60% del PIB Departamental, ve a La
Guajira como su patio trasero, así de sencillo, no le compra a La Guajira, no
invierte en La Guajira, incluso los cargos técnicos, profesionales y directivos de
sus complejos mineros los traen de fuera de La Guajira, y en las noches los
regresan a sus ciudades de origen, sin parar por las tierras de este hermoso
departamento.
La nación debe entender que La Guajira no es sólo un límite norteño colombiano
en donde se incorporan mojones y puestos militares, es una frontera que se
concreta en la existencia de espacios culturales, sociales y económicamente
dinámicos, una subregión que va más allá de las cuestiones de soberanía nacional
porque la Guajira es más antigua que la misma República de Colombia, dado que
a pesar de ser considerada como un departamento joven, fue la más antigua
gobernación de la América continental (PP2014-2015).
También es un espacio de integración, donde confluyen sociedades distintas que
no se crean, ni permanecen iguales a los ideales del centro del país, ya que las
fronteras son espacios de vida y zonas liminales. En esa frontera por la vivencia
de cinco siglos de historia, se creó una forma de vida particular sobre la sociedad
reconocida como “criolla”, y que corresponde a la cultura fronteriza guajira.
La Guajira es sin duda alguna el Departamento con mayor riqueza étnica, en ella
conviven siete etnias indígenas conformadas por el wayuu, con cerca de 500.000
miembros, los arahuacos, los koguis y los wiwas y cancuamos, y recientemente se
incorporaron números miembros de la etnia zenu e ingas.
Tenemos afrodecendientes, árabes dentro de los cuales se distinguen cuatro
grupos diferenciales, los blancos y los criollos y toda clase de mezclas étnicas.
El guajiro originario no reconoce fronteras, eso es invento de los Estados
modernos de Colombia y Venezuela, los wayuu, por ejemplo, son binacionales,
sus fronteras reales cubren la guajira colombiana y la guajira venezolana donde
comparten sus cementerios, familias y relaciones naturales y comerciales. La
frontera política colombo venezolana se ha convertido en el “Muro de Berlín” para
el pueblo wayuu, donde si no es la guardia venezolana quien los maltrata, es la
policía colombiana quien los afrenta, porque solo ven en los indígenas gente
generadora de problema y delincuentes potenciales y no lo que realmente son, los
dueños originales de estos territorios, binacionales por naturaleza.
La Guajira se halla inmersa en una serie de paradojas y ambigüedades,
jurídicamente es una entidad territorial formal pero a la vez es vista como un
territorio por conquistar e incorporar a la modernidad; ante el centro del país surge
como el revés de la nación; es considerada un rincón de Colombia, pero sus
habitantes la perciben como una esquina Caribe en el mundo; por las grandes
inversiones que recibe, parece moderna como sus proyectos mineros y
energéticos, e igualmente milenaria como sus pueblos originarios; es un paraíso
que guarda cuantiosos recursos naturales y grande potenciales turísticos pero su
población es de las más pobres de Colombia; en lo continental es una emersión
desértica con vegetación xerofítica gravemente expuesta al cambio climático
mientras que en su mar se encuentran extensas praderas y otros ricos
ecosistemas pesqueros; es una tierra que ha recibido significativos recursos de
regalías, pero la necesidades básicas de la población no se han cubierto; es una
entidad territorial cuyos gobiernos han agenciado múltiples planes de desarrollo,
pero a través de ellos no ha sido posible construir y legitimar una visión societaria
común.” (PP2014-2015).
Para la nación, La Guajira ha sido un departamento calificado como “problema”. El
Antropólogo Weildler Guerra Curvelo, comenta que a lo largo de la historia la
soberanía ejercida por la corona y la república fue más bien de carácter nominal y,
pese a los esfuerzos por incorporar a sus habitantes a un imaginario ideal de
nación, lo cierto es que aún hoy el proceso de colombianización puede
considerarse inconcluso.
Se requiere generar oportunidades y estímulo para que los actores del sector
privado vean en La Guajira oportunidades de negocios y crecimiento, esto genera
empleo, dinamiza la economía, dinamiza el mercado, genera efectos inmediatos
en otros sectores de la economía, pero se requiere mejorar la infraestructura
básica de servicios públicos, reducir costos de la energía eléctrica, mejorar la red
vial primaria, secundaria y terciaria, mejorar y aprovechar los puertos con fines
multipropósito como el proyecto Puerto Brisa, recuperar la industria de la sal en
Manaure, acelerar la terminación del proyecto de la Represa del Ranchería,
visionar proyectos productivos de gran escala en los desiertos de la media y alta
guajira en los cuales las comunidades indígenas se puedan vincular y convertirse
en generadores no de pobreza sino de riqueza, y apuntalar el Turismo como la
primera apuesta competitiva de la región, etc., pero para ello se requiere del apoyo
y el compromiso de la nación y la sociedad civil.
Se requiere con urgencia que tanto los propios como extraños dejen de ver a los
pueblos indígenas como barreras del desarrollo y comiencen a verlos como lo que
realmente son, como fuente de oportunidades.
De la Pedraja (1980) ha señalado cómo a finales del siglo XIX dos regiones de
Colombia: Panamá y La Guajira, presentaban tensiones frente al gobierno Central.
En tanto que la primera optó por la separación, la segunda optó por la
clandestinidad de sus relaciones comerciales con el Caribe, percibido éste como
un espacio de limites flotantes entre islas y continentes, entre estados
independientes y sociedades incluidas (Losonczy, 2002).
Comunidades de pescadores marinos, comerciantes de perlas, corsarios,
militares, colonos, misioneros, contrabandistas y grandes empresas mineras han
girado en torno a La Guajira, una región considerada por la nación frecuentemente
como el fin del mundo pero donde sus habitantes la ven como el comienzo del
mismo.
La Guajira, a pesar de ser pluriétnico y pluricultural, de ser una zona de frontera
que interactúa dinámicamente con Venezuela y las islas de Caribe, e incluso con
la misma región caribe con la cual comparte una fuerte identificad regional y
cultural, y pese a las grandes diferencias entre el sur, centro y el norte del país
mantiene un elemento de identidad que la hace única e indisoluble, enlazado por
un sentimiento de guajiridad, identidad que nace de la influencia indígena sobe el
concepto de familia, de la solidaridad, la unión y la cohesión social.
La Guajira, por tradición es una región sufrida, carente de muchas de las cosas
que tienen otras regiones del país, lo que la ha convertido en una región fuerte,
noble y luchadora, una región donde sus hijos aprecian cada gota de agua y de
tierra que la conforma, es una región conformada por familias extensas, donde el
primo del primo del primo, primo es, una región donde el vínculo de sangre tiene
mucho valor, donde el valor de la “palabra” dada (herencia indígena) es la base de
convivencia y el respeto, donde la solidaridad es la base angular de la sociedad,
una región donde los guajiros respetan y veneran a sus ancestros y sus mayores,
donde sienten verdadero amor por su historia, su cultura, afectos que comparten
incluso los que se consideran hoy en día guajiros por adopción.
La Guajira, como muchas otras regiones, tiene muchas verdades, verdades que
hay que analizar en sus propios contextos, que hay que saber entrelazarlas,
ajustarlas a la época y las condiciones en que ocurren, se debe tener la mente
abierta para encontrar el hilo conductor que generan y construyen las historias que
hacen que este Departamento una tierra mágica y señorial, como lo expresara el
Maestro Hernando Marín (q.e.p.d.) en su canción “La Dama Guajira” quien la
describió con belleza y encanto y de la cual dijo: “La Guajira es una dama
reclinada, una dama bañada por las aguas del caribe inmenso, que lleva con
orgullo en sus entrañas su riqueza guardada con orgullo, que se yergue
majestuosa encabezando el mapa cual pedestal representando a un reino,
luciendo con soltura y elegancia, una gigantesca manta y joyas de misterio”.
La Guajira de hoy atraviesa por graves dificultades, ha sido clasificada como
región contrabandista, sin distinguir situaciones culturales y poblacionales que
ameritan una diferenciación frente a este fenómeno.
Clasificar a los wayuu binacionales que traen y llevan mercancías dentro de sus
territorios ancestrales no es justo cuando se les iguala a contrabandistas criollos
tanto venezolanos como colombianos que si actúan como grupos delincuenciales.
En Maracaibo la guardia venezolana este año ha capturado mas de 500
ciudadanos de este país tratando de pasar contrabando de alimentos y
combustibles hacia Colombia, el cual es recibidlo por grupos colombianos que
tratan de pasarlo a La Guajira y demás departamentos de la región caribe, pero
entre ellos han caído indígenas que comercian dentro de lo que consideran su
territorio ancestral.
Hoy día la mayoría de estos grupos ya no son indígenas, ni siquiera guajiros
criollos, aquí se ha involucrado actores de muchas otras regiones del país, y de
Venezuela, incluidos los actores del conflicto interno colombiano (guerrillas,
bacrim, crimen organizado) que han visto en este fenómeno un mecanismos para
financiar sus actividades ilegales perjudicando profundamente a la región.
El Contrabando es un fenómeno que en el fondo nace de problemas sociológicos,
nace de la pobreza, de la falta de oportunidades y del subdesarrollo en sí mismo.
Si bien las acciones policivas son importantes para controlar y erradicar este
fenómeno, si no se interviene los factores que la genera y estimulan el mismo
nunca se acabara, y esto solo se logra desarrollando estas deprimidas regiones,
creando industrias y empresas que generen empleo, que dinamicen la economía,
con ingresos dignos, es decir, generando oportunidades para todos.
Es por eso que los Departamentos y Municipios fronterizos del país deben unirse
en una causa común, porque aunque diferentes en muchas cosas, comparten sin
duda alguna los mismos problemas, forman parte de la misma nación, y en alguna
forma afrontan las mismas patologías sociales que son caldo de cultivo para todos
estos fenómenos que he mencionado.
Recientemente La Guajira se ha hecho célebre por sus números casos de
morbimortalidad por desnutrición infantil y materna, este es un tema que era
necesario hacer visible, que era necesario que el mundo conociera, que era
necesario discutir y ponerlo en el primer plano nacional, porque
desafortunadamente, este es un resultado de todas las patologías que he
enumerado hasta el momento y porque un país que deje morir a su niños es un
país fracasado.
Algo importante se logró con ello, por primera vez muchos altos funcionarios del
país que toman las grandes decisiones conocieron La Guajira, se acercaron ella, y
tocaron esta dura realidad, desafortunadamente, aun no logran entender el
verdadero tamaña de esta problemática, razón por la cual, se seguirán muriendo
los niños
La frontera no debe verse como un problema, debemos verla como una
oportunidad, solo así es que podremos salir adelante porque tiene mucho para
ofrecer, y si Colombia tiene visión y quiere apostar en grande, debe invertir en esta
región porque no hay otra igual, La Guajira, es la puerta de entrada de
Suramérica, no su patio trasero.

Por: Mauricio Enrique Ramírez Álvarez | Noviembre 10, 2014. Las dos
orillas.

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