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Universidad del Aconcagua

Facultad de Psicología
Licenciatura en Psicología
Filosofía
Profa. Dra. Aldana Contardi y Prof. Mgter. Flavio Teruel
Ciclo lectivo 2017

¿Cómo leer textos filosóficos?


1. Leer varias veces el texto: una primera lectura de aproximación general y luego varias
lecturas detenidas en los distintos tramos del texto.
2. Rastrear las pistas o marcas textuales dejadas por el autor para señalar la organización del
texto: título, subtítulos, distintos tipos de letras, apartados, etc. En caso de que no haya
subdivisiones o marcas textuales del autor o editor proponer una organización que dé
cuenta de los distintos momentos del texto.
3. Avanzar anticipaciones o hipótesis acerca del contenido, a partir de los saberes previos de
que se dispone.
4. Tener presente en todo momento la guía de lectura, pues señala el para qué leo y cuál es la
información relevante.
5. Destacar las ideas fundamentales en cada tramo textual y no detenerse en detalles que no
hacen a los ejes discursivos principales.
6. Reconocer las categorías que aparecen en el escrito y descubrir su organización en
secuencias u oposiciones.
7. Atender a las referencias a otros autores o escritos, pues pueden indicar la tradición teórica
en que se inscribe el autor y las polémicas que atraviesan su discurso.
8. Rastrear e identificar las referencias indirectas a otros autores o posiciones filosóficas que
aun cuando no sean explícitas aluden claramente a alguna discusión o debate en el cual el
autor participa.
9. Hacer síntesis parciales a medida que se avanza en la lectura.
10. Reconstruir a partir de las ideas centrales del texto los argumentos del autor para sostener
esas ideas. Precisar si el autor se vale de otros autores o documentos para fundamentar su
posición.
11. Construir una síntesis que incluya una ficha del autor y la obra leída, los elementos más
destacados del texto, los argumentos y categorías empleadas. Avanzar en posibles
relaciones con otros textos filosóficos leídos en función de los problemas que los textos y
autores plantean.
TEXTO 1

La espiritualidad postula que la verdad nunca se da al sujeto con pleno derecho. La espiritualidad
postula que, en tanto tal, el sujeto no tiene derecho, no goza de la capacidad de tener acceso a la
verdad. Postula que la verdad no se da al sujeto por un mero acto de conocimiento, que esté
fundado y sea legítimo porque él es el sujeto y tiene esta o aquella estructura de tal. Postula que es
preciso que el sujeto se modifique, se transforme, se desplace, se convierta, en cierta medida y
hasta cierto punto, en distinto de sí mismo para tener derecho a[l] acceso a la verdad. La verdad
sólo es dada al sujeto a un precio que pone en juego el ser mismo de éste. Puesto que el sujeto, tal
como es, no es capaz de verdad.

Creo que ésta es la fórmula más simple, pero más fundamental, mediante la cual se puede definir
la espiritualidad. Lo cual entraña la siguiente consecuencia: que, desde ese punto de vista, no
puede haber verdad sin una conversión o una transformación del sujeto. Esta conversión, esta
transformación del sujeto –y aquí estaríamos frente al segundo gran aspecto de la espiritualidad–,
puede hacerse de diferentes formas. Digamos, muy groseramente, (puesto que todavía se trata de
un sobrevuelo muy esquemático) que esa conversión puede hacerse con la forma de un
movimiento que arranca al sujeto de su estatus y su condición actual (movimiento de ascensión
del sujeto mismo; movimiento por el cual, al contrario, la verdad llega a él y lo ilumina).
Llamemos a ese movimiento, también en este caso de manera muy convencional, y vaya en uno u
otro sentido, movimiento del eros (amor). Hay además otra gran forma por la cual el sujeto puede
y debe transformarse para poder tener. Acceso a la verdad: es un trabajo. Es un trabajo de sí sobre
sí mismo, una elaboración de sí sobre sí mismo, una transformación progresiva de sí mismo de la
que uno es responsable, en una prolongada labor que es la de la ascesis (askesis). Eros y askesis
son, creo, las dos grandes formas mediante las cuales se concibieron, en la espiritualidad
occidental, las modalidades que posibilitaban al sujeto transformarse para llegar a ser por fin
sujeto capaz de verdad.

– Foucault, Michel [2001], “Clase del 6 de enero de 1982”, en su La hermenéutica del sujeto. Curso
en el Collège de France (1981-1982), Buenos Aires, Fondo de la Cultura Económica, pp. 33-34.
TEXTO 2

El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia
y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más
mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la
valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a
sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías
en general.

Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su producto, se
enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del
trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la
objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación. Esta realización del trabajo
aparece en el estadio de la Economía Política como desrealización del trabajador, la objetivación
como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como
enajenación.

Hasta tal punto aparece la realización del trabajo como desrealización del trabajador, que éste es
desrealizado hasta llegar a la muerte por inanición. La objetivación aparece hasta tal punto como
perdida del objeto que el trabajador se ve privado de los objetos más necesarios no sólo para la
vida, sino incluso para el trabajo. Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del que el
trabajador sólo puede apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones.
La apropiación del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos más objetos
produce el trabajador, tantos menos alcanza a poseer y tanto mas sujeto queda a la dominación de
su producto, es decir, del capital

[...]

El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al
objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el
producto de su trabajo, no lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante
es el trabajador. La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su
trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él,
independiente, extraño, que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha
prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil.

– Marx, Karl [1997], "Primer Manuscrito", en su Manuscritos. Economía y filosofía, Barcelona,


Altaya, p. 106-107.

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