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fundaci6n Editorial

JOSE ROBERTO DUQUE


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cuadernos

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callejeros

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Tres décadas de crónicas y reportajes

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© José Roberto Duque

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© Fundación Editorial El perro y la rana, 2018

Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio,


Caracas - Venezuela 1010.
Teléfonos: (0212) 768.8300 / 768.8399 A
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Diseño y diagramación
Lheorana González
SO

Imagen de portada
Félix Gerardi
Serie Caracas reflejada

Edición y corrección
S

Yanuva León
PD

Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal DC2018001820
ISBN 978-980-14-4314-8

impreso en la república bolivariana de venezuela


cuadernos

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callejeros

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Tres décadas de crónicas y reportajes

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José Roberto Duque


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Índice

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Presentación: el rompecabezas 9

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“Un delincuente es fácil de identificar” (1994) 13
Investigar al investigador (1997) 24
Historia de desaparecidos (1997) 29

C
El vértigo se llama Ana Karina Manco (1997) 37

LE
¿Por qué se fue? ¿Y por qué murió? (1998) 44
El último rumbero (1998) 51
Colombia: Cóndor herido (y entrevista a Alfonso Cano) (2000)
A 56
Vivir en frontera (fragmento) (2004) 64
Las casas de ahora; las casas que vienen (2011) 72
R
Historia de una gente, una laguna y unas cachamas (2012) 79
PA

El atraco (2013) 86
La coñaza (2013) 88
El pobre flaco agüevoniao (2013) 90
El pico (2013) 93
LO

El miedo (2013) 98
Alguna vez fuimos de maíz (2013) 107
El depredador (2014) 114
SO

Mayweather o la crisis de la industria del espectáculo (2015) 120


Sobre la comunidad que decidió comer potaje gratis (2015) 125
La rebelión de Nuevo Callao y el poblado posible (2017) 129
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Presentación: el rompecabezas

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stos textos han sido escritos en tres décadas distintas
(muy distintas): los años noventa del siglo xx y las dos
primeras del actual. Hemos hecho una decantación de lo
publicado en revistas, periódicos, libros y publicaciones
A
digitales, y el resultado ha sido este volumen.
R
Transitan aquí momentos, personas y remembranzas per-
sonales. Hay un rastro que atraviesa todas estas historias, y es
PA

la mirada de un observador cuyo punto de vista va mutando


con el tiempo. El sujeto que escribió los textos de 2017 no es
el mismo que hacía aquellos preparativos para ingresar a la
treintena (1994), cuando escribió el primero de estos trabajos.
LO

En aquel entonces, revolcado por la doble emoción de estar


engendrando mi primer libro y de estar incursionando en un
doloroso ámbito de la sociedad (las cárceles y los protagonis-
SO

tas de la violencia) apenas tuve tiempo para cuidarme de los


excesos de la corrección y el respeto al lenguaje. En textos más
recientes se me pasa la mano en eso del desparpajo y el “dale
como salga”. No sé si el proceso evolutivo de los escribidores
S

(¿y de la gente?) es por lo general al revés: uno madura, se


serena y se cuida al transcurrir los años. He notado que aque-
PD

lla escritura tan correcta obedecía a un cierto temor de verme


reprochado por alguna falta en el correcto empleo del idioma.
Qué sabroso ha sido luego poder dedicarme a escribir sin sen-
tir esa presión ni dolerme del ojo implacable de los oficiantes

9
de una pretendida perfección que, de tan antiséptica, impolu-
ta y pasteurizada, termina perdiendo la sazón.

A
He volcado aquí una muestra de lo que hice o he estado
haciendo en varias fuentes y temas: desde entrevistas y cró-

R
nicas faranduleras hasta análisis sociohistóricos, en algunos
casos con un par de gotas de antropología. Como en el género

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crónica entra o puede entrar más o menos de todo, pues aquí
le he dado cupo a unos textos muy extraños. Pero no a los más
extraños; cuando comencé a hacer periodismo o algo pareci-

C
do lo hice en el diario El Universal en 1990, a escribir en las

LE
páginas hípicas: “Se escapaba la mora Stillwater al promediar
la última curva, pero su físico no es el mismo de hace dos años
y la recta final la sorprendió con tres rivales disputándole la
gloria del Clásico”. A
También pasé por una revista cultural o culturosa, muy
pesada y ladilla (Imagen; por andar de impuntual, de allí me
R
botó su director, el poeta Luis Alberto Crespo), por dos perió-
PA

dicos arrabaleros y amarillistas que leía mucha gente (2001


y Así es la noticia, célebres por los titulares sangrientos o
fotos de cadáveres que compartían protagonismo con las de
unas muchachas de culos formidables). Decidí no incluir aquí
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ningún material publicado en esos papeles, aunque sí hice


una selección de la extinta dominical de El Nacional, aque-
lla revista Feriado que era tan buena en los años ochenta y
tan irrelevante cuando entré yo a terminar de matarla. Incluí
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también algo de lo escrito en mis blogs personales (Discurso


del Oeste y Tracción de Sangre) y en la revista Épale Ccs. De
modo que si perciben aquí cierta sensación de rompecabezas
inconcluso, ya tienen la clave: este puñado de piezas es ape-
S

nas un esbozo que llama diversidad a lo que seguramente es


PD

simple y puro desorden.


Este volumen, alterno, paralelo o quizá directamente
hermano de otro titulado Comunes y extraordinarios (tres
décadas de semblanzas y testimonios) ha sido posible gracias

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al esfuerzo de varias personas. Quiero mencionar con espe-
cial afecto a Lheorana González y a Félix Gerardi. Lheorana

A
no solo se ocupó de los asuntos gráficos y estéticos del libro,
sino que dedicó horas de su valioso tiempo a ayudarme en

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la investigación y producción. Félix me obsequió fotografías
y aportó ideas para el concepto gráfico, y se zambulló en la

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hemeroteca para ayudarme a rescatar materiales sepultados.
También Yanuva León metió músculo y cerebro para inten-
tar darles orden y sentido de unidad a estas páginas. Agra-

C
dezco finalmente a Niki Herrera por su disposición y aporte

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en la preparación de los artes finales. Así de colectivo es este
trabajo, que tiene tanta fama de solitario e individualista.

JRD, septiembre de 2018.


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“Un delincuente es fácil de identificar”

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(1994)

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roteger un colectivo que los rechaza, enfrentarse a suje-
tos que tienen mayor libertad de movimiento que ellos,
los guardianes de la ley, recibir constantes acusaciones
A
de violar los derechos humanos, incluso por parte de fa-
R
miliares de delincuentes muertos, y actuar con plena concien-
cia del desamparo judicial que los limita: cuatro factores que
PA

suelen enumerar los funcionarios de la Policía Metropolitana


cuando se les presenta la oportunidad de dar su versión de
los hechos. “Ocupamos menos espacio en la prensa que los
delincuentes”, se lamentan, y muchos aseguran que a veces
LO

resulta peor cuando los altos jerarcas de ese cuerpo policial


declaran ante las cámaras, “uno no sabe si están allí para pro-
teger a quienes les servimos o para sacrificarnos”, comentan.
SO

Por esta posición de la clara inconformidad con los voceros


oficiales de la institución, los funcionarios, policías metropo-
litanos, pidieron que mantuviéramos en reserva su identidad.
Son catorce policías, responsables del patrullaje en la
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parroquia 23 de Enero. Realizan sus guardias y sus labores


de vigilancia en un módulo policial de un sector de esa pa-
PD

rroquia, y cada uno tiene su propia experiencia como policía


metropolitano. Cada pregunta encuentra múltiples interlocu-
tores, varias interpretaciones. La posibilidad de comunicarse

13
JOSÉ ROBERTO DUQUE

resulta algo inusual y también una oportunidad para exponer


sus puntos de vista: ellos son presentados invariablemente

A
como los culpables, los monstruos, la mano torpe de una jus-
ticia incapaz de controlarlos; ellos desean presentar su propia

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visión del asunto y lo hacen con muchas voces, con muchas
variantes. La entrevista que sigue recoge cada una de ellas.

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Les preguntamos si consideran que la comunidad les teme,
los respeta, los admira.

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***

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Inspector: La comunidad siempre se ha sentido cohibida
en presencia de un policía metropolitano. Un 70% se cohíbe
de llamar a la policía, y el otro 30% lo hace cuando necesita la
A
protección policial.
Policía 2: A veces a la gente la atracan en la calle y
R
se frustra o se molesta porque la policía no acudió a ayu-
darla, y cuando uno realiza una redada o un operativo de
PA

chequeo e identificación de personas, entonces dice: “Ah


ahora sí se presentan ustedes, por qué no estuvieron la
semana pasada cuando me atracaron”. Pero hay que recor-
LO

dar que al policía se le presenta el procedimiento una sola


vez, el procedimiento no lo busca a uno, ni uno lo busca,
¿entiende?, no es como otras profesiones: a un médico lo
buscan los pacientes, un maestro va a encontrarse con sus
SO

alumnos, pero un policía no sale a encontrar a todos los


delincuentes.
Policía 3: No, no, no es que uno no los busque, sino que
no se pueden hacer operativos todos los días ni caerse a plo-
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mo las veinticuatro horas con los delincuentes.


PD

Inspector: La idea de la presencia policial de un sector,


un centro comercial, un estacionamiento, etc., es que el delin-
cuente se dé cuenta de que la policía anda por allí. El patrulla-
je persigue ese fin, el de evitar que los hampones actúen, pero

14
CUADERNOS CALLEJEROS

uno nunca anda en busca de un grupo de delincuentes para


batirse a tiros con ellos. Cuando se presentan estos casos es

A
porque el funcionario o la patrulla es atacada, o cuando hay
un delito en desarrollo.

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¿Han intentado un acercamiento con la comunidad, con

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la gente de los bloques de este sector, con el barrio que está
enfrente?

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Inspector: Casi siempre las actividades deportivas y de

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otra índole las planifica el Estado Mayor, y las juntas de veci-
nos por el lado de la comunidad. Pero date cuenta de algo: si
uno se mete a un bloque lo que va a recibir es plomo. El 23 de
Enero es un sector conflictivo, hay muchos delincuentes. Aquí
A
conviven los profesionales, la gente decente, con los que ro-
ban y venden drogas. ¿Cómo se acerca uno a una comunidad
R
así?, donde uno no sabe con quién se va a encontrar.
Policía 2: Aquí nos dejaron un regalito el día que los Leo-
PA

nes del Caracas ganaron el campeonato [el funcionario señala


en la fachada varios agujeros de unos cinco centímetros de
diámetro]: esos son disparos de FAL. Los realizaron desde
LO

aquel bloque. Aprovecharon la celebración con cohetes y fue-


gos artificiales para lanzarnos metralla. Esa noche estábamos
el compañero y yo nada más en el módulo, y tuvimos que so-
portar ese tiroteo.
SO

Policía 4: Una vez tiraron un niple que no entró para acá


porque ya habíamos colocado estos sacos de arena que nos
sirven de protección. Y antes, al amigo acá le dispararon con
una nueve milímetros, mire, aquí está el casco que llevaba,
S

un impacto de bala. No le perforó porque el material de los


PD

cascos soporta impacto de armas cortas.


Inspector: Siempre es difícil contar con la confianza de la
ciudadanía. Hay una señora por aquí, la señora Carmen. Ella
siempre nos trae arepas, café. Pero debieron pasar muchos

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JOSÉ ROBERTO DUQUE

años antes de que nos tuviera y le tuviéramos esa confianza,


me han dicho que esa doña tiene casi veinte años colaborando

A
de esa forma con los agentes, pero con los demás uno debe
guardar distancia y desconfiar siempre: a lo mejor mañana

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viene alguien a ofrecernos comida y envenena a todo el mun-
do aquí en el módulo. Es que ahora los padres de familia no

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inculcan el respeto hacia los policías, hacia los cuerpos po-
liciales. La mayoría de las personas nos ve como un cuerpo
represivo y no como lo que somos, unos servidores…

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El adiestramiento que deben cumplir los policías es, di-


cen los entrevistados, constante. Antes de asignarlos a un
A
módulo, patrulla, brigada o comando, cumplen la formación
paramilitar esencial y se les dictan cursos paralelos de rela-
R
ciones humanas, se les insiste en la necesidad de mantener
PA

el respeto a los superiores y la disciplina; el entrenamiento es


constante: se les restringe el consumo de alcohol y de cigarro,
se les exige entrenamiento físico diario, el manejo de arma-
mento es una constante. Las líneas básicas que guían el pro-
LO

ceso de formación institucional de un policía son: protección


del bienestar de la sociedad, control de los abusos de fuerza
física, propiciar la imagen de que el oficio es digno y útil.
El arma de reglamento no solo es un instrumento impor-
SO

tante de trabajo, sino algo sagrado; solo debe usarse en de-


fensa propia y en defensa de un ciudadano. Cuando a un fun-
cionario se le extravía un arma, el caso pasa al Departamento
de Disciplina, el cual se encarga de averiguar las causas del
S

extravío. Y se prevén, por supuesto, sanciones fuertes para los


PD

funcionarios que incurran en esta falla. A cada funcionario se


le asigna dieciocho proyectiles calibre treinta y ocho, y nun-
ca puede llevar menos de esa cantidad, siendo sancionados
quienes no cumplan esta norma. Solo que, por un problema

16
CUADERNOS CALLEJEROS

logístico, no siempre la comandancia surte con prontitud de


municiones a los funcionarios y estos deben comprarlas.

A
Están conscientes de que existe una suerte de guerra no
declarada en la sociedad. Los soldados del bando contrario no

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son otros que los delincuentes.

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***

¿Qué es un delincuente? ¿Cómo y por qué catalogar a

C
alguien como delincuente?

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Policía 3: Un delincuente es un excremento de la socie-
dad. Un excremento. Esta sociedad está integrada por un
50% de estos elementos, excrementos de la sociedad.
A
Inspector: Hay delincuentes y reseñados por la policía,
delincuentes conocidos por el barrio donde viven y actúan, y
R
delincuentes que cometen delitos en otras zonas y nadie los
PA

conoce ni los puede identificar.

¿Es posible identificar visualmente a un delincuente?


¿Reconocerlo en la calle así no esté cometiendo fechorías?
LO

Inspector: Aprendemos a distinguir los tipos de delin-


cuentes: por un lado están los de cuello blanco, ya todos sa-
bemos quiénes son y qué hacen. Y por otro lado el delincuen-
SO

te común, los lanzas, esos tipos que te sacan la cartera en el


Nuevo Circo y no te das cuenta, o los que te dan un tiro para
quitarte un reloj, el atracador, el asaltante.
Policía 2: Uno se fija en la fisionomía, un delincuente es
S

fácil de identificar…
PD

Inspector: Pero eso se puede prestar a acciones equivoca-


das. De pronto uno ve a alguien con rasgos fisionómicos de de-
lincuente, se viste mal y viene de trabajar con la ropa sucia, quién
sabe, a lo mejor lava carros por ahí, pero no es un delincuente.

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JOSÉ ROBERTO DUQUE

Policía 2: Pero la experiencia te da algunas claves, hay


casos en los que uno se equivoca: si uno encuentra a un tipo

A
a las dos de la madrugada al lado de un negocio y con una pa-
ta’e cabra en una mano, ese tipo es un choro (risas). Y si lleva

R
un ramo de flores es porque va donde la novia.

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Ustedes deben tomar en cuenta todos los riesgos a la
hora de enfrentarlos, pero también tratar de no equivocarse
porque está el deber de respetar los derechos humanos.

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Inspector: Esa es una parte delicada en esta profesión y
un comentario muy delicado el que voy a hacer. Esto de los
derechos humanos, lejos de buscar la protección de la ciuda-
danía lo que logra es obstruir el trabajo de la policía. Noso-
A
tros tenemos familiares, tenemos esposa, tenemos hijos. Pero
cuando uno mata a un malandro en una acción al día siguien-
R
te sale la madre del sujeto a decir que su hijo era deportista,
que estudiaba en la universidad, y al policía le manchan su
PA

expediente y le aplican varios meses o años de reclusión. Los


derechos humanos deberían funcionar también para las poli-
cías, ¿se entiende?, los delincuentes nunca respetan los dere-
LO

chos humanos, pero siempre hay quien los defienda.


Policía 3: Y los superiores, los comandantes, la jerarquía
más alta prefiere castigarnos a nosotros para limpiar la imagen
de la institución, del cuerpo. Porque cuando uno comete una
SO

falta los periódicos no dicen: “El agente tal mató a un ciudada-


no”, sino “La policía volvió a agredir a otro ciudadano”. Cuan-
do un agente se equivoca la prensa mancha toda la institución.
Policía 2: En la Policía Metropolitana no hay un respeto de
S

los superiores hacia los subalternos. Deberían buscar la forma


PD

de que las cosas graves no salieran a la luz pública.

¿Evitar que se conozcan los hechos graves?

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CUADERNOS CALLEJEROS

Inspector: Claro, en otros cuerpos policiales un efectivo


comete una falta y los superiores hacen lo posible para que

A
la sociedad no se entere. Debería ser así en la PM. Cuando
un funcionario comete una falta debe ser expulsado, pero la

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comunidad no tiene por qué enterarse.

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¿Cree que las normas y la opinión pública los perjudican?

Inspector: Eso es así. Si un carajo que mide tres metros

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agrede a un policía y lo arrastra por el piso, no hay una ley

LE
que lo sancione, mucho menos al que veja o insulta a un poli-
cía. Y no solo eso: la comunidad ve esto y lejos de defender al
policía se mete para lincharlo. El problema es de educación:
al ciudadano se le debe enseñar desde pequeño que al policía
A
se le debe respeto y consideración, y también al policía, por
supuesto, se le debe enseñar la forma de abordar a los ciuda-
R
danos: “Buenas noches, ciudadano, ¿me permite su cédula
PA

de identidad?”.
Policía 5: Lo que pasa también es que uno a veces entra
a un rancho y encuentra un betamax, un televisor de treinta
pulgadas, un equipo de sonido, y les pregunta a las personas
LO

que viven allí de dónde sacaron todo aquello, y la respuesta es


casi siempre: “Bueno, eso no es problema suyo, yo me gano
mi dinero y compro lo que quiero”.
Inspector: Debería cobrarse un impuesto, algo… debería
SO

haber un mecanismo para saber de dónde saca la gente sus


valores, cuál es la procedencia de sus bienes.

¿En qué piensa un policía durante un enfrentamiento?


S
PD

Inspector: Una vez me hirieron. Bueno, fue otra situación,


en realidad yo estaba cerca de mi casa, en Catia, e intenta-
ron atracarme. Yo me resistí al atraco, hubo un forcejeo y los
tipos, que eran cinco o seis, me quitaron la cartera. Cuando

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JOSÉ ROBERTO DUQUE

vieron mi credencial me dispararon, estuvieron a punto de


matarme, pero lo peor no fue eso sino lo que vino después,

A
cuando yo busqué apoyo de mis compañeros dentro de la ins-
titución. Descubrí una historia fea, un cuento de un sobor-

R
no de funcionarios, gente que pagó porque al parecer unos
agentes identificaron a quien me disparó, luego se negoció

TU
y lo dejaron ir. Hubo negligencia policial, la hubo. Pero uno
no puede luchar contra la marea. Si yo me pongo a salir en
los periódicos a denunciar cosas entro en contradicción,

C
porque voy a denunciar policías y resulta que yo también

LE
soy policía. Tengo que guardar silencio y tratar por todos
los medios internos, dentro del cuerpo, de resolver algunas
cosas con esos funcionarios, con esos compañeros… ¿Por
qué no me prestaron ayuda? ¿Por qué no atraparon a los
A
delincuentes? ¿Por qué se dejaron sobornar? Hay un detalle
que da risa desde afuera, pero yo lo sufrí mucho. En vez de
R
preguntarme si había reconocido al sujeto, si había oído que
PA

lo llamaran por un sobrenombre o si había visto su cara, me


preguntaron: “¿Y tú qué hacías a esa hora en la calle? ¿No sa-
bes que tienes que prevenir, evitar problemas?”. Imagínate,
estos sí son arrechos, eran las ocho y media de la noche, a esa
LO

hora todo el mundo anda por la calle. Entonces uno se des-


moraliza. Uno se pregunta si vale la pena tanto sacrificio. En
Los Flores hay más de cien policías presos por cumplir con
su deber: uno está preso por matar a un malandro con quien
SO

peleaba y a este se le cayó la pistola, el funcionario recogió la


pistola, mató al sujeto y lo acusaron de haber abusado de su
fuerza y de su autoridad.
Policía 2: Los que más expuestos están son los patru-
S

lleros motorizados. A ellos los enseñan a disparar sobre


PD

una moto en marcha porque son los que van a ir adelan-


te siempre, el escolta motorizado es carne de cañón, el que
va a recibir de primero el plomo si se produce un enfrenta-
miento. Corre más riesgos que quien está en un módulo, por

20
CUADERNOS CALLEJEROS

ejemplo. Para volar un módulo hay que meterle una bomba,


mientras que un hombre en una moto es vulnerable.

A
¿Por qué la gente se está matando en las calles? ¿Qué
debe hacer la sociedad y qué debe hacer la policía para fre-

R
nar el problema de la violencia?

TU
Inspector: Hay varias razones que han permitido esto de
los muertos y la violencia. Yo mencionaría primero la falta
de patrullaje, creo que debe haber más policías en la calle.

C
Y en segundo lugar, la falta de acercamiento entre los veci-

LE
nos y los cuerpos policiales, la falta de comunicación. Lo ideal
sería que cuando los vecinos sepan quién es el que roba y el
que mata, se acercaran a la policía y le dijeran: “Señor agen-
te, tenemos un azote aquí”. Pero la comunidad debe perderle
A
primero el miedo a los delincuentes y también a los policías,
porque si no la tarea de nosotros es más difícil.
R
Recuerdo un caso grave, que nos puso en peligro por esto
PA

de la falta de comunicación. En San Agustín había un malan-


dro que llamaban “Roba Gallina”, era el azote de La Char-
neca. Cada rato oíamos las historias: “Roba Gallina mató a
dos estudiantes, Roba Gallina atracó a un señor, Roba Galli-
LO

na mató a una señora dentro de su casa, a un policía, al hijo


de aquel”. Pero nadie conocía a Roba Gallina, ningún policía
había podido averiguar quién era, ni cómo era físicamente.
Bueno, había un muchacho que todas las mañanas se acer-
SO

caba al módulo y les vendía café a todos los policías, cargaba


un termo y vendía su café en el módulo. Era menor de edad,
tenía 16 años, se jugaba con todo el mundo y la gente lo que-
ría, tenía confianza con todos. Una vez se hizo una redada en
S

el sector y el muchacho del café cayó en la redada. Andaba


PD

armado, cargaba una 3.57. Pero uno de los agentes que estaba
al frente del operativo reconoció al muchacho y lo soltó, dijo:
“Este carajito es sano, es el que nos vende café”, y lo dejó ir.
Un rato después, una de las personas que estaba con las ma-

21
JOSÉ ROBERTO DUQUE

nos contra la pared le dijo al funcionario: “Caramba, agente,


¿por qué usted dejó ir a Roba Gallina?”. Todos los policías

A
se quedaron azules, se miraban las caras y nadie respondió
nada. “Ese muchacho que usted dejó ir, ese es Roba Gallina”,

R
dijo el señor. Pues era el muchacho del café. Él se enteró de
que lo habían descubierto y no volvió más al módulo. Una vez

TU
una comisión lo vio en Hornos de Cal y le dio la voz de alto,
pero él no se dejó capturar vivo. Cayó en un enfrentamiento
con dieciséis balazos en el cuerpo.

C
Policía 2: También está la falta de comunicación entre los

LE
cuerpos policiales. Ahí tienes tú la PTJ (Policía Técnica Ju-
dicial). La gente los admira porque andan siempre pulcros,
porque no se ensucian las manos, pero resulta que nosotros
les facilitamos el trabajo. La mayoría de las capturas que hace
A
la PTJ se las facilitamos nosotros, la Policía Metropolitana.
Nosotros estamos siempre en la calle, ellos no. Ellos inves-
R
tigan casos y casos y los llaman “investigadores, detectives,
gente de inteligencia”. Y mientras tanto a nosotros nos dejan
PA

el trabajo fácil, el más panza: caernos a tiros. Nos dicen que la


PM hace el trabajo fácil porque no requiere investigaciones ni
análisis, y lo fácil según ellos es eso, entrarse a plomo.
LO

***

Muchas inconformidades más manifiestan los policías


SO

para realizar su trabajo diario. Hablan de los bajos sueldos,


de los múltiples e inútiles descuentos que se les hace por
nómina: un seguro que rara vez cubre los gastos médicos o
de defunción. A un agente, unas municiones disparadas con
S

escopeta le perforaron el chaleco antibalas; el seguro deter-


PD

minó que el chaleco estaba vencido y por lo tanto declaró al


agente fuera de cobertura y no costeó los gatos de hospitali-
zación, y tampoco los de su funeral. A algunos funcionarios
se les ocurre una salida práctica por la cual podrían ir a pri-

22
CUADERNOS CALLEJEROS

sión: improvisar operativos en las zonas en las que se sabe


de la presencia de delincuentes, distribuidores de drogas. No

A
pueden organizar tales operativos porque necesitan la orden
y la planificación de sus superiores.

R
Los policías se saben expuestos a pasiones difíciles de
enfrentar con éxito: son considerados seres irreflexivos,

TU
sujetos violentos y peligrosos en esencia. “Un policía es un
malandro vestido de azul”, reza un viejo decir de los barrios.
“Somos humanos y tenemos familia”, parece ser su única

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defensa inmediata●

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23
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Investigar al investigador

TU
(1997)

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H LE
ay quienes aseguran que el oficio de detective es uno de
los más notables aportes de la ficción a la realidad: en
la década de 1840, Edgar Allan Poe creó un personaje
(Charles Dupin) que resolvía casos tortuosos mediante
A
el análisis y el razonamiento lógico. Más tarde, Charles Dic-
kens le endosó a una criatura suya características semejantes
R
y, además, utilizó por primera vez el término “detective” para
PA

designar su oficio. Aparte, o en la cumbre o colofón, tal vez


Sherlock Holmes ha sido el detective por excelencia de todos
los tiempos.
A mediados del siglo xix, el afán cientificista del posi-
LO

tivismo contagió a las policías británica y francesa con su


visión del mundo, y comenzó a utilizarse el método cientí-
fico en la investigación criminal. El salto de la profesión a
SO

América generó variantes creativas del detective “oficial”,


del policía-investigador. La natural animadversión del ciu-
dadano común hacia la gente de uniforme provocó, en los es-
pléndidos años veinte del siglo xx, la aparición del detective
privado, un personaje que resolvía, por métodos no siempre
S

limpios o convencionales, los casos que la policía tendía más


PD

bien a complicar.
A pesar del tortuoso prestigio que las ha acompañado (y
pese a la exaltación literaria y cinematográfica de que el ofi-
cio ha sido objeto) hay agencias de detectives privados cuyas

24
CUADERNOS CALLEJEROS

ganancias alcanzan para garantizarle el pan a varias familias.


En Venezuela la profesión ha florecido en silencio, con el

A
bajo perfil que requiere una ocupación de esa naturaleza.
Basta leer los anuncios clasificados de los periódicos para

R
percatarse de la existencia de unas cuantas agencias dedi-
cadas a la investigación privada. A pesar de la sensación de

TU
historia remota que producen, la conformación y legaliza-
ción de estas agencias en nuestro país tienen una trayectoria
más o menos reciente.

C
LE
En esta ribera

La primera oficina de investigaciones privadas que se


A
constituyó en Venezuela estuvo a cargo de Víctor Araujo Pa-
bón, quien a mediados de los años setenta fundó el Instituto
R
de Policía Científica Simón Bolívar, con sede en Maracaibo.
PA

El marco legal de ese proyecto tuvo su primera manifestación


en el Gobierno de Raúl Leoni, mediante el decreto presiden-
cial 559. Más tarde, en 1975, el decreto 699 reformuló el re-
glamento del ejercicio de la profesión, hasta que en 1984 fue
LO

introducido un Proyecto de Ley de Ejercicio Profesional. En


la actualidad, los detectives legalmente registrados intentan
conformar el Colegio de Investigadores en Ciencias Policia-
les, Civiles y Criminales. No obstante toda la trayectoria y la
SO

argumentación legal que los respalda los detectives privados


suelen ser vistos como invasores dentro de un campo que
compete a la Policía Técnica Judicial, que es el único cuerpo
detectivesco del Estado venezolano.
S

Como ocurre con todas las profesiones, la de detective


PD

pronto fue invadida por empíricos sin más experiencia que


alguna que otra incursión más o menos brutal en la vida pri-
vada de terceros (y de todos modos ofrecían sus servicios por
la prensa). A causa de esto, a profesionales y piratas por igual

25
JOSÉ ROBERTO DUQUE

se les fue endilgando cierta famita indeseable: para mucha


gente los detectives solo sirven para hacerle seguimiento a

A
mujeres u hombres sospechosos de infidelidad. Con ese lastre
han debido cargar durante muchos años, y hubo momentos

R
en que la situación empeoró debido a circunstancias delica-
das. En 1984 la DISIP allanó las oficinas de 16 agencias de

TU
detectives, sospechosas de realizar espionaje telefónico, entre
ellas las de Jesús Navarro Dona, Erasto Fernández y José Ga-
briel Lugo Lugo. Un año después, en Maracaibo se descubrió

C
la intervención de tres detectives privados como mediadores

LE
en un caso de secuestro. No ha sido, pues, muy florido ni afor-
tunado el tránsito de los detectives por esta tierra de gracia.

De mujeres, para mujeres, pero sin mujeres


A
R
Uno puede meter la mano al azar en la lista de agencias
PA

que ofrecen servicios al público y encontrarse con un circui-


to de historias merecedoras de divulgación. Pero, dejando
de lado el factor suerte, una búsqueda meticulosa puede ser
un buen método para encontrarse con algunas curiosidades.
LO

Antonio Rodríguez es el nombre del fundador y director de


Invepride, oficina de detectives privados cuyo anuncio en la
prensa no podía resultar más interesante: “Solo para muje-
res, atención de investigadoras profesionales”. Lo tiene todo:
SO

misterio y encanto. Había que buscarla; tanta intriga le quita


el sueño a cualquiera.
Para llegar a la agencia, ubicada en el centro de Caracas,
es preciso entrar por un pasillo más lúgubre que antiguo (y
S

es bastante antiguo), subir por un ascensor cuyas guayas chi-


PD

rrean de lo lindo por cada metro que logran trepar, y toparse


de frente con las señas de un bufete convencional. Una se-
cretaria nos extendió la cordial invitación a pasar adelante, a
tomar asiento en un sofá abominable, que deja la impresión

26
CUADERNOS CALLEJEROS

de que lo último que se recostó en él fue un tigre. Una cor-


ta espera y estamos frente a Antonio Rodríguez, el jefe de la

A
agencia, que ha funcionado allí desde su fundación en 1978.
No puede decirse que la misma esté desaseada o tan siquiera

R
descuidada, pero algo en la atmósfera hace pensar al visitante
que el mobiliario no ha sido cambiado de lugar desde el año

TU
de su fundación, o quizá desde mucho antes.
Antonio Rodríguez es, pues, detective, veintisiete años de
experiencia, cumanés. Vive del oficio desde que tenía deici-

C
siete años y asegura que no necesita rebuscarse con otra acti-

LE
vidad. En una biblioteca se aprecian muchos libros de inves-
tigación criminal, un busto de El Libertador; en el escritorio
algunos papeles, una máquina en la que probablemente se
escribió el Acta de la Independencia; en la pared, cien diplo-
A
mas; en una silla, un hombre de un metro noventa de estatu-
ra, estampa de boxeador, una sortija de contundente metal
R
amarillo en un dedo, una camisa cuyo color lo obliga a uno
PA

a lagrimear un poco. Una pequeña petición, antes de conce-


der la entrevista: “Nada de fotografías. Mi oficio me exige un
mínimo de confidencialidad”. Exigencia concedida. El lector
también lo agradecerá.
LO

―¿Cómo fueron sus inicios como detective?


―Cuando comencé, en Venezuela nadie sabía mucho de
este asunto de los detectives privados. Cuando ofrecía mis
servicios me miraban con extrañeza: “¿Eso no es en las pelí-
SO

culas?”, preguntaban. De todos modos les dejaba mi tarjeta,


sobre todo a compañías, y poco a poco fueron dándose los
contratos.
―¿Cuál fue su primer gran contrato?
S

―Trabajé un tiempo en la Recuperadora Suramericana.


PD

Yo hacía investigaciones de bienes, elaboraba informes y lue-


go el departamento legal se encargaba de las recuperaciones.
Después, a título particular, conseguí clientes comerciales
que me planteaban búsquedas. Tenían una cartera de clientes

27
JOSÉ ROBERTO DUQUE

desaparecidos y necesitaban recuperar tal cantidad de mer-


cancías, que ubicara a varios clientes que debían dinero.

A
―Una marca de fábrica que tienen todos los detectives
privados criollos es que les encargan casi exclusivamente ca-

R
sos de infidelidad conyugal.
―Esa no es la especialidad que uno estudia en un institu-

TU
to. Los casos en que uno interviene en cuestiones de pareja
es cuando un abogado, por ejemplo, pide una investigación
sobre los bienes patrimoniales de la comunidad conyugal.

C
Cuando a mí me proponen hacerle seguimiento a una esposa

LE
o a un marido infiel, simplemente lo rechazo. Hay casos que
uno no acepta, por ética.
―Su aviso en prensa dice que su agencia solo atiende a
mujeres, y que las encargadas de investigar son damas entre-
A
nadas para el asunto –ante la pregunta, el detective puso la
misma cara que puso Jesucristo cuando Judas le estampó el
R
beso en la mejilla. Pero qué va: los detectives están prepara-
PA

dos para peores emergencias.


―Pasa lo siguiente. La mujer... la especialidad... la parte
depositaria... las personas que acuden en mayor porcentaje a
las agencias de detectives, son mujeres.
LO

―Me encantaría conocer a sus investigadoras. ¿Será posi-


ble entrevistar a alguna de ellas?
―Es bastante problemático. Yo les dije que había alguien
interesado en entrevistarlas, y ellas se opusieron. Casi nunca
SO

dan la cara. Yo recibo los casos y las subcontrato de acuerdo


a sus posibilidades. Pero puede escribir que son damas que
han hecho cursos y están capacitadas para realizar investiga-
ciones. Hay abogadas, expolicías...
S

―Quieren publicidad, pero no quieren decir quiénes son.


PD

―Uno debe actuar muchas veces de incógnito y no es bue-


no que la gente lo identifique a uno en la calle●

28
A
R
Historia de desaparecidos

TU
(1997)

C
L LE
os venezolanos solemos recordar el período de lucha
guerrillera en nuestro país como un largo acontecimien-
to cruzado de plomo, algún héroe olvidado, ecos de me-
tralla, maldiciones mutuas y, al final, muchas cosas para
A
arrepentirse. Una guerrita más, un episodio marginal abor-
tado en el trópico por la Guerra Fría, que como ya sabemos
R
tuvo sus momentos de calor en los años sesenta. Al referirnos
PA

a esa temporada solo nos vienen a la mente cierto tipo de in-


justicias, el “comandante” guerrillero de entonces convertido
en ministro, el despecho ideológico que sobrevino, la derrota
de una utopía destinada a vegetar por el mundo durante un
LO

puñado de lustros más.


Pero hubo episodios dentro del proceso que tienden a
ser olvidados más fácilmente por la gente del común, sobre
todo por aquellos ciudadanos que no tuvieron razón alguna
SO

para derramar una sola lágrima en aquellos años. Hay uno


en particular que acaba de ser rescatado del desván: los ca-
sos de desapariciones que tuvieron lugar entre los años 1967
y 1973. Jóvenes militantes de izquierda, combatientes de las
S

montañas o activistas de comandos urbanos que un mal día


PD

cometieron el error de dejarse ver en las ciudades y fueron


convertidos en polvo para el olvido. Conviene volver a revisar
las circunstancias de algunos casos conmovedores, no por-
que sean en sí mismos ejemplos dramáticos de la ferocidad

29
JOSÉ ROBERTO DUQUE

de aquellas luchas, sino porque, sorprendentemente, ahora


mismo (1997) ha sido abierta una averiguación penal que, se

A
supone, determinará algunas responsabilidades y aclarará
ciertos puntos oscuros.

R
TU
El caso Tejero Cuenca

Cuando el proceso estaba en su etapa más intensa y do-

C
lorosa, un grupo de familiares de estos jóvenes movieron

LE
lo inamovible en su búsqueda o al menos en la pesquisa de
sus restos. En muchos casos hubo testigos que dieron fe
de la captura por parte de los cuerpos de seguridad del Es-
tado (casi siempre el Sifa y la Digepol), a partir de lo cual
A
se dio inicio a la primera etapa de una investigación que
atormentó por su tenacidad a algunos involucrados en ca-
R
sos borrascosos. La prensa de la época reseñó y le dio ca-
PA

bida a muchas denuncias desesperadas, la mayoría suscri-


tas por Ana de Pasquier, María Teresa Cuenca de Tejero,
Reina de Malaver, Antonieta de Palma y Felipe Malaver.
El caso de Alejandro Tejero Cuenca fue, junto con el
LO

del profesor Alberto Lovera, el más difundido en su mo-


mento, quizá por el hecho de que su madre, María Teresa
Cuenca, es una señora con energía de sobra para clamar
justicia durante toda la eternidad.
SO

Alejandro, un joven llegado pocos años atrás de su na-


tal España, estudiaba Ingeniería en la UCV, tenía veintiséis
años y militó desde muy joven en la Juventud Comunista. El
11 de mayo de 1967 andaba realizando unas diligencias junto
S

a Eduardo Navarro Laurens en Chacaíto. De pronto, cuan-


PD

do los muchachos pasaban frente al cine Broadway, fueron


interceptados por los ocupantes de un Renault sin identi-
ficación oficial. Unas horas más tarde los familiares de Te-
jero recibieron una llamada anónima según la cual el joven

30
CUADERNOS CALLEJEROS

estaba detenido en los calabozos del Servicio de Inteligencia


de las Fuerzas Armadas. El trámite de la verificación resultó

A
infructuoso porque en ese cuerpo de seguridad negaron te-
nerlo allí detenido.

R
El 23 de junio, otra llamada anónima a la familia Teje-
ro informó que Alejandro acababa de ser trasladado a un

TU
campamento antiguerrillero, y más tarde, el 9 de julio, se
les indicó que su paradero exacto era el Teatro de Opera-
ciones número 5 (Yumare). Para allá fueron en más de una

C
ocasión y conversaron con los militares que se presentaban

LE
como los comandantes del campamento: los coroneles Ra-
món Ignacio Palmero y Héctor Franceschi. Estos militares
negaron repetidamente tener conocimiento de la detención
de Alejandro Tejero, pero muchos testimonios posteriores
A
rebatieron esas versiones.
En septiembre de 1967, la persona que había estado in-
R
formándole de manera anónima a la familia Tejero sobre
PA

los traslados y la situación de Alejandro, se dignó revelar su


identidad: se trataba de la madre de Napoleón Granados, un
joven que también estuvo preso en Yumare y había visto allí
a Alejandro junto a Navarro Laurens, muy maltratados por
LO

las torturas. Luego se hizo pública una declaración crucial


para este caso, en los labios de unos campesinos testigos de
un instante patético.
Los testimoniantes, de nombres Alfonso Noguera, Ra-
SO

món Mogollón y Pablo González, aseguraron ante una comi-


sión del Congreso, de la que formaba parte, entre otros, el
periodista y parlamentario José Vicente Rangel, haber visto
a un hombre prácticamente destrozado en la sede del TO5.
S

Este hombre logró articular unas palabras imposibles de


PD

pasar por alto: “Mi nombre es Alejandro Tejero, mi familia


vive en Caracas y me van a matar”. Acto seguido dio un nú-
mero telefónico que varios presos políticos se encargaron de
registrar en su memoria.

31
JOSÉ ROBERTO DUQUE

Material para el enigma

A
Con elementos tan contundentes en las manos se reali-

R
zó una investigación que arrojó una conclusión muy útil: el
funcionario que había detenido a Tejero en Chacaíto había

TU
sido Alexis Martínez Linares, un exguerrillero que, por esas
cosas de la veleidad y la mala digestión de las ideologías,
ahora era funcionario del Sifa. La oportunidad se presen-

C
taba más fácil de lo esperado: el hombre se encontraba de-
tenido en el Cuartel San Carlos por la muerte de un niño,

LE
de modo que allí mismo podría ser interrogado, si los ca-
nales regulares se movían a la velocidad deseada. Y vaya si
se movieron con rapidez los canales, pero no los indicados:
Martínez Linares fue sacado subrepticiamente del Cuartel
A
San Carlos y dado por desaparecido, sin mayores explicacio-
R
nes. En julio de 1970 apareció ahogado en una laguna, con
lo cual la memoria de Alejandro Tejero perdió una buena
PA

oportunidad de redención.
Fue, como se dijo, apenas uno de los casos más conoci-
dos, pero de ninguna manera el más absurdo o brutal.
A Víctor Ramón Soto Rojas, dirigente del MIR, un grupo de
LO

agentes de las Fuerzas Armadas de Cooperación lo detuvieron


el 27 de julio de 1964 en Altagracia de Orituco. Dos días des-
pués fue reclamado por una comisión de la Digepol, instancia
SO

que más tarde lo entregó al capitán Héctor Peña Peña en el


destacamento militar de Cúpira, estado Miranda. Hay testigos
de un hecho atroz: Soto Rojas fue lanzado con vida desde un
helicóptero, según le fue relatado a sus familiares por un solda-
S

do testigo de los hechos. A Felipe Malaver Moreno lo capturó


el Sifa el 12 de octubre de 1966, en una alcabala ubicada en
PD

Barinas. Luego llevado a un cuartel militar en El Tocuyo y lue-


go al TO3 de Urica, al mando del coronel Camilo Vethencourt.
Allí fue visto en octubre de 1966 por un procesado de nombre
Martín Crespo, y en adelante solo retumbaría el silencio.

32
CUADERNOS CALLEJEROS

Un cable de Reuters publicado por El Nacional el 22 de


septiembre de 1996 titulaba: “Estados Unidos alentó a mili-

A
tares a aplicar tortura y extorsión”. El cable hacía referencia
a documentos divulgados por el Pentágono, según los cuales

R
cinco manuales habían sido refrendados y entregados por
la Escuela de las Américas (ubicada en el Comando Sur, Pa-

TU
namá) a los cuerpos militares de varios países latinoame-
ricanos, y que sirvieron de guía para enfrentar por varios
métodos a los movimientos guerrilleros. Entre los países

C
mencionados como receptores del manual figuraban Boli-

LE
via, Costa Rica, Ecuador, Colombia, El Salvador, Guatemala
y Venezuela.
Entre otras cosas, los manuales recomiendan a los mili-
tares aplicar técnicas de interrogatorio e intimidación como
A
la tortura, la ejecución, el chantaje y el arresto de parien-
tes de los interrogados. El asunto estuvo a punto de pasar
R
sin mayor gloria a la categoría de comentarios sin eco. Solo
PA

que entre los lectores del cable se encontraban personas con


muy fuertes razones para no olvidar una serie de episodios
escabrosos. Entre ellas, los familiares de aquellos militantes
desaparecidos.
LO

Comienza así una etapa de profundización en la real na-


turaleza del asunto: más que episodios aislados, la tortura
y la desaparición fueron políticas de Estado, estudiadas y
diseñadas como en un posgrado de la perversidad.
SO

“Cumplir órdenes, no comentar”


S

El coronel del Ejército (r) Ramón Ignacio Palmero era


PD

comandante del TO5 (Yumare, estado Yaracuy) para el mo-


mento en que se supone que estuvo allí detenido Alejandro
Tejero Cuenca. Así lo atestiguan cantidades de trabajos, do-
cumentos y testimonios publicados en la prensa nacional en

33
JOSÉ ROBERTO DUQUE

1967 y años siguientes. María Teresa Cuenca de Tejero, ma-


dre del estudiante, se entrevistó varias veces con él, y cada

A
una de esas veces le dijo que su hijo no estaba allí. Un militar
amigo suyo asegura, sin autorizar la mención de su nom-

R
bre, que Palmero le ha confesado varias veces haber visto a
Alejandro Tejero llegar al TO5 en pésimas condiciones. “Lo

TU
recibí muy torturado y herido del Sifa”, le habría dicho al
informante, un militar de alto rango.
Treinta años después, en conversación telefónica, nie-

C
ga que su responsabilidad en la desaparición del joven haya

LE
sido “directa o indirecta”, porque sencillamente no era co-
mandante de ese campamento antiguerrillero. Asegura,
además, que le tiene sin cuidado la reapertura del caso, pues
no tiene nada que temer. A
―Queremos conocer su opinión acera de la reapertura
de los casos de desapariciones del año 1967.
R
―No tengo nada que opinar, ya han pasado treinta años
PA

de eso.
―¿No le parece que es un detalle de nuestra historia re-
ciente que es importante revisar?
―Un detalle importante de nuestra historia reciente,
LO

como usted dice, sería saber cómo me siento viviendo en


este país. Hay temas que se agotan. ¿Por qué es tan impor-
tante mi opinión al respecto?
―Tenemos conocimiento de que usted puede ser citado
SO

a un tribunal para declarar en torno a la desaparición de


Alejandro Tejero Cuenca en 1967.
―En esa época yo era miembro del Estado Mayor, no era
comandante del Teatro de Operaciones. El responsable ope-
S

rativo de toda unidad es su comandante. Mi función era solo


PD

asesorar a los responsables de esos escenarios, nunca tomar


decisiones concretas sobre operaciones concretas.
―¿Su testimonio no sería relevante en caso de ser solici-
tado en un tribunal?

34
CUADERNOS CALLEJEROS

―Si me llega a citar un tribunal allí diré lo mismo que


le estoy diciendo a usted ahora. Además, le estoy hablando

A
a usted como si hablara con un poste, no lo conozco, no sé
si en realidad es periodista, no sé de dónde sacó la informa-

R
ción sobre el proceso en los tribunales, y para completar, no
sé quién le dio el teléfono de mi casa. Tenga la bondad de

TU
decirme quién se lo dio, porque yo no se lo he dado.
―No hay nada misterioso aquí, coronel. Yo quise hacerle
estas preguntas porque su comentario es importante para

C
esta historia. Y en cuanto a su teléfono, mi oficio me exige

LE
rastrear las señas de los entrevistados por distintos medios.
―Sí, yo sé algo de eso, he trabajado años de mi vida en
inteligencia militar...
―Entonces debe saber algo de los manuales de contrain-
A
surgencia que el Pentágono asegura que están en manos de
militares venezolanos.
R
―No tengo esa información. Las relaciones y contactos
PA

con Gobiernos y ejércitos de otros países solo puede decidir-


las el Alto Mando Militar.
―¿Entonces no le preocupa ni le molesta ser citado para
que declare en torno al caso de Alejandro Tejero Cuenca?
LO

―Si me llama un tribunal, acudiré al tribunal. Yo no le


debo nada a nadie. O como dicen algunos políticos por ahí:
el que no la debe no la teme. No tengo nada que ocultar por
eso estoy aquí hablando tranquilamente con usted, sin si-
SO

quiera conocerlo.
―Tengo información de que usted y otros militares de la
época se han reunido para recibir asesoría legal del general
Oswaldo Sujú Raffo.
S

―Yo no me reúno con nadie, yo actúo solo y no necesito


PD

que me asesoren.
―¿Algún comentario final sobre las desapariciones de
los tiempos de la lucha armada?
―Mire, mi hermana murió y yo no sé dónde está enterrada,

35
JOSÉ ROBERTO DUQUE

y eso fue hace apenas seis años. ¿Cómo quiere que me preocu-
pe un caso de hace treinta años? Como militar estuve y estoy

A
obligado a cumplir órdenes, no a hacer comentarios sobre lo
que se me ordenaba. Diga lo que diga, mis adversarios tratarán

R
de utilizarlo para destruirme.

TU
C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD

36
A
R
El vértigo se llama Ana Karina Manco

TU
(1997)

C
LE
Ella ha salido un momento, regresará en seguida. Uno en-
tra en su apartamento –el de sus padres– y la primera sensa-
ción es de orden, de sobriedad. No hay nada fuera de lugar, el
piso está más limpio que la conciencia de Lorena Bobbitt y allí
A
se respiraría una placidez absoluta de no ser por los susurros
del televisor y el lagrimero de la novela vespertina. La chica
R
que realiza las labores domésticas ve la de Radio Caracas; el
PA

alma de la casa –Ana Karina Manco– viene de protagonizar la


de Venevisión. Cómo se hace, amplitud de criterios, lo llaman.
De pronto alguien entra, se escucha un taconeo breve por
el pasillo y por esa puerta surge un huracán. Hola, apretón de
LO

manos, beso fugaz, mucho gusto, tú eres, hace calor, siéntate,


¿y el fotógrafo?, vamos a hablar, llegaste temprano, cuando
quieras, ¿ya te ofrecieron café?, estoy lista. Hubiera querido
SO

inventar una metáfora propia para describir aquella explo-


sión, pero es mejor citar una de Juan Villoro: para verla ha-
cen falta más de dos ojos. Y para escucharla, agregamos, mu-
chos oídos: habla rapidísimo, con un énfasis y una claridad
que producen un poco de vértigo.
S

Se disculpó, de entrada, por no haber concedido la en-


PD

trevista en la oficina, pues anda paranoica por un intento de


atraco del que se salvó hace pocos días en el centro de Ca-
racas. Ya es la tercera vez; las otras dos fueron en su mismo
edificio: un tipo quiso quitarle el carro y como ella se opuso

37
JOSÉ ROBERTO DUQUE

le dio un derechazo en la nariz. Después fue otro sujeto que


entró al apartamento, nadie sabe cómo, y al verse descubierto

A
se lanzó del piso dos. Todo eso lo contó con lujo de detalles,
en cosa de medio minuto. Capacidad de síntesis.

R
―Vamos a comenzar por el tema más cómodo: tu edad.
―Por favor, no publiques mi edad. No quiero que sepan

TU
que tengo veintinueve años.
―De acuerdo. ¿Cómo te ves a ti misma, a tu edad? ¿Eres
una muchacha madura, una señora joven, una mujer madura

C
pero bien conservada?

LE
―Me considero una joven con aspecto maduro. Sé que
para los demás luzco mayor de lo que soy, pero lo que soy
es una mujer joven y madura a un mismo tiempo. ¿Me estoy
contradiciendo? Bueno, digamos que he vivido muchas cosas,
A
buenas y malas, para la edad que tengo. Y la vida, golpe a gol-
pe, te va haciendo madurar.
R
―¿Tienes ataques de inmadurez?
PA

―Soy inmadura en un aspecto: le busco siempre el lado


bonito a las cosas…
―¿Buscar la belleza es inmaduro?
―No es eso. Me explico: soy muy realista, trato de ser
LO

muy fuerte y exigente conmigo misma, entonces a veces me


reprocho buscarle el lado bueno a las cosas en vez de verlas
tal cual, crudas, como son en realidad.
―Vienes de hacer el papel de Eileen Abad. Hay actrices que
SO

se molestan porque les proponen papeles de mujeres mayores.


―Yo lo asumí sin problemas, no me compliqué la vida
porque ¿quién va a creer que una mujer de veintiocho años es
madre de una de dieciocho? Eso es embuste, no le paras y ya.
S

Una vez en el teatro hice de madre de María Lionza, y el per-


PD

sonaje era una anciana de noventa años. Cuando tenía cator-


ce hice el personaje de una muchacha de dieciocho. Siempre
he representado a mujeres mayores que yo, quizá porque mi
voz y mi carácter son muy fuertes, me hacen aparentar más

38
CUADERNOS CALLEJEROS

edad. Yo me complicaré la vida cuando tenga cuarenta y ocho


y me toque hacer el papel de una joven de veintiocho, eso sí

A
es difícil.
―Son muchos papeles de mujeres maduras, mayores,

R
madres. ¿En la vida real estás preparada para ser madre?
―Las mujeres nunca estamos preparadas para ser ma-

TU
dres. Creo que es algo que llega y hay que afrontarlo. Ahora,
hay una edad en que uno siente esa necesidad, y yo estoy en
ese momento. Tengo una familia linda y me gustaría tener un

C
hijo que crezca en una familia así, unida, con un papá, con

LE
todo lo que su madre y su papá podamos darle.

Me voy, no me voy… A
Apenas terminó de rodarse el último capítulo de su más
R
reciente telenovela cayeron en sus manos sendas propuestas
PA

del exterior: México y Colombia reclaman sus servicios. Un


germen de internacionalización, el momento que con más
frenesí suelen esperan las actrices y actores venezolanos que
se precien. Sorpresa: Ana Karina no se lanzó ciegamente en
LO

brazos de estas proposiciones. Consideró su deber consultar y


analizar exhaustivamente la posibilidad antes de aceptarla –o
rechazarla–, y tiene algunas razones para actuar así.
―Me da como cosa irme al exterior, será la primera vez
SO

que lo hago y no quiero estrellarme, quiero estar segura


de lo que va a pasar conmigo. Además hay razones de tipo
sentimental…
―¿Hay alguien que no te deja irte al exterior?
S

―No, nada de eso. Es que en mi casa siempre me han so-


PD

breprotegido, y esto me ha afectado a la hora de tomar algunas


decisiones. Fíjate, tengo mi apartamento, pero ahorita vivo
con mis padres. Yo no quisiera decir “sí” sin pensarlo porque
tengo la impresión de que al mes voy a querer venirme.

39
JOSÉ ROBERTO DUQUE

―¿Por qué es tan difícil tomar esa decisión en este momento?


―No es solo en este momento. Siempre que me han

A
propuesto salir al exterior he tenido otras ofertas que
analizar. Y además esas propuestas han coincidido con

R
momentos sentimentales que… Bueno, he tenido que es-
coger entre muchas propuestas, y otras veces he preferido

TU
intentar consolidar una relación afectiva antes que irme
al exterior.
―¿Es más importante el hogar que la carrera?

C
―Una no puede formar un hogar una sola, hace falta un

LE
hombre con quien levantarlo.
―Hablando de la televisión como espectáculo, ¿para qué
sirven las telenovelas?
―Para entretener a aquellos que no tienen con qué po-
A
ner un cable. Es un género más. Como el cine, los programas
cómicos, el teatro. La ve quien la desea ver. Ahora, a las nue-
R
ve de la noche no hay muchas alternativas en la televisión
PA

nacional. Por eso digo que es una opción para quien no tiene
cable ni parabólica. Hablando del género en sí, es una op-
ción muy bonita, la telenovela es una historia de amor en la
cual una pareja se separa y al final se reencuentra. Siempre
LO

los finales son felices, y no hay nada que le guste más a la


gente que un final feliz.
―¿No te parece que hay situaciones exageradas en las
telenovelas?
SO

―Sí, alguna vez leyendo un guion he pensado “cóncha-


le, se pasaron, llegó el tipo exactamente cuando estábamos
hablando de él”, o se cayó el ascensor cuando se montó el
protagonista. Pero tú te pones a ver y son cosas que a veces
S

pasan así en la vida real. Contra viento y marea le encantó


PD

a la gente, además, porque fue una novela corta. Una novela


de cinco meses no te satura, no hay necesidad de inventar
que si el paralítico, el sordomudo, la mujer que va a la cár-
cel, se vuelve loca y además se mete a monja.

40
CUADERNOS CALLEJEROS

Ángel caído

A
―Tu papá, Floro Manco, fue un célebre difusor de la salsa

R
en los años sesenta. ¿Te gusta la salsa?
―Me encanta la salsa y todo tipo de música. En casa siem-

TU
pre se escuchó música. Yo me despertaba con música, almor-
zaba con música, no solo con salsa sino con Mozart, con cual-
quier melodía.

C
―¿Sales a bailar?
―No soy muy salidora. Necesito como todo el mundo sa-

LE
lir de vez en cuando a drenar las tensiones, brincar. Pero me
gusta más reunirme en una casa con los amigos y compartir.
Nunca, ni de pequeña fui muy rumbera.
Una pausa para intercambiar bromas con los fotógra-
A
fos. Se levanta y comienza otra vez el vaivén, la exhalación,
R
la ametralladora de chistes, un toquecito de control en la
cocina, unos segundos de risa y aquí está de nuevo, tempo-
PA

ralmente sentada; hay que aprovecharla. El tema más amar-


go –accidente en ultraliviano, junio de 1995; su compañero
sentimental, Luis Fernando Quintero, falleció, y ella resultó
con politraumatismos; perdió seis centímetros de la tibia iz-
LO

quierda y debieron reconstruirle las piernas y brazos en una


operación de trece hora– lo aborda con la misma frescura y el
mismo desparpajo que a los más felices.
SO

―¿Qué recuerdas de tus días en la clínica, después del acci-


dente? ¿Pensaste en la muerte, o que no ibas a poder caminar?
―Sí, en algún momento pensé que iba a quedar paralítica.
Después comenzaron a hablarme con optimismo, me asegu-
raron que iba a poder caminar y me tranquilicé. Lo más reco-
S

mendable es eso. Dejarse llevar y tomarlo con calma. Dos años


PD

de mi vida los pasé en una cama, dos años que se me escaparon


de las manos. Uno piensa muchas cosas en una cama, cosas
buenas y malas. Por ejemplo, pensé en ejercer el Derecho si no
quedaba en condiciones de seguir en la actuación.

41
JOSÉ ROBERTO DUQUE

―¿Cuánto tiempo estuviste en recuperación?


―Me paré de la cama cuando cumplí el año; di dos pasos

A
y me volví a acostar. Yo creí que iba a poder pararme y sa-
lir corriendo, pero las piernas no me respondieron. Tuve que

R
empezar de cero, pero a los dos meses ya podía caminar más
o menos sin ayuda.

TU
―¿Qué te molestó y que te agradó de la gente, del público
y los medios, mientras estuviste convaleciente?
―Me molestó la parte amarillista que se hizo de todo este

C
asunto con respecto a la persona que me acompañaba, eso de

LE
ponerse a hablar de las novias que tuvo. Hay cosas que res-
petar, sobre todo cuando hay una persona muerta, que tiene
familia y seres que lo quieren. Con respecto a mí, me trataron
muy bien. Quizá exageraron un poco, se dijo que había perdi-
A
do un dedo y esas cosas, pero estoy muy agradecida…
―Vamos a hacerte un close-up de las manos –dijo Ri-
R
cardo Gómez, uno de los fotógrafos. Conócelo, pueblo; es un
PA

gran tipo.
―¿Cómo te trataron cuando te reincorporaste al trabajo?
―Tuvieron mucha consideración conmigo, cuando yo de-
cía que estaba cansada detenían un momento la grabación. Al
LO

principio no decía nada cuando me sentía mal. Estaba gua-


peando, era una lucha contra mí misma, yo quería demos-
trarle a los demás que yo estaba bien, que no había quedado
convertida en un monstruo.
SO

―¿Te quedaron muchas cicatrices?


―Claro que quedan cicatrices en el cuerpo y también en el
corazón, pero todas se pueden borrar.
S

Candidatos y candidatos
PD

―Estamos en un año electoral. Me imagino que a estas


alturas tienes tu candidato.

42
CUADERNOS CALLEJEROS

―Soy apolítica, no opino.


―Entonces no me hables de política, háblame de políticos.

A
―Prefiero no hablar.
―Vamos a hacer un ejercicio. Yo te digo un nombre y tú

R
dices la primera palabra que te venga a la mente.
―Es que hay puntos de vista que, como artista, es muy com-

TU
prometido decirlos, porque lo pueden tomar a mal. Lo único
que puedo decirte es que a estas alturas no sé por quién votar.
―Empezamos: Irene.

C
―Ehhh… Miss Universo.

LE
―Chávez.
―Dictadura.
―Claudio.
―No te puedo decir. A
―Caldera.
―Presidente.
R
―Teodoro.
PA

―Petkoff ¡ja, ja, ja!


―Pedroza.
―¿Quién es Pedroza?
―Salas Römer.
LO

―¿Salas Römer? ¡Sóplame!


―¿Tienes pareja?
―Prefiero no hablar de mi vida sentimental, siempre ha
sido muy conflictuada. Espero que en un momento de mi vida
SO

se estabilice, todos aspiramos tener estabilidad sentimental,


¿no? Algún día eso me va a pasar, yo no le cierro las puertas
al amor. O sea, hay dos cosas de las que no quiero hablar: de
la política y del amor.
S

―¿Pero hay algún candidato por allí?


PD

―No voy a hablar de eso.


―¿Ni de candidatos a la presidencia ni de candidatos
a tu corazón?
―Exacto.

43
A
R
¿Por qué se fue? ¿Y por qué murió?

TU
(1998)

C
N LE
o están de moda, no son unos muchachos, el menor de
ellos tiene cuarenta y cuatro años, el mayor cincuen-
ta y cuatro. De aquella antigua irreverencia que era su
aspecto físico ya no queda mucho: quizá una melenita
A
tímida, eso es todo. Pero todavía son tipos enérgicos, casi im-
pulsivos. Resulta difícil explicarles que las entrevistas tienen
R
que producirse una por una, con un mínimo de orden, impo-
PA

sible contenerlos para que no salten de un tema a otro –o a


diversas variantes dentro del mismo tema– con la misma fa-
cilidad con que antaño conectaban una estridencia melódica
con otra para producir unas piezas de las que poca gente hoy
LO

se acuerda.
Ninguno tiene una formación académica muy elevada –
lo dejaron todo muy jóvenes, todo, por la música–, pero son
capaces de hilar tres o cuatro reflexiones inteligentes por mi-
SO

nuto. Son ellos: Jesús Toro (miembro de los grupos Tse Mud,
The Love Depression), José Romero (llamado la versión ve-
nezolana de Jimi Hendrix en su época de oro; guitarrista de
Los Rangers, LSD, Tse Mud), Jorge Spiteri (cantante de Los
S

Memphis, grupo Spiteri), Manolo Álvarez (baterista de los


PD

007), Iván Marcano (Way, Los Bravos). Tienen cientos de co-


mentarios y anécdotas que referir. Y fueron psicodélicos, una
condición que –sobre todo a la hora de hablar– no han per-
dido del todo. Por esos vaivenes de la nostalgia, la Fundación

44
CUADERNOS CALLEJEROS

Nuevas Bandas homenajeará al locutor Cappy Donzella, lo


cual se traduce en un reconocimiento a la generación que ini-

A
ció el movimiento de la psicodelia en Venezuela hace treinta
años. Cinco de los homenajeados hablan a continuación.

R
TU
Los inicios

Psicodélico 1: Yo tenía una ventaja, y es que mis padres na-

C
cieron en Nueva York. Por lo tanto en mi casa se hablaba inglés.

LE
Yo oía blues, oía a Ray Charles. En los años cincuenta, cuando
tenía como ocho años, mi papá me llevó a ver la película Rock
de la cárcel, de Elvis Presley. Aquello me impactó mucho.
Psicodélico 2: Yo siempre escuchaba a unos tipos vecinos
A
de mi casa que tocaban arpa, cuatro y maracas. “Yo puedo to-
car como estos tipos también”, me dije, y poco a poco comencé
R
a aprenderme y a interpretar las canciones de Pedro Infante,
PA

Jorge Negrete; las canciones mexicanas, que era lo que nos lle-
gaba. Por allí comencé a explotar las condiciones que ya tenía.
Psicodélico 3: México era el colador del rock en esa época:
por allí pasaba todo lo que estaban produciendo los gringos,
LO

lo traducían al castellano y a nosotros nos llegaba ya proce-


sado. Por ejemplo, la pieza “Good Gally, Miss Molly”, que era
una canción buenísima cantada por un negro, nos llegó con-
vertida en “Ahí viene la plaga”, de Enrique Guzmán. Ese fue
SO

el primer disco que compré, por cierto.


Psicodélico 4: La revelación me llegó en una discotienda.
Una vez venía pasando por allí y escuché un sonido nuevo, una
canción que me impactó mucho. Me paré a escucharla, y mien-
S

tras la oía vi en la vidriera un disco que tenía en la carátula


PD

unos tipos peinados así, hacia abajo, una cosa rara (nosotros
en la época usábamos copete), y me dije: “Esos tipos son los
que están tocando esa música”. Pregunté en la tienda, y en
efecto: esos eran los Beatles.

45
JOSÉ ROBERTO DUQUE

Psicodélico 5: Sí, ahí comenzó todo; ya no era un solista


como Elvis o Little Richard, sino cuatro tipos que tocaban en

A
equipo, uno los veía en las películas y se daba cuenta de que,
en mitad del toque, se miraban, sentían la misma nota. Era

R
como una complicidad. Ese es el tipo de experimentos que
caló aquí, y en todo el mundo.

TU
La droga todavía no era el enemigo público. ¿Qué co-
menzaron a meterse ustedes?

C
LE
Psicodélico 5: Bueno, a mi hermano y a mí nos llamaban
los zanahorias, porque nunca nos metimos nada.
Psicodélico 2: Ya había gente metiéndose marihuana,
pero los que lo hacían estaban muy asustados. No eran los
A
tiempos de la depravación; estamos hablando de mediados
de los sesenta, yo tenía 14 o 15 años...
R
Psicodélico 3: Yo sí me metí ácido, pero después. La pri-
mera vez me estaba tomando un cuba libre, y cuando me
PA

explotó la vaina creía que el pitillo se me estaba subiendo


por la nariz...
Psicodélico 1: Bueno, la droga fue un ingrediente muy fuer-
LO

te, pero no era lo decisivo. Ese es un estigma que no nos alcan-


za a todos. Nuestra única droga es y sigue siendo la música.
SO

Los falsos héroes, los paralelos

En cuanto al desencanto por no haber logrado metas


más altas, ¿qué cosa creen que estaba mal en Venezuela
S

para que no salieran más valores de exportación?


PD

Psicodélico 2: Sí había valores de exportación y sí exporta-


mos talento, cómo no. Todos los que estamos aquí tocamos y
grabamos afuera, fuimos aplaudidos en Alemania, en España.

46
CUADERNOS CALLEJEROS

Joseíto Romero estuvo en el Madison Square Garden alter-


nando con las 4 Estaciones, y en España con Los Bravos. Spi-

A
teri tocó con Bob Marley, con la gente de Traffic. Nada de eso
salió en la prensa venezolana.

R
Psicodélico 3: Entre las cosas que no funcionaron yo quie-
ro precisar una en particular. Nuestro movimiento fue para-

TU
lelo al de la farándula, que sí tenía espacios en la televisión, y
que hoy se dicen protagonistas y autores de los sesenta. Este
movimiento produjo músicos de alta factura, pero ninguna

C
televisora se interesó por nosotros.

LE
Psicodélico 1: La gente cree que los sesenta eran “Limón
limonero”, Rudy Márquez, Los Impala, “El último beso” (con
el perdón de Manolo aquí presente). No quiero decir que esa
música era mala, pero había un movimiento muy fuerte, el
A
que hemos llamado paralelo, que fue ignorado por completo
a pesar de ser la auténtica vanguardia.
R
Psicodélico 5: Las experiencias psicotomiméticas fue-
ron eventos de alta factura. Jesús Ignacio Pérez Perazo,
PA

hoy director de la Orquesta Sinfónica Municipal, hizo los


arreglos para una orquesta de treinta músicos. Nunca se
había visto aquí algo parecido: rock sinfónico, temprano,
LO

en los sesenta.
Psicodélico 1: Un momento muy duro fue cuando presen-
tamos las Experiencias Psicotomiméticas en el Aula Magna
de la UCV. Era en los tiempos del auge del movimiento co-
SO

munista, los guerrilleros. Eso de cantar en inglés, dejarse el


pelo largo y tocar rock era visto como una manifestación pi-
tiyanki. Bueno, nos cayeron a tomatazos, nos tiraron huevos,
rompieron la puerta, nos insultaron. Pero cuando Jesús Toro
S

comenzó a cantar, la gente de la UCV tuvo que aplaudirnos,


PD

porque reconoció que aquella música era de calidad. Toro se


los metió en el bolsillo.
Psicodélico 3: ¿Y en la calle? Cada diez segundos nos pa-
raba la policía, porque andar con el pelo largo era mal visto.

47
JOSÉ ROBERTO DUQUE

Psicodélico 2: A mí una vez me pusieron una ametralla-


dora en la cara. El policía le hacía “clac-clac” y decía: “¡Ay

A
coño!, esta vaina se trancó”, y yo era un niño, yo no llegaba
a quince años.

R
Psicodélico 5: Hay que ubicarse en la época. Hoy en día tú
sales a la calle con el pelo pintado de verde y unos patines en

TU
las orejas y nadie te dice nada; hace treinta años te dejabas el
pelo largo y todo el mundo decía: “Ese hombre es marico, es
hampón, es drogadicto”. Ese es el valor de los pioneros: uno

C
hacía aquellas cosas cuando nadie en el país las conocía.

LE
Psicodélico 4: Miles de personas fueron a las Experiencias
Psicotomiméticas, que fueron varios conciertos, y la prensa
no reseñaba nada. Silencio total, ante algo tan importante.
No teníamos promoción. Ahora a cualquiera lo convierten en
A
un producto de laboratorio, lo mandan al exterior y le inven-
tan un talento que no tiene.
R
PA

Sangre de ahora
¿Qué sienten ante el auge de grupos como Los Amigos
Invisibles y Desorden Público? ¿Cuánto hay de laboratorio
LO

en ellos?

Psicodélico 2: Yo mido la calidad musical por la creación,


SO

no por el éxito comercial. Hay músicos talentosos y otros que


no lo son, el éxito no tiene nada que ver con eso.
Psicodélico 1: Los Amigos Invisibles son muy buenos,
arrechísimos. Yo los vi en Londres hace poco y sentí orgullo,
S

de verdad. Esos muchachos son músicos.


Psicodélico 4: Antes uno no tenía los recursos que se
PD

mueven ahora...
Psicodélico 5: Yo no quiero hablar de éxito fácil al refe-
rirme a esos muchachos, pero una cosa es verdad: hay una

48
CUADERNOS CALLEJEROS

inmensa maquinaria detrás de ellos, una promoción que no-


sotros nunca tuvimos.

A
¿Diferencias entre la generación de ustedes y la de ahora?

R
Psicodélico 3: Bueno, lo nuestro era ensayar y aprender

TU
música, no probar para ver qué tal nos veíamos con pantalo-
nes rojos, o con unas argollas en las orejas.
Psicodélico 2: Es distinto ser músico a ser rockero. El ser

C
rockero puede ser una fiebre pasajera; el que asume su condi-

LE
ción de músico sabe que ese es un aprendizaje que va a durar
toda la vida.
Psicodélico 1: A mí me parece bien que tengan promo-
ción, que tengan lo que nosotros no tuvimos.
A
Psicodélico 3: Mire, hermano. Yo vi a Led Zeppelin, a Eric
Clapton, a Jimi Hendrix. Varios de los que estamos aquí al-
R
ternamos con esos monstruos. ¿Cómo crees tú que voy a re-
accionar yo ante una cosa como Zona 7? ¿Cómo comparar ese
PA

tun-tun-tun con lo que hacían esos maestros?

Cuatro preguntas para el Cappy Donzella


LO

―¿Cómo recibió la noticia del homenaje que va a hacerle


el Festival Nuevas Bandas?
SO

―¡Ja ja ja! Bueno yo soy un tipo muy sensible. Lo recibí


con mucha extrañeza y mucha sorpresa, imagínate, recibir un
homenaje por algo que ya no hago y por una cosa que ya no
soy. ¡Y en vida! Coño, uno está acostumbrado a que se home-
S

najee nada más a los muertos.


PD

―Pero es un homenaje muy serio. ¿Cuál va a ser su acti-


tud cuando esté en el evento?
―Yo no creo haber hecho una labor tan grande como
para recibir un homenaje, pero de todas formas lo acepto

49
JOSÉ ROBERTO DUQUE

con humildad. Te repito que soy un hombre sensible, es po-


sible que en ese acto se me mueva alguna fibra. Y para qué

A
dudarlo: el ser humano tiene una necesidad recóndita de re-
conocimiento, quizá porque todos tenemos nuestras insegu-

R
ridades. Así que bienvenido sea el homenaje.
―¿Cómo reaccionó el medio rockero en 1973, cuando de-

TU
cidió cambiar el rock por el arpa, cuatro y maracas?
―Los amigos de verdad comprendieron lo que había en el
fondo de ese cambio: la necesidad de reencuentro con la pro-

C
pia identidad. En determinado momento la música que venía

LE
de afuera comenzó a hacerse muy histérica, estridente, inso-
portable, y la juventud que la producía se estaba dejando ga-
nar por la paranoia y el desenfreno. Además, antes había una
cuestión de fondo más allá de la música, un soporte filosófico
A
y espiritual de todo esto, y era el movimiento de Paz y Amor,
el movimiento hippie. Yo sigo siendo hippie en mi corazón
R
que no es lo mismo que ser rockero o andar por ahí con una
PA

melena, un incienso y una túnica. Un hippie es un idealista;


un rockero es un fanático. Ahora, muchos llegaron a decir que
mi cambio se debió a que me había metido un ácido piche.
―¿Y en el medio de la música llanera? ¿No lo recibieron
LO

con recelo, como un invasor?


―No, por el contrario. Lo interpretaron como un espalda-
razo, eso de que alguien que venía del rock decidiera apoyar
ahora el movimiento popular venezolano●
SO
S
PD

50
A
R
El último rumbero

TU
(1998)

C
E LE
n la época de oro de las rumbas, rumberos y rumberas
de la mejor cantera de Cuba, una de las figuras que se
echaron a rodar por el mundo fue Sergio Sánchez, alias
Guapachá, coreógrafo y bailarín. Para los no iniciados, o
A
más bien para toda esta generación, que no recuerda “eso”:
los rumberos eran unos sujetos que bailaban en cambote,
R
adornados con unos trajes en los que destacaban unas man-
PA

gas llenas de pliegues y faralaos, y su ambiente natural eran


los cabarets cubanos (después internacionalizados) de los
años cincuenta. Pues bien, Guapachá era uno de esos sujetos.
El recuento básico de su trayectoria puede hacerse rápido, en
LO

frías palabras (y se advierte que el resumen es mezquino con


la intensidad de su vida): desde su adolescencia, allá por los
tempranos años cincuenta, figuró en los más célebres caba-
rets y shows de La Habana, desde Sans Souci hasta Tropica-
SO

na. En 1953 estableció su residencia en Venezuela, y en esa


misma época inició un periplo por Estados Unidos y Europa.
Brilló tanto como se lo permitió el auge del género; hizo cine,
actuó al lado de las mejores orquestas de su tiempo, realizó
S

presentaciones privadas para familias tan herméticas y cupu-


PD

lares como la del Sha de Persia y la de Francisco Franco.


Actualmente vive en Caracas, dice que tiene cincuenta y
nueve años y se mantiene activo en el escenario (“para estar
en forma me tomo un vaso de jugo de zanahoria todos los

51
JOSÉ ROBERTO DUQUE

días”), aunque no exactamente en las mismas condiciones


que disfrutó en su época de esplendor: la estrella del ícono

A
marca Tropicana tiene ahora su lugar habitual de trabajo en
el bar de un hotel de tercera o cuarta categoría (El Arroyo)

R
ubicado en una avenida de quinta o sexta categoría (la aveni-
da Lecuna, en El Silencio), y ese lugar no es, definitivamente,

TU
el mejor para disfrutar del descanso del guerrero ni de la glo-
ria añeja del veterano. Aunque sí lo es para que cuente, por
retazos, cómo fueron de verdes aquellos laureles.

C
LE
Mucha memoria

El recuento se prolonga, esta vez con un poco más de de-


A
talles, pero ninguna anécdota redonda fluye de su garganta:
el estruendo de la música y el regocijo de las luces rojas hacen
R
imposible el empalme de muchas ideas coherentes. Lo que
PA

queda compensado con un detalle: Sergio Guapachá guarda,


en algún armario de la trastienda, un respetable bulto de fo-
tografías en las que aparece al lado de Celia Cruz, Onela Mon-
tes, Blanca Rosa Gil, Adilia Castillo, Xiomara Alfaro y otras
LO

figuras de mayor o menor renombre. “Bailé muchos años con


el conjunto de Skippy, actué con la Billo’s Caracas Boys, fui
yo quien convenció a Blanca Rosa Gil de que se dedicara al
canto”. Tiene la memoria presta para los instantes fotográfi-
SO

cos, pero no la capacidad para discriminar entre las grandes


figuras y las que no pasaron el examen de la inmortalidad; no
se puede colocar a una Celia Cruz al lado de una Skippy sin
que la combinación suene con algo de ruido.
S

Así, entre pasos de mulata caraqueña y fogonazos de hu-


PD

mo-luz de taberna, se entera uno de que fue muy aplaudido en


Hollywood y en Las Vegas; que durante su estancia en España
tuvo un paso efímero por el cine (Un bruto para Patricia,
1961). De un sobre saca un pasaporte cubano antiquísimo, los

52
CUADERNOS CALLEJEROS

restos de otro documento, más fotografías, evidencias de que


anduvo durante tres décadas por Montecarlo, París, Irán y

A
Holanda, mostrando sus habilidades en coreografías multi-
tudinarias o en pareja, hilando suertes con su carnal Angeli.

R
“Me llamaban ‘El Muñeco’, debe ser porque también bailé en
los cincuenta con las Dolly’s Sister”.

TU
Como toda capital caribeña, la Caracas que encontró Ser-
gio Guapachá en los años cincuenta contaba con celebrados
centros nocturnos, algunos más celebrados que otros, pero

C
todos llenos de la necesaria agitación. No había hada que

LE
igualara al Tropicana o al Sans Souci, verdaderos templos de
la noche cubana, pero de todas formas era la época de oro
de las fiestas glamorosas, el redescubrimiento de las noches
gracias (dicen) a lo segura que se había vuelto la ciudad por el
A
control perezjimenista. De esa época data aquel tipo de anéc-
dotas: “Uno amanecía borracho, inconsciente, con el carro
R
encendido, y nadie le tocaba sus pertenencias; la policía lo
PA

escoltaba a uno hasta su casa”, etcétera.


Frecuentes o no esas situaciones, lo cierto es que en Ca-
racas había locales consagrados por la buena y la mala fama,
y Guapachá comenzó a hacerse protagonista habitual en mu-
LO

chos de ellos. “Bailé en el Pasapoga, en el Metropolitano, en


el Imperial; los cronistas de espectáculos de la época me de-
dicaron muchas páginas. El propio general Pérez Jiménez se
levantaba a aplaudirme después de mis presentaciones”.
SO

Otoño en Caracas
S

Nadie sabe si ocurrió por la llegada del nuevo régimen,


PD

por la natural debacle de los gustos y costumbres o por una


mezcla de las dos circunstancias; lo cierto es que la escena
y las noches de fiesta comenzaron a cambiar de signo y dejó
de proliferar aquel tipo de musicales de los años cuarenta y

53
JOSÉ ROBERTO DUQUE

cincuenta. Comenzó también la dispersión de las grandes


figuras o su asimilación a otras dinámicas. Quienes persis-

A
tieron en los viejos géneros empezaron a envejecer con ellos;
quienes se adaptaron a lo nuevo encontraron otra posibilidad

R
de respiro. Los cultores de todas las manifestaciones artísti-
cas tienen sus etapas, muchas veces independientes del curso

TU
que ha seguido el género en su globalidad. En la inevitable
decadencia, las viejas glorias inician un repliegue definitivo,
cuando ya las leyendas deben conformarse con el viejo arra-

C
bal: viaje a la semilla, regreso al punto de partida.

LE
El establecimiento en el que transcurre el otoño de Sergio
Guapachá no es, como ya se dijo, ni la sombra de lo que fue-
ron los escenarios de su juventud. Allí comparte roles con un
puñado de bailarinas, de lunes a sábado, por una paga infe-
A
rior a la que percibía ocho años atrás, y en el estricto horario
de quienes deben satisfacer a los noctámbulos: desde que co-
R
mienza la noche hasta el amanecer. Antes de llegar a ese sitio,
PA

hace diez años, anduvo por varios locales de Altamira, y su


política era, como en los buenos tiempos, adiestrar a una pa-
reja fija y a otra suplente, con el fin de tener siempre alguien a
su lado. “Ahora bailo con todas, es mejor así porque no puedo
LO

contar con una sola que se puede ir a otro local o enamorarse


y abandonar el trabajo. Ya no puedo contar con una pareja
fija, ya ninguna tiene la disciplina de las de antes”.
Y como disciplinada puede catalogarse su actitud actual
SO

en la tarima: lleva los mismos trajes, el mismo aplomo, el es-


fuerzo multiplicado por la pérdida del tono muscular; en una
rutina que debe haber repetido miles de veces, la mulata cara-
queña de la noche se le resbaló de las manos y el paso de baile
S

terminó en un traspié, nada grave pero nada elegante.


PD

¿Y qué dicen las parejas de Guapachá, esas mismas que


comparten con la exestrella antes de ejecutar sus suertes
de streeptease? “Sé que es un bailarín, que fue famoso, vi
sus fotos con Celia Cruz”. “Yo bailo con él para hacerle la

54
CUADERNOS CALLEJEROS

segunda”. “Es meritorio que se mantenga bailando a su


edad, todas las noches”.

A
Sergio sale del camerino, se ajusta su chaqueta de mangas
brotadas de encajes, y sale a bailar por enésima vez en la pista

R
al son de algo que debe ser una rumba caliente●

TU
C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD

55
A
R
Colombia: Cóndor herido

TU
(y entrevista con Alfonso Cano)
(2000)

C
E LE
n San Vicente del Caguán, lo único que resulta más fá-
cil que toparse de frente con un guerrillero es toparse de
frente con una guerrillera. Después vienen las tabernas,
los lugares plenos de música a toda hora, y los comercios.
A
En ese orden. Ese decorado deja una sensación que puede
R
asemejarse a la de la prosperidad, pues el espectáculo de tan-
tos ciudadanos entregados a la recreación y a las compras no
PA

deja lugar para el olor a miseria. Solo que existe cierta fron-
tera donde la felicidad se confunde con la simple euforia, y
es allí donde comienzan a percibirse los primeros desajustes:
un pueblo cuyos bares y tabernas están abiertas (y llenas) el
LO

domingo a las seis treinta de la mañana, tiene que ser un pue-


blo demasiado feliz o demasiado ansioso de entregarse a la
evasión y al olvido.
SO

Para quien escuchó decir en Bogotá, el día anterior, que


San Vicente es el municipio más seguro de Colombia, puede
parecer natural que las requisas en los lugares nocturnos (y
vaya que hay lugares nocturnos en ese pueblo) sean realiza-
S

das apenas por un puñado de policías civiles “armados” con


sendos rolos de madera. Un vistazo más detenido aclara las
PD

cosas: hasta el más borracho o el más libertario de los co-


mensales permite que los policías requisen y pidan docu-
mentos a placer solo porque allá afuera, a escasos metros
(y a veces en el interior mismo del local) permanece una

56
CUADERNOS CALLEJEROS

escuadra de combatientes de las FARC, y esto ya cambia un


poco el panorama: el respeto que un triste rolo de madera no

A
logra infundir en el ánimo de nadie, lo infunde con su sola
presencia un fusil de asalto AK-47 de fabricación soviética.

R
Pero, más allá del fetichismo maquiaveliano de las armas,
está el hecho de que las FARC hacen las veces de gobierno en

TU
muchos aspectos de la vida que en el papel le correspondería
a las autoridades municipales. La guerrilla tiene en las afue-
ras una Oficina de Quejas y Reclamos adonde los ciudadanos

C
llevan toda clase de denuncias: allí se escuchan casos como el

LE
del padre que no le da la pensión correspondiente a su hijo,
el del empleado de la zapatería a quien botaron justa o injus-
tamente, el del vecino que derribó una cerca y no ha querido
pagarla, el del pichón de delincuente que robó o causó algún
A
estrago. Según el caso, la guerrilla le impone al infractor una
sanción que puede ser una multa o unos días de trabajo en el
R
campo o la carretera en construcción. Cuando se trata de un
PA

hampón, un consumidor o distribuidor de drogas, se le exige


que abandone el municipio. Al acusado le queda otra alterna-
tiva, pero huele demasiado a sangre y a pólvora.
LO

El mejor postor

La noche del miércoles 30 de agosto, en el bar El Mexica-


SO

no, el de prestigio más explosivo de la zona, un cartelito hacía


un anuncio espectacular: “Hoy, 11 p.m., gran streeptease, dos
hermosas chicas incluyendo la rifa de una de ellas, más una
caneca de aguardiente. Valor de la ficha: 2.500 pesos”. Súbito
S

ataque de moralismo. Había que hacer algo para detener aquel


PD

acto de entrega de la mujer-botella, así que tomamos cartas en


el asunto: compramos cuatro números. La noche prometía.
Casi 1.000 kilómetros hacia el norte, en la ciudad de Car-
tagena, otra rifa grandiosa ponía en la ruleta de la historia

57
JOSÉ ROBERTO DUQUE

el destino de muchos colombianos: Bill Clinton daba algunas


declaraciones decisivas mientras recorría las calles y apreta-

A
ba manos y cachetes por doquier. El Plan Colombia estaba,
ahora sí, en plena marcha. Al presidente Pastrana la sonrisa

R
no le cabía en la cara; la bolita comenzó a girar en la rueda y él
tenía en sus arcas el grueso de la apuesta. La visita de Clinton

TU
le subió la popularidad de 24 a 45%, mientras la de las FARC
debe haber bajado de 3 a 1,5% con los últimos ataques. Las
perspectivas son de lo más interesantes.

C
La bolita deja al fin de girar y se detiene en un número.

LE
Un grito etílico hace volver las miradas hacia el ganador, un
borracho que seguramente no disfrutará en lo absoluto de la
chica y tampoco de la botella de aguardiente; la muchacha se
ha salvado del bochorno de una entrevista y nosotros hemos
A
perdido diez mil pesos. En Cartagena un avión acaba de des-
pegar, su pasajero principal ha dejado una apuesta de siete
R
mil millones de dólares en la mesa. La bolita está detenida
PA

hace rato y la escena está congelada, como la sonrisa de Pas-


trana: todos saben cuál es el número ganador, pero nadie ha
mostrado la ficha ganadora. La paz colombiana es una mu-
chacha esquiva con una botella de aguardiente en la mano.
LO

Entrevista con Alfonso Cano


SO

El jefe guerrillero que luego llegaría a ser jefe máximo de


las FARC concedió a este reportero una entrevista en el año
2000, en una carretera del Caquetá, en las selvas del sur de
Colombia. Alfonso Cano es considerado uno de los estrate-
S

gas e ideólogos del movimiento. Para ese entonces era jefe


PD

del Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, brazo


político en construcción por parte de las FARC. Una versión
editada y más corta fue publicada en el semanario Tal Cual
en septiembre del año 2000. La reproduzco acá completa por

58
CUADERNOS CALLEJEROS

cuanto muchos de los planteamientos allí contenidos conser-


van su vigencia e importancia. Es preciso, sin embargo, tener

A
presente el contexto de la época, el cual puede resumirse en
estos elementos: era el primer año del Plan Colombia; el Go-

R
bierno de Andrés Pastrana decretó una Zona de Despeje o de
Distensión en San Vicente del Caguán para entablar conver-

TU
saciones de paz con las FARC; el presidente de Estados Uni-
dos era Bill Clinton y justo por los días de la entrevista visitó
Cartagena de Indias; el Gobierno de Hugo Chávez estaba en

C
sus inicios y ya la derecha lo bombardeaba con acusaciones

LE
de tener vínculos con las FARC.

***
A
―¿Por qué las FARC consideraron la necesidad de lanzar
un brazo político?
R
―Colombia está viviendo una crisis profunda, una crisis
PA

que es económica, que es social, que es política. Esa crisis ha


llegado a tocar las estructuras de los partidos tradicionales y
de los partidos alternativos, democráticos o de izquierda. Las
propuestas políticas de las FARC tienen mucha simpatía en
LO

amplios sectores de la opinión. Y muchos de esos sectores y


muchas de esas franjas por una u otra razón no pueden o no
quieren participar de la lucha armada. Discutiendo, llegamos
a la conclusión de que era el momento. La oportunidad his-
SO

tórica para que las FARC le hicieran propuestas específicas,


orgánicas y con claros objetivos políticos de poder a esos sec-
tores de opinión que creen en las FARC.
―¿Está planteado como un movimiento electoral?
S

―En primer lugar, de organización de la gente; y en se-


PD

gundo lugar, de desarrollar unos planteamientos políticos


que encarnen en la cotidianidad de la gente de Colombia.
La opción electoral no está al orden del día porque el movi-
miento es clandestino, pero no nos hemos limitado. Donde

59
JOSÉ ROBERTO DUQUE

haya movimientos cuyos postulados programáticos coinci-


dan con los nuestros y cuyas opciones personales de los can-

A
didatos colmen las expectativas nuestras, entonces estamos
apoyándolos.

R
―¿Cuál sería la diferencia fundamental del Movi-
miento Bolivariano con el experimento que fue la Unión

TU
Patriótica?
―Esencialmente, aunque hay circunstancias de modo,
tiempo y lugar que también determinan, es su forma or-

C
ganizativa. La Unión Patriótica fue un movimiento amplio

LE
desde el punto de vista de su organización, con sedes, con
medios de comunicación legales. La Unión Patriótica fue
una opción que liquidó el Estado colombiano a los tiros. El
Movimiento Bolivariano no tiene esa organización abierta,
A
es clandestina precisamente para defender la integridad fí-
sica de sus integrantes.
R
―Sorprende un poco ese concepto de clandestinidad. Las
PA

FARC tienen voceros internacionales. Tienen aparatos que


funcionan en toda Colombia, han sido reconocidos por el Go-
bierno (de Andrés Pastrana) como un grupo con el cual hay
que dialogar. ¿Por qué un movimiento clandestino?
LO

―Porque esta es una propuesta para las masas, para el


pueblo, y en Colombia el Estado es un Estado terrorista que
desarrolla la guerra sucia como una forma de liquidar la
oposición política. No es posible, en las actuales circuns-
SO

tancias, desarrollar un movimiento abierto, porque sería


fácil presa de las balas del paramilitarismo.
―¿Está planteado el lanzamiento de algunos partidos
políticos con otro nombre, pero que en realidad obedecen
S

las directrices del Movimiento Bolivariano?


PD

―No, lo que hemos hecho en este período electoral es


tratar de incentivar prácticas políticas democráticas en dis-
tintas regiones del país, pero no formar nuevos movimien-
tos. Es ayudarle y contribuirle a gente que ha formado o

60
CUADERNOS CALLEJEROS

que tiene movimientos democráticos, pero siempre en el


marco del desarrollo de una práctica política transparente.

A
―La concepción del Movimiento Bolivariano por la Nue-
va Colombia, ¿en qué se parece y en qué se diferencia del mo-

R
vimiento bolivariano de Venezuela?
―Hombre, no conozco mayores detalles del movimiento

TU
bolivariano de Venezuela. En cuanto a nosotros, queremos
rescatar el ideario, la lucha de nuestro pueblo, y Bolívar está
inmerso en la lucha de nuestro pueblo. Hacer de nuestras

C
raíces algo real, vigente, actual, dinámico, porque es sobre

LE
esas bases y no sobre ningunas otras que vamos a poder
construir el futuro.
―El Plan Colombia está en marcha y ustedes han enten-
dido que se trata de un plan contra las FARC.
A
―Más que un plan anti-FARC es un plan anti-Colombia.
Nosotros somos guerreros y tenemos una concepción de la
R
vida y de la lucha de guerra y guerrillas móviles. Es contra
PA

el país, porque se trata de someter la voluntad soberana del


pueblo, someterla a los dictámenes del Fondo Monetario In-
ternacional y de la banca internacional para desarrollar toda
la política neoliberal que está llevando a Colombia a la crisis.
LO

Todo eso bajo la mampara de la lucha antinarcóticos.


―Está previsto que los helicópteros Black Hawk nortea-
mericanos dispararán si les disparan. ¿Quién dará el primer
paso en la escalada de la guerra que se anuncia?
SO

―No se puede predecir eso con precisión, pero uno se


puede imaginar situaciones. Ellos tienen reconocidamente
acá a seiscientos asesores, están distribuidos en distintos ba-
tallones. Cualquier día hay un encuentro y puede haber uno
S

de ellos muerto o capturado. El Congreso de Estados Unidos


PD

le abrió las puertas a Clinton para que mande más tropa en


caso de que lo considere conveniente. Lo que tememos noso-
tros es que apenas se abrió la compuerta para que empiece la
invasión. No la intervención, porque ellos están interviniendo

61
JOSÉ ROBERTO DUQUE

en Colombia desde hace años, sino la invasión militar a través


de hombres y de tecnología.

A
―¿En la estrategia de las FARC está planteado el repliegue
hacia otros países en caso de recrudecimiento de la guerra?

R
―No, esto es un conflicto nuestro, interno. En el caso par-
ticular de Venezuela, ustedes deben tener presente que en-

TU
tre 1991, cuando estuvimos allá, y hoy, ha cambiado radical-
mente nuestra situación. Cuando estuvimos allá en el 91 las
quejas eran por las intervenciones nuestras. Era un problema

C
colombiano inserto en territorio venezolano. Pero este es un

LE
problema de los colombianos que tenemos que resolver acá
dentro de las fronteras nuestras.
―¿Hay conciencia de parte de ustedes y de parte del Go-
bierno de que lo que viene es ya demasiado grave, que es pre-
A
ciso detenerlo con un urgente cese al fuego?
―El Gobierno colombiano está arrodillado frente a los grin-
R
gos. El Plan Colombia es elaborado en el Pentágono, ellos están
PA

entregados a los dictámenes del Gobierno norteamericano.


―¿Entonces el interlocutor natural de las FARC debería
ser el Gobierno norteamericano y no el colombiano?
―Es que ellos son las marionetas y en esa misma medi-
LO

da lo hemos dicho, lo hemos denunciado. El Plan Colombia


es ideado y pensado y escrito en inglés. Aquí viene semanal-
mente el general Wilhelm a decirle al general de aquí, de las
fuerzas militares, “Cómo va este gasto, cómo va el otro. Hay
SO

que hacer esto, hay que hacer lo otro”, porque el que pone la
plata es el que pone las condiciones.
―¿No piensan que a estas alturas los paramilitares han
cobrado mucha fuerza y suficiente autonomía para convertir-
S

se en un movimiento para tomar en cuenta en una eventual


PD

discusión nacional sobre la paz?


―La política militar nunca tiene autonomía, siempre de-
pende de algo más. En cuanto está claro que nos toca pelear
con el ejército, los vemos cambiarse el uniforme y ponerse

62
CUADERNOS CALLEJEROS

los brazaletes, las capuchas, cambiarse las botas. Los vemos


cuando son reforzados con los mismos mandos del ejército

A
oficial. Los oímos hablar por radio intercambiándose nece-
sidades y llamadas de auxilio. Los hemos visto salir de los

R
campos de confrontación en los helicópteros militares, va-
mos a estar claros. Lo que pasa es que el manejo que le ha

TU
dado la prensa, que corresponde a intereses de la oligarquía
colombiana, ha generado lo que usted me plantea. Es un
problema de la publicidad, no es más. Para nosotros el in-

C
terlocutor es el Estado●

LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD

63
A
R
Vivir en frontera (fragmento)

TU
(2004)

C
L LE
a Guajira es un lugar fundamental para comprender lo
que significa la vida en la frontera colombo-venezolana.
Entre las muchas anécdotas fuera de lo común que los
habitantes de Paraguaipoa –estado Zulia–, y sus alre-
A
dedores, suelen rememorar con orgullo y algo de boato, se
encuentra el honor de haber hospedado en su oportunidad a
R
Rómulo Gallegos, quien escogió una estancia cercana llama-
PA

da Alitasía para pernoctar. Su objetivo era “cargarse” de at-


mósferas que le soltaran la pluma al escribir su novela sobre
la misma tierra. No seleccionó nada mal el sitio, el escritor:
uno ha escuchado mil veces que el cielo de La Guajira es el
LO

más azul del mundo y suele admitirlo solo por conveniencia,


para que no nos vuelvan a repetir la bendita metáfora. Pero
cuando uno se encuentra allí se da cuenta de que no hay tal
SO

metáfora: la cosa era verdad, ¡diablos!


Apreciaciones estéticas aparte, es preciso conformarse de
momento con la imagen de un sitio soleado e inmenso, situa-
do en la entrada hacia la Alta Guajira, el territorio que ma-
yores sinsabores, duras acusaciones, aspavientos de guerra y
S

mea culpas ha suscitado al par de países que lo comparten.


PD

Es preciso volver sobre Alitasía y la carretera que comienza


unos metros atrás, para llegar lo más cerca posible al retrato
de una de las particularidades político-territoriales más nota-
bles de la actual Guajira colombo-venezolana.

64
CUADERNOS CALLEJEROS

El lugar en cuestión, una finca que fue propiedad del Tori-


to Fernández –un patriarca del pueblo wayúu a quien también

A
recuerdan con veneración los integrantes de la etnia, y aun los
marabinos con buena memoria– queda a escasos metros del

R
mercado de Los Filúos, situado a su vez a la salida de Para-
guaipoa. El viajante que viene de Maracaibo, por la vía con-

TU
vencional de El Moján-Sinamaica, se desvía hacia la derecha
–hacia el norte– dejando la ruta que lo llevaría hasta Maicao,
y allí mismo se encuentra con una carretera que a uno se le an-

C
toja tan angosta como ardiente, tan ardiente como lineal y tan

LE
lineal como inacabable, sobre todo si el viaje es a la una de la
tarde y usted no tiene ningún argumento a favor para compro-
bar que es conocedor de la zona: ni el habla de los guajiros, ni
aspecto de guajiro. Usted es un alijuna. Un criollo, un blanco,
A
un extranjero, un occidental, alguien que, en resumidas cuen-
tas, no debería estar paseando por allí. Sobre esta cuestión de
R
la desconfianza del guajiro hacia el otro y las sólidas razones
PA

que tiene para albergarla, habrá que volver más adelante, bre-
ve pero necesariamente.
El caso es que de pronto uno se topa con una línea de pavi-
mento que se desvanece a lo lejos entre ramazones de vegeta-
LO

ción xerófila y algún espejismo; al fondo, sobresaliente y em-


pinada, una montañita conocida como la Teta de La Guajira.
Imposible encontrar un accidente geográfico mejor dotado de
connotaciones edípicas y matriarcales; y, para que no quede
SO

ninguna duda al respecto, ya veremos cómo es que este cerro


ha sido utilizado como referencia para discurrir sobre el ori-
gen de las patrias chicas –Colombia y Venezuela–, sobre la
madre Patria, sobre la reina madre y sobre otras progenitoras
S

muy recordadas a la hora de enumerar ciertos increíbles erro-


PD

res políticos que le han costado territorio a Venezuela a favor


de Colombia.
Alguien que tenga suficiente aplomo, tiempo, provisiones,
un vehículo rústico de los guapos y sobre todo una buena razón

65
JOSÉ ROBERTO DUQUE

para hacerlo, puede recorrer sus diez horas por aquella carre-
tera y toparse sucesivamente con los caseríos de Pararú, Gua-

A
yamulisira, Sichipés, Neima, Calinatai, lugares que uno rebasa
a 80 kilómetros por hora sin llegar a saber que estuvo en un si-

R
tio con un nombre. La índole seminómada y de pastoreo de los
guajiros de esa región hace que la noción tradicional de “pue-

TU
blo” sea inaplicable: usted llegó a un lugar que se llama Sichi-
pés, pero no ha visto sino media docena de viviendas bastante
distanciadas una de otra, algunos cuadrúpedos atravesando

C
la carretera y si acaso a un puñado de personas caminando

LE
en medio de la resequedad. Los alijunas, habituados como es-
tamos a bautizar con nombres a pueblos cuadriculados, con
un centro y una periferia, nos encontramos de súbito en un
lugar ante el cual no se entera uno de haber llegado. Porque
A
en realidad uno no llega: uno se acerca, pasa, se aleja: eso es
todo. No hay una plaza Bolívar o una edificación que albergue
R
a la autoridad local, solo más carretera, más casas dispersas y
PA

de pronto Cojoro, que en esa zona viene a ser lo más parecido


a un pueblo de los que estamos acostumbrados a encontrar
en toda Venezuela: la escuela binacional Ramón Paz Ipuana
con las señas de Fe y Alegría, un poco más de casas que en
LO

los otros poblados, más habitantes también. Y a la derecha,


el mar, el controvertido mar que forma el llamado Golfo de
Venezuela. “De Coquibacoa”, se apresura alguien a corregir.
El viajante seguirá rumbo por la misma carretera, que co-
SO

menzó, no lo olviden, allá en Alitasía, y nuevamente se topará


con lugares como Urimana, Cusí, Palachúo, Marchipa, Aipia-
pá. Entre un caserío y otro encontrará un puente en mal es-
tado, luego otro semidestruido, más adelante las ruinas de lo
S

que alguna vez fue un puente y más allá un proyecto de puente


PD

que se quedó en la intención, pues sencillamente no existe y


quien transite por allí deberá entrarle a lo macho a la quebra-
da que interrumpe la vía. Con todo, a pesar del sol de plomo
vivo, el viajante deberá estarle profundamente agradecido a

66
CUADERNOS CALLEJEROS

la naturaleza, pues es preferible soportar todo ese fuego, toda


la plaga y todo el salitre, antes que ir en época de lluvias: si

A
lo hace jamás podrá moverse de un mismo lugar, ya que el
torrente, la brisa y el mar endemoniado lo convertirán pronto

R
en una isla estremecida sin conexión posible con el mundo.
Minutos después del puente que no pudo ser encontrará

TU
un caserío llamado Tapurí, enseguida Güincua y más adelante
una laguna que parece abortada de aquel mar inmenso, que de
pronto ya no está a la derecha sino en todas partes. Un poco

C
después verá una colinita, unos soldados desplazando su abu-

LE
rrimiento a la derecha de un poste inmenso, y a otro grupo de
soldados haciendo lo propio a la izquierda de ese poste. Al lle-
gar, alguno de aquellos soldados le pedirá su cédula de iden-
tidad con un poco de extrañeza y cautela, luego lo mirará de
A
arriba abajo, se compadecerá de su aspecto y de su condición
de criatura extraviada, y finalmente le explicará: ese poste
R
que usted ve allí no se llama poste, es un mojón. Feo nombre
PA

para ese túmulo tan rodeado de soledad como de significados.


En ese objeto que se levanta contra el mar Caribe y a cuyos
flancos, además de los soldados, pueden verse dos banderas
sospechosamente parecidas, comienza, hacia el este, un país
LO

llamado Venezuela, y hacia el oeste, otro llamado Colombia.


Bienvenidos a Castilletes, un lugar que goza de una pro-
funda veneración patriótica de lado y lado –en Castilletes
nacen dos patrias– a pesar de que su génesis, su escogencia
SO

como punto de partida de dos territorios, registra un error


monumental, una equivocación histórica tan rotunda como
difícil de corregir a estas alturas.
S

Un error de alto kilometraje


PD

En la década de 1830, los quince mil setecientos sesenta y


siete kilómetros del territorio de La Guajira quedaron divididos,

67
JOSÉ ROBERTO DUQUE

en el momento de la separación de Nueva Granada y Venezuela


como repúblicas, quedando la mayor parte del lado este, esta-

A
ba establecido, desde 1528, que el punto donde comenzaba
el territorio de la Provincia de Venezuela era el Cabo de La

R
Vela, desde donde se trazaba una línea recta hasta la Teta de
La Guajira. Una autoridad en la materia, el doctor Pablo Ojer,

TU
sostiene que ese Cabo de La Vela a que se refiere el documen-
to de la capitulación no es el accidente geográfico que puede
verse en los mapas, sino una comarca o provincia situada mu-

C
cho más al suroeste. Su tesis sostiene que Venezuela debería

LE
hoy tener su frontera junto a la actual ciudad colombiana de
Santa Marta.
En 1833, Lino de Pombo y Santos Michelena, plenipo-
tenciarios de Nueva Granada y Venezuela, respectivamente,
A
discutieron y elaboraron un proyecto de Tratado que trasladó
aquel punto originario desde el Cabo de La Vela hasta el Cabo
R
Chichibacoa, un salto descomunal a favor de los neograna-
PA

dinos. Por razones más que comprensibles, el congreso de


Nueva Granada se apresuró a aprobar este acuerdo; no así el
venezolano, por razones también comprensibles. La diferen-
cia entre los dictámenes de las dos repúblicas provocó una
LO

situación que los juristas denominan statu quo, y que le dio


vigencia a lo acordado por Pombo y Michelena en el año 33.
Llega el año 1886, los dos países deciden someter la cuestión
al juicio de alguien cuyo criterio fuera respetable; escogieron
SO

a María Cristina, reina regente de España.


El documento por el cual se le otorga a la reina tan tre-
menda responsabilidad dice que se está acudiendo a su arbi-
trio “para que fije la línea de frontera del modo que crea más
S

aproximado a los documentos existentes, cuando respecto de


PD

algún punto de ella no arrojen toda la claridad apetecida”.


Cuando, un siglo después del dictamen de la reina, su bisnieto
el rey Juan Carlos visitó Caracas, el Instituto Nacional de Es-
tudios Territoriales y Fronterizos le envió un documento en

68
CUADERNOS CALLEJEROS

el cual explicaban, entre otras cosas, que su visita era inopor-


tuna, pues se estaban cumpliendo cien años de aquella “am-

A
putación de territorio” cuya sentencia corresponde a “vuestra
bisabuela”. No se sabe cuál fue el parecer de Juan Carlos de

R
España al recibir una carta contentiva de tan tardía reacción,
pero en todo caso debe haberle dolido eso de “vuestra bis-

TU
abuela”, con todo y el elegante posesivo utilizado.
En efecto, el apetito de claridad que movió a los venezola-
nos de finales del siglo xix no fue satisfecho nunca, y ha sido

C
causa de las más agrias discusiones que tienen que ver, ni más

LE
ni menos, con los derechos sobre una de las tres regiones del
mundo más ricas en petróleo. Veamos cuál fue el resultado
del llamado Laudo Arbitral de 1891, es decir, la palabra de la
reina hecha documento inapelable. Dice la sección Primera,
A
refiriéndose al punto donde definitivamente deben comenzar
a delimitarse los dos territorios:
R
“Desde los mogotes llamados Los Frailes, tomando como
PA

punto de partida el más inmediato a Juyachi en derechura a


la línea que divide el valle de Upar de la Provincia de Maracai-
bo y Río de La Hacha, por el lado de arriba de los montes de
Oca, debiendo servir de precisos linderos los términos de los
LO

referidos montes, por el lado del valle de Upar y el mogote de


Juyachi por el lado de la Serranía y orillas de la mar”.
¿Está claro? Dígalo honestamente: no tanto, aunque con
un mapa frente a los ojos la cosa tiende a cobrar sentido, al
SO

menos en lo que respecta al asunto del sitio donde comienza


la raya divisoria. No lo pierdan de vista: los mogotes llama-
dos Los Frailes. Usted tiene un mapa en las manos; ¿ya vio
dónde están Los Frailes?, ¿tiene algún problema para ubicar
S

el sitio en el papel? Pues no se sienta ignorante, culpable o


PD

miserable, pues sucede que en el año 1900 los comisionados


de Colombia y Venezuela intentaron ubicar también ese lu-
gar, esos benditos Frailes. Y no solo en los papeles, ya que la
reina no se tomó la molestia de enviar un mapa explicativo;

69
JOSÉ ROBERTO DUQUE

su sentencia consistió en una exposición de palabras, pala-


bras, palabras tan complicadamente conectadas como las que

A
acabamos de transcribir de la sección Primera. No solo en pa-
peles: aquellos pobres hombres debieron buscar el sitio en

R
cuestión en la piel de La Guajira, en el terreno, allá en aquella
región que hace cien años no tenía ni la carretera ni los puen-

TU
tes destruidos que tiene ahora.
En 1898 fue creada una Comisión Mixta cuya función
era la “ejecución práctica del Laudo Arbitral” de 1891, esto

C
es, el establecimiento de indicaciones sobre el terreno, con-

LE
vertir en un asunto físico y palpable la línea fronteriza entre
los dos países. Dice el pacto firmado entre Colombia y Vene-
zuela: “... se procederá a la demarcación y al amojonamiento
de los límites que traza aquella sentencia, en los límites en
A
que no los constituyan ríos o las cumbres de una sierra o una
serranía”. Trámite sencillo si los lugares están bien especifi-
R
cados, pero no así si la señora reina y sus asesores, en lugar de
PA

precisiones se dedicaron a transmitir acertijos. Menudo pro-


blema: encontrar Los Frailes, un lugar que nadie en su vida
había escuchado ni siquiera nombrar en esos desiertos.
Esa sentencia resultó al final inaplicable. Aquellos comi-
LO

sionados de 1900 debieron dejar las cosas de ese tamaño,


regresar a sus casas y explicarles a sus Gobiernos la situa-
ción: no podemos encontrar ese lugar, ni en los mapas ni
mucho menos en aquel inmenso terreno. En lugar de esto,
SO

se aplicaron a la tarea de hacer de detectives, y en el inten-


to incurrieron en una singular monstruosidad: escoger por
azar o intuición un lugar –la colinita aquella después de la
laguna, ¿recuerdan?, donde hoy se levanta el poste o mojón
S

de Castilletes, en el que se aburren los soldados–, levantar


PD

un acta en la cual declaran no haber encontrado ningún lu-


gar que llevara el nombre de “Mogotes de Los Frailes”, por
lo cual establecieron como punto de inicio político-geográfi-
co de las patrias, sin respirar ni mirar hacia los lados, aquel

70
CUADERNOS CALLEJEROS

sitio ubicado a unos cuantos centenares de kilómetros del


Cabo de La Vela.

A
Así que Venezuela (y también Colombia) comienza en
Castilletes. A Colombia le corresponde desde entonces la

R
abrumadora mayoría de la península, mientras que Venezue-
la se quedó con una escuálida franja en la que a duras penas

TU
cabe aquella carreterita que comunica a Los Filúos con Alita-
sía, y a esta con la recta gigantesca que va a parar a Castilletes.
¿Qué queda de la soberanía, y cómo se ha defendido en

C
los momentos de tensión? En el plano formal y oficial, parece

LE
que con mucho ardor. Baste recordar que, en agosto de 1987,
la corbeta misilística Caldas, de bandera colombiana, pene-
tró en aguas del Golfo de Venezuela, ocasionando una airada
reacción del Gobierno de Venezuela, y no solo diplomática,
A
pues en dos días se movilizó el setenta por ciento de la maqui-
naria militar venezolana en la vía hacia Castilletes. Setenta
R
por ciento de todo un aparato de guerra dispuesto a defender
PA

aquella precaria franja que corresponde a nuestro país.


¿Y qué hay del habitante común, del escudo humano que
defiende con su cotidianidad lo que de venezolano puede de-
tectarse en la inmensidad de La Guajira y en otras zonas de la
LO

frontera binacional? Habrá que darle un vistazo en el terreno●


SO
S
PD

71
A
R
Las casas de ahora; las casas que vienen

TU
(2011)

C
L LE
a vivienda se convirtió en un problema por los mismos
motivos que convirtieron en problemas la alimentación,
la recreación y la fabricación de bienes.
Nota para distraídos: no he dicho que los problemas
A
sean la falta de viviendas, de alimentos, de opciones para el
R
solaz o de objetos útiles. La insinuación que queda en el aire
es el objeto de estas reflexiones, producto de conversas con
PA

gente que vive haceres orgánicos: en el capitalismo la vivien-


da es un problema porque el tipo de relaciones humanas que
produce viviendas (y alimentos, y diversión, y objetos) en este
sistema es perverso y criminal.
LO

***
SO

Ningún individuo o familia humana puede vivir tranqui-


lamente y sin sobresaltos en una vivienda capitalista, ya que
esta fue hecha por esclavos, por hombres atormentados, ra-
biosos, frustrados en las aspiraciones elementales de su vida.
Los obreros que construyen las casas de este sistema por lo
S

general viven en ranchos lamentables e insalubres, y no hay


PD

casi nada que agregar a la letra de aquella canción titulada


“Juan Albañil”. El modo de producción capitalista ha “organi-
zado” de tal manera sus dinámicas que no parece haber forma
de escapar a lo que impone una vergonzosa división social del

72
CUADERNOS CALLEJEROS

trabajo. La frase o idea “el ser humano construye sus vivien-


das” se ha pervertido hasta convertirse en rigurosa mentira,

A
porque la verdad es que una clase social esclavizada, exclui-
da, expoliada, humillada y triturada le hace las casas a suje-

R
tos y familias que ganaron o ganan la plata suficiente para
pagarlas, pero a cambio perdieron la capacidad de hacer co-

TU
sas con las manos.

***

C
LE
¿Cuál es el origen de esta perversión y de cuándo data? Es
muy antiguo, sí; lo colosal de Fenicia, Egipto, Grecia y Roma
es obra de esclavos. Pero en el siglo xix, el de la revolución
sicópata que fue la Industrial, hay que buscar las claves y
A
elementos que masificaron y multiplicaron lo monstruoso a
escala planetaria: el perfeccionamiento del cemento y su mu-
R
tación en hormigón o concreto armado. Y más tarde, en el xx,
PA

la apoteosis del acero y el asfalto.

***
LO

El fenómeno de la quimera del cosmopolitismo de las


grandes masas, hijo directo de la conversión del ser rural en
ser urbano, arrastra otro tipo de desajustes afines: cuando se
entra en la fase del aburguesamiento ya casi nadie quiere ser
SO

campesino, sembrar y cosechar alimentos, ensuciarse las ma-


nos, sudar a causa del trabajo físico. Quien no quiere ser pro-
fesional o patrón y dueño de la vida de gente esclavizada quie-
re ingresar en una categoría insólita: el “trabajo intelectual”.
S

Hay unos personajes que trabajan con las manos; hay otros
PD

que se sienten superiores y consideran deleznables a aquellos,


y dicen “trabajar” con el cerebro. Unos construyen la sociedad
mientras otros, que se dicen intelectuales (de izquierda o de-
recha, da lo mismo), sueñan otra: no-te-lle-vo-na-da.

73
JOSÉ ROBERTO DUQUE

De modo que ¿para qué voy a producir alimentos si de eso


se encargan esos seres primitivos (el campesinado o lo que

A
queda de él) que lo hacen por mí, y esos otros seres inferiores
que los traen en camiones hasta el supermercado? ¿Para qué

R
hacer mi casa si hay tanto obrero que las hace en serie por un
sueldo miserable? ¿Para qué enseñarle a mi hijo cómo hacer

TU
una casa si cuando yo muera heredará el apartamento que
compré? ¿Por qué decirle a mi hijo que es importante que
haga su casa, si para eso él estudia (será un profesional de

C
clase media y no necesitará ensuciarse las manos) y mientras

LE
tanto los esclavos de hoy también tienen hijos que harán las
casas capitalistas del futuro?

A ***

A principios de (2011) trabajé o intenté trabajar en un


R
refugio para damnificados. En los sótanos del canal Vene-
PA

zolana de Televisión vivían entonces cincuenta y dos fa-


milias (ciento ochenta personas) a las que el Gobierno les
garantizaba camas, espacios para cocinar y lavar y algunas
actividades recreativas. Algunas de esas personas trabaja-
LO

ban y otras permanecían allí a la espera de una respuesta


de las autoridades. Los compas encargados de organizar a
esas personas hicieron un censo para obtener información
básica sobre su condición socioeconómica. Ese censo arrojó
SO

varios resultados insólitos; de ellos, el que nos concierne,


reveló que, de ochenta y cuatro hombres, cincuenta y siete
afirmaron ser albañiles o ayudantes de albañilería. Ninguno
de ellos fue convocado para que trabajara en la construcción
S

de sus respectivas casas. Los esclavos que han dado forma e


PD

infraestructura a Caracas permanecen descansando en una


cama mientras otros esclavos les hacen sus viviendas. El col-
mo de la estupidez. Una estupidez tan trágica que le congela
a uno la risa en la boca.

74
CUADERNOS CALLEJEROS

Hacia el mes de marzo fui con varios de estos compatrio-


tas al lugar donde perdieron sus viviendas (sector Macayapa,

A
Lídice, Caracas) y que quedó devastado por sucesivas lluvias
y derrumbes. Allí entrevistamos a varias personas que se ne-

R
gaban a abandonar la zona. Un señor llamado Ender, colom-
biano, aportó ciertos datos también escalofriantes. La casa

TU
donde “vive” consiste en tres láminas de zinc; la cuarta pared
era la ladera de un cerro que ya debe haberse venido abajo.
Su oficio: la albañilería. Cada mañana tiene que bajar de ese

C
escenario de guerra, tomar una camioneta hasta el metro. El

LE
tren lo dejará en una parada para tomar otra camioneta, que
lo llevará hasta una quinta lujosa en Macaracuay.
Así transcurre un día en la vida de Ender, quien por cierto
anda cerca de los sesenta años: él ocupa ocho horas diarias
A
remodelando una casa ajena, más las dos horas que gasta en
el transporte de ida y dos más en el regreso. Son doce horas
R
invertidas en embellecerle la casa a un rico; si tiene “suer-
PA

te” y consigue que lo contraten gastará la misma cantidad de


tiempo y energía construyendo alguna casa o edificio nuevos.
Ender debe, además, dormir unas siete horas porque al día
siguiente continúa la faena: van diecinueve horas. Le quedan
LO

cinco horas del día para hacer algo más, y ya veremos si ese
algo es importante: comprar alimentos, hablar con sus hijos
y sus panas, hacerle el amor a su mujer, entretenerse, reparar
su propia casa. Y ya vendrán los adoradores de las letras y los
SO

libros y el “saber” académico, los que se hicieron “socialistas”


a punta de leer y navegar por internet, a exigirle que lea un li-
bro, que haga activismo a favor de un partido político, que fije
posición sobre el país y sobre Libia, que vaya a una marcha o
S

que integre un consejo comunal.


PD

Sin ir más hondo en la vida personal de este caballero,


le preguntamos si no le parece que algo anda mal con eso de
invertir más energía en la mansión de un rico que en la suya
propia. Quisimos provocarlo con la paradoja espantosa de

75
JOSÉ ROBERTO DUQUE

que un albañil viva en una barraca porque no tiene tiempo


para reconstruirla, o para mudarse a otro lugar y construir

A
un espacio digno (porque ese de Macayapa de todas formas
iba a derrumbarse o ya se derrumbó). Respondió: “Pero para

R
hacer eso necesito reunir unos reales para comprar material”.
La pregunta siguiente iba a ser: “¿Y cuánto dinero puede acu-

TU
mular usted?”, pero ya eso hubiera sido una falta de respeto.

***

C
LE
En esta fase angustiosa y terminal del capitalismo la vi-
vienda y lo demás son problemas porque ya el ser humano no
piensa en satisfacer necesidades reales suyas, sino en cubrir
necesidades del capital y de su espacio territorial por excelen-
A
cia: la megalópolis, la urbe, la gran ciudad. Ninguna perso-
na tiene la necesidad real de vivir en una ciudad monstruosa
R
donde no hay convivencia sino competencia entre millones de
PA

seres humanos. Ese estado de cosas solo le viene bien al capi-


talismo, y por supuesto a sus beneficiarios: el amo, el vende-
dor, el que se hace rico con las ansias de consumo de millones
de esclavos apretados en un campo de concentración.
LO

¿Soluciones o propuestas? Las hay por montones, pero


el fantasma que empuja a la gente a despreciar el campo y
a volverse un cosmopolita o su caricatura termina por ver
estas experiencias como hechos marginales y sin vocación
SO

propagadora. Entre las que conozco me han entusiasmado el


proyecto o concepto “Poblados Integrales” de Los Cayapos y
El Arca de José. El primero es una propuesta de poblado de
unos pocos grupos o familias (con la idea de que se multi-
S

plique en varias experiencias) autogestionario y cuestionador


PD

del capitalismo y sus mecánicas. Un poblado donde la gente


genere alimentos, discusión política, espacios propios para la
formación (para lo cual tiene que ponerse al margen del sis-
tema educativo tradicional, fábrica de burgueses y esclavos

76
CUADERNOS CALLEJEROS

por antonomasia) y que reinvente las formas de organización


para el trabajo y el entretenimiento. Las casas son de barro

A
y materiales desechados por el capitalismo; los constructo-
res son gente sin complejos ni pruritos burgueses: usted debe

R
hacer una casa así sea médico, ingeniero o indigente, y esa
casa no la heredarán sus hijos, porque estos participarán en

TU
su construcción y por lo tanto ya tendrán en la mente y el
cuerpo la información necesaria para construir la suya propia
después, con su gente cercana. Con sus hijos (los nietos de

C
usted), que en el siglo xxii harán otras casas con esos mucha-

LE
chos y muchachas que todavía no han nacido.
Y la segunda propuesta, quizá menos colectivista pero
igualmente revolucionaria, es el hombre-casa que mantiene
vivo y activo a José Rondón para desafiar unas cuantas con-
A
venciones establecidas acerca del ser humano y de su vida
útil. Rondón comenzó a hacer esa casa a la edad de sesenta
R
y cuatro años, ya tiene noventa y cinco (en 2011) y decidió
PA

que no dejará de construirla nunca. Es decir, trabajará en ella


hasta el último día de su vida. El Cayapo ha dicho al respec-
to que es una decisión anticapitalista porque “en las grandes
ciudades las personas mayores se jubilan cuando dejan de
LO

producirle al sistema; en cambio, en el campo muchos viejos


entienden naturalmente que nadie se jubila de la vida”.
Una interesante trampa para ganarle a la vejez entendida
como fase en que el ser humano se vuelve inútil: si en lugar de
SO

empezar a hacer una casa para no terminar nunca de hacerla,


José la hubiera construido con el criterio de culminarla para
echarse a morir en una cama, el tipo ya hubiera muerto o es-
taría permanentemente acostado y convertido en un anciano
S

inmóvil, casi en un cuerpo inerte.


PD

En la síntesis o combinación de esas dos propuestas pue-


de encontrarse el posible germen de una tarea decisiva: em-
pezar a soñar y a construir la otra forma de convivencia, esa
donde en lugar de exigirle al Gobierno o a las empresas que

77
JOSÉ ROBERTO DUQUE

nos regalen viviendas o nos den créditos para seguir alimen-


tando el capital, se nos convierta en costumbre el acto noble

A
de hacer casas (y otras cosas) con nuestras manos.
La tarea nuestra (y hablo de este ser nómada, más tes-

R
tigo que protagonista de estas experiencias) es masificar el
conocimiento y discusión de estas experiencias. Tratar de que

TU
sean objeto de análisis, práctica y enriquecimiento por parte
de mucha gente. Cuando se me ocurra otra la abordaré con
mucho gusto●

C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD

78
A
R
Historia de una gente, una laguna

TU
y unas cachamas
(2012)

C
L
a comunidad se llama El Zancudo. Queda en Apuri-

LE
to, municipio Achaguas del estado Apure. Allí viven
ciento veinte familias; unas cuatrocientas cincuenta
personas. Frente al núcleo más grande de casas de esa
A
comunidad hay un préstamo (esos huecos enormes que de-
jaron las maquinarias al construir las carreteras llaneras, y
R
que con el tiempo se llenaron de agua y se convirtieron en
lagunas). Con los años esa laguna se fue cubriendo de ve-
PA

getación y hacia 2010 ya casi no se veía el agua debajo de


la capa vegetal. Los habitantes de vez en cuando limpiaban
una parte de esa laguna y los muchachos se metían ahí para
LO

bañarse. Esa es la única utilidad que le daba la gente de El


Zancudo a ese “charco”.
Hasta que Walter pasó por Apure y se encontró con Pe-
dro Nieves, uno de los jóvenes que activan políticamente en
SO

El Zancudo. Pedro le contó de esa laguna, y le informó a


Walter que había diez más en todo el caserío. Entonces Wal-
ter le dijo a Pedro:
—Dime algo. ¿Ustedes son arrechos?
S

—¿Cómo?
PD

—Necesito saber si esta comunidad es arrecha. ¿La gente


de aquí es capaz de echarle bolas a un proyecto comunitario?
—Claro que sí —Pedro, picao, no podía responder de
otra forma.

79
JOSÉ ROBERTO DUQUE

—Bueno, vamos a hacer un trato: limpien esa laguna y yo


les regalo unos peces para que los críen.

A
En dos meses la gente de El Zancudo cumplió con lo de
la limpieza de la laguna y empezó a meterle presión a Walter

R
para que llevara los pescados. “Epa, pero ya va: hay que espe-
rar el ciclo de reproducción de las cachamas”.

TU
Hagamos un paréntesis para presentarles a Walter. Pero
por favor, después de enterarse del factor Walter regrese al
cuento de El Zancudo, que es más complejo y hermoso de lo

C
que aparenta.

LE
Coño, qué fastidioso es Walter.

Gente que trabaja gratis A


Walter Lanz es un agroecólogo de toda la vida; es esa clase
R
de gente que se enamora de cuanto tema contracultural, pro-
PA

yecto raro, lucha de los pobres o acción antisistema se con-


sigue en la carretera, y ha andado suficiente país y carretera
como para estar enamorado y activo todo el tiempo. Hace
unos años conoció a un tipo tan emprendedor y enamorado
LO

como él de la otra sociedad. Ese señor se llama Genaro Díaz y


tiene en su casa de Aroa (Yaracuy) una especie de laboratorio
donde reproduce y cría unos pescados gordos llamados ca-
chamas. Este es el dato raro que hermanó a esos dos sujetos:
SO

Genaro se ha dedicado por años a ese esfuerzo, y su punto de


honor es que los peces que reproduce no están a la venta: el
hombre se los regala a las comunidades que estén dispuestas
a criarlos. Gente que trabaja gratis.
S

Walter aprendió con Genaro la técnica de la reproducción


PD

de cachamas y entre ambos crearon un concepto y una for-


ma de funcionar que llamaron Escuela Popular de Piscicultu-
ra. Digo algo, porque eso no existe ni como figura jurídica ni
como estructura ni como nada, sino apenas como concepto

80
CUADERNOS CALLEJEROS

y acción: usted va, le dice o le demuestra a Genaro que tiene


dónde meter unos peces y Genaro le regala tantos alevines o

A
juveniles (pescados jóvenes) como quepan con holgura en su
laguna, charco o pote acondicionado. Precisamente en Gena-

R
ro estaba pensando Walter cuando le formuló aquella provo-
cación a la gente de El Zancudo.

TU
Luego volveremos con Walter para que nos explique por
qué es tan importante y revolucionario el ensayo de El Zan-
cudo; por qué las cachamas en manos de las comunidades

C
se están convirtiendo en un arma de creación espeluznante

LE
que asusta a académicos, técnicos y tecnócratas, economistas
y sabios de todo pelaje.

El chapuzón
A
R
Finalmente, en octubre de 2011, la gente de la comu-
PA

nidad recibió los alevines y los metió en la laguna. Freddy


Cortés, un habitante de El Zancudo, refiere un tropiezo que
tuvieron a los pocos meses de depositados los alevines: “No-
sotros no teníamos idea de cómo criar las cachamas. Un día
LO

los pescados empezaron a ‘boquear’, a salir a la superficie


como buscando aire”. La razón era que esos peces necesitan
que el agua esté en movimiento, porque si no les falta el oxí-
geno. Nadie por ahí cerca tenía una bomba de agua y mucho
SO

menos un aireador.
Walter les dijo por teléfono que tenían que poner el agua
en movimiento, como fuera. Lo resolvieron con más alegría
que técnica: llamaron a todo el que quisiera para darse un
S

chapuzón en la laguna. Docenas de muchachos y adultos se


PD

metieron a bañarse y a retozar en el agua y con esta “técni-


ca” ya no les faltó oxígeno a las cachamas, ni excusas a los
muchachos para estar ahí metidos de cabeza cada vez que
les provoque. A un lado del préstamo hay un samán gigante;

81
JOSÉ ROBERTO DUQUE

desde sus ramas se lanzan los carajitos en permanente cer-


tamen de clavados.

A
No hizo falta comprar una bomba de agua ni algo tan si-
frinamente sofisticado como un aireador para darles oxígeno

R
a los peces.

TU
Inversión y ganancia

C
Otro de los mitos que quedó derribado en El Zancudo es

LE
el que refiere Luis Cardoza, otro habitante de El Zancudo.
La pregunta del momento: “¿Dónde consiguieron el alimen-
to para las cachamas?”. La respuesta: “Les echamos restos
de comida, frutas picadas como mango y guayaba, pepinillo;
A
maíz, la planta pequeña de maíz y otras cosas”.
Consultado Walter acerca de la producción, su costo y
R
sus ganancias, dijo: “Esta comunidad derrotó esa visión que
PA

propone que solo haciendo una gran inversión se puede ob-


tener ganancias. Aquí la gente sin invertir un solo bolívar ha
producido cerca de treinta mil bolívares; en esta laguna hay
cerca de mil cachamas. Que vean los economistas qué hacen
LO

con este ejemplo”.

***
SO

El pasado fin de semana hubo una singular fiesta en


El Zancudo. Había gente de la comunidad, funcionarios
de Insopesca, el INIA (Instituto Nacional de Investigacio-
nes Agrícolas), la Corporación Venezolana de Alimentos
S

(CVAL) y unos cuantos cantores. Pero el Walter (coño, qué


PD

fastidioso es Walter) se encargó también de que estuvie-


ra gente de otras comunidades que también están crian-
do cachamas con métodos raros: la familia Gaviria (unos
ocho coñitos de tres a diecisiete años de los que hablaré

82
CUADERNOS CALLEJEROS

en otra entrega; los venezolanos merecemos saber de estos


muchachos campesinos de la sabana apureña), miembros

A
de la primera promoción de agroecólogos del IALA (Institu-
to Agroecológico “Paulo Freire”). Ellos hablaron de su expe-

R
riencia en la crianza no convencional de cachamas. Dice Ru-
bén Barráez: “Gente que le ha encontrado alternativas al uso

TU
del alimento concentrado, y le está inculcando a los niños en
edad escolar el interés por la cría con métodos artesanales o
agroecológicos”.

C
También hubo una jornada de pesca: a anzuelazo limpio

LE
la gente sacó varios ejemplares de cachama. Sorpresa: se sa-
caron pescados de entre ochocientos gramos y dos kilos cien
gramos. Así que debe haber peces más grandes en esa lagu-
na. Sin un solo gramo de alimento concentrado comercial.
A
R
Retazos de una conversa con Walter Lanz
PA

En Venezuela andamos hablando desde hace unos pocos


años de soberanía alimentaria, de la necesidad de producir
los alimentos que consumimos, o al menos de ser capaces de
LO

lograrlo. Uno de los obstáculos para lograr esto es la creencia


generalizada de que la fuente ideal de proteína animal es la
carne de bovinos (vacas, toros). Casi nadie se imagina una
dieta o un mercadito familiar que no incluya unos kilos de
SO

carne bovina al mes; la competencia son el pollo (beneficiado


y lleno de hormonas) y el cerdo (igual).
Cuando el Walter llegó a este punto del discurso lo inte-
rrumpí para decirle: “Sí, es una costumbre, un patrón cultural
S

que nos incrustaron. Y eso es muy difícil de derrotar”. El tipo


PD

me miró unos segundos y me dijo: “Marico, en Venezuela es-


tamos comiendo carne de bovino desde hace un poco más de
doscientos años, pero antes de eso teníamos siete mil años
pescando y comiendo pescado”.

83
JOSÉ ROBERTO DUQUE

***

A
En el estado Apure la producción de carne bovina alcanza
en promedio los cuarenta kilos/hectárea/año. Con ese mode-

R
lo se pretende consolidar la soberanía alimentaria. “Si llena-
mos de cachamas los cientos de préstamos del estado Apure,

TU
hasta alcanzar una superficie de una hectárea de espejo de
agua, la producción sería de trescientos kilos/hectárea/año:
de ochocientos por ciento a mil por ciento más que el modelo

C
bovino”. Usando otro tipo de alimentos se puede aumentar

LE
esa brecha a tres mil o cuatro mil kilos/hectárea/año.

***
A
¿Cómo se impuso el modelo de la producción y consu-
mo de bovino? Los mecanismos son muchos, pero hay uno
R
que se relaciona con la percepción impuesta de lo que es un
hombre exitoso. Cuando uno pronuncia la palabra pescador
PA

hay una imagen que viene sola a la mente: un sujeto pobre,


probablemente un indígena, con el pantalón enrollado has-
ta la rodilla, tirando un anzuelo con carrete o una red para
LO

sacar pescado. Luego, uno pronuncia la palabra ganadero y


aparece un hombre rico, blanco, vestido con camisa a cua-
dros, bluejeans nuevos, un gran sombrero, una correa con
una cabilla metálica impresionante y fumando un cigarro
SO

que seguramente es Marlboro. A mucha gente no le gusta


que asocien su imagen a la de un pobre pescador. Pero hay
algo que no hemos investigado pero las claves andan por
ahí: cuando hay temporada de ribazón esos llanos se llenan
S

de gente y es una gran fiesta, vienen cientos de personas a


PD

pescar. Esa información viene de muy adentro: ese impulso


que nos lleva a vivir de lo que nos regala el agua es más pro-
fundo y humano que este mecanismo artificial, antinatural
e insostenible que es la cría de ganado. Tras ese dato y esa

84
CUADERNOS CALLEJEROS

huella ancestral deberíamos ir, si de verdad queremos lo-


grar la soberanía alimentaria.

A
***

R
Próximo atentado de la Escuela Popular de Piscicultu-

TU
ra: la creación de un laboratorio móvil para la reproducción
de cachamas. La tecnología en manos del pueblo: ya la gen-
te no tendrá que esperar que le lleven los alevines: ellos/

C
nosotros/ustedes mismos podemos hacer reproducciones

LE
de cachamas en laboratorios artesanales. A la mierda otro
mito: el que nos hace creer que solo se puede propiciar el
nacimiento de larvas de pescado en laboratorios sofisticadí-
simos. ¿Cómo lo hacía la naturaleza antes que existieran los
A
científicos? Ganas de joder...●
R
PA
LO
SO
S
PD

85
A
R
El atraco

TU
(2013)

C
R LE
ecién llegado a Caracas me puse a estudiar cuarto año
de bachillerato en el liceo Fermín Toro. Todavía me ron-
roneaba en la oreja la advertencia de mi papá y de una
madre postiza: “Cuidado con las malas juntas”. Yo toda-
A
vía no sé si las juntas que me encontré entonces eran buenas
o malas, pero lo cierto es que en una de esas tardes de jubi-
R
larnos y caminar sin rumbo por la ciudad yo y dos panas del
PA

liceo decidimos tirar un atraco. La víctima iba a ser un taxista.


La cosa la organizamos así: Carlos, el más robusto y con
cara de malo, y que además era o parecía mayor que los otros
dos, se sentaría adelante en el puesto del copiloto. Ernesto,
LO

yo y nuestras respectivas caras de güevones iríamos atrás. Al


detenerse el carro en algún semáforo Carlos le clavaba un co-
ñazo al chofer; yo, sentado justo detrás de este, lo inmovili-
SO

zaba con una llave de esas que los luchadores llaman “doble
Nelson”. Ernesto y Carlos aprovechaban para sacarle la plata
del bolsillo o de donde la tuviera, y en menos de un minuto
nos echábamos a correr, cada uno en una dirección distinta.
Paramos el carro en la avenida Baralt. El taxista era un se-
S

ñor gordo con cara de no haber dormido en una semana, buen


PD

indicio. Carlos le dijo que nos llevara al hospital de Lídice. Nos


montamos y el carro echó a andar por la avenida Sucre.
Cuando pasábamos por Miraflores ya yo había perdido las
esperanzas, porque el tráfico estaba ligero y el taxi viajaba a

86
CUADERNOS CALLEJEROS

buena velocidad, sin ningún semáforo a la vista. Llegamos a


la esquina donde se dobla hacia Lídice, el semáforo estaba en

A
verde y dele, compañero, nada iba a detener ese carro. A esas
alturas yo iba pensando ya en la forma de decirles a los otros

R
que abortáramos la misión, pero no hallaba cómo. El carro
subió una, dos cuadras. Justo cuando pasábamos por la ca-

TU
lle culebrera donde se encuentra el módulo policial, el compa
Carlos hizo gala de su tremendo sentido de la oportunidad, y
de su fama de peleador callejero, y le encajó aquel rolo ‘e co-

C
ñazo al taxista en el pescuezo. La vaina sonó y que “prac”, así

LE
como cuando uno desguaza la pechuga de una gallina.
Transcurrió un segundo, y después dos. Y tres, y cuatro;
el chofer miraba a Carlos, yo lo miraba a él y a Ernesto, los
panas me miraban a mí, todo en silencio dentro del carro que
A
bajó la velocidad, pero nunca se detuvo. En vista de que yo
no cumplí mi parte del libreto y los otros tampoco tuvieron
R
corazón para seguir con el plan, Ernesto tuvo la salida colosal
PA

de aquella situación de mierda. Le dijo al taxista: “Perdónelo,


señor, es que a él le dan esos ataques de vez en cuando y se
pone violento. Por favor nos deja frente al siquiátrico”●
LO
SO
S
PD

87
A
R
La coñaza

TU
(2013)

C
E LE
n la avenida Urdaneta, de Platanal a Candilito, a media
cuadra de la plaza La Candelaria, existe un bar llamado
Los Cuchilleros, uno de esos sitios que no cierran nunca,
para alegría de algunos y desgracia de otros. Una madru-
A
gada de 1991, tipo cuatro y media, iba pasando por ahí con
R
un compa de beberes, después de haber vaciado y cerrado al-
gún botiquín cercano. En la puerta estaba parado un carajo
PA

enorme; más o menos un metro noventa, con la cara y la acti-


tud que hay que tener en la puerta de un lugar con semejante
nombre y a esa hora. Estaba, además, contando una paca de
billetes. Entonces se me activó la pea chistosa, en forma de
LO

chiste de esos que solo tienen sentido en la mente de un bo-


rracho. Le dije: “A este tipo debe ser fácil atracarlo”.
Creo que detrás del sujeto salieron ocho o diez más, y co-
SO

menzó la película de kung-fú. No sé cuántas tortas me die-


ron, pero sí recuerdo que casi todas me aterrizaban en la boca
(ese impertinente hocico que debió quedarse cerrado). Al
hermano de desgracia lo manotearon bello también; ambos
S

chorreamos sangre como para echarle una mano de pintura a


una casa. En mitad del revolcón encontré una botella y en mi
PD

psique, tanto o más maltrecha que el cuerpo, cobró forma una


especie de esperanza peliculera: “Listo, con esto me les en-
frento y los jodo”. Así que agarré la botella y, tal como había
visto hacer tantas veces en otras peleas callejeras, la agarré

88
CUADERNOS CALLEJEROS

por el pico y la partí contra el asfalto. No sé qué salió mal en el


cálculo, pero la botella se volvió pedazos y yo me quedé con el

A
arito ese donde va agarrada la chapa. Y la coñaza recrudeció.
Unos tipos que se hacían pasar por policías detuvieron la ma-

R
sacre, que terminó por allá debajo del elevado que da hacia la
Andrés Bello.

TU
Dice la leyenda negra que el labio me quedó como el de la
danta esa que lleva en el lomo a María Lionza. Y que yo, para
poder tomar cerveza, tenía que levantarme esa trompita con

C
una mano y poner el pico de la botella en el labio de abajo con

LE
la otra. Esos panas de uno sí joden●

A
R
PA
LO
SO
S
PD

89
A
R
El pobre flaco agüevoniao

TU
(2013)

C
E LE
ra febrero de 1989 y los adecos estaban contentos porque
Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia de
la república. Felices y en clave de fiesta, organizaron un
concierto gratuito en el Nuevo Circo de Caracas, como
A
gratitud al pueblo que eligió por segunda vez a ese coñoema-
dre. Anunciaron un montón de cantantes y grupos nacionales
R
y extranjeros, exponentes de varios géneros musicales, algu-
PA

nos de ellos de mucho renombre. Por ejemplo, el “Manos Du-


ras” Ray Barretto. Yo en ese tiempo andaba embullado con
la salsa y el jazz latino y nunca había visto tocar a ese tipo en
vivo, así que no quería perdérmelo. Me junté con varios locos
LO

del 23 de Enero y me fui para el venerable lugar.


El grueso del público era de San Agustín del Sur, así que
obviamente la mayoría iba a ver también al rey de las tum-
SO

badoras. Cantaron los teloneros (creo recordar que se pre-


sentaron Soledad Bravo y el grupo Madera, entre otros). Era
temprano en la noche cuando se subió el legendario salsero.
El Nuevo Circo se convirtió en fiera atronadora. Primera can-
ción: una versión de “Si me voy para mi islita”. Pero con la le-
S

tra amoldada a las circunstancias: “Yo me voy pa’ Venezuela”.


PD

El sonido estaba perfecto; yo estaba en la tercera o cuarta


línea de gente, abajo en la olla, cerquita de la tarima.
Segunda canción: “Indestructible”. Tercera canción: “Co-
cinando”. Terminada esta pieza el hombre se paró, levantó

90
CUADERNOS CALLEJEROS

una mano, dijo “chao” en castellano neoyorkino y desapare-


ció junto con los músicos. Yo no entendía muy bien qué cosa

A
era esa de “coitus interruptus” hasta ese momento. La gente
empezó a pedir otra, otra, otra, por supuesto. Pasaron unos

R
segundos. Luego unos minutos. Y la gente se empezó a arre-
char. Poco después se arrechó por completo. Y empezó la bo-

TU
tellamentazón y se formó el tumulto. Eran los salseros indig-
nados porque Barretto los despachó con tres piezas, apenas.
Transcurridos unos instantes más, para terminar de ca-

C
gar la jaula, salió a la tarima un flaco esmirriado, pálido, dro-

LE
gado hasta las metras, más devastado por la sífilis que por el
hambre. Agarró el micrófono y dijo: “Buenas noches. Me dis-
culpan, pero es que ahora me toca cantar a mí”. Ahí sí fue que
la gente estalló en serio: era un maldito rockero profanando
A
un templo de la salsa. Pocas semanas después de ese evento
estallaba el Sacudón; creo que este hubiera sido más violento
R
si no se hubiera producido antes este drenaje de energía. Esa
PA

noche hubo en el Nuevo Circo un ensayo del Caracazo.


El flaco agüevoniao esquivó unos botellazos y pedradas,
con una mano en la melena desordenada y con la otra ta-
pándose la luz de un reflector que lo encandilaba a pesar
LO

de los lentes oscuros. En un reflujo de la marejada furiosa


alcanzó a decir: “Bueno, vamos a hacer algo: desahóguense
ahí mientras yo acomodo a los músicos, y ustedes me avisan
cuando pueda empezar”. Increíblemente, la gente se calmó.
SO

Increíblemente también, la banda del pedazo de flaco em-


pezó a tocar. E increíblemente, la gente aplaudió y se puso
a corear lo que cantaba el tipo, una canción que decía: “En
esta puta ciudad”.
S

A mí no me gustan las canciones de Fito Páez, pero esa


PD

noche empecé a respetar a ese valiente flaco agüevoniao, y


empecé a escuchar con más atención a los clásicos del género.

***

91
JOSÉ ROBERTO DUQUE

Vainas de la memoria: acabo de encontrar (horas después


de publicada esta crónica) un video del inicio de ese concier-

A
to, y resulta que no fue en febrero 1989 sino en diciembre de
1988, días después de las elecciones que ganó CAP●

R
TU
C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD

92
A
R
El pico

TU
(2013)

C
E LE
l pico es probablemente el implemento más importante
al que acudimos los hombres en estos lados del mundo.
Sobre todo en sus facetas metafóricas: el instrumento
de trabajo no es usado por tanta gente, así que el pico
A
dejó de ser solo ese poderoso aparato para perforar, arrastrar,
desgarrar y partir, y ha alcanzado la categoría de elemento
R
sicológico asociado al dominio, al poder, a la posesión, a la
PA

fuerza y a la inteligencia; a la lucha (cuerpo físico) y también


al ajedrez (elaboración mental de estrategias).
Contra lo que pudiera sugerir el pensamiento más directo
o simple (y también el idioma: “machete” parece un anuncio,
LO

apodo o maqueta de “macho”) no es el machete sino el pico


el instrumento que sintetiza las aptitudes de la hombría, en-
tendida esta en su acepción machista: el ejercicio vital de los
SO

“hombres de verdad”.

***

Traen su carga patriarcal el concepto pico y la explosión


S

de símbolos alrededor. Esto tal vez provenga del hecho de que


PD

el pico se llame como se llama. Que se utilice para ciertas co-


sas el nombre de la protuberancia que tienen las aves en la
boca marcó de significados viriles la simple pieza de hierro,
porque el ser humano, en sus modalidades rurales y urbanas,

93
JOSÉ ROBERTO DUQUE

se la pasa imitando, prefigurando o intuyendo a los pájaros en


muchas de sus manifestaciones cotidianas.

A
Gallos se les llama a los aguerridos peleadores y gallina
a los cobardes (llámase cobarde al tipo que no se atreve a pe-

R
lear con otro); pico de oro y pico ‘e plata es el sujeto que tiene
labia, seduce, convence, dirige, influye, manda y se impone:

TU
el poder se ejerce fundamentalmente con la palabra (la boca,
que es el pico), no hay don de mando sin voz recia. Por eso la
conmoción general cuando el comandante Chávez salió del

C
quirófano sin poder hablar (mandar).

LE
En sus connotaciones sexuales también hay un despliegue
de aves y sus partes corporales. La cinematografía que formó
sentimental o emocionalmente a nuestra generación y a la de
nuestros padres (la mexicana) está llena de gavilanes, gallos y
A
palomas. No hay nada más parecido al breve y violento corte-
jo de los gallos sobre las gallinas que ciertos bailes como el jo-
R
ropo llanero, los tambores y la danza wayúu; el grito altanero
PA

con que suele empezar la canta de los copleros imita el grito


madrugador del gallo que quiere dejar constancia de su se-
ñorío sobre los pollos y las pollas de los alrededores. Picaflor
es el hombre que anda cogiendo hembras por todos lados y
LO

del hombre afeminado se dice que suelta las plumas. El viejo


José Rondón, montañés de noventa y siete años que todavía
se entusiasma al ver a alguna hembra vistosa, dice de su capa-
cidad para “cumplirle” a una mujer: “Los gallos finos de pelea
SO

lo que no pueden hacer con la espuela lo hacen con el pico”.

***
S

Usar el pico para convencer es el acto diametralmente


PD

opuesto a “echar pico y pala”. Así como es celebrado el hablar


mucho y sabroso hay un límite difuso que convierte esa prác-
tica en despreciable: al que habla mucha paja provoca partirle
el pico. Cuando el parlanchín no sabe hacer otra cosa en la

94
CUADERNOS CALLEJEROS

vida y permite que se le note, queda reducido a su vergonzoso


nivel: no hace nada, es un hablador de paja. El hablar y hablar

A
y hablar sin sustancia es inorgánico e inferior frente al hacer.
La gente que hace, es o debería ser más importante que la que

R
solo habla; uno no es lo que dice sino lo que hace.
Echar pico y pala: expresión genérica que designa el ha-

TU
cer un trabajo manual duro, casi siempre de agricultores y
albañiles. Recuerdo las amargas recomendaciones de mi vie-
jo: “Estudie para que no tenga que ganarse el pan echando

C
pico y pala”. Aunque ese y otros millones de seres humanos

LE
se levantaron a sí mismos y a sus familias haciendo trabajos
pesados y dicen estar orgullosos de esa hazaña, la verdad es
que nuestra sociedad se ha construido sobre un sustrato muy
hondo de desprecio hacia los obreros y campesinos, de quie-
A
nes el hombre de oficina, el que hace trabajo intelectual o el
entregado al ocio improductivo suele decir que son brutos,
R
malolientes y primitivos.
PA

Es muy fácil que ese desprecio se convierta en autodes-


precio, aunque también hay un dato animal formidable, que
reivindica y levanta la moral del trabajador manual. Leí hace
poco un testimonio, invalorable credo de hembritud. Es una
LO

gallarda y romántica confesión, contentiva de cosas que uno


sabe o sospecha sobre el pensar y el sentir femeninos, pero
que es muy estimulante leerlo escrito o dicho por una mu-
jer, cierta cronista de sí misma y de su ciudad revelaba cuán-
SO

tas cosas maravillosas le hacía sentir el violento y no siem-


pre limpio piropo de unos albañiles cada vez que ella pasaba
rumbo al liceo o de regreso a su casa.
Así que el pico metafórico del que tiene labia, domina y
S

conmueve es al mismo tiempo premonición del pico físico,


PD

del utensilio de trabajo tosco y potente: ese hierro se hizo


para llevar a cabo en la vida real algo que los aficionados al
revoloteo metafísico dicen que solo se hace con algo que lla-
man fe: el pico mueve montañas. Literalmente: las carreteras

95
JOSÉ ROBERTO DUQUE

del país, muchas casas, plantaciones y ciudades no hubieran


podido construirse sin que el pico de verdad hubiera entrado

A
en acción. El pico destroza el suelo ancestral, resquebraja la
piedra; la pala mueve para otra parte los restos devastados de

R
esos trozos heridos de planeta.

TU
***

Enamorado como estoy de un pedazo de montaña bari-

C
nesa, esa zona mágica donde el llano empieza a desaparecer

LE
y se convierte en los Andes, quise convertirme en custodio
y habitante de un pedazo de terreno. No es tan directo el
trámite. Tuve que fajarme a contarle al consejo comunal qué
pensaba hacer con esa parcela. Hablarles de lo que pienso
A
sobre la siembra sin veneno, del cuido del bosque y el río,
de las casas orgánicas hechas con el mismo material con que
R
fuimos fabricados nosotros (barro). También les hablé de
PA

lo que puede hacerse con un poco de ganas de comunicar


noticias e historias (les hice un facsímil de una especie de
boletín que esa comunidad puede hacer si se lo propone y
me dejan explicarles cómo).
LO

Tras unas buenas sesiones de poner a funcionar el pico y


de escuchar las réplicas de un vocero de lujo, que me da cla-
ses a mí y a cualquiera en eso del palabreo inclemente (vaya:
ese consejo comunal tiene entre sus integrantes a Rafael
SO

Martínez, “El Cazador Novato”) me han concedido el privi-


legio de formar parte de la comunidad. No sé qué cataclismo
tendrá que ocurrir para que algo me empuje a irme de ese
territorio maravilloso. Y sí: me siento propietario, vicio hu-
S

mano de los que crecimos en capitalismo. Siento haber dado


PD

con eso que llaman “el pedazo de tierra para caerse muerto”.
Pero antes de que ello ocurra viviré. No solo existiré (que
es lo que uno hace en las grandes ciudades), sino que me
lanzaré a vivir.

96
CUADERNOS CALLEJEROS

***

A
Todo lo anterior, porque la primera herramienta que he
comprado expresamente para la primera faena que viene (re-

R
plantear un terreno, terracear, preparar el lugar donde estará
la casa) ha sido un pico. Las heridas que me ha dejado en las

TU
manos la primera jornada de entrarle a la tierra son hondas
y dolorosas. Tengo un triste orgullo de esas heridas; hubiera
querido ahorrarme muchos de los placeres fatuos de la juven-

C
tud, esos premios por haber puesto a andar el pico metafó-

LE
rico, y haber invertido más tiempo y esfuerzo en las heridas
corporales que deja el pico de levantar casas y conucos●

A
R
PA
LO
SO
S
PD

97
A
R
El miedo

TU
(2013)

C
H LE
ace tres años años iba caminando por el hato El Frío (o
hato Marisela), en el estado Apure; me acompañaban
unos trabajadores del hato. Era la primera vez que iba,
así que no tenía forma de saber que en una pequeña
A
laguna en el borde de un camino cualquiera, una vía de tie-
rra que comunica el comedor con el área de dormitorios, vive
R
una caimana respetable, de unos tres metros de largo. Cuan-
PA

do pasaba al lado de la laguna uno de los jodedores lanzó una


piedra en el agua y la caimana salió de pronto, violenta, con
la boca abierta. No había peligro real en ese momento (yo es-
taría a unos ocho metros de la orilla) pero lo más grande que
LO

uno suele ver salir del agua en las ciudades son cucarachas,
sapos y tal vez una rata perdida que huye, no un aparato lleno
de dientes que te informa su arrechera porque le estás inva-
SO

diendo el territorio. Así que pegué el brinco de ley, traté de


burlarme de mi propio susto, me calé las carcajadas de los
peones. La vida continuó normalmente. Bueno, normalmen-
te, solo un rato más.
Una hora después comencé a sentir escalofríos y un dolor
S

de cabeza. Y un motorcito del coño ronroneándome en los


PD

oídos. Era como una de mis adorables migrañas, pero con


un componente extra que no lograba identificar. Hasta que
comencé a sentir un hormigueo en las manos y se me dis-
pararon las alarmas: esos eran los síntomas que me habían

98
CUADERNOS CALLEJEROS

descrito algunos amigos hipertensos. Les pedí a unos compa-


ñeros que me llevaran a algún ambulatorio o centro de salud

A
cercano; había que ir a Mantecal, a cuarenta y cinco minutos.
El médico cubano me informó que tenía la tensión en 145-

R
100, y que eso se llamaba hipertensión arterial.
Resumen del chiste del mes entre mis panas: quien inau-

TU
guró el CDI de Mantecal fue un caraqueño asustao.

***

C
LE
Y sí, esa ha sido probablemente la vez que he sentido más
miedo en mi vida. No me lo dicen los recuerdos: me lo dijo el
cuerpo al manifestársele un episodio que nunca, en más de
cuarenta años, había padecido.
A
Una cosa es asustarse porque se está a punto de sufrir
un accidente, o porque un tipo te pone una pistola en la ca-
R
beza; una cosa es el susto enorme, el terror y el pánico de
PA

que a alguien querido le esté ocurriendo algo grave; el temor


cotidiano de no poder llegar a tiempo o la angustia por las
deudas; los temores a veces infundados (y a veces no) a la
oscuridad, a las alturas, a la violencia, a las pérdidas. Pero
LO

otra cosa distinta es ese terror profundo que no viene de la


conciencia, del saber que algo anda mal, sino de los aden-
tros, del instinto, de algo más íntimo y primitivo que todo
lo que podamos describir con palabras, y es la presencia de
SO

un depredador natural. No hay miedo más profundo, más


primario y más fulminante que ese.
La naturaleza diseñó de tal forma el sistema de relaciones
entre los seres vivos que cuando aparece el animal cuya mi-
S

sión es destruir a otro más débil, este se paraliza o huye, nun-


PD

ca se queda imperturbable. Cuando se encuentran esos dos


seres uno siente fruición y el otro siente pavor. Esta “infor-
mación” tiene millones de años poblando la Tierra y nuestro
cuerpo es depositario de ella. El ser humano, animal desvalido

99
JOSÉ ROBERTO DUQUE

que teme ser herido incluso por otros de menor tamaño o do-
tación, ha construido lo que ha construido debido al miedo

A
profundo a la naturaleza; el absurdo proceso civilizatorio exa-
cerbado en el capitalismo ha tenido por objeto suprimir toda

R
referencia a esa naturaleza llena de peligros. El reino vegetal
y el animal nos parecen sucios, amenazantes y despreciables,

TU
por eso nos construimos nuestra peculiar jungla llamada ciu-
dad. Logramos mantener a raya a los depredadores naturales
(del conocido enunciado que nos recuerda que somos auto-

C
depredadores hablamos después), pero el miedo está aquí. Es

LE
decir, adonde vayamos.

Tres años más tarde A


“Agárralo por el pescuezo con la mano derecha”, me dijo
R
Carlos Chávez; yo acaté la instrucción. “Con la izquierda lo
PA

agarras por aquí”, me dijo. Lo tomé por la zona del cuerpo


donde se junta la cola con las patas traseras. El caimán (¿cai-
mán o cocodrilo?, más abajo explicaremos esto), un joven de
noventa centímetros de largo, ejecutó un movimiento reptan-
LO

te y casi se me sale de las manos. Los entendidos comenzaron


a darme indicaciones contradictorias: Agárralo duro. No lo
estrangules. Que no se te salga. No lo lastimes. La compacta
masa de músculos decidió reservar para otro momento la ex-
SO

hibición de su potencia y pude entonces cargarlo sin ayuda,


rumbo hacia el lugar donde debía soltarlo, una ensenada del
caño Guaritico dentro del hato San Francisco, en Apure.
Era uno de los cuarenta y cinco ejemplares jóvenes de
S

caimán del Orinoco que estaba liberando ese día, 24 de


PD

noviembre, el Ministerio del Ambiente, en el marco de un


programa que busca repoblar las zonas donde este animal
abundaba, y que hoy está amenazado de extinción. Había
otras personas con su respectivo caimán en las manos; yo

100
CUADERNOS CALLEJEROS

tuve unos pocos minutos para observar el mío (nótese la vio-


lenta idea de poder, propiedad y apropiación: lo tengo aga-

A
rrado por el pescuezo, así que ya es mío). Animal poderoso,
una de las máquinas de triturar más antiguas y perfectas de

R
la naturaleza, ahora estaba inmovilizado por un bicho que en
otras circunstancias vendría a ser su desayuno.

TU
Tenía el hocico cerrado por un teipe, un triste teipe negro.
Es fácil evitar que la boca de un caimán (¿o cocodrilo?) se
abra, ya que los músculos que ejecutan esa función son débi-

C
les, y tan relajados como para permitir esos largos bostezos

LE
de horas. El problema es cuando esa boca se abre y decide
cerrarse sobre una presa o enemigo. No hay un animal sobre
el planeta con una mordida más fuerte que la de los coco-
drilos y caimanes. Olvídense de leones, osos, hipopótamos o
A
monstruos marinos: los primos adultos de este caimán (los de
agua salada) ejercen una presión de más de doscientos cin-
R
cuenta atmósferas o mil setecientos newtons, lo que equivale
PA

a decir que por cada centímetro cuadrado de carne que estos


camaradas muerden, cae un peso de doscientos setenta kilos.
No es que si un caimán le agarra un brazo este va a soportar
doscientos setenta kilos de dientes y jalones, no: esa presión
LO

recaerá sobre cada centímetro de la zona mordida. Digamos


que usted pone un clavo o espina gruesa y afilada en el piso,
con la punta hacia arriba, y encima coloca la uña del dedo me-
ñique (que mide más o menos un centímetro cúbico). Encima
SO

de la uña coloca una tabla o plataforma, y encima de esta ta-


bla se paran al mismo tiempo tres personas gordas de noven-
ta kilos cada una: esa es la presión que ejerce un caimán adul-
to por cada centímetro cuadrado al morder. Si los caimanes
S

le hubiesen descubierto algún valor gastronómico al hierro,


PD

las cabillas de construcción se partirían en sus fauces como


en nuestras miserables bocas se parten las paletas de helados.

***

101
JOSÉ ROBERTO DUQUE

“Estos son animales rezagados, aquí los llamamos sutes”,


dice Carlos Chávez. “Nacieron en mayo de 2012 y no habían

A
alcanzado la talla en julio de 2013, cuando liberamos a los
primeros sesenta de esta camada. En estos meses los alimen-

R
tamos dos veces por semana y les dimos complementos vita-
mínicos, y ahora miden entre ochenta y cinco y ciento quince

TU
centímetros”. Chávez es el funcionario del Ministerio del Am-
biente encargado del proyecto de conservación del caimán
del Orinoco o cocodrilo intermedio.

C
Estrictamente hablando, un tecnicismo (que los biólogos

LE
sabrán explicar) obliga a considerarlo como una de las vein-
titrés especies de cocodrilos existentes en todo el planeta;
cinco de ellas se encuentran en Venezuela. Pero acá se operó
un triunfo del habla popular sobre la terminología científica,
A
pues luego de varios siglos de oír a los habitantes del llano ha-
blar del “caimán” en conversaciones cotidianas, en cuentos y
R
leyendas, la convención académica y científica ha terminado
PA

por aceptar, sin escandalizarse, la denominación caimán del


Orinoco para este enorme reptil.
Estos que fueron liberados en una ensenada del caño Gua-
ritico, en predios del hato San Francisco (municipio Muñoz
LO

del estado Apure) provienen de un zoocriadero ubicado en


Puerto Miranda (Camaguán, Guárico) donde se encuentran
once machos y doce hembras reproductores, cuyos huevos
son incubados artificialmente y sus crías liberadas en distin-
SO

tos puntos de la cuenca del Orinoco, su hábitat original.

***
S

Las razones por las que el caimán del Orinoco comenzó a


PD

escasear hasta casi extinguirse fueron, sucesivamente, el mie-


do y la codicia. En la Venezuela preindustrial, al llanero que
transitaba por esas sabanas no tenía por qué caerle simpática
la presencia de un animal de seis metros de largo y una fiereza

102
CUADERNOS CALLEJEROS

comprobada. El dato del miedo estaba en su cuerpo, en la sa-


bana era frecuente la vieja danza del depredador y su presa, y

A
la del hombre que para probar su virilidad se sentía obligado
a enfrentar al matador. Toparse con un animal de esas carac-

R
terísticas, huir de él o darle muerte para comer (y también
para exhibir su piel como trofeo) era un asunto inherente a

TU
la cultura de esas zonas, pero no era una práctica masiva ni
descontrolada; nunca el caimán iba a exterminar a los seres
humanos ni estos al caimán. Se trataba de una tensión que no

C
era de guerra sino una lógica de coexistencia.

LE
Esa relación humano-caimán se pervirtió por las mis-
mas razones que han pervertido casi todas las manifestacio-
nes autóctonas en cualquier parte del mundo: el ingreso del
capitalismo industrial, la explotación masiva y el comercio
A
de pieles hicieron disminuir la población de caimanes en
cuatro décadas del siglo xx. De pronto, encontrarse con un
R
caimán dejó de ser un episodio fortuito que ponía a prueba
PA

la valentía del veguero y pasó a ser una actividad comercial


más, un negocio: ahora el caimán se escondía y el mercader
iba con sus baquianos a asesinarlos en masa.
“Quien quiera saber a dónde fueron a parar esas decenas
LO

de miles de caimanes exterminados vaya a los países euro-


peos y a Estados Unidos. Ahí están, convertidos en carteras
y objetos para disfrute de la burguesía”, reflexiona Miguel
Rodríguez, ministro del Ambiente. “Cuando uno habla del
SO

tema del caimán del Orinoco se da cuenta de que no fue


ociosa ni caprichosa la formulación del comandante Chávez
del Quinto Objetivo del Plan de la Patria. Antes de ser re-
dactado este plan ya el comandante hablaba en términos de
S

mucho afecto del patrullero, ese caimán legendario de vein-


PD

te metros que los llaneros de Elorza han convertido en pa-


trimonio cultural inasible. Chávez no se refería a esa fiera en
términos de odio al monstruo sino de remembranza tierna,
y esa fue una base muy sólida para después proponer como

103
JOSÉ ROBERTO DUQUE

objetivo importante dar pasos para la defensa de la vida en


el planeta”.

A
Pero el patrullero es también producto del miedo. A los
grandes caimanes suelen quedárseles en el lomo, cuando sa-

R
len del agua, matas de bora y otras plantas acuáticas. El colo-
sal cocodrilo del imaginario llanero tiene en el lomo, no unas

TU
matas de bora sino una palmera.
Así que ese día unos pocos privilegiados nos disponíamos
a echar al agua cuarenta y cinco caimanes. La incomodidad

C
inicial se me fue quitando poco a poco al ver que, a mi lado,

LE
había otras personas con la misma actitud de crispación que
yo. A pesar de la nobleza del acto, eso que se veía en el rostro
de todos también se llama miedo.
A ***
R
Miré a mi caimancito, al que uno de los compañeros le ha-
PA

bía quitado el teipe de la boca. Justo en ese momento, cuando


ya faltaban unos segundos para su liberación, el caimancito
se orinó. Corrijo: me orinó. El líquido caliente me bañó la
mano y parte del pantalón. Después de todo, el ser humano es
LO

el mayor depredador de la historia, y ese pobre animal tenía


muchas razones para sentir miedo también. Al lado del dato
ancestral de su enorme poder viaja con sus genes el recono-
cimiento de la bestia que lo exterminó metódicamente, por
SO

miedo y por dinero, en el último siglo.


Hay en estas iniciativas algo de reconocimiento entre de-
predadores, un acuerdo tácito y sin palabras; a estos caima-
nes los estresamos y asustamos un rato y luego les regalamos
S

su caño y su sabana, su libertad. Nos corresponde hacerlo, se


PD

lo debemos. Porque al final, poniéndonos a observar las cosas


con serenidad, resulta que los animales y nosotros somos la
misma gente, estamos hechos de la misma materia. La natu-
raleza toma unos materiales, los mismos para nosotros y para

104
CUADERNOS CALLEJEROS

ellos, y los procesa a nivel molecular de manera distinta; de


una combinación salen caimanes, de otra combinación nace-

A
mos los seres humanos. El orden de los factores altera el pro-
ducto, pero lo cierto es que estamos fabricados con las mis-

R
mas cosas, así que todos esos seres: insectos, cuadrúpedos,
aves, bípedos, magallaneros, reptiles, escualos, escuálidos,

TU
peces; depredadores y mansos, cantarinos y violentos, todos
esos bichos son hermanos nuestros. Hermosa o fatalmente,
estamos todos aquí y ellos son de los nuestros.

C
LE
***

Me acerqué a la orilla del caño, lo lancé como me indica-


ron hacia el agua liberadora, y el bichito se echó a nadar.
A
En un segundo me salió del cerebro otra información,
seguramente obtenida de algún programa de National Geo-
R
graphic: los jugos gástricos de los caimanes y cocodrilos son
PA

tan devastadores que ninguna bacteria puede sobrevivir en


su estómago. Los grandes animales que padecen el verano
africano a veces son azotados por epidemias de cólera y mue-
ren por docenas. Ningún animal carroñero come de esa carne
LO

envenenada; los cocodrilos, armados con un coctel disolven-


te perfeccionado por millones de años de evolución devoran
esos cadáveres sin problema; lo que se le salva al artefacto de
su boca pletórica de colmillos y fuerza inaudita sucumbe en el
SO

estómago lleno de los ácidos más corrosivos del reino animal.


Me olí la mano orinada: no olía a nada. Se lo comenté a
Jesús Ernesto, a quien su caimán le había defecado la camisa,
y quien tenía una explicación al respecto:
S

—Esos animales comen más limpio que nosotros. Su ori-


PD

na no puede oler mal, no es tóxica: ellos no andan bebiendo


cocacola ni comiendo mayonesa.
—Sí, güevón. Los gatos tampoco comen mayonesa y el
miao de gato huele más mal que el coño.

105
JOSÉ ROBERTO DUQUE

***

A
José Ramos trabaja en el zoocriadero de Puerto Miran-
da. Es el encargado de alimentar los caimanes en cautiverio

R
desde hace diecisiete años. Discreto y cauteloso como todo
llanero (“¿Son peligrosos los caimanes? “Sí, peligrosos son”.

TU
“¿Pero no recuerda ningún accidente, alguien que haya sido
herido por descuido?”. “No, no me acuerdo de nada de eso) a
medida que se relaja y toma confianza va revelando detalles

C
del trato con los caimanes.

LE
—Les ponemos nombres a las hembras para controlar
mejor los nidos y el número de nacimientos. Las caimanas
se llaman Elena, Julia, Panchita, Paquita, Petra, Josefina. La
Negra Rosa tiene un récord: uno de estos años puso cincuen-
A
ta y un huevos y nacieron cincuenta caimanes. Me acuerdo
también de Carmen, murió por una pelea con otras caimanas
R
cuidando su territorio.
PA

Las hembras ponen sus huevos entre febrero y marzo,


los criadores toman los huevos y los ponen a incubar duran-
te tres meses.
Los machos también han sido “bautizados”: Perucho, el
LO

Catire Páez, Siete Machos, Pedrito, Pepe, Juancho, Pancho,


Francisco. Negrín es el caimán más viejo: tiene cuarenta años
y mide más de cinco metros●
SO
S
PD

106
A
R
Alguna vez fuimos de maíz

TU
(2013)

C
A LE
finales de 2011 visité el Complejo Agroindustrial José
Inacio Abreu e Lima, allá en Anzoátegui. Trabajaba en-
tonces para el Instituto Nacional de Desarrollo Rural,
y se suponía que había buenas noticias para difundir;
A
por ejemplo, que estaban por cosecharse las primeras doce
mil hectáreas de soya, una leguminosa que no es de por estos
R
lados (tranquilos: el mango, el cambur y el arroz tampoco lo
PA

son y la gente los cree o los considera autóctonos, nomás por-


que caen bien).
Bastante se ha hablado sobre la devastación de los frágiles
suelos de la Mesa de Guanipa. También sobre el dato insóli-
LO

to de que en pocos años ya no serán doce mil sino treinta y


dos mil las hectáreas de soya por sembrar (por cierto, le conté
esto a un brasileño, y el hombre, después de mirarme con lás-
SO

tima, se me rió en la cara: en su país ya rebasaron el millón de


hectáreas de sembradíos).
Así que, morboso y malintencionado como me criaron,
comencé a fijarme en otra dimensión del fenómeno: el dato
sociocultural adjunto al hecho económico-productivo. Como
S

es de esperarse, en ese complejísimo complejo trabajan per-


PD

sonas que, en su mayoría, viven cerca de las instalaciones.


Muchas de esas personas pertenecen al pueblo kariña, y uno
las ve allí desempeñando labores de vigilancia, limpieza; al-
gunos son operadores de maquinaria. Allí están, orgullosos

107
JOSÉ ROBERTO DUQUE

de sus uniformes, de sus carnets, de sus radios transmisores;


agradecidos por su sueldo y sus cestatiques. Muchos no hacen

A
en todo el día más que mirar la inmensidad en busca de algu-
na eventualidad que casi nunca se produce, y eso está bien: de

R
alguna manera hay que pagarles a los pueblos originarios el
genocidio de siglos.

TU
El momento culminante de la observación sobreviene
cuando uno de los compañeros del complejo me informa,
todavía más orgulloso que los hermanos kariña, que en esos

C
días unos técnicos del Ministerio de Agricultura y Tierras

LE
iban a comenzar a dictar en las comunidades cercanas un ta-
ller de cultivo de yuca. Había que hacer una nota de prensa
sobre eso.
Los chistes, cuando son malos, hay que explicarlos. Y este
A
chiste es espantosamente cruel, amargo, repulsivo, desespe-
radamente grave: muy rejodida tiene que haber quedado una
R
cultura, muy desmoralizado y neutralizado tiene que estar un
PA

pueblo, muy hondo tiene que estar sepultado el cadáver de un


país, para que hayamos llegado al punto en que unos técnicos
caraqueños les enseñen a los inventores del casabe cómo se
siembra y se cosecha una mata de yuca.
LO

Hablando de yuca
SO

Ese caso es actual y es una muestra microscópica, una


maqueta muy pequeña, de cómo nos enyucó el capitalismo
como pueblo y como cultura, hasta llegar al momento in-
aceptable, triste y miserable en que un hijo de la gran puta,
S

el habitante más rico de Venezuela, genere pánico y desaso-


PD

siego con solo dar la orden de no distribuir en los puntos de


venta la harina Pan.
Explicación del chiste: un coñoemadre que en su perra
vida habrá tocado una maldita mazorca de maíz, nos ha hecho

108
CUADERNOS CALLEJEROS

creer a nosotros, los inventores de la arepa, que sin la harina


inorgánica, esa que mientan “precocida”, nos moriremos de

A
hambre. El disparate tiene su origen en un crimen origina-
rio, que fue separarnos del país que estábamos a punto de

R
ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país indus-
trial, urbano y cosmopolita que nunca seremos. Puede que

TU
echándole mucha bola y sacrificando mucha dignidad a ratos
parezcamos neoyorkinos o parisienses, pero nosotros no so-
mos parisienses ni neoyorkinos sino una caricatura de esas

C
ciudadanías. Nosotros teníamos un país apegado a la tierra, a

LE
unas tradiciones, muchas de ellas españolas, pero por cierto
bastante nobles y tiernas, porque estaban dirigidas al vivir y
no al enriquecer a un explotador; teníamos un país en el que
la gente no tenía vergüenza de sembrar unas matas, levantar
A
una casa y coser unas ropas, pero cuando estalló el boom pe-
trolero y la orden de los dueños de nuestro petróleo fue emi-
R
grar en masa hacia las grandes ciudades y convertirnos en
PA

urbanos, empezaron a darnos asco todas esas cosas.


En 1929 se publicó una novela llamada Doña Bárbara,
obra cuya metáfora esencial se nos ha impuesto como em-
blema de la venezolanidad: hay un ser salvaje por derrotar
LO

(el campesino feo, hediondo a humo y a monte, a sudor)


y un Santos Luzardo que lo domina (el caraqueño blanco,
bien vestido y mejor hablado, que no olía a sudor sino a
perfume) a punta de civilización y buenos modales. Menos
SO

de veinte años después Caracas pasó de trescientos mil a un


millón de habitantes.
El proyecto de citadino de los años cuarenta todavía era
un campesino, pero estaba aprendiendo a vivir conforme a las
S

normas y el ritmo de la ciudad; de esa época data la aparición


PD

en el habla popular de dos dichos lamentables: “Aquí, jodido


pero en Caracas”, y “Caracas es Caracas y lo demás es monte
y culebra”. Entre la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y la
Venezuela protourbana de Medina Angarita, Luis Caballero

109
JOSÉ ROBERTO DUQUE

Mejías inventó la fórmula de la harina precocida de maíz,


y a los pocos años el derecho de masificar y explotar esta

A
fórmula pasó a las manos de la familia de Lorenzo Mendoza.
El negocio del año: cómo hacer desaparecer los vestigios de

R
ruralidad para adaptarse a las necesidades del capitalismo
industrial y comercial.

TU
La arepa que no es arepa

C
LE
Muchos venezolanos, más ingenuos que desinformados,
creen que comiéndose una arepa en una arepera en lugar de
una hamburguesa en cualquier hamburguesería les están
siendo fieles, de alguna manera, a lo venezolano. Pero el éxito
A
de la harina precocida de maíz es de la misma índole que el
de la hamburguesa: ambas son fórmulas que no le sirven a la
R
gente sino al capitalismo.
PA

En los años treinta del siglo xx, cuando a los genios de


Roosevelt se les ocurrió la idea de preñar de rascacielos Nue-
va York y otras ciudades para sacar a Estados Unidos de la
Gran Depresión (ser esclavo albañil se puso de moda, pues
LO

miles de hombres desempleados se lanzaban a la aventura de


pegar bloques, vigas y cabillas por un sueldo miserable, mien-
tras creaban megalópolis de concreto armado) cobró auge el
objeto-alimento más exitoso de la centuria: el famoso empa-
SO

redado, un truco tan sencillo como meter la comida dentro


de un pan para efectos de la comodidad y no tener que ba-
jar setenta pisos de andamios para sentarse a comer (o evitar
caerse por andar manipulando platos, cubiertos y vasos en
S

esas altitudes).
PD

Mientras el acto de nombrar al emparedado (o sándwich o


hamburguesa) obliga al honesto y correctísimo hecho de refe-
rirse al bojote completo, es decir, al pan y a lo que lleva aden-
tro, con la “arepa” de harina precocida se nos ha empujado a

110
CUADERNOS CALLEJEROS

una cándida y a la vez monstruosa trampa: uno dice “voy a


comerme una arepa”, pero en realidad nadie va a una arepera

A
pensando en zamparse la arepa sola. La arepa pelá y la arepa
de maíz pilado sí fueron el bocado nacional por antonomasia

R
y sí puede comerse sin relleno alguno, porque son de maíz
y saben a maíz. Pero la arepa de harina precocida no sabe a

TU
nada, así que hay que rellenarla con algo que le dé gusto y
sentido. Contra lo que dice Empresas Polar, la arepa de ha-
rina precocida no es el plato nacional, la vedete de nuestra

C
mesa, la novia esplendorosa, sino de vaina la muchachita que

LE
va atrás sosteniéndole el velo.
Hace poco tuve una revelación en una casa en el asenta-
miento campesino La Chigüira, en Barinas. Después que hubi-
mos comido la gente de la casa trajo el postre; era un plato con
A
tres arepas para compartir entre seis personas. Estaban frías,
pero mi media arepa me supo a gloria: por primera vez en mu-
R
cho tiempo me estaba comiendo media arepa de verdad. Los
PA

anfitriones de esa casa (Juancho, Laura) son colombianos.

¿A quién le sirve una “arepa” así?


LO

Lo que llaman “comida rápida” tiene la sospechosa virtud


de ahorrarnos tiempo y esfuerzo, y ese es el mismo concepto
que se explota para vender la harina precocida. ¿A quién se
SO

le ahorra tiempo? ¿A usted? Póngase a ver: usted ya no tiene


que sembrar, cosechar, sancochar, moler o pilar y amasar el
maíz, pero ese tiempo que se ahorra no lo está invirtiendo en
usted sino en cumplir con el requisito de la puntualidad. El
S

signo distintivo de la gente que sobrevive en capitalismo es


PD

la rapidez; cuando usted sale a las doce y regresa a la una y


media se siente satisfecho, no de haber almorzado sino de ha-
berlo hecho antes de que el aparato o persona que le vigila el
horario empiece a decir que usted es un irresponsable. Como

111
JOSÉ ROBERTO DUQUE

“el trabajo dignifica” y ser vago es una mancha horrorosa en


su biografía, usted termina dándole más importancia a traba-

A
jar que a comer.
Pero el capitalismo ya pensó en eso y no va a permitir

R
que usted se angustie: para eso creó la vianda o lonchera, ese
ataúd contentivo de la “comida” que usted hizo a los coñazos

TU
la noche anterior o el fin de semana, y que, como a cualquier
cadáver, la saca del congelador al crematorio (el horno mi-
croondas) y de ahí a la triste mesa dentro de la oficina, de

C
donde no saldrá para evitar llegar tarde. ¿Y en la casa, qué?

LE
¿Y mi arepita casera? Ahí tiene el tostiarepa, un artefacto di-
señado para que ni siquiera tenga que tomarse el trabajo de
acariciar la masa y de lubricar el budare.
Cierto que todos o casi todos terminamos aceptando y
A
naturalizando este ritual inhumano y vejatorio; una sociedad
que le da más importancia a la puntualidad en el trabajo que
R
a la comida es una sociedad de esclavos. ¿Usted de verdad ne-
PA

cesita esa forma de vida? No: la necesita la empresa, ministe-


rio, fábrica o maquila donde le exprimen su fuerza de trabajo.

El resto del crimen


LO

El crimen que nos despojó de nuestra cultura en forma-


ción tiene muchos rastros y señales; la clave gastronómica es
SO

apenas una de ellas. Así como los agroindustriales nos con-


vencieron de que el conuco es prehistórico, cochino, chaba-
cano e indigno, esas y otras hegemonías nos han inculcado el
asco, el desprecio y el temor a las casas de barro (para ven-
S

dernos cemento), a la caza y la pesca como cultura cinegética


PD

(para vendernos carne de vaca), a la posibilidad de hacer con


nuestras manos lo que en capitalismo se compra ya hecho
(por esclavos y para esclavos). Y así, nos enseñaron también
a detestar nuestros olores corporales (oler a ser humano es

112
CUADERNOS CALLEJEROS

oler a mierda: usa jabón y desodorante), nuestro color (tintes,


maquillajes), nuestra forma de hablar (diccionarios, cursos y

A
policías del lenguaje “correcto” como lo habla y escribe una
élite de españoles de academia), nuestra música.

R
Cuando Chávez propuso llenar las azoteas de los edificios
de sembradíos y gallineros verticales la reacción generaliza-

TU
da fue de asco, risa y pena ajena, porque para unos seudo-
cosmopolitas acostumbrados a la sifrina idea de que solo se
puede ser gente si se es profesional o intelectual, está bien el

C
orden que divide a la humanidad en esclavos (pobres), amos

LE
(ricos) y parásitos (clase media). ¿Para qué enseñar a mi hijo
a hacer casas si ya hay niños de su edad, hijos de esclavos
albañiles, que se la harán en el futuro? ¿Para qué enseñarlo
a sembrar si ya hay hijos de campesinos condenados a no
A
saber hacer otra cosa sino regar unas plantas de las que no
van a comer porque le pertenecen a la agroindustria? ¿Para
R
qué enseñar a mis hijos a hacer una mesa o silla o casa si
PA

esas cosas ya las venden hechas, y de polietileno? ¿Para qué


enseñarles a hacer zapatos o pantalones, si cuando sean pro-
fesionales van a poder ir a tiendas renombradas? ¿Para qué
enseñarles a tocar un cuatro o una bandola si por una módica
LO

suma aportada por el Estado puede aprender a tocar violín


o corno francés, cosa que da más caché y es más currrta que
andar tocando tambores?
De esto, y no de otra cosa, está hecha la afrenta del em-
SO

presario bobo (uno llama “bobos” a quienes nos someten y


nos aplastan a nosotros los vivos, y de paso se enriquecen con
ello, ustedes me entienden) que nos convenció de que la co-
mida solo es comida si se compra y se vende masivamente●
S
PD

113
A
R
El depredador

TU
(2014)

C
E LE
sta crónica iba a titularse “El ignorante”, rótulo más ajus-
tado al episodio que le dio origen. Pero se atraviesan esas
cosas del merchandising, la imagen personal que uno
cree que debe defender y las ganas de captar lectores con
A
cultura cinematográfica, y ustedes saben, cede la justicia y
termina triunfando el espectacular lenguaje de la guerra.
R
PA

***

Llegué a mi casita de madera en construcción. Me alis-


té para trabajar, busqué las herramientas, me paré frente
LO

a una de las paredes, y vi que esta se movía. Se meneaba,


culebreaba como una bandera. Me puse los lentes; lo que se
movía no era la pared sino los millones de hormigas que la
cubrían. Eran unas bichitas de culito rojo, no tan impresio-
SO

nantes como los clásicos bachacos, aunque pude distinguir


algunas de grandes tenazas y supuse que eran los soldados
de la partida.
Marea de innumerable vértigo, la hecatombe animal se
S

apoderaba del ranchito. Y se me dispararon las sirenas de


PD

alarma. Si esas bichas anidaban ahí, yo no podría habitar


nunca esa casa, que por cierto es la única que tengo.

***

114
CUADERNOS CALLEJEROS

Me armé entonces de lo más eficaz de lo que disponía para


combatir a los bichos salvajes, esos enemigos incómodos que

A
nos impiden construir nuestra casa: sustancias tóxicas. Gaso-
lina, gasoil y creolina; un tobo entero de una mezcla de esas

R
tres sustancias, que juntas seguramente son más venenosas y
letales que lo que pueda tener una mapanare en sus pertre-

TU
chos. Iba a usar candela también, pero fíjate tú, la mía es una
construcción noventa por ciento de madera.
Les zumbé varias cargas con un vaso pequeño, así de leji-

C
tos. Las hormigas se agitaron, comenzaron a correr en todas

LE
direcciones. Ya estábamos igualados en algo: yo estaba sobre-
saltado, ellas también.
Busqué un cepillo de barrer y una brocha para aplicar el
resto del líquido directamente en las paredes. Barrí, cepillé,
A
arrasé a lo macho a docenas, centenares, tal vez miles de las
invasoras. Estaba en eso, más o menos eufórico y excitado,
R
cuando recibí un gol en contra. Más bien dos: escuché cla-
PA

ramente algo que me sonó tac, tac en la pantorrilla derecha;


acto seguido un dolor lacerante y ardiente, y segundos des-
pués una sensación que no tengo por qué reservarme ni tratar
de narrar de manera elegante (porque es imposible): esas dos
LO

pequeñas picaduras me dieron ganas de cagar.


Me imaginé la picadura de cien, doscientas o mil de esas
hormigas en el cuerpo de alguien perdido o descuidado en es-
tas montañas. Aplasté con más dolor que rabia a las dos agre-
SO

soras y me vi las heridas: aquí las tengo. Muy grandes para ser
infligidas por ese par de bichitas. Me acordé de la canción de
Gino: “Solos somos la gota; juntos, el aguacero”.
Hasta ese momento no se me había ocurrido pensar en
S

la forma en que esas locas habían llegado allí, y por supuesto


PD

miré hacia el piso. No estaba cubierto totalmente como las


paredes, pero había tres filas/oleadas de insectos trotando
hacia su objetivo. A tener cuidado entonces con los puntos
donde pisaba.

115
JOSÉ ROBERTO DUQUE

Vacié medio tobo del coctel tóxico dentro de la casa, salí


y utilicé el otro medio tobo en la fachada principal. Se me

A
acabó el combustible y pensé, optimista y más o menos or-
gulloso, que mi matanza y el olor de la mezcla iban a ser sufi-

R
cientes para espantarlas. Tuve entonces el impulso de seguir
el rastro del río animal que subía desde la calle; miré con

TU
atención y vi algo que, debido al estado de alarma en que me
encontraba, no me dediqué a contemplar con toda la aten-
ción que se merecía: imbuida en la marcha caminaba una

C
hormiga perfecta, de unos tres centímetros, casi animación

LE
3D: una hormiga de plástico, blanca con lunares azules, que
no sé si vuelva a ver en la vida.
Bajé las escaleras, miré la cuneta, me fijé en la enorme
fila; las invasoras venían en correcta y torrencial formación
A
desde allá, desde muy lejos, desde el coñísimo de su madre, y
ni el movimiento ni el número de ellas se terminaba. Ni cien
R
tobos de combustible iban a acabar con esas diablas, y yo no
PA

tengo cien tobos de combustible ni de nada.


Martín, un niño de diez años, vecino de la comunidad, se
acercó a curiosear y me preguntó en qué andaba. Después de
mostrarle y comentarle el rollo me dijo: “Mi papá dice que a
LO

esas bichas hay que dejarlas tranquilas”.


No le paré bolas. Nadie le hace caso a un niño de diez
años, así esté citando a su papá.
¿Regalarles mi casa a las hormigas? Mamen.
SO

***

Bajé al pueblo a buscar ayuda y asesoría; los campesinos


S

altamireños han sido durante más de un año mis maestros


PD

en materia de siembra, alimentación, construcción y otros


aspectos de la vida en la montaña, así que ellos debían saber
cómo combatir esta plaga. Me encontré con la señora María
y el compai Angelón y les pregunté si tenían algún insecticida

116
CUADERNOS CALLEJEROS

que pudiera aplicar en grandes cantidades, con asperjadora.


Les describí el problema que tenía y les mostré unos pocos

A
cadáveres de los insectos que me azotaban. Los dos hablaron
al mismo tiempo, pero a los dos los oí por separado:

R
—Ay, señor Duque...
—¿Tú eres güevón?

TU
***

C
Sucede que entre los muchos rituales populares del pue-

LE
blo de Altamira se encuentra uno del que yo no tenía noticias:
de vez en cuando, en tiempo de lluvia, aparece una bandada
de hormigas cazadoras (así las llaman) en una casa cualquie-
ra. Este es un acontecimiento fortuito que algunas veces le
A
sucede a una casa y a veces a varias; a otras no les ocurre nun-
ca. En cualquier caso, es una bendición. Un súbito regalo de
R
la selva a los seres humanos que tienen aquí sus viviendas:
PA

las hormigas no llegan para anidar o quedarse allí sino para


limpiar la casa. Este depredador multitudinario se mete en
todos los rincones y arrasa con cuanto alacrán, culebra, ratón,
polilla, termita y animal nocivo o buen culo se atraviese.
LO

Cuando sucede esto es común que la familia premiada


desaloje la vivienda durante todo el día, hasta que llega la no-
che; en ese intervalo de tiempo la gente se instala en una casa
vecina mientras las cazadoras hacen su trabajo, se llevan lo
SO

que encuentren por ahí mal parado y siguen su camino. Son


nómadas, un río constante que no hace nidos ni madrigue-
ras sino que surca lo inmenso del húmedo y frío bosque del
piedemonte, cumple su misión de profilaxis y sigue para allá,
S

para donde sea y para más nunca.


PD

En términos abstractos es temible su potencia; un coco-


drilo, león o jaguar se burlaría de un encuentro con una, dos o
diez de estas hormigas. Pero ningún ser viviente sobreviviría
al ataque de treinta millones de ellas. Solo que ellas no vienen

117
JOSÉ ROBERTO DUQUE

a atacarte, estúpido: vienen a limpiarte la casa, a hacértela


más habitable.

A
***

R
Y sí, me siento mal, culpable, profundamente ignorante.

TU
Están los depredadores que cazan para comer y estamos los
que matamos porque le tememos a lo que no conocemos.

C
***

LE
Anoten los datos centrales del cuento: miedo, sentido de
la propiedad. De ser un carajo que defiende la causa de los
débiles me convertí de pronto en un amo con miedo; en un
A
propietario dispuesto a defender con violencia sus dominios.
Yo estoy haciendo una casa ahí en el territorio donde
R
ellas vivían primero. Aun así no vinieron a desalojarme sino
a hacerme tremenda segunda, pero del lado de allá lo que vi
PA

fueron soldados. Uno prefiere llamar soldado a una legión de


animalitos con tal de anunciar que lo que viene es el relato
de una guerra espantosa, una coñacera épica. Como la for-
LO

mación emocional y sentimental de nosotros, los esclavos del


capital, proviene en buena parte del cine gringo, no es difícil
adivinar qué cosa produjeron en nuestros adentros las pelí-
culas sobre esos seres malditos llamados tarántulas, mara-
SO

buntas, anacondas, tiburones y cualquier iguana o lagartija


transfigurada en Godzilla.
Eso de ser urbano o citadino consiste en buena parte en
negar el ser natural que somos (proceso civilizatorio llaman
S

a eso), así que se van entendiendo el desapego a la tierra y el


PD

terror a la naturaleza de nosotros, los que fuimos secuestra-


dos por la ciudad.
Esa fobia contra nuestros hermanos tiene un síntoma
evidentísimo en el lenguaje: el peor insulto que usted puede

118
CUADERNOS CALLEJEROS

proferir contra alguien en cualquier idioma moderno es ani-


mal. Si alguien no se altera porque usted lo llame así puede

A
ser más específico e intentar con algo como burro, zorra, co-
chino, gallina, gusano, chigüire o pato.

R
***

TU
Solos somos la gota y juntos el aguacero: aquello fue una
lección de trabajo colectivo. Táctica o estrategia que sirve

C
para la destrucción y también para la construcción.

LE
***

Nota mental, por enésima vez: no combatir la naturaleza


A
sino adaptarse a ella. Si la naturaleza se opone, mejor apar-
tarse y dejar que se le pase la furia o la traslade para otro lado.
R
“Hacer que nos obedezca” es imposible; nosotros no somos
los papás de la naturaleza, sino uno de sus interesantes (y a
PA

veces muy miserables) productos●


LO
SO
S
PD

119
A
R
Mayweather o la crisis de la industria

TU
del espectáculo
(2015)

C
D LE
esde que el milenario arte del teatro mutó hacia la te-
levisión y el cine (y luego a sus variantes marca inter-
net) algunas de las formas de divertir a los demás en
un espectáculo han florecido y caído en desuso, pero
A
siempre han mantenido unos códigos. En algunas de esas
R
actividades (casos del cine, el teatro, la lucha libre, algunos
programas de TV; por allá lejos la literatura) el espectador
PA

está dispuesto a dejarse engañar, a pagar y aplaudir para


que le mientan, para que le inventen una fantasía que lo
haga llorar, reír o reflexionar. El espectáculo (palabra que,
por cierto, tiene la misma raíz etimológica que la palabra
LO

“espejo”) puede entonces hacer que el espectador se sienta


representado en esos seres que le caen a mentiras. Como si
se tratara de un espejo embustero y estafador.
SO

En el caso de los deportes la cosa es un poquito distinta: la


gente espera que los jonrones, nocáuts, goles y demás marca-
dores de la victoria sean reales y no prefabricados, trajinados o
amañados. Los ídolos y hazañas deportivas tienen que ser rea-
S

les; la pérdida de la credibilidad puede significar el fin del espec-


táculo (del negocio), de allí que a Pete Rose y a Ben Johnson los
PD

hayan borrado de todos los récords e historias deportivas, como


si ellos fueran los únicos tramposos de la historia del deporte.
De todas formas, en esas contiendas se gesta otro tipo de
mentiras. Por ejemplo, aquella monstruosa y sutil que empuja

120
CUADERNOS CALLEJEROS

al público a creer que las victorias deportivas son reflejo o com-


probación de la superioridad de una facción, llámese escuela,

A
equipo callejero, municipio, estado, país o cultura. Venezuela
no necesita que la vinotinto vaya a un mundial o que Pastor

R
Maldonado termine una carrera sin chocar ese maldito carro,
pero parece que hay cosas que levantan la autoestima de los

TU
pueblos, y esas cosas hay que respetarlas.
Vinimos a hablar de boxeo, así que digámoslo de una
buena vez: en la bárbara antigüedad romana los esclavos

C
devenidos gladiadores peleaban y mataban a cambio de con-

LE
servar una vida precaria, mientras que en el avanzado y civi-
lizadísimo capitalismo industrial algunos de esos esclavos lo
hacen por millones de dólares (que luego derrocharán para
regresar sin remedio a una vida precaria). En otra variante
A
remota del mismo espectáculo los animales salvajes despe-
dazaban personas desarmadas o provistas de armas, para
R
solaz y excitación de una aristocracia enferma. Los gladia-
PA

dores de hoy se despedazan entre sí ante las cámaras para


que millones de enfermos nos emocionemos y unos pocos
empresarios se lleven la colosal tajada. Espectáculo = espe-
jo: nos sentimos impotentemente Pacquiao al no poder re-
LO

ventar a golpes al gringo pedante, y mire lo grave de nuestra


enfermedad que no sabemos ni queremos explicar por qué
queríamos que perdiera ese coñastre insípido, tan parecido
al presidente de su país, pero tan parecido también a tantos
SO

panas del barrio y la esquina.

***
S

Se lo dijo Sugar Ray Robinson a Herbert Kretzmer durante


PD

una entrevista. El periodista le preguntó por qué había decidi-


do meterse a boxeador. Sugar Ray respondió: “Un día me miré
la mano izquierda. Después me miré la derecha. En ninguna
había dinero”. Los boxeadores pelean y quedan reducidos a

121
JOSÉ ROBERTO DUQUE

despojos humanos por plata, esto ha sido así toda la vida.


En toda su carrera boxística, que duró un cuarto de siglo

A
(1940-1965), Robinson, de quien se dice que ha sido el mejor
peleador de todas las épocas, declaró haber acumulado una

R
fortuna de cinco millones de dólares. En 1974 Muhammad
Alí y George Foreman se ganaron cada uno esa cantidad por

TU
pelear poco más de veinte minutos; treinta y un años después
Mayweather y Pacquiao se acaban de repartir trescientos mi-
llones: el filipino por tratar de pelear con el norteamericano y

C
este por huir durante los doce rounds que duró el “combate”.

LE
Volvemos al espectáculo-espejo de nuestra miserable
formación capitalista: hablamos de Mayweather en tono de
burla y desilusión porque estamos entrenados para emocio-
narnos al ver a dos seres humanos cayéndose a coñazo limpio
A
o sucio. El gringo aplicó a cabalidad una regla universal del
boxeo, que consiste en pegar y no dejarse pegar, pero nues-
R
tra condición de espectadores de la violencia esperaba que
PA

esos gladiadores hubieran terminado bañados en sangre. En


nuestra defensa pudiera decirse que la pulsión primitiva que
nos hace enardecer ante las masacres y el dolor ajeno es muy
anterior al capital: el mejor sinónimo de “comer” es “matar”
LO

(en una próxima entrega nos regodearemos en esa cruel pero


irrefutable verdad) así que no hay nada que nos estremezca,
tanto como el hambre y la necesidad de morder, que el espec-
táculo de un depredador destrozando a su presa.
SO

Tuve una revelación al respecto hace años, leyendo so-


bre la vez que Roberto Mano’e Piedra Durán ganó uno de
sus títulos mundiales. El panameño tenía problemas para
mantenerse en el peso de su categoría, así que debía some-
S

terse a una dieta muy rigurosa. Su entrenador (perdonen el


PD

lapsus, no recuerdo quién era en ese momento) contaba va-


rios años más tarde en una entrevista que a Mano’e Piedra
le deban para que probara un churrasco a “término medio”,
pero le indicaban que solo lo masticara, se tragara el jugo

122
CUADERNOS CALLEJEROS

y botara la parte sólida. Esto era importante (decía el pre-


parador): que el boxeador se enfrentara con frecuencia en

A
la mesa a un pedazo de carne roja, sangrienta, ya que esto
mantenía en los seres humanos el instinto depredador vivo,

R
a flor de piel, esa cosa que necesitan los boxeadores y que es
alimento del “pundonor”. Recuerdo que esa fue la palabra

TU
que utilizó el entrenador.
Lo llamé “pundonor” hasta que di con el sustantivo co-
rrecto: “encarnizamiento”. La forma en que Roberto Durán

C
peleaba da pistas certeras sobre el significado exacto de la pa-

LE
labra. El que se encarniza es el opuesto exacto del “comeflor”,
y habrá que estudiar si esta otra palabra obedece solo a una
observación superficial de ciertas conductas relajadas o si de
verdad el forzarnos a ser vegetarianos termina por apaciguar
A
alguna bestia de los adentros.
Espejo-espectáculo: nos vemos en el vencedor porque
R
anhelamos ser el depredador y nunca la presa. Es fácil ex-
PA

plicarse desde este punto el triunfo global del capitalismo:


quienes nos estimulan para que destruyamos al otro están
acudiendo a atavismos biológicos quizá mal sepultados. A lo
más primario que tenemos, al motor fundamental de la espe-
LO

cie que es el hambre (de comida, de sexo, de supervivencia,


de reconocimiento, de dominio territorial, de victoria), esa
cosa que solo la conciencia puede convertir en combustible
para la vida en dignidad.
SO

***

La industria del espectáculo deportivo, tal como la cono-


S

cemos, tiene poco menos de cien años de desarrollo y consoli-


PD

dación. En ese ínterin ha visto florecer momentos y persona-


lidades grandiosas y ha visto venir una lenta pero sostenida
debacle. Hoy proliferan las marcas y records pero van desapa-
reciendo las personalidades magnéticas, los ídolos de verdad,

123
JOSÉ ROBERTO DUQUE

los que eran representación (espejo) de sus pueblos. Unas


cosas eran el deporte y el boxeo amateur, y otras esencial-

A
mente distintas el espectáculo del deporte por dinero, por
millonarias bolsas, el deporte-negocio. Hubo una etapa del

R
boxeo profesional en que los combatientes luchaban por algo
relacionado con el patriotismo y el honor, algo que parecía

TU
gallardo y grandioso así en el fondo también fueran miseria e
ignominia. Esto se ha ido deteriorando y envileciendo a una
velocidad monstruosa.

C
Caso Mayweather: cuando a un señor lo presentan como

LE
al “mejor boxeador del planeta” y el hombre termina dando
una lección de danza contemporánea para no dejarse lastimar
el rostro, está rompiendo uno de aquellos códigos del espec-
táculo de los que hablábamos arriba: los ídolos del deporte y
A
sus hazañas tienen que ser reales, patentes y convincentes.
¿Somos enfermos espectadores sedientos de sangre? Lo so-
R
mos: el que se lleva los dólares, la fama y la “gloria” aceptó
PA

satisfacer esa fanaticada y haría bien en atenerse a las normas


del show. O concretar la estafa y convertirse en agente del fin
del espectáculo.
La danza de los millones de dólares puede darle un respiro
LO

un rato más al boxeo-espectáculo, pero un escenario en el que


cualquier boxeador (no es exageración: cualquiera) puede ser
campeón de cualquiera de las muchas organizaciones de bo-
xeo existentes, no parece un buen síntoma de lo que viene. La
SO

humanidad pudiera estar encaminándose a otras formas de


generación de emociones●
S
PD

124
A
R
Sobre la comunidad que decidió comer

TU
potaje gratis
(2015)

C
E LE
n una carretera de Barinas, que recorro varias veces a la
semana, hay un caserío llamado Vega del Puente. Desta-
can en la orilla de la vía unos gaviones (esas estructuras
de piedra sujetada por redes de alambre que evitan o
A
contienen los derrumbes). Pasé el viernes en la mañana por
R
ahí y vi a unas personas montadas en el piedrero recogiendo
algo. Seguí de largo, pero cuando regresé de mis diligencias
PA

me paré en el lugar a ver qué vaina era aquella. Y sí, en efec-


to, eran vainas, miles de vainas: la gente que vi en la mañana
estuvo ahí recogiendo tapiramas. Para nosotros, capitalistas
por costumbre y formación, el titular de la noticia que fun-
LO

ciona es este: en un país donde ciertos coñoemadres decidie-


ron que la caraota cuesta mil quinientos bolos (precios de
2015) la gente estaba recogiendo tapiramas gratis, nacidas
SO

en un piedrero infame.
Una tapirama, para no darle más vueltas cientificistas a
la cosa, es una especie de caraota silvestre, una leguminosa
que crece como monte y en efecto es monte. Un grano que
S

nos alimentó durante cientos o miles de años hasta que llegó


el mercado y nos dijo: “Epa, tú tienes que ser una persona
PD

decente. No recojas granos del monte: cómpralos en el su-


permercado”. Desde entonces se nos olvidó que existen do-
cenas y docenas de variedades de estos granos comestibles,
y nos aplicamos a comer solo diez o doce pepas comerciales:

125
JOSÉ ROBERTO DUQUE

caraotas negras, rojas y blancas; arvejas, un par de frijoles,


lentejas, quinchonchos y tres o cuatro más.

A
Una de las tapiramas encontradas aquí la conocía; es tapi-
rama negra, muy parecida a esa caraota comercial que llevan

R
los pabellones. La otra es para mí una novedad: una tapirama
muy parecida a la paspasa “vaquita”, popular en Sanare, pero

TU
no es una paspasa sino una tapirama.
Me bajé y les caí a preguntas a algunos habitantes, y los
titulares son estos: la enfermera del dispensario del caserío,

C
que vive en Barinitas y se llama Eloísa, recogió esas semillas y

LE
las llevó a la comunidad. Se las dio a varias familias para que
procedieran a sembrarlas, y varias de ellas tienen su moño
de caraotas en el patio, en la jardinera, en las áreas comunes.
A ***
R
Una coñita de cuatro años, llamada Chiquinquirá, aga-
PA

rró por costumbre abrir huequitos en el patio de su casa y


eso está ahora cundido de tapiramas, por su culpa. Y la culpa
de las caraotas en la orilla de la carretera es de la enfermera
Eloísa, que agarró varios puños de semillas y las tiró ahí en
LO

el bulto de piedras, donde se supone que solo proliferan los


lagartijos y el monte.
Y bueno, hay monte que se come, vaya sabiendo: la gente
de Vega del Puente declara orgullosa que ahí ya nadie compra
SO

caraotas, y que es común que en esas casas preparen unos


potajes bellos con los granos mezclados y la respectiva guar-
nición de papas, aliños (que también siembran ellos mismos)
y más de un trozo de cochino.
S

El ciclo de estas leguminosas es un prodigio de genero-


PD

sidad: son plantas perennes, lo que quiere decir que nacen,


florean (“florecen”, dicen los poetas burgueses), echan sus vai-
nas, y cuando ya las semillas comienzan a secarse empieza la
floración otra vez. Eso ocurre hasta cinco veces en el año: de

126
CUADERNOS CALLEJEROS

dos a tres kilos de comida echa cada una de estas enredaderas


en cada carga. Así de violenta y fecunda es esta mata. Les dije

A
a esas personas que eso que estaban haciendo es la cosa más
importante que pueden hacer las comunidades de este país,

R
que si todos los venezolanos estuviéramos haciendo esto no
habría especulación ni escasez. Me miraron extrañados, así

TU
como diciendo “ah verga y a este loco qué le pasa”, pero no
importa, ya les explicaré con más calma. Sé que entenderán
mejor cuando les diga que si todo el mundo hiciera eso que

C
ellos hacen derrotaríamos el mecanismo y la clase criminal

LE
que han permitido que la comida no sea un derecho humano
sino una mercancía, y bien cara.
Matas nobles como ellas solas: nacen en cualquier piedre-
ro vil, son atacadas por insectos y sin embargo cargan varias
A
veces al año.
Agarré a siete vecinos del caserío La Quinta (diez kilóme-
R
tros más arriba), a quienes estoy adiestrando para que escri-
PA

ban para el periódico Piedemonte, y me los llevé para allá, con


dos misiones. Una, que recabaran y escribieran ese cuento o
noticia para nuestro periódico. Dos, que recolectaran de esas
para que vengan y reproduzcan la experiencia en su caserío.
LO

Vega del Puente es una comunidad que espontáneamente de-


cidió ser guardiana de semillas; vamos a ver si en La Quin-
ta hay músculo y ganas para copiar el proceso. Allá los dejé
conversando y bajé para Barinitas para hacer tiempo. No me
SO

preocupó para nada que esos aprendices de periodismo deja-


ran información sin recabar. ¿Por qué? Sencillo, papá: lo que
dejé allí funcionando fue una conversa entre agricultores. Y,
que se sepa, los agricultores saben de esas cosas más que los
S

periodistas.
PD

Sabes que uno anda por ahí tratando de organizarse y


de animar a la gente para que identifique, recolecte y propa-
gue semillas nativas y/o en peligro de extinción (nos llaman
“guardianes de semillas”; a mí me gusta el mancillado y casi

127
JOSÉ ROBERTO DUQUE

olvidado término “catabre”). Pero es un hecho que, hagamos


lo que hagamos, siempre habrá gente de nuestro pueblo que,

A
sin andar reclamando títulos o denominaciones, nos lleva
una morena●

R
TU
C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD

128
A
R
La rebelión de Nuevo Callao

TU
y el poblado posible
(2017)

C
LE
Para llegar a la historia

A
quí tuvo lugar uno de los hitos más importantes de
A
las luchas mineras en Venezuela: la rebelión de Nue-
vo Callao (1995). En este tiempo de transformación de
R
la actividad minera en nuestro país es pertinente revi-
PA

sar la evolución de ese poblado hasta el momento actual. Su


fundación fue violenta; mineros organizados de Tumeremo
se pusieron al frente de una multitud harta del saqueo y la hu-
millación de la transnacional Greenwich Resources, expulsó a
LO

los dueños de la compañía que se llevaba el oro de Venezuela


y desde entonces la explotación minera está a cargo de peque-
ños mineros organizados.
Está llena de falsedades la propaganda que quiere sata-
SO

nizar a los pueblos mineros, exponiéndolos al desprecio del


resto del mundo como territorios donde solo existe barbarie,
catástrofe y corrupción. Tampoco proceden la edulcoración
ni la idealización de un fenómeno económico-social que sí ha
S

sido violento y tortuoso, como todo proceso creador de socie-


PD

dades. Hay problemas y complejidades que el Arco Minero


del Orinoco no ha creado, sino que está comenzando a siste-
matizar para normar y corregir algunas situaciones inacepta-
bles. Unos problemas y complejidades que un buen número

129
JOSÉ ROBERTO DUQUE

de personas pensantes y trabajadoras están luchando desde


hace años para eliminar o transformar.

A
El municipio Sifontes del estado Bolívar es un territo-
rio con una historia de luchas populares y numerosos en-

R
sayos de organización social y política. Por eso, los planes
de humanización y dignificación de la actividad minera

TU
son un proyecto realista y posible: allí donde el fascismo y
la ignorancia se empeñan en ver salvajes, hay en realidad
seres humanos con el talento y el impulso de vivir de otra

C
forma, conservando y humanizando su actividad económi-

LE
ca primordial.
En esta primera entrega se arrojan luces sobre un con-
texto histórico y sobre el espacio geográfico, una visión ini-
cial necesaria para entender la enormidad del trabajo hecho
A
por la gente, cuando expropiar empresas no era una política
de Estado sino una gesta heroica de pueblos.
R
PA

***

Antes del renacer del oro la fiebre era de balatá.


En este territorio selvático del estado Bolívar la explo-
LO

tación del caucho llegó a ser mucho más rentable que la del
oro, más o menos hasta mediados del siglo xx. Era una acti-
vidad ruda, que podía llegar a ser cruel e inhumana.
A los hombres, miles de hombres, que venían a extraer
SO

de un coloso vegetal la materia prima del caucho, los llama-


ban pulgueros. Eran los obreros encargados de trepar a un
árbol alto y robusto llamado pulgo, hacerles cortes transver-
sales que hacían drenar la savia, un líquido blanco y viscoso,
S

hacia un canal principal, en cuyo extremo inferior se colo-


PD

caba una especie de canal metálico. Por allí corría el líquido


e iba a parar a un recipiente. Ese recipiente era puesto en el
fuego y la sustancia se iba convirtiendo en una pelota de goma
que se vendía a buen precio. Suena fácil y hasta divertido el

130
CUADERNOS CALLEJEROS

trabajo, pero el paludismo y los accidentes laborales diezma-


ron centenares de estos trabajadores.

A
Todavía se pueden ver, en la vía que va desde la comuni-
dad kariña Los Guaica hasta Pueblo Viejo (centro fundacional

R
de Nuevo Callao), e incluso más adentro entre las actuales
minas de oro, algunos de esos árboles centenarios, objeto de

TU
explotación. Les haces un pequeño corte levantando la corte-
za y la leche del caucho vuelve a fluir.
Marcos Rivero y Luis Gerónimo Marcano conservan algo

C
más que el simple cuento/testimonio de los viejos: el prime-

LE
ro vio muchas veces al pasar algunos de aquellos canales re-
colectores incrustados en los árboles, pero cuando adquirió
conciencia del valor patrimonial de esos objetos fue a ver si
recuperaba alguno y ya no quedaban rastros. Marcano tuvo
A
más sentido de la oportunidad y conserva una “espuela”, im-
plemento que los pulgueros se colocaban a la altura de los
R
tobillos para ayudarse a trepar por los troncos hasta arriba.
PA

La vía que conduce desde Tumeremo hasta Nuevo Callao


es asfaltada hasta un punto; es la Troncal 10, la carretera na-
cional que comunica con la Gran Sabana. Luego hay que des-
viarse hacia el este por una vía de tierra, transitable por un
LO

corto trecho para cualquier vehículo en buenas condiciones,


y de pronto se convierte en una pequeña pesadilla en la que
solo se puede seguir en una Toyota (las hazañas cotidianas
han inmortalizado esta marca japonesa), en moto o a pie. La
SO

otra opción es un helicóptero (el pájaro, lo llaman), pero hace


unos años este medio de transporte dejó de ser una alternati-
va viable, por los costos.
Muy contadas veces, sobre todo en casos de emergencia,
S

los pobladores de Nuevo Callao solicitan uno por teléfono a la


PD

compañía Ranger, pero tienen que estar dispuestos a pagar el


precio: treinta gramos de oro o sesenta millones de bolívares,
por una “carrerita” hasta Tumeremo, que dura unos pocos
minutos. Hacia el año 1996 los estudiantes y la maestra de la

131
JOSÉ ROBERTO DUQUE

escuela de Rancho de Lata (un sector del núcleo fundacio-


nal de Nuevo Callao) se trasladaban en helicóptero desde

A
la orilla del río Botanamo hasta la sede del plantel ubicada
a unos dos kilómetros. Ahora ese corto trayecto se hace

R
por picas y caminos.
Tumeremo queda a unos sesenta kilómetros de Nuevo

TU
Callao, pero por ese intento de carretera (una pica, en el len-
guaje popular de los lugareños) puede uno invertir hoy entre
una hora y media y doce horas, dependiendo de las condicio-

C
nes climáticas, las del terreno y las del vehículo en que uno se

LE
mueva. A mediados de noviembre de 2017 hicimos el trayecto
en casi cinco horas. Es tiempo de lluvias esporádicas y pasa-
jeras y esa escasa agua es suficiente para llenar el camino de
lagunas, repentinas trampas de arcilla, huecos formidables
A
que la Toyota sortea ayudada por el güinche y sus aliados,
los muchos árboles del entorno. Si uno viaja al descubierto
R
en la parte trasera, la faena se agradece si uno va dispuesto a
PA

“pasarla distinto”, en clave de aventura memorable para cita-


dinos. Hay un bejuquito insidioso y malasangre lleno de espi-
nas curvas como uñas de gato, que cuelga de los árboles y pa-
rece haber sido diseñado especialmente para amagarle la vida
LO

a los viajantes distraídos; si uno no lo esquiva a tiempo puede


romperle la piel, la ropa o incluso llevarse impunemente un
ojo. En la zona lo llaman jalapatrás, y créanlo, no podía llevar
un mejor nombre esa ramita tan ladilla.
SO

Hay que bajarse y caminar cada tantos kilómetros, por-


que hay tramos en que la Toyota tiene que lidiar con el menor
peso posible contra el barro y a veces se inclina hasta casi vol-
tearse; es difícil decir si esos hombres llevan la camioneta o si
S

la camioneta los lleva a ellos. Uno ha transitado por carreteras


PD

feas en la vida, y esta califica como de las más odiosas. Pero


cuando uno le comenta esto al chofer de la Toyota el hombre
suelta un grito de burla y aporta este otro dato toponímico:
“¡Muchacho!, esta carretera es bella, esto es una autopista.

132
CUADERNOS CALLEJEROS

Si quiere ver carretera mala siga hasta Botanamo; antes de


llegar hay un pedazo que llaman La Lambada”. Quienes no

A
se hayan enterado de que hubo un baile brasileño de moda
en toda América los años ochenta, solo tienen que buscar los

R
videos: aquello era una faena hipnotizante en que las garotas
agitaban cintura, cadera y culo en un despliegue maravilloso

TU
de sensualidad. Vaya y mire los videos: así mismo se menean
las Toyotas llenas de gente y mercancías al pasar por esa parte
de la ruta.

C
Unos kilómetros antes de llegar al río Botanamo (río que

LE
es preciso cruzar en chalana artesanal, esperar que la Toyota
haga lo mismo y proseguir) los mejor informados informan:
“Debajo de la carretera, en esta curva, aparecieron enterra-
dos varios cadáveres el año pasado. El helicóptero donde
A
vino la fiscal general aterrizó en este punto y aquí mismo
uno veía botadas las batas, guantes y mascarillas que usaron
R
los forenses”.
PA

Venimos de El Callao, donde uno aprende por esas co-


sas de los nombres de los pueblos que hay asuntos que no es
bueno andar comentando ni preguntando mucho en público,
pero está claro que se estaban refiriendo a la masacre perpe-
LO

trada por El Topo y su banda.


Esa matanza, que según cuentan los vecinos no fue ejecu-
tada allí sino en un lugar lejano, y esta carretera solo les sir-
vió a los asesinos para ocultar los cuerpos, no ha sido lo más
SO

espectacular que ha ocurrido en este pueblo. Hay sacudones


lamentables y perversos, y hay otros que funcionan como
punto de arranque o big bang para las faenas edificantes de
los pueblos.
S

En Nuevo Callao hay comunidades kariña que viven de la


PD

caza y la pesca, también de sus conucos y de su elemento an-


cestral por antonomasia: la yuca y sus casabes. No es extraño
que de vez en cuando aparezcan por el pueblo vendiendo pie-
zas de cacería: venados, lapas. Los moradores han visto cerca

133
JOSÉ ROBERTO DUQUE

del poblado ejemplares de león barretiao, dos variedades de


tigres, ofidios de varios calibres. Las minas de Nuevo Callao

A
están, entonces, en medio de una selva espléndida, remota y
peligrosa en muchos sentidos.

R
TU
La rebelión de 1995

A finales de mayo de 1995, días después de la toma-rebe-

C
lión de Nuevo Callao, un vehículo avanza por la Troncal 10,

LE
la carretera que conduce a Upata con el eje Guasipati-El Ca-
llao-Tumeremo-Gran Sabana, ese territorio lleno de oro y de
gente luchadora. En las alcabalas se ha redoblado la vigilancia
y el celo con todo lo que se desplace por allí, debido al tremen-
A
do impacto que ha causado la expulsión de una corporación
inglesa por parte de un grupo de mineros y revoltosos. En una
R
de las alcabalas, uno de los guardias se detuvo durante más
PA

tiempo de lo normal a observar dentro del carro, a cada uno de


los cuatro viajeros. Momento de tensión; en el auto viajaba un
personaje en modo clandestino, pues andaba buscado o segui-
do muy de cerca por los cuerpos de seguridad del Estado. Esta
LO

historia continuará al final de esta otra historia, la que sigue.

***
SO

En los parajes selváticos de la mina conocida como Nuevo


Callao, al sureste de Tumeremo y en dirección hacia el terri-
torio Esequibo, los administradores, capataces y propietarios
de ese yacimiento de oro se comportaban como uno espera
S

que se comporte todo ente tiránico, en este caso un consorcio


PD

transnacional. Nadie se movía a largo de las diecisiete mil hec-


táreas que “alguien” le entregó en concesión a la Greenwich
Resources, empresa inglesa dedicada a la explotación de oro
en varias partes del mundo, sin arriesgar la vida.

134
CUADERNOS CALLEJEROS

Muchos fueron los mineros que fueron secuestrados,


torturados y vejados entre las décadas de los setenta y los

A
noventa por un pequeño ejército privado de criminales apo-
yados por la Guardia Nacional, por el solo acto de meterse a

R
ese territorio, que queda en Venezuela pero que era propie-
dad de una empresa transnacional, y buscar unos gramos

TU
de oro para medio ensayar la sobrevivencia de una familia.
En la década de los ochenta un gramo de oro valía apenas
real y medio (0,75 bolívares), y esto no alcanzaba sino para

C
resolver el desayuno muy modesto de una persona. En otra

LE
entrega se analizará la evolución y algunos datos compara-
tivos del precio del oro; de momento, limitémonos a retener
el detalle, muy revelador, de que para obtener un gramo de
oro de una veta a veces es preciso remover cientos de ki-
A
los de material (mayoritariamente cuarzo). Transportar esa
enorme cantidad fuera de los inmensos territorios de “los
R
gringos”, que así llamaban en Tumeremo y sus alrededo-
PA

res a los odiosos invasores que se comportaban en nuestra


tierra como si fuera su finca particular, era una verdadera
hazaña. Quienes no lograban esa hazaña eran capturados
y tratados como delincuentes. Los mineros venezolanos
LO

no podían sacar oro del pedazo de suelo (venezolano) asig-


nado a los ingleses.
Una de las mayores vejaciones que sufrían los mineros
furtivos capturados era ser retenidos en una especie de cel-
SO

da improvisada con varios rollos de alambre de púas, a la


que se aplicaba electricidad. Los mineros capturados eran
encerrados allí hasta que llegaban las “autoridades” y los
sacaban a palos para llevarlos a otra prisión, formal pero
S

igualmente vejatoria. Entrada la década de los noventa, con


PD

un país en dramático proceso de transformación debido a dos


cataclismos político-sociales ocurridos en tres años (el sacu-
dón de 1989 y la rebelión cívico-militar de 1992), y un pueblo
en pleno despertar de su conciencia, comenzó a gestarse lo

135
JOSÉ ROBERTO DUQUE

que después se conoció como “La Toma de Nuevo Callao” y,


en otro registro un poco más épico, “La rebelión de 1995”.

A
Luis Gerónimo Marcano, un trabajador venido a Tume-
remo desde Cocollar, en el estado Sucre, para ese entonces

R
tenía poco más de treinta años; hoy tiene cincuenta y cinco
años y se ha convertido en una especie de cronista no oficial

TU
del poblado. Lo llaman “El Tío” y es uno de los pocos funda-
dores del caserío que aún se mantienen en el lugar. Recuer-
da que “los gringos” les pagaban a varios mineros un sueldo

C
mensual de setenta y cinco mil bolívares; se trabajaba vein-

LE
tiún días al mes por ocho días libres. “Había una alcabala
como una hora antes de llegar al río Botanamo, y hasta ahí
podía llegar la gente que no trabajaba en la mina. Tenían
unos vigilantes armados y apoyo de la Guardia Nacional”.
A
El sentimiento de rencor ante los abusos de “los grin-
gos” y capataces de estos propietarios era creciente. Tume-
R
remo estaba lleno de gente que vivía de la minería o que
PA

quería probar suerte buscando oro, y la actitud señorial de


aquellos patrones protegidos “desde arriba”, sumada a su
forma abusiva de ejercer el poder y el control de la zona,
comenzaron a convertir la situación de Nuevo Callao en
LO

una olla de presión. Todos los días llegaban reportes de una


nueva arbitrariedad. Todos los días se iban sumando per-
sonas dispuestas a sacar de allí por las malas a los intrusos,
desde preadolescentes hasta hombres con toda una vida de
SO

trabajo minero.
José Lacourtt, proveniente de Güiria, cuenta que du-
rante los días decisivos, cuando ya había suficientes hom-
bres del pueblo dispuestos a ingresar a las instalaciones y
S

enfrentar a los dueños, se regó como pólvora otro crimen en


PD

desarrollo: los ingleses tenían prisioneras a unas mujeres


y todo indicaba que las estaban abusando sexualmente o
preparándose para la violación. Hasta que llegó el día 5 de
mayo de 1995 y cayó la gota que derramó el vaso.

136
CUADERNOS CALLEJEROS

Héctor Franco, quien hoy es dirigente político, activista


y trabajador de Minervén, en ese momento era un joven de

A
veintidós años, pero ya tenía suficiente bagaje político, sabía
cómo agitar y enardecer multitudes con el verbo, y había es-

R
tado en contacto con factores para ese momento catalogados
como “extremistas”: era uno de los hombres con que contaba

TU
en Bolívar el movimiento emergente alrededor de Hugo Chá-
vez Frías. “Éramos clandestinos todavía, el comandante aca-
baba de salir de la cárcel y la gente nos recomendaba que nos

C
presentáramos como militantes de La Causa R, que para ese

LE
momento era afín a los movimientos revolucionarios y tenía
la ventaja de que era un partido legal”. Franco, nacido y cria-
do en Guasdualito, estado Apure, estaba metido de lleno en
la efervescencia del movimiento que cobraba forma en Tume-
A
remo, cuando el día 5 llegó la noticia decisiva: un trabajador
que había sido capturado por “los gringos” enfermó de palu-
R
dismo en la prisión que estaba dentro de la empresa, y luego
PA

obligado a salir de allí sin un bolívar, para que se largara a pie


hasta Tumeremo (a sesenta kilómetros por una región selvá-
tica), y había muerto antes de poder recibir atención médica.
Su nombre era Alfredo Nieves, natural de Achaguas, en Apu-
LO

re. Esta muerte desató las furias del pueblo, y se ha registrado


esa fecha (5 de mayo) como el inicio de la toma o rebelión.
Docenas de carros y motos atravesaron la precaria carre-
tera llena de dirigentes y mineros, arribaron a la primera al-
SO

cabala, donde desarmaron y maniataron a los vigilantes y si-


guieron camino hasta el río Botanamo. Cuenta Héctor Franco
que cuando él llegó vio a un vigilante atado y con fractura de
una de sus clavículas. Los mineros que se habían adelanta-
S

do lo habían desarmado por la fuerza, pero lo habían dejado


PD

vivir. Fue ese el momento, cuenta Franco, en que comenzó


a sentirse súbitamente mal, a sentir un escalofrío. “Me pre-
guntaba a mí mismo, cuando empecé a sentir esos temblores
y ese frío: ¿pero qué me está pasando, si yo no tengo miedo

137
JOSÉ ROBERTO DUQUE

sino más bien ganas de llegar? No tardé mucho en entender


lo que me estaba pasando: eran los primeros síntomas del pa-

A
ludismo”. Héctor debió guardar reposo y reincorporarse días
después a la fundación de Nuevo Callao.

R
Cruzaron el río, recorrieron el trayecto que los separaba de
Rancho de Zinc, el campamento residencial de los ingleses, y allí

TU
fueron recibidos a plomo. A plomo respondieron los trabajado-
res en una corta batalla, que terminó al percatarse los gringos de
la enorme cantidad de gente que venía contra ellos. Los ingleses

C
fueron sometidos y desarmados. Comenzó entonces a concre-

LE
tarse la entrega de territorios al pueblo organizado, por parte de
la transnacional. Esto, en un tiempo en que las transnacionales
y el Estado venezolano formaban una sólida alianza contra toda
iniciativa levantisca. Llegaron los guardias nacionales dizque “a
A
poner orden”, pero fueron los trabajadores los que decidieron
qué cosa significaba eso de “orden” de entonces en adelante.
R
Al frente de este movimiento se encontraba, entre otros
PA

dirigentes, el minero William Padilla. A este caballero, que


vive en Tumeremo, se le atribuye haber negociado la entre-
ga de los pocos ingleses que fueron capturados y retenidos
a la Guardia Nacional. Las condiciones y puntos negociables
LO

fueron sencillos: a los ingleses se les respetará el derecho a


la vida, pero se largan y se llevan la maquinaria pesada, y las
minas activas y por activar quedan en manos de los mineros
organizados. Estos acuerdos fueron pactados en corta discu-
SO

sión en presencia del mayor Panfill, de la Guardia Nacional.


Se dice que William Padilla conserva el “documento” en
que se firmó el compromiso pactado: una caja de pilas abierta
por la mitad y usada como papel para darle aspecto legal al
S

acto. José Lacourtt dice que ese documento en realidad no


PD

existe o no tiene valor: “El mayor Panfill dijo, cuando las dos
partes estuvieron de acuerdo en la entrega: ‘Para mí, lo que
se acuerde aquí es válido’; es decir, que le estaba dando valor
a la palabra empeñada”.

138
CUADERNOS CALLEJEROS

“De bolas que no tenía validez de documento legal, ¿qué


pretendían? ¿Que el cartón estuviera en una notaría de Ca-

A
racas, en medio de una rebelión de gente en la selva?”, re-
plica Néstor Perlaza, militante de movimientos sociales de

R
Caracas que por esos días se instalaba en Tumeremo para
hacer un registro de las luchas mineras. “Había que dejar

TU
constancia ante la Guardia Nacional de la devolución de
las armas decomisadas a los gringos. William hizo eso para
evitar una culebra mayor, ya que además de la toma le iban

C
a poner los cargos a los mineros de robo y posesión ilícita

LE
de armas”.
La gente de Nuevo Callao ha querido agregarle un cie-
rre de leyenda al episodio: dicen que cuando uno de los
“gringos” más despreciados era sacado del lugar custodia-
A
do por la Guardia, William Padilla cogió impulso y le me-
tió un patadón tan fuerte en el trasero que después hubo
R
que sacarle con esfuerzo la bota de obrero, atascada entre
PA

los glúteos.
Que se sepa, es la primera y única vez que un movimien-
to popular venezolano expulsa una transnacional y dispone
de sus instalaciones, sin más trámite que el enérgico acto
LO

fundacional de una toma.


En los meses siguientes hubo intentos de desalojo por
parte de la Guardia Nacional y más de un líder fue a prisión
acusado de invasor. Cuando le llegó el turno del carcelazo a
SO

William Padilla el pueblo de Tumeremo se alzó, se paralizó


el comercio y por la emisora Radio Rumbos se hicieron lla-
mados a los organismos internacionales de derechos huma-
nos; desde aquella remota región, a la que el centro político
S

y administrativo del país siempre dio la espalda, llegaban


PD

noticias de una masacre, de brutalidad de los cuerpos repre-


sivos. Esa batalla también la ganó el pueblo organizado de
Tumeremo, ya que los líderes fueron liberados y el desalojo
no procedió.

139
JOSÉ ROBERTO DUQUE

***
A finales de mayo de 1995, días después de la toma-re-

A
belión de Nuevo Callao, un vehículo avanza por la Troncal
10, la carretera que conduce a Upata con el eje Guasipati-El

R
Callao-Tumeremo-Gran Sabana, ese territorio lleno de oro y
de gente luchadora. En las alcabalas se ha redoblado la vigi-

TU
lancia y el celo con todo lo que se desplace por allí, debido al
tremendo impacto que ha causado la expulsión de una cor-
poración inglesa por parte de un grupo de mineros y revol-

C
tosos. En una de las alcabalas, uno de los guardias se detuvo

LE
durante más tiempo de lo normal a observar dentro del ca-
rro, a cada uno de los cuatro viajeros. Hasta que uno de los
ocupantes dijo: “Este caballero que está aquí es el nuevo pá-
rroco de San Miguel, lo llevamos para que se encargue de la
A
parroquia”. El efectivo le pidió la bendición al cura y este lo
bendijo con la señal de la cruz. Cuando el carro avanzó unos
R
metros, estallaron las carcajadas: el falso cura era un Hugo
PA

Chávez Frías que había ido hasta allá, camuflado y clandes-


tino, para recibir directamente de sus muchachos el reporte
de los acontecimientos. Era el hombre de la gran rebelión
continental aprendiendo primero del pueblo cómo es que se
LO

hace una rebelión de verdad, y no cuentos o teorías acerca de


rebeliones improbables.
Chávez no estuvo en Nuevo Callao, pero se reunió con va-
rios de los tomistas entre El Callao y Guasipati, relata Héctor
SO

Franco, uno de esos tomistas y fundadores.

La fundación
S
PD

Producto de una rebelión (la rebelión de 1995), coronada


con una toma popular de minas y territorios que eran usados
como hacienda privada por una empresa transnacional (la
Greenwich Resources, de capital inglés), comienza a formarse

140
CUADERNOS CALLEJEROS

en mayo de 1995 una comunidad minera. La “bulla” de Nuevo


Callao convocó gente de muchos lugares del país, como suele

A
pasar cada vez que se corre la voz de que fue encontrado un
nuevo yacimiento, con la diferencia de que esta vez no se tra-

R
taba de una veta recién descubierta. Se trataba de un sistema
de minas activas y por descubrir expropiadas por el pueblo

TU
organizado a una empresa depredadora, que en su afán de
ejercer dominio pleno sobre diecisiete mil hectáreas de terri-
torio no permitía el paso ni el ejercicio de ninguna actividad

C
a venezolano alguno.

LE
La otra diferencia era que los activistas y fundadores de
la comunidad tenían una visión distinta a la de la mayoría de
las zonas mineras. Por lo general alrededor de las minas se
forman comunidades provisionales, sin vocación de perma-
A
nencia; más bien campamentos portátiles y transitorios que
son abandonados cuando merma la producción y se termina
R
la “fiebre” del oro. En el caso de Nuevo Callao el sentimien-
PA

to predominante era de fundación y permanencia. La gente


que participó en la toma creía importante ejercer soberanía
sobre un espacio ubicado relativamente a pocos kilómetros
del Esequibo.
LO

Veintidós años después todavía viven en el poblado algu-


nos de aquellos fundadores: Luis Gerónimo Marcano, María
Teresa Hernández, Carlos Sarría; Vidal Betancourt, José
Luis Sulbarán, Simón Pérez, Pedro Ruiz, Miguel González,
SO

Nancy García y varios otros. Este intento de reconstrucción


histórica y actual fue realizado a partir de los testimonios de
varios de ellos.
S

Las dos fundaciones


PD

El punto original de la fundación fue un sector que se lla-


mó Pueblo Viejo, a orillas del río Botanamo. Entre este punto

141
JOSÉ ROBERTO DUQUE

y Rancho de Zinc, que era la base de operaciones de los ingle-


ses, hay que realizar un recorrido de unos cinco kilómetros

A
por una carretera de tierra; en esa época no eran muy distin-
tas las condiciones.

R
Durante los primeros meses de la fundación hubo inten-
tos de desalojo por parte de los cuerpos de seguridad del Es-

TU
tado, alegando que había demasiadas personas poblando las
riberas de un río, y esto era considerado un crimen ambien-
tal (“crimen ambiental” a poca distancia de donde funciona-

C
ba un monstruo que devastó por años la zona selvática). El

LE
río Botanamo va a desembocar al Cuyuní.
La tensión entre los pobladores y las autoridades era per-
manente, pero el poblado comenzó a cobrar forma poco a
poco, con más organización y criterio de comunidad que un
A
campamento minero común y corriente. Había una escuela
en la zona de Rancho de Zinc, y los niños y la única maestra
R
eran llevados desde Pueblo Viejo hasta la sede de la escuela
PA

en helicópteros (pájaros, en el lenguaje local) alquilados a las


compañías Ranger y Aerotécnica. La Ranger todavía presta
servicios en Tumeremo y sus alrededores.
Un día de 1996 se presentaron las autoridades sin ánimo
LO

de discutir más el asunto y comenzó un intento de desalojo


a la fuerza. La población se movilizó para su defensa y el cli-
ma de represión encontró eco en Tumeremo, donde hubo un
paro activo y protestas en la carretera nacional. Hasta que las
SO

autoridades decidieron negociar con los fundadores. Estos


aceptaron retirarse de la orilla del río y adentrarse hacia la
zona de las minas, donde fundaron dos espacios residencia-
les: Peladero 1 y Peladero 2. En estos dos espacios construi-
S

dos en mitad de la selva, pero mucho más cerca de la zona


PD

de operaciones mineras, se encuentra todavía el núcleo más


importante de Nuevo Callao. Allí viven varios de los antiguos
fundadores, sus familias y personas que vienen a probar
suerte con la minería.

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CUADERNOS CALLEJEROS

De ese mismo año data la fundación de la Asociación Civil


Agrominera Sifontes, un ensayo de organización gremial de

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trabajadores de la pequeña y mediana minería.

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Lo que dejaron los “gringos”

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El campamento y zona de explotación de la Greenwich
Resources había requerido el arrase de buena parte de la ve-

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getación circundante, por razones operativas: utilizaron la
madera para construir casas y para mover los molinos y otra

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maquinaria industrial, que era a vapor. Ha sido lenta pero
sostenida la recuperación del bosque; ya las zonas donde se
levantaban las casas de los “gringos” y algunos equipos aban-
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donados pueden verse semicubiertos por la vegetación, y ape-
nas pueden verse vestigios de las fundaciones.
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Los actuales pobladores también han hecho sus casas de
madera. Todas están hechas de madera y techos de zinc. No
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hay nadie construyendo con barro u otros materiales. Toda-


vía abundan los buenos palos de construir: pulgo, pardillo,
algarrobo, caramacate, zapatero.
Durante los primeros meses, al comenzar la explotación
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de las riquezas por parte de los pequeños mineros, hubo un


impulso poblacional importante y en la memoria de los más
antiguos ha quedado el recuerdo de los primeros expendios:
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había bodega, restaurant, frutería, venta de ropa, farmacia,


servicio de radio transmisor para comunicarse con Tumere-
mo. Cada día se mataba una res y la carne se vendía entre la
población. El bodeguero es el personaje más importante del
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circuito comercial de una mina, pues es el que vende comida a


crédito a los trabajadores, quienes cancelan cuando comienza
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a aflorar el oro.
No había dinero en esa alborada de Nuevo Callao; las
transacciones se realizaban en oro. El oro como valor de

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JOSÉ ROBERTO DUQUE

cambio se usaba y todavía se usa para comprar casi todo lo


que puede comprarse con moneda. No es el gramo (o gra-

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ma) la unidad menor; un gramo de oro está dividido en diez
“puntos” (es decir, cada una de las diez partes en que se di-

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vide un gramo es un punto). El peso de un punto es el de un
fósforo; puede verificarse esta equivalencia en una balanza

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manual o electrónica. Rubén Sierra vendía catalinas, queso
y otros alimentos y cobraba en puntos de oro. Lo mismo “El
Gocho” Pedro Ruiz, que traía helados desde Tumeremo e iba

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de casa en casa y de barranco en barranco cambiando su

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mercancía por partículas de oro.
La exploración inicial de lo existente fue ardua y a ratos
mortal. Tres hombres bajaron sin protección a explorar una
galería abandonada y caminaron sobre gruesas capas de gua-
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no de murciélago. A los pocos días dos de ellos fallecieron,
presumiblemente de una enfermedad respiratoria, después
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de ponérseles la piel amarilla●
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ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR


EN OCTUBRE DE 2018
EN LA FUNDACIÓN IMPRENTA DE LA CULTURA
GUARENAS - VENEZUELA
LA EDICIÓN CONSTA DE 2.500 EJEMPLARES.
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