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LAS CIVILIZACIONES ACTUALES

II. CIVILIZACIÓN SE DEFINE EN RELACIÓN CON LAS DIFERENTES CIENCIAS DEL


HOMBRE
FERNAND BRAUDEL

“El concepto de civilización sólo se puede definir a la luz de todas las ciencias del hombre,
comprendida la historia.” (Fernand Braudel, pag. 23)

LAS CIVILIZACIONES SON ESPACIOS

Siempre es posible localizar las civilizaciones en un mapa, sea cual sea su tamaño, tanto a las
civilizaciones ricas como a las pobres. Un aspecto esencial de su realidad depende de las sujeciones
o ventajas determinadas por su medio geográfico. Por consiguiente, cada civilización está sujeta a
un ámbito y a unos límites más o menos estables: de ahí que toda una de ellas tenga una geografía
particular, la suya, que implica toda una serie de posibilidades, de sujeciones dadas algunas
prácticamente permanentes, que nunca son las mismas para más de una civilización. Como
resultado, tenemos una abigarrada superficie del mundo, en la que los mapas indican, a voluntad,
unas de casas de madera, de adobe, de bambú y de papel, de ladrillos o de piedras; zonas de
diferentes fibras textiles: lana, algodón, seda; zonas de grandes cultivos de base: arroz, maíz,
trigo...; lo retos varían, y de la misma manera varían las repuestas que se les dan.

Para los antropólogos, un área cultural es un espacio en el interior del cual predomina la asociación
de ciertos rasgos culturales. Estas áreas distinguidas por los antropólogos, definidas a partir de
detalles precisos, son, por lo general, pequeñas. Sin embargo, determinadas áreas culturales se
agrupan en conjuntos más amplios, según ciertos rasgos comunes al grupo y que, entonces, las
diferencian de otros amplios conjuntos. De manera natural, y siguiendo el ejemplo de los
antropólogos, los geógrafos e historiadores han aceptado el concepto de áreas culturales. Lo que
equivale a designar espacios susceptibles de ser desintegrados en una serie de distritos particulares.
Como veremos, esta posible desintegración continúa siendo fundamental en el caso de las grandes
civilizaciones que generalmente se disocian en unidades restringidas.

La fijeza de esos ámbitos, sólidamente ocupados, y de las fronteras que los limitan no excluye la
permeabilidad de estas mismas fronteras ante las múltiples transferencias de bienes culturales que
las están franqueando continuamente. Como afirma el autor, “todas las civilizaciones exportan y
reciben bienes culturales”. Esta difusión, en continua aceleración, hará saltar algún día las fronteras
de las civilizaciones y estos límites, hasta entonces más o menos fijos, de la historia del mundo. (...)
Pero sea cual sea la avidez de la civilizaciones en pedir prestados los avances de la vida «moderna»,
no están preparadas para asimilarlo todo indistintamente. Por el contrario, se da el caso de que se
obstinen en rehusar ciertos préstamos, lo que explica, hoy como ayer, que consigan salvaguardar
sus originalidades, amenazadas por todos lados.

LAS CIVILIZACIONES SON SOCIEDADES

Son las sociedades las que sustentan a las civilizaciones y las animan con sus tensiones y sus
progresos. De ahí, una primera pregunta que no se puede eludir: ¿era necesario crear el término de
civilización, e incluso promoverlo en el plano científico, en el caso de que fuese un sinónimo? Se
entiende entonces que es imposible separar a la sociedad de la civilización (y recíprocamente):
ambos conceptos se refieren a una misma realidad. Como dice C. Lévi-Strauss, «no corresponden a
objetos distintos, sino a dos perspectivas complementarias de un mismo objeto que es descrito
adecuadamente, tanto por uno de los dos términos, como por el otro, según el punto de vista que se
adopte».
“...las tesis de C. Lévi-Strauss sobre diferenciación entre sociedades primitivas y sociedades
modernas, si se quiere entre culturas y civilizaciones tal como las distinguen los antropólogos, se
basan en una identificación entre sociedades y culturas.” (Fernand Braudel, pag. 27)

Las culturas primitivas serían entonces producto de sociedades igualitarias en las que las relaciones
entre los grupos están reglamentadas de una vez para siempre y se repiten invariablemente, mientras
que las civilizaciones se fundarían sobre sociedades con relaciones jerarquizadas, con fuentes
diferencias entre los grupos y, por lo tanto, serían objeto de cambios de tensiones, de conflictos
sociales, de luchas políticas y de una perpetua evolución. Ahora bien, la señal exterior más
importante de estas distinciones entre “culturas” y “civilizaciones” es, sin duda alguna, la presencia
o ausencia de ciudades: “En el nivel de las civilizaciones, las ciudades proliferan mientras que
apenas están esbozadas en el nivel de las culturas.” Las civilizaciones, las sociedades más
flameantes, engloban, dentro de sus propios límites, culturas y sociedades elementales (...) En una
sociedad, el desarrollo nunca ha alcanzado por igual a todas las regiones, a todas las capas de la
población. Es frecuente que queden islotes de subdesarrollo (zonas montañosas demasiado pobres, o
apartadas de las redes de comunicación), verdaderas sociedades primitivas, verdaderas «culturas»
en medio de una civilización. Dada la estrecha relación existente entre civilización y sociedad,
conviene plantearse en términos sociológicos la historia larga de las civilizaciones. La diferencia
radica que, en el plano de la duración, la civilización comprende, supone espacios cronológicos
bastante más amplios que una realidad social dada. Se transforma más rápidamente que las
sociedades que lleva o arrastra consigo. Pero no ha llegado el momento de enjuiciar esta perspectiva
histórica. Cada cosa a su tiempo.

LAS CIVILIZACIONES SON ECONOMÍAS

Toda sociedad, toda civilización está determinada por unos datos económicos, técnicos, biológicos,
demográficos. Las condiciones materiales y biológicas son siempre un factor importante en el
destino de las civilizaciones. El aumento o la disminución de la población, la salud o la decrepitud
físicas, el auge o la decadencia económica o técnica repercuten tanto en el edificio cultural como en
el social. La economía política, entendida en su sentido más amplio, es el estudio de todos estos
inmensos problemas. En esta parte, el autor considera a la importancia del número, ya que durante
mucho tiempo el hombre fue el único instrumento, el único motor al servicio del hombre, por
consiguiente el único artesano de la civilización material. Ha construido esta civilización con la
fuerza de sus brazos y de sus manos. La excesiva abundancia de hombres, beneficiosa en un
principio, un día se vuelve nociva, cuando el aumento de la población excede al crecimiento
económico. (...) En el mundo entero se han producido, en consecuencia, períodos de hambre,
disminución del salario real, revueltas populares, épocas siniestras de retroceso. Parece que la
industrialización ha roto, a finales del siglo XVIII, y en el siglo XIX, este círculo vicioso y que ha
devuelto al hombre, incluso en casos de superpoblación, su valor y la posibilidad de trabajar y de
vivir.

La incidencia de las fluctuaciones económicas: la vida económica está continuamente oscilando en


fluctuaciones, las unas cortas, las otras largas. Así se suceden a lo largo de los años, los momentos
de buen tiempo y mal tiempo económicos, y, en cada caso, las sociedades y las civilizaciones
acusan las consecuencias, sobre todo cuando se trata de movimientos prolongados. Igualmente,
esta vida económica es casi siempre creadora de excedentes, sea cual sea el sentido de la
fluctuación, es decir, el gasto, el despilfarro de estos excedentes han sido una de las condiciones
indispensables para el lujo de las civilizaciones, para ciertas formas de arte. La civilización se
encuentra así en función de una cierta redistribución del dinero. Las civilizaciones se particularizan
en su cumbre y, más tarde, en su masa, según el mecanismo de redistribución que les es propio,
según los mecanismos sociales y económicos que reserva en los circuitos del dinero la parte
destinada al lujo, al arte, a la cultura. Tanto en la actualidad como en el futuro, el problema está en
crear una civilización que sea al mismo tiempo cualitativamente rica y civilización de masas,
tremendamente cara, inconcebible, si no se pone una cantidad importante de excedentes al servicio
de la sociedad, inconcebible, también, sin los momentos de ocio que el maquinismo puede y debe
proporcionar. En los países industrializados, este futuro está previsto para un plazo de tiempo
relativamente corto. Pero el problema es mucho más complejo a escala mundial.

LAS CIVILIZACIONES SON MENTALIDADES COLECTIVAS

La psicología, después de la geografía, de la sociología y de la economía, nos obliga a una última


confrontación. Con una diferencia, y es que la psicología colectiva no es una ciencia tan segura de
sí misma ni tan rica en resultados como las otras ciencias del hombre a las que, hasta ahora, no
hemos referido. La psicología colectiva rara vez se ha aventurado en el campo de la historia. Allí el
autor se cuestiona lo siguiente: ¿Psiquismo colectivo, tomas de conciencia, mentalidad o utillaje
mental? Y afirma entonces que es difícil escoger entre los términos que propone el título tan largo
de este apartado. Y estas mismas vacilaciones en la terminología testimonian de la inmadurez de la
psicología colectiva como ciencia.

A cada época corresponde una determinada concepción del mundo y de las cosas, una mentalidad
colectiva predominante que anima y penetra a la masa global de la sociedad. Esta mentalidad que
determina las actitudes y las decisiones, arraiga los prejuicios, influye en un sentido o en otro los
movimientos de una sociedad, es eminentemente un factor de civilización. Seguramente, lo más
incomunicable que tienen las civilizaciones entre sí, lo que las aísla y las distingue mejor, es este
conjunto de valores fundamentales de estructuras psicológicas. Y estas mentalidades son,
igualmente, poco sensibles al paso del tiempo. Varían con lentitud, sólo se transforman tras largas
incubaciones, de las que también son poco conscientes.

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