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Habrá que hablar del territorio. El territorio es uno de los pilares fundamentales de
“lo indígena”, y esto por una sencilla razón. Los pueblos ancestrales y originarios
de las Américas eran pueblos agricultores o recolectores cazadores, por lo cual su
dependencia del territorio era total. El territorio se convertía además en un espacio
simbólico en donde las diferentes narrativas míticas se juntaban con el paisaje y el
entorno. Así pues, lo indígena sin el territorio es imposible de pensar.
Segundo habrá que hablar de las formas de vida y producción que caracterizan a
los pueblos de las Américas, es decir, sus formas de organización social y política.
Por último, lo indígena no puede existir sino es por lo no-indígena, es decir, por el
colono. Lo indígena se construye como oposición a la colonia, y el indígena no lo
es por naturaleza, sino solo por su condición dentro del orden social que instaura
la colonia. Antes de la colonia no existía lo indígena, existía lo inca, lo aymara, lo
chibcha, etc. Solo cuando el colono, el hombre blanco llega lo indígena se
manifiesta como lo otro, como lo diferente. Antes de ello no se puede hablar de lo
indígena.
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Vallejo vierte su sensibilidad antes que en ideas en palabras. Hay cosas que no
pueden sino decirse con palabras ajenas al español. Lo intraducible de esas
especificidades localizadas no permite que sean dichas de otra manera. Huaca o
Huaco resulta intraducible si no es apelando a una larga explicación que
seguramente recurrirá tanto a la etnología como a la arqueología, por decirlo
resumidamente. La sensación única de los vocablos indígenas nos aporta una
riqueza exquisita e inusitada. Pero no es como reconstruir ese mundo ya lejano,
como intentaron algunos poetas contemporáneos componiendo versos en lengua
vernácula y con métricas y rimas europeas, sino más bien recogiendo el latido
todavía audible en la sangre del poeta, de esos antepasados precolombinos.
Vallejo no está pretendiendo recrear esos mundos sino más bien reconociendo su
huella en su presente. La ruptura que significa la lejanía, por un lado de su familia
y por otro de su herencia indígena, se convierte en otra forma de ruptura ante la
forma. La elección de en “Nostalgias Imperiales” de la forma del soneto es algo
que nos llama la atención. En un pequeño escrito en prosa llamado Electrones de
la Obra de Arte, Vallejo señala cómo el material con el que el poeta trabaja son las
palabras, así como un pintor antes que con imágenes u objetos trabaja con
colores. El contenido, lo que pueda estar diciendo, para Vallejo resulta secundario.
Esto ya resulta paradójico cuando miramos la cantidad de intrusiones de palabras
de otros idiomas. Nosotros nos centraremos principalmente en la sección
Nostalgias Imperiales, por ser decididamente la que toca más el tema indígena.
Será de nuestro interés mirar cómo la aparición de estos elementos, evocaciones
del antiguo mundo Inca, colores, sonidos, etc., tiene lugar de una manera
dolorosa, exigua, casi tortuosa, diría yo. Lo indígena está destrozado, negado,
agotado de tanto dolor. Los principales símbolos representativos ahora reportan
una tristeza casi misteriosa de lo perdidos que ya quedan en la realidad presente.