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INTRODUCCIÓN

Desde el punto de vista del lenguaje enunciativo, viene al caso citar la acepción
pertinente que el Diccionario De La Lengua Española asigna a la palabra
Motivación. Esa acepción que elegimos, entre otras, es la de: "Acción y efecto de
motivar". A su vez, también según el citado Diccionario, la palabra Motivar tiene
como una de sus significaciones la de: "Dar o explicar la razón o motivo que se ha
tenido para hacer una cosa" .

El artículo 135 de la Constitución Política del Perú consagra como Principio de la


función jurisdiccional el derecho la debida motivación de las resoluciones judiciales
, el que está destinado a garantizar a los justiciables la obtención de una
respuesta razonada motivada y congruente con las pretensiones oportunamente
formuladas ,en cualquier tipo de proceso , de tal manera que puedan conocer cuál
ha sido el proceso mental, es decir la deliberación que ha seguido internamente,
para arribar a una decisión que resuelva la controversia, decisión que no puede
estar sustentada en le libre albedrio del juez sino en datos objetivos tanto de los
hechos, como del ordenamiento jurídico.

El deber de motivación es sin duda una expresión de la labor jurisdiccional, de allí


que la obligación de motivar adecuadamente una resolución judicial permita a la
ciudadanía realizar un control de la actividad jurisdiccional, y a las partes que
intervienen en el proceso conozcan las razones por las cuales se les concede o
deniega la tutela concreta de un derecho o un específico interés legítimo; en tal
sentido los jueces tienen la obligación de expresar el proceso mental que los ha
llevado a decidir una controversia, asegurando que le ejercicio de impartir Justicia,
se haga con sujeción a la Constitución y la ley y, así mismo, facilitando un
adecuado ejercicio del derecho de defensa de los justiciables.
CONTENIDO ESENCIAL Y FINALIDAD

Respecto del contenido esencial del derecho fundamental a la motivación de las


resoluciones, el tribunal constitucional con motivo de la sentencia recaída en el
Exp.4348-2005-AA/TC caso Gómez Macahuach, en el fundamento jurídico
segundo ha precisado que el contenido esencial no garantiza una determinada
extensión de la motivación, por lo que su contenido constitucional se respeta,
prima facie, siempre que exista: a) fundamentación jurídica, que no implica la sola
mención de las normas a aplicar al caso, sino la explicación y justificación de por
qué tal caso se encuentra o no dentro de los supuestos que contemplan tales
normas; b) congruencia entre lo pedido y lo resuelto, que implica la manifestación
de los argumentos que expresarán la conformidad entre los pronunciamientos del
fallo y las pretensiones formuladas por las partes; y c) que por sí misma exprese
una suficiente justificación de la decisión adoptada, aun si esta es breve o concisa,
o se presenta el supuesto de motivación por remisión(2); en consecuencia; su
contenido esencial está delimitado en tres aspectos cuando el juez únicamente
cita las normas legales sin efectuar juicio alguno de subsunción o análisis; cuando
el juez no emite pronunciamiento expreso o implícito sobre las pretensiones de los
justiciables, y finalmente debe existir la razón suficiente es decir que se explique
de manera clara le porque se resolvió en determinado sentido, delimitar su
contenido esencial es muy importante pues permitirá al afectando interponer el
proceso constitucional de amparo o de habeas corpus siempre que tenga
conexidad con la libertad individual evitando con ello que su demanda
constitucional sea declarada improcedente conforme al artículo del Código
Procesal Constitucional.

Ahora bien respecto de la finalidad de la motivación de las resoluciones judiciales


es contribuir a que, en todos los casos, se concretice la obligación de poner de
manifiesto las razones que sustentan la resolución como uno de los medios
destinados, a su vez, a garantizar la "recta administración de justicia"(3); también
la motivación busca que las partes puedan conocer los fundamentos jurídicos
empleados para resolver su conflicto de intereses.

En lo concerniente a la sanción procesal para el órgano jurisdiccional que incurra


en la omisión de motivar adecuadamente sus resoluciones judiciales vulnerando el
artículo 139 inciso 5 de la Constitución Política del Perú trae como consecuencia
la concurrencia de una nulidad absoluta que trae consigo la nulidad de la
resolución judicial que adolece de motivación suficiente.

REQUISITOS DEBE CUMPLIR LA MOTIVACIÓN DE UNA SENTENCIA

Una sentencia judicial debe basarse una motivación fundada en derecho, es


decir, que vaya en concordancia con el derecho y los valores y principios
consagrados en el ordenamiento jurídico. Por ello es que podemos solicitar o
exigir al juzgador razonabilidad y racionalidad en su decisión, así como establecer
determinados criterios que los jueces deben tomar en cuenta al momento de
motivar una sentencia. Los requisitos de motivación de la sentencia pueden
definirse como límites a la actividad motivadora del juez. Y es que el juez u órgano
jurisdiccional no podrá justificar decisiones que no calcen o no cumplan estos
requisitos.

Racionalidad.- Aquí, Colomer evalúa si la justificación es fundada en Derecho,


tanto sobre los hechos del juicio (selección de hechos probados, valoración de las
pruebas, método de libre apreciación) como del derecho aplicado.

Sobre este segundo aspecto, se precisa los siguientes sub requisitos: Primero,
que la decisión sea fruto de una aplicación racional del sistema de fuentes del
ordenamiento jurídico; es decir, evaluar que la norma seleccionada sea vigente,
válida y adecuada a las circunstancias del caso; que tal norma haya sido
correctamente aplicada y que la interpretación que se le haya otorgado sea válida
(adecuada utilización de los criterios hermenéuticos, interpretación judicial y
principio de legalidad). En segundo lugar, se analiza que la motivación respete los
derechos fundamentales (aquí, será relevante la interpretación realizada tanto el
TC como la Corte Interamericana de Derechos Humanos y toda aquella
interpretación que se siga de los principios especiales que asisten a este tipo de
derechos, como el de desarrollo progresivo, y el motivación cualitativa en casos de
restricción, por ejemplo). En tercer lugar, está la adecuada conexión entre los
hechos y las normas que justifican la decisión.

Coherencia.- Es un presupuesto de la motivación que va de la mano y en


conexión inescindible con la racionalidad. Ahora bien, la coherencia en un sentido
interno de la motivación se refiere a la necesaria coherencia que debe existir en la
justificación del fallo, y en un sentido externo, la coherencia debe entenderse
como la logicidad entre motivación y fallo, y entre la motivación y otras
resoluciones ajenas a la propia sentencia.

En relación a la coherencia interna, podemos señalar que la misma se hace


patente cuando establece exigencias de coherencia lingüística - prohibición de
errores gramaticales, errores de ortografía, errores sintácticos que presenten tal
grado de incoherencia que impiden la adecuada compresión para el auditorio
técnico y general-.

También la coherencia interna se traduce en la exigibilidad de que la


justificación de la sentencia tenga coherencia argumentativa. Por lo tanto, se
prohíbe la existencia de:

A. contradicciones entre los hechos probados dentro de una misma


motivación de una sentencia;

B. contradicciones entre los fundamentos jurídicos de una sentencia, es


decir, que no haya incompatibilidad entre los razonamientos jurídicos de
una resolución que impidan a las partes determinar las razones que
fundamentan la decisión ;
C. contradicciones internas entre los hechos probados y los
fundamentos jurídicos de una sentencia .

En relación a la coherencia externa de la motivación la sentencia, esta exige


que en el fallo:

A. No exista falta de justificación de un elemento del fallo adoptado,

B. Que la justificación tenga en cuenta únicamente todos los fallos del


caso y no incluya alguno ajeno al mismo,

C. Que la motivación esté conectada plenamente con el fallo, con lo


cual se prohíbe que haya una motivación ajena al contenido del fallo,

D. que las conclusiones de la motivación no sean opuestas a los puntos


de decisión de la sentencia”.

Asimismo, la coherencia externa supone que el juez se encuentra vinculado por


sus decisiones previas en casos análogos. Esto, se sustenta en la vocación de
“universalización” en la adopción de una sentencia, que luego condicionará al juez
para la solución de casos similares posteriores. Esto busca asegurar que el juez
optó por la decisión correcta o que más se adecua al derecho, la cual será luego
universalizable.

Razonabilidad.- La exigencia de razonabilidad se predica respecto de todas las


resoluciones judiciales. Al respecto, que pueden haber decisiones racionales y
coherentes pero que las mismas puedan ser irrazonables. La razonabilidad según
este autor tiene que ver con la aceptabilidad de la decisión por el común de las
personas y el auditorio técnico.

De otro lado, otro sector de la doctrina señala que los requisitos de la adecuada
motivación son: que la motivación sea expresa, clara, que respete las máximas de
la experiencia, y que respete los principios lógicos.
MOTIVACIÓN EXPRESA

Cuando se emite una sentencia, el juzgador debe hacer expresas las razones
que respaldan el fallo al que se ha llegado. Ello, como hemos señalado, es
requisito indispensable para poder apelar, comprender el sentido del fallo, en
líneas generales, para controlar las decisiones del juez.

Ahora bien, hay casos en los que se admite la motivación por remisión, es
decir, que el juez superior, por ejemplo, confirme una sentencia de primera
instancia estableciendo “por sus propios fundamentos” en referencia a la
motivación que ha realizado el “a quo”.

El Perú es un país en el que sucede esto, en efecto el artículo 12 de la Ley


Orgánica del Poder Judicial señala “Todas las resoluciones, con exclusión de las
de mero trámite, son motivadas, bajo responsabilidad, con expresión de los
fundamentos en que se sustentan, pudiendo éstos reproducirse en todo o en parte
sólo en segunda instancia, al absolver el grado”.

MOTIVACIÓN CLARA

La motivación clara puede establecerse como imperativo procesal en la medida


que las partes que estos son los destinatarios directos de la resolución de un
conflicto ante el Poder Judicial. Y es que como bien señalan Castillo Alva y otros,
la exigencia de motivar las resoluciones deviene del principio de impugnación, lo
que supone que sea indispensable que las partes conozcan que es lo que se va a
impugnar pues de otra forma el derecho a la defensa de las mismas se vería
restringido de modo irrazonable.

La motivación debe respetar las máximas de la experiencia

Las máximas de la experiencia se constituyen a partir de las reglas de la vida,


las vivencias personales o transmitidas, el sentido común.
Todos estos son elementos que los magistrados deben tomar en cuenta al
momento de la elaboración de las premisas que lo llevaran a una determinada
conclusión. Y es que de lo contrario, existiría un grave defecto de o vicio en la
motivación.

Ahora bien, debemos tener en cuenta que las máximas de la experiencia son
elementos abstractos que se obtienen a partir de elementos constantes en hechos
o experiencias anteriores.

El alcance de la máxima de la experiencia dependerá de los medios fácticos


que se analizan también se presentan en los hechos que representan experiencias
anteriores para el juzgador .

La motivación debe respetar los principios lógicos.

En efecto, las resoluciones deben respetar el principio de “no contradicción”


por el cual se encuentra prohibida la afirmación y negación, a la vez, de un hecho,
de un fundamento jurídico, etc. Igualmente, se debe respetar el principio de “tercio
excluido” que señala que “entre dos cosas contradictorias no cabe término medio,
es decir, si reconocemos que una proposición es verdadera, la negación de dicha
proposición es falsa, en ese sentido, no caben términos medios.

De otro lado, se debe respetar el principio de “identidad” cuyo contenido


supone que si atribuimos a un concepto determinado contenido, el mismo no debe
variar durante el proceso del razonamiento

¿Cuándo se afecta la debida motivación?

El Tribunal Constitucional Peruano ha señalado y desarrollado los supuestos


en los que se afecta la debida motivación:
A. inexistencia de motivación o motivación aparente:

A decir del TC, este supuesto se da cuando no hay motivación o cuando esta
no da razones mínimas del sentido del fallo, que no responde a las alegaciones de
las partes, o porque intenta únicamente dar cumplimiento formal de la motivación
(motivación aparente)

B. Falta de motivación interna de razonamiento

Este supuesto ocurre cuando hay incoherencia narrativa en la motivación de tal


forma que no se puede comprender las razones en las que el juez apoya su
decisión. Igualmente, hay falta de motivación interna cuando existe invalidez de
una conclusión a partir de las premisas que ha establecido en juez en la
motivación.

C. Deficiencias en la motivación externa

Aquí el TC ha señalado que nos encontramos ante un caso de este tipo cuando
las premisas de las que parte el juez no han sido confrontadas con la validez
fáctica (de los hechos) o jurídica existentes para el caso en concreto.

D. La motivación insuficiente

Se refiere al mínimo de motivación exigible para que la decisión esté motivada


adecuadamente y para que satisfaga el derecho del justiciable y de la sociedad de
conocer las razones que apoyan la decisión judicial. Por otra parte la suficiencia es
un criterio para evaluar las resoluciones que se encuentran en medio de una
motivación completa y una motivación inexistente.

E. La motivación sustancialmente incongruente

Los órganos judiciales están obligados a resolver las pretensiones de las partes
de manera congruente con los términos en que han sido planteadas, sin ir más
allá de lo solicitado por las partes, otorgar algo distinto a lo solicitado por las
partes, u omitir pronunciarse sobre algún pedido de las partes.

Esto último debe matizarse con el principio “iura novit curia” (el juez conoce el
derecho) que establece que órgano jurisdiccional competente debe aplicar el
derecho que corresponda al proceso, aunque no haya sido invocado por las partes
o lo haya sido erróneamente. A decir del TC, “esta actuación no representará una
extralimitación de las facultades del juez, siempre que éste proceda de
conformidad con los fines esenciales de los procesos”.

APROXIMACIÓN A LOS INICIOS DE LA MOTIVACIÓN DE SENTENCIAS

Del juez como testigo a la decisión judicial. Los comienzos de la modernidad


jurídica y la (re)apertura de la posibilidad de decisiones judiciales fundadas

A partir del siglo XII y especialmente a lo largo de los siglos XIII y XIV tuvieron
lugar en Europa una serie de acontecimientos que transformaron radicalmente la
forma de administrar justicia. Los mecanismos altomedievales de prueba a través
de duelos, juramentos y ordalías fueron sustituidos progresivamente por un
sistema de pruebas dirigido a conseguir una reconstitución verosímil de los hechos
en el proceso; la función de juzgar fue crecientemente reivindicada por los titulares
del poder político y su organización tendió a volverse centralizada; la
centralización condujo a su vez a la profesionalización del oficio de juez, a su
vinculación a un saber especial, la scientia iuris que florecía en las universidades y
que desarrollaba entonces una nueva doctrina sobre el proceso (el proceso
romano-canónico), además de nuevos métodos y argumentos sustantivos. Estas
transformaciones, que reflejan en los escenarios judiciales europeos los
comienzos de la modernización política, coincidieron con el nacimiento de la
fundamentación de las decisiones judiciales como problema jurídico, abordado ya
en el siglo XII por diversas decretales papales y comentarios de decretalistas, que
comenzaron a preguntarse por la necesidad jurídica de expresar en las sentencias
judiciales las causae de la decisión.
¿Por qué se abre en ese momento la pregunta por la fundamentación de la
sentencia? Ciertamente ella presupone la existencia de un discurso reflexivo
sobre el proceso que sólo comienza a desarrollarse en el marco del renacimiento
de los estudios jurídicos, pero sobre todo parece depender del hecho de que esa
reflexión tenía como referente un proceso que, a diferencia de lo que ocurría en el
caso de los procedimientos judiciales vigentes durante la Alta Edad Media,
concluía efectivamente con una sentencia, en el sentido de una decisión
deliberada del juez acerca del fundamento de la pretensión del actor. En el
contexto de la técnica decisoria propia de los ritos judiciales altomedievales la
fundamentación de la decisión era inconcebible: en esos procedimientos,
modelados bajo la influencia de las tradiciones germánicas y centrados en la
práctica de un experimento probatorio -duelo, juramento u ordalía- que designaba
al vencedor del litigio a través de la revelación de un signo incontrovertible de
culpabilidad o inocencia, el juicio se resolvía a través de la acción decisoria de las
partes.

No habiendo decisión deliberada, tampoco había razones de la decisión que


pudieran ser comunicadas: el espacio de la deliberación lo ocupaba el
experimento probatorio realizado por una o ambas partes, y el espacio de la
decisión, la victoria o el fracaso, expuestos -gracias a la publicidad escénica de las
pruebas- a la comprobación de todos los asistentes al teatro judicial

Estas opiniones jurisprudenciales sugieren, como ha dicho Michele Taruffo, la


“convicción de que la autoridad de la sentencia es tanto mayor cuanto más ella
asuma la forma de un dictum inmotivado”. Esta convicción parece haber estado
ligada no sólo a razones prudenciales, preocupadas del mayor riesgo que la
expresión de sus causae podía significar para la estabilidad de las sentencias,
sino también a una precisa concepción sobre el fundamento de la autoridad
judicial, a la que me referiré a continuación.
La fundamentación de las sentencias bajo el antiguo régimen

Las transformaciones que la escena judicial europea sufrió a contar del siglo XII
afectaron también las bases que fundaban la autoridad judicial, particularmente en
virtud de la progresiva reivindicación de la función judicial por parte de las
monarquías tardo-medievales y su creciente profesionalización. Estos cambios
modificaron las bases comunitarias en que hasta entonces se había apoyado la
administración de justicia, dando lugar a un desplazamiento desde el juicio por los
propios pares al juicio por los propios superiores y desde la comprensión del
derecho como un saber común ancestral a su comprensión como un saber
técnico, que se reconoce en alguien no por su aptitud carismática sino por su
competencia profesional. Estos desplazamientos nos sitúan, a medida que avanza
la configuración de la actividad jurisdiccional como una función del Estado
moderno, frente a un juez cuya autoridad se funda en su saber profesional -en su
auctoritas- y en su calidad de representante del monarca, abrigado también por el
halo de su maiestas. Mientras el primero de esos fundamentos parece
perfectamente compatible con una exigencia de dar cuenta públicamente del
saber en que una cierta decisión judicial se funda, veremos en esta parte del
trabajo cómo la majestad de la función judicial, al volver autocrático ese saber,
puede explicar el asentamiento durante el antiguo régimen de un principio de
exclusión de la necesidad de sentencias fundadas.

La majestad del monarca remitía en primer término a su supremacía, esto es, a


la inexistencia en la tierra de un superior ante quien rendir cuenta de sus
decisiones. Esa posición excluía la necesidad de justificar públicamente las
decisiones que él o sus delegados -y en especial los tribunales o cortes centrales-
adoptaban, pues fundarlas habría supuesto, como señala Letizia Gianformaggio,
“admitir que no se es titular de la soberanía”. Gian Paolo Massetto, haciendo
referencia a los dichos de diversos juristas de los siglos XVI y XVII, da cuenta de
la forma en que la supremacía del príncipe se transmitía a los jueces reales:
Las alusiones que las citas recogidas por Massetto hacen a la similitud entre
juicio real y juicio divino nos introducen al contenido de una segunda dimensión de
la majestad de la justicia, que se relaciona con el halo de sacralidad y misterio con
que fue rodeada la imagen real y que logró sobrevivir a la progresiva
secularización y juridificación de su poder. Ernst Kantorowicz muestra en Los dos
cuerpos del rey cómo la tarea de los teólogos de la monarquía, que habían
conseguido fijar un aura de divinidad sobre el rey, fue continuada tras la lucha por
las investiduras por los juristas de la corona, que recurrieron para ello
precisamente a la imagen del rey-juez y a la idea de participación del juicio judicial
en lo sagrado que había caracterizado a los ritos procesales pre modernos.

Esa reconstrucción del fundamento de la divinidad del príncipe, para desligarla


de la consagración, se apoyó en ciertas metáforas tomadas del derecho romano:
primero la idea según la cual los juristas y los jueces, y por tanto los reyes-jueces,
eran “sacerdotes de la justicia”, tomada de un párrafo de Ulpiano en el Digesto y,
luego, la metáfora secular del príncipe como lex animata, cogida de la Novela de
Justiniano, que convertía al rey en ley viva o animada, encarnación de la justicia,
intermediario entre el derecho natural o divino y el derecho positivo.

Súbdito al ciudadano: la fundamentación de las sentencias en el proyecto liberal

La exigencia de sentencias fundadas ya era conocida en Europa, según hemos


visto en la sección anterior, antes del tránsito desde los Estados absolutos a los
Estados liberales y de su institucionalización como principio general por la
legislación revolucionaria francesa. ¿Cuál es entonces la contribución de esta
etapa de la modernidad política y jurídica en la configuración institucional del
deber de fundamentación de las decisiones judiciales? En mi opinión ese aporte
consiste no sólo en el logro de su generalización, sino sobre todo en la
transformación de su significado político. Mientras bajo el antiguo régimen el
sentido político de la exigencia de motivación, en los casos en que fue impuesta,
coincidía con los intereses del príncipe, esta nueva fase supuso el fortalecimiento
en la determinación de su significado de la perspectiva ex parte populi, reflejando
en el ámbito de la relación entre poder judicial y ciudadanos el desplazamiento
general del centro de gravedad de los sistemas políticos desde el princeps al
populo que la Revolución francesa, como también la norteamericana, promovieron
a través de la causa del gobierno representativo y del constitucionalismo centrado
en los derechos individuales.

La pública accesibilidad del derecho y la automaticidad del juicio judicial -una


vez que gracias a la codificación las leyes fueran simples y claras y su
interpretación se volviera innecesaria- asegurarían por sí solas la posibilidad de
controlar la efectiva sumisión del juez a la ley, de modo que no llegaba a
plantearse la necesidad para ese fin de una exigencia de motivación de las
decisiones judiciales. Bastaba, según esa imagen de la decisión judicial, con
imponer la primacía de la ley y la rigurosa subordinación del juez a su texto literal,
para que cualquier persona pudiera constatar en toda decisión judicial la
aplicación diáfana a un caso concreto de una regla jurídica general.

Por otra parte, la defensa ilustrada de la publicidad de las actuaciones


procesales, formulada en el marco de la reflexión crítica sobre el proceso
inquisitivo y sus reglas de secreto, parece haber visto en ella no sólo una garantía
para las posibilidades de defensa del acusado sino también como mecanismo
suficiente para asegurar control público sobre la actuación del juez, de modo que
tampoco desde esta perspectiva parecía necesario buscar una garantía adicional
en la publicidad de los fundamentos de la sentencia.

El impacto en el sentido de la exigencia de motivación de la sustitución del


súbdito del antiguo régimen por el citoyen ha sido destacado especialmente por
Taruffo, quien sostiene que fue sobre la base ideológica que proporcionaron esos
principios políticos de inspiración democrática que “en alternativa a la arbitrariedad
del juicio, toma cuerpo la imagen del juez que no sólo debe aplicar la ley creada
por el pueblo, sino que debe también someterse al control del pueblo enunciando
las razones de la propia decisión”.

La historia de la fundamentación de las decisiones judiciales continúa por cierto


después de la revolución francesa y de la extensión del principio de obligatoriedad
y publicidad de la motivación al resto de los ordenamientos jurídicos de tradición
jurídica continental. La exploración genealógica emprendida en este trabajo se
cierra, sin embargo, en este punto porque en él se completan los significados y las
funciones que esa institución mantiene, en mi opinión, hasta hoy. En torno a ellas
numerosas cuestiones se han ido suscitando, cuestiones que se entrelazan con
los cambios que el derecho y la cultura jurídica han seguido experimentando -con
la crisis.

CONSTITUCIONALIZACION DEL DEBER DE MOTIVAR LAS SENTENCIAS

ASPECTO GENERAL

El deber de los jueces de motivar sus decisiones es un elemento fundamental


del Derecho de los Estados constitucionales. En los ordenamientos jurídicos de
tipo romano-germánico supone, por lo demás, una práctica relativamente reciente,
que contrasta con la de los sistemas de common law, en donde las decisiones
judiciales han sido siempre motivadas; la explicación es que sin una adecuada
explicitación de las rationes decidendi de las sentencias, un sistema basado en el
precedente no podría funcionar.

Ahora bien, definir lo que es motivar y establecer ciertas exigencias sobre


cómo motivar es una tarea más simple que la de fijar criterios precisos que puedan
permitirnos conocer cuándo existe una motivación (o una buena motivación) y
cuándo no. Esta última cuestión es, precisamente, la que se aborda en el capítulo
tercero de este libro (en los anteriores capítulos, los temas tratados son: el
razonamiento jurídico, en general; y la ponderación y la proporcionalidad en la
interpretación constitucional).
Edwin Figueroa está de acuerdo con la decisión del Tribunal Constitucional (y
también con los criterios que se acaban de señalar) y tan sólo dirige a la sentencia
una crítica que se refiere a los excesos verbales, al lenguaje poco considerado
utilizado por ese Tribunal lo que, en su opinión, implica la infracción de un “deber
de lealtad”. Con ello hace alusión al empleo de expresiones (por parte del Tribunal
Constitucional y referidas a la motivación de la Corte Suprema) como las
siguientes: [la sentencia es] “fruto de un decisionismo inmotivado antes que el
producto de un juicio racional y objetivo” o “la sentencia impugnada forma parte de
aquellas que se caracterizan por el hábito de la declamación demostrativa de dar
ciertos hechos por probados; luego de lo cual tales hechos son declarados de
manera sacramental y sin ninguna pretensión explicativa como constitutivos de un
ilícito penal como si de una derivación mecánica se tratase”.

Pues bien, el análisis anterior que constituye el núcleo del libro de Figueroa
plantea, en mi opinión, dos cuestiones. Una es la de si el autor tiene razón al
sostener lo que sostiene en relación con ese caso. A mí me parece que sí. Aunque
mi conocimiento del mismo no sea de primera mano, todo hace pensar que la
motivación de la Corte Suprema incurría en errores graves y que estaba justificado
anular la sentencia (y exigir a la Corte que volviera a motivar el fallo) por haber
vulnerado un derecho fundamental de los individuos. También me parece que
tiene razón al sugerir que el lenguaje de las decisiones judiciales debe ser
comedido y sobrio, si bien el hablar de un “deber de lealtad” podría dar lugar a
algún malentendido.

La segunda cuestión, de carácter más general, se refiere a cómo establecer los


requisitos que permitan determinar que una decisión no está suficientemente
motivada y, en consecuencia, supone la transgresión de un derecho fundamental.
Por un lado, el concepto de “motivación suficiente” tiene una mayor connotación
que el de “motivación” a secas; es lo que viene a decir el Tribunal Constitucional
peruano ( Figueroa) cuando establece que la ausencia de motivación (incluida la
simple apariencia de motivación) es condición suficiente (pero no necesaria) para
considerar que se ha vulnerado ese derecho fundamental. Pero, por otro lado, el
concepto de “motivación suficiente” no coincide tampoco con el de “motivación
óptima” o incluso con el de “buena motivación”.

Es decir con ello que el Tribunal Constitucional, puesto que (como lo aclara el
autor del libro) no es una tercera instancia, esto es, no puede entrar en el fondo
del asunto como lo haría un simple tribunal de apelación, podría considerar que
una determinada motivación no es la mejor posible (que adolece incluso de
ciertas deficiencias) pero, sin embargo, sí es una motivación “suficiente”, en el
sentido de que no supone la infracción de un derecho fundamental (a una decisión
motivada). Los criterios establecidos por el Tribunal Constitucional (y suscritos por
Figueroa) se dirigen a precisar ese concepto de “motivación suficiente” que
vendría a ser algo así como “una buena motivación.

Podría aceptarse que “ausencia de motivación” o “motivación meramente


aparente” son nociones razonablemente claras, al igual que también lo es la de
“falta de motivación interna” (que podríamos entender en el sentido de comisión de
errores de tipo estrictamente lógico). Pero el problema es que raramente una
sentencia incurre en ese tipo de deficiencias. Lo usual es más bien que lo que
haya que aplicar sean los otros elementos del test: “deficiencias en la motivación
externa” y “motivación sustancialmente incongruente” (no incluyo el de “motivación
insuficiente”, pues me parece que ese es precisamente el concepto –genérico-
que hay que determinar con ayuda de los otros). Y estas nociones necesitan
todavía de un análisis cuidadoso y, desde luego, nada fácil de llevar a cabo. O
sea, la pregunta que sigue abierta sería ésta: ¿cómo de buena tiene que ser una
motivación para poder ser considerada como suficiente?

Manuel Atienza Rodríguez

La motivación como exigencia constitucional


La exigencia constitucional de motivar se mantiene vigente en todo el proceso
de construcción de una decisión judicial: el juez deberá aplicar la sindéresis de la
lógica, evitando contradicciones en su razonamiento y he aquí que per se,
subsiste una particularidad del deber de motivar en el sentido de no construir
decisiones manifiestamente contradictorias, ajenas a la lógica de la norma y de las
premisas fácticas. De igual forma, al perfilar los argumentos que han de servir de
sustento a la decisión, el deber constitucional alude, en este caso, a ceñirse a la
verdad de las premisas.

En ese mismo íter, constitucionalmente la interpretación deberá


ceñirse, cuando menos suficientemente, a los principios de interpretación que
contempla como valores axiológicos la Constitución.

La motivación de la decisión judicial constituye el paso final en las tareas del


decisor racional. Sin embargo, debemos atender a un aspecto importante: es una
tarea final en los pasos esenciales que sigue el Razonamiento Jurídico, mas no en
el esquema procedimental concerniente a la comunicación de la decisión judicial.
En efecto, a la etapa de motivación, le debemos sumar la necesidad de comunicar
la decisión a las partes a fin de que éstas ejerzan su derecho respecto a la
decisión final.

Pero, ¿qué implica la motivación como tal? Ignacio Colomer al referirse a los
requisitos respecto del juicio de derecho, señala hasta tres requisitos, los cuales
pasamos a detallar:

La justificación de la decisión debe ser consecuencia de una aplicación racional


del sistema de fuentes del ordenamiento. La motivación debe respetar derechos
fundamentales;
Ignacio Colomer

Exigencia de una adecuada conexión entre los hechos y las normas que
justifican la decisión. Así, una motivación válida es aquella que pone en contacto
la cuestión fáctica con la cuestión juris.

La justificación de la decisión, prosigue Colomer, debe cumplir con las


operaciones que integran una aspiración racional del sistema de fuentes, entre las
cuales encontramos las siguientes:

La selección de la norma a aplicar. Es decir, el juez no goza de libertad


absoluta sino que se encuentra contenido por diversos límites: a) que la norma
seleccionada sea vigente y válida. Bajo esta pauta, el juez debe comprobar que el
precepto no haya sido derogado o abrogado del ordenamiento (validez formal) y
verificar su constitucionalidad y legalidad (validez material); b) Que la norma
seleccionada sea adecuada a las circunstancias del caso. El límite esencial es el
respeto de la congruencia exigida a toda resolución jurisdiccional.

Correcta aplicación de la norma. Los jueces deben realizar un control de


legitimidad respecto a la aplicación en contra de la norma. La finalidad de este
control es verificar que la aplicación de las normas al caso concreto es correcta y
conforme a derecho. El control de legalidad, acota Colomer, es estático, en cuanto
se encarga de analizar la norma al margen de su posible aplicación. Este control
verifica la vigencia de la norma y que su contenido no contradiga la norma
constitucional.

Ignacio Colomer

Válida interpretación de la norma. La interpretación viene a ser el mecanismo


utilizado por el juez para dar significado a la norma previamente seleccionada.

El esquema graficado por Colomer con relación a la motivación, nos resulta


muy práctico en el desarrollo de la decisión final. Si en su momento analizamos las
implicancias lógicas del problema y si luego delimitamos las variables
argumentativas respectivas, así como cumplimos con desarrollar la interpretación
de la norma y hechos aplicables al caso concreto, por la motivación estamos en
condición de expresar nuestra decisión a través de un armazón organizativo-
racional de las razones que nos inclinan a estimar o desestimar una pretensión.

Diez Picasso nos refiere el concepto de “operación total”, a través del cual no
se puede decidir primero cuál es la norma que se va a aplicar y después someterla
a una interpretación puesto que también para decidir que una norma no se aplica,
es preciso interpretarla previamente, pues existe una íntima interrelación entre la
interpretación y aplicación de las normas.

El deber de motivar las resoluciones judiciales en nuestro ordenamiento jurídico

Con el presente artículo, no pretendemos zanjar el tema de la motivación de las


resoluciones judiciales; sino de exponer su contenido y sobretodo enfatizar, que
éste es un derecho fundamental de los justiciables para conocer tanto los
fundamentos fácticos y jurídicos acogidos y esgrimidos por el Juez para resolver
un caso concreto.

Empecemos a deslindar conceptos. Por un lado motivar, en palabras sencillas


significa explicar; y por otro lado, las resoluciones judiciales pueden ser decretos,
autos y sentencias.

Entonces de lo mencionado, podemos decir que; motivar una resolución judicial


consiste en explicar de manera clara y precisa los hechos y el derecho que se
aplica a un caso concreto, es decir, que motivar una resolución judicial no solo
consiste en el simple manejo de explicar los hechos y el derecho que se aplica al
caso concreto, ni solo basta el simple hecho de que una mera cita de la norma
encaje dentro de los supuestos dados en la realidad, sino que la motivación
conlleva a efectuar razonamientos más complejos, lógicos, coherentes,
concatenados y precisos por los cuales se llega a una decisión firme.
Por lo que al señalarse que las resoluciones judiciales pueden ser decretos,
autos y sentencias; los primeros al ser de mero trámite y dar impulso al proceso,
no necesitan motivación; empero, no sucede lo mismo con los autos y las
sentencias; pues éstos por expresar decisiones, deben de estar fundamentados
en hechos y en derecho bajo sanción nulidad.

La motivación como derecho fundamental.

La Constitución Política del Perú, en su artículo 139 inciso 5, consagra como


principio y derecho de la función jurisdiccional, la motivación escrita de las
resoluciones judiciales en todas las instancias excepto los decretos de mero
trámite con mención expresa de la Ley aplicable, y los fundamentos de hecho en
que se sustenten.

Es decir, la motivación de las resoluciones judiciales es un derecho


fundamental de todos los justiciables y constituye una de las garantías que forma
parte del contenido del debido proceso; asimismo, es un presupuesto fundamental
para el adecuado ejercicio a la tutela judicial efectiva. Es así que nuestro Código
Procesal Civil en el artículo 122 incisos 3 y 4, hace referencia a determinados
requisitos que deben cumplir las resoluciones para que éstas no sean pasibles de
nulidad.

Estudio de las disposiciones legales relativas a la motivación

La motivación como explicación del proceso lógico, como instrumento que sirve
de enlace para demostrar que unos hechos inicialmente presuntos han sido
realmente realizados y que conllevan la solución del caso y también como garantía
del justiciable de que la decisión tomada no lo ha sido de manera arbitraria
encuentran respaldo en diferentes disposiciones de nuestro ordenamiento jurídico.

En el correspondiente apartado dedicado a la jurisprudencia constitucional se


realiza un estudio de las líneas llevadas a cabo por el Alto Tribunal con sentencias
adjuntas y remisiones donde se percibe que la motivación es tratada como parte
del contenido esencial del derecho a la tutela judicial efectiva y por tanto tratada
como un derecho fundamental susceptible de ser defendido mediante recurso de
amparo.

Asimismo establece que los Jueces y Tribunales de conformidad con el


principio de tutela judicial efectiva deberán resolver siempre sobre las
pretensiones que se formulen y sólo podrán desestimarlas por motivos formales,
cuando el defecto fuese insubsanable o no se subsanare por el procedimiento
establecido en las leyes.

En el encabezamiento deberán expresarse los nombres de las partes y cuando


sea necesario, la legitimación y representación en virtud de las cuales actúen, así
como los nombres de los abogados y procuradores y el objeto del juicio.

En los antecedentes de hecho las pretensiones de las partes o interesados, los


hechos en que las funden y que hubiesen sido alegados en relación con las
cuestiones que hayan de resolverse, las pruebas que se hubiesen propuesto y
practicado y los hechos probados, en su caso.

En los fundamentos de derecho se expresarán en párrafos separados y


numerados, los puntos de hecho y de derecho fijados por las partes dando las
razones y fundamentos legales del fallo que haya de dictarse con expresión
concreta de las normas jurídicas aplicables al caso.

La motivación es la única garantía para proscribir la arbitrariedad. La


razonabilidad es el criterio demarcatorio de la discrecionalidad frente a la
arbitrariedad ya que si la potestad discrecional consiste en elegir una opción entre
un abanico de posibilidades razonables no hay potestad discrecional cuando es
sólo una la solución razonable y por tanto no hay posibilidad de elección.

La motivación garantiza que se ha actuado racionalmente porque da las


razones capaces de sostener y justificar en cada caso las decisiones de quienes
detentan algún poder sobre los ciudadanos. En la motivación se concentra el
objeto entero del control judicial de la actividad discrecional administrativa y donde
hay un duro debate sobre hasta donde deben fiscalizar los jueces.

Según Saban Godoy, el juez no sólo debe ser imparcial, sino que es preciso
que la imparcialidad pueda ser verificada en cualquier decisión concreta: la
decisión no es imparcial en sí, sino en cuanto demuestra serlo.

Importa mucho que el órgano sea imparcial pero lo determinante es que sea
imparcial su decisión, para ello está la motivación que garantiza que la decisión lo
sea.

En las sentencias se pueden distinguir las siguientes partes:

Encabezamiento

Motivación (constituida por los antecedentes de hecho y fundamentos o


razonamientos jurídicos).

Fallo

El encabezamiento es la parte inicial de la sentencia donde se consignan los


datos que la individualizan en relación con un proceso determinado (lugar en que
se dicta, la fecha, el nombre del Juez o Magistrados, nombres, domicilios y
profesión de los litigantes ,nombres de sus Abogados y Procuradores y objeto del
pleito).

Respecto a la motivación es el auténtico núcleo duro de la sentencia y se divide en


dos partes:

Antecedentes de hecho: En los antecedentes de hecho debe consignarse y con


la concisión máxima posible las pretensiones de las partes y los hechos en que las
funden que hubieran sido alegados oportunamente y que estén enlazados con las
cuestiones que hayan de resolverse. En la práctica los hechos se exponen
resumidamente en la demandas y en la contestación así como las peticiones de
una y otra parte. También debe recogerse en estos resultandos un resumen de la
prueba practicada de una forma objetiva expresando el resultado arrojado por
cada medio de prueba,pero sin adelantar todavía ninguna conclusión valorativa.

Fundamentos de Derecho: Los fundamentos de derecho son la verdadera


motivación de las sentencias civiles y donde verdaderamente se recoge la doctrina
legal aplicada por los Jueces y Tribunales. Aquí es donde el Juez debe sentar los
hechos que estima probados según los resultados de las pruebas y utilizando para
ello las reglas jurídicas pertinentes. Sobre estos hechos jurídicos establecidos es
sobre los que se debe aplicar la norma jurídica que estime aplicable.

La parte final de la sentencia es el fallo que es donde el Juez resuelve el caso


estimando o desestimando las pretensiones de las partes. El fallo debe cumplir
con unas características: claridad,precisión y congruencia con las pretensiones de
las partes y resolver todas las cuestiones y pretensiones planteadas en el pleito.

Doctrina constitucional dominante

El Tribunal Constitucional ha manifestado en multitud de sentencias que el


derecho a la tutela judicial efectiva consiste en obtener una resolución fundada en
Derecho que ponga fin al proceso. El hecho de que la sentencia deba motivarse
en Derecho, no significa que su contenido tenga que ser jurídicamente correcto
sino que a pesar de la motivación puede haber infracción de ley o de doctrina
legal. El derecho a la tutela judicial efectiva no ampara el acierto de las
resoluciones judiciales salvo en el caso de resoluciones manifiestamente
infundadas o arbitrarias.

VARIEDADES DE LA SENTENCIA

OBJETIVOS

En la presente sección se busca examinar algunos de los rasgos individuales de


los diferentes tipos de sentencia, aunque se reconoce que hay unos raseros
comunes a toda sentencia, entendida ella, en parte, como un acto de
comunicación mediante el cual el autor intenta mostrar el itinerario que lo llevó a
tomar una decisión.

Además, se muestra claramente el conflicto que puede surgir en los órganos


colegiados, que no hay una diferencia esencial entre la sentencia de primer y
segundo grado, y que sólo se salva la preeminencia del juez ad quem mediante un
acto de autoridad legislativa que por sí solo carece de soporte lógico, pero que con
indudable sentido pragmático causa el cierre necesario del sistema.

EN ATENCIÓN A LAS MATERIAS

Sentencia en sede constitucional.

Sin declinar la rigurosidad en el análisis de la apreciación de la prueba, de la


estructura argumentativa y de la logicidad que debe acompañar el razonamiento
judicial, no es lo mismo concebir una sentencia de constitucionalidad para derogar
o excluir una norma del ordenamiento jurídico una norma puesta por el legislador,
que dictar una sentencia con efectos inter partes en un caso ordinario. Las
exigencias mínimas de coherencia y racionalidad son premisas básicas para toda
sentencia; pero, probablemente, podemos dar por aceptado que cuando la
sentencia judicial busca la exclusión o expulsión de una norma del ordenamiento
jurídico, porque ha ingresado a dicho ordenamiento de manera espuria,
contraviniendo las formas de producción de las leyes, o porque su presencia en el
ordenamiento es incompatible con norma constitucional, las exigencias
argumentativas son de tipo diferente.

SENTENCIA EN SEDE DE CONTROL ABSTRACTO DE


CONSTITUCIONALIDAD

En sede de control constitucional abstracto la sentencia ofrece


particularidades, en tanto el contraste en este caso se da entre dos normas de tipo
abstracto y general, aunque de jerarquía diferente; allí la relevancia de los hechos
es menor, casi ninguna, pues se trata de dos normas con estructura más o menos
idéntica que entran en abierta colisión por lo que ellas significan en el conjunto del
ordenamiento, básicamente por la fuente que las emite, esto es, el Constituyente o
el legislador .

Probablemente la textura abierta de la norma constitucional ofrecerá una


complejidad adicional, o demandará exigencias particulares, en contraste con la
norma de tipo legal que suele tener una estructura menos abierta; en aquella
contará la presencia de principios en el análisis y la integración de una especie de
proposición jurídica completa o bloque de constituiconalidad, en el que estén
incluidos los tratados internacionales. Por supuesto, la parte conclusiva de este
tipo de sentencia lleva a un contraste de jerarquía normativa que salva la
contradicción en beneficio de la norma de orden superior, esto es, de la
Constitución.

SENTENCIA EN SEDE DE CASACIÓN

En sede de casación la pretensión del sistema es cerrar las instancias


regulares del juicio, es decir, clausurar el debate con un efecto directo sobre la
sentencia de instancia y sobre las partes. En casación, el resarcimiento de las
partes puede ser apenas un efecto marginal, pues la sentencia es un juicio a la
sentencia del Tribunal y no a la conducta del procesado o de las partes en el
contrato. No hay, salvo excepciones, un juicio sobre los hechos del proceso, es un
juicio a la sentencia, un contraste entre ella y la ley; por lo que el esfuerzo
argumentativo y el tipo de sentencia pueden ser un tanto diferentes.

RECENSIÓN JURISPRUDENCIAL SOBRE EL DEBER DE MOTIVAR LAS


SENTENCIAS.

En materia penal con ocasión del establecimiento de la exigencia de sustentar


el recurso de apelación, se ha puesto en evidencia el deber del juez de responder
a los alegatos del apelante, deber de respuesta que se erige en una exigencia
adicional de argumentación y calificación o descalificación de los planteamientos
del apelante. En sentencia de 17 de octubre de 2001 la Sala de Casación Penal
de la Corte estableció que la sentencia de segunda instancia tiene como límite de
pronunciamiento los temas de la impugnación, tal como ellos fueron planteados
por el recurrente. La aplicación precedente comporta una carga de argumentación
al recurrente pues si este omite algún cargo contra la sentencia, con ello estaría
limitando la competencia del ad quem. Pero lo más interesante en la sentencia
comentada es que ella realiza una de las condiciones de la situación ideal de
diálogo de estirpe Habermasiana, por cuanto todo participante en el dialogo puede
aportar argumentos y si alguien es requerido a dar respuesta no puede negarse.
Igualmente esta exigencia refleja una combinación de reglas de razón y reglas de
carga de la argumentación presentes en Alexy. En la misma sentencia la Corte
argumentó: "Si los fundamentos de la impugnación establecen el objeto de
pronunciamiento del funcionario de segundo grado y ellos están referidos a discutir
los términos y conclusiones de la decisión de primera instancia, es clara la relación
de necesidad existente entre la providencia impugnada, la sustentación de la
apelación y la decisión del Juez de segunda instancia. Providencia impugnada y
recurso, entonces, forman una tensión, que es la que debe resolver el superior

SENTENCIAS DE PRIMERA Y SEGUNDA INSTANCIA

Tal vez los dos tipos de sentencia más afines son los de primera y segunda
instancia, en tanto ambas recaen sobre los hechos, las premisas normativas, los
encadenamientos causales, o el engarzamiento o anudamiento de argumentos en
torno a los hechos y a las normas legales aplicables. Son dos tipos de sentencia
que compiten por el acierto y cuya identidad estructural realmente se salva
mediante un artificio de autoridad, en virtud del cual la sentencia de segunda
instancia le quita legitimidad a la de primera, no con fundamento en alguna
supremacía argumentativa disponible sólo para el juez de segundo grado,
tampoco estrictamente por la mejor interpretación de los textos normativos y
menos porque se anticipe alguna visión particular que permita presumir un mejor
análisis de los hechos o de la valoración probatoria en segundo grado; la exclusión
de la sentencia de primera instancia y la sustitución por la de segundo grado solo
se produce mediante el criterio de autoridad. Para cerrar las dos instancias
normales de todo juicio, el legislador ha dispuesto que la segunda puede ejercer
una función revocatoria, sentando de antemano una presunción de acierto que,
repítase, solamente está anclada en un argumento de autoridad.

No hay ninguna metodología, instrumental lógico, recurso retórico o estatuto


epistemológico de uso exclusivo del juez ad quem que le permita, en segunda
instancia, forzar la conclusión de que su fallo es más acertado que el de primer
grado, tanto, que permita sustraerle vigencia. El entendimiento cabal de tal
circunstancia debe imponer al juez de segundo grado un esfuerzo adicional para
demostrar que la solución que halló, divergente de la de primer grado. Que por
tanto la sustituye, es argumentativamente superior, que el criterio de autoridad es
apenas un auxilio necesario, una disposición de cierto modo arbitraria para cerrar
el sistema en la búsqueda del estatus de la cosa juzgada.

SENTENCIA DE LOS JUECES COLEGIADOS

Es bastante complejo averiguar, por ejemplo, las motivaciones de índole


psicológico que llevan al juez unipersonal a adoptar una decisión. Las decisiones
judiciales se plantean en varios niveles, uno de ellos es el eminentemente
psicológico que responde un poco a la pregunta: ¿por qué decidió el juez así? y
atañe a las motivaciones que él presenta externamente, pero que probablemente
no reflejan los impulsos de índole psicológico que lo llevaron a elegir entre las
diferentes alternativas que estaban a su disposición; alternativas que son
radicalmente distintas en su desenlace pero penumbrosas en sus orígenes, en
tanto el sentido de la decisión se pudo desencadenar por detalles minúsculos de
magnitud que juega proporcionalmente a las consecuencias finales de la decisión.
Como ya hemos visto, no pocas veces el esfuerzo argumentativo oculta y se
esfuerza en soslayar los verdaderos motivos de la decisión.

EL DEBER COMO DERECHO Y GARANTIA. EL DERECHO FUNDAMENTAL A


UNA DECISION DEBIDAMENTE JUSTIFICADA

Reconocimiento constitucional del derecho a la debida motivación

En efecto, la motivación tiene dos aristas en relación a su reconocimiento


constitucional. Y es que la debida motivación es una obligación y al mismo tiempo
un derecho fundamental de los individuos.

En el ordenamiento peruano el artículo 139.5 de la Constitución señala que


son principios y derechos de la función jurisdiccional “la motivación de las
resoluciones judiciales en todas las instancias con mención expresa de la ley y los
fundamentos de hecho en que se sustentan”.

El postulado constitucional que acabamos de mencionar, si bien ha sido


señalado en un sentido univoco, es decir no podemos distinguir si se ha
formulado como un derecho o una obligación, podemos interpretar que el mismo
se ha establecido o debemos entenderlo en los dos sentidos mencionados. Y es
que la debida motivación de las resoluciones se constituye como un punto
esencial del Estado Constitucional de Derecho en ambos sentidos, en la medida
que coadyuva a garantizar otros derechos de los justiciables y algunos principios
fundamentales de la actividad jurisdiccional, así como controlar que la actividad
jurisdiccional no sea arbitraria ni abuse del poder.

La obligación de la debida motivación como garantía

La obligación de motivar debidamente como dice (Colomer, 2003 p.60-71), “es


un principio constitucional y pilar esencial de la jurisdicción democrática”. Y es
que a diferencia del Antiguo Régimen, en el que los órganos judiciales no estaban
llamados a dar cuenta de la interpretación y aplicación del Derecho, esto no puede
considerarse admisible en una sociedad democrática, en la que justicia, igualdad y
libertad ascienden a la dignidad de principios fundamentales.

La obligación de motivar cumple la finalidad de evidenciar que el fallo es una


decisión razonada en términos de Derecho y no un simple y arbitrario acto de
voluntad de quien está llamado a juzgar, en ejercicio de un rechazable - en
nuestra opinión- absolutismo judicial (Millione, p. 16)

Ahora bien, en términos concretos la obligación de motivar es una garantía del


principio de imparcialidad, en la medida que mediante ella podemos conocer si el
juez actuó de manera imparcial frente a las partes durante el proceso. En el
mismo sentido, la motivación es una garantía de independencia judicial, en la
medida que garantiza que el juez no determine o solucione un caso por presión o
intereses de los poderes externos o de los tribunales superiores del Poder Judicial.

Igualmente, la obligación de motivar se constituye como límite a la arbitrariedad


del juez, permite además constatar la sujeción del juez a la ley y que las
resoluciones del juez puedan ser objeto de control en relación a si cumplieron o no
con los requisitos y exigencias de la debida motivación .

Y es que en tanto garantía de la “no arbitrariedad”, la motivación debe ser


justificada de manera lógica. De ahí que la exigencia de motivación, como señala
Colomer, no sea el mero hecho de redactar formalmente sino que la justificación
debe ser racional y lógica como garantía de frente al uso arbitrario del poder”
(Colomer, 2003, p. 96).

En el mismo sentido, en relación a la sujeción a la ley, la motivación permite


constatar que la decisión del juez es dictada conforme a las exigencias normativas
constitucionales, legales, reglamentarias del ordenamiento. Ello finalmente
contribuye a que la sociedad en general tenga confianza en la labor que ejerce el
Poder Judicial en la resolución de conflictos. En efecto, el TC ha señalado que “la
exigencia de que las decisiones judiciales sean motivadas garantiza que los
jueces, cualquiera que sea la instancia a la que pertenezcan, expresen la
argumentación jurídica que los ha llevado a decidir una controversia, asegurando
que el ejercicio de la potestad de administrar justicia se haga con sujeción a la ley;
pero también con la finalidad de facilitar un adecuado ejercicio del derecho de
defensa de los justiciables” (Ibídem, pág. 97)

la obligación la debida motivación como derecho

La otra cara de la moneda es la de la debida motivación como derecho. En


efecto, la motivación de las resoluciones judiciales es una garantía esencial de los
justiciables, en la medida que por medio de la exigibilidad de que dicha
motivación sea “debida” se puede comprobar que la solución que un juez brinda a
un caso cumple con las exigencias de una exégesis racional del ordenamiento y
no fruto de la arbitrariedad (Tribunal Constitucional, 1992, fundamento jurídico 3).

Ahora bien, el derecho a la motivación de las sentencias se deriva del derecho


al debido proceso. En efecto, si realizamos una interpretación sistemática entre el
artículo 139, 5 y el artículo que puede leerse de la siguiente manera, “la obligación
de motivar las resoluciones, puesta en relación con el derecho al debido proceso,
comprende el derecho a obtener una resolución debidamente motivada” (Tribunal
Constitucional Peruano, Exp. N° N. º 02424-2004-AA/TC).

El TC además ha señalado en constante jurisprudencia que “El debido proceso


presenta dos expresiones: la formal y la sustantiva; en la de carácter formal, los
principios y reglas que lo integran tienen que ver con las formalidades estatuidas,
tales como las que establecen el juez natural, el procedimiento preestablecido, el
derecho de defensa y la motivación (…)”(Tribunal Constitucional Peruano , Exp.
N.° 8125-2005-PHC/TC, FJ. 11).

En efecto, en otra de las sentencias el TC ha indicado que “no de los


contenidos del derecho al debido proceso es el derecho de obtener de los órganos
judiciales una respuesta razonada, motivada y congruente con las pretensiones
oportunamente deducidas por las partes en cualquier clase de proceso” (Tribunal
Constitucional Peruano, Exp. N° 05401-2006-PA/TC, FJ. 3).

De otro lado, de modo similar al de la obligación de motivar, el derecho a la


debida motivación se constituye como un límite a la arbitrariedad en la que los
jueces puedan incurrir por medio de sus decisiones. Y es que a decir del TC
peruano, “toda decisión que carezca de una motivación adecuada, suficiente y
congruente, constituirá una decisión arbitraria y, en consecuencia, será
inconstitucional” (Tribunal Constitucional Peruano. Exp. N° 0728-2008-PHC/TC, FJ
8 y 9a carta fundamental”).

Procesos constitucionales para proteger el derecho a la debida motivación

En el Estado Constitucional, el reconocimiento de derechos fundamentales


dentro de los textos constitucionales necesariamente implica la creación de
mecanismos o procesos constitucionales para la defensa de dichos derechos y, en
fin de cuentas, del carácter vinculante de la Constitución (Tribunal Constitucional
Peruano, Exp. N.° 7022-2006-PA/TC, FJ.10). Ahora bien, cuando hablamos del
derecho a la debida motivación de las resoluciones judiciales, nos encontramos
frente a un derecho de rango constitucional y por tanto el mismo tendría que ser
objeto de protección por medio de los procesos constitucionales consagrados en
la Constitución y el Código Procesal Constitucional.

En efecto, cuando realizamos un análisis sobre el tipo de proceso


constitucional que corresponde aplicar cuando se vulnera el derecho a la debida
motivación, en primer término pensamos en el proceso de amparo. Y es que este
tipo de proceso, se encuentra destinado a proteger los derechos reconocidos en la
constitución con excepción del derecho a la información que es protegido por el
proceso de habeas data, y el derecho a la libertad personal y derechos conexos,
objeto de protección de los procesos de habeas corpus.
En concreto, en el ordenamiento peruano, la Constitución ha establecido en el
artículo 20 inciso 2 que “la Acción de Amparo, que procede contra el hecho u
omisión, por parte de cualquier autoridad, funcionario o persona, que vulnera o
amenaza los demás derechos reconocidos por la Constitución.

Así, cabría decir que existe la posibilidad de que las resoluciones judiciales
puedan ser cuestionadas en un proceso de amparo por la vulneración de derechos
constitucionales, pero ello ha sido cuestión ampliamente debatida, principalmente
porque el artículo 200, 2 también señala que “(…) No procede contra (…)
resoluciones judiciales emanadas de procedimiento regular”.

Frente a ello, el TC ha sentado jurisprudencia sobre el tema en cuestión en el


sentido de admitir este supuesto, todo ello sobre la base de la interpretación de los
dispositivos constitucionales y legales que abordan el tema. Al respecto de como
debe leerse o entenderse este dispositivo, el TC considera inadmisible que el
artículo 200,2 de la Los procesos constitucionales también pueden denominarse
garantías de la propia constitución en la medida que son mecanismos destinados
a asegurar la observancia, aplicación y estabilidad de la ley Fundamental. (
GOMEZ , 2005, p. 859-860).

Constitución pueda significar o interpretarse como una limitación a la


competencia rationae materia del amparo contra resoluciones judiciales (Tribunal
Constitucional Peruano. Exp N° 3179-2004-AA/TC, FJ. 14).

En ese sentido, debemos descartar el supuesto que niega la posibilidad del


amparo contra resoluciones judiciales, por el contrario debemos situarnos en el
caso de un supuesto limitado en la medida que se prohíbe el amparo contra
resoluciones de procesos regulares , más no de fallos emitidos dentro de un
proceso judicial irregular. Con ello quedaba como interrogante la definición de lo
que es un proceso irregular y se establecía una puerta de entrada para la
procedencia de los amparos contra resoluciones judiciales.
Ahora bien, sobre el punto, se ha pasado de reconocer que una resolución
emanada de procedimiento irregular se refería “a aquella que afectaba al debido
proceso o la tutela jurisdiccional efectiva, derechos reconocidos en el 139, 3 de la
Constitución”, a la tesis que señala que una resolución irregular es aquella en la
cual se afecta cualquier derecho fundamental.

En el caso Apolonia Collca, el TC afirmó que atendiendo a la eficacia vertical


de los derechos fundamentales, es decir, a la vinculación de los derechos hacia
cualquiera de los poderes, y en general, órganos públicos, “la tesis según la cual
el amparo contra resoluciones judiciales procede únicamente por violación del
debido proceso o la tutela jurisdiccional efectiva, confirma la vinculatoriedad de
dichos derechos en relación con los órganos que forman parte del Poder Judicial.
Pero constituye cuna negación sobre la vinculatoriedad de los “otros” derechos
fundamentales que no tengan naturaleza de derechos fundamentales procesales”
(Tribunal Constitucional Peruano. Exp N° 3179-2004-AA/TC, FJ. 18)

Así, el TC ha admitido la procedencia de los amparos contra resoluciones


judiciales para la afectación de cualquier derecho constitucional pues todos esos
casos configurarían un proceso irregular. Otro de los argumentos utilizados por el
TC es que atendiendo a los artículos 1.1 y 1.2 de la Convención Derechos
Humanos y a la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, los estados tienen la obligación de ofrecer a las personas sometidas a
su jurisdicción, un recurso judicial efectivo contra actos violatorios de sus derechos
fundamentales (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 1987, párrafo 23.). A
decir del ordenamiento peruano, este recurso se configura a través del amparo.

Igualmente, de una lectura del artículo 25.1 de la Convención, referido al


derecho a un recurso sencillo y rápido que amparen a la persona contra las
violaciones a sus derechos, quedaría claro que no hay derecho fundamental que
no pueda ser objeto de protección por parte del Estado en toda circunstancia, sin
excepción alguna.
TUTELA JUDICIAL Y JUSTIFICACION DE LAS SENTENCIAS

JUSTIFICACION DE LA SENTENCIA.

1.- El principio de legalidad y justificación racional en una decisión


judicial. Habiendo visto ya la necesidad de justificar las razones de derecho y de
hecho en toda decisión judicial, podemos observar como ellas se encuentran
inmersas - junto con otros criterios - en una decisión judicial.

El interés por el razonamiento judicial parte del rechazo tanto de una


concepción mecanicista de la aplicación del derecho, como de posturas
irracionalistas.

La aplicación del derecho no puede reducirse a la remisión a ciertos


enunciados jurídicos y a unos hechos “brutos” (premisas mayor y menor del
tradicional silogismo judicial), es por ello que, a la hora de analizar la aplicación del
derecho, las nociones de razonamiento o justificación deben ocupar un lugar tan
central como el principio de legalidad.

Puede decirse que no hay aplicación del derecho sin justificación: sólo puede
mostrarse que una decisión judicial está justificada si se ofrecen razones en apoyo
de la misma.

De aquí que la obligación de motivar las sentencias no sea únicamente una


exigencia de orden legal (en la medida en que dicha obligación suele venir
impuesta por los ordenamientos jurídicos), sino que deriva de la idea misma de la
jurisdicción y de su ejercicio en los Estados Democráticos, donde no pueden
desligarse las ideas de jurisdicción y motivación: esta es constitutiva de aquella,
de tal forma que la motivación no es algo obligatorio pero “externo” (un
aditamento) a las sentencias, sino que es inherente a la aplicación del derecho.

El razonamiento judicial tiene frente al razonamiento práctico general una


particularidad: que en el derecho si existen limitaciones legales respecto del tipo
de razones que pueden darse en favor de una decisión. Ahora bien, a su vez las
razones en apoyo de una determinada decisión judicial no pueden reducirse a
razones institucionales (legales), y es necesario dar razones adicionales.

Así, se puede decir que la decisión judicial debe ser una decisión doblemente
limitada:
a).- Por el principio de legalidad: que implica que el juez tiene que tomar la
decisión aplicando el ordenamiento jurídico; la decisión judicial tiene que ser una
decisión legal.

Ello conlleva que la decisión judicial, así como los enunciados en que está
basada puede ser una decisión “injusta”, “no razonable” pero aún legal.

b).- Por la racionalidad o correcta justificación de la misma, y que está en


función de las razones dadas en favor de las diferentes opciones que se le
plantean al Juez a lo largo del proceso de aplicación.

2.- Racionalidad judicial.

Hoy en día términos como racional, racionalidad, razonabilidad, se han


convertido en un lugar común en los análisis de las decisiones judiciales, aunque
su significado sea aún muy discutido. Se habla de racionalidad en distintos
campos.

Si bien el razonamiento judicial es un razonamiento práctico en la medida en


que la finalidad es tomar una decisión, la racionalidad de las decisiones judiciales,
implica la idea de ofrecer las mejores razones en apoyo de la decisión respecto de
cada una de las alternativas posibles en las diferentes decisiones parciales que la
aplicación del derecho plantea.

La racionalidad no tiene que ver tanto con el resultado (la decisión puede
parecerle irracional a un sujeto), sino con las razones aducidas para justificar la
misma, con el establecimiento de las condiciones que deben cumplir las
decisiones judiciales para que merezcan la consideración de racionales; y ello
debe hacerse en términos no ideales o impracticables.

Por ello creo que un correcto punto de partida es dejar claro que, en este
contexto, racionalidad no equivale a absoluta certeza, sino que en muchos casos
(no en todos) es preferible poner de relieve que existen diversas soluciones
racionales, más que ir en la búsqueda de una única solución.

3.- Justificación externa de la decisión judicial

Diferentes estudios han dado cuenta de los argumentos (razones) puestos en


práctica por los operadores jurídicos para justificar sus decisiones. Sin embargo, el
propio carácter empírico de estos análisis impide alcanzar cualquier conclusión
acerca de qué argumentos son validos con carácter general o en un ámbito o
rama del derecho en particular. Menos aún pueden determinar cuales son las
razones válidas en un caso individual. No obstante, el mero hecho de que una
decisión judicial ofrezca algún argumento en su apoyo parece presentarla como
correcta, sin necesidad de someterla a crítica.

El hecho de que en ocasiones pueda haber más de una solución (racional) a un


caso individual no significa que cualquier solución lo sea.

Para ello es necesario tomar como referencia un modelo teórico de aplicación


del derecho. “A tenor de este modelo puede decirse que la aplicación del derecho
conlleva las siguientes decisiones parciales:

a).- decisión de validez y aplicabilidad,

b).- decisión de interpretación,

c).- decisión sobre la prueba,

d).- decisión de subsunción,

e).- decisión de consecuencias,


f).- decisión final.” (WROBLEWSKI, 2003, pag. 124)

Por lo que a la validez material de la justificación (justificación externa) se


refiere, la decisión judicial debe cumplir las siguientes condiciones:

a).- En la medida en que la justificación es una actividad compleja, se requiere


que la misma proporcione un armazón organizativo racional a la resolución
judicial.

b).- Que las razones sean explícitas: para que una decisión judicial pueda
considerarse justificada, sus premisas, las razones de la decisión, deben ser
explícitas. Así, no se descubre nada si se dice que el modo clásico de representar
la decisión judicial a través del silogismo o de la regla modus ponens (en el que
las razones de una decisión judicial parecen poder reducirse a dos tipos: legales
en la premisa mayor – o en el antecedente – y fácticas en la menor – o en el
consecuente –) resulta inoperante para este fin. Ahora bien, la cuestión es:
¿cuándo debe considerarse que una razón es explícita?.

Resumidamente puede decirse que:

• Cuándo existe la misma (en este sentido hablar de “motivación implícita”


resulta una contradicción en sus términos),

• Cuando es suficiente, y

• Cuando es congruente.

c).- Que las razones sean válidas: esta condición incluye fundamentalmente dos:

• Que la justificación sea armoniosa con la naturaleza de las premisas objeto


de justificación, pues es privilegiado el tipo de razón relativo al significado de los
términos, a la elección entre dos proposiciones jurídicas aplicables, y

• Que las razones sean compatibles.


d).- Que la justificación sea completa (aspecto cuantitativo): en el sentido que
justifique todas aquellas opciones que directa o indirectamente, total o
parcialmente decidan la cuestión en uno u otro sentido.

e).- Que las razones sean suficientes: cada una de las decisiones parciales
debe estar justificada en grado suficiente (aspecto cualitativo), lo que dependerá
de la complejidad de las premisas objeto de justificación, siempre con esta pauta
“todo tiene un término medio: exíjase, primero, que el juez explicite (y no se
silencie ni – menos – oculte) la cadena de opciones que ha realizado antes de
llegar a la decisión final; y segundo, que las justifique en una medida que la cultura
jurídica y social de la época considera bastante.

f).- Que las razones sean concluyentes: las razones en apoyo de una decisión
pueden ser varias y apoyar por tanto soluciones divergentes, por esta razón la
justificación deberá poner de relieve la fuerza de cada una de las razones y la
relación entre las mismas. En apoyo de una determinada decisión en muchas
ocasiones pueden ofrecerse una pluralidad de razones, razones que pueden ser
convergentes en apoyo de una única decisión o presentarse como razones en
conflicto en favor de decisiones opuestas.

4.- Tipos de razones.

Son diversas las clasificaciones que vienen siendo realizadas por la teoría
jurídica en orden a mostrar los tipos de razones que forman parte de una decisión
judicial.

a).- Razones institucionales: se ha señalado antes que la justificación judicial


debe girar en torno a dos elementos: el principio de legalidad y la justificación de
las diversas elecciones que se le presentan al juez. La razón primera es que se
trate de una decisión legal pero el carácter legal de la decisión no necesita
justificación por parte del juez, resultaría cuando menos paradójico que en cada
decisión judicial el juez tuviera que dar cuenta de las razones para aplicar el
derecho (y no por ejemplo su propio código moral o determinadas normas
religiosas). Desde este punto de vista no cabría hablar de razones institucionales
en cuanto que sería redundante respecto del ya mencionado principio de
legalidad.

Dentro del carácter legal de una decisión judicial, pueden distinguirse los
enunciados jurídicos que regulan el aspecto sustantivo de la cuestión, de aquellos
otros que se refieren a meta normas acerca de la aplicación del derecho.

• Razones en apoyo de cuestiones específicamente jurídicas (por.ejemplo: el


sistema de fuentes del derecho), o

• Razones en apoyo de cuestiones generales pero que en el ámbito jurídico


tienen caracteres singulares que hacen que deba ser planteada en términos
institucionales (así por ejemplo. si bien el problema de conflicto de normas se
plantea en el terreno moral y jurídico, en este último la cuestión tiene rasgos
específicos).

Sin pretensión de exhaustividad, son razones de este tipo las siguientes: los
enunciados que establecen definiciones legales; los que, en caso de
contradicciones, establecen cual es la norma (o la solución) aplicable. Por lo que a
la prueba de los hechos se refiere, hay enunciados jurídicos que dan por probados
ciertos hechos sin necesidad de prueba (en el proceso civil, los hechos
incontrovertidos, los hechos notorios y los hechos favorecidos por una presunción
legal, y en el proceso penal los hechos acerca de los cuales hay conformidad);
mientras que otros casos excluyen la procedencia de la prueba. Hay enunciados
que consideran inexistentes (no probados) hechos realmente acaecidos y, a través
de la prueba tasada, determinados tipos de prueba producen resultados
vinculantes independientemente de la convicción del juez. Por último, las
presunciones son enunciados jurídicos que establecen que, en presencia de
ciertos hechos, hay que considerar otros hechos como verdaderos.
b).- Razones lingüísticas: son razones lingüísticas las dadas en apoyo de una
cuestión relativa al significado de los enunciados. La importancia de este tipo de
razones reside en que este tipo de razones está omnipresente en la aplicación del
derecho. Así, las razones lingüísticas tienen que ver con:

• La determinación del significado de los enunciados jurídicos, bien se trate


de su intención, bien de su referencia a un caso individual;

• La afirmación (o negación) de la existencia de una contradicción entre


proposiciones;

• La afirmación (o negación) de la existencia de una laguna; y

• La afirmación (o negación) de la validez de una proposición jurídica.

Los problemas de interpretación en el derecho son sobre todo problemas de


vaguedad y, en menor medida, de ambigüedad (sea semántica o sintáctica). Esto
significa que el juez tiene que justificar:

• Por qué considera que un enunciado (o una serie de estos) presenta un


problema interpretativo y dentro de qué limites se plantea el mismo;

• Cuál es la razón (o razones) por la cual, ante una pluralidad de significados,


opta por uno en detrimento del resto.

El principal problema de la interpretación radica en determinar entre qué límites


se plantea la misma, es decir, cuales son los diversos significados (si hay más de
uno) del enunciado jurídico. La interpretación de los enunciados jurídicos, como la
de cualquier enunciado está guiada por reglas, criterios, etc, que no son los
denominados criterios de interpretación jurídica, sino al hecho de que cualquier
significado está guiado por convenciones pues todo lenguaje requiere un uso
constante, una regularidad que es constitutiva del mismo y que hace que se pueda
hablar de normatividad lingüística.

A este respecto creo que no está de más recordar dos rasgos del lenguaje
común (predicables asimismo del lenguaje jurídico) como son la convencionalidad
y la autonomía semántica. La convencionalidad del lenguaje significa que las
palabras, una vez adoptadas por una comunidad lingüística, tienen un significado
en buena medida estable, lo que hace que sea posible la comunicación.
Igualmente la autonomía semántica del lenguaje, esto es, con la capacidad del
lenguaje de transmitir significados independientemente de los fines comunicativos
en ocasiones particulares, y la posibilidad de que un oyente pueda comprender lo
que dice el hablante incluso en circunstancias en que hablante y oyente sólo
tengan en común el lenguaje.

Por eso el lenguaje jurídico (como los lenguajes de otras disciplinas y el


lenguaje común) tiene un significado de acuerdo con las convenciones y las reglas
de uso compartidas por los miembros de la comunidad jurídica.

La cuestión de la interpretación, por tanto, consiste en delimitar cuales son los


márgenes dentro de los cuales una atribución de significado puede calificarse
como interpretación (que algunos llamarán “interpretación literal”), y que no es una
cuestión específica de la filosofía del derecho sino de la semántica y/o de la
filosofía del lenguaje (disciplinas en las que no hay acuerdo acerca de qué es el
significado literal y donde se pone de manifiesto la discusión sobre los límites
entre semántica y pragmática).

Delimitados los márgenes de la interpretación, la elección por una de entre las


diversas posibles interpretaciones no es una cuestión lingüística sino valorativa; y
es aquí donde tienen lugar consideraciones relativas a los fines de la ley, las
consecuencias de otorgar una determinada interpretación, la remisión a los
valores de la sociedad, etc.
c).- Razones empíricas: son razones empíricas las que tienen que darse en
apoyo de cualquier tipo de enunciado empírico. Frecuentemente las razones
empíricas se identifican con la denominada “cuestión fáctica” de la decisión.

La “cuestión de hecho” tiene como punto de llegada un enunciado fáctico


acerca de la existencia del supuesto de hecho del enunciado aplicable; y ello tiene
que justificarse.

La cuestión fáctica puede articularse en las siguientes etapas:

• Análisis y valoración individualizada de las pruebas

• Análisis y valoración conjunta de las pruebas

• Valoración de las diferentes hipótesis probatorias o de la única existente

• Formulación de una única hipótesis o versión sobre los hechos.

d).- Razones valorativas.

Se habla de los enunciados valorativos. “Estos pueden definirse como aquellos


que tienen la función de hacer una apreciación positiva o negativa de un
determinado objeto (puede ser un objeto natural o cultural; puede referirse a
cosas, personas, entidades lingüísticas, etc); apreciaciones que son expresadas a
través de predicados del tipo “bueno”, “correcto” “justo”, etc.”

La existencia (hecha explícita o no por el juez) de razones valorativas viene


dada por los márgenes que, tanto las razones empíricas y lingüísticas, como las
institucionales ofrecen, lo que conlleva la elección de una alternativa como “la
mejor”, la “más justa”, etc.

Desde la teoría del derecho las respuestas a la cuestión del contenido que
debe darse a los juicios de valor son varias pero dichos criterios plantean más
cuestiones que las que resuelven, y se presentan en definitiva más como
argumentos que como verdaderos métodos interpretativos.
• Una primera alternativa consiste en sostener que los enunciados
valorativos deben interpretarse en función de “los valores propios del
ordenamiento jurídico”, estos están conformados por un gran número de leyes
aprobadas a lo largo de un amplio periodo de tiempo, lo que posibilita que hayan
sido fruto de mayorías parlamentarias de diferente signo político. De otro lado, e
independientemente de lo anterior, una única ley puede ser el resultado de
compromisos políticos, lo que hace difícil que dicha ley sea expresión de un único
valor.

• Una segunda alternativa consiste en indicar que los enunciados valorativos


deben estar en consonancia con las valoraciones de la sociedad o de grupos
determinados de la misma (juristas, médicos,...). Los problemas que esta solución
plantea son los siguientes. En primer lugar, para aplicar este criterio sería preciso
contar con datos objetivos que permitieran constatar dichos valores. De otro lado,
el criterio de los “valores de la sociedad” resulta sumamente vago puesto que en la
resolución de un caso individual no se trata de determinar cuales son los valores
de la sociedad, sino cuál es la incidencia de los mismos en el caso individual. En
tercer lugar, lo normal será que no haya un total acuerdo en la sociedad en
relación a dichos valores, por lo que la cuestión es qué parte de la misma debe
considerarse suficiente para tener en cuenta este criterio. Por último ¿qué sucede
si los valores de la sociedad están en contra de lo dispuesto por el ordenamiento
para el caso?, ¿también este criterio tiene aquí cabida?

• La tercera alternativa consiste en decir que el Juez ha de emplear los


valores utilizados por la jurisprudencia en casos semejantes. Este criterio parte de
una premisa discutible: que la jurisprudencia (toda o parte) no es nunca de iure
fuente del derecho (puesto que en caso contrario este criterio sería redundante
pues supondría tanto como que el juez debe aplicar las fuentes del derecho). Si la
jurisprudencia no es fuente de derecho ¿por qué está un Juez obligado a seguir
las decisiones pronunciadas por otros tribunales?
La insuficiencia de los criterios anteriores pone de relieve que la cuestión de la
justificación de los enunciados valorativos en la aplicación del derecho remite
instancia al problema general de la justificación de este tipo de enunciados. Esta
cuestión se ha abordado no tanto respecto de los enunciados valorativos sino de
un tipo de estos: los enunciados éticos.

Se comete un error al pensar que el único ejercicio posible de la razón es


determinar hechos o descubrir verdades, y también se dijo luego que no puedan
justificarse racionalmente los juicios morales, empero se busca la posibilidad y
forma de justificación de los enunciados de la ética normativa. Se trata de plantear
requisitos del razonamiento moral como condiciones de racionalidad de los
mismos.

Brandt realiza un planteamiento de este tipo a través de lo que denomina


“método de la Actitud cualificada”. Para Brandt los requisitos de los juicios éticos
que constituyen indicadores de un método racional en ética son los siguientes:
consistencia, generalidad, imparcialidad, suficiente información y suficiente
libertad:

• Consistencia: Los juicios éticos de una persona deben ser consistentes,


tanto auto consistentes, como consistentes en relación a los restantes juicios
aceptados por la persona.

La razón de ello es clara: en la medida en que los principios de una persona


sean inconsistentes esta no cuenta con ningún principio válido. Sin embargo el
requisito de la consistencia no nos lleva muy lejos, quizá un asesino actúe en base
principios consistentes y sus principios éticos sean incorrectos. El requisito de la
consistencia afirma únicamente que las convicciones éticas inconsistentes no
pueden ser aceptadas (al menos no todas ellas), lo que no significa que todo
conjunto consistente de principios sea necesariamente válido.
• Generalidad: Consiste en que un juicio ético particular es válido sólo si
puede ser apoyado por un principio general, principio que debe ser válido. Esto
significa que el principio general, combinado con enunciados fácticos verdaderos,
implica lógicamente el enunciado ético particular. Por enunciado ético general
entiende Brandt que es universal, en el sentido de que es un enunciado acerca de
todos los casos de un cierto tipo, o acerca de todo el mundo, y que no hace
referencia a individuos, sino que se ocupa solamente de propiedades.

• Imparcialidad: El tercer requisito es que el juicio ético sea imparcial y


supone que el que lo realiza adopta una actitud que no variaría si las posiciones
de los individuos afectados fueran al revés, o si los individuos fueran distintos de
los que son.

• La suficiente información: Supone que poseemos unas creencias


verdaderas acerca de los criterios morales entre los que hay que elegir. Este
requisito comporta, por ejemplo, la necesidad de una adecuada información
acerca de cada una de las posibles formas morales de vida entre las que habría
que preferir.

Tendríamos que conocer qué sistemas de valores o códigos morales las


integran, qué juicios de valor o prescripciones podrían derivarse de su interior, y
cuáles son las posibilidades efectivas de materializar mi preferencia por una
determinada forma de vida. Desestimamos una actitud si la consideramos
desinformada, esto es, si en el caso de que una persona fuese imparcial, no se
hubiera producido como se produjo si hubiera adquirido creencias verdaderas o se
le desengañase respecto a creencias falsas, o si estas creencias verdaderas
hubiesen sido más vivas, como lo habrían sido si él hubiera observado los
hechos. Sin llegar al extremo de considerar que los requisitos señalados terminan
con la discrepancia ética, sí que pueden representar el cauce para una discusión
racional acerca de los mismos. Así, el método propuesto por Brandt se presenta
como “una base común sobre la que hacer descansar la solución común de los
problemas éticos – aunque no sea una garantía de que todo el mundo tenga
respuestas idénticas para tales cuestiones”.
CONCLUSIONES

El derecho a la motivación de las resoluciones judiciales es un derecho


expresamente recogido en el articulo 139 inciso 3 de la Carta Magna, su contenido
esencial está delimitado en tres aspectos; cuando se citan las normas sin efectuar
juicio alguno de subsunción o análisis; cuando el juez no se pronuncia respecto de
las pretensiones de las partes, y cuando no explica de manera clara por que ha
resuelto en determinado sentido.

La motivación de las resoluciones judiciales tiene una doble finalidad, permite


garantizar el derecho de defensa de los sujetos procesales pues a través de la
motivación se conocerán los fundamentos de la denegatoria o no de las
pretensiones de las partes, y la ciudadanía puede ejercer control a la actividad
jurisdiccional.

La afectación al derecho a la motivación de las resoluciones judiciales, trae como


sanción procesal la declaratoria de la nulidad de la resolución judicial, por
afectación a derechos fundamentales

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