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LNF2016 - Darío Sztajnszrajber PDF
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El Otro
Darío Sztajnszrajber
Vamos a compartir unas reflexiones sobre el tema que nos convoca, que tiene
como título “El otro”. Vamos a pensar lo impensable, porque la otredad genera
ese tipo de paradoja. Vamos a potenciar las paradojas, nos gusta hacer una
filosofía de las paradojas, de las aporías, una filosofía que no resuelve sino que
problematiza y el otro es casi el espíritu de toda problematización. ¿Quién es el
otro? ¿Dónde está el otro? Si el otro es lo que desborda toda mismidad, lo que
está más allá de uno mismo, ¿cómo accedo a él? ¿Cómo accedo al otro sin
que mi propia mismidad lo contamine y por ello lo desotre? ¿O será que para el
encuentro con el otro tengo que desapropiarme de mí mismo, tengo que
salirme de mí mismo, desenmismizarme? (vicio de la filosofía inventar
palabras). Toda la cuestión del otro radica ahí, en salirme de mí mismo, pero
¿es esto posible? O como dice Derrida, la filosofía no tiene que ver con lo
posible, sino con lo imposible, y entonces el otro y su imposibilidad pasan a
tener otro lugar. ¿Hay un otro? Pero, si lo hay ¿sigue siendo otro? Si al otro
podemos nominarlo, nombrarlo, comprenderlo, capturarlo, domesticarlo,
normalizarlo, hacerlo propio, fagocitarlo, comerlo, ¿sigue siendo otro? La
misma o mera palabra “otro” ¿no traiciona al otro? ¿No lo desotra? Si hay un
otro, esta sería la conclusión: (podríamos terminar la charla acá) si hay un otro,
no hay otro. Eso es la filosofía: molestia, juego. Si hay un otro, hay un otro que
deja de ser otro, para que el que nomina al otro esté tranquilo, seguro y ejerza
su poder, pero el otro se desotra. El problema es que el que ejerce el poder
constituye al otro de acuerdo a su imagen y semejanza. Lamentablemente,
para el poder hay un otro. Y este otro no pide permiso. Irrumpe, dice Lévinas.
Molesta. Golpea la puerta de mi casa, no cuando lo espero. Si el otro llega
cuando lo espero, ya no es un otro, lo estaba esperando, lo recibo, le doy un
beso, lo hago p asar, me hace feliz, “me” hace feliz a mí. Pero el otro no tiene
que ver conmigo, porque hay vínculo y si hay vínculo hay concesión. Entonces
la otredad del otro, queda del otro lado de la puerta y de este lado de la puerta
queda aquello con lo que me permito vincularme. O sea, si hay vínculo, no hay
un otro. Ahora, si el otro permanece como el otro, no hay vínculo. En el primer
caso hay un vínculo, pero no es con el otro. En el segundo caso hay un otro,
pero no hay vínculo. En ninguno de los dos casos me conecto con el otro. El
otro siempre me excede, por eso es un otro, porque me excede. Siempre que
yo suponga que estoy vinculado con el otro, estoy cometiendo, como mínimo,
un acto de ingenuidad, porque con lo que me estoy vinculando es con lo que
estoy proyectando de mí en él. Y como máximo, un acto de hipocresía, porque
me regodeo hablando del otro y en realidad me importa poco. Me importa lo
que su otredad sume a mi proyecto de expansión. Cualquiera que habla en
nombre de otro, en algún punto, lo está traicionando.
como ese famoso cuento que Platón relata de Tales, cuando descubre la
filosofía y se la pasa mirando para arriba y se cae en todos los pozos. Entonces
en el pueblo lo llaman el idiota porque no puede resolver lo más nimio, lo más
práctico de la vida -no caerte en un pozo- por preguntarte los porqué de los
porqué de los porqué. "Idiota" en griego significa estar metido para adentro y no
conectar con el sentido común. Y es un otro el lenguaje de la filosofía porque
pregunta no para responder sino que parte de las respuestas instituidas para
preguntar y con la pregunta, desarticular esas certezas que se nos presentan
como últimas y absolutas escondiendo intereses particulares. La filosofía
pregunta sin buscar respuestas. Pregunta como quien hiere, como quien
molesta, como quien muestra frente a algo cerrado y definitivo, que puede ser
de otro modo. No tiene sentido la pregunta de la filosofía. ¿Qué sentido tiene
preguntarse el porqué de un vaso? Es para tomar. ¿Cómo para tomar? Para
llenarlo de líquido. ¿Y por qué? ¿Por qué hay cosas que hay que llenar con
líquidos? ¿Por qué tiene que estar contenido? Porque el líquido no se puede
agarrar. ¿Y por qué? Porque hay materiales sólidos, gaseosos y líquidos, y los
líquidos vienen así. ¿Y por qué? Porque la naturaleza vino hecha de este
modo. ¿Y por qué? Por el desarrollo evolutivo de la capas geológicas. ¿Y por
qué? Porque después del Big Bang se dio una explosión. ¿Y por qué así, con
estas dimensiones, con estos colores, con estos materiales, con estas formas,
en el tiempo, en el espacio? ¿Por qué? ¿Por qué así? Si todo pudo haber sido
de otro modo. De muchos otros modos, infinitos, pero fue así. Que bajón. Nos
tocó esta particular dimensión del mundo, nos podrían haber tocado infinitas
otras ¿Por qué? Ahí, llegamos ahí, no sigue, es eso. Es la pregunta que se
pelea con aquello que intenta presentarse como una respuesta definitiva. ¿A
quién le importa y le molesta la pregunta del vaso? A nadie, a alguna empresa
que fabrique vasos. El problema es que este tipo de pregunta la podes hacer
con cualquier cosa. Cualquier cosa significa que empezás con un vaso, pero
terminás con las instituciones, los valores, las certezas. En la medida en que se
habilita la otredad de la pregunta filosófica, algo se mueve. Porque da igual
preguntar por el vaso que preguntarte por el porqué de lo que quieras. Es
Hay muchas figuras de la otredad que nos ayudan a entender de qué se trata.
Tengo muchas: el tiempo, Dios, el amor. Tomemos Dios. Dios es el otro, ¿qué
Dios? ¿Existe o no existe? No importa, salgamos de ese debate, que está
buenísimo, pero pensemos la cuestión de Dios desde su definición. ¿Qué es
Dios? Dios es lo otro de lo que existe más allá de todo límite, lo que está más
allá de todo lo pensable. Dios es la pregunta por si hay algo más. Es el tema
que más me interesa y cuando me pongo a hablar de Dios vienen algunos y
dicen ¿qué te metés con Dios?, es un tema de la religión, no lo profanes, como
si la filosofía no hubiese tratado la cuestión de Dios. Hay peleas hasta por el
nombre. Siempre las peleas son por los nombres. Y entonces, más allá de la
religión, definimos a Dios como lo que nos excede, como lo que está más allá
del límite. Si de algo somos conscientes como seres humanos, es de nuestros
límites. Sabemos que vamos a morir. Tratamos de reinventarnos y expandir
ese límite, pero siempre sabiendo que hay un límite, por lo que tenemos el
derecho y la vocación de preguntarnos qué hay más allá de ese límite. Pero
¿cómo no te contentás con saber que tenés límites y te dedicás mejor a
propósitos en el marco de tu mundo limitado, por ejemplo, construís puentes,
jugas a la quiniela, ves la final Argentina – Chile? ¿Para qué preguntarte si hay
algo más? Y bueno, vocación humana. Poneme un límite y yo no hago otra
cosa que pensar qué hay del otro lado. Eso es Dios: la pregunta. Después
viene uno y dice “Del otro lado hay un viejito de barba blanca, canoso, casi
siempre blanco, macho y burgués” pero se llama Dios y entonces ya no es del
otro lado. Yo pregunto si hay algo más allá y vos lo metés de este lado. Todo lo
que digas sobre Dios, no es Dios. Dios es lo que escapa la posibilidad del
habla, de la comprensión. Salvo que creamos que lo comprendemos todo,
entonces nosotros somos Dios. Pero no. ¿Por qué no? Porque tenemos
hambre, tenemos que ir al baño. Porque hay un otro, somos conscientes de
nuestras limitaciones. Entonces ¿hay algo más? Ahí está Dios, en la pregunta.
Ahí está la otredad, jugando como pregunta y en el valor del otro. Es
independiente de las religiones, es más, esto destartala las religiones porque
las religiones no hablan en nombre de la pegunta, hablan en nombre de la
verdad, pero el otro escapa a toda verdad. El otro es como un palo en la rueda,
que no permite que ninguna verdad se instale de manera definitiva. ¿De quién
hablo? De quienes quieran, llévenlo donde quieran. De la política, del fútbol, de
la casa, de las parejas.
Hay un gran otro que es el tiempo, que nos va a obligar a ir cerrando. Hay dos
maneras de relacionarnos con la otredad. Una es lo que se llama comúnmente
el paradigma de la tolerancia. La tolerancia es otro problema, porque es el
concepto que se supone representa nuestro contacto con el otro. Tolerar en
latín significa soportar. Es una palabra ambigua: “Yo soy tolerante con la
otredad” significa “Yo estoy soportando la otredad” o sea, aguantando lo que no
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Pero no son el otro, son lo mismo. ¿Dónde está el otro? El otro no tiene
bandera, no tiene equipo de futbol, no tiene identidad. El otro está
completamente disuelto en su identidad porque no encaja en los parámetros
con los que pensamos la identidad. El otro en la Argentina está presente todo
el tiempo. Es el hijo justamente, de la identidad híbrida, de la mixtura. No tiene
nombre. Es una mayoría pero no tiene nombre. No es el extranjero, es el
extranjero interior. Es otra extranjería. Es más, ¿saben cómo le decimos? Lo
llamamos con la ausencia absoluta de nominación. Les decimos “negros”, “la
negrada”, son medio argentinos, medio bolivianos. ¿Cómo bolivianos, si Bolivia
es un país como el nuestro? Tienen bandera, tienen equipo de fútbol… Es que
debemos encasillarlos en alguna identidad para que nos cierre. Y sin embargo
el otro es el hijo de la mixtura. Cabecita negra lo llamaban en una época, con
todo el imaginario zoológico que incluso tiene la otredad cuando uno no quiere
reconocer la convivencia con un otro. ¿Quién es el otro? ¿Quién es el
verdadero extranjero? ¿Dónde habita? ¿Cómo nos relacionamos con él? ¿Lo
fagocitamos o somos hospitalarios?
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