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¿Por qué nos volvimos religiosos?

No se puede concebir la vida social humana sin las creencias y valores íntimos que, por lo
menos a corto plazo, impulsan nuestras relaciones con otros hombres y con la naturaleza. Permítanme,
por lo tanto, interrumpir la historia de la evolución política y económica para abordar determinadas
cuestiones relativas a nuestras creencias y a nuestros comportamientos religiosos.

Cabe preguntarse, en primer lugar, si existe algún precedente de religión en especies no


humanas. Sólo puede responderse afirmativamente a esta pregunta si se admite una definición de
religión lo suficientemente amplia como para dar cabida a las reacciones «supersticiosas». Los
psicólogos conductistas llevan tiempo familiarizados con el hecho de que los animales pueden tener
reacciones erróneamente asociadas a recompensas. Imaginemos, por ejemplo, una paloma encerrada en
una jaula que recibe su alimento a intervalos irregulares por medio de un dispositivo mecánico. Si
casualmente la recompensa llega mientras el ave está escarbando, escarbará más deprisa. Si la
recompensa llega cuando el ave está batiendo las alas, seguirá batiéndolas como si con ello pudiera
controlar el dispositivo de alimentación. Pueden observarse supersticiones análogas en el hombre,
como los pequeños rituales de tocarse la gorra, escupir o frotarse las manos, a los que se entregan los
jugadores de béisbol cuando llega el momento de batear. Ninguno de estos rituales ayuda realmente a
acertar, aunque su repetición constante hace que cada vez que el bateador logre dar a la pelota haya
ejecutado previamente el ritual. Algunos ejemplos de pequeñas fobias entre los humanos pueden
atribuirse también a asociaciones basadas en circunstancias casuales más que condicionales. Conozco
el caso de un cirujano cardiovascular que en su quirófano sólo tolera música ligera desde que una vez
se le murió un paciente mientras tenía puesta música clásica.

La superstición plantea el problema de la causalidad. ¿En qué manera exactamente se influyen


entre sí las actividades y los objetos conectados en las creencias supersticiosas? Una respuesta
razonable, aunque evasiva, sería afirmar que la actividad u objeto causal posee una fuerza o un poder
inherente para producir los efectos observados. Si se abstrae y generaliza, dicho poder o fuerza puede
explicar muchos acaecimientos extraordinarios y los éxitos y fracasos en la vida. En Melanesia lo
llaman mana. Los anzuelos que capturan grandes peces, las herramientas que realizan tallas
complicadas, las canoas que navegan seguras en medio de temporales o los guerreros que matan
muchos enemigos tienen, todos ellos, gran concentración de mana. En las culturas de Occidente se
asemejan mucho a la idea de mana los conceptos de suerte y carisma. Una herradura posee una
concentración de fuerza que trae buena suerte. Un dirigente carismático es poseedor de grandes
poderes de persuasión.

¿Son realmente conceptos religiosos las supersticiones, el mana, la suerte y el carisma? A mi


juicio, no, porque si definimos la religión como una creencia en fuerzas y poderes internos, nos será
muy difícil distinguir entre religión y física. Después de todo, también la gravedad y la electricidad son

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fuerzas asociadas a efectos susceptibles de observación. Si bien es verdad que los físicos saben mucho
más de gravedad que de mana, no pueden pretender que conocen perfectamente cómo la gravedad
opera sus efectos. Y, además, ¿no se podría argumentar que las supersticiones, el mana, la suerte y el
carisma no son sino teorías de causalidad en las que intervienen fuerzas y poderes físicos de los cuales
seguimos teniendo un conocimiento incompleto?

Cierto, los científicos han analizado más a fondo la gravedad que el mana, pero la diferencia
entre una creencia religiosa y una creencia científica no viene marcada por el grado de verificación
científica a que se somete una teoría. Si así fuera, cualquier teoría científica verificada
insuficientemente o no verificada en absoluto constituiría una creencia religiosa (al igual que toda
teoría científica que hubiera resultado ser falsa cuando los científicos la creían cierta). Algunos
astrónomos sostienen que en el centro de cada galaxia existe un agujero negro. ¿Podemos decir que se
trata de una creencia religiosa porque otros astrónomos rechazan esta teoría o consideran que no ha
sido verificada suficientemente?

Lo que diferencia la religión de la ciencia no es la calidad de la creencia; ocurre más bien,


como sir Edward Tylor fue el primero en plantear, que todo lo que hay de netamente religioso en la
mente humana tiene su base en el animismo, la creencia de que los hombres comparten el mundo con
una población de seres extraordinarios, extracorpóreos, en su mayoría invisibles, que comprende desde
las almas y los espíritus hasta los santos y las hadas, los ángeles y querubines, los demonios, genios,
diablos y dioses.

Dondequiera que la gente crea en la existencia de uno o más de estos seres, habrá religión.
Según Tylor, las creencias animistas están generalizadas en todas las sociedades; después de un siglo
de investigación etnológica, está todavía por descubrir una sola excepción a esta teoría. El caso más
problemático es el del budismo, que los críticos de Tylor describían como una religión que no creía en
dioses ni en almas. Pero fuera de los monasterios budistas el creyente ordinario nunca aceptó las
implicaciones ateas de las enseñanzas de Gautama. La corriente principal del budismo, incluso en los
monasterios, no tardó en considerar a Buda como deidad suprema que había atravesado
reencarnaciones sucesivas y era señor de un panteón de dioses menores y demonios. Y fueron
creencias plenamente animistas las diferentes variantes del budismo que se extendieron desde la India
hasta el Tibet, el sudeste asiático, la China y el Japón.

¿Por qué es universal el animismo? Tylor estudió la cuestión con detenimiento y pensaba que
una creencia que volvía a aparecer una y otra vez en momentos y lugares diferentes no podía ser el
producto de una mera fantasía. Por el contrario, debía fundamentarse en hechos y experiencias de
carácter igualmente recurrente y universal. ¿Cuáles eran dichas experiencias? Tylor señalaba los
sueños y trances, las visiones y sombras, los reflejos y la muerte. Durante los sueños el cuerpo
permanece en la cama y, sin embargo, otra parte de nosotros se levanta, habla con la gente y viaja a
tierras lejanas. Los trances y las visiones provocados por las drogas constituyen, asimismo, una prueba
clara de la existencia de otro yo, distinto y separado del cuerpo. Las sombras y las imágenes reflejadas
en el agua tranquila apuntan a la misma conclusión, incluso en plena vigilia. La idea de un ser interior,
un alma, da sentido a todo lo anterior. Es el alma la que se aleja mientras dormimos, permanece en las
sombras y nos devuelve la mirada desde el fondo del estanque. Y, sobre todo, el alma explica el
misterio de la muerte: un cuerpo sin vida es un cuerpo privado de su alma para siempre.

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Señalaré, de paso, que no hay nada en el concepto del alma que nos obligue a creer que cada
persona tiene sólo una. Los antiguos egipcios poseían dos, como muchas sociedades del Africa
occidental, donde la identidad del individuo viene determinada tanto por los antepasados paternos
como por los maternos. Los jíbaros del Ecuador tienen tres almas. La primera, mekas, da vida al
cuerpo. La segunda, arutam, sólo puede percibirse en una visión provocada por las drogas en una
catarata sagrada y confiere a su poseedor bravura e inmunidad en la batalla. La tercera, musiak, toma
forma en el interior de un guerrero agonizante e intenta vengar su muerte. Los habitantes de Dahomey
dicen que las mujeres tienen tres almas y los hombres cuatro. Ambos sexos tienen un alma de los
antepasados, un alma personal y un alma «mawn ». El alma de los antepasados protege su vida, el
alma «mawn» es una porción del dios creador, Mawn, y proporciona guía divina. La cuarta,
exclusivamente masculina, conduce a los varones a posiciones de mando en sus hogares y linajes. Pero
los que parecen llevarse la palma de la pluralidad de almas son los fang de Gabón. Tienen siete: la del
cerebro, la del corazón, la del nombre, la de la fuerza vital, la del cuerpo, la de las sombras y la del
espíritu.

¿Por qué los occidentales tienen una sola alma? No conozco la respuesta; quizá no exista
respuesta a esta pregunta. Acaso muchos aspectos de las creencias y prácticas religiosas sean
consecuencia de hechos históricos específicos y de decisiones individuales tomadas una sola vez y en
una sola cultura, sin que ofrezcan ventajas o inconvenientes apreciables en cuanto a su rentabilidad.
Mientras que la creencia en el alma se inscribe en los principios generales de la selección cultural, la
creencia en una sola alma y no en dos o más no obedece necesariamente a esos principios. Pero no nos
precipitemos en encasillar cualquier rasgo insólito de la vida humana como algo ajeno a la razón
práctica. ¿No nos ha enseñado la experiencia que seguir investigando puede proporcionarnos a menudo
respuestas que antaño parecían inalcanzables?

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