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Racionalidad PDF
Racionalidad PDF
La razón, de siempre, ha sido el tema de la filosofía. Todo lo que sucede es que para dar
cuenta de dicho tema, la filosofía no tiene otra alternativa que acudir a la misma razón
para tratar de justificarla. La razón es, así, objeto y método de un saber en el que se
inscribe toda la historia del pensamiento. De manera que, de igual modo que decimos
que la razón ocupa el centro de la filosofía, también cabe definir a la filosofía por la
posibilidad de llevar a cabo un discurso sobre la razón, es decir, de hacer un juicio sobre
la calidad racional de lo que razona.
Antes de proseguir, conviene referirse a tres momentos en los que se despliega el
ejercicio y el discurso sobre la racionalidad. Y, así, es necesario establecer algunas
precisiones entre los términos razón, racionalidad y razonabilidad para poder saber a
qué nos referimos, cuando hablamos de racionalidad.
Por el término razón entendemos una facultad que poseen los humanos y que resulta
determinante para hablar de su carácter excepcional o específico. Tal es el sentido de la
definición griega del hombre como ser racional. En cambio, racionalidad se refiere,
más bien, al ejercicio de esa facultad que hemos denominado razón. Es el despliegue,
que en su ejercicio, la razón lleva cabo. Dicho de otra manera, la racionalidad
testimonia el momento en el que la razón se pone a trabajar. La razonabilidad, se
refiere, más bien, a la cualidad de razonable que tiene, o puede tener, ese ejercicio de la
razón y manifiesta el hecho de la apertura de la razón a las razones que la propia razón
descubre y evalúa. En este sentido, hablamos de plausabilidad, validación de los
conocimientos… para describir este aspecto.
El momento central que ocupa el término racionalidad, pone bien a las claras la tensión
en la que se manifiesta la razón, que sabe que tiene que abrirse a otras razones para
encontrar su sentido y su justificación, y, a su vez, sabe que no puede acudir a ninguna
otra instancia para convalidar dicho sentido. Por eso decimos que el ejercicio de la
razón convierte a la propia razón en objeto y método del propia y específico saber de la
filosofía. En ello le va la vida como razón.
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A esta determinación de la razón como facultad de conocimiento, cabe atribuirle dos
características que le son propias; a saber: su capacidad de abstracción y su capacidad
de formalización.
Por la primera, la capacidad de abstracción, la propia razón se reconoce investida de un
poder para ‘dar cuenta’ de la realidad; es decir, para poder explicarla en términos cada
vez más generales, por ejemplo, buscando causas, principios… que le permiten la
confección y el planteamiento de una visión general – metafísica - . Visión que en su
última fase de generalización alcanza al Ser como referente final de Todo, abriéndose
así a toda la problemática de la ontología como ‘saber del ser’.
Pero, además, en todo este proceso de conocer, la razón desarrolla también su propia
mecánica, en el sentido de que desarrolla un modelo de funcionamiento que garantiza
un orden en dichos conocimientos en vistas a obtener un grado de certeza y seguridad.
A esta denominada capacidad de formalización, encargada de la ordenación progresiva
en los conocimientos, le resulta vital el doble movimiento de la razón: la inducción y la
deducción, garantes de modos de pensar en los que se ventila la verdad o falsedad de la
comprensión o de la adecuación con la realidad. En esta línea se sitúa la epistemología
como rama de la filosofía que trata del origen, validez y límites de nuestros
conocimientos y la moderna teoría del conocimiento, que completa toda esta primera
rama de la filosofía.
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especificidad de un saber orientador de la praxis, son modelos para dar contenido a un
prototipo de racionalidad práctica puesto en entredicho tanto por la corrientes
emotivistas de la Filosofía Moral como por las teorías de sesgo relativista que abundan
en nuestro contexto..
La Ética o Filosofía Moral, dedicada a plantear el sentido de nuestras acciones, y la
Filosofía Política, en la tesitura de resolver el tema de la legitimación de la dominación,
son las dos ramas en las que dicho uso práctico se ha ido vertebrando como saber
filosófico a lo largo de los siglos.
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b.- la significatividad de lo humano, canaliza el caudal práctico de un ejercicio
de la razón, puesta al servicio de los fines esenciales del hombre y, en ese sentido,
expone la fuerza de la razón para ordenar las razones en las que se explicitan las
acciones que puedan ser consideradas como humanas y humanizadoras.
Ahora bien, hablar, hoy día, de humanismo, de lo humano, como referentes sígnicos y
de sentido es complejo. Estamos en una época que ha proclamado el fin del humanismo
y de toda idea de hombre que lo pueda sustentar. A favor de esta proclama está una
manera de entender el humanismo en un sentido patrimonialista, como ‘reservorio de
esencias’ que no están en ninguna parte; y una concepción del hombre varada en
conceptos tales como esencia o naturaleza humana que lastran cualquier consideración
histórica del mismo. Pero, no es obligatorio pensar así el humanismo; pues es posible
pensarlo en términos genealógicos de construcción siempre por llevar a cabo,
precisamente, porque en la consideración de lo que el hombre es, prima su carácter de
ser histórico, encarnado y con derecho a la propia autorrealización, como resorte de una
concepción de libertad como espontaneidad.
En este sentido, el referente de lo humano pone de relieve la estructura abierta de la
misma razón, en tanto en cuanto la propia razón tiene capacidad para reconocer
finalidades en la estructura del conocer (metafísica), en la estructura del querer (ética) y
en la estructura del esperar (religión). Es más, a la razón se le reconoce con capacidad
para asumir una ordenación de las mismas, con vistas a dar salida a la cuestión que le
concierne y que no es otra que la pregunta ¿qué es el hombre? En una tarea así, la razón
está interesada en una visión general de las finalidades a las que cabe reconocer como
humanas; en unos criterios que sirvan de control y verificación de dichas finalidades y,
finalmente, en unas acciones, cuyas razones para llevarlas a cabo, se adecuen a dichos
criterios y a la visión general que proponen.
El humanismo, así, tiene un carácter holista inevitable, ya que remite a una visión
general sobre lo que puede ser tildado de humano y humanizador. Pero no vale
cualquier visión, si sostenemos que los criterios de tal humanismo se refieren a la paz, a
la justicia, a la amista o amor y a la libertad. Por eso, cualquier acción que pueda
tildarse como humana tendrá que pasar el filtro de los cuatro criterios, gracias a los
cuales alcanza el grado de racionalidad suficiente para ser tildada como actividad
humana y humanizadora. Y, al revés, una visión general será válida en la medida en que
las acciones llevadas a cabo en su nombre, se contemplen en los cuatro criterios
expuestos. De modo y manera que las acciones son el referente de control y verificación
de una visión que merezca la pena ser denominada humana. La dimensión racional,
aquí, coincide y determina lo que Kant denominaba la conexión de la razón con los
fines esenciales del hombre en los que se manifiesta la índole práctica del ejercicio de
esa razón y de sus discursos.
c.- las actividades significativas recogen el matiz propia de una estructura típica
de racionalidad práctica que pretende ‘dar cuenta’ del sentido y significado de una
acción y, a la vez, testimonia el ‘a priori’ que es preciso presuponer y que consiste en el
reconocimiento del hombre como ser-capaz-de… hacer y decir sobre lo que hace.
Esta capacidad para hacer y decir sobre lo que hace, tiene dos matices dignos de
consideración: el primero, pone de relieve la importancia del agente, en tanto que
referente antropológico de la capacidad para obrar y para adscribirse lo que ha llevado a
cabo, identificándolo como suyo. Temas como los de libertad y responsabilidad
dependen de esta primera consideración. Pero, además, cuando hablamos de actividad
como resultado de esa capacidad para obrar que tiene el hombre, hay que añadir un
aspecto externo de la acción, a saber: la dimensión de la obra obrada, es decir, de la
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obra o de la acción en tanto que hecha o llevada a cabo. Aspecto éste, que quiere
expresar la inserción de lo que hacemos en un contexto que le otorga un significado.
Sin esta exterioridad de la obra, respecto de quien la lleva a cabo, la susodicha acción no
sería más que un mero movimiento físico y carecería de cualquier aditamento que la
configurada como una obra que me construye o me destruye como sujeto de acción. En
una palabra, sería una obra sin significatividad humana y, así, podría ser declarada al
margen de la racionalidad.
La racionalidad, aquí, manifiesta el peculiar lazo de unión que hay entre quien lleva a
cabo una acción y las razones que da para hacerla o para haberla llevado a cabo. De
manera que la significatividad humana, y así racional, de una acción marca el lugar de
juego de una racionalidad que es, de verdad, práctica porque requiere, para su
interpretación de conjunto, una visión, unos criterios y unos cauces de acción en los que
se exponen las finalidades esenciales del hombre, coincidentes con los fines de la razón.
Racionalidad y capacidad humanizadora son términos que se requieren el uno al otro.
Una merma de racionalidad es una merma de humanidad; y un desprecio por las
acciones significativas, en este contexto, se traduce en una degradación de la acción
racional a favor de acciones salidas de las emociones o de las ganas. Curiosamente, los
resortes más irracionales del ser humano.
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entender al hombre como ser capaz, le dota de una estructura de poder que define su
carácter de ser o de estar encarnado en la realidad. Esta primera consideración resulta
determinante para entender una acción como racional y puede considerársela como
condición de posibilidad de toda comprensión racional de la acción.
b.- El reconocimiento de esta capacidad para hacer, que define al ser humano,
tiene que tener en cuenta, también, la propia capacidad de la razón para dar razones de
lo que hace. Esta capacidad formalizadora del ejercicio de la razón introduce un sesgo
en la acción, en la medida en que abre el sentido de la acción a razones; y es ahí donde
la acción alcanza, o no, sentido y significado racionales. Por eso, no todas las
actividades del hombre son, ni tienen por qué ser racionales, a este nivel.
c.- Aunque resulte obvio, una consideración de la acción como tema de la
racionalidad, tiene que partir del reconocimiento de un agente que obra, de un sujeto de
acción. Demasiados sistemas filosóficos, como el estructuralismo y sus derivados, y
numerosas propuestas éticas y políticas han olvidado, y olvidan, esta referencia sin la
que es imposible pensar la acción humana como acción significativa y, en tanto que
significativa, racional. La proclamación postmoderna de la muerte del sujeto reconoce
el peso indudable de la acción institucional y su influencia en la manera de hacer de los
individuos y en las razones que dan. Pero una acción sin sujeto es una acción de nadie y
para nadie.
d.- Dicha consideración, en nada obsta para el reconocimiento de una dimensión
autónoma, que no independiente, de la obra con respecto de quien la lleva a cabo. Esta
exigencia resulta ineludible para que el sujeto pueda identificar una obra como suya y
convertirse en responsable de ella o de responder de las consecuencias que tan de moda
están, hoy, en la consideración del tema de la responsabilidad moral.
e.- Sin duda, debido a ello, la acción reclama la apertura de la razón para
descubrir en las razones que damos, los referentes de esas obras. En dicha apertura, así
considerada, la razón cuenta con unos referentes psicológicos ( intenciones, motivos…),
con los propios aspectos físicos (leyes, fuerzas, causas…), con aspectos teleológicos (
fines…) y con aspectos institucionales (lenguaje, contexto socio-histórico…) para dar
cuenta del sentido de las mismas. De esta manera, la acción se encarna y se tine de
significado.
f.- Y todo lo previo es necesario, para sostener que a través del mundo de las
acciones, se pone de relieve la capacidad de intervención del ser humano en el curso
real de los acontecimientos. La razón, aquí, sabe de condicionamientos, pero, también,
sabe de libertad como suelo de una acción significativa y humana, en un mundo de
posibilidades. Por eso, sabe de circunstancias de acción.
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necesitaran de un espacio público en el que validarse, convalidarse o, sencillamente,
rechazarse. El ejercicio de la racionalidad abre a los demás. De ahí la pregnancia de la
comunicación como tema de la filosofía.
Pero, además, en esta acepción del límite, hay que resituar la variante práctica de un
ejercicio de la racionalidad que parte del reconocimiento, por parte del ser humano, de
un saber hacer que se remonta, por su propia dinámica a lo teorético como exigencia de
compromiso y de sentido de lo que lleva a cabo. Así, a nadie puede extrañar que, en una
tesitura como ésta, nos remitamos a la teoría como un componente necesario y práctico
de sentido para la acción. Aquí vale el viejo dicho que sostiene que lo más práctico es,
sin lugar a dudas, una buena teoría.
Al final, en esta remontada hacia lo de arriba, la razón se entiende abierta, necesitada de
confirmación continuada y lista para poder plantear lo nuevo – utopía - como alternativa
a lo que hay o se da.
b.- el límite por debajo, alberga la esperanza de que una comprensión como la
propuesta para la racionalidad, no termine siendo engullida por racionalidades
regionales de la más diversa índole. Por eso, una comprensión del ejercicio de la razón
como el que hemos propuesto, tiene que presentar unos caracteres irreductibles al
modelo de racionalidad científico-tecnológica que tiende a presentarse como modelo
único y privilegiado de racionalidad práctica merced al grado alcanzado en la
‘aplicabilidad’ de los conocimientos.
Mal que le pese a este modelo, la racionalidad que presentamos aquí somete a crítica la
pretensión de exclusividad racional del mismo y denuncia el carácter instrumental del
ejercicio de la razón. Una razón contraria a una racionalidad legitimada por la
coincidencia de los puntos de contacto entre sus propios fines y los fines esenciales del
hombre.
Considerada en esta perspectiva, la razón no puede abdicar de llevar a cabo una crítica
de los universos cerrados – ideologías – y , asímismo, de considerar la necesidad de la
propia razón para poder seguir siendo racionales y, en este sentido, humanos. Frente a
todo tipo de discurso abstracto y violento, la racionalidad incorpora las razones de los
demás, de los excluidos de la historia porque también en ellos se manifiestan los fines
esenciales de lo que significa ser hombre o mujer.
Apostar por la razón, en una situación así, es apostar porque lo humano que nos define
se manifieste y se sostenga en un ejercicio de la razón que sabe de finalidades y de lo
que implica ser hombre o mujer. Un auténtico modelo de racionalidad práctica. Esto
explica que, en estas circunstancias, la opción por la razón sea ya, antes que nada y
después de todo, una cuestión moral.
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