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Desconocimiento carnal

Desde la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén, las culturas occidentales han asociado
la sexualidad humana con el pecado, la suciedad y el mundo animal. Aunque es posible que el
«hombre» fuera hecho a imagen y semejanza de Dios, sólo «esa parte de él que se eleva por encima de
las partes inferiores, que comparte con las bestias -advirtió San Agustín-, lo acerca al Supremo
Hacedor». Hasta Sigmund Freud, el gran campeón de la libido, relegaba el sexo al «ello», fundamento
animal de la psyche humana. Ahora bien, ¿es que de verdad nos parecemos más a las bestias de cintura
para abajo que de cintura para arriba? Entiendo que no. De absolutamente ninguna de las más o menos
200 especies de primates vivientes puede afirmarse que posea «partes inferiores» o que copule u ovule
enteramente como lo hacen los humanos.

Dice el Génesis que Adán y Eva perdieron su inocencia en cuestiones sexuales después de
probar el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Sin embargo, la serpiente no les reveló un de-
talle importante: al penetrar en Eva, Adán no sabía cuando ésta ovulaba. Y así ha seguido siendo hasta
el día de hoy, con consecuencias que alcanzan los más profundos niveles de nuestra existencia social.
Por mucha sabiduría que hayamos acumulado, nuestros conocimientos carnales continúan siendo
incompletos. Fuera de un laboratorio, somos todavía incapaces de saber cuándo está listo para ser
fecundado el óvulo femenino.

La trascendencia de este secreto, el mejor guardado de la naturaleza, se pondrá de manifiesto


una vez que hayamos contado algunas de estas cosas, familiares y no tan familiares, de la vida.

Cada veintiocho días, aproximadamente, uno de los dos ovarios del organismo femenino
libera un pequeño huevo en la correspondiente trompa de Falopio, sea la izquierda o la derecha. Si un
espermatozoide fecunda el óvulo antes de que haya descendido a lo largo de la trompa, éste se fijará en
el revestimiento, esponjoso e inyectado de sangre, especialmente previsto al efecto en la pared del
útero. En caso contrario, dicho revestimiento se deshace, dando lugar al conocido fenómeno de la
menstruación. El hecho más destacable de este ciclo es que tanto el espermatozoide como el óvulo no
fecundado tienen vidas muy cortas. El segundo pierde su capacidad para ser fecundado si a las
veinticuatro horas no es penetrado por un espermatozoide. Y si éste no penetra en el óvulo en las vein-
ticuatro horas siguientes a su eyaculación en la vagina, su pequeña cola deja de agitarse y muere. Así
pues, en general, la fecundación sólo es posible si el coito coincide con la ovulación o se realiza dentro
de las cuarenta y ocho horas anteriores o las veinticuatro posteriores a ésta. En conjunto, el margen en
que la copulación puede producir un embarazo viene a ser, aproximadamente, de tres días de cada
veintiocho. Por término medio, las setenta y dos horas decisivas transcurren a mediados del ciclo
menstrual, esto es, durante los días decimosegundo, decimotercero y decimocuarto a partir del
comienzo del flujo menstrual. (No es recomendable, sin embargo, fiarse de estos cálculos para
mantener relaciones sexuales sin correr riesgo de embarazo. El intervalo entre menstruación y

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ovulación puede llegar a variar de cinco a diez días, en cualquier ciclo dado.) En la mayoría de las
especies mamíferas cuyos óvulos y espermatozoides cuentan con márgenes de oportunidad análoga-
mente estrechos (a diferencia de los murciélagos, cuyas hembras almacenan el esperma durante
meses), la hembra emite una variedad de señales y adopta formas estereotipadas de comportamiento
cuyo objeto es asegurar, tanto a la hembra como a su pareja, que existe un huevo viable a la espera de
la eyaculación de un macho. También puede ocurrir a la inversa: el huevo no es liberado si no es en
presencia de esperma viable, como es el caso en los ratones. El «celo» de las hembras, bien conocido
para los propietarios de gatos o perros no castrados, constituye una de las estrategias más comunes
para sincronizar copulación y ovulación. La hembra se muestra inquieta y quejumbrosa y despide un
fuerte olor que atrae a los machos de los alrededores.

Lo mismo que gatos y perros, tampoco monos y simios permiten que la ovulación aparezca y
termine sin asegurarse de alguna manera de la presencia de esperma que fecunde el óvulo. La hembra
del mono capuchino pardo, por ejemplo, altera notoriamente su comportamiento a medida que se
aproxima a la ovulación. Su rostro exhibe una mueca, emite un suave y característico silbido que se va
transformando en un gemido vibrante y ronco, y persigue durante horas a algún macho dominante, al
cual se aproxima mucho, tocándole o empujándole en la grupa o agitando una rama cerca de él para
luego echarse a correr.

Los olores también desempeñan un papel importante en diversas especies de primates. Entre
los monos rhesus (Macaca mulatta), las secreciones de ácidos grasos vaginales atraen al macho cuando
se acerca la ovulación y aumentan su sensibilidad a las solicitaciones de la hembra. Otras especies
revelan la inminencia de la ovulación mediante señales visuales en la zona perineal (analgenital). Al
acercarse la ovulación, la hembra del chimpancé común desarrolla una tumescencia perineal de color
rosáceo que alcanza en su apogeo el tamaño de un pomelo, para disminuir posteriormente. También se
pueden «iluminar» otras partes de la hembra. Las hembras del babuino gelada (Theropitecus gelada),
que pasan la mayor parte del tiempo sentadas arrancando puñados de hierba, desarrollan hinchazones
brillantes en forma de collar en el pecho, además de las hinchazones, a menudo difíciles de ver, en sus
posaderas.

Las tumescencias más prominentes se presentan, según parece, en especies primates que se
aparean de forma promiscua, como los chimpancés y los babuinos. Las hembras promiscuas se sirven
de señales muy vivas para atraer a tantos machos como sea posible durante cada ovulación. Estos
apareamientos establecen lazos de amistad entre machos y hembras y desalientan la agresividad sexual
contra las crías por parte de los primeros (agresividad que, según la teoría sociobiológica de la eficacia
biológica inclusiva, podría llegar a manifestarse si los machos tuvieran la certeza de que las crías han
sido engendradas por otro). Los chimpancés machos rara vez pelean entre sí por el acceso a las
hembras en celo. Hasta veinte de ellos pueden llegar a esperar pacientemente su turno ante una misma
hembra. Esto no quiere decir que no exista una competencia en torno al éxito reproductor. Al
contrario, rivalizan ferozmente con objeto de fecundar al mayor número de hembras. Pero la forma en
que se desarrolla esta competencia no lleva aparejada la amenaza, el daño físico o la muerte del rival.
En comparación con otros simios, los chimpancés comunes poseen testículos sumamente grandes y
pesados y su eyaculación media contiene aproximadamente diez veces más espermatozoides que la de
un gorila o un orangután. En los múltiples apareamientos se alzan con la victoria reproductora los
machos que presentan un recuento de espermatozoides más elevado en el líquido seminal y poseen un
esperma más vigoroso. El tamaño medio de su pene concuerda, asimismo, con su apuesta por la

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competencia seminal. En proporción al tamaño corporal, éste es más del triple de largo que el del
gorila.

Entre los gorilas y orangutanes, ninguno de los cuales anuncia la ovulación mediante
tumescencias sexuales prominentes, se observa una pauta de apareamiento distinta. Los gorilas
machos, que son el doble de grandes que las hembras, mantienen harenes exclusivos e impiden que los
demás machos copulen con sus hembras cuando éstas se encuentran en celo. Por lo tanto, las hembras
que se aproximan a la ovulación no ganarían nada emitiendo señales visibles para atraer a gran número
de machos. A su único compañero se le puede advertir de la condición ovulatoria mediante señales
menos conspicuas y complejas. Si bien los orangutanes machos carecen de harenes, se aplica el mismo
razonamiento. Los orangutanes son monógamos, lo que significa nuevamente que las hembras sólo
tienen que atraer a un único macho y que, en consecuencia, pueden prescindir de toda publicidad
estridente destinada a pretendientes adicionales. Como lo mismo el orangután que el gorila mantienen
un control excluyente sobre las hembras ahuyentando o derrotando en combate a posibles rivales, no
necesitan competir por el acceso a los óvulos mediante testículos de gran tamaño, elevados recuentos
de espermatozoides y largos penes.

La evolución de la promiscuidad femenina, combinada con la competencia seminal y la


tolerancia mutua entre los machos que cubren a una misma hembra, ha alcanzado su forma más
desarrollada entre los chimpancés pigmeos (Pan paniscus). Lo que se va a relatar sobre la vida sexual
de estas notables criaturas era desconocido hasta hace escasos años. Los chimpancés pigmeos, que ha-
bitan en las partes más profundas y densas de la pluvisilva congoleña, fueron los últimos grandes
simios estudiados por los primatólogos en su hábitat natural mediante modernos métodos de campo.
Dado que su parentesco genético con los homínidos es al menos tan cercano como el del mejor
conocido chimpancé común (Pan troglodytes), su singular comportamiento social y sexual arroja nue-
va luz sobre el papel de la sexualidad en el origen de las sociedades humanas. A diferencia de la
variedad común, cuyo máximo de apareamientos coincide con el punto culminante de las tumescencias
perineales, el chimpancé pigmeo copula durante todo el año y durante todo el ciclo ovulatorio. A lo
largo de los treinta y seis a cuarenta y dos días que dura éste, existe una fase de hinchazón máxima de
quince a dieciocho días. Pero durante todo el ciclo la actividad copulatoria no varía gran cosa de unos
días a otros, con excepción de las escasas jornadas en que la hinchazón es mínima. Debo añadir que en
las hembras adultas ésta nunca disminuye tanto como entre los chimpancés comunes, de modo que en
realidad las hembras están emitiendo continuamente señales para atraer a los machos. El resultado es
que machos y hembras copulan varias veces al día durante la mayor parte del mes y a lo largo de todo
el año.

En comparación con otras especies de simio, el chimpancé pigmeo sólo se puede describir
como hipersexual. El pene del macho tiene mayor tamaño y es más visible que el de cualquier otro
simio, y, en relación con el tamaño corporal, es más grande que el que posee nuestra especie. Para no
ser menos, la hembra posee el mayor clítoris de todas las especies primates. Éste es claramente visible
durante todo el ciclo ovulatorio. En momentos de excitación sexual, dobla su longitud, produciéndose
una congestión de la base y la punta, tal como ocurre en la erección peniana. La tumescencia del
clítoris parece estar asociada a una peculiar forma de homosexualidad femenina que se ha venido en
llamar «frotamiento genitogenital»: dos hembras se abrazan cara a cara, mirándose a los ojos, y frotan
sus partes genitales, una contra otra, mediante rápidos movimientos laterales. Durante el acto, una de
las hembras suele rodear la cintura de la otra con sus piernas. En ocasiones, las parejas utilizan el

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clítoris erecto para reproducir los movimientos penetratorios característicos del coito entre hembras y
machos. También los machos se entregan a actos homosexuales pseudocopulatorios, si bien con menos
frecuencia que las hembras. En otras especies primates, las relaciones homosexuales entre machos
adultos pueden interpretarse habitualmente como intentos de aplacar a machos dominantes por parte de
machos subordinados, o de intimidar a los segundos por parte de los primeros. Esta conducta es relati-
vamente rara entre los chimpancés pigmeos porque los machos, en consonancia con su apuesta por la
competencia seminal como estrategia reproductora, muestran una tolerancia insólita respecto de sus
rivales.

El coito no tiene lugar hasta que los individuos de uno y otro sexo han indicado su buena
disposición mediante señales faciales y vocales. Antes de comenzar se miran fijamente a los ojos
durante quince minutos y mantienen el contacto visual durante el coito. Los chimpancés pigmeos
utilizan la posición ventral-ventral (cara a cara) con mayor frecuencia que otros primates subhumanos.
Evidentemente, han conseguido prescindir del vínculo entre coito y ovulación al sustituir las señales
ovulatorias que otros simios emplean para garantizar el encuentro de óvulo y espermatozoide por una
intensa y continua actividad sexual. ¿En qué medida podemos utilizar a los chimpancés pigmeos como
modelo de los orígenes humanos?

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