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PROPUESTA DE VALORACIÓN PSICOLÓGICA FORENSE DE LA

VERACIDAD DEL TESTIMONIO DE VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL


INFANTIL
JUAN JOSÉ CAÑAS SERRANO
Psicólogo Universidad Nacional de Colombia
Perito Instituto Nacional de Medicina
Legal y Ciencias Forenses
EDNA PATRICIA CAMARGO
Psicóloga Universidad Antonio Nariño
Docente Universidad Autónoma de Bucaramanga

Todo proceso judicial tiene como objetivo la búsqueda de la verdad, lo que


conlleva, en muchos casos, reconstruir los hechos a través de los testimonios.
Cuando se habla de éstos, necesariamente hay que contar con su posible
distorsión, problema crucial para la Administración de Justicia.

Es usual que los jueces les soliciten a los psicólogos forenses ayuda para
determinar la credibilidad de las versiones del sindicado, la víctima y los
testigos. Para realizar esta tarea en forma idónea se requiere tener máxima
claridad respecto a las características que diferencian las declaraciones falsas
de las verdaderas. Es innegable la relevancia legal de este enfoque, ofrece la
posibilidad de contar con un instrumento de medida que pueda evaluar en
forma empírica y objetiva la veracidad de una declaración, sin tener que contar
con la presencia del declarante.

Existe un interés creciente por la veracidad de las denuncias en los casos de


abuso sexual infantil, ello obedece, en esencia, a dos circunstancias: 1. La
gravedad de las consecuencias derivadas de la existencia de este tipo de
delitos, desde las perspectivas psicológica y social. 2. El incremento, en los
últimos años, de las denuncias falsas (Torres, 1995). Hay que señalar que la
evaluación de la veracidad del testimonio en menores víctimas de abuso sexual
constituye un auténtico reto en la práctica clínico-forense, es una intervención
psicológica de alto nivel.

Pareciera adecuado, antes de continuar, diferenciar los términos credibilidad y


veracidad de los testimonios. Una versión resulta creíble cuando los
comportamientos, los sentimientos, las creencias del menor son consonantes
con la narración. La validez entraña un nivel de exigencia mayor, un testimonio
es válido o veraz sólo cuando la narración constituye una representación
correcta de lo ocurrido, corresponde a lo sucedido (Echeburrúa y
Guerricaechevarría, 2000).

En el Abuso Sexual Infantil (ASI), una vez que se produce la denuncia existen,
respecto al sindicado, al margen que haya cometido o no la falta que se le
imputa, dos posibilidades, que sea declarado culpable o inocente. Si habiendo
cometido la falta es declarado culpable o si no cometiéndola es declarado
inocente se habrá administrado, en forma correcta, justicia. El problema se
presenta cuando no habiendo cometido la falta es declarado culpable o cuando
cometiéndola es declarado inocente, se configuran respecto a estas dos
situaciones dos importantes errores de decisión, los falsos-culpables y los
falsos-inocentes, en el primer caso se sanciona injustamente a un inocente y
en el segundo se deja sin sanción a quien ha cometido una falta. Contribuir, a
través de peritajes objetivos e imparciales, a minimizar estos errores constituye
una meta de la psicología forense.

En los casos de ASI la prueba pericial constituye un elemento clave para el


Juez, por tal razón la supuesta víctima es remitida al Instituto Nacional de
Medicina Legal y Ciencias Forenses para su valoración. A través de ésta
pueden detectarse, dependiendo de las características del abuso y del tiempo
transcurrido entre el momento en que éste ocurrió y el momento en que es
examinado, huellas físicas o no. Cuando se cuenta con evidencia física
(heridas en los genitales o desgarros, restos de semen, etc.), el caso
prácticamente está resuelto, el infractor debe pagar por su acto antisocial.

El problema se presenta cuando no existe evidencia física, en estos casos, la


declaración de la víctima constituye el único recurso con el que se cuenta para
probar la ocurrencia del hecho punible e impedir que el delincuente evada la
acción de la Justicia. Ante su ausencia, la autoridad a cuyo cargo está el caso,
dependiendo de las características del mismo, remite a la presunta víctima al
psicólogo forense para que determine si su testimonio es creíble y válido.

La mayor parte de los especialistas coinciden en que en el 95% de los casos


de ASI se presenta en el entorno familiar y que el agresor usualmente es
alguien próximo al niño (padre, abuelo, tío, padrastro, hermano), un adulto con
el que la víctima mantiene relaciones afectivas estrechas y continuas.

Según Elterman y Ehrenberg (1991) el número de denuncias falsas de abuso


sexual se ha incrementado en forma significativa. Por ello, a la hora de
determinar la validez de los testimonios de los niños hay que ser muy cautos.
Las denuncias falsas se presentan especialmente en el contexto de conflictos
conyugales, investigar el beneficio que pudiera reportarle la denuncia al
cónyuge denunciante constituye un paso obligado siempre que se evalúe un
caso de abuso sexual infantil intrafamiliar.

En las estadísticas norteamericanas más recientes se presentan seis veces


más acusaciones de abuso sexual en familias en las que hay disputas de
divorcio, tenencia y visitas, que en las que esto no está sucediendo. Se debe
ser especialmente cuidadoso cuando el divorcio es reciente, hay disputas por
visitas y, sobre todo, si uno de los padres se siente agraviado.

Algunos factores pueden enturbiar la veracidad del testimonio de los menores:


la edad, la capacidad de fabulación, la limitación de la memoria y la posible
sugestionabilidad.

Entre los niños menores y mayores existen diferencias claras en memoria (por
la diferencia cerebral son diferentes los procesos amnésicos de acuerdo a la
edad), conocimientos previos (fundamental al momento de contextualizar la
experiencia y poder relatarla), lenguaje (los niños pequeños tienen mayor
dificultad para poner en palabras los hechos), juicio (los niños pequeños tienen
mayor dificultad para distinguir fantasía de realidad), y persistencia (los niños
mayores tiene mayor obstinación en persistir con un relato).

La fabulación, la incapacidad para distinguir entre los sucesos percibidos


(vividos) y los inventados (imaginados), es menos habitual de lo que se cree.
Los niños no suelen fantasear sobre lo que no han experienciado, cuando un
niño describe en forma detallada y vívida una actividad sexual, no es posible
atribuirla a su imaginación (Arruabarrena, 1995).

En relación con la memoria, la diferencia entre los menores y los adultos es


más cuantitativa que cualitativa, el recuerdo de los menores de corta edad (3
años) es bastante exacto, aunque menos detallado que el de los niños mayores
(8 años) (Goodman, Rudy, Bottons y Aman, 1990). A partir de los 10 años no
existen diferencias entre el relato de los menores y el de los adultos (Dent y
Stephson, 1979; Arruabarrena, 1995).

¿Es fidedigno el testimonio de los niños? Los niños casi siempre testifican con
precisión, cuando los recuerdan, acerca de eventos vividos, el problema es que
los eventos que recuerdan pueden no haberles sucedido a ellos. Un problema
característico del ser humano es que al momento del nacimiento su sistema
nervioso es inmaduro, lo que determina que los procesos mentales superiores
no funcionen en forma plena. Por ese motivo, cuando se indaga por eventos
infantiles tempranos, es prácticamente imposible que los niños entre los dos y
tres años recuerden algo. Campell y Coulter plantean que durante los primeros
años de vida los niños pueden evocar caras y palabras, pero no pueden retener
acontecimientos concretos, o sea, que hay "problemas" en el proceso de
almacenamiento de la memoria la episódica. Estas limitaciones pueden
constituir un impedimento para que los niños muy pequeños rindan testimonio.

Quienes han investigado la memoria infantil han concluido que fácilmente


pueden implantarse ideas y recuerdos falsos de eventos que nunca pasaron.
Los estudios indican que a menor edad de niños más propensos son al
trasplante de recuerdos falsos. Concuerdan también en que los niños muy
raramente mienten cuando ellos cuentan el abuso espontáneamente a alguien
de su confianza. Pero que si se los presiona acosándolos mediante
interrogatorios pueden terminar produciendo historias que nunca pasaron. Si
quien los entrevista hace la misma pregunta en varias ocasiones, algunos niños
supondrán que no están dando la respuesta "correcta" y crearán una historia
para satisfacer al adulto. La narración de un niño puede ser sutilmente inducida
por el entrevistador reforzando las respuestas consideradas "adecuadas" y
castigando las inadecuadas. Una vez conformado este relato, puede
implantarse como recuerdo en el niño. Cuantas más veces se vuelva al
pasado, más sólidos se vuelven los recuerdos. Mientras más larga sea la
investigación, más sugestivas y directas las técnicas que se usen y más
pequeño sea el niño, es más probable que describa eventos que nunca
pasaron.

Respecto a la vulnerabilidad a la sugestión, los niños de 3 a 5 años son más


sugestionables que los mayores, pero más en relación con sucesos que no han
vivido y menos respecto a hechos que han presenciado o en los que han
participado (Diges y Alonso-Quecuty, 1993). La sugestionabilidad individual es
la condición psicológica de mayor interés en la evaluación de una declaración.
Se ha demostrado que pueden producir declaraciones dudosas o falsas como
consecuencia de la interacción entre la susceptibilidad del menor a dejarse
influenciar y las influencias sugestivas provenientes de allegados o
investigadores.

En general, los menores son más propensos a negar experiencias a las que se
han visto abocados -y que son percibidas como traumáticas- que a hacer
afirmaciones falsas. La sugestionabilidad es tanto mayor cuanto menos
recuerda el niño, cuanto más específicas y más dirigidas sean las preguntas y
cuanto menor sea la implicación emocional del niño en los hechos referidos
(Goodman y Schwartz-Kenney, 1992). Las investigaciones recientes en
sugestionabilidad se han orientado a indagar: los efectos del interrogatorio
engañoso, las señales que pueden llevar a la distorsión e inexactitud de los
recuerdos, etc.

Los niños no suelen mentir cuando sostienen que han sido objeto de abuso
sexual, no obstante, no debe descartarse que pueda ocurrir. Investigaciones
realizadas en torno a este punto indican que aproximadamente el 7% de las
declaraciones son falsas (fenómeno de simulación), Estudios reciente elevan
esta cifra a un 10 % (Danya Glaser, 1999). Jones y McGraw en Denver,
encontraron que un 6% de las acusaciones eran deliberadamente falsas y que
un 17% eran falsas pero producto de errores de buena fe.

Frente a un niño que asegura haber sido objeto de abuso sexual por parte de
uno de sus padres es necesario que se tenga presente, como lo recomiendan
Brooks y Milchman (1991), que en torno a situaciones como ésta existen
diversas posibilidades: que el hecho efectivamente haya ocurrido, que el niño
haya sido objeto de abuso pero no por la persona a la que se acusa, que se
estén mal interpretando conductas normales, que uno de los padre esté
interesado en tener el control total del niño.

En pleitos por custodia y patria potestad el porcentaje de denuncias falsas llegó


aproximadamente al 35% (Raskin y Yuille, 1989; Thoennes y Tjaden, 1990). Se
sabe que los niños menores de siete años son incapaces de inventar una
historia para perjudicar a alguien, en consecuencia, cualquier historia falsa de
abuso sexual necesariamente ha sido instalada en su mente por un adulto. Es
frecuente también que, bajo la presión de la familia, los niños se retracten de
una denuncia (fenómeno de disimulación), siendo la mayor parte de estas
retractaciones falsas.

Si un adulto influyente prepara a un niño para que emita una versión falsa, una
vez que éste la interioriza hablara y actuará respecto a ella como si en realidad
la hubiera vivido. Una vez sembrados como ciertos hechos que no sucedieron,
el niño los sostendrá como tales. Inversamente, es posible lograr que hechos
sucedidos sean borrados de la mente, el niño sostendrá que no ocurrieron.
Algunos de estos adultos inductores pueden actuar de buena fe, otros
motivados por la venganza.
Diversos estudios confirman que los niños pueden proporcionar relatos falsos
que les han sido sembrados por una figura de autoridad, ellos no sienten que
estén mintiendo, están convencidos de lo que dicen. Cuando ello ocurre, el
niño lo plantea de una forma tan segura que aún los profesionales mejor
entrenados en el tema son incapaces de discernir si los hechos sucedieron o
no.

No obstante lo anterior, preocupa que ante una denuncia de abuso sexual


infantil, bajo el supuesto que los niños están fabulando, los jueces soliciten a
los psicólogos forenses determinar la veracidad de su relato. A pesar que la
mayor parte de las investigaciones realizadas señalan que los relatos falsos no
sobrepasan el 10%, queda la impresión que, en el fondo, los jueces dudan que
los niños puedan decir la verdad.

Que los niños mienten, que lo que afirman es reflejo de sus fantasías sexuales,
que son manipulados por los adultos para alcanzar otros propósitos,
constituyen algunas de las suposiciones más frecuentes que se hacen sobre
ellos en un proceso por abuso sexual infantil. Pero no sólo se piensa que los
niños mienten, también que lo hacen quienes denuncian, e incluso, los mismos
psicólogos. Ello no obstante que en los diversos ámbitos de la vida se constata
dolorosamente las múltiples secuelas derivadas del abuso sexual infantil.

Iniciar un peritaje con la certeza de que el niño miente o que dice la verdad no
es una postura correcta. Al psicólogo forense le corresponde asumir una
postura neutral, objetiva e imparcial, por ello está obligado a considerar toda la
información existente y a estar vigilante en torno a sus sesgos, de tiempo atrás
se sabe que se ve lo que quiere ver. Cuando de entrada se asume que el
menor dice la verdad o que miente, es muy probable que durante el proceso
evaluativo se privilegian aquellos datos que confirman la hipótesis y se ignoren
los que la desvirtúan.

Formular una hipótesis es una postura metodológicamente correcta, lo que es


incorrecto es acomodar la información, tomar en consideración la que conviene
y desechar la que no conviene. Ceñidos a lo que indican las investigaciones,
que los niños pocas veces mienten, es más sano suponer que están diciendo la
verdad.

Se sabe que los adultos mienten más que los niños y que, en general, son
menos fiables; no obstante no se duda tanto de sus versiones como de las de
los niños. Sostener que el testimonio de un niño posee menor credibilidad que
el de un adulto es una afirmación no sólo controvertible sino que va, en muy
buena medida, en contravía de los hallazgos de la Psicología. Lo que es claro
es que los niños y los preadolescentes, como grupo, se ciñen más a los hechos
que los adultos, éstos por su mayor desarrollo intelectual y por poseer una
mayor capacidad de abstracción cuentan con más versatilidad conceptual y
más capacidad de maniobra argumentativa, y, en esa medida, con más
recursos para desfigurar los hechos y acomodarlos a sus intereses.

No le corresponde al psicólogo forense determinar la inocencia o culpabilidad


de un examinado, ese es territorio del Juez, tampoco tomar partido por la
víctima o por el sindicado. No es conveniente que asuma la postura de
"salvador" de la infancia ni que se deje impregnar de animosidad hacia los
abusadores, debe asumir una postura profesional y científica, lo que conlleva
contemplar ecuánimemente todos los factores implicados. Su función es muy
específica, responder, en forma técnica y científica, a las preguntas que se le
formulan.

Si bien la veracidad del testimonio depende de factores idiosincrásicos del


menor (edad, equilibrio emocional, conocimientos sexuales, sugestionabilidad,
capacidad de fabulación, etc.) y de las características del entorno en el que se
encuentra, también depende de los procedimientos de evaluación utilizados.

La evaluación psicológica no es sencilla, evaluar y medir variables psíquicas no


sólo es un proceso bastante más complejo que evaluar y medir variables físicas
sino que a ello habría que agregar la pretensión de transferir a aquellas el
manejo que se le da a éstas. En el campo forense resulta más sencillo describir
el daño físico ocasionado, por ejemplo, con arma blanca en el rostro de una
persona, que el psicológico; el médico forense puede determinar en forma
inmediata y bastante exacta la longitud y profundidad de la herida y
proporcionar sus coordenadas espaciales, no ocurre lo mismo con el psicólogo
forense al que usualmente se le pide determinar la existencia de una
perturbación psíquica como consecuencia de los hechos objeto de
investigación.

El objeto de estudio de las ciencias sociales es más abstracto, más difuso, más
etéreo que el de las ciencias naturales, como consecuencia de ello, los
instrumentos psicológicos poseen menor precisión; no alcanzan los niveles de
confiabilidad y validez de los instrumentos utilizados en las ciencias naturales.

No obstante que la valoración psicológica forense del testimonio ha mostrado


ser útil, queda camino por recorrer, no se cuenta con pruebas estandarizadas
confiables y válidas, se carece de información respecto al peso específico de
cada uno de los criterios considerados pertinentes y se carece de normas
adaptadas a cada grupo de edad y a la complejidad de la experiencia abusiva.

Frente a las dificultades que tenemos para evaluar, a los psicólogos forenses
no nos queda otra opción que trabajar en la depuración de los instrumentos y
los procedimientos existentes, con la mira de tornarlos más objetivos, precisos,
confiables y válidos. Es el sentido de este documento, tomando como punto de
referencia lo hecho por otros autores, en otras partes del mundo, respecto a la
valoración psicológica forense de la validez del testimonio de niños víctimas de
abuso sexual se propone un modelo que en otros países ha mostrado ser
funcional: el AVD (Análisis de la Validez de la Declaración).

Es claro que con este documento, y el procedimiento que se propone, no se


pretende resolver el problema de la validez del testimonio de las víctimas del
ASI, sería demasiado presuntuoso y desproporcionado, se aspira si, a
contribuir a reducir, así sea en forma mínima, el nivel de incertidumbre
usualmente presente en torno a la ocurrencia de este delito. La idea es que en
Colombia, al igual que en otras partes del mundo, los psicólogos forenses nos
constituyamos en asesores eficaces de las autoridades, que aportemos al ideal
de administrar justicia en forma objetiva y justa.

El modelo AVD, una evaluación clínica global, es al que recurren actualmente


los peritos europeos y norteamericanos que evalúan a menores víctimas de
abuso sexual infantil. Al utilizarlo el propósito es determinar el grado de ajuste
del relato obtenido en la entrevista clínica con los hechos que están siendo
juzgados, se trata de establecer el grado de credibilidad del testimonio en
relación con los hechos que se investigan. Está fundamentado en dos criterios
(Alonso-Quecuty, 1999): el criterio de realidad, que se basa en la cantidad de
detalles periféricos (habitualmente mayor en las declaraciones verdaderas), y el
criterio de secuencia, que hace referencia a la presencia de modificaciones en
la parte no nuclear del relato (habitualmente más frecuentes en los testimonios
veraces). Incluye el Análisis de Contenido Basado en Criterios (ACBC), técnica
creada por Steller y Köehnken, que no obstante sus bondades, resulta
insuficiente para establecer la veracidad de un testimonio.

El Análisis de la Validez de la Declaración consta de cinco fases: 1) Revisión


exhaustiva de la información atinente al caso; 2) Entrevista; 3) Análisis de
contenido basado en criterios; 4) Criterio de validación de la información
adicional al caso; 5) Integración y análisis de la información obtenida.

1. Revisión cuidadosa de toda la información relativa al caso

En primer lugar, el perito debe realizar una revisión exhaustiva de la


información disponible del caso por las vías a las que tenga acceso. Si bien se
ha planteado la conveniencia de que el psicólogo que se entreviste con el
menor desconozca por completo la información sobre el caso para garantizar
una mayor objetividad (Underwager, Wakefield, Legrand y Erikson, 1986;
White, Strom, Santilly y Halpin, 1986), esta estrategia puede conllevar una
importante pérdida de información.

La lectura y análisis exhaustivo del expediente constituye el punto de partida de


la labor del psicólogo cuando se emplea este sistema, se debe leer con
detenimiento toda la información contenida en él: las declaraciones de la
víctima, del sindicado, los testigos, los familiares, el informe de medicina
forense, etc.

Es clave indagar por la razón que llevó al niño a denunciar el abuso. Es


importante conocer lo más exactamente posible lo que dijo el niño, el momento
en que este hecho se produjo, a quien le reveló su secreto, en qué
circunstancias se produjo la revelación y cuál era el estado psicológico del niño
en este momento, la reacción de los familiares frente al hecho y las
consecuencias de la misma.

Se deben también consignar los cambios que ha sufrido el niño a partir del
momento en que sucedieron los hechos, especialmente las alteraciones
psíquicas producidas como consecuencia de la situación abusiva. La existencia
de una perturbación psíquica es un criterio importante a la hora de valorar la
validez del testimonio.
En posesión de este caudal de información, el psicólogo forense está en
capacidad de formular algunas hipótesis en torno a la declaración del niño y a
los hechos objeto de investigación: El niño describe los hechos tal y como
ocurrieron, se encuentra presionado, está ocultando información, está
protegiendo al agresor, etc.

2. Entrevista del menor

Culminada la revisión de los documentos existentes, es el momento de


entrevistar al niño y conocer su versión respeto a los hechos investigados. La
entrevista constituye el medio fundamental de valoración de los abusos
sexuales a menores, permite detectar los indicadores significativos
relacionados con la existencia de abusos sexuales y determinar si las
respuestas emitidas por el niño coinciden con aquellos síntomas comúnmente
considerados como efectos del abuso sexual (Cantón y Cortés, 1997; Berliner y
Conte, 1993; Echeburúa y Guerricaecheverría, 1998)

Existen dos variantes de entrevista: la narrativa (al entrevistado se le formula


una pregunta abierta, por ejemplo, ¿qué pasó? y éste se limita a hacer una
descripción de los hechos como los recuerda) y la interrogativa (el entrevistado
responde a una serie de preguntas puntuales diseñadas previamente por el
entrevistador). Alonso-Quecuty (1993a) sugiere la utilización secuencial de las
dos formas de entrevistas, primero la narrativa y luego la interrogativa. Es muy
importante respetar la secuencia, el invertirlas puede determinar que el
entrevistado integre a su relato hechos que no presenció o vivenció y de los
que sólo tiene conocimiento a través de los interrogadores.

El entrevistador debe oscilar entre preguntas abiertas que permitan la


expresión de la espontaneidad y preguntas directas que aclaren algún dato
importante. Las preguntas deben ser cortas, contener una sola idea y
construirse bien gramaticalmente. Resulta útil también recurrir durante la
entrevista a preguntas que ayuden a poner a prueba la capacidad de
sugestionabilidad del niño, además de que nos permitan obtener información
adicional del caso (Steller y Boychuck, 1992; Urra, 1995).

La entrevista debe ser realizada por personal idóneo. Algunas entrevistas


realizadas a niños no cuentan con una base científica, con un alto costo
humano: niños abusados desacreditados porque algunos de sus testimonios
fueron invalidados, niños no abusados entrenados para creer que son víctimas
de abuso, familias devastadas y litigios prolongados y costosos.

Para la entrevista de niños víctimas de abuso sexual, se sugiere utilizar un


recinto amoblado al estilo infantil, en el que se tenga un espejo a través del
cual se pueda ver desde fuera, como los usados en las cámaras de Gesell y
contar con un buen número de juguetes, juegos, muñecos, papel, marcadores.
La idea es lograr la mayor comodidad posible para el niño.

De tenerse acceso a un lugar como el descrito, el entrevistador realizará la


entrevista a solas con el niño, a menos que el niño insista en ser acompañado.
En una habitación adjunta, con acceso visual y auditivo a la entrevista pueden
estar presentes representantes legales, otros entrevistadores y acompañantes.
Durante la entrevista, el entrevistador podrá salir de la habitación e
intercambiar ideas con los observadores, pudiendo sugerírsele preguntas
adicionales o temas a tratar, brindándosele, de este modo, a todos los
asistentes la posibilidad de aportar a la entrevista. La entrevista debe filmarse
en su totalidad, desde el ingreso del niño a la habitación, la cinta de video
deberá contar con un indicador de tiempo para evitar que sea reordenado o
editado.

La entrevista se debe planear, al momento de efectuarla el entrevistados debe


contar con un protocolo que le sirva de guía, allí deben estar consignados los
interrogantes a resolver en el transcurso de la misma. El derrotero a seguir
debe adecuarse a las características del examinado y a la situación de
entrevista. Conocer lo que hay en la mente del niño, el objetivo de la entrevista:
¿cuáles son las percepciones del niño respecto a lo sucedido? ¿qué piensa y
siente el niño respecto al hecho traumático? ¿cómo impactó el hecho objeto de
investigación al niño?

Es conveniente realizar la entrevista lo más pronto posible, la demora podría


dificultar la discriminación entre el recuerdo de algo percibido (generado
externamente) y el recuerdo de algo imaginado (generado internamente).

En la línea de maximizar el registro de la información proporcionada durante la


entrevista es conveniente que sea realizada por dos entrevistadores, mientras
uno hace preguntas, el otro registra las respuestas. Al final de la entrevista
cruzarán sus impresiones. Así mismo es clave filmar la entrevista, con ello se
evita revictimizar al menor con múltiples entrevistas y se puede observar la
entrevista cuantas veces sea necesario para dilucidar las dudas existentes. En
caso que no se pueda filmar habría que pensar, como mínimo en grabar la
entrevista, aspecto clave para capturar y almacenar la información obtenida.

Durante la realización de la entrevista se debe tener presente en todo momento


el desarrollo cognitivo del niño.

Para los menores se ha hecho una adaptación de la entrevista cognitiva, se ha


diseñado un protocolo de actuación específico, que consta de cuatro fases que
el entrevistador debe desarrollar en forma secuencial: a) Entendimiento y
compenetración. b) Recuerdo libre. c) Interrogatorio. d) Conclusión.

En la primera fase, de "entendimiento y compenetración" hay que propender


porque el niño se relaje y se sienta cómodo, se espera que el entrevistador
asuma una postura cálida, amable, acogedora. Se recomienda iniciar la
entrevista formulándole preguntas al menor que no guarden relación con los
hechos objeto de investigación, de los amigos, los pasatiempos, los programas
de televisión favoritos. Para reducir la incertidumbre y la ansiedad del menor es
conveniente explicarle la razón por la que se encuentra allí y en qué consiste la
evaluación psicológica, así como hacerle ver los beneficios que podría
significar para él decir la verdad en torno a lo sucedido. Hacer énfasis en que
no está en problemas, que no es culpable de lo sucedido, que no hizo nada
malo, que la situación por la que está pasando no le ocurre sólo a él; por
ningún motivo se deben realizar juicios ni críticas sobre su comportamiento. Es
conveniente propiciar que el niño haga preguntas. Esta fase de la entrevista
podría serle útil al entrevistador para evaluar el funcionamiento de los procesos
mentales superiores del menor, para precisar si capta lo que se le pregunta, si
es coherente en sus planteamientos el estado de su memoria, etc.

En la segunda fase, el "recuerdo libre", se induce al niño, a través de preguntas


abiertas, generales, a que narre en forma libre y espontánea los hechos en los
que se vio involucrado. En el momento que el entrevistador decide enfocarse
sobre la situación objeto de evaluación debe echar mano de preguntas abiertas
del tipo: "Por qué te trajo tu mamá aquí", "Por qué estás acá", "¿Qué fue lo que
te pasó? ¿Con quién tuviste problemas?, etc. En esta fase, la entrevista debe
ser dirigida pero no estructurada e ir de lo general a lo particular. Como con
frecuencia los niños creen que los adultos ya saben lo que ocurrió y además
han sido aleccionados para que no hablen con desconocidos hay que
alentarlos a contar todo. Durante la narración el entrevistador debe adoptar una
postura de escucha activa, evitando intervenir durante las pausas y silencios,
no es conveniente interrumpir al menor cuando esté proporcionando su versión
de los hechos, se sabe que el recuerdo espontáneo aumenta la exactitud de la
información.

El entrevistador debe estar concentrado, alerta, para captar aquellas señales


que pudieran estar asociadas al hecho que se investiga. Tratándose de niños,
que poseen menos control sobre sus reacciones, es vital prestarle atención al
lenguaje gestual, al lenguaje no verbal, al tono de la voz, los llantos, las
pausas, los silencios, las miradas, los movimientos, etc. Cuando el niño se
disperse es conveniente enfocarlo pero sin forzarlo. También estimularlo,
manifestándole que está haciendo bien las cosas.

La tercera fase, el "interrogatorio", está caracterizada básicamente por la


presencia de preguntas específicas. Una vez que la narración del entrevistado
ha terminado, el entrevistador puede proceder a formular preguntas en torno a
aquellos aspectos que desee aclarar. A medida que transcurra la entrevista las
preguntas se van haciendo más específicas y más cerradas. Por ejemplo:
"cuéntame la última vez que te pasó (o la primera)", o "cuéntame la vez que
recuerdas mejor… ¿por qué lo recuerdas mejor?". Es necesario controlar la
formulación de preguntas sugestivas, de preguntas que llevan implícita la
respuesta. No es conveniente utilizar la pregunta ¿por qué?, puede hacer sentir
culpable al niño; tampoco recurrir a preguntas dicotómicas, del tipo "sí o no".

El propósito fundamental de una entrevista es recoger información. Sin


embargo, también se produce un flujo de información del entrevistador al
entrevistado. Al formular una pregunta el entrevistador le informa de manera
indirecta al entrevistado lo que el ya sabe y que información le falta; asimismo
las reacciones del entrevistador a las respuestas pueden ubicar al entrevistado.

Repetir la misma pregunta puede transmitirle al entrevistado que el contenido


de la misma es importante e inducirlo a archivar esa información. También
puede indicarle que el entrevistador se encuentra descontento con la respuesta
proporcionada, le indica que debe mejorar su respuesta. La retroalimentación
negativa también puede darse explícitamente, señalando en forma abierta que
una parte de la declaración es improbable, increíble o inaceptable, y que, en
consecuencia, debe cambiarse.

El tipo de preguntas que se le hagan al menor estarán determinadas por su


edad, su nivel de desarrollo, su capacidad de comprensión, su estado
psicológico, el tiempo transcurrido desde los hechos.

Una entrevista bien realizada debe hacer claridad sobre los aspectos claves del
ilícito: ¿Qué ocurrió? ¿Cuándo ocurrió? ¿Dónde ocurrió? ¿Cómo ocurrió? ¿Se
le pidió no contar lo ocurrido? ¿Hubo coerción o amenazas? ¿Quiénes
estuvieron involucrados en la actividad abusiva? ¿Fue incrementándose la
actividad sexual? ¿Qué nexos existen entre el abusador y la víctima?, ¿En qué
circunstancias se produjo el primer encuentro sexual?, ¿Durante cuanto tiempo
se produjo el abuso sexual? ¿Qué cambios se han producido en la víctima
como consecuencia del abuso sexual? ¿Cuál es el modus operandi del
abusador? ¿Cómo se descubrió el hecho?, ¿Por qué la víctima no les contó a
sus padres sobre lo que le estaba sucediendo? ¿Cuál fue el nivel de
participación de la víctima?

En el transcurso de la entrevista es necesario indagar si como consecuencia de


los hechos objeto de investigación el examinado presenta perturbación
psíquica y si ésta es de carácter transitorio o permanente. Es más probable que
sea veraz el testimonio de un menor que presenta perturbación psíquica que el
de uno que no la presenta. No obstante, hay que ser muy cautos con los
resultados de la evaluación, se ha dado el caso de niños que no habiendo sido
víctimas de abuso sexual presentaban las secuelas emocionales
características del mismo, también el de niños que habiendo sido objeto de
abuso sexual no mostraban alteraciones significativas en su conducta.

La cuarta fase, el "cierre de la entrevista", constará de una recapitulación en la


que se indagará, usando un lenguaje adaptado a la evolución del niño, sobre si
lo obtenido en entrevista es correcto. En este momento es conveniente generar
un espacio para que el niño resuelva dudas o inquietudes.

Es importante concluir la entrevista de una manera positiva, se puede volver a


hablar de temas neutros o positivos para el menor y se le debe felicitar por el
esfuerzo realizado en la rememoración de los hechos. Al generarse una
atmósfera de bienestar y confianza se tiende un puente hacia posibles
encuentros futuros. (Soria y Hernández, 1994; Arruabarrena, 1995).

Que el niño pueda hablar del abuso sexual puede requerir más de una
entrevista. Si se requiriera entrevistar al niño nuevamente hay que hacérselo
saber. Quien dirigió la primera entrevista debe dirigir las siguientes, ello evita
que el niño suponga que se le pregunta más de una vez porque miente y que
tienda a retractarse.

3. Análisis de Contenido Basado en Criterios (ACBC)


Una vez realizada la entrevista, se realiza el análisis del contenido de la
declaración (Horowitz, 1991; Raskin y Yuille, 1989; Yuille, 1988). Se analiza el
contenido del testimonio del niño y su nivel de ajuste a la realidad a través de la
aplicación de 19 criterios de realidad, que se encuentran aglutinados en cinco
categorías. Hacerlo exige que la entrevista haya sido filmada o grabada, ello
permite revisar en forma reiterada el testimonio del niño sin exponerlo a
reiteradas evaluaciones, evitando de esta manera su revictimización. Los 19
criterios de credibilidad son:

Características Generales. los criterios que componen esta


categoría se refieren a la declaración tomada en su totalidad y
están orientados a valorar tanto la consistencia lógica del relato
como la abundancia de detalles aportados.

Estructura lógica (coherencia y consistencia interna).

Producción inestructurada (presentación desorganizada).

Cantidad de detalles (presencia de detalles o hechos distintos).

Contenidos Específicos. Esta categoría engloba aquellos


criterios referidos a la riqueza de los contenidos concretos.

Engranaje contextual (ubicación espacio-temporal de la


narración).

Descripción de interacciones (cadenas de interacción entre los


participantes de los hechos objeto de investigación).

Reproducción de conversación.

Complicaciones inesperadas durante el incidente (interrupciones


abruptas).

Peculiaridades de contenido. Estos criterios evalúan la


presencia de detalles o referencias que aumentan la concreción y
viveza del relato.

Detalles inusuales (referencia a hechos poco frecuentes).

Detalles superfluos (detalles irrelevantes, que no aportan en


forma significativa a los hechos).

Incomprensión de detalles relatados con precisión (explicitación


de detalles que el menor no comprende).

Asociaciones externas relacionadas (información externa a los


hechos pero relacionada con ellos).
Relatos del estado mental subjetivo (referencia a creencias,
cogniciones, sentimientos propios).

Atribución del estado mental del autor del delito (referencia al


estado mental del agresor y atribución de motivos).

Contenidos referentes a la motivación. Se incluyen criterios


que permiten extraer información sobre la motivación del niño
para hacer la revelación y que permiten igualmente evaluar el
grado de credibilidad.

Correcciones espontáneas (modificaciones a fragmentos de la


declaración).

Admisión de falta de memoria (aceptación de lagunas de


memoria).

Plantear dudas sobre el propio testimonio.

Autodesaprobación (actitud crítica sobre el comportamiento


personal).

Perdón al autor del delito (se tiende a favorecer al sindicado).

Elementos específicos de la ofensa. El único criterio incluido en


esta categoría recoge los detalles característicos de la agresión
supuestamente sufrida y cuya presencia favorecería la
confirmación de la misma.

Detalles característicos de la ofensa (descripciones que


contradicen las creencias habituales sobre el delito).

Cada uno de estos criterios puede ser puntuado –según esté ausente, dudoso
o claramente presente- mediante 0, 1 ó 2, respectivamente. El resultado -es
decir, la determinación de si el testimonio es o no creíble- se encuentra
finalmente basado en estimaciones clínico-intuitivas. La declaración tiene que
ser puntuada tomando en consideración las capacidades verbales y cognitivas
del niño, así como la complejidad de los sucesos ocurridos (Séller y Koehnken,
1989).

Los diferentes criterios de contenido previamente mencionados pueden


analizarse como presentes o ausentes, o puntuarse en cuanto a fuerza o grado
en que aparecen en la declaración. En cualquier caso, éstos, si se manifiestan,
se interpretarán en el sentido de que la declaración es verdadera en tanto que
de su ausencia no puede desprenderse que sea falsa. En términos de la
evaluación del sistema, diversas investigaciones demostraron que los relatos
reales de los sujetos contienen más criterios del CBCA que aquellas
acusaciones falsas (Steller, 1989; Landry y Brigham, 1992).
En relación con este paquete de criterios, es conveniente tomar en
consideración lo planteado por Alonso-Quecuty (1999) "la búsqueda de un
listado de criterios que le permitan realizar el análisis de la credibilidad ha
pasado por alto algo que es aún más importante que ese listado: dominar los
procedimientos de entrevistas a menores presuntamente víctimas de estos
delitos".

4. Criterio de validación de la información adicional al caso

Conviene siempre recurrir a otras fuentes de información con el objetivo de


valorar la probabilidad de que la declaración del menor sea o no fruto de su
invención o de la coacción de terceras personas. Entre las fuentes de
información adicional a las cuales se recurre se cuenta:

Características psicológicas:

1.- Adecuación del leguaje y conocimientos.

2.- Adecuación del afecto.

3.- Susceptibilidad a la sugestión.

Características de la entrevista:

4.- Preguntas coercitivas, sugestivas o dirigidas.

5.- Adecuación global de la entrevista.

Motivación:

6.- Motivos del informe.

7.- Contexto del informe o declaración original.

8.- Presiones para presentar un informe falso.

Cuestiones de la investigación:

9.- Consistencia con las leyes de la naturaleza.

10.- Consistencia con otras declaraciones.

11.-Consistencia con otras pruebas.

Entre las características psicológicas del menor debe valorarse si el estilo del
habla y el nivel de conocimientos del menor se corresponden con su edad y
experiencia. De no ser así, aunque no se puede concluir la falsedad del relato,
le resta validez al testimonio del menor. Es necesario analizar el tipo de afecto
que manifiesta el menor durante la entrevista, así como la congruencia del
mismo con el contenido del relato. También el grado de sugestionabilidad del
menor.

En cuanto a las características de la entrevista, es necesario analizar el estilo


de las preguntas realizadas por el entrevistador, así como la adecuación global
de la entrevista a la víctima. La existencia de preguntas dirigidas, coercitivas
(preguntas-trampa) o mal planteadas –preguntar prematuramente por
determinados datos interrumpiendo o reforzando sistemáticamente a la víctima-
da lugar a una declaración que no es susceptible de ser analizada con los
criterios expuestos del análisis del contenido.

También deben considerarse los posibles motivos que podría tener el menor
para proporcionar una versión falsa. Se debe analizar la relación previa entre la
víctima y el agresor, así como las posibles consecuencias que puedan
derivarse de la acusación para cada una de las personas implicadas. Conviene
ubicar la revelación inicial de la existencia del abuso en el contexto de la
situación familiar de la víctima, no descartar la posibilidad de que existan
presiones externas o de terceras personas para que el niño mienta.

Por último, la comprobación de la validez de la declaración debe incluir una


ratificación del testimonio. Se trata de una serie de aspectos fundamentales
que el entrevistador debe tener en cuenta antes de concluir el análisis de la
declaración. Por un lado, es necesario valorar en qué medida las descripciones
proporcionadas por el menor son realistas y coherentes con el sentido común y
con otras declaraciones prestadas por la víctima o por otras personas
relacionadas con el caso. Comparar la declaración que se está analizando con
otras proporcionadas por el menor permite conocer su capacidad de recuerdo y
los posibles efectos de sugestión tanto de la presente entrevista como de las
realizadas con anterioridad. Del mismo modo, el hecho de detectar
contradicciones en el testimonio del menor respecto a las declaraciones
prestadas por otras personas no significa necesariamente que el menor esté
mintiendo, pero puede reducir la veracidad global de su testimonio. Finalmente,
se deben tener presentes las distintas evidencias o pruebas físicas que existan
en el caso, así como la posible contradicción de éstas con algún aspecto de la
declaración del menor (Séller y Boychuk, 1992).

5. Integración y análisis de la información obtenida

Una vez que se cuente con la información requerida, se procede al análisis


clínico-forense. Es conveniente que la conclusión a la que se arribe se de en
términos probabilísticas. Quienes llevamos tiempo trabajando en este campo,
sabemos que no es posible dictaminar en términos absolutos, hacerlo no
corresponde a la realidad de lo investigado, la certeza en este tipo de
situaciones es una utopía, constituye apenas un punto de referencia.

La fiabilidad de todo el procedimiento recae, en última instancia, en el


evaluador. Es por ello que la intervención debe ser realizada por profesionales
con alta formación y experiencia así como con una alta capacidad de
objetividad (Alonso-Quecuty, 1993a). Por eso, es imprescindible un
entrenamiento exhaustivo.
Discusión

La valoración psicológica forense, no obstante que desde hace más de veinte


años se lleva a cabo en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses se
encuentra en Colombia escasamente desarrollada. Se espera que con el
cambio de Sistema Judicial esta situación se modifique y pueda colocarse al
nivel de otros países.

En el marco de la reforma al Sistema Judicial, al psicólogo forense se le


plantean nuevos requerimientos que exigen a su vez conocimientos y técnicas
especializadas desde las cuales poder responder. Un tópico complejo de
abordar lo constituye la valoración del testimonio, especialmente en el caso de
menores víctimas de abuso sexual, ámbito en el que los procedimientos y
procedimientos utilizados han demostrado ser insuficientes.

En esta nueva fase los psicólogos forenses, muy probablemente, vamos a


tener problemas porque carecemos de instrumentos específicos de evaluación
forense (test, entrevistas, cuestionarios, etc.) y de los conocimientos y
habilidades requeridas para desempeñarnos en un juicio oral. Es claro que los
requerimientos que impone el nuevo sistema no sólo deben ser asumidos por
los profesionales del Derecho, sino que nos competen a todos aquellos que
cumplimos un rol en la Administración de Justicia.

En relación con los procedimientos a utilizar es importante que, en todo


momento, se tenga como eje central de la evaluación lo que la Convención
sobre los Derechos del Niño (1989) ha definido como el interés superior del
niño, referente a la consideración que les corresponde a todos los actores
involucrados en el proceso, de velar por la integridad psíquica, física y moral
del niño. Ello significa, palabras más, palabras menos, que hay que evitar
recurrir a cualquier procedimiento que pudiese contribuir a su revictimización.

Dado que se inicia una nueva etapa, sería deseable que pudiéramos evitar
cometer los mismos errores a los que se han visto abocados los psicólogos
forenses europeos y norteamericanos. Es de esperar que las experiencias
vividas en estos países nos puedan servir de punto de referencia para analizar
la adecuación de los métodos de evaluación y, en caso que sea necesario, que
es lo más seguro, depurarlos, todo ello en aras de prestar un mejor servicio en
nuestra calidad de auxiliares de la Justicia.

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