Está en la página 1de 25

Sintesis de Emerich Coreth

1-. ¿Cómo concibe Emerich Coreth el hombre y qué solución ofrece para su problema?

Al leer esta pregunta me vino rápidamente a la mente un ilustrativo texto de Emerich


Coreth: «El hombre vive en el mundo y se pregunta por el sentido de su existencia. Es
ésta una vieja pregunta que la humanidad nunca ha logrado acallar. Vivimos y
trabajamos, soportamos achaques y cuidados, experimentamos alegrías y sufrimientos,
éxitos y fracasos, esfuerzos y renuncias; vamos envejeciendo y sabemos que al final
esta la muerte. No sabemos ni cómo ni cuándo será, pero estamos persuadidos de que
caminamos hacia el derrumbamiento de la vida, que nuestra existencia humana en el
mundo está marcada por la muerte» (1).

Hemos de ser conscientes que somos seres finitos, efímeros e insignificantes. La


finitud de nuestra armadura de carne, la efimeridad de nuestra existencia hacen
insignificante nuestra vida.

La revedere!

16:15 pm

Fuente(s):

(1). CORETH, E. 1980: ¿Qué es el hombre?: Esquema de una antropología filosófica,


trad. Claudio Gancho. Barcelona: Herder, pág. 244El mismo Emerich Coreth se
pregunta por su propia esencia. Solamente el hombre es capaz de realizarse esta
pregunta. Esto demuestra cómo se caracteriza por la conciencia y la comprensión de si
propio.

Luego prosigue diciendo que el hombre solo puede entenderse desde su relación con
el ser, en una constante salida hacia el ser y que debe haber una relación
transcendental, o sea que una antropología filosófica será por consiguiente y necesaria
una antropología metafísica para así poder ahondar las dimensiones del ser humano,
ya que esta dimensión metafísica será el elemento constitutivo el hombre.
Así, es como se cuestiona sobre la esencia del hombre, o sea, por lo que algo es lo
que es, su fundamento íntimo. Se trata de la constitución ontológica del hombre, esta
cuestión del fundamento es la cuestión básica de toda filosofía.

El problema cuerpo-alma es una cuestión de la esencia y constitución primordial del


hombre.

Se empezará con una aclaración conceptual de lo que indica la palabra alma, que sería
como conjunto de vida consciente o principio interno o espiritual. Históricamente alma
no significo especialmente estar relacionada con el espíritu, sino el principio vital de
todos los seres vivientes. Espíritu indica algo más, que está por encima de lo corporal.
Así, es que en el hombre el espíritu es simultáneamente alma, el principio que anima y
vivifica al cuerpo. Queda, entonces, expresada la doble función de vida espiritual y
material.

¿QUE ES EL HOMBRE? EMERICH CORETH.

LA AUTORREALIZACION DEL HOMBRE

EL SER PERSONAL ( ser uno mismo )

El hombre vive en el mundo, pero con su conducta específicamente humana se


distancia de todo lo demás. No vive en la inmediatez, sino en la mediación de la
libertad, que define su ser y configura su mundo humano. Por metido que viva en el
mundo y en los acontecimientos mundanos, el hombre está definitivamente afincado
sólo en sí mismo, arrojado a su “yo personal“. En su decisión y responsabilidad el
hombre se encuentra solo. Nadie, ni la persona más íntima y querida, pueden
sustituirnos, representarnos o relevarnos, “soy yo” quien tengo que cargar a solas con
mi existencia. Se trata única y exclusivamente de mí mismo.
El propio lenguaje cotidiano revela que hablamos del yo en un doble sentido,
entendiendo tanto el “yo centro“ como el “yo totalidad“. Entre el yo centro y yo totalidad
no existe oposición alguna, sino sólo una relación de condicionamiento recíproco. Y es
así únicamente como el todo resulta una unidad a través de la cual apunta a un centro,
desde el cual a su vez se realiza como tal totalidad; solo porque es el centro de la
totalidad concreta que, vivificada y regida por él, se cumple y experimenta como “ un
todo “.

De este modo, todo acontecer de la conciencia está condicionado, soportado y


penetrado por la “conciencia del yo“ que siempre y necesariamente viene dada en cada
realización consciente. El yo no se disuelve en cada realización, sino que subyace
siempre a la misma y se corraliza en todos los actos particulares como su fundamente
inmutable y en esa misma medida se co experimenta aunque de una forma
asistemática. La distinción kantiana entre el yo empírico y el yo trascendental. El “ yo
empírico “ equivale al yo sujeto en cuanto que se expresa y experimenta en la
realización de sus actos conscientes; es la totalidad concreta de mi auto experiencia
consciente. El “yo trascendental“ por el contrario, es el supremo punto unificador, que
también precede a cualquier experiencia, incluso a la personal; pero la condición para
que esto sea posible es que todos los contenidos experimentales se conviertan en
datos en la unidad de mi conciencia.

EL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL

El conocimiento precede a cualesquiera otras relaciones con la realidad, a las que


condiciona, rige y dirige. Está trenzado con todas las formas prácticas de relación, en
las que adoptamos una postura, tomamos unas decisiones y desarrollamos una
actividad. El conocimiento es un elemento integrante de la conducta general humana.
Pero al propio tiempo es el elemento primero y básico en cuanto que precede a todas
las formas de la autorrealización humana, haciéndolas posibles y dándoles una
dirección.

El conocimiento sensitivo del hombre se experimenta y entiende siempre en la


conciencia, se capta y reelabora con el pensamiento. Lo propio del conocimiento
humano y aquello que la caracteriza es “ el pensamiento “. Entra en nuestra propia
esencia. No podemos dejar de pensar; el pensamiento responde a una necesidad de
nuestro ser.

Pensar es un conocer “ conceptual “. Con la misma constancia y necesidad con que


pensamos, formamos también conceptos. Palabra y concepto no son la misma cosa.
Algo que pensamos podemos expresarlo con distintas palabras; y a menudo buscamos
también la palabra exacta para decir lo que pensamos. Lo pensado es el concepto, por
lo general todavía impreciso, en un lenguaje natural, y por tanto con un pensar
precientífico; no se trata de un concepto rígidamente definido, pero sí con un contenido
determinado que es lo que pensamos. El concepto pertenece a la esencia del
pensamiento en general.

El hombre no está fijado en el dato del aquí y del ahora, sino que se destaca del
mismo, gana distancia y con ella un horizonte más vasto, desde el cual únicamente
puede captar las cosas de forma objetiva en su contenido esencial. Constituye un
fenómeno antropológico muy importante, y demuestra que incluso el pensamiento sólo
es posible desde la libertad por la que el hombre se libera de la vinculación a la
naturaleza y actúa libremente en su autorrealización específicamente humana. Las
cosas son concretas y singulares, mientras que el concepto es abstracto y general. Lo
cual significa a su vez que el concepto es esencialmente algo distinto de un objeto
material y concreto.

Al hombre le corresponde un “ conocimiento espiritual “, es un ser espiritual y no


exclusivamente material. Sólo desde el espíritu se puede entender de lleno lo que
significa ser hombre y lo que nosotros experimentamos como ser humano.

Espíritu humano. Su esencia sólo puede entenderse desde la infinitud que le es propia.
Sólo desde ahí resultan comprensibles la hondura y riqueza, la diversidad y fuerza
configurante de la vida espiritual. Sólo así se explica la increíble “dinámica del espíritu“,
que nunca descansa plenamente en el conocimiento de una cosa finita, sino que busca
e investiga hasta las fronteras del mundo y hasta la últimas profundidades de lo
cognoscible; pero sin que en ningún conocimiento intramundano, es decir, en ninguna
verdad finita, pueda encontrar su plenitud, sino que se sigue preguntando por el
fundamento y sentido últimos de la propia existencia y del mundo en general, por el
fundamento supremo, absoluto e infinito del ser, que está al fondo de todos los seres
finitos, sosteniéndolos y dándoles sentido.

No nos interesa la lógica formal, que pretende analizar las formas y leyes del
pensamiento lógico y especialmente del deductivo. Lo que aquí nos interesa es lo que
precede a cualquier lógica y cuanto que ahí se nos revela acerca de la esencia del
espíritu humano.

El pensamiento lógico - deductivo no es un conocimiento directo sino mediado. Algo no


perceptible ni cognoscible en forma directa se nos manifiesta a través de algo conocido
ya de antemano. El ser en general está fundamentalmente abierto al “espíritu humano“
por el hecho de ser espíritu, aunque finito. Ser espíritu equivale a estar en la “ apertura
del ser “, en el horizonte abierto del ser en general, en trance de realizarse en la salida
hacia la totalidad limitada del ser.

LIBRE ALBEDRIO

El hombre es un ser que conoce, un espíritu que piensa. El conocimiento no es más


que una parte integrante, ciertamente esencial y básica, pero sólo parcial, de la
autorrealización humana completa. Más aún: el conocimiento no es, por su propia
esencia, una realidad última que descanse en sí y se dé sentido a sí misma. En el
conjunto del ser humano tiene más bien una función esencialmente mediadora y está
ordenada a algo distinto: el querer y la acción.

El conocimiento nos muestra las posibilidades de decidirnos y desarrollarnos de


acuerdo con nuestro propio ser o de renegar de esa empresa. El conocimiento nos
brinda la orientación en medio de nuestro mundo y en el conjunto del ser. Nos señala
valores y desvalores, las posibilidades auténticas e inadecuadas, verdaderas y falsas
de nuestro ser personal. Somos nosotros quienes hemos de elegir y decidirnos. En
nuestra autorrealización somos libres. Y precisamente porque lo somos, necesitamos
del conocimiento como orientación; y desde luego un conocimiento espiritual e
intelectual que, en el horizonte infinito del ser, permite alcanzar la verdad y distinguir lo
verdadero de lo falso.

El conocimiento espiritual exige como correlato esencial el “ libre albedrío “. Por ello
casi resulta bizantina la cuestión del cuál superior, si la inteligencia o la voluntad;
cuestión que, sin embargo, motivó durante siglos una polémica entre filósofos y
teólogos. La autorrealización espiritual-personal humana sólo se cumple en: el querer y
actuar libres. Lo cual demuestra que a ambas realidades, el conocer y el querer, les
corresponde un cierto primado bajo un aspecto específico.. Ontológicamente, sin
embargo, ambas forman parte por igual esencial y original de la existencia espiritual-
personal del hombre. Una y otra están, por lo mismo, antológicamente, en el mismo
plano del ser espiritual-personal, son dos funciones correlativas y complementarias del
mismo hombre, que esencialmente te relacionan y coordinan una con otra, pero que
sólo en su unidad constituyen la totalidad de la autorrealización humana.

De ahí que la libertad no signifique sólo la capacidad de elegir objetivamente entre esto
y aquello, sino una decisión sobre mí mismo y las posibilidades de mi propia existencia,
la disposición y definición de mí mismo. Ambas cosas se relacionan en una unidad
dialéctica: la decisión sobre mí mismo en la decisión frente al otro; la definición de mí
mismo en la captación y realización del otro. Pero la realización de la unidad de ambos
elementos se cumple en “ la libertad “. La “libertad de elección“ se expone a menudo
como una libertad de especificación (libertas specificationis); es decir, como la facultad
de actuar de ésta o de la otra forma, de elegir ésta o aquella posibilidad y de determinar
por sí mismo el acto. También se denomina libertad de ejecución (libertas excercitii), o
sea, la facultad de poner o no poner un acto determinado.

La libertad de especificación se apoya en la libertad de ejecución en cuanto que sólo


puedo elegir libremente entre varias posibilidades de actuación, cuando no estoy
determinado necesariamente para abrazar una de ellas, sino que soy libre para ponerlo
o no ponerlo en práctica. La libertad de elección en cuanto libertad de especificación o
de ejecución, es el orientarse hacia cualquier posibilidad concreta, decidir entre todas
ellas. Pero anterior a este proceso y como condición indispensable del mismo, está la “
libertad radical “.
Para el materialismo sólo existen los seres y acontecimientos materiales. La vida toda
del hombre y de su conciencia está sujeta a la misma determinación casual que es
propia de los procesos materiales de la naturaleza.

Para el idealismo el hombre, único ser espiritual finito, es absorbido en un espíritu


infinito universal, que se desarrolla en todas las cosas y cobra conciencia en el espíritu
humano haciéndose espíritu en sentido pleno. De esta forma el hombre individual no es
más que un elemento del proceso absoluto del Espíritu.

Para el existencialismo establece la libertad del hombre de un modo absoluto,


defendiendo por consiguiente un indeterminismo también absoluto, que no reconoce
vinculación o limitación alguna de la libertad. El hombre es existencia; es decir, sólo
aquello que él mismo se hace con su libre autorrealización.

Para Tomás de Aquino la libertad no equivale al capricho insensato, sino que significa
un autodesarrollo razonable en la afirmación y realización del bien ( en la persecución
del bonum ) y como tal está vinculada al bien, a lo que debe ser. Sólo entonces alcanza
la libertad humana su sentido.

La libertad es un dato fundamental originario de nuestra existencia humana que no


puede remitirse a ningún otro, y que por lo mismo no es posible ni eliminar ni
contradecir. Reflexionamos, sopesamos los motivos, procuramos conocer la conducta
más sensata, y en todo ello sabemos de manera incontrovertible que tenemos que
decidirnos nosotros mismos. La libertad se trata de un saber originario inevitable que, si
bien está presente de modo implícito y asistemático, condiciona y acompaña la
realización de nuestros deseos y actuaciones.

La voluntad no es más que una capacidad de aspiración subordinada al conocimiento


reflexivo, transmitida por éste y acorde con su esencia. La inteligencia en su impulso
cognoscitivo supera todo objeto concreto y finito, y aspira siempre a alcanzar otros
contenidos de ser y de sentido, estratos siempre más profundos de la realidad, y sólo
descansa plena y definitivamente cuando, por encima de todo ente, consigue la verdad
del ser en la infinitud de su riqueza y plenitud, lo que en esta vida jamás es posible. La
voluntad trasciende en la dinámica de su impulso cualquier bien concreto y finito
buscando siempre otros bienes y valores. Sin que, desde luego, encuentre jamás su
satisfacción definitiva. Esa sólo puede encontrarla y descansar plenamente cuando
consigue atrapar un bien que encierra en sí la plenitud ilimitada de posibilidades de
bondad y valor; es decir, un bien infinito, un valor infinito.

Parejas corren las cosas cuando el ser y operar infrahumanos, la materia inanimada, la
vida vegetativa y la sensitiva de la naturaleza aparente de libertad, penetran en la
unidad viva de la existencia humana, son asumidas por ella, transformadas y dirigidas
en su acción por la voluntad libre. Lo cual demuestra que cualquier forma ontológica
inferior está esencialmente abierta para ser asumida por otra forma superior que la
abraza y transfigura. De este modo, todo el ser infrahumano está ciertamente sometido
en su actuación necesaria a la determinada causalidad natural; pero al propio tiempo
está abierto de tal forma que la “ acción libre del hombre “ penetra en el acontecer
natural, pone las fuerzas de la naturaleza a su servicio y las dirige a los objetivos que él
se propone.

La libertad es el elemento esencial de la existencia humana. Si la decisión, aislada se


realiza en la libre elección, esto supone ya la libertad como condición indispensable a
través de la cual nuestra existencia nos viene dada radical y esencialmente de un modo
libre. La libertad de elección supone como elemento determinante la libertad radical.

La libertad radical está mediada precisamente por el conocimiento espiritual de los


valores y posibilidades, en la decisión explícita de cada elección concreta. Cuanta
mayor auto disposición y autodeterminación consciente represente esa elección, tanto
más se realiza desde el centro de nuestra mismidad con plena aportación y auténtica
responsabilidad, y tanto mejor alcanza la libertad humana su realización y despliegue.

Toda decisión por un bien es al mismo tiempo una renuncia a otros bienes y a otras
posibilidades de nuestra propia existencia. El hombre para experimentar su libertad,
requiere de un espacio libre que lo lleve a su autodefinición y desarrollo.
Somos nosotros mismo quienes hemos de decidirnos, quienes debemos elegir
libremente entre las distintas posibilidades de autorrealización con que cuenta nuestra
propia existencia. Nosotros mismos ponemos con la decisión de nuestro querer y
actuación personales, ahí precisamente está la esencia de la libertad.

ACTUACIÓN MORAL

El hombre es libre en su querer y actuación; pero no lo es de forma absoluta, sin


limitaciones ni ataduras. Cada cual vive en la situación determinada y única de su
existencia. Cada cual trae consigo unas determinadas aptitudes corporales y
espirituales como herencia, desde su infancia está marcado por su entorno, por
influencias de la educación, por el ambiente espiritual, ético, religioso e ideológico en
que se desenvuelve; vive en una época determinada con su espíritu - o falta de espíritu
- histórico, se mueve en unas determinadas circunstancias nacionales, sociales,
políticas y culturales: en una palabra, vive en su “mundo “. Existe una diferencia
esencial entre bien y mal, justicia e injusticia, entre acciones que deben practicarse y
otras que hay que evitar, es un dato primordial del que la humanidad ha tenido y tiene
conciencia en todos los tiempos y latitudes. Se trata de una experiencia humana básica
y universal.

El hedonismo de los epicúreos dirá que bien es el placer completo que exalta el placer
sensible y el disfrute de la vida.

El utilitarismo nos dice que bueno es lo útil, lo que sirve a los objetivos e intereses
prácticos de la vida.

El biologismo asegura que bueno es lo biológicamente valioso y provechoso, lo que


contribuye al aumento de la vida, al desarrollo superior de la humanidad.

El nacionalismo segura que bueno es todo lo que favorece al pueblo, a la raza, al


Estado en su desarrollo vital y político.
El comunismo de Marx dice que bueno es lo que sirve a la lucha de clases del
proletariado, a la revolución mundial y fomenta el establecimiento de la sociedad
comunista.

Estas doctrinas relacionan el valor moral con objetivos empírico-prácticos,


convirtiéndolo en medio para un fin y dándole, por consiguiente, un puesto secundario.

El valor moral presenta un carácter absoluto y singular que, por su misma esencia, no
puede ser sustituido o suplantado por otros valores. Las normas morales concretas son
histórica y socialmente muy diversas, y la educación, el entorno social y la situación
histórica, contribuyen de un modo positivo o negativo, pero siempre esencial a la
formación de los conceptos y valoraciones éticas del individuo, de la “conciencia “. Todo
ente es bueno por esencia, porque le es propio un contenido esencial, una plenitud
óntica adecuada a su esencia, que responde a la aspiración natural de ese ente y que
impulsa a poseerlo, guardarlo y desarrollarlo. Lo que empuja a un ser vivo en su
desarrollo natural, es para él un bien, un valor. Por el contrario lo que le traba, le es
perjudicial o amenaza con aniquilar su vida, es malo para él, un desvalor. Así pues,
valor y desvalor están en relación con la naturaleza, es decir con el modo y las leyes
esenciales precedentes de aquel ser que recibe este influjo positivo o negativo. Pero
además, existe un crecimiento superior y espiritual, un desarrollo interno de nuestra
vida espiritual. Así nos abrimos a la verdad, que se ofrece a nuestra inteligencia como
un valor, que representa un enriquecimiento, ahondamiento y perfección para nuestra
vida espiritual.

Todo aquello que corresponde al autodesarrollo esencial y común a todos los hombres
es “ moralmente bueno “. Por el contrario, todo lo que se opone a dicho desarrollo es
moralmente malo. La norma por la que se miden el bien y el mal morales radica en la
precedente estructura esencial del hombre, de acuerdo con la cual tiene que cumplirse
la plena realización de nuestro ser humano. El bien y el mal son cualidades que en un
sentido propio sólo corresponden a la libre actuación del hombre, y sólo en un sentido
analógico y traslaticio pueden predicarse de las circunstancias e influencias externas.
Por lo que hace a su totalidad, el hombre completo como ser corporal y espiritual,
personal y libre en sus múltiples relaciones con el mundo y con el ser en general, es el
fundamento y norma de lo moral. De la posición del hombre frente al mundo, frente a su
situación histórica concreta y frente a la realidad total, se desprenden los valores, tareas
y deberes morales. Sola la visión dinámico-final de la existencia humana puede facilitar
el tránsito del ser al deber. Sólo con esa visión podemos conocer, por lo que somos, lo
que debemos ser.

La naturaleza humana sólo puede ser el fundamento normativo de la moralidad,


cuando se la contempla en su ordenamiento final al supremo valor absoluto, al objetivo
de Dios, sólo puede convertirse en el fundamento definidor de los valores y deberes del
hombre, fin de toda volición y actuación humana, afirmando y ambicionando desde
siempre de forma implícita con una necesidad apriorística.

El carácter absoluto de lo moral no significa que todo valor ético nos imponga un deber
vinculante, es decir, que sea un deber en sentido estricto. Esto sólo se aplica a aquellos
valores, que vienen dados y exigidos esencial y necesariamente con el ordenamiento
final del ser humano, y cuyo repudio equivale a una repulsa del fin último, con lo que se
indica una oposición al sentido y objetivo de la existencia humana. Entre todos los seres
intramundanos sólo al hombre le compete la relación del propio conocimiento y
aspiración a Dios, por eso sólo a él le es posible una actuación moral.

TEORÍA Y PRÁCTICA

El conocer espiritual y el libre querer y actuar como formas fundamentales de la


autorrealización humana, no son dimensiones totalmente distintas ni directamente
contrapuestas. Ni la inteligencia piensa y conoce, ni la voluntad se decide para actuar
de este modo o del otro, sino que es el mismo hombre concreto el que se realiza en su
conocimiento y en su volición. Ambas formas de realizarse responden por igual a la
esencia “ espiritual-personal “ del hombre.
La valoración griega de la teoría sigue constituyendo en general el trasfondo decisivo
de la racionalidad que caracteriza al pensamiento occidental, siempre a la búsqueda y
captación de la realidad por un camino “teórico-científico” estrictamente racional.

Para Kant el querer práctico empieza donde termina el saber teórico, de tal modo que
la frontera del saber se convierte en punto de transmisión del querer, que pude así
actuar en su libertad.

El único elemento determinante y decisivo es el práctico. Ese elemento se entiende


cómo un acontecer político social, que crea desde luego una interpretación teórica, pero
que en cuanto montaje ideológico está referido de lleno a la praxis y se define por unos
objetivos prácticos. La razón está en la constitución metafísica del ser finito. En cuanto
ente está puesto por el ser, pero como ente finito, delimitado siempre de algún modo.
Pero el ser es de por sí más que ese ser limitado del ente. Está limitado en el ente finito
y por eso quedan excluidas otras posibles realidades y perfecciones, que serían
posibles desde el ser en sí.

Si la realización operativa se aprende a sí misma en su ser, es decir, bajo el objeto


formal del ser, significa que le está abierto el ser en general; y esto sólo es posible en el
horizonte esencial del conocimiento espiritual y del querer libre. El espíritu finito en la
ejecución de su operación permanece siempre finito, aunque apunta a la infinitud, que
nunca puede alcanzar plenamente. Su esencia se define en consecuencia por la
tensión entre finitud actual e infinitud virtual. Cuando el espíritu finito se realiza a sí
mismo en su otro, establece, en la realización actual, una identidad de sujeto y objeto.
Así en el acto idéntico del conocer se da la dualidad de sujeto cognoscente y objeto
conocido.

En la realización del sujeto se establece una identidad; sujeto y objeto se convierten en


elementos de una actualización idéntica. Pero si esa identidad en la realización no
elimina la diferencia en sí, sino que la mantiene y supone, así la realización misma
puede ponerse en el sujeto o en el objeto; es decir, o en la inmanencia del sujeto en sí
o en la trascendencia al objeto en sí. Verdad es que en lo referente a cada contenido
concreto, nuestro conocimiento está siempre limitado; pero siempre se realiza en el
horizonte sin limitaciones del ser y, de conformidad con su esencia, apunta de por sí a
todo cuanto existe. Respecto de su campo objetivo el saber no tiene fronteras que
sirvan de mediación para el querer y le abandonen a su libertad. Pero el saber tiene una
limitación esencial, en cuanto que es una realización del espíritu en su otro, es decir, en
cuanto que realiza una identidad de sujeto y objeto.

El objeto no se realiza en su ser real, sino únicamente en su ser intencional. En el


conocimiento pues, no se establece una unidad real, sino meramente intencional entre
sujeto y objeto.

La ciencia sólo puede cumplir su función en el conjunto de la sociedad, a condición de


mantenerse como ciencia, con mirada fija en su objeto de la verdad, sin dejarse
extraviar por ninguna motivación o ideologización ajena a la realidad. Lo único que tiene
que investigar es la cosa tal como se le patentiza. Sólo tiene que dejar hablar al objeto.
Sólo con esa postura puede la ciencia aportar un conocimiento objetivo, que contribuye
al bienestar de los hombres y de la sociedad. En este sentido tiene también ella una
función esencialmente mediadora, apuntando más allá de sí misma al elemento práctico
del querer y del obrar.

Todo obrar de un ente finito significa un salir de sí mismo, un saltar las barreras del
propio ser para establecerse en una nueva realidad ontológica. Propio del obrar del
espíritu finito es realizar esa auto transcendencia de modo consciente y libre en el
horizonte del ser; realizar la dinámica esencial de todo lo finito.

El hombre es transcendencia. Sólo en la superación de sí mismo, en la salida de sí, en


la entrega propia al otro, realiza el hombre su propia y auténtica mismidad. Cuanto más
se transciende a sí mismo, tanto más actualiza su propia esencia. Cuando más se
entrega, sin buscarse, tanto más y mejor se encuentra a sí mismo en la realización de
su posibilidad suprema.

Esas dos dimensiones radicales para la autorrealización humana: conocer y desear,


que en el plano espiritual equivalen a saber y querer. El sentimiento en sentido propio
indica una vibración de la totalidad personal, es una resonancia de la unidad completa,
corporal y espiritual, que es el hombre.

El saber y el querer son un acontecimiento en el que se revela más que en ninguna


otra parte la unidad y totalidad esencial del hombre. Por ello, este fenómeno central y
tan humano demuestra precisamente la unidad esencial del hombre.

LA ESENCIA DEL HOMBRE

LA CUESTIÓN ACERCA DE LA ESENCIA

El hombre podría definirse biológica o morfológicamente distinguiéndole de todos los


otros seres vivos. Se le podría describir, además, como un ser actuante, como un ser
dotado de lenguaje y de historia, como un ser cultural, como el creador de arte, ciencia,
técnica, etc. Todas ellas son notas que corresponden al hombre en exclusiva y que le
distinguen suficientemente de todas las otras cosas.

La “esencia” significa aquello “por lo que” algo es lo que es. Se trata por ende, del
fundamento íntimo, o del principio de la quididad o del ser así. Afecta a aquello por lo
que el hombre se constituye antológicamente en hombre. El hombre tiene que
realizarse, tiene que desarrollar su propia esencia en libertad. Esto se aplica al cambio,
crecimiento y acción del individuo; pero vale también referido al cambio y marcha de la
humanidad en la historia, al desarrollo de las culturas históricas; es decir, que se aplica
a una realización pluridimensional del ser humano, única que puede revelar la esencia
del hombre.

La esencia significa la estructura mínima de un ente de este tipo; es decir, aquello que
se requiere al mínimo para que exista un ente de esa esencia. La esencia solo alcanza
su desarrollo en la propia conciencia, con la puesta en juego de la propia libertad, en la
realización de las posibilidades humanas, en el despliegue espiritual-ético, en las
realizaciones histórico-culturales. Sólo así se evidencia lo que realmente significa ser
hombre. Sólo así se revela la esencia del hombre.
El ser humano, su vida y proceso consciente te reduce a un principio interno, que
condiciona la unidad y totalidad del hombre y que llamamos “alma”. No es una cosa, no
puede convertirse en un objeto autónomo y cosificado. Sólo se la puede captar y
demostrar como condición trascendental-ontológica de la existencia humana real,
múltiplemente diferenciada, aunque centrada a su vez en la unidad. Sólo en este
supuesto es posible lo que está dado realmente. Requiere un fundamento interno, que
constituye la unidad y totalidad del ser humano.

EL PROBLEMA CUERPO-ALMA

El “ alma “ significa o bien el conjunto de la vida consciente o su principio interno y


espiritual. Este uso lingüístico oculta el estado real de la cuestión, toda vez que alma no
es directamente una realidad espiritual sino que señala algo mucho más vasto: el
principio vital del ser viviente. En la psicología el alma se entiende cómo el conjunto de
la vida psíquica; es decir, bien como la totalidad del proceso psíquico, bien como el
principio de ese proceso.

Platón concebía el alma humana no como un ser espiritual, sino en el fondo como un
espíritu puro, que ya preexistía antes de esta vida, pero que desterrada al mundo
maaterial de los sentidos, está aprisionada en el cuerpo, y tiene que librarse del mismo
para retornar a la pura existencia espiritual. El cuerpo humano pertenece al mundo
aparente e irreal de la materia, mientras que el alma como ser espiritual pertenece al
mundo eterno de las ideas.

Aristóteles decía que el alma es el principio informante y determinante que convierte a


toda realidad humana justamente en hombre; es decir, conforma la materia en un
cuerpo vivo y humano, lo vivifica y anima, y en consecuencia condiciona y determina
todo el proceso vital del hombre.

El Dualismo es un concepto ajeno a la doctrina bíblica acerca del hombre. El hombre


se entiende cómo una unidad viviente. No significa el alma separada del cuerpo y de la
vida corporal, sino simplemente la vida o la fuerza vital; se aproxima, por lo mismo, al
significado ordinario del alma como principio de vida, sin que por lo demás haya
intervenido ahí ninguna reflexión filosófica.

Pablo decía que la carne significa la naturaleza pecadora y caída del hombre, mientras
que el espíritu es el principio de la nueva vida de redención y de gracia, y en definitiva
el mismo Espíritu divino, que nos ha sido dado y que habita en nosotros.

El cuerpo y el alma del hombre pertenecen a unas categorías ontológicas totalmente


distintas, y en consecuencia tampoco pueden relacionarse ni influirse mutuamente.

Fechner decía que lo corporal y lo espiritual son dos caras o dos modos de
manifestación de una realidad idéntica, pero que no puede conocerse en sí misma. Y
porque ambos proceso son idénticos en el fondo están mutuamente ordenados entre sí
en estrecho paralelísmo.

El monismo de tipo espiritual consiste en diluir la dualidad en un proceso espiritual, en


el sentido de que la materia se reduce por completo al espíritu, que así se manifiesta
exteriormente y se media a sí mismo.

El monismo de corte materialista pretende superar la dualidad en cuanto que todo lo


reduce a la materia y desde la materia quiere explicarlo. Por consiguiente, hasta los
mismos fenómenos de la vida, incluso de la vida psíquica consciente, se entienden
como simples epifenómenos de procesos fisicos, según las leyes que rigen el acontecer
material.

En la tradición clásica del pensamiento filosófico, el problema del cuerpo y del alma se
plantea en el horizonte de la cuestión acerca de la vida y de la muerte. Un cuerpo vivo
no es lo mismo que un cadáver exánime, aunque conste de los mismos elementos
materiales. Se supone, por tanto, una fuerza vital, un principio de vida, que anima la
materia y la convierte en un organismo vivo.

Existe una influencia recíproca entre lo físico y lo psíquico. Cuando se habla en este
sentido del cuerpo y del alma, es evidente que nos referimos a algo completamente
distinto que en la filosofía clásica. “alma” no significa aquí el principio vital de la vida
corpórea , sino el conjunto del acontecer y vivencias psíquicas, “cuerpo“, por el
contrario, significa no sólo lo material, el sustrato inanimado de por sí y que el alma
vivifica, sino que se entiende ya como un organismo humano vivo, que sin embargo
como realidad física se separa del campo de la vida psíquica.

EL ESPÍRITU COMO ALMA DEL CUERPO

Con anterioridad a cualquier pluralidad nos experimentamos y entendemos a nosotros


mismos como una totalidad concreta, no compuestos de partes, sino como hombres
únicos y completos. Así lo testifica la unidad de la conciencia, en la que no sólo
experimentamos unos actos espirituales de conocimiento pensante y de decisión libre,
ni sólo cobraos conciencia de todo el campo restante del acontecer psíquico como
sentimientos y disposiciones de ánimo, impulsos e inclinaciones, sino que también se
nos dan los estados corporales, acciones y pasiones. Experimentamos todo esto en el
único y mismo yo-conciencia en la luminosidad de mi yo: yo soy todo esto. Esta unidad
y totalidad tiene una primacía absoluta en la comprensión de nosotros mismos frete a la
pluralidad y diversidad.

El hombre empieza por ser un cuerpo material, sujeto a las leyes de la realidad material
como cualquier otro objeto corpóreo, a las leyes del espacio y del tiempo, a la fuerza de
gravedad y otras leyes físicas; consta de los mismos elementos químicos que las otras
cosas del mundo. Mas ese cuerpo material vive; no es un cuerpo muerto, sino que
posee vida corporal. El hombre posee además, una vida sensitiva parecida a la del
animal. Tiene unos órganos sensoriales que captan las impresiones; éstas pasan a
percepciones conscientes y desatan un impulso sensible que solemos denominar
fuerza instintiva. Todo este campo de la vida corporal viene superado una vez más por
la vida específicamente humana que es la espiritual, con la que el hombre se posee a sí
mismo en su yo-conciencia, existe en sí y para sí, penetra y sobre pasa con el
pensamiento la percepción sensible y con su libre querer se libera del instinto sensorial
y dispone de sí mismo. La realidad humana es una totalidad pluralmente diferenciada.
Así como el ser material está penetrado y conformado por el proceso de la vida
vegetativa, así la vida sensitiva queda incardinada a la conciencia espiritual. Jamás
tenemos un conocimiento puramente sensitivo; siempre está transido y superado por lo
consciente y espiritual. Tampoco tenemos instintos puramente sensibles, sino que
siempre están elevados a la responsabilidad de la auto disposición libre. La vida
corporal sólo es posible en un cuerpo material y la vida espiritual que experimentamos
sólo es posible sobre el supuesto de una vida corporal y sensible. Se trata de una
relación condicionante en lo que lo uno supone lo otro, sin que por ello se reduzca a lo
otro para su explicación. Por lo mismo todos los elementos estructurales de la totalidad
humana están en una relación de mutuo condicionamiento.

Pero esa totalidad “ es una totalidad centralizada “; es decir, referida al centro y


realizada desde ese centro. Sólo así es una totalidad viva en el sentido específico en
que el hombre se experimenta como un todo.

Sólo el hombre se convierte la concentración en reflexión; es decir, que la referencia


del obrar al centro alcanza aquí la autoposesión espiritual. El centro vuelve sobre sí
mismo, está “ en sí “ y “ para sí “, logrando la conciencia y libertad del propio obrar.

Tomás de Aquino habla al respecto de una reditio completa in seipsum, la cual


constituye la esencia del ser-en-si-espiritual. En el hombre esas formas de vida
alcanzan la unidad. No sólo están sobrepuestas a modo de estratos, sino que se
compenetran y condicionan mutuamente. Pueden, sin embargo, distinguirse en cuanto
que el hombre no sólo posee un cuerpo material, sino también una vida vegetativa,
sensitiva y espiritual de auto conciencia y auto disposición. En este sentido el hombre
es un “ microcosmos “ que reúne en sí todas las formas de ser.

La diversidad de los grados de vida que se reúnen en el hombre, ha inducido a Platón


a suponer tres almas distintas:

* El alma concupiscible. Principio del apetito sensible que persigue el alimento, el placer
sexual, etc
* El alma irascible. Principio de la aspiración hacia el derecho, el poder y el honor
* El alma racional. Principio de la vida, conocimiento, deseo y querer espirituales

El alma espiritual es forma “ corporis humani “; es decir, principio informante,


determinante y configurador del hombre todo incluida su vida corporal. Lo cual significa,
a su vez, que también todas las formas de vida corporal están dispuestas y
subordinadas de antemano al espíritu, o sea, a unas realizaciones propiamente
espirituales. El alma espiritual en cuanto forma corporis es precisamente aquello que
determina y fundamenta la unidad esencial de todo el hombre.

Lo que informa ese proceso, lo que rige los cambios y crecimiento corporales,
establece su estructura esencial viva, permite que florezca el desarrollo de la vida
vegetativa, sensitiva y espiritual, comportándose en todo esto como el principio interno
de la totalidad viva del hombre, es el alma espiritual. Esa alma constituye la esencia del
hombre, ejercita la función de un principio vivificante de la vida corporal, pero
subordinándola a la realización propiamente “ humana “ y “ espiritual-personal “ del ser
humano.

EL CUERPO COMO INSTRUMENTO DEL ESPIRíTU

El espíritu está ligado al cuerpo, tiene que actuar en y a través del cuerpo para poder
realizarse a sí mismo. El cuerpo humano es un medium del espíritu como instrumento
de acción y como medio expresivo. Es un instrumento operativo por cuanto el espíritu
humano actúa en el cuerpo y a través del cuerpo y mediante esta actuación se realiza y
completa. Esto no quiere decir únicamente que el alma espiritual, originaria y
constitutiva se cree el cuerpo como su medio material, lo configure y anime
informándolo, sino también que en su acción propia está ligada al cuerpo y que sólo en
él puede realizarse espiritualmente.

El cuerpo es el medio e instrumento con que el espíritu se realiza a sí mismo. Sólo en


este medio toma conciencia de sí y puede realizarse. El espíritu sólo por el cuerpo se
hace presente y operante en el mundo. La sensibilidad es el medio del conocimiento
creciente del espíritu en el mundo, sólo así se le hace presente el mundo que irrumpe
de este modo en la conciencia espiritual mediante la percepción sensible.
El cuerpo no es sólo un instrumento, sino también un medio expresivo del espíritu. El
cuerpo es expresión, apariencia externa del alma. Lo que en ella ocurre se revela en la
expresión de su rostro: alegría y tristeza, bondad y malicia, amor y odio, confianza y
suspicacia. Hay una expresión espiritualizada que delata una vida espiritual rica. De
esta forma lo corporal pasa a ser símbolo o emblema de lo espiritual.

Lo espiritual nunca puede operar y expresarse de un modo totalmente rectilíneo e


interrumpido en lo corporal; nunca llega la manifestación adecuada. Más bien queda
patente una ambivalencia y tensión de lo corporal que no debemos pasar por alto. Esa
ambivalencia afecta ya al cuerpo como instrumento de la acción del espíritu. Pero así
como lo corporal es condición previa de la vida espiritual-personal, así también el
campo de acción de ésta se hace posible y a la vez queda delimitado por la
corporeidad.

Si el espíritu o el alma espiritual es el principio informante del cuerpo, de tal modo que
suscita y anima su cuerpo en el medio de la materia, con todo, no es eso exactamente
lo que nosotros experimentamos en nosotros de un modo directo como lo espiritual. De
otra manera no serían posibles ni la existencia previa de lo corporal ni su resistencia a
la mismidad espiritual, consciente y libre; esa mismidad tendría que poder operar y
expresarse adecuadamente en su cuerpo.

El alma reflexiona sobre sí misma, logra el “ser-en-sí” y “para-sí” del espíritu; es decir,
conciencia y libertad. Lo que aquí sucede es ciertamente la posibilidad suprema que
deriva del alma como principio informante de la existencia humana; pero no es ese
principio informante mismo, que preyace fundamentalmente a la autorrealización
espiritual y consciente, como su condición apriorística. Pero en la medida en que es la
facultad suprema que procede del alma y que constituye al hombre en su ser
específico, puede designarse al principio esencial unitario de la totalidad concreta del
hombre como espíritu o, mejor, como alma espiritual.

El alma es el principio metafísico que fundamenta intrínsecamente la totalidad de la


vida corporal y espiritual. El yo por el contrario, es el principio trascendental , que
condiciona la unidad de la conciencia, está a la base de la autorrealización espiritual y
da origen a los actos espirituales de conocer, querer y amar como actos míos. Viene a
ser como el punto en que el alma espiritual reflexiona originariamente, con anterioridad
a la realización consciente sobre sí misma, logra estar-en-sí.

El cuerpo no es sólo un instrumento del espíritu, sino también una resistencia de la


acción y expresión espiritual. El cuerpo es esencialmente un entre: se encuentra entre
mí y el mundo, entre el serse uno mismo y lo otro, estando puesto en el yo como un no-
yo, precisamente esta función esencial: la de ser mediación del espíritu en la materia.

TOTALIDAD PERSONAL

Llamamos persona a la unidad esencial humana de cuerpo y espíritu como ser


individual autónomo que se realiza en la posesión consciente y en la libre disposición
de si mismo. En el campo de nuestra experiencia humana natural todo hombre -al que
como tal le corresponde una naturaleza espiritual- es siempre y necesariamente una
persona. Podemos, pues, entender por persona el ser-se individual de un ente
espiritual, que por lo mismo es consciente y libre.

Cuando se quiere introducir la distinción entre naturaleza y persona, entender por


naturaleza todo aquello con que se nos ha dotado corporal y espiritualmente, y por
persona todo lo que el hombre hace en la consciente y libre configuración de su
existencia. Se le ha hecho responsable de su naturaleza: el hombre tiene que dominarla
y así realizarse personalmente. Esa es la tarea personal que corresponde al libre ser
personal.

La persona-centro sólo lo es como centro de un todo que desde ella se realiza, y la


persona-totalidad sólo lo es como totalidad centralizada, que desde ese su centro se
constituye en totalidad y como tal se realiza. Por ende, también aquí media una relación
de condicionamiento recíproco entre centro y todo.

La esencia del hombre debemos entenderla dinámicamente, al igual que la esencia del
ser personal. Originariamente el hombre ya está puesto en su constitución esencial de
cuerpo y espíritu, por lo cual es persona, aunque como persona aún no se haya
realizado de un modo completo. Esto sólo acontece en la propia autorrealización, que, a
su vez, sólo es posible en la relación personal. Tal realización ya está dada en la
originaria constitución esencial del hombre aunque todavía no se realice; se exige,
aunque todavía no se cumpla. Así, el ser-persona significa un ordenamiento esencial al
ser personal del otro. Sólo en el cumplimiento de esa relación personal, logra el hombre
su plena realización y despliegue personal.

La idea de la inmortalidad del alma procede de la imagen dualista del hombre que tiene
el pensamiento griego, y especialmente el platónico, entendiendo el alma como algo
opuesto al cuerpo y, en el fondo, como un ser puramente espiritual, que sólo
externamente está ligado al cuerpo y que debe liberarse de esas ataduras, a fin de
volver a su pura existencia espiritual que es conforme a su esencia.

Para nuestro actual conocimiento filosófico antropológico, tanto en razón de la


trascendencia esencial del ser y del obrar espiritual-personal como de la unidad
esencial de espíritu y cuerpo, más acertada que la idea de la inmortalidad de un alma
liberada del cuerpo, resulta la doctrina cristiana de la resurrección de la carne; es decir,
de la resurrección y pervivencia de todo el hombre en su unidad corpóreo-espiritual, en
una existencia nueva y totalmente distinta, no mesurable con las dimensiones espacio-
temporales de nuestro mundo. Sólo así se manifestará lo que real y definitivamente
significa ser hombre en su forma plena.

Cada individuo humano es un todo corpóreo-espiritual autónomo que, como tal, tiene
ya que estar constituido antológicamente para poner la correspondiente autorrealización
libre. El hombre es persona ya antes de realizarse personalmente.

Sólo en el pensamiento cristiano obtiene el ser personal un peso específico totalmente


nuevo. La vocación y concesión de dones al individuo por parte de Dios, su libertad y
responsabilidad, su decisión salifica y destino eterno suponen al hombre como persona
en sentido pleno. Sin embargo, el concepto de persona no se desarrolla primariamente
desde el ser personal humano, sino divino.
C O N C L U S I O N.

En esta Obra de Emerich Coreth. El preguntarse que es el hombre, es esta una


pregunta como muchas otras que nos impone, tanto la vida cotidiana como en la
investigación científica. Ni siquiera el animal que percibe su entorno, es capaz de
preguntarse quien es el. Solo el Hombre se encuentra inmerso en la posibilidad y
necesidad de preguntar. El Hombre se caracteriza por la conciencia y la compresión del
si propio. Gracias a ello se eleva por encima de la vinculación ciega a la naturaleza,
propias de los seres infrahumanos. El ser Hombre muestra constantemente más nuevas
preguntas. Se Hombre significa una pluralidad esencial de dimensiones, en la que no
solo experimentamos el mundo, sino que no experimentamos a nosotros mismos. No
podemos reflejarnos hacia fuera en un puro, Yo pienso, Hay que reflexionar y solo así
podrá evidenciarse lo que realmente somos en cuanto a hombres.
El que es el Hombre fue pensado desde la antigüedad así como lo encontramos en el
pensamiento griego, en el cual además se le agregaba una responsabilidad como lo
justo y lo injusto, la culpa y la expiación, así fue como muchos filósofos griegos dieron
su concepto. Y como pensamiento filosófico se interroga desde su principio para llegar
al fundamento de todo. Este pensamiento filosófico es la respuesta a una aspiración
fundamental del Hombre la verdad y el alma. Y Platón fue el primero en intentar
demostrar la inmortalidad el alma.
Así fue como también paso la interrogación en el pasamiento cristiano con las
Opiniones de Agustín de Ipona, Tomas de Aquino. Y hasta en la Edad Moderna con El
Humanismo. En las que tuvieron tendencias agrupadas en Materialismo y
Evolucionismo; existencialismo y Personalismo y la Fenomenológica y ontología del
Hombre. Así es como se tomo que el Hombre debería se evaluado en la relación de
Hombre y mundo, El mundo y el Hombre, La conducta del Hombre, y La
Autorrealización del Hombre o sea el ser personal o el ser uno mismo.
De tal forma solo el Hombre esta abiertamente orientado hacia el entorno humano. De
su comunidad surge el individuo y en ella crece de forma Humana. No somos solos un
objeto del mundo, sino también sujetos del mundo. Entendiendo el mundo como una
realidad objetiva y así pues la constitución esencial del Hombre solo penetra en su
mundo cuando actúa y se manifiesta en la autorrealización efectiva. Este elemento
determinante lo denominamos Experiencia, y esta transmitida y expuesta por el
lenguaje, por consiguiente no existe un mundo de compresión humana sin lenguaje. Lo
que no diferencia de los animales es el libre entorno o sea mas movible, modelable y
adaptable, lo que el animal se encuentra vinculado. El hombre no es un animal, sino un
ser totalmente autónomo y aprende las cosas que le salen al paso sin relacionarlas
directamente con el instinto mientras lo que el animal capta siempre es el contenido de
la satisfacción, de un instituto dado bajo un aquí y ahora.
En su decisión y responsabilidad el hombre se encuentra solo. Nadie, ni la persona
mas intima y querida, puede sustituirnos, representarnos o relevarnos. Y cargamos con
nuestra existencia exclusivamente uno mismo.
El conocimiento no muestra las posibilidades de decidirnos y desarrollarnos de acuerdo
con nuestro propio ser. Nos señala valores y desvalores, las posibilidades autenticas e
inadecuadas, verdaderas y falsas de nuestro ser personal. Somos Nosotros quienes
hemos de elegir y decidirnos. En nuestra autorrealización somos libres. Y precisamente
porque lo somos, necesitamos del conocimiento como orientación, y desde luego un
conocimiento espiritual e intelectual, que en el horizonte infinito del ser, permite
alcanzar la verdad y distinguir lo verdadero de lo falso. De ahí que la libertad no
signifique solo la capacidad de elegir objetivamente entre esto y aquello, sino una
decisión sobre si mismo y las posibilidades de mi propia existencia, y no puede remitirse
a ningún otro condicionando la realización de nuestros deseos y actuaciones. Esta
Voluntad no es más que una capacidad de aspiración subordinaría al conocimiento
reflexivo. Dando entonces que la inteligencia solo descansa plena y definitivamente
cuando consigue la verdad. Lo que en esta vida jamás es posible. Por lo que La
Libertad es el elemento esencial de la existencia humana.
El valor moral no puede ser sustituido o suplantado por otros valores. Lo que empuja a
un ser vivo en su desarrollo natural, es para el un bien, un valor. Por lo contrario lo que
lo traba, le es perjudicial o amenaza con aniquilar su vida, es malo para el, un desvalor.
El bien y el mal con cualidades que en sentido propio solo corresponden a la libre
actuación del hombre.
Ni la inteligencia piensa y conoce, ni la voluntad se decide para actuar de este modo o
del otro, sino que es el mismo hombre el que realiza su conocimiento y su volición.
Siendo el elemento practico el determinante y el decisivo. En el conocimiento pues no
se establece una unidad real, sino meramente intencional entre sujeto y objeto. El saber
y el querer son un acontecimiento en el que se revela más que en ninguna parte la
unidad y totalidad esencial del hombre. Este se puede definir biológicamente o
morfológicamente diferente a todos los seres vivos, como un ser actuante dotado de
lenguaje y de historia, como ser cultural, como el creador de arte, ciencia, técnica etc. El
hombre empieza por ser un cuerpo material, sujeto a las leyes materiales como
cualquier objeto corpóreo. Mas ese cuerpo material vive. No es un cuerpo muerto, sino
posee vida corporal, este tiene alma y espíritu lo que en su totalidad no da la Persona.
Definiéndose esta como la unidad humana de cuerpo y espíritu como ser individual
autónomo que por lo mismo es conciente y libre.
Así el ser Persona significa un ordenamiento esencial al ser personal del otro. Solo en
el cumplimiento de esta relación personal, logra el hombre su plena realización.

También podría gustarte