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Esta es una obra insólita. No se trata de narrativa, eso está claro, pero
me resisto a calificarla de ensayo. Quizá podría decir que es una reflexión
novelada –de ahí su título, supongo– sobre el acto de leer y, muy
especialmente, sobre cómo animar a los jóvenes a reconciliarse con la
lectura.
“Pero oiga, que yo leo regularmente y además no tengo hijos. ¿Por qué
habría de interesarme a mí Como una novela?” Pues porque está lleno
de reflexiones interesantes sobre los libros, la lectura y la enseñanza,
porque plantea preguntas que debemos hacernos aunque no sepamos
responderlas, porque con sus planteamientos asombrosamente sencillos
desmonta tópicos y tabúes demasiado extendidos (¿hay que leer?,
¿existen libros buenos y libros malos?) y, sobre todo, porque es una
lectura amena, estimulante y original.
Con el paso de los años, esos mismos padres que regalaban saber y
fantasía comenzaron a prestarla con intereses, se convierten en usureros:
el chico debe leer solo, debe comprender lo que lee y debedemostrar que
lo ha hecho: tiene que devolver la inversión que se ha hecho en él.
El amor por los libros: un dogma tan universalmente aceptado y tan poco
practicado que asusta. Tan dañino como todos los dogmas. ¿Cómo se
puede sentir amor por algo sagrado, monolítico, incuestionable?
Y eso si leemos, porque casi nunca tenemos tiempo para leer (¿cómo se
transmite una pasión que no se siente?). Gran problema, el del
tiempo. Para Pennac, quien se plantea el problema del “tiempo para leer”,
lo que no tiene son ganas; el tiempo para leer, como el tiempo para amar,
siempre aparece cuando de verdad se busca, porque el tiempo dedicado
a la lectura, o al amor, “dilata el tiempo de vivir”.
1. El derecho a no leer
2. El derecho a saltarnos las páginas
3. El derecho a no terminar un libro
4. El derecho a releer
5. El derecho a leer cualquier cosa
6. El derecho al bovarismo (leer para satisfacer nuestras sensaciones)
7. El derecho a leer en cualquier sitio
8. El derecho a hojear
9. El derecho a leer en voz alta
10. El derecho a callarnos
El derecho, en definitiva, a leer en libertad y por placer.
Como verán, Como una novela no dice nada que no supiéramos ya. El
problema es que habitualmente nos comportamos de una forma
diferente. Somos amantes del libro y actuamos como sacerdotes e
inquisidores de su religión, repitiendo la letanía: “hay que leer, hay que
leer”.