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Puños, piedras, mazos, machetes, garrotes y todo elemento que se atravesara, capaz de dar de
baja a cualquier español, fueron las armas que utilizaron los campesinos de Charalá el 4 de
agosto de 1819, en un intento por frenar las tropas españolas que se dirigían a enfrentarse al
ejército del general Simón Bolívar en el Puente de Boyacá.s
La valiente iniciativa frustró la llegada de un pelotón de más de 800 hombres comandados por
el coronel Lucas González (considerado uno de los militares españoles más sanguinarios de la
época) a Tunja, donde reforzaría el ejército del coronel José María Barreiro, quien los esperaba
impaciente, pues días antes había tenido muchas bajas en la batalla del Pantano de Vargas. Más
de 300 hombres, mujeres y niños murieron durante los tres días de la batalla.
Charalá y su ejército campesino cayó en manos españolas, sí, pero el coronel González no pudo
cumplir su cita con Barreiro y gracias a eso, el 7 de agosto el libertador Simón Bolívar salió
victorioso. Así fue la Batalla del Pienta en Charalá, esa que ha sido olvidada por la historia,
pero que los charaleños recuerdan cada 4 de agosto
PRISION Y MARTIRO DE ANTONIA SANTOS
El 12 de julio de 1819, el destacamento militar español, comandado por el capitán Pedro
Agustín Vargas, llegó sorpresivamente a la hacienda de El Hatillo, y en la casa principal de la
familia aprehendió a Antonia Santos, a su hermano menor Santiago y a su sobrina Helena
Santos Rosillo, junto con dos esclavos, siendo conducidos inmediatamente a Charalá,
pasándolos por Cincelada hoy Corregimiento en el cual aún existe el calabozo donde estuvo
presa y, por último, fueron llevados a la población de Socorro, en donde fueron encerrados en
los calabozos de la cárcel junto a otros numerosos detenidos por razones políticas.
Antonia Santos prefirió la muerte que la delación y el 16 de julio de 1819, en un breve sumario,
le fue dictada la sentencia de muerte junto a los próceres Isidro Bravo y Pascual Becerra,
como enemigos de la causa del rey y reos de lesa majestad. El 27 de julio fueron puestos en
capilla como condenados a muerte.
El 28 de julio de 1819, a las diez y media de la mañana, Antonia Santos fue llevada al cadalso,
ubicado en un ángulo de la plaza del Socorro, junto con sus compañeros Pascual Becerra e
Isidro Bravo; iban acompañados por el cura de la parroquia, presbítero N. Torres. A la heroína
la acompañó su hermano Santiago Santos, a quien le entregó sus alhajas de oro y su
testamento; al oficial que mandaba la escolta le obsequió el anillo que llevaba puesto. Un
sargento la ató al patíbulo y le vendó los ojos, se dio el redoblante y la escolta hizo fuego,
consumándose así su muerte.1
Aún con Antonia Santos en prisión y en el cadalso, las guerrillas
de Coromoro, Charalá, Cincelada, Ocamonte y otras más, continuaron enfrentándose al
ejército realista: en los primeros días de agosto de 1819, más exactamente entre los días 4 y
7, impidieron el refuerzo a las tropas reales de José María Barreiro, que luchaban en los
campos del Pantano de Vargas y Boyacá, en la Batalla del río Pienta en Charalá, siendo esta
acción muy decisiva para el triunfo de los patriotas y la culminación de la Independencia.
La muerte de Antonia Santos, fue el detonante principal que dio origen a la Batalla de Pienta,
en lo que hoy es el municipio de Charalá en Santander. Esta confrontación entre lugareños de
Charalá, quienes improvisaron un ejército con más valor moral y sed de libertad que de
posibilidades, lograron atrasar el refuerzo de más de 800 hombres comandados por el coronel
Español Lucas González quien, por virtud de la batalla de Pienta, no pudo llegar a tiempo para
reforzar el ejército del general Barreiro para la contienda de la batalla de Boyacá.
Antecedentes
El 28 de julio de 1819 Antonia Santos, una de las heroínas de la Independencia de Colombia
que se unió a la causa de Simón Bolívar y fue creadora de las guerrillas de Coromoro y
Cincelada, fue fusilada en la plaza pública de Socorro por orden del coronel español Lucas
González.
González, quien había sido nombrado recientemente jefe militar de la Provincia del Socorro
con el fin de atacar las guerrillas de esta región, que estaban más avivadas después del triunfo
del ejército de Simón Bolívar en la Batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio, pensó que la
muerte de Antonia Santos mantendría a los revoltosos asustados y en orden. Sin embargo, se
equivocó.
Después del fusilamiento, González y su tropa partieron rumbo a Tunja para reunirse con el
coronel José María Barreiro, quien tras haber perdido en El Pantano había pedido refuerzos.
Apenas en Oiba, a Lucas González le llegó la noticia de que Charalá había sido tomado por la
guerrilla de Coromoro en coordinación con la local y entonces decidió devolverse.
En el pueblo, mientras tanto, los charaleños y coromoreños revolucionarios que se habían
tomado el lugar, destituyeron al alcalde y demás autoridades españolas, los apresaron y
nombraron a Ramón Santos como su primer alcalde popular. Toda la gente de la región empezó
a ser convocada. Se reunieron poco más de tres mil personas entre campesinos, comerciantes,
personajes influyentes de Charalá y residentes de los pueblos cercanos de Ocamonte,
Cincelada, Coromoro, Riachuelo y Encino.
Al mando de Fernando Santos, hermano de Antonia, se conformaron seis milicias según su
origen, cada una de 500 hombres más o menos. Se crearon banderas para cada grupo y se
aleccionaron para enfrentar a los españoles. Todo en menos de una semana.
La batalla
La noche del 3 de agosto, el coronel Lucas González ya estaba en el puente de Charalá sobre el
río Pienta. Sus soldados se escondieron sobre los montes y las barricadas ubicadas por los
charaleños días atrás. Las tropas revolucionarias de la región, en su mayoría sin entrenamiento
militar, se ubicaron en distintas posiciones, con un pañuelo rojo amarrado al cuello o a la mano
derecha y con más valor que armas.
Al amanecer, el 4 de agosto, se enfrentaron. La Milicia de Coromoro, que se lanzó sobre el
puente enfrentando a los españoles, fue la primera en perder parte de la tropa. Hombres y
mujeres lanzaban piedras y otros objetos, disparaban con escopetas y arcos artesanales. Primero
en medio del río y encima del puente, y luego desde los balcones y techos de las casas del
pueblo. Pero no fue suficiente y los neogranadinos caían por doquier.En el pueblo solo se
escuchaban gritos y llantos desgarradores.
A pesar de eso, las guerrillas patriotas no dejaron de enfrentar a los españoles y con los pocos
hombres que quedaban, permanecieron en batalla hasta el 7 de agosto, cuando el coronel Lucas
González, viendo que los muertos se contaban por cientos, se retiró y dio la orden de no
enterrar a ninguno para que sirviera de escarmiento a los que siguieran empecinados en
sublevarse.
Desde el puente sobre el río Pienta, hasta la plaza del pueblo, pasando por los caminos, las
calles, dentro de las casas, dentro de la iglesia, todo se encontraba sembrado de cadáveres;
personas que fueron torturadas hasta la muerte o fusiladas. La batalla se perdió, pero el
sacrificio valió la pena para la causa emancipadora, pues permitió que el libertador Simón
Bolívar se enfrentara a unas tropas españolas sin refuerzos, ganara la Batalla de Boyacá el 7 de
agosto de 1819 y sellara la independencia de Colombia.
Un lugar en la historia
Debido a su aporte a la luchas que dieron como resultado la independencia del país en el siglo
XIX, el Congreso de la República aprobó en 2013 el proyecto de ley que declaró a Charalá
como Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación; sin embargo, según el historiador y
presidente del Centro de Historia de Charalá, Édgar Cano Amaya, autor del libro “En nombre
de la Libertad”, el cual recoge los hechos de la Batalla del Pienta, el pueblo charaleño sigue a la
espera de que le den su lugar en la historia de la Independencia de Colombia.
“En Santander ocurrió la verdadera batalla de independencia. De no ser por los enfrentamientos
de Charalá, los presos habrían sido Bolívar, Santander y Anzoátegui”, asegura.
En Charalá, desde 2008, después de la publicación del libro de Cano Amaya, se celebra el 4 de
agosto con actos culturales, marchas, conversatorios, izadas de bandera y más actividades en
reconocimiento a la lucha de las tropas en 1819.
Pese a eso, los charaleños desean que ese día no solo sea reconocido por ellos sino por el resto
del país y que en las clases de historia no solo se hable sobre la Batalla del Pantano de Vargas,
el florero de Llorente y la Batalla de Boyacá.
En noviembre de 2016, la Asamblea Departamental dictó la ordenanza No. 028, “por medio de
la cual se institucionaliza la conmemoración de la Batalla del Pienta”, pero según el historiador,
“a hoy, es letra muerta y sirve solo para decorar archivos”, porque en las casas santandereanas
y colombianas solo se pone la bandera del país el 20 de julio y el 7 de agosto.