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Nuestro país a finales de los ochentas y comienzos de los años noventa se vió
enfrentado a una gran ola de violencia por cuenta de la lucha del Estado contra el
narcotráfico, bajo este contexto, un grupo de estudiantes de diversas instituciones
superiores originaron el “frente unido estudiantil de Colombia”, con el cual se dio inicio
a las mesas de trabajo, donde surgió la idea de depositar una séptima papeleta en las
próximas elecciones presidenciales y que fueran los mismos estudiantes los encargados
de realizar los escrutinios, debido a que para ellos la registraduría nacional no tenía
injerencia en dicho conteo, dado que no era una consulta de algún mandato legal. Sin
embargo, el Presidente de la República basándose en el ejercicio de sus facultades del
Estado de sitio, manifestó que dicho escrutinio de los votos sería una herramienta para
superar la situación de perturbación del orden público en ese entonces, y ordenó que, en
las elecciones presidenciales de mayo de 1990, se incluyera dicha papeleta, en la cual se
consultara al pueblo su deseo de convocar o no a una “Asamblea Nacional
Constituyente”.
La Corte Suprema de Justicia, que para ese entonces realizaba la revisión de los
decretos de la máxima autoridad ejecutiva del Estado, procedió a realizar su análisis que
quedó plasmado en la sentencia 59 de la Sala Plena; allí la Corte consideró que a pesar
de la poca participación que tuvo dicha papeleta (dos millones de votos), esta era una
manifestación del constituyente primario y que dicha decisión no era contradictoria, ni
desconocía el articulado que permitía la reforma de la Constitución por la vía de trámite
de acto legislativo en el Congreso de la República. Además, la Corte consideró que, el
juicio constitucional debe consultar la realidad social a la que se pretende aplicar una
norma, y, por lo tanto, el no acceder a este clamor del pueblo, será sin ninguna duda un
factor de mayor desestabilización del orden público. Esta argumentación en la sentencia
dio prevalencia a un grupo minoritario de ciudadanos que, al mismo Estado de Derecho,
por lo tanto, quedó aprobada la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente por
parte de la Corte Suprema de Justicia.
Posteriormente, el presidente de ese periodo Julio César Gaviria Trujillo,
mediante decreto 1926 de 1990, “Por el cual se dictan medidas tendientes al
restablecimiento del orden público”, este decreto también se expidió a través de las
facultades extraordinarias que el Legislativo le otorgó al ejecutivo, en aras de asegurar
la soberanía y el orden público y con este se procedió a convocar a elecciones el día 9
de diciembre de dicho año, para que los ciudadanos tomaran la decisión si convocaban o
no la Asamblea, escogieran sus miembros, definieran sus elementos constitutivos y el
temario que implicaba el límite de su competencia. Siendo así estudiado este decreto por
la Corte Suprema de Justicia bajo el exámen de constitucionalidad, en el cual debía
resolver el problema jurídico no solamente si la convocatoria a dicha asamblea era
constitucional o no sino que consistía en estudiar si existía falta de conexidad de una
medida de carácter extraordinario (el decreto) que en una sociedad en crisis pretendía
facilitar la expresión de la voluntad popular en un asunto de tanta monta como su
régimen institucional cuya legitimidad proviene precisamente del respaldo de esa
voluntad.
Corte Suprema de Justicia (1990), Sentencia 138. Expediente No. 2214 (351-E). M. P.
Fabio Morón Diaz, Hernando Gómez Otálora. Recuperado de:
http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2003/c-551-03.htm