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Primera epístola a los corintios

Pablo de Tarso según una representación en el monasterio de Stavronikita, en el Monte Athos.

La Primera epístola a los corintios (abreviado 1 Co) es un libro del Nuevo Testamento de la
Biblia. Es una carta escrita por Pablo de Tarso a la comunidad cristiana o Iglesia de Corinto.

Fue escrita desde Éfeso1 cerca del tiempo de la Pascua en el tercer año del viaje de Pablo allí,2
sobre el año 54 después de Cristo, cuando planeaba visitar Macedonia para más tarde regresar
a Corinto.

Este libro trata sobre Pablo, quien mandaba cartas a los lugares que visitaba para
recomendarles cosas.

La Primera epístola a los Corintios fue escrita en Éfeso, donde, según Hechos 20.31, Pablo vivió
tres años, probablemente entre el 54 y el 57. Mientras estaba allí, los creyentes de la
congregación le hicieron llegar, posiblemente por conducto de Estéfanas, Fortunato y Acaico
(cf. 16.17), algunas consultas, a las que respondió con la presente carta (cf. los pasajes que
comienzan en 7.1, 25; 8.1, y también 10.23; 11.2; 12.1; 15.1).

La Iglesia de Corinto

Corinto en Grecia, lugar de la Iglesia de Corinto.

A pesar de no pertenecer a la Pentarquía,3 la Iglesia de Corinto es una de las más conocidas.


Debe su fama a las dos epístolas que le remitió San Pablo y a la que le ha enviado Clemente de
Roma.

Contenido

Capítulo I

Comienza la epístola con una extensa salutación. Extensa, se entiende, en términos actuales
pero habitual entre los escritores antiguos, más proclives a recrearse en los prolegómenos.

Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús y Sóstenes, hermano, a la
Iglesia de Dios en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos.

I Corintios 1,1-2

En este saludo, Pablo dice de sí mismo que es apóstol por la voluntad de Dios, aludiendo a su
tardía y atípica conversión. Pablo era un extraño en la comunidad apostólica ya que no
pertenecía a los doce ni a sus discípulos más inmediatos. Al no recibir de ellos la encomienda
apostólica, Pablo se convirtió en un factor inopinado y decisivo de la expansión del
cristianismo. Después de una alabanza de las virtudes de la comunidad de Corinto (1,4-9),
añade: he sabido por Cloe que hay discordias entre vosotros (1,11), señalando así el eje
argumental de la epístola.

A continuación, disimulada tras un apunte biográfico, desarrolla una pieza doctrinal que será
un lugar común de la teología posterior. Se trata de la extrañeza entre la sabiduría del mundo
y la sabiduría de Dios. Al respecto esta es la cita más conocida:

Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los
inteligentes.

I Corintios 1,19

Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un
Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos...

I Corintios 1,22-23

Capítulo II

Este capítulo hace mención al fundamento de la fe cristiana, y Pablo enseña donde debe estar
basada esta fe. Aunque Pablo era un hombre muy sabio y elocuente en lo que respecta a la
exposición de las sagradas escrituras, él se propuso no predicar entre los corintios con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino más bien con demostración del Espíritu y el poder de
Dios. Lo que Pablo quería dejar claro, es que la salvación del hombre no depende de su
sabiduría, ni de su habilidad para alcanzarla, sino que esta ha de obtenerse por el infinito
poder de Dios en su sola soberanía.

EPÍSTOLA A LOS ROMANOS

La suma y la causa general de los escritos de esta epístola es demostrar que el hombre es justificado solamente por la fe: proposición que quienquiera niega, no solamente niega esta epístola y todo lo que Pablo
escribió, sino también toda la Escritura, un encerrado que nunca deberá entender la salud de su alma. Y para llevar a un hombre a la comprensión y la sensación de que la fe solamente justifica, Pablo demostró
que toda la naturaleza del hombre está tan envenenada y tan corrompida, y tan muerta en relación con la vida piadosa o el pensamiento divino, que es imposible [para el ser humano] mantener la ley ante los ojos
de Dios.

La salvación en Cristo (1:16-8:39)[editar]


La justicia de Dios (1:16-17) [editar]
El anuncio de Pablo de que él no está «avergonzado» (epaiscúnomai) de su evangelio, ya que tiene poder (dúnamis). Estos dos versículos forman un telón de fondo para el resto del libro. En primer lugar,
observamos que Pablo no se avergüenza de su amor por este evangelio que predica sobre Jesucristo. También señaló que él está hablando con el «judío primeramente» (Romanos 1:16). Existe relevancia en
esto, pero es en gran parte es una conjetura académica, así como la relación de el apóstol Pablo y el judaísmo, que sigue siendo objeto de debate. Estamos apremiados encontrar una respuesta a esa pregunta
sin saber más sobre la audiencia en cuestión. Los estudiosos tratan de encontrar una respuesta a esa pregunta sin saber más acerca la audiencia en cuestión. Wayne Brindle argumenta, basándose en antiguos
escritos de Pablo contra los judaizantes en Gálatas y 2 Corintios, que los rumores sobre la total negación de Pablo de la existencia judía probablemente se había extendido en todo el mundo cristiano,
véase Supersesionismo. Pablo pudo haber utilizado el enfoque del «judío primeramente» para contrarrestar ese punto de vista.

Condenación: La corrupción universal de los gentiles y los judíos (1:18-3:20) [editar]


El juicio de Dios (1:18-32) [editar]
Pablo ahora empieza con el eje principal de su carta. Comienza por indicar que los seres humanos han asumido la impiedad y la injusticia, causando la ira de Dios (Romanos 1:18). La gente ha tomado la imagen
invisible de Dios y la convirtió en un ídolo. Pablo parece aquí basarse en la Sabiduría de Salomón. Condena el comportamiento sexual antinatural y advierte de que tal comportamiento se traducirá en un cuerpo y
una mente depravados (Romanos 1:26-27), y dice que las personas que cometen este tipo de cosas (incluyendo el asesinato y la maldad; Romanos 1:29) son dignas de muerte (Romanos 1:32). Pablo se
mantiene firme contra el sistema de la adoración de ídolos, que era común en Roma.

La advertencia de Pablo contra los hipócritas (2:1-4)

En la interpretación tradicional protestante, Pablo aquí clama contra los judíos que están condenando a los demás por no seguir la ley cuando ellos mismos tampoco están siguiendo la ley. Stanley Stowers, sin
embargo, ha argumentado por razones retóricas que Pablo está en estos versículos no abordando al judío en absoluto, sino más bien una caricatura fácilmente reconocible de la típica persona jactanciosa (ὁ
ἀλαζων). Stowers escribe: «No hay absolutamente ninguna justificación para leer Romanos 2:1-5 como el ataque de Pablo sobre ‹la hipocresía de los judíos›. Nadie en el siglo I habría identificado ho alazon con
el judaísmo. Esa interpretación popular depende anacrónicamente de una lectura con caracterizaciones cristianas tardías de los judíos como ‹fariseos hipócritas›».

Justificación: El regalo de la gracia y el perdón a través de la fe (3:21-5:11)

Pablo dice que la justicia de Dios se ha dado a conocer, al margen de la ley, a lo que tanto la ley y los profetas dan testimonio: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesús a todo aquel que cree (Romanos 3:21-
22). Él describe la justificación (limpiar legalmente al creyente de la culpa y el castigo del pecado) como un don de Dios (Romanos 3:24), y no obra del hombre (para que no puede jactarse), sino por la fe
(Romanos 3:28).

La seguridad de la salvación (5-11)

En los capítulos cinco al ocho, Pablo afirma que los creyentes pueden tener la seguridad de su esperanza en la salvación, después de haber sido liberados de la esclavitud del pecado. Pablo enseña que a través
de la fe (Romanos 3:28, 4:3), los fieles se han unido a Jesús (Romanos 5:1) y se han liberado del pecado (Romanos 6:1-2, 18). Los creyentes deben tener la certeza de la salvación (Romanos 12:12). Esta
promesa está abierta a todo el mundo ya que todos han pecado (Romanos 3:23), salvo el que pagó por todos ellos (Romanos 3:24).

En los capítulos 9-11, Pablo se refiere a la fidelidad de Dios con los hijos de Israel, señalando que Dios ha sido fiel a su promesa. Pablo espera que todos los israelitas llegarán a darse cuenta de la verdad
(Romanos 9:1-5) puesto que él mismo era un israelita (Romanos 11:1), que en el pasado fue perseguidor de los primeros cristianos. En Romanos 9-11, Pablo explica que la nación de Israel ha tropezado, y las
condiciones en que Israel será nuevamente la nación escogida de Dios: cuando Israel vuelva a su fe, dejando a un lado su incredulidad (Romanos 11:19-24).

La transformación de los creyentes (12-15:13)


Desde el capítulo 12 hasta la primera parte del capítulo 15, Pablo describe cómo el Evangelio transforma a los creyentes y el comportamiento que resulta de esa transformación. Esta transformación es descrita
como una «renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2), una transformación que Douglas J. Moo caracteriza como «el núcleo del tema». Es una transformación tan radical que equivale a una
«transfiguración del cerebro», una «metanoia», una «revolución mental».

Pablo continúa describiendo cómo los creyentes deben vivir. Los cristianos ya no están bajo la ley, es decir, ya no es obligado por la ley de Moisés, sino bajo la gracia de Dios. No necesitamos vivir bajo la ley,
porque en la medida en que nuestras mentes han sido renovadas, sabremos «casi instintivamente» lo que Dios quiere de nosotros. La ley proporciona entonces un «criterio objetivo» para juzgar el progreso en el
«proceso de toda la vida» de la renovación de nuestra mentes.

En la medida en que han sido liberados del pecado por mentes renovadas (Romanos 6:18), los creyentes ya no están obligados a pecar. Los creyentes son libres para vivir en obediencia a Dios y el amor a todo el
mundo. Como dice Pablo en Romanos 13:10, «el amor (ἀγάπη) no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor».

LEY = TESTAMENTO
(7) Después de que Cristo viniera, hacer que las personas vieran que no podían guardar la ley, sino que necesitaban aceptar a Cristo como Salvador personal, porque Él
había cumplido la ley en Su vida y pagó el castigo por culpa nuestra en Su muerte, sepultura y resurrección corporal (Gálatas 3:24; Romanos 10:4). El creyente en Cristo
tiene la misma justicia de la ley cumplida en él cuando obedece al Espíritu Santo que vive dentro de él (Romanos 8:4).

El propósito de la ley de Moisés plantea estas preguntas: "¿Estás confiando en ti mismo para guardar toda la ley todo el tiempo (algo que no se puede hacer)?", o "¿Has
elegido aceptar a Jesús como tu Salvador, dándote cuenta de que Él ha cumplido perfectamente toda la ley, incluso pagando tu castigo por haberla quebrantado?" La
elección es tuya.

En la Biblia encontramos dos leyes (mejor conocidas como testamentos). Sus reglas son distintas; por lo tanto, es imposible guardar las dos juntamente. Pero eso no las
hace que se contradigan, pues el mismo Dios es autor de ambas. Antes bien, fueron escritas para dos épocas distintas. La ley antigua sirvió muy bien para su época en
particular; la nueva sirve muy bien ahora. Consideremos las dos con sus detalles.

La ley de Moisés
En el Monte Sinaí, Dios le hizo entrega de una ley al pueblo de Israel y le ordenó a Moisés que la escribiera. Por esa razón esa ley se llegó a conocer como la ley de Moisés.
El Nuevo Testamento a veces se refiere a ella como “la ley”, mientras que al nuevo orden que Cristo instituyó lo refiere como “la gracia”.

Bajo aquella antigua ley, Dios declaró principios morales. También instituyó un orden civil y religioso que ayudó al pueblo a guardarlos y ponerlos por obra. Aquella ley con
sus ceremonias religiosas señalaba en forma figurativa hacia Cristo.

Si alguno no obedecía la ley de Moisés, tenía que morir.

La ley de Cristo
Esta es la ley que Dios pone en el corazón y escribe en la mente (véase Hebreos 10.15-16). En Romanos 8.2 se refiere a ella como “la ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús”. Otras veces el Nuevo Testamento habla sencillamente de “la ley de Cristo”. Esta ley se compone de todas las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles, grabadas en el
Nuevo Testamento. Por medio de ella salimos del cautiverio de la ley de Moisés a la libertad de Cristo. La ley de Moisés declaró la justicia de Dios al hombre pecaminoso.
La ley de Cristo nos trae el poder de vivir conforme a esa justicia. La ley de Moisés fue instituida con amenazas de muerte para los desobedientes, pero Jesús vino para
salvar a su pueblo de sus pecados, así dándole vida.

La ley de Cristo la conocemos también como la dispensación de la gracia. La gracia no nos da libertad para pecar, sino nos da el poder de vivir libres del pecado.

La ley de Cristo es el cumplimiento del plan perfecto de Dios, formado desde antes de la fundación del mundo para salvar a la humanidad. La ley de Moisés fue dada a
causa de las transgresiones, mientras Dios preparaba al mundo para la venida de Cristo.
Las diferencias entre el antiguo testamento y el nuevo

La Biblia hace una distinción clara entre la ley vieja y la nueva. Por ejemplo, la ley
de Moisés mandó la pena de muerte para ciertos crímenes, y la guerra contra las
naciones pecaminosas. En cambio la ley de Cristo nos encarga a amar a nuestros
enemigos y a hacer bien a los que nos hacen mal. Eso es porque el nuevo pacto le
quita al pueblo de Dios las responsabilidades del estado que le pertenecían bajo el
viejo pacto. Quita también los sacrificios y figuras de la ley, ya que quedan
cumplidas en Cristo. En cambio instituye un culto espiritual, dirigido por el Espíritu
Santo de modo que sea “en espíritu y en verdad”. Reemplaza la ley moral, resumida
en los diez mandamientos, con la ley más alta de Cristo. Algunos no quieren
reconocer este último cambio. Sin embargo, Jesús lo afirmó repetidas veces con sus
palabras del Sermón del monte: “Oísteis que fue dicho... pero yo os digo”.

La evangelización de los griegos


Jesús se había presentado como el Salvador, y en primer lugar quería salvar al pueblo judío. Al
hablar del reino de Dios les abría nuevos horizontes, sin ignorar sus aspiraciones colectivas.
Pero cuando empezó la misión entre los griegos, ajenos al deseo de liberación de los judíos, fue
necesario mostrarles que el Evangelio respondía también a sus aspiraciones.
El imperio romano había reducido prácticamente a nada las ambiciones de naciones pequeñas y
grandes al absorberlas, dejando un vacío donde crecerían las preocupaciones religiosas. Esa
gente se interesaba por todo lo que afectaba a la persona y buscaba entre una balumba de
doctrinas y de religiones un medio para escapar al destino. Por eso había que hablarles de Cristo
como del que resuelve nuestros conflictos y da nueva vida.
En la carta a los Romanos Pablo quiere responder a las preocupaciones de los griegos pero sin
descuidar a los judíos, muy numerosos en esa comunidad. Para los judíos creyentes resultaba
muy difícil resituarse ante Dios después de que la mayoría de su pueblo rechazara la fe cristiana.
La justificación de Dios y la salvación de la humanidad
La carta a los Romanos es en gran parte una exposición sobre la vocación cristiana. No sólo nos
parecerá difícil sino que lo es. Encontramos en ella discusiones y una utilización de los textos
bíblicos que desconciertan, porque Pablo argumenta como había aprendido en las escuelas de
los rabinos. Pero conviene recordar que Pablo no vertebra un sistema doctrinal, una teología,
sino que recurre constantemente a su propia experiencia. El encuentro con Jesús resucitado, la
conversión que lo puso al servicio del Evangelio, y posteriormente la amplia experiencia de su
vida de apóstol, son las bases de su visión de la fe.
Pablo va a hablar de LA SALVACIÓN Dios,, que es la salvación de la raza humana, como un
todo, y que se juega en el CORAZÓN de las personas. Todo dependerá de la respuesta personal
a la llamada de Dios. ¿Sabremos confiar en él?
Pablo está marcado por su propia historia y presenta el encuentro con la fe como una conversión
más o menos dramática. El hombre es esclavo del PECADO (convendrá ver lo que Pablo
entiende con esto) y quisiera liberarse de él, pero le falta la clave para comprenderse a sí mismo:
ha sido creado para compartir la vida de Dios, y hasta que no lo consiga, experimentará una
rebelión consciente o inconsciente contra Dios. ¿Habrá que volverse hacia la religión? Con eso
se ganaría muy poco, dice Pablo con una insistencia que sorprenderá a muchos; pues mientras
se piense encontrar la superación en las prácticas religiosas, se dará la espalda a la única fuerza
que puede liberarle: EL AMOR MISERECORDIOSO DE DIOS. Pero Dios tiende la mano y
enseña a amar. Jesús viene al encuentro y es crucificado y así Dios manifiesta su amor y perdón.
Sólo espera respuesta de un acto de fe, una fe que libera de un solo golpe.
Para explicar esta transformación que la fe obra en el hombre, Pablo utiliza una palabra que
tendrremos que explicar: la justificación.
Pablo se detiene sobre el problema del pueblo judío: ¿qué pensar de toda la historia de Israel, al
que Dios prometió un salvador, y que cuando viene no lo reconoce? Pablo explicará que esa
tragedia se inscribe dentro de un plan más amplio, según el cual Dios salva a todos, permitiendo
que todos los pueblos hayan pasado por un tiempo de desobediencia a Dios.
Pablo envió esta carta el año 57 ó 58, probablemente desde Corinto. Hasta entonces se había
dirigido a comunidades que conocía y cuyas dificultades no ignoraba. Esta vez no; al final de su
exposición hablará de manera muy general de la vida cristiana, y sobre todo de cómo aceptarse
mutuamente entre personas de orígenes muy diversos. Porque en Roma, como en cualquier otra
parte, no fue tan sencillo reunir en una misma comunidad a JUDIOS Y A PAGANOS
CONVERTIDOS. Pablo les recomienda lo que ni siquiera nosotros logramos practicar hoy: que
acepten sus diferencias.

Destinatario carta a los romanos: Los cristianos de origen judío, de vuelta en Roma, se
encontraron con una situación completamente nueva, pues entretanto el cristianismo se había
desarrollado allí únicamente según su componente gentil y en formas independientes de la
Sinagoga: la Carta a los Romanos estaría dirigida precisamente a este nuevo tipo de
comunidad, donde los judeo-cristianos son ya solo una minoría, para invitar a los primeros a
vivir en sintonía con los segundos.

Pablo se dirigía a la Iglesia romana para espolear a sus miembros judeo-cristianos a abrirse al
universalismo del Evangelio, contra toda forma de particularismo judío o judaizante

Capítulo 13
Pablo aconseja: Someteos a los siervos de Dios; guardad los mandamientos; amaos unos a otros; la rectitud conduce a la salvación.

1 Sométase toda alma a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de
parte de Dios, y las que hay, por Dios son ordenadas.
2 Así que, el que se opone a la autoridad, a lo ordenado por Dios resiste; y los
que resisten, acarrean condenación para sí.
3 Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo.
¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella;
4 porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; pues no en vano
lleva la espada, porque es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.
5 Por lo cual es necesario que le estéis sujetos, no solamente por razón de la ira, sino
también por causa de la conciencia.
6 Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que se
dedican a esto mismo.
7 Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que
temor, temor; al que honra, honra.
8 No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros, porque el que ama al prójimo,
ha cumplido la ley.
9 Porque: No cometerás adulterio; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio;
no codiciarás; y si hay algún otro mandamiento, en estas palabras se resume: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo.
10 El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimento de la ley es el amor.
11 Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora
está más cerca de nosotros nuestra salvaciónque cuando creímos.
12 La noche ha avanzado, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de
las tinieblas, y vistámonos con las armas de la luz.
13 Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, ni en
lascivias y libertinaje, ni en pleitos y envidia;
14 sino vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis caso de los deseosde la carne.

“Castración del corazón” (Agamben)

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