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Desde el punto de vista del lenguaje enunciativo, viene al caso citar la acepción
pertinente que el Diccionario De La Lengua Española asigna a la palabra
Motivación. Esa acepción que elegimos, entre otras, es la de: "Acción y efecto de
motivar". A su vez, también según el citado Diccionario, la palabra Motivar tiene
como una de sus significaciones la de: "Dar o explicar la razón o motivo que se ha
tenido para hacer una cosa" .
Sobre este segundo aspecto, se precisa los siguientes sub requisitos: Primero,
que la decisión sea fruto de una aplicación racional del sistema de fuentes del
ordenamiento jurídico; es decir, evaluar que la norma seleccionada sea vigente,
válida y adecuada a las circunstancias del caso; que tal norma haya sido
correctamente aplicada y que la interpretación que se le haya otorgado sea válida
(adecuada utilización de los criterios hermenéuticos, interpretación judicial y
principio de legalidad). En segundo lugar, se analiza que la motivación respete los
derechos fundamentales (aquí, será relevante la interpretación realizada tanto el
TC como la Corte Interamericana de Derechos Humanos y toda aquella
interpretación que se siga de los principios especiales que asisten a este tipo de
derechos, como el de desarrollo progresivo, y el motivación cualitativa en casos de
restricción, por ejemplo). En tercer lugar, está la adecuada conexión entre los
hechos y las normas que justifican la decisión.
De otro lado, otro sector de la doctrina señala que los requisitos de la adecuada
motivación son: que la motivación sea expresa, clara, que respete las máximas de
la experiencia, y que respete los principios lógicos.
MOTIVACIÓN EXPRESA
Cuando se emite una sentencia, el juzgador debe hacer expresas las razones
que respaldan el fallo al que se ha llegado. Ello, como hemos señalado, es
requisito indispensable para poder apelar, comprender el sentido del fallo, en
líneas generales, para controlar las decisiones del juez.
Ahora bien, hay casos en los que se admite la motivación por remisión, es
decir, que el juez superior, por ejemplo, confirme una sentencia de primera
instancia estableciendo “por sus propios fundamentos” en referencia a la
motivación que ha realizado el “a quo”.
MOTIVACIÓN CLARA
Ahora bien, debemos tener en cuenta que las máximas de la experiencia son
elementos abstractos que se obtienen a partir de elementos constantes en hechos
o experiencias anteriores.
A decir del TC, este supuesto se da cuando no hay motivación o cuando esta
no da razones mínimas del sentido del fallo, que no responde a las alegaciones de
las partes, o porque intenta únicamente dar cumplimiento formal de la motivación
(motivación aparente)
Aquí el TC ha señalado que nos encontramos ante un caso de este tipo cuando
las premisas de las que parte el juez no han sido confrontadas con la validez
fáctica (de los hechos) o jurídica existentes para el caso en concreto.
D. La motivación insuficiente
Los órganos judiciales están obligados a resolver las pretensiones de las partes
de manera congruente con los términos en que han sido planteadas, sin ir más
allá de lo solicitado por las partes, otorgar algo distinto a lo solicitado por las
partes, u omitir pronunciarse sobre algún pedido de las partes.
Esto último debe matizarse con el principio “iura novit curia” (el juez conoce el
derecho) que establece que órgano jurisdiccional competente debe aplicar el
derecho que corresponda al proceso, aunque no haya sido invocado por las partes
o lo haya sido erróneamente. A decir del TC, “esta actuación no representará una
extralimitación de las facultades del juez, siempre que éste proceda de
conformidad con los fines esenciales de los procesos”.
A partir del siglo XII y especialmente a lo largo de los siglos XIII y XIV tuvieron
lugar en Europa una serie de acontecimientos que transformaron radicalmente la
forma de administrar justicia. Los mecanismos altomedievales de prueba a través
de duelos, juramentos y ordalías fueron sustituidos progresivamente por un
sistema de pruebas dirigido a conseguir una reconstitución verosímil de los hechos
en el proceso; la función de juzgar fue crecientemente reivindicada por los titulares
del poder político y su organización tendió a volverse centralizada; la
centralización condujo a su vez a la profesionalización del oficio de juez, a su
vinculación a un saber especial, la scientia iuris que florecía en las universidades y
que desarrollaba entonces una nueva doctrina sobre el proceso (el proceso
romano-canónico), además de nuevos métodos y argumentos sustantivos. Estas
transformaciones, que reflejan en los escenarios judiciales europeos los
comienzos de la modernización política, coincidieron con el nacimiento de la
fundamentación de las decisiones judiciales como problema jurídico, abordado ya
en el siglo XII por diversas decretales papales y comentarios de decretalistas, que
comenzaron a preguntarse por la necesidad jurídica de expresar en las sentencias
judiciales las causae de la decisión.
¿Por qué se abre en ese momento la pregunta por la fundamentación de la
sentencia? Ciertamente ella presupone la existencia de un discurso reflexivo
sobre el proceso que sólo comienza a desarrollarse en el marco del renacimiento
de los estudios jurídicos, pero sobre todo parece depender del hecho de que esa
reflexión tenía como referente un proceso que, a diferencia de lo que ocurría en el
caso de los procedimientos judiciales vigentes durante la Alta Edad Media,
concluía efectivamente con una sentencia, en el sentido de una decisión
deliberada del juez acerca del fundamento de la pretensión del actor. En el
contexto de la técnica decisoria propia de los ritos judiciales altomedievales la
fundamentación de la decisión era inconcebible: en esos procedimientos,
modelados bajo la influencia de las tradiciones germánicas y centrados en la
práctica de un experimento probatorio -duelo, juramento u ordalía- que designaba
al vencedor del litigio a través de la revelación de un signo incontrovertible de
culpabilidad o inocencia, el juicio se resolvía a través de la acción decisoria de las
partes.
Las transformaciones que la escena judicial europea sufrió a contar del siglo XII
afectaron también las bases que fundaban la autoridad judicial, particularmente en
virtud de la progresiva reivindicación de la función judicial por parte de las
monarquías tardo-medievales y su creciente profesionalización. Estos cambios
modificaron las bases comunitarias en que hasta entonces se había apoyado la
administración de justicia, dando lugar a un desplazamiento desde el juicio por los
propios pares al juicio por los propios superiores y desde la comprensión del
derecho como un saber común ancestral a su comprensión como un saber
técnico, que se reconoce en alguien no por su aptitud carismática sino por su
competencia profesional. Estos desplazamientos nos sitúan, a medida que avanza
la configuración de la actividad jurisdiccional como una función del Estado
moderno, frente a un juez cuya autoridad se funda en su saber profesional -en su
auctoritas- y en su calidad de representante del monarca, abrigado también por el
halo de su maiestas. Mientras el primero de esos fundamentos parece
perfectamente compatible con una exigencia de dar cuenta públicamente del
saber en que una cierta decisión judicial se funda, veremos en esta parte del
trabajo cómo la majestad de la función judicial, al volver autocrático ese saber,
puede explicar el asentamiento durante el antiguo régimen de un principio de
exclusión de la necesidad de sentencias fundadas.
ASPECTO GENERAL
Pues bien, el análisis anterior que constituye el núcleo del libro de Figueroa
plantea, en mi opinión, dos cuestiones. Una es la de si el autor tiene razón al
sostener lo que sostiene en relación con ese caso. A mí me parece que sí. Aunque
mi conocimiento del mismo no sea de primera mano, todo hace pensar que la
motivación de la Corte Suprema incurría en errores graves y que estaba justificado
anular la sentencia (y exigir a la Corte que volviera a motivar el fallo) por haber
vulnerado un derecho fundamental de los individuos. También me parece que
tiene razón al sugerir que el lenguaje de las decisiones judiciales debe ser
comedido y sobrio, si bien el hablar de un “deber de lealtad” podría dar lugar a
algún malentendido.
Es decir con ello que el Tribunal Constitucional, puesto que (como lo aclara el
autor del libro) no es una tercera instancia, esto es, no puede entrar en el fondo
del asunto como lo haría un simple tribunal de apelación, podría considerar que
una determinada motivación no es la mejor posible (que adolece incluso de
ciertas deficiencias) pero, sin embargo, sí es una motivación “suficiente”, en el
sentido de que no supone la infracción de un derecho fundamental (a una decisión
motivada). Los criterios establecidos por el Tribunal Constitucional (y suscritos por
Figueroa) se dirigen a precisar ese concepto de “motivación suficiente” que
vendría a ser algo así como “una buena motivación.
Pero, ¿qué implica la motivación como tal? Ignacio Colomer al referirse a los
requisitos respecto del juicio de derecho, señala hasta tres requisitos, los cuales
pasamos a detallar:
Exigencia de una adecuada conexión entre los hechos y las normas que
justifican la decisión. Así, una motivación válida es aquella que pone en contacto
la cuestión fáctica con la cuestión juris.
Ignacio Colomer
Diez Picasso nos refiere el concepto de “operación total”, a través del cual no
se puede decidir primero cuál es la norma que se va a aplicar y después someterla
a una interpretación puesto que también para decidir que una norma no se aplica,
es preciso interpretarla previamente, pues existe una íntima interrelación entre la
interpretación y aplicación de las normas.
La motivación como explicación del proceso lógico, como instrumento que sirve
de enlace para demostrar que unos hechos inicialmente presuntos han sido
realmente realizados y que conllevan la solución del caso y también como garantía
del justiciable de que la decisión tomada no lo ha sido de manera arbitraria
encuentran respaldo en diferentes disposiciones de nuestro ordenamiento jurídico.
Según Saban Godoy, el juez no sólo debe ser imparcial, sino que es preciso
que la imparcialidad pueda ser verificada en cualquier decisión concreta: la
decisión no es imparcial en sí, sino en cuanto demuestra serlo.
Importa mucho que el órgano sea imparcial pero lo determinante es que sea
imparcial su decisión, para ello está la motivación que garantiza que la decisión lo
sea.
Encabezamiento
Fallo
VARIEDADES DE LA SENTENCIA
OBJETIVOS
Tal vez los dos tipos de sentencia más afines son los de primera y segunda
instancia, en tanto ambas recaen sobre los hechos, las premisas normativas, los
encadenamientos causales, o el engarzamiento o anudamiento de argumentos en
torno a los hechos y a las normas legales aplicables. Son dos tipos de sentencia
que compiten por el acierto y cuya identidad estructural realmente se salva
mediante un artificio de autoridad, en virtud del cual la sentencia de segunda
instancia le quita legitimidad a la de primera, no con fundamento en alguna
supremacía argumentativa disponible sólo para el juez de segundo grado,
tampoco estrictamente por la mejor interpretación de los textos normativos y
menos porque se anticipe alguna visión particular que permita presumir un mejor
análisis de los hechos o de la valoración probatoria en segundo grado; la exclusión
de la sentencia de primera instancia y la sustitución por la de segundo grado solo
se produce mediante el criterio de autoridad. Para cerrar las dos instancias
normales de todo juicio, el legislador ha dispuesto que la segunda puede ejercer
una función revocatoria, sentando de antemano una presunción de acierto que,
repítase, solamente está anclada en un argumento de autoridad.
Así, cabría decir que existe la posibilidad de que las resoluciones judiciales
puedan ser cuestionadas en un proceso de amparo por la vulneración de derechos
constitucionales, pero ello ha sido cuestión ampliamente debatida, principalmente
porque el artículo 200, 2 también señala que “(…) No procede contra (…)
resoluciones judiciales emanadas de procedimiento regular”.
JUSTIFICACION DE LA SENTENCIA.
Puede decirse que no hay aplicación del derecho sin justificación: sólo puede
mostrarse que una decisión judicial está justificada si se ofrecen razones en apoyo
de la misma.
Así, se puede decir que la decisión judicial debe ser una decisión doblemente
limitada:
a).- Por el principio de legalidad: que implica que el juez tiene que tomar la
decisión aplicando el ordenamiento jurídico; la decisión judicial tiene que ser una
decisión legal.
Ello conlleva que la decisión judicial, así como los enunciados en que está
basada puede ser una decisión “injusta”, “no razonable” pero aún legal.
La racionalidad no tiene que ver tanto con el resultado (la decisión puede
parecerle irracional a un sujeto), sino con las razones aducidas para justificar la
misma, con el establecimiento de las condiciones que deben cumplir las
decisiones judiciales para que merezcan la consideración de racionales; y ello
debe hacerse en términos no ideales o impracticables.
Por ello creo que un correcto punto de partida es dejar claro que, en este
contexto, racionalidad no equivale a absoluta certeza, sino que en muchos casos
(no en todos) es preferible poner de relieve que existen diversas soluciones
racionales, más que ir en la búsqueda de una única solución.
b).- Que las razones sean explícitas: para que una decisión judicial pueda
considerarse justificada, sus premisas, las razones de la decisión, deben ser
explícitas. Así, no se descubre nada si se dice que el modo clásico de representar
la decisión judicial a través del silogismo o de la regla modus ponens (en el que
las razones de una decisión judicial parecen poder reducirse a dos tipos: legales
en la premisa mayor – o en el antecedente – y fácticas en la menor – o en el
consecuente –) resulta inoperante para este fin. Ahora bien, la cuestión es:
¿cuándo debe considerarse que una razón es explícita?.
• Cuando es suficiente, y
• Cuando es congruente.
c).- Que las razones sean válidas: esta condición incluye fundamentalmente dos:
e).- Que las razones sean suficientes: cada una de las decisiones parciales
debe estar justificada en grado suficiente (aspecto cualitativo), lo que dependerá
de la complejidad de las premisas objeto de justificación, siempre con esta pauta
“todo tiene un término medio: exíjase, primero, que el juez explicite (y no se
silencie ni – menos – oculte) la cadena de opciones que ha realizado antes de
llegar a la decisión final; y segundo, que las justifique en una medida que la cultura
jurídica y social de la época considera bastante.
f).- Que las razones sean concluyentes: las razones en apoyo de una decisión
pueden ser varias y apoyar por tanto soluciones divergentes, por esta razón la
justificación deberá poner de relieve la fuerza de cada una de las razones y la
relación entre las mismas. En apoyo de una determinada decisión en muchas
ocasiones pueden ofrecerse una pluralidad de razones, razones que pueden ser
convergentes en apoyo de una única decisión o presentarse como razones en
conflicto en favor de decisiones opuestas.
Son diversas las clasificaciones que vienen siendo realizadas por la teoría
jurídica en orden a mostrar los tipos de razones que forman parte de una decisión
judicial.
Dentro del carácter legal de una decisión judicial, pueden distinguirse los
enunciados jurídicos que regulan el aspecto sustantivo de la cuestión, de aquellos
otros que se refieren a meta normas acerca de la aplicación del derecho.
Sin pretensión de exhaustividad, son razones de este tipo las siguientes: los
enunciados que establecen definiciones legales; los que, en caso de
contradicciones, establecen cual es la norma (o la solución) aplicable. Por lo que a
la prueba de los hechos se refiere, hay enunciados jurídicos que dan por probados
ciertos hechos sin necesidad de prueba (en el proceso civil, los hechos
incontrovertidos, los hechos notorios y los hechos favorecidos por una presunción
legal, y en el proceso penal los hechos acerca de los cuales hay conformidad);
mientras que otros casos excluyen la procedencia de la prueba. Hay enunciados
que consideran inexistentes (no probados) hechos realmente acaecidos y, a través
de la prueba tasada, determinados tipos de prueba producen resultados
vinculantes independientemente de la convicción del juez. Por último, las
presunciones son enunciados jurídicos que establecen que, en presencia de
ciertos hechos, hay que considerar otros hechos como verdaderos.
b).- Razones lingüísticas: son razones lingüísticas las dadas en apoyo de una
cuestión relativa al significado de los enunciados. La importancia de este tipo de
razones reside en que este tipo de razones está omnipresente en la aplicación del
derecho. Así, las razones lingüísticas tienen que ver con:
A este respecto creo que no está de más recordar dos rasgos del lenguaje
común (predicables asimismo del lenguaje jurídico) como son la convencionalidad
y la autonomía semántica. La convencionalidad del lenguaje significa que las
palabras, una vez adoptadas por una comunidad lingüística, tienen un significado
en buena medida estable, lo que hace que sea posible la comunicación.
Igualmente la autonomía semántica del lenguaje, esto es, con la capacidad del
lenguaje de transmitir significados independientemente de los fines comunicativos
en ocasiones particulares, y la posibilidad de que un oyente pueda comprender lo
que dice el hablante incluso en circunstancias en que hablante y oyente sólo
tengan en común el lenguaje.
Desde la teoría del derecho las respuestas a la cuestión del contenido que
debe darse a los juicios de valor son varias pero dichos criterios plantean más
cuestiones que las que resuelven, y se presentan en definitiva más como
argumentos que como verdaderos métodos interpretativos.
• Una primera alternativa consiste en sostener que los enunciados
valorativos deben interpretarse en función de “los valores propios del
ordenamiento jurídico”, estos están conformados por un gran número de leyes
aprobadas a lo largo de un amplio periodo de tiempo, lo que posibilita que hayan
sido fruto de mayorías parlamentarias de diferente signo político. De otro lado, e
independientemente de lo anterior, una única ley puede ser el resultado de
compromisos políticos, lo que hace difícil que dicha ley sea expresión de un único
valor.