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François Boullant

Michel
Foucault
y las
prisiones
François Boullant

M ic h e l F o u c a u lt
Y LAS PRISIONES
C o le c c ió n C la v e s
Dirigida por Hugo Vezzetti
François Boullant

M ich el F oucault
Y
LAS PRISIONES

Ediciones Nueva Vision


Buenos Aires
Boullant, François
Michel Foucault y las prisiones - 1? ed. - Buenos Aires: Nueva
Visión, 20 04
112 p.; 20x13 cm. (Claves)

Traducción de Heber Cardoso

ISBN 9 5 0-6 02-4 71 -5

1. Sociología 2. Antropología I. Título


C D D 306

Titulo del original en francés:


Michel Foucault et les prisons
© Presses Universitaires de France, 2003

Toda reproducción total o parcial de esta


obra por cualquier sistema -incluyendo el
fotocopiado- que no haya sido expresamen­
te autorizada por el editor constituye una
infracción a los derechos del autor y será
reprimida con penas de hasta seis años de
prisión (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172
del Código Penal).

© 2004 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189)


Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que
marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina
Para Éve y Jacques,
en recuerdo del camino que recorrimos
juntos
NOTA DEL EDITOR

En las páginas que siguen, las obras de Foucault son designadas


de este modo:

MMP —Maladie mentale et psychologie (PUF, 1954).


HF —Histoire de la folie à l’âge classique (Pion, 1961) [Historia
de la locura en la época clásica, México, Fondo de Cultura
Económica, 1976].
NC - Naissance de la clinique (PUF, 1963) [El nacimiento de la
clínica: una arqueología de la mirada médica, México,
Siglo XXI, 1966].
M C - Les Mots et les choses (Gallimard, 1966) [Las palabras y las
cosas: una arqueología de las ciencias humanas, Madrid,
Siglo XXI, 1968],
A S —L ’archéologie du savoir (Gallimard, 1969) [La arqueología
del saber, México, Siglo XXI, 1970],
OD - L ’ Ordre du discours (Gallimard, 1971) [El orden del
discurso, Barcelona, Tusquets, 1975].
SP - Surveiller et punir (Gallimard, 1975) [Vigilar y castigar:
nacimiento de la prisión, Madrid, Siglo XXI, 1976],
VS - La Volonté de savoir (Gallimard, 1976) [Historia de la
sexualidad, vol. 1,La voluntad de saber, México, Siglo XXI,
1977].
UP —L ’Usage des plaisirs (Gallimard, 1984) [Historia de la
sexualidad, vol. 2,El uso de los placeres, Madrid, Siglo XXI,
1986],
SiS —Le Souci de soi (Gallimard, 1984) [Historia de la sexuali­
dad, vol. 3, La inquietud de sí, Madrid, Siglo XXI,1987],
DE - Dits et écrits (4 t., Gallimard, 1994)1

Las referencias a SP rem iten a la edición original.2 Las citas


aparecen dentro del cuerpo del texto, seguidas del número de la
página. La referencia a Dits et écrits aparece en notas de la
siguiente manera: DE, seguida del número de tomo (en números
romanos), luego el número de texto y de la página, sin mención
del título de la intervención. Por lo general, se encontrará su
referencia completa en la bibliografía.

1 Las referencias del texto rem iten a e sta edición (reed. Gallimard,
“Quarto”, 2 vol., 2001).
2 Michel Foucault, Su rv eille r et p u n ir, Gallimard, Bibliothèque des
Histoires, 1975. La reedición en la colección “Tel” (1993) altera la pagina­
ción.

6
LA PRISIÓN* IMPENSABLE

La belleza a veces salvaje de la e scritu ra , su inserción en


u n a a c tu a lid a d a rd ie n te , la irrupción de u n filósofo en la
cuestión carcelaria, carente de análisis filosóficos,1 la explo­
ración histórica de u n a institución casi abandonada por los
historiadores, convirtieron a Vigilar y castigar en un acon­
tecim iento desde el m om ento m ism o de su aparición. M ás
de u n cuarto de siglo después, ¿qué queda de aquel texto
sulfuroso?2 La emoción que suscitó la m u e rte de F oucault,
en 1984, confirió dinam ism o a su edición. Poco a poco fue
surgiendo u n conjunto de textos inéditos o poco conocidos.
La publicación de D its et écrits, en 1994, p o n d rá de pronto
a disposición de todos ese conjunto rico y denso, que
m an tien e fecundas com plicidades con la obra apa re c id a en
libro: textos ocasionales (declaraciones, rep o rtaje s, p re fa ­
cios...), de investigación (artículos, e n tre v ista s...). La p u ­
blicación de los cursos del Collège de F ran ce te rm in a rá de
com pletar el edificio, ya que los cursos de F o u c a u lt e ra n los
laboratorios donde m a d u ra b a n sus libros. A p a r tir de 1973,

' El término francés prison ha sido traducido a veces como “prisión” y a


veces como “cárcel” (sustantivo que no tiene equivalente en francés, aunque
sí existe el adjetivo carcéral). E n general, se ha usado “prisión” para las
referencias al castigo o a la penalidad como problema y se ha preferí do “cárcel”
cuando se alude a la institución de detención.
1 La filosofía, desde Platón hasta Ricoeur, pasando por K ant y Hegel,
exploró el asunto m ás bien desde una perspectiva jurídico-moral, con la
notable excepción de la Génealogie de la morale [La genealogía de la moral:
un escrito polémico, Madrid, Alianza, 1983], de Nietzsche. Para una explora­
ción de los fundamentos propiamente filosóficos del castigo, cf. Frédéric Gros,
en E t ce sera justice, Ed. O. Jacob, 2001.
2 Es la pregunta que se planteaba en 1995 el coloquio organizado por el
Centre de Vaucresson, es la mism a en la que se apoyará, en 1999, un seminario
IMEC/Centre Foucault, que exploraba los lazos entre Foucault y el GIP.
Ambas actividades dieron lugar a publicaciones (cf. la bibliografía).
7
la publicación de las m em orias de P ie rre Rivière se a g re ­
g a rá a ese cuerpo carcelario.3 La lectura que hoy podemos
hacer de SP se ha enriquecido, se ha afinado, se h a vuelto m ás
compleja, de m anera que resulta imposible una lectura inge­
nua, autárquica o transhistórica. Por el contrario, la perspec­
tiva producida por el transcurso del tiempo se m u estra
fructífera y así se puede realizar otra lectura de u n texto que,
en 1975, parecía borrar m eticulosam ente los elem entos de su
génesis e incluso su bibliografía.
El texto focaliza desde el comienzo el debate sobre la
cuestión ta b ú de las cárceles, creando profundas conmocio­
n es en todos los niveles, incluso e n la propia in stitució n. Si
bien es cierto que no hace m ás que in scrib irse en el surco
de otros enfoques críticos, teóricos y prácticos, el in te n to de
F o u c a u lt es el único que se rem o n ta a la cuestión prin cipal
de la encarcelación como form a h istó ric a m e n te priv ileg ia­
da del dispositivo de castigo. Las consecuencias son in n u ­
m erables. P a ra el g ra n público, la prisión se convierte en
la a p u e sta de u n a nueya tom a de conciencia, u n objeto de
curiosidad, de investigaciones y de debates. S P tam b ién se
inscribe en ese vasto movimiento que, a veces puntualm ente,
denunciará las condiciones de detención, y otras veces, m ás
radicalm ente, denunciará su propio principio y exigirá el
cierre de las cárceles. Allí, el libro ocupa un lugar original, en
tanto es el único que, alim entado por ese enfoque crítico de
resonancias contem poráneas, rem ontará la h istoria p a ra
acechar el nacim iento de la prisión. El libro suscitará en
algunos historiadores u n a viva polémica,4 en tanto otros
operarán resueltam ente dentro de esa perspectiva.5S P inicia
entonces un nuevo cuestionam iento que proseguirá m ás allá
de él, a través de una proliferación de estudios sobre la
prisión. Ya nunca la cuestión carcelaria volverá a plantearse
de la m ism a m anera. H a sta su m uerte, la cuestión penal
continuará apasionando a Foucault. Su enfoque m anifiesta
al mismo tiempo una sorprendente continuidad y notables
3 Moi, Pierre Rivière, a y a n t égorgé m a mère, m a sœ u r et m on frère...,
Archives, Gallimard-Julliavd, 1973 ¡Yo, Pierre Rivière, ha biendo degollado
a ini madre, a m i herm a na y a m i hermano..., Barcelona, T usquets, 1976],
J Cf., L ’Im possible priso n , Le Seuil, 1980.
5 M ichelle Perrot publicará Le P anoptique de B entham , Belfond, 1977
[El p a n ó p tico , Madrid, La Piqueta, 1989]; Le S ystèm e p é n iten tiaire de
Tocqueville, Gallimard, 1984, y coordinará el volum en L ’Im po ssib le p r i ­
son. A ilette Farge publicará Le Désordre des fam illes, Julliard, 1982, en
colaboración con Foucault.
evoluciones. S P será, finalm ente, una h e rra m ie n ta experi­
m ental que perm ite profundizar, precisar o rectificar la
problem ática de conjunto. El últim o Foucault se m ostrará, en
este sentido, cada vez m ás preocupado por subrayar ante todo
su unidad al cabo del tiempo: “Mis libros h an sido siempre mis
problem as personales con la locura, la prisión, la sexuali­
dad”.6 La investigación intelectual se in se rta en la propia
tra m a de la vida, desembocando en lo que m ás tarde califica­
rá como u n a “estética de la existencia”.7
S P plantea de m an era original y nueva el problem a de la
relación que m antiene la h istoria con el presente: “¿Al in te ­
rrogar a las instituciones psiquiátricas y penitenciarias, no
presupuse ni afirmé que se podía salir de ellas m ostrando que
se tra ta b a de form as históricam ente constituidas a p a rtir de
un cierto momento y en un cierto contexto, sino que demostré
que, en otro contexto, esas prácticas debían ser deshechas por
haberse vuelto a rb itra ria s e ineficaces?”.8 De lo que se tr a ta
es de com prender cómo las cosas h an llegado a ser lo que son.
P a ra Foucault, las investigaciones históricas no tienen otro
objeto. E nm arcada de esta m anera, la cuestión carcelaria se
convierte en un a apuesta filosófica, política y social decisiva,
que perm ite com prender por qué la sobredim ensiona h a sta
ese punto y por qué, junto a los problem as afines de la locura
y la sexualidad, ta l vez viene a rep re sen ta r lo m ás original e
im pactante que llegó a producir su pensam iento. La urgencia
que siem pre tiene en pensar un hecho real de la(s) historia(s)
de todos los días nunca aparece con ta n ta claridad como en el
tem a de la prisión.
P en sar la prisión, toda la prisión, sigue siendo el tonifican­
te desafío planteado por Foucault. U n cuarto de siglo después
sería inútil buscar a un émulo de Víctor Hugo quien, ante la
construcción de la Santé, exclam ara lleno de espanto: “¡Cons­
truyen nuevas cárceles!”.9Tras un lapso de desestabilización,
el program a de construcción de cárceles h a vuelto a funcionar
GD E , IV, n- 359, pág. 748.
7 En torno a las investigaciones em prendidas en U P y en S S , Foucault
propone, para calificar la actitud moral de los griegos de la antigüedad, el
concepto de “estética de la existen cia”, tomado del historiador del Renaci­
m iento Burckhardt. Pero este concepto se ampliará y se cargará de un
contenido m ás personal: “¿La vida de cada individuo no podría ser una obra
de arte?" (DE, IV, n° 344, pág. 617).
8 D E, IV, nu 353, pág. 693.
9 Citado en Enquête d a n s une p riso n modèle: Fleury-Mérogis, GIP, Ed.
Champ libre, 1971, pág. 7.

9
y, sin duda, pronto in te g rará establecimientos p a ra menores.
El escándalo consustancial a la existencia de la cárcel bien
puede estallar, por ejemplo, m ediante las m anifestaciones
m ediáticas de un médico jefe,10 y entonces el gobierno puede
decidir un a inspección, volviendo a m anipular así los sem pi­
ternos remedios heredados de la tradición p a ra tran q u ilizar
al dem ócrata que sospecha; a través de sus lentos y a veces
reales cambios, la cárcel acom paña de modo siniestro los ritos
inm utables de sus cambios inmóviles. El crecimiento de la
cotidiana necesidad de seguridad, poderoso leitmotiv de estos
últim os años, extrañam ente compatible con la denuncia
políticam ente correcta de las infrahum anas condiciones car­
celarias, constituye el improbable sistem a de u n a indiferen­
cia in n a ta frente a la cárcel. El verdadero debate acerca de los
medios de castigo nunca ocurre, y resu lta encubierto antes
que develado por ese discurso emocional sobre la seguridad
de los ciudadanos. El cuestionam iento del encierro, ta n
presente en los años ’70 y ’80 del siglo pasado, ha sobrevivido.
De él quedan sólo algunas m edidas em pleadas aún con
dem asiada timidez. Ya nadie piensa seriam ente en c e rra rla s
cárceles e incluso cualquier enfoque radical parece quedar
excluido. No obstante, dos cosas perm anecen irreductibles
entre sí: la comprobación de la imposibilidad de otros recur­
sos y la negación a interrogarse acerca del valor de la pena en
n u e stra s sociedades contem poráneas. Por su p arte, Foucault
se h a visto acusado por algunos sombríos plumíferos, em bria­
gados con su victoria postum a, de haber confundido las
pistas, atizado las crispaciones e imposibilitado cualquier
solución de los problem as, cuando no de haberlos desconocido
radicalm ente. V ariante penitenciaria de una vulgata anti
foucaultiana que, desde B audrillard h a s ta G auchet y Ferry-
R enaut, repite obstinadam ente: “Foucault... u n inútil y un
irresoluto...”. Sin embargo, su pensam iento se destaca, en­
grandecido, m ientras los poderes continúan im pasibles, si­
lenciosos, frente a sus oscuras necesidades, m uy poco dis­
puestos a cuestionarlas. No hay ninguna duda de que el
pensam iento de Foucault debe ser discutido, cuestionado,
incluso radicalm ente. Pero su gran m érito h a consistido en
levantar el velo, en h aber hecho escuchar el espantoso silen­
cio penitenciario. Radica en haber dado voz, finalm ente, a la
prisión, eso sobre lo que no se piensa.
10 Véronique Vasseur, Médecin c h e fá l a p r is o n de la San té, Le Cherche-
Midi, 2000.

10
UNA “GENEALOGÍA DE LA MORAL”1

“Me interesa escribir sólo en la medida en que lo que escribo


se incorpore a la realidad de una lucha, a título de instrumen­
to, de táctica, de esclarecimiento. Quisiera que mis libros
fueran especies de bisturís, cócteles Molotov, minas, y que se
carbonizaran luego de su uso, como los fuegos artificiales”.2
Más que cualquiera de sus otros libros, Vigilar y castigar
ostenta la huella de la inserción en un contexto político
áspero donde, mucho antes de publicarlo, Foucault se había
comprometido totalmente. Se encuentra allí una exigencia de
orden más general, constantemente reafirmada, dado que
todo problema teórico se inscribía para él en un campo de.
preocupaciones donde adquiere su sentido en consideración a
las apuestas propiamente políticas que en último análisis lo
determinan. De ahí que entre teoría y práctica se creen lazos
originales, poderosos e inéditos, reivindicados como tales,
donde cada uno corrige permanentemente los excesos del
otro. La intersección entre trabajo intelectual y movimientos
colectivos se convierte al mismo tiempo en un método original
de trabajo y en una ética intelectual: “Siempre he atendido a
lo que pasa en mí y para mí, una especie de ir y venir, de
interferencia, de interconexión entre las actividades prácti­
cas y el trabajo teórico o el trabajo histórico que hacía. Parecía
que me encontraba tanto más libre para remontarme alto y
lejos en la historia así como, por otro lado, anclaba las
preguntas que planteaba en una relación inmediata y con­
temporánea con la práctica.”3

1 “Si fuera pretencioso, pondría como titulo de lo que hago genealogía de


la m oral” (DE, II, nu 156, pág. 753).
2 DE, II, n'J 152, pág. 725.
3 DE, IV, riJ 359, pág. 748.
11
E l “f r a g o r d e l a b a t a l l a ”

El 8 de febrero de 1971, en u n a conferencia de prensa,


Foucault anuncia el nacim iento de un grupo de trabajo sobre
las cárceles, el GIP, que afinca en su propio domicilio y que
anim a ju n to a Daniel Defert. El mismo red actará los prim e­
ros informes. P. Vidal-Naquet y J.-M. Domenach constitu­
yen, ju nto a Foucault, las cabezas de un grupo que seguirá
siendo inform al y no jerárquico h a s ta su disolución.4 Muchos
intelectuales, célebres o anónimos, funcionarán como rele­
vos, estableciendo vinculación con las fam ilias de los deteni­
dos.5 A p a rtir de 1970 la extrem a izquierda francesa se
e n fre n ta rá b rutalm ente con el problem a de las cárceles, al
ser apresados varios de sus líderes. La Gauche prolétarienne,
m aoista, se m u estra receptiva ante la suerte de los detenidos
y del lurnpenproletariado? ha e n tra d a en escena de Foucault
influirá de m an era determ inante en esa lucha, im prim iéndo­
le un estilo y exigencias nuevos. A m enudo se recordaba el
modelo del trib u n al popular que había presidido J.-P. S a rtre
en 1970, p ara aclarar las causas de la catástrofe m inera de
Fouquières-les-Lens. De en trad a, Foucault rechazará la idea
centralizadora, inquisitorial y dem asiado solemne de un
tribunal, en beneficio de simples investigaciones puntuales:
las “investigaciones-intolerancia”. Intolerable es la p alab ra
dom inante de aquellos años febriles: “Son intolerables: los
tribunales, la policía, los hospitales, los asilos, la escuela, el
servicio m ilitar, la prensa, la televisión, el E stado”.7 E sas
investigaciones tienen una doble función: relevar y hacer
4 “ GIP significa: ninguna organización, nin gún jefe; en verdad hacem os
todo lo posible para que siga siendo un m ovim iento anónimo que tan sólo
existe por las tres letras de su nombre. Todos pueden hablar. Sea quien
fuere que hablare, no lo hace porque tenga un título o un nombre, sino
porque tien e algo para decir. La única consigna del GIP es : ‘¡La palabra a
los detenidos!’” (DE, II, n'J 105, pág. 304).
5 E ntre ellos, adem ás de D. Defert, quien desem peñará u n rol central,
J. y D. Rancière, J .-A . Miller, F. Regnault, R. Castel, H. Cixous, G.
Deleuze, J. Donzelot...
6 Tomando distancia de los análisis m aoístas, sin embargo Foucault
rinde hom enaje al único movim iento de izquierda que se m ovilizaba por
este problema. Recuerda, a contrario, la hostilidad de los trotskistas, del
PC, de la CGT y la indiferencia de los socialistas (DE, III, ny 273, pág. 807).
U n a micro recomposición del paisaje político se opera, pues, pragm ática­
m ente en la s b ases m ilitantes del GIP, donde se ju n tan gau lista s de
derecha (Cl. Mauriac), cristianos comprometidos ( M. Clavel), m ilitan tes
m aoístas o sim ples ciudadanos.
7 GIP, Enquête d a n s 2 0 p riso n s, Champ libre, 1971.
12
surgir las razones del descontento carcelario m ientras que, al
m ism o tiem po, organizan, avivan y otorgan conciencia de
sí m ism a a dicha intolerancia. Foucault explica que dos
intolerancias convergen históricam ente: una nueva intole­
rancia que tre p a por las nuevas clases sociales, que ya no
soportan el peso y la arbitrariedad del poder, y u n a intoleran­
cia tradicional, la de la clase explotada. Al modelo ambiguo y
políticam ente peligroso del tribunal popular, Foucault opone
otro y valoriza ese saber m arginal constituido fuera de los
saberes oficiales. Dichas investigaciones, hechas ,sobre la
condición obrera en el siglo xix por los propios obreros, ya
h abían alim entado la reflexión de Marx. Modesto, el investi­
gador tra b a ja en la som bra y reúne testim onios irrefutables
y anónimos. Surge una filosofía distinta, u n a concepción
diferente de la lucha: “E sas investigaciones no son hechas
desde el exterior, por pa rte de un grupo de técnicos: en este
caso los encuestadores son los propios encuestados. Son ellos
quienes tom an la palabra, quienes hacen caer los tabicamien-
tos, quienes form ulan lo que resu lta intolerable, lo que ya np
hay que tolerar. Son ellos quienes sé encargan de la lucha que
im pedirá ejercer su oficio a la opresión”.8La investigación no
constituye, pues, un soporte neutro; compromete u n a prácti­
ca del saber que rearticula de m an e ra com pletam ente dife­
rente la teoría y la práctica, y propone u n modelo m ilitante.
Por el contrario, el modelo del tribunal, como el de Lens o el
trib u n al Russell, es u n a form a heredada de la burguesía que,
por su propia disposición espacial, predeterm ina las relacio­
nes y la circulación de la verdad. Es u n instrum ento que no
se puede em plear: no existe, no puede existir, trib u n al popu­
lar.9 Al filósofo-procurador, legislador m oral y “especialista
del idealism o”, que habla en nombre de lo universal, se opone
entonces el filósofo-investigador, quien sólo se in teresa en la
efectividad y en la m aterialidad de las relaciones de poder.10
La m odesta investigación tiene por ambiciosa función la de
redistrib u ir de m anera com pletam ente diferente el saber y la
palabra, y constituir un nuevo instrum ento de lucha política.
Al no ten e r ningún propósito reform ista, no se hace ilusiones.
E laboradas a p a rtir de u n a grilla previa de preguntas, las
encuestas del GIP están constituidas por las respuestas que
b rindan los detenidos, recogidas a p a rtir de sus familias.
8 DE, II, na 91, pág. 196.
9 DE, II, n5 108, pág. 364.
10 D E, II, n‘J 160, pág. 776 y III, n'-’ 200, pág. 268.

13
C uatro de estas investigaciones aparecerán sucesivam en­
te.11 En aquel período de in ten sa actividad, el GIP m ultiplica
las conferencias de prensa, las m anifestaciones y la distribu­
ción de volantes frente a las cárceles. Foucault, físicam ente
presente, será interpelado e incluso molestado por la policía.
La acción del GIP logra un éxito creciente que la prensa
reproduce y acentúa, lo que significa tan to u n síntom a como
la propia crisis, según señala Foucault.12 Las cárceles arden:
tre in ta y cinco am otinam ientos estallan en 1971 (Nancy,
Toulouse...). El espíritu del GIP se dispersa con la m ultipli­
cación de grupos fundados en los mismos principios y los
m ismos m étodos.13 En 1972, tra s haber cumplido su misión,
el GIP se auto disuelve, cediendo el lugar al Comité de acción
de los encarcelados, conforme a lo que siem pre se había
afirmado. “Creo que el GIP fue un a em presa de “problem ati-
zación”, un esfuerzo tendiente a convertir en problem áticas
y dudosas las evidencias, las prácticas, las reglas, las in stitu ­
ciones y las costum bres que se habían sedim entado du ran te
décadas y décadas. Esto a propósito de la propia cárcel, pero,
a través de ella, tam bién de la justicia penal, de la ley y, m ás
en general, a propósito del castigo”.14
La “investigación-intolerancia” es tam bién el instrum ento
privilegiado de otra distribución de la palabra, que es preciso
otorgar a quienes h an sido institucional e históricam ente
privados de ella. Sin embargo, desde sus orígenes, la cárcel
nunca h a carecido de portavoces. Incluso se da al respecto
u n a especie de institución penitenciaria: existen hom bres
que, a través de u n a ta re a determ inada (capellanes, visitado­
res, jefes de las comisiones de inspección, docentes..), dan
testim onio de la vida carcelaria. Discursos h u m an istas, s a tu ­
rados de buenas intenciones, que denunciaban con m ira ­
m ientos y sólo soñaban con promover un castigo menos
inhum ano. E n el otro polo estaban los relatos de los grandes

11 GIP, Enquête d a n s 2 0 p riso n s (1971); Enquête d a n s une p riso n


m o d èle : Fleury-Mérogis (1971), Champ libre; L ’a s s a ssin a t de G. Jackson
(1971) et S u icid es d a n s les p riso n s (1973), Gallimard. Otras investigacio­
nes estaban en proyecto, en especial sobre el registro judicial de anteced en­
te s penales. En 1972, el GIP realizará un film, a cargo de R. Lefort y H.
Châtelain.
12 D E , III, n° 273, pág. 813.
13 Así nacerán el GIS (Grupo de información-salud), el GIA (Grupo
información-asilo) y el GISTI (Grupo de información y apoyo a los trabaja­
dores inm igrantes), cf. DE, II, nQ98, pág. 232.
MD E , IV, n9 353, págs. 688-689.

14
crim inales.15 Dos puntos divergentes p a u ta n la acción del
GIP. E n prim er térm ino, la palabra de los encarcelados ya no
pasa a través de un portavoz, por m ás bien intencionado que
sea. Sin duda que el GIP se constituye en torno a intelectuales
p articularm ente alertados e informados, pero ellos procuran
borrarse en tan to tales: solam ente ayudan a d a r forma a la
palabra y a la acción. Los testimonios de los detenidos -in siste
F o u cau lt- nunca son deformados, interpretados, ni siquiera
reescritos: en todo momento prevalece el respeto escrupuloso
a esa palab ra auténtica y escasa. En ese sentido, el propio
Foucault re tra s a rá la aparición de SP, p a ra no acreditar la
idea de que h a b ría podido aprovechar las informaciones de
las que disponía. En segundo lugar, el propio grupo es
ru p tu rista , al promover no u n a pa la b ra singular, sino la
palabra plural, anónim a y organizada de los encarcelados.16
U na reivindicación individual no es m ás que u n a relación
privada. Ahora bien, es sim ultáneam ente el carácter colecti­
vo de esas m ism as reivindicaciones, y no su objeto, así como
el hecho de que interp elan al poder en el m ás alto de los
niveles, lo que constituye su carácter político. Y esa palab ra
es indisociablem ente lucha y testim onio, puesto que en ese
lugar singular, testim oniar es ya luchar. H ab lar p a ra rom per
el silencio institucional es el prim er acto político. La práctica
del GIP es, entonces, política en un doble sentido: en cuanto
a su contenido pero tam bién - y quizá sobre todo—en cuanto a
su método: “Hacer aparecer las relaciones de poder es in te n ­
ta r, en mi espíritu, en todo caso, volver a ponerlas de alguna
m anera en m anos de quienes las ejercen”.17 Lo que surge

16 Cf. Ph. Artiéres, Le livre des vies coupables, Albin Michel, 2000.
16 Cuando Foucault redacte el prefacio de los libros de detenidos (S.
Livrozet, R. Knobelspiess), nunca rescatará el testim onio individual (DE,
II, nQ116, págs. 275 y 335). E s el escritor de la cárcel lo que le interesa, no
el escritor futuro en el que podría convertirse. U n individuo singular
solam ente es portador, en un m om ento dado, de un problema: “No me
intereso en el detenido como persona. Me intereso en las tácticas y
estrategias de poder que subyacen en esa institución paradójica (...) que es
la cárcel”. (DE, III, n” 175, pág. 87). La cárcel sigue siendo ante todo esa
m áquina anónim a que tritura las existen cias individuales. N in g ú n pathos,
ningún sentim entalism o ambiguos e inútiles: el an tih u m an ism o pragm á­
tico de F oucault consistirá en eso. Su propósito e s solam en te político. De
ahí su actitud entre irritada y divertida an te el libro de J. Mesrine: un
“re w ritin g de superm ercado”. Se entien de mejor el desplazam iento opera­
do por el GIP, cuyo trabajo traduce la "renuncia a la personalización” (DE,
II, rí-' 105, pág. 304).
17 DE, II, n9 161, pág. 799.
15
entonces es que los prisioneros disponen de u n auténtico
saber sobre la institución.18 Si bien puede advertirse una
cierta complacencia en la publicación de las m ém orias de los
crim inales, género prolífico a p a rtir de Lacenaire, Foucault
dem uestra que u n a verdadera censura m ata en el huevo
cualquier veleidad de teorizar un a reflexión sobre el crimen
y el castigo.19Y es precisam ente ese capítulo censurado de la
h istoria el que se tra ta de hacer em erger en u n a auténtica
“filosofía del pueblo”. Ante todo, la cárcel experim enta un
doble desconocimiento, teórico y práctico: “Poca información
se publica sobre las cárceles; es u n a de las regiones ocultas de
nuestro sistem a social, u n a de las cajas negras de n u e stra
vida”.20 S P se inscribe en la lucha contra esa ceguera. La
ignorancia acerca de las condiciones concretas de detención,
en cuanto a la vida de los detenidos y la ignorancia cultural
acerca de la génesis de la institución son así dos aspectos de
u n mismo rechazo. El proyecto de libre circulación de la
información sobre las cárceles confiesa de este modo su valor
político, dado que el silencio duplica, m ediante el encierro de
las alm as, el encierro de los cuerpos. Hay que h a b la r p a ra
denunciar esa zona de no derecho qúe es la cárcel. El GIP
atacará, pues, todos los aspectos del póder carcelario, los
pequeños y los grandes. E n la cárcel no hay causas pequeñas:
el abuso de poder, lo a rbitrario se deslizan tanto en lo esencial
como en lo insignificante. L uchar por la desaparición del
registro de antecedentes o por u n adicional en la comida, en
las duchas, en la calefacción parecen cuestiones igualm ente
vitales. R esulta imposible construir u n a je ra rq u ía con las
situaciones de gravedad. Foucault confiesa haberse sorpren­
dido ante el carácter em inentem ente físico de las reivindica­
ciones de los detenidos amotinados. S P sabrá recordarlo: “La
pena tiene dificultad p a ra disociarse de un adicional de dolor
físico” (pág. 21).
Pero en torno al GIP se juega mucho m ás que la simple
ocasión p a ra una tom a de conciencia. Allí se redefine el rol del
intelectual y de m an era doble: como contribución a luchas
decisivas y como proceso de reapropiación intelectual, por

18 DE, II, n° 106, pág. 310. Foucault desarrollará y teorizará ese saber
paralelo, ese “saber excluido del saber”, que tanto le preocupa, en u n curso
de 1976, al hablar entonces de ese “saber de la gen te” como otra forma del
“saber sometido”, que él opone al saber erudito (D E , III, n- 193, pág. 164).
19 DE, II, n5 116 , págs. 398-399.
20 DE, II, n5 86, pág. 175.

16
p a rte de los interesados, de su propia lucha. Se delinean aquí
los contornos de una nueva política, así como u n a muy
diferente concepción del derecho. Aun encarcelado, el deteni­
do sigue siendo sujeto de derechos im prescriptibles. Contra
u n a concepción pasiva que h a ría solam ente del sujeto de
derecho un simple depositario, Foucault valoriza u n a concep­
ción dinám ica en la que cada justiciable es el heraldo de sus
propios derechos. Ocho años después del episodio del GIP,
reconoce claram ente su deuda y el impacto en SP: “No
comencé a escribir este libro sino tra s h ab er participado,
d u ran te algunos años, en grupos de trabajo, de reflexión
sobre y de lucha contra las instituciones penales. Trabajo
complejo, difícil, realizado ju n to con los detenidos, con sus
fam ilias, con el personal de vigilancia, con los m agistrados,
etc.”.21 E n el momento en que Foucault se lanza a aquella
aventura, confiesa reaccionar contra un intelectualism o que
le re su lta insoportable. La valorización de las luchas, la
m ilitancia in ten sa coinciden, en aquel comienzo de la década
de 1970, con u n desapego, a veces virulento, por la filosofía.
Da la im presión de que Foucault hu b iera experim entado
cierta tristeza ante la desaparición del GIP, y entonces las
investigaciones teóricas vuelven a cobrar aliento.22 1973 será
un año denso: curso sobre la Sociedad que castiga en el
Collège de France, ciclo de conferencias en Río, publicación
del inform e P ierre Rivière, finalm ente, prim er esbozo de
SP .23 Pero la lección de las cárceles continuará irrigando y
dando form a al plano teórico. El papel de los protagonistas de
la institución con la que se h ab ía encontrado, y su reflexión
sobre su propio rol y el de sus allegados, indiscutiblem ente lo
ayudaron a teorizar acerca del papel de lo que denom inará,
en 1976, el “intelectual específico”, diferenciándolo del in te ­
lectual universal.24

21 DE, IV, n" 281 pág. 47 y n- 282, pág. 97.


22 En ese sentido, J. Donzelot considerará a SP como un escape hacia
adelante, un intento por superar, en un plano teórico, las aporías produci­
das por la práctica (cf. “Les m ésaventures de la théorie”, L e D ébat, n" 41,
1986).
21L a vérité et les form es j u rid iq u e s, 1973 (DE, II, n'J 139, págs. 538 a 646).
24 “Siem pre h e procurado no desem peñar el papel del intelectual
profeta, que de antem ano le dice a la gente lo que debe hacer y le prescribe
su s marcos de pensam iento, objetivos y medios, que ha tomado de su propio
cerebro, trabajando encerrado en su escritorio, rodeado por su s libros. Me
ha parecido que el trabajo de un intelectual, lo que denom ino un ‘in telec­
tual específico’, es el de in ten tar identificar, tanto en su poder de coacción,

17
E l “d e s v á n d e l s i s t e m a p e n a l ”

“Siem pre me interesó lo m arginal, si ustedes quieren, los


bajos fondos. E scudriñador de los bajos fondos, decía Nietzs-
che.”25 Sin duda que desde sus prim eros textos, Foucault
manejó m ateriales m ás cercanos al historiador que al filóso­
fo. De todos modos, S P es, entre todos sus libros, el que m ás
apela a la historia. Los textos que em plea en él son hum ildes:
reglam entos de cárceles, informes de visitas o de inspeccio­
nes carcelarias,, etc. Foucault explica que no es ni en Hegel ni
en Comte donde la burguesía habla a cara descubierta y
revela sus estrategias, sino en esos documentos desconocidos
y modestos.26 Sobre la evolución de la penalidad, los textos
reglam entarios producidos por modestos funcionarios peni­
tenciarios son m ás ilum inadores que los de los teóricos
reformadores, puesto que em anan de los anónimos decisores
del poder real: “E n cuanto a la cárcel, no ten d ría sentido
lim itarse a los discursos sobre la cárcel. E xisten tam bién los
que provienen de la propia cárcel, las decisiones, los propios
reglam entos de las cárceles, que tienen sus estrategias; esos
discursos no formulados, esas astucias que finalm ente no
pertenecen a nadie, pero que sin embargo son vividas, asegu­
ra n el funcionamiento y la perm anencia de la institución”.27
H acer historia -explica F o u cau lt- implica abandonar la
“historia de las cum bres” y elegir ese “m aterial plebeyo”.28
Pero no es tanto el objeto lo que caracteriza a la gestión
foucaultiana, sino la inversión del cuestionam iento habitual:
“Lo que me h ab ía parecido in teresan te era em puñar en
bloque la cuestión del castigo (...) a p a rtir de esa región que
es la cárcel (...). Se h abía tratad o el tem a de la prisión, pero
como si fuera el subsuelo del sistem a penal, el desván. El
punto de p a rtid a consistía en in terrogar al sistem a penal a

como tam bién en la contingencia de su formación histórica, los siste m a s de


pensam iento que ahora nos parecen fam iliares, que nos parecen evidentes
y que se h an corporizado con nu estras percepciones, actitudes, comporta­
m ientos. Luego, es preciso trabajar en común con los participantes, no sólo
para modificar las instituciones, y las prácticas, sino para reelaborar las
formas de pensam iento” {DE, IV, n" 346, pág. 638; cf. tam bién III, n'-’ 192,
pág. 154).
25 DE, II, n° 161, pág. 784, y n5 152, pág. 720.
26 DE, II, n° 151, págs. 719-720.
27 DE, II, n- 156, pág. 741.
28 DE, II, nü 156, pág. 740.

18
p a rtir de su desván”.29 Las últim as palabras de S P evocan el
“fragor de la batalla”, como si Foucault hubiera querido fijar
la idea de que el libro no podía leerse independientem ente de
su ardiente contexto contemporáneo.30 De este modo, la obra
queda como en suspenso. Discreto desdibujam iento del a u ­
tor. El libro no es m ás que el telón de fondo p a ra otros
estudios, p a ra otras luchas. De ese modo el pasado paga su
deuda con el presente: “Que los castigos en general y la pri­
sión surgen de una tecnología política del cuerpo, eso tal vez
me lo haya enseñado no tanto la h istoria sino el presente. E n
el transcurso de estos últimos años, hubo m otines carcelarios
en todas partes del mundo. Sus objetivos, sus consignas, su
desarrollo tenían seguram ente algo de paradójico. Se tratab a de
rebeliones contra toda una miseria física que d ata de m ás de un
siglo: contra el frío, contra la sofocación y el amontonamiento,
contra m uros vetustos, contra el ham bre, contra los golpes.
Pero eran tam bién m otines contra las cárceles modelo, contra
los tranquilizantes, contra el aislam iento, contra el servicio
médico o educativo” (pág. 35). ^ a l es el tem a de esa “historia
del presente” que Foucault colocará, m ás tarde, bajo la égida
del K an t de ¿Qué es el Ilum inismo?, en el centro de u n a
“ontología del p resente”.31 Se tra ta , entonces, de com prender
ese pasado que nos ha producido, a la luz de las luchas y de
las resistencias que se m anifiestan hoy...

D el “g ra n e n c ie r r o ” a l “gran e n c a r c e l a m ie n t o ”

S P tiene por subtítulo Nacimiento de la prisión. E n efecto, se


tr a ta de m o strar en qué la prisión introduce u n a nueva
dimensión, absolutam ente irreductible a las viejas form as de
castigo. El interés dedicado al sistem a penal no e ra nuevo en
Foucault y varios testim onios ya se encontraban en Historia

29 D E , ÍII, n° 273, pág. 806.


30 El telón de fondo de su contem poraneidad está presente por todas
partes en el texto, explícita e im plícitam ente, ocasionando otras tantas
alteraciones a la cronología que se detiene en 1840. F oucault evoca ante
todo la cárcel de Fleury-M érogis (1969); luego, alusivam ente, una frase de
V. Giscard d’E staing, entonces presidente de la república, al visitar una
cárcel; y tam bién al datar voluntariam ente su texto en ocasión de; “los
am otinam ientos de presos de e sta s últim as se m a n a s”. Recuerda, finalm en­
te, a modo de contrapunto, la cárcel moderna y su s nu evas profesiones
(psiquiatras, trabajadores sociales...).
31 Cf. D E , IV, n° 339 y 351.
19
de la locura, pero el anuncio explícito de su centralidad lo
hace, solem nemente, en diciembre de 1970: “Tam bién me
g u staría retom ar la m ism a cuestión, pero desde un ángulo
totalm ente diferente: m edir el efecto de un discurso p re te n ­
didam ente científico—discurso médico, psiquiátrico, discurso
sociológico ta m b ié n - sobre ese conjunto de prácticas y dis­
cursos prescriptivos que constituyen el sistem a penal.' El
estudio de las experticias psiquiátricas y de su papel en el
castigo puede servir de punto de p a rtid a y como m aterial de
base p a ra dicho análisis”.32 No se tra ta , pues, de escribir u n a
historia sobre la cárcel, sino m ás bien sobre la “práctica del
encarcelam iento”.33Esto implica ab an d o n arla historia de las
ideas p a ra adoptar u n a historia m aterialista de los cuerpos.
No se tr a ta de una obra de denuncia directa ni de historia de
la institución carcelaria: “T raté de p lan te a r otro problema:
descubrir el sistem a de pensam iento, la forma de racionali­
dad que, desde fines del siglo xvm, subyacía en la idea de que
la prisión es, en sum a, el mejor medio, uno de los m ás eficaces
y racionales p a ra castigar las infracciones en u n a sociedad”.34
La locura fue el primer campo de investigación de Foucault
y, desde HF, el asilo se sindica como el lugar decisivo del poder.
¿Es suficiente para convertirlo en el pensador del encierro y de
la exclusión? La fórmula seduce y la yuxtaposición de los campos
de preocupación, así como la continuidad que se establece
e ntre los dos textos, parece corroborarlo: “Al comienzo, me
interesó el asilo, sus m uros altos, sus espacios pese a todo
m uy horribles, que por lo general se encuentran junto a las
cárceles, en el centro o en la periferia de las ciudades,
espacios infranqueables, espacios donde se entra, pero de los
que se sale con mucho menos frecuencia...”.36 Sin embargo, el
paralelism o a m enudo resu lta insuficiente cuando se tr a ta de
precisar el análisis, pues las finalidades divergen, así como el
arraigo histórico y epistemológico de esas instituciones. Si la
locura experim enta un cambio decisivo con el “G ran Encie­
rro”, la m ism a se sitú a resueltam ente en la edad clásica, de
la que es emanación. El asilo nace de la voluntad de su stra e r
a la m irada esa locura ta n fam iliar du ran te toda la Edad
Media e incluso en el Renacimiento. Los m uros disim ularán
d urante mucho tiempo aquel peligro que m ina la razón desde
32 L ’Ordre d u discours, Gallimard, 1971, pág. 65; cf. tam bién pág. 21.
33 DE, IV, nB 278, pág. 22.
14 DE, IV, ns 346, págs. 636-637.
35 DE, II, nu 161, pág. 792.

20
su interior. Ese espacio no es todavía el espacio terapéutico
del hospital psiquiátrico, que sin embargo se perfila. Espacio
de exclusión, de retención, pero que en prim era instancia no
es p a ra castigar: “En aquella época se encerraba sin discrimi­
nación alguna a los viejos, a los discapacitados, a la gente que
no podía o no quería trabajar, a los homosexuales, a los
enfermos m entales, a los padres dilapidadores, a los hijos
pródigos: se los encerraba a todos juntos en el mismo lugar”.36
La ulterior evolución distinguirá esas poblaciones, rigiendo
la división que en el siglo xix se producirá entre el hospital
psiquiátrico y la cárcel: ciertas franjas de esa población que
se p udrían en el asilo d urante el siglo xvn, dos siglos m ás
ta rd e se e n c o n tra rá n tra s las rejas de las cárceles. E n to n ­
ces, a veces el h o sp ita l psiquiátrico y la cárcel confundirán
su s fro n te ra s, delim itando u n a zona, forzosam ente borro­
sa, de intercam bios recíprocos. C rim en y locura: ese será el
lazo, tam b ién el desafío, p a ra dos institu cio n es entonces
bien p la n ta d a s en su rol: el h o sp ita l cuida y la cárcel
castiga. E n tre am bas, el in te rru p to r en torno al que se
o rganiza todo es ese artículo 64 del Código de 1810 que
in te n ta aclarar lo no aclarable: el loco no es responsable y no
podría rehabilitarse a p a rtir del sistem a penal; el crim inal es
consciente de sus actos y, por tanto, no podría ser loco. No
existe ni crim en ni delito si el infractor se encuentra en estado
de dem encia al momento de los hechos: o se es loco o se es
criminal. Sin embargo, la historia de la práctica judicial
decidirá de otra m anera, pues los jueces h an menospreciado
el sentido de ese artículo, adm itiendo sólo progresivam ente
una mezcla de dosis sutiles, pero determ inantes, de crim en y
locura. Existe allí un cambio decisivo que d a rá lugar a la
experticia psiquiátrica y a toda una problem ática de las
circunstancias atenuantes. Lo que se perfila entonces es lo
sagrado del psiquiatra en la institución judicial. Sobria y
brevem ente, S P se h a rá eco de ese problem a que Foucault
h ab ía desarrollado largam ente en su curso sobre los anorm a­
les.37 “Queríam os estudiar la historia de las relaciones entre

36 DE, II, n" 105, pág. 298.


31 Entre 1971 y 1975, cuatro cursos en el Collège de France dan
testim onio de e sa doble preocupación, al indagar m inuciosam ente en la
intersección entre locura y cárcel: Théories et in stitu tio n s p é n a les (1970-
1971), L a Société p u n itiv e (1972-1973), Le P o uvoir psy c h ia triq u e (1973-
1974) y Les A n o rm au x (1974-1975) [Los a n o r m a le s, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2001].

21
p siq u iatría y justicia penal” son las prim eras palabras con las
que en 1973 Foucault comienza la introducción a la m em oria
red actad a por P ierre Rivière, autor, en junio de 1835, del
triple asesinato de su m adre, su h erm an a y su herm ano, en
u n pequeño pueblo normando.
Sin embargo, el problema de la locura se halla planteado
de otra m an e ra en el plano institucional. E l asilo, la cárcel,
son los lugares cerrados, de encierro, que así encuentran
legitim idad p a ra ser comparados. ¿Acaso no fue el propio
F oucault quien indicó el camino al h a b la r del “gran encarce­
lam iento” p a ra designar a la cárcel, expresión forjada en
explícita im itación del G ran Encierro del asilo?38 A p esar de
los paralelism os, surge no obstante u n a diferencia funda­
m ental. E n cinco páginas soberbias, al comienzo del capítulo
III de la tercera p arte, Foucault recuerda los procedimientos
destinados a luchar contra la propagación de epidem ias de
peste y describe m inuciosam ente ese cuadriculado afinado
del espacio, su vigilancia organizada e individualizadora:
“espacio recortado, inmóvil, fijo. Cada cual está en su lugar.
Si se mueve, en ello le va la vida, por contagio o por castigo”.
A ese ritu a l meticuloso se opone el muy diferente de la lucha
contra la lepra. Desde el momento en que se lo identifica, el
leproso es expulsado del espacio común y se le exilia en un
lugar oscuro¡ lejos de la ciudad. Se tr a ta de flagelos que se
e n cuentran en el origen de dos esquem as radicalm ente dis­
tintos: el religioso, de la expulsión, que se orienta a purificar
la ciudad, y el m ilitar, del cuadriculado, que se orienta a
controlarlo. El prim ero dará nacim iento al asilo; el segundo,
a la cárcel. Exclusión e inclusión. Sin embargo, la sim etría no
se sostendría por mucho tiempo. Ambos procedimientos
m anifiestan edades distintas y uno de ellos se encuen tra en
camino de eclipsar al otro. De hecho los dos esquem as coha­
b ita n y se acercan, y las instituciones disciplinarias del siglo
xix com binarán las dos lógicas, individualizando p a ra m arcar
las exclusiones: “De donde la necesidad de crear espacios de
exclusión, pero que ya no tienen la form a del destierro y del
exilio, que son al mismo tiempo espacios de inclusión: desen­
tenderse, encerrando”.39 En ningún caso puede justificarse
u n acercamiento en consideraciones intrínsecas, sino que
siem pre se apoya en consideraciones extrínsecas, subrayan­

38 D E , II, n" 105.


39 DE, III, n° 234, pág. 577, y II, n° 94, pág. 204.

22
do la solidaridad de esas instituciones disciplinarias. De
m an era m uy general se puede decir, sin duda, que la función
de encierro caracteriza a la m odernidad occidental, con lo que
a veces Foucault está de acuerdo. El encierro de las socieda­
des capitalistas se m uestra, sin embargo, como u n a extraña
paradoja. ¿Np resu lta contradictorio con el hecho de vender
la propia fuerza de trabajo? Sea como fuere, la reclusión
m oderna se impone en el siglo xix. De todas m aneras, su b ra ­
y ar las conexiones objetivas entre asilo y cárcel significa
hacerlo a expensas del específico pedestal de cada u n a de
ellas. Entonces Foucault parece escindido entre su preocupa­
ción por la exactitud en tan to epistemólogo e historiador, y su
preocupación política y m ilitante por la denuncia crítica.
Enfatiza, pues, que la solidaridad institucional que exhum a
el investigador se encuentra de alguna m an era corroborada
por los movimientos de lucha contra esas m ism as institucio­
nes que los tra ta n , de hecho, como solidarios. Existe otro nivel
en el que dichas instituciones podrían compararse: el de la
fábrica-convento, que existió realm ente, donde se fusionaban
los rasgos de todas las dem ás instituciones disciplinarias.
Foucault se divertirá leyendo su reglam ento en form a de
adivinanza, omitiendo adrede identificarla.40 Surge así la
indiferenciación esencial de esas instituciones disciplinarias
prácticam ente contem poráneas, de donde deriva su carácter
a veces intercam biable. La solidaridad que las caracteriza es
la de los asylum s norteam ericanos.41 E n u n prim er sentido,
comprender la cárcel consistirá, pues, en acercarla a otras
instituciones frente a las que, adem ás, se siente histórica­
m ente solidaria. Surgen filiaciones que se h a n ocultado, pero
objetivas, que el proyecto genealógico devela, y S P m o strará
e stas solidaridades entre el asilo, el hospital, el cuartel, la
fábrica o la escuela, poniendo de relieve la especificidad
diferencial de la cárcel. Aquí el razonam iento se halla tironea­
do entre la insistencia aplicada a la solidaridad de las insti­
tuciones disciplinarias, lo que p lan te a el riesgo de negar
parcialm ente la especificidad carcelaria, y la dedicada a la
génesis específica de la institución carcelaria que, de por sí,
conlleva la consecuencia de b o rrar la solidaridad entre las
disciplinas.
La ulterior evolución de Foucault no h a rá m ás que confir­
m ar la distancia que h a tomado. Al respecto, serán m uy
40 D E , II, n'J 139, págs. 609-610 y n° 127, pág. 439.
41 E. Goffman, A sy lu m s, N u ev a York, 1961, París, Éd. de M inuit, 1968.
23
significativos los juicios vertidos sobre E. Goffman. En mayo
de 1973 rendía hom enaje a quien había subrayado la solida­
ridad de las instituciones de encierro. Sin embargo, el mismo
año retrocede: “Creo que en el fondo la e stru c tu ra de poder
propia de esas instituciones es exactam ente la misma. Y por
cierto qne no se puede decir que allí haya analogía, identidad.
Es la m ism a clase de poder, es el mismo poder el que se ejerce.
R esulta claro que ese poder, que obedece a la m ism a e s tra te ­
gia, no persigue finalm ente el mismo objetivo. No sirve a las
m ism as finalidades económicas cuando se tra ta de fabricar
escolares que cuando se tr a ta de “hacer” a un delincuente, es
decir, de constituir ese personaje definitivam ente inadm isi­
ble que es el tipo que sale de la cárcel”.'12 En 1979, la ru p tu ra
se h a consumado definitivamente: “No procuro hacer lo
mismo que Goffman. El se in teresa en el funcionamiento de
una cierta clase de institución: la institución total - e l asilo, la
escuela, la cárcel-. Por mi p arte, trato de m o strar y analizar
la relación que existe entre un conjunto de técnicas de poder
y las formas: form as políticas como el E stado y formas
sociales. [...] Mi trabajo no tiene por objetivo una historia de
las instituciones o de las ideas, sino la historia de la raciona­
lidad tal como opera en las instituciones y en la conducta de
la gente”.'*3 Si establecer la genealogía de una institución
a p u n ta a hacer surgir sus fuentes, tam bién ap u n ta a distin­
guir su irreductible especificidad diferencial. El im portante
ciclo de conferencias pronunciadas en Río en 1973 precisa la
cuestión.44 La estatización y el procedimiento de individuali­
zación son los únicos factores que crean el vínculo objetivo
entre esas diferentes instituciones en el siglo xix. A la reclu­
sión de exclusión del siglo xvm, consiguiente a las “lettres de
cachet”,46 le sigue, en los siglos x j x y x x , u n a reclusión de
inclusión, que Foucault denom ina secuestro. Ya no se tra ta
de excluir a los individuos, sino de fijarlos en instituciones de
sometimiento. De ah í el privilegio casi metonímico de la
cárcel, ya que todas esas instituciones ten ían entonces, en el
fondo, algo de carcelario: “Así, la cárcel se vuelve inocente de
ser cárcel por el hecho de parecerse a todas las demás, y
42 DE, II, nQ127, págs. 439-440.
« DE, III, n,J 272, págs. 802-803.
4,< D E, II, n9 139 (texto citado).
■<5 Carta cerrada, con el sello real, que imponía el encarcelam iento o el
destierro de una persona. La creciente facilidad con que personas o grupos
podían obtener estos instrum entos constituyó un escándalo al que la
Revolución puso fin.

24
re s u lta n inocentes todas las dem ás instituciones de ser cár­
celes, puesto que estas últim as se presen tan como válidas
únicam ente p a ra aquellos que h a n cometido alguna falta”.'16
Si bien la locura pudo haber estado en el origen de todas estas
exploraciones, tam bién es cierto que toda la problem ática
foucaultiana se concentra entonces en torno del problema
carcelario. Incluso ejercerá u n a acción retrospectiva sobre el
análisis de la locura, ya que ésta había sido abordada no tanto
a tra v é s del tem a, casi literario, de la “experiencia de la
locura” que atorm entaba la HF, y no m ediante el m ás político
del poder psiquiátrico. E n ese sentido, las investigaciones de
S P son estrictam ente contem poráneas con la relectura críti­
ca que Foucault hace de la HF.A1 La cárcel se presen ta desde
entonces, mucho m ás allá de su función propia, como un
precioso in strum ento p a ra el análisis del poder.
Se advierte mejor en qué resu lta por lo menos ambiguo
hacer de Foucault un pensador del encierro. Deleuze califica­
rá, perentoria y justam en te, como contrasentido a sem ejante
perspectiva.48 El encierro es ta n solo u n a m odalidad determ i­
n a n te y sintom ática del poder. A presurada y exteriorm ente
edificada solam ente en el vínculo entre locura y prisión, la
tem ática de un pensam iento foucaultiano sobre el encierro
revelaría entonces sus límites. Pero Foucault ya no es el
pensador de la exclusión: “Los discursos apresuradam ente
izquierdistas, líricam ente antipsiquiátricos o m eticulosa­
m ente históricos no son' m ás que m aneras im perfectas de
abordar esa b rasa incandescente. [...] Es ilusorio creer que la
locura -o la delincuencia o el crim en - nos habla a p a rtir de
u n a exterioridad absoluta. [...] El m argen es un mito. La
palab ra de afuera es un sueño que siem pre continúa prorro­
gándose”.49 Encierro, exclusión: nociones epistemológica e
históricam ente sospechosas, pero transversales y cómodas
p a ra fundar sobre u n a nebulosa ten ta c u la r las obsesiones de
u n a época. Incluso en Foucault se encontrará m ás de una
fórm ula que reivindica positivam ente esos térm inos, que de
todos modos obstaculizaron la comprensión de un enfoque
complejo y minucioso. Indiscutiblem ente, se produce allí el
nacim iento de un m alentendido del que se apoderarán ciertos
46 D E, II, nB 139, pág. 621.
47 Cf. F. Gros, F oucault et la fo lie , P U F , “P hilosoph ies”, 1997, págs. 82-
85.
43 G. Deleuze, Foucault, Éd. de M inuit, 1986, pág. 49 [F o u c a u lt, México,
Paidós, 1987].
49 DE, III, nu 173, pág. 77.
25
detractores. ¿Por qué, entonces, esa impresión perturbadora
a la que el propio Foucault le había ofrecido su flanco? Las
razones son de dos órdenes, interno y externo. Ante todo,
Foucault nunca dejó de poner en orden sus instrum entos
conceptuales, al afinarlos, al reacondicionarlos, incluso al
renegar de ellos. U n análisis ligado a la contextualdiad de
u n a época no podría, pues, ten e r valor intem poral y univer­
sal. Tampoco dejó de perm anecer atento al contorno de la
obra. Ahora bien, por encima, existe siem pre u n a experiencia
singular que la prem edita. Locura, prisión, sexualidad son
objetos de experiencias antes de ser objetos especulativos.
Por todas partes, lo real in terpela y dinam iza la investiga­
ción. Pero, por debajo, Foucault siem pre mostró su interés
por las consecuencias especulativas y m ilitantes de sus t r a ­
bajos.50 E n pleno período de am otinam ientos carcelarios,
du ran te los años 1979, confesaba su orgullo al en terarse de
que S P h abía llegado a ten e r un lugar en los m otines carce­
larios.61 El propio libro es un instrum ento, u n a “caja de
h e rra m ie n ta s” que aguarda a quien quiera em plearlas: “Me
gu staría que el pequeño volumen que quiero escribir sobre los
sistem as disciplinarios pudiera servirle a u n educador, a un
guardia, a u n m agistrado, a un objetor de conciencia. No
escribo p a ra u n público; escribo p a ra quienes em plean lo que
escribo, no p a ra lectores”.52 E n consecuencia, la obra es
indefinidam ente abierta, lo que im plica u n uso libre de sus
análisis y, al mismo tiempo, el riesgo de deriva y el surgim ien­
to de contrasentidos. De todos modos, visiblem ente irritado,
Foucault precisa y rectifica aquí y allá. N unca rem itirá a un
individuo determ inado (delincuente, loco, m arginal...) a la
unidad problem ática de u n objeto-encierro, sino m ás bien a
u n a unidad de procedimientos de enfoque, a la vez cognitivos
y pragm áticos (captación de cuerpos y retención de los sabe­
res), de los que podría surgir una identidad. Sólo el poder
conseguiría entonces la unidad de un pensam iento sobre el
encierro: m ás allá, lo determ inante son las diferencias.

50 Cf. D aniel Defert, “G lissem ents progressifs de l ’oeuvre hors d’elle-


m êm e”, en Au risque de F o ucault, Ed. du Centre Pompidou, 1997.
51 DE, III, n° 272, pâg. 805.
52 D E , II, n - 136, pâg. 524. Sobre la “caja de herramientas", cf. n- 151,
pâg. 720.

26
¿ H is t o r ia o g e n e a l o g ía ?

I n te n ta r rec o rd a r el nacim iento de la prisión es a n te todo


t r a z a r su genealogía. S P se inscribe entonces en la conti­
n u id ad d e H F y N C , los que tam b ién re c o n stitu ía n actos de
nacim iento. De hecho, es por cierto el concepto nietzschea-
no de genealogía el que se opone al concepto am biguo de
h isto ria ; la genealogía se define como u n a h isto ria p a rtic u ­
la r cuyo objeto específico se ría el de d a r cu e n ta de la
constitución de los sab eres y los discursos sin refe rirse a un
sujeto fu n d ad o r y tra s c e n d e n te .53Así, como diría F oucault,
las genealogías son “an ticien cias”. E s en térm in o s políticos
de a p u e sta s, y no de q u erellas de te rrito rio s, donde la
genealogía se desm arca de la h isto ria: el pun to de r u p tu r a
e n tre h isto ria y genealogía es el poder. De este modo, S P se
inscribe en u n a co n tinuidad te m á tic a y m etodológica in n e ­
gable, luego de M C (1966), A S (1969) y a n te s de V S (1976):
“T enía u n a segunda razón p a ra e s tu d ia r la prisión: re to ­
m a r el te m a de la genealogía de la m oral, pero siguiendo el
hilo de lo que p odrían lla m arse las ‘tecnologías m o ra les’”.54
El “pero” es d e te rm in a n te aquí, porque m arc a lo que
se p a ra el in te n to nietzscheano, en cuya h u e lla sin em bargo
F o u c a u lt entiende e s ta r ex p lícitam ente inscripto, de su
propio in te n to , que a n a liz a el poder como u n conjunto de
dispositivos que d escan san sobre u n a tecnología apoyada
en u n a (micro)física. Entonces, no deja de in s is tir acerca de
la m atei’ialidad de u n poder que tom a por objetivo el
cuerpo y la vida. Los efectos, los m ecanism os del poder
im p o rta n m ás que el propio poder. De a h í la in siste n c ia
po sterio r en esa “relación de poder” —en la que F o u c a u lt se
a c tu a liz a y se esp ecializa-, que surge en el in te rio r de u n a
red de interconexiones poderosas y re s is te n te s . De este
modo, el pun to de p a rtid a a siste a la convergencia de u n a
doble preocupación, teórica y p ráctica, en torno al castigo:
por u n a p a rte , existe u n in te ré s especulativo por el siste m a
de castigo, a tra v é s del problem a de la e xperticia p s iq u iá ­
tric a, del tem a del individuo peligroso y el de las a rq u ite c ­
tu ra s de vigilancia; por la otra, h ay u n in te ré s m ilita n te
a n te las condiciones de detención de los encarcelados:
“P a rto de u n problem a según lós térm in o s en que se
p la n te a a c tu a lm e n te y tra to de c o n stru ir su genealogía.
53 DE, III, n9 192, pág. 147.
54 DE, IV, n'-’ 278, pág. 21.

27
G enealogía quiere decir que encam ino el an á lisis a p a rtir
de u n a cuestión p re s e n te ”.55
Sin embargo, por cierto es la historia la que alim enta,
informa y da credibilidad al proyecto genealógico y, en ese
sentido, Foucault a veces calificará a SP como libro de
historia. Pero tam bién se puede considerar que es el proyecto
genealógico el que preserva al trabajo foucaultiano de un
historicismo radical y miope. Así concebido, “el análisis histó­
rico es un medio p a ra evitar la sacralización teórica: perm ite
borrar el um bral de intangibilidad científica”.56 Foucault
nunca antepone la cientificidad de la historia, sino que, por el
contrario, apela a su necesaria y saludable contribución al
relativism o de las ideas y de las instituciones. Se t r a t a no de
considerar que los hechos están dados objetivam ente, sino
m ás bien de “hacer la historia de la objetivación de esos
elem entos”.57 C ontribuir a volver no evidentes n u e stra s más
cotidianas evidencias, tal será el papel del genealogista más que
el del historiador profesional, enredado en su preocupación por
la objetividad. Foucault denom ina “acontecim ientalización”
a este necesario trabajo de distanciam iento de las evidencias.
E n 1980, en el debate que lo opondrá a ciertos historiadores
a propósito de SP, Foucault explica en qué su rumbo difiere
del de ellos. Al cargo de incom pletitud, replica que no se tra ta
de estudiar un período, sino de tr a ta r un problema: el naci­
m iento de la prisión. Ahora bien, si el estudio de un período
impone resp e tar u n a cronología y tiende a ser exhaustivo, el
estudio de un problema no tiene esa exigencia. Al precisar
e sta reflexión, Foucault reconoce tra b a ja r en lo que denomi­
n a “ficción histórica”.58HF, S P o H S son ficciones, históricas
en la m edida en que, sin proponerse re stitu ir servilm ente la
integridad de lo real, el trabajo realizado interfiere con lo
real, tra sla d a su eco e incluso lo despliega m ediante efectos
de contragolpe. Lo real histórico no resulta, entonces, ni
reinventado librem ente ni restituido con fidelidad: la ficción
histórica es, m uy precisam ente el dispositivo requerido para
el tratam iento del problem a planteado. Abre el camino a una
historia inventiva. No es, pues, una lección de determ inism o
lo que da la historia, sino m ás bien de paradójica libertad,59
Decir según qué necesidad se produjo el advenim iento de la
55 DE, IV, n'-’ 350, pág. 674.
56 D E , III, n° 173, págs. 77-78.
57 DE, IV, na 278, pág. 34.
68 D E , III, n® 272, pág. 805 y n8 197, pág. 236.
59 D E , IV, n" 353, pág. 691.
28
prisión, significa decir, al mismo tiempo, cómo podría desa­
parecer: “Uno de mis propósitos consiste en m o strar a la
gente que buen núm ero de cosas que form an pa rte de su
paisaje fam iliar - y a las que consideran como u niversales-
son el producto de ciertos cambios históricos m uy precisos.
Todos mis análisis van en contra de la idea de necesidades
universales en la existencia h u m a n a ”.60

Im ágenes y co nceptos

La im agen desem peña un papel esencial en SP. Por supuesto


que Historia de la locura, E l nacimiento de la clínica y Las
palabras y las cosas eran ya soberbios libros de imágenes. Si
S P retom a u n a retórica foucaultiana reconocida que se orien­
ta, en la m uda yuxtaposición de cuadros, a hacer tom ar
conciencia sobre u n a ru p tu ra decisiva del episteme, de todas
m aneras se puede considerar que el procedimiento nunca
resultó menos formal. Dejar ver p ara dejar comprender: la vista
como auxiliar del entendimiento. La imagen dice la verdad:
incluso tiene la prim ordial misión de anticipar el análisis. La
im agen presenta y representa. Tam bién hay que distinguir
entre la im agen m aterialm ente reproducida y la im agen
sim plem ente evocada por una descripción o sugerida por u n a
narración. S P asocia y yuxtapone ambos procedimientos. La
im agen nunca fue tan determ inante, nunca la im agen había
“instituido” ta n poderosam ente al texto, p a ra em plear la
ju sta expresión de Michel de C erteau.61Previam ente al texto,
pues, u n a ráfaga de grabados, sobriam ente titu la d a Ilu stra ­
ciones, prem edita el tem a.62P rim era impregnación, al mismo
tiempo suelta y precisa, del contenido de los análisis, antici­
pación flexible y metódica de las conexiones que vendrán: las
imágenes perm iten ver la invisible solidaridad de las discipli­
nas antes de d arla a pensar. P rim era lectura, en cierto
sentido errática y soñadora, evocadora y m inuciosam ente
jalonada: dentro de ella se oculta u n orden. T rein ta grabados
o fotografías, escrupulosam ente elegidos, num erados y clasi-
60 DE, IV, n9 362, págs. 778-779.
61 Michel de Certeau, H istoire et p sy c h a n a ly se entre science et fiction,
Folio-Essais, 1987.
62 En la colección “Tel”, un a desafortunada paginación coloca ese
conjunto de grabados en un cuadernillo central. E nton ces la im agen pierde
su carácter iniciático. En vez de in stitu ir el texto, tan sólo lo ilustra
planam ente.

29
ficados según u n orden que no sigue la cronología ni, exacta­
m ente, el índice del libro y que se organiza en bucle: la
ortopedia abre y cierra la serie, realzando así el entrem és.83
De ahí en m ás esas im ágenes nos re s u lta rá n fam iliares y en
lo sucesivo e stru c tu ra rá n poderosam ente nuestro im agina­
rio carcelario, m ás obsedido desde entonces por la paciencia
glacial y lívida de las disciplinas que por las oscuras y febriles
pesadillas de Piranése. Sin duda que las imágenes h a n contri­
buido m ás a la reputación de la obra que su propio contenido:
planos (de cuarteles, hospitales, zoológicos, cárceles, finalmente
el del Panóptico de Bentham); grabados de soldados ejercitán­
dose, modelos de escritura, perfiles de escolares p a ra aconse-
ja r la correcta postura al escribir. Im ágenes singulares e
im pactantes: m áquina de vapor p a ra corregir a los niños,
preso orando ante la torre central, atardecer en M ettray o
conferencia en Fresnes ante un público de detenidos encerra­
dos en cabinas individuales, especie de ataúdes verticales
yuxtapuestos, de donde sólo emergen las cabezas... Im ágenes
terribles y fascinantes. U na poderosa relación m etoním ica se
anuda, con la tendencia a rebajar el texto con respecto a la
im agen y ofrece, no sin ambigüedad, u n a posible reducción.64
El m aterial está allí, como inerte, pero sutil. Eficazmente
activo: adm irablem ente compuesto, desde ya. E sas páginas
presen tan u n aspecto parcial, en el sentido de que tom an
p arte, y tal vez parcial, en cuanto son sólo u n a p a rte del texto;
en efecto, ninguna im agen ilu stra rá la p a rte Supplices, ta n
determ inante, sobre todo ta n visual. Ese preám bulo prope-
déutico ilustrado sólo está consagrado a las disciplinas.
Incluso el n úm ero de grabados es notable: las disciplinas se
e n tie n d e n en p lu ral. La cohesión constituye su fuerza: ta n
sólo c u e n ta su organización en red, su s conexiones m ú lti­
ples y desapercibidas. El poder no es o tra cosa que el
ejercicio, d istribuido a n te s que concentrado, de las disci­
plinas. Y la im agen no se conforma con m ostrar; enseña que
no sería posible que existiera la esencia del poder, que éste
sólo existe en tanto se ejerce. Las im ágenes rep re sen ta n las
im plantaciones, los anclajes efectivos de esas relaciones de
poder que convergen hacia un “disciplinamiento de las socie­
dades”. Se entiende: la im agen es aquí mucho m ás que

63 La primera y la últim a plancha ilu stran ese m ism o tema. La circula-


ridad se halla duplicada tam bién por la firma del grabador, N. Andry, y la
fecha, 1749.
M Cf. n. 2, pág. 52.

30
ilustrativa; es la verdadera pieza m ae stra de u n a estrategia
que elide un m aterial visual p a ra dejar ver lo propiam ente
invisible...
S P se abre con una página célebre que yuxtapone, sin
explicaciones, la relación, minuciosa en su crueldad, del
suplicio de Dam iens (siglo xvm) y el detalle, tam bién minucio­
so, del empleo del tiempo carcelario un siglo después. Tam ­
bién aquí, antes que dar a pensar, Foucault da a ver. Se tr a ta
de u n m ontaje, de un dispositivo. Dos cortes en el episteme
evocan u n a ausencia y subrayan el enigm a de un pasaje, de
un a discontinuidad. La resp u esta constituirá el propio espa­
cio de despliegue del libro, la economía conceptual, a lte rn a n ­
do entonces esas percepciones fugaces, esas tom as fragm en­
ta ria s que ta n solo p lan tean el problema. E sa visión instituye
el pensam iento, en el sentido de que sugiere ante todo la falta
de evidencia de ese cambio, el pasaje de u n a sociedad del
castigo a otra, de la vigilancia. Intersticio en form a de abismo
que todo el libro se encargará de colmar: m o strar cómo se
pasa de u n a penalidad donde el suplicio ocupa un lugar
central, m ediante el cuerpo del condenado, a la prisión como
“penalidad de lo incorporal” (pág. 21). M ás adelante se encon­
tra r á el procedimiento p a ra m o strar el paso de la cadena de
forzados al vehículo panóptico, o tam bién de la lepra a la
peste y del soldado del siglo xvn al del siglo xvm. El libro
contendrá otras páginas evocativas: la descripción de la
ciudad punitiva de los reformadores, de los ejercicios m ilita­
res o del panóptico... Es, en sum a, esa multiplicación de
im ágenes lo que hace de S P un relato violento, como destaca
A rlette Farge.65 U n vínculo potente une, pues, la im agen al
concepto y la evocación al análisis .Los adversarios de F oucault
verán en ello uno de los m ayores efectos perversos de su
retórica, la confesión de u n a impotencia, al mismo tiem po que
el síntom a de un objetivo m ás seductor que especulativo. La
im agen tiene la función de resolver u n a dificultad, ofrece un
atajo: un corte en la carne de la historia. Tradicionalm ente,
la sugerencia m anifiesta la im potencia de las p alabras y
consagra el triunfo de lo oscuro y lo confuso de la im agen
frente a la claridady la nitidez del concepto. Ahora bien, Fou­
cault subvierte intencionadam ente esa distribución conve­
65 A. Farge. “U n récit violent* en Foucault. L ire l ’oeuvre, J. Millón,
1992. Otros autores in siste n en e se rol que se adjudica a la im agen en otras
obras: F. Gros (Foucault et la folie, op. cit.) y M. Gay, “Sou s l ’em pire du
regard”, en Foucault, lectures critiques (De Boeck U n iversité, 1989).

31
nida. Si la im agen instituye al texto es porque ella tiene, m ás
que él, vocación de hacerlo. De todas m aneras, no resu lta
fortuito destacar que la im agen prolifera allí donde comienza
el reflujo de lo decible. Más allá de acreditar así la reputación
de un Foucault m anipulador e irracional, im porta señ alar ese
rol que otorga a la im agen y esa función particular, que
cumple ta n bien, de a p e rtu ra propedéutica y de señal heu-
rista.

32
“DE LOS SUPLICIOS
A LAS CELDAS”1

Los SUPLICIOS

D espués de ocupar el proscenio d u ran te todo el Antiguo


Régimen, los suplicios se van diluyendo h a s ta desaparecer.
R esulta grande la tentación de in te rp re ta r ese cambio en
térm inos de retroceso de la barbarie ante el impulso de
nuevas exigencias, colmadas de hum anism o prerrevolucio-
nario. Foucault rechaza de en tra d a una interpretación que
cede al facilismo sin realm ente explicar. Las verdaderas razo­
nes se encuentran en otra parte: son m ás complejas, m ás
determinantes, tam bién m ás ocultas. Antes de entender qué los
hizo desaparecer, im porta comprender qué fue lo que d u ran te
siglos hizo funcionar ta n bien esa “sombría fiesta p u nitiva”.
Al contrario de Jaucourt, quien insiste en la crueldad del
hecho, Foucault pone en evidencia la paradójica racionalidad
del suplicio: su estricta inserción en un ritu a l jurídico-políti­
co, su carácter metódico y program ático. El suplicio -e s c rib e -
es u n a “producción diferenciada de sufrim ientos”. P a ra en­
tenderlo, es preciso reinsertarlo en la tra m a judicial, de la
que constituye su culminación, y luego seguir profundizando.
Ahora bien, m ien tras el suplicio es visible, el procedimiento
crim inal que lleva a él perm anece en secreto. Im potencia del
acusado y om nipotencia del m agistrado ante la verdad.
Dentro de esa perspectiva, todo es prueba. Todo se encuentra,
entonces, sometido al secreto, lo que, desde la E dad Media
h a sta el siglo xvm, no impide la definición de un a “aritm ética
p enal” que obedece a lim itaciones formales extrem adam ente
precisas. Todo esto refuerza el secreto y el carácter absoluta-
1 DE, II, n'-' 151.
33
m ente singular de un juicio en que el propio acusado perm a­
nece en un papel com pletam ente secundario. Foucault se
dem ora en el problem a clave de la confesión. De m anera
extraña, ya que no se la necesita, este procedimiento qu errá
obtenerla. E n efecto, la confesión dispensa casi de todas las
dem ás pruebas y hace oscilar la verdad desde la esfera de la
autoridad judicial a la del acusado, que desem peña así el
papel de “verdad viviente”. Esto explica que se recurra, por
p a rte del derecho penal, a dos grandes medios p a ra obtener­
la: el ju ram en to y la to rtu ra física. La to rtu ra ocupa u n lugar
de opción en la producción de la verdad; lo que m ás adelante
se convertirá en un escándalo, por entonces no significaba
problem a alguno. En lo que respecta al suplicio propiam ente
dicho, hay que tom ar en cuenta varias de sus características.
Ante todo, el suplicio es u n a fiesta que te a tra liz a el castigo.
Se convierte entonces en ese castigo-espectáculo, cuyos ele­
m entos pueden enum erarse. E stá la escena y está n los
espectadores: u n a puesta en escena, el vestuario, los ac­
cesorios y un escenario n a tu ra l. Incluso hay u n texto recitado
o im provisado. Al fin, y an te todo, h ay u n público: “E n las
cerem onias de los suplicios, el personaje p rin c ip al es el
pueblo, cuya p resen cia re a l e in m e d ia ta se re q u ie re p a ra el
cum plim iento del acto. U n suplicio del que se h u b iera tenido
noticia, pero cuyo desarrollo hubiera sido en secreto, no h a ­
b ría tenido sen tid o ” (pág. 61). El suplicio se encam in a
sobre todo a exhibir un cuerpo: m ostración ind isp en sab le
p a ra la dem ostración. H ipertrofia del cuerpo, que el su p li­
cio a tra v ie s a e n te ra m e n te , según e sta s tre s frases bien
reconocibles:

1. Focalización: el culpable da a conocer su identidad:


paseo por las calles, letrero en la espalda. Es entonces “el
heraldo de su propia condena”. A su alrededor, los signos
red u n d an tes de su abominable crimen.
2. Fragm entación: el suplicio divide el cuerpo, desarticula
su unidad original. Darle m uerte parece ser ta n solo un
incidente, casi accesorio: es la simple resu lta n te de u n a
violencia que proviene de otra parte.
3. Desaparición: desmembrado, despedazado, ya cadáver,
el cuerpo culpable todavía es quemado en u n a hoguera. El
cuerpo se vuelve metonímico aquí: el esparcim iento de las
cenizas al viento hace desaparecer el crim en e incluso su
m ism a memoria.
34
El suplicio es la form a m ás excesiva de esa penalidad
em inentem ente corporal. De todos modos, las formas meno­
res se caracterizan todas por u n a relación violenta, irru p to ra
y m ostrativa con el cuerpo (exposición, collar de hierro, azote,
picota, m arcas con hierro al rojo vivo, lengua perforada,
m anos cortadas, etc.). Dentro de esa economía, si el brillo de
los suplicios es p articularm ente notable, lo es tam bién en
cuanto rep resen ta el m ás significativo de los excesos de esa
penalidad del cuerpo. El suplicio, finalm ente, recurre a un
dolor esencial, de donde se explican esos refinam ientos in a u ­
ditos de crueldad y esa m ultiplicación de la pena, donde se
em plean diferentes registros de lo insoportable, se comple­
tan , se sobreponen unos a otros en u n a savia y horrible
com binatoria del sufrimiento. M ultiplicación de la propia
m uerte: “La muerte-suplicio es el arte de re te n e r la vida en
el sufrim iento, subdividiéndola en ‘mil m u ertes’ y logrando,
antes de que cese la existencia, ‘the most exquisite agonies’”
(pág. 38). A m ontonam iento esencial de abisales dolores sa ­
biam ente dispuestos en el tiempo, graduación calculada de
sufrim ientos que se orienta a preservar lo m ás intacto posible
el cuerpo del condenado p a ra el siguiente suplicio. Por lo
tanto, el suplicio es esencialm ente lento, pues la m uerte no
debe sobrevenir dem asiado pronto. La convocatoria visual,
ruidosa, del dolor es así un componente privilegiado de la
fiesta punitiva: al prolongar la escena de la confesión m edian­
te la to rtu ra , el suplicio re m a ta el trán sito judicial. Si bien
organiza el dolor, en cambio no implica n in g u n a crueldad
gratu ita. Solam ente articula la atrocidad del castigo sobre la
atrocidad del crimen, al que expresa y exorciza: de ahí su
integral racionalidad. Su violencia es dom inada y siem pre se
halla ligada al cerem onial punitivo. E n últim o análisis, su
función consiste en ser un espectáculo político. El ejemplo del
regicida D am iens no debe inducir a error, pues todo crimen,
en tanto tal, ataca a la persona del soberano: “En toda
infracción existe u n crimen majestatis, y en el m ás insignifi­
cante de los crim inales hay u n pequeño regicida en potencia”
(pág. 57). El suplicio te n d rá entonces esa función jurídico-
política de m ostrar el brillo del poder real en u n a dem ostra­
ción de poder, m ás destin ada a im prim ir el terro r que a
disuadir al crimen, propiam ente. Se tr a ta de promover u n a
política del terro r m ás que u n a economía del ejemplo, p a ra
“que les sea sensible a todos, sobre el cuerpo del crim inal, la
desencadenada presencia del soberano”. Lo prueba todo ese
35
aparato m ilitar que rodea al suplicio, convertido en operador
político, y cuya finalidad es la de re s ta u ra r esa soberanía
q u ebrantada por el crimen.
E n esto consistía ese suplicio, ta n representativo de la
penalidad del Antiguo Régimen, que va a desaparecer. Al
sum ergirse en contradicciones in te rn as que se habían vuelto
insuperables, atravesada entonces por exigencias m ás racio­
nales que las del despliegue de la fuerza real, la penalidad
debe redefinirse y aprehender de m anera diferente otra delin­
cuencia. Hay que term inar, en suma, con esa publicidad de la
pena, que se ha convertido en signo político ambiguo. Al recurrir
a una inaudita violencia, el suplicio se m uestra como paradóji­
cam ente frágil. La violencia, objeto y eje del espectáculo,
puede fácilm ente volverse en contra del propio poder real. Si
el suplicio no podía perdurar, esto se debía no tanto a su
inhum anidad, sino en virtud de su potencial peligro político.
E n el suplicio, el pueblo era el elemento base; era al mismo
tiempo testigo privilegiado y único destinatario. Pero al esta r
prevista, in se rta en el ritual, su participación ocasionaba
desbordes de violencia m ediante los que eventualm ente po­
día expresar su oposición y su rebelión ante u n a sentencia
considerada como injusta; de ahí el peligro político de que se
volviera en contra. De hecho, los am otinam ientos al pie del
patíbulo se m ultiplican e incluso m uy a m enudo el propio
verdugo tom a partido, a veces violentam ente. Al fin el crimi­
nal se convierte en un héroe ambiguo, temido por su peligro­
sidad, pero adm irado en secreto por su audacia. Proliferan las
canciones, los relatos, según el modelo de los discursos de
patíbulo, toda u n a lite ra tu ra que hace del crim inal un héroe.
Hacia fines del siglo xvm, al ocasionar m ás problem as que los
que podía solucionar, el suplicio se m u estra incapaz de seguir
sobreviviendo y es criticado desde todas partes: resu lta crea­
dor de rebeliones, vergonzante y peligroso, resum e Foucault.
Comienza a imponerse la urgencia de otro castigo, estableci­
do sobre otros fundam entos; hay que castigar y no vengarse.
Hace su aparición el tem a hum anitario y el hom bre se
convierte en la medida, no de las cosas, explica Foucault, sino
del poder. Ultimo y paradójico av a ta r de esta evolución: la
propia pena de m uerte. Instrum ento surgido de u n a reivin­
dicación de equidad, la guillotina se encuentra en fase perfec­
ta con los nuevos principios de la penalidad que se bosqueja:
“La m uerte queda reducida a un acontecimiento visible,
aunque instantáneo. E ntre la ley, o quienes la ejecutan, y el
36
cuerpo del criminal, el contacto se reduce al tiempo que dura
u n relámpago. No m ás enfrentam ientos físicos; b a sta con que
el verdugo sea u n relojero meticuloso” (pág. 18). La guillotina
no es, pues, en absoluto un a supervivencia de los suplicios o
un resurgim iento de la barbarie; m ás bien m arca “una nueva
ética de la m uerte legal”. El suplicio avivaba los sufrim ientos
al diferir lo m ás posible la m uerte; la guillotina significa la
abolición del sufrim iento al ofrecer una m uerte in stan tán ea.
De donde sigue esa ejecución que casi no tiene duración y ese
cuerpo ya casi abstracto...

L a p e n a lid a d d e lo s re fo rm a d o re s

E ntre la era de los suplicios y la edificación de cárceles en toda


E uropa se sitú a un episodio interm edio, necesario para
comprender el paradójico éxito de la cárcel. Período bisagra,
en el que florecen los discursos críticos sobre la barbarie de los
suplicios del Antiguo Régimen y sobre la crueldad g ratu ita
que en ellos se desplegaba, lo que define al mismo tiempo
“una nueva economía penal”. Sin embargo, a p esar de su
im portancia y proliferación, los discursos reformadores, por
mejor entendidos que sean, no h a rá n escuela.2 Su carácter
utópico, su falta de realism o en cuanto a la organización de la
sociedad punitiva de p u ra transparencia con la que sueñan,
explican en p arte ese fracaso. Sin embargo, la verdadera
razón se encuentra en otra parte: en el hecho de que la prisión
impone ya, entre bastidores, el secreto y la eficacia de sus
prácticas. Los reformadores soñaban con reconciliar la socie­
dad civil en ese paseo perm anente al país de las leyes; la
prisión e n te rra rá a los culpables en la noche carcelaria,
sustrayéndolos b rutalm ente del espacio social. A fines del
siglo x v i ii coexisten tres m aneras radicalm ente diferentes de
castigar: la antigua penalidad de los suplicios, la de los
reformadores y el modelo carcelario. El discurso de los refor­
m adores no es sólo un discurso negador, crítico de las p rác ti­
cas punitivas del Antiguo Régimen; comporta tam bién, en su
parte positiva, u n a reflexión profunda sobre el derecho de

2 D istintos en su s personalidades, los reformadores lo eran sobre todo


por su s orígenes y funciones. Si bien predominan los juristas, no se
encuentran solos. A d em ás de Beccaria, pueden citarse a Servan, Dupaty,
Lacretelle, Duport, Pastoret, Target, Bergasse o, tam bién, a Voltaire,
M arat o Brissot.

37
castigar y u n ambicioso proyecto de renovación del aparato
penal: “El verdadero objetivo de la reform a [...] no es tanto
fundar un nuevo derecho a castigar a p a rtir de principios m ás
equitativos, sino establecer u n a nueva “economía” del poder
de castigar, de asegurar u n a mejor distribución del mismo, de
im pedir que no quede ni demasiado concentrado en algunos
puntos privilegiados ni demasiado repartido en tre instancias
que se oponen; que esté repartido en circuitos homogéneos,
susceptibles de ejercerse en todas partes, de m an e ra conti­
n u a y h a s ta el m ás pequeño de los corpúsculos del cuerpo
social” (pág. $3). Los reform adores operan en pro de u n a
racionalización del castigo, de u n a m ayor eficacia en térm i­
nos económicos y penales: “No menos castigo, sino castigar
mejor; castigar con una severidad atenuada, quizás, pero
p a ra castigar con m ayor universalidad y necesidad; in se rta r
m ás profundam ente en el cuerpo social el poder de castigar”.
Foucault relativizará al mismo tiempo el papel del reform a­
dor, a quien se le adjudica el fin de los suplicios y el proyecto
carcelario, y su b ray ará la heterogeneidad de la filosofía
reform adora de dicho proyecto. A p a rtir de entonces sólo se
tr a ta r á de producir e im pulsar esa nueva tecnología del
castigo que deberá responder a un cierto núm ero de criterio
precisos:

1. La punición será pública y se desplegará dentro de u n a


visibilidad integral.
2. N unca se m antendrá, como en el Antiguo Régimen, en
secreto.
3. T endrá u n a función esencialm ente didáctica.
4. No será ni arb itraria, ni ambigua.
5. Su n a tu ra le z a e sta rá en estrecha relación con la n a tu ­
raleza del delito.
6. Se o rientará al defecto m oral antes que al propio delito.
7. Toda pena ten d rá un término: el tiempo será el operador
de la pena.
8. El cuerpo del condenado se convierte en un “bien social,
objeto de una apropiación colectiva y útil”.

El castigo debe e sta r en el origen de u n discurso nuevo,


situado en las antípodas de aquella gloria am bigua del
crim inal del Antiguo Régimen, que debe circular y difundirse
m asivam ente en la superficie del espacio social. E sta nueva
penalidad, dibujada a grandes rasgos por los reformadores,
38
presenta, sin embargo, m ás allá de sus aspectos perfectam en­
te racionales, otros m ás pintorescos: “Concebimos los lugares
de castigo como u n j ardín de las leyes que las fam ilias pueden
visitar los domingos”. Allí el im aginario se despliega de
m an e ra desenfrenada y antojadiza, como en ese gran duelo
que sim ulan los m agistrados al ju zg ar u n delito grave, o en
esas telas rojas y negras que ciñen el carro en que es tra s la ­
dado el condenado a m uerte. No hay mejor modo de sugerir
esa nueva concepción de la penalidad que rem itir a la adm i­
rable evocación que Foucault hace de la ciudad punitiva de
los reform adores (págs. 115-116). La representación trab aja,
pues, poderosam ente dicha penalidad. El crim en es el teatro
m últiple con el que se instruye al pueblo: im presionar p a ra
disuadirlo. Los reform adores querían producir u n impacto en
la imaginación. El espíritu es la superficie donde el poder
realiza su inscripción: su instrum ento será u n a semiología.
P a ra ello, se apoyan en el pensam iento de los ideólogos y
a p u n ta n m ás al alm a que al cuerpo. Pero esa penalidad del
ejemplo y del espectáculo disuasorio tiene algunos puntos de
anclaje teóricos fuertes y bien establecidos. Beccaria desea
u n a especie de ley del talión, al in sta u ra r estrictas equivalen­
cias entre la n atu ra le z a de la pena y la del delito, pero, sobre
todo, u n a ley que se aplique por igual a todos y ap a rte la
a rb itra rie d a d del príncipe, u n a penalidad anclada en las
exigencias de su tiempo. Así, los reform adores expresan con
claridad las aspiraciones y necesidades de la burguesía: a
igual trabajo, igual salario: a igual delito, igual pena. T am ­
bién criticarán la irregularidad de la justicia, antes que su
crueldad: la justicia se aplica m al porque se aplica desigual­
m ente. M oderna adaptación de la idea medieval del crim en
como atentado a la soberanía del rey: el infractor se convierte
en el enemigo de la sociedad, en un traidor. P a ra los reform a­
dores, crim en y castigo está n referidos al interés de la
sociedad. La referencia a la tem ática del contrato social es
aquí fundam ental y orienta todas sus penalidades. El crim i­
n al rompe el pacto social.3 Por su crimen, el infractor se
3 “Por otra parte, todo malhechor que ataque el derecho social, a causa
de su s fechorías se convierte en rebelde y traidor a la patria; al violar su s
leyes deja de ser uno de su s in tegran tes e incluso le declara la guerra.
E nton ces la conservación del Estado es incom patible con la suya; es preciso
que uno de ambos desaparezca, y cuando se da muerte a algún culpable, se
lo hace en tanto enem igo y no en calidad de ciudadano” (J.-J. R ousseau, D u
C o n tra t social, libro II, cap. 5 [Del contrato social. Discursos, Madrid,
Alianza, 1980]). F oucault subraya la posteridad revolucionaria de este

39
excluye voluntariam ente de la comunidad social. El enemigo
ap u n ta entonces hacia el anorm al, el malvado, el m onstruo
en que progresivam ente se convertirá. La m aldad intrínseca
del crim inal empieza a contar, presuponiendo y preparando
u n a individualización de las penas. Se procura hacer u n a
tabla con los distintos géneros de crím enes cometidos en los
diferentes países, p a ra luego clasificarlos en especies. E sen­
cial desplazamiento, donde ya se perfila el delincuenté del
siglo xix. La pena será proporcional al desorden cometido
antes que a la gravedad intrínseca del acto, de m an era que en
Derecho u n Crimen sin consecuencias podría no recibir casti­
go. E n efecto, la penalidad se encuentra totalm ente orientada
hacia la lucha contra la reincidencia. La pena, pues, debe ser
ante todo disuasoria: prevenir antes que castigar. El castigo
ya no es un fin en sí: no sanciona tan to al pasado sino que
previene al futuro. Penalidad del ejemplo, pero m uy distin ta
que la de los suplicios. De ahí el rol de faro de la rep re sen ta ­
ción que golpea las imaginaciones. Todo crimen es un desor­
den que la ley está encargada de disipar: “La ley penal sólo
debe perm itir la reparación de la perturbación ocasionada a
la sociedad. La ley penal debe esta r hecha de m anera tal que
sea borrado el daño causado por el individuo a la sociedad. [...]
La ley penal debe rep a ra r el m al o im pedir que puedan
cometerse m ales parecidos contra el cuerpo social”.'1Cuatro
son las penas particularm ente apreciadas por los reformado­
res: la deportación, la humillación pública, el trabajo forzado
y la ley del talión. Las penas serán modulables y m oduladas,
disuasivas por ciertas e inevitables. U n sabio equilibrio
asegura la pena justa: la que castiga sin exceso y disuade sin
flojedad. A hora bien, pese a no e sta r excluida, aquí la prisión
no aparece, se presenta como la pieza secundaria de una
penalidad que entiende im pregnar el espacio social en su
totalidad antes que un espacio confinado, por definición
impropio para la necesaria publicidad de las penas.
Pese a su público fracaso, la penalidad de los reformadores
constituyó, sin embargo, una etapa decisiva. Produjo un a re­
flexión densa y profunda, que m arcará directamente el discurso
y los principios del Derecho, y la inscripción en el Código de esos
nuevos principios penales será perdurable. Se da vuelta
texto. Beccaria, en Des D élits el des pe in es (1764) [De los delitos y de las
p e n a s, Madrid, Alianza, 1980], se inspirará en esta s formulaciones rousso-
nianas.
4 DE, II, n° 139, pág. 590.

40
definitivam ente la página de los suplicios: la hum anidad
triu n fa y, con ella, la hum anización de las penas. El anhelo de
u n a justicia tra n sp a re n te se inscribe tan to en las intenciones
como en los actos. Todo converge hacia u n a reorganización
razonable de la penalidad y hacia u n a voluntad de ocuparse
de todo el campo de ilegalismos, m ediante u n a ju sticia que
gane en eficacia, en racionalidad y en hum anidad. U na
estricta economía com andará esa penalidad reformada. Lo
que triunfa, entonces, no es tan to la h u m an id a d de las penas
sino la hegemonía y el adensam iento del sistem a penal que se
perfila tra s ella. Poco im porta, pues, que las penas favoritas
de los reformadores hayan quedado en estado de proyecto.
C ontra su voluntad, que consistía en diversificar las p e ­
n as, la prisión se impone y monopoliza el campo penal, pero
la inspiración que los im pulsaba se disp ersará en los códigos
y las instituciones, y fecundará perdurablem ente la reflexión.
Foucault tra z a rá con energía la línea de demarcación entre la
inspiración carcelaria, que finalm ente triu n fa rá , y la inspira­
ción reform adora. Existen allí dos proyectos contem porá­
neos, cercanos, a menudo vecinos, pero sin embargo irreduc­
tibles uno en el otro. Lo que caracteriza y resum e la inspira­
ción reform adora es el proyecto de r e s ta u ra r el tem a jurídico
que había caído en bancarrota. Por el contrario, lo que
caractei'iza la inspiración carcelaria es esa voluntad de for­
m ar un sujeto obediente. Por un lado, Rousseau y toda la
problem ática de la soberanía; por el otro, B entham y la de las
disciplinas. Dos filosofías de la pena que no son homogéneas
entre sí. Si el proyecto reformador es ta n solo de orden
especulativo, la inspiración carcelaria, en cambio, proviene
de prácticas de instituciones bien reales, que operan en el
espacio social. E ntre la utopía punitiva de los reformadores
y la institución carcelaria, la lucha, ya entonces, parece
desigual. Por un lado, un poder penal repartido en todo el
espacio social, que ofrece el espectáculo p erm anente de una
justicia que m u estra sus signos, cuya única eficacia parece
simbólica y especulativa; por el otro, esa “microfísica del
poder” que individualiza a los cuerpos culpables. El poder
carcelario afirm a su especificidad y esa tem ible autonom ía
que constituirá su fuerza. Frente a ella, el despliegue antoja­
dizo de la penalidad reformadora, dem asiado diluida en el
espacio social, demasiado etérea, se revelará como dem asia­
do frágil y así será el modelo carcelario el que finalm ente
triunfe. E sta victoria resulta sin embargo inesperada y plan ­
41
tea u n problema. La respuesta de Foucault justificará el largo
atajo de la tercei’a parte, ya que la cárcel considera como
previa a esa eclosión de las disciplinas, de la que es el
producto m ás radical y logrado.

L as d is c ip l in a s

Por sí solo, el concepto de disciplina resum e toda la economía


de Vigilar y castigar, de donde surge su lugar decididamente
central. CÍoncepto meridiano, eje o in te rru p to r que explicará
el nacim iento de la cárcel como fenómeno surgido del adveni­
m iento de las disciplinas. La cuestión consistía en saber cómo
se pasa, du ran te un siglo y medio, de la penalidad de los
suplicios a esta otra, m asivam ente carcelaria. Pues bien,
Foucault acaba de refu tar la respuesta tradicional del h u m a ­
nismo reformador. Queda entonces por explicar de dónde
proviene esa cárcel que ta n pronto se im pondrá como la única
form a aceptable de castigo moderno. Las disciplinas delimi­
ta n u n campo heterogéneo, un haz de prácticas al mismo
tiempo sabias y coercitivas, que exceden largam ente el domi­
no carcelario. Tampoco surgirá de la prisión la coherencia de
u n conjunto especulativo, como la del discurso reformador,
sino procedimientos m ás tangibles, m ás secretos tam bién,
m ás tem iblem ente eficaces y difusos. Engañosa hum ildad de
las disciplinas: “Es un poder modesto, sospechoso, que funcio­
n a sobre el modelo de u n a economía calculada, pero perm a­
nente. H um ildes modalidades, procedimientos menores, si
se los compara con los rituales m ajestuosos de la soberanía o
con los grandes aparatos del Estado. Y son ellos justam en te
los que poco a poco irá n invadiendo esas formas mayores,
modificando sus mecanismos e imponiéndoles sus procedi­
m ientos” (pág. 172).
E n u n a época dada, y en sectores precisos de la sociedad
(ejército, escuela, hospital, taller, cárcel...), estallan esas
prácticas específicas pero convergentes, diversas pero homo­
géneas al poder que las prescribe, y que Foucault denom ina
disciplinas, con m arcada predilección por el plural. A veces
en singular, la disciplina evoca entonces el sentido genérico
de u n conjunto homogéneo. Disciplinas, pues, que difum inan
la singularidad de cada u n a de las instituciones, la que, desde
entonces, deja de ser determ inante. Se tr a ta m ás bien de
volver a captarlas en lo que tienen de esencial, en tanto
42
coexisten, se apoyan unas a otras, convergen, finalmente, en
ese movimiento unificador que caracterizará a toda la socie­
dad disciplinaria. Su em érgencia histórica, estrictam ente
contem poránea, tam bién afirm a m ás su solidaridad que sus
diferencias en campos diversos. Las disciplinas son móviles,
desplazables, adaptables: esa plasticidad, esa ductilidad las
caracteriza apropiadam ente. E n este caso, el orden de la
exposición sigue al orden de las razones: es la sociedad
disciplinaria quien produce la cárcel y no a la inversa, aunque
u n a acción a la inversa tam bién se lleva a cabo. Foucault
explica que la cárcel proviene de otra parte: surge de las
disciplinas. Pero, ¿de dónde provienen las disciplinas? Si bien
la era disciplinaria es m uy claram ente la edad clásica, sin
embargo pueden rastre a rse sus huellas mucho antes, a p a rtir
de la E dad Media, e incluso en la antigüedad. El m onasterio,
las compañías dedicadas al tráfico de esclavos o incluso la
legión rom ana descansan en sistem as disciplinarios. Sin
embargo, tales procedimientos re su lta n aislados, como sim ­
ples enclaves disciplinarios dentro de los sistem as de sobera­
nía. Pero por cierto que existe u n a era disciplinaria. Reque­
rido por las necesidades económicas, el poder disciplinario se
convierte entonces en u n a nueva técnica de adm inistración
de los hombres. Si bien al comienzo son tom adas a préstam o,
dado que pertenecían a prácticas m onásticas, las disciplinas
se van intensificando y poco a poco se especializan, dejando
al desnudo su relación original con lo religioso. A p a rtir de
allí, se tr a ta entonces de en tender su denom inador común y,
m ás allá, su propia apuesta disciplinaria. El reparto de los
individuos en el espacio, su constante vigilancia y finalm ente
la constitución de un archivo sobre cada uno de ellos son las
constantes del poder disciplinario. Uno de sus elementos será
determ inante: la multiplicación de la jerarquía. E n efecto, el
control de los individuos, de los cuerpos, implica planes interm e­
dios, relevos entre el poder central o regional y los individuos. Se
requiere un poder a ras de las cosas y de los hombres p ara hacer
funcionar lo cotidiano, p a ra vigilar, p a ra m andar, p a ra con­
tro lar y tam bién se requiere la introducción de nuevos esla­
bones interm edios. El contram aestre, el suboficial o el vigila-
dor del internado son esos “pequeños cuadros” que, colocados
en nuevos lugares, establecen micro poderes que h a rá n
funcionar la m aquinaria.5

5 DE, III, na 229, pág. 516 y n,J 195, pág. 200.

43
a. E l cuerpo

“L a historia de la penalidad a comienzos del siglo xix no surge


en lo esencial de u n a historia de las ideas m orales; es un
capítulo de la historia del cuerpo. O, dicho de otra m anera, al
in terro g ar las ideas m orales a p a rtir de la práctica y de las
instituciones penales, se descubre que la evolución de la
m oral es ante todo la historia del cuerpo, la historia de los
cuerpos”.6 Desde N C h a s ta S S , existe en Foucault un pensa­
m iento del cuerpo, lugar de incesantes interrogaciones, no en
sí mismo, sino en sus distintas captaciones: saber, poder,
placer. Es un cuerpo investido, requerido, atravesado por
esos procedimientos que lo interpelan. Asimismo, ese cuerpo
no se reduce plenam ente a su soporte biológico; resulta
historiado, p a rte por parte. Ya no es u n dato de la naturaleza,
sino u n a entidad compleja, in se rta d a siem pre en u n a red de
saber-poder. S P constituye u n a etapa decisiva de esa explo­
ración. La edad clásica había hecho del cuerpo u n centro de
irradiación; la disciplina lo convértirá solam ente en dócil. Se
p rese n ta como radicalm ente diferente a la relación que
anudaba con él la esclavitud, la domesticación, el vasallaje o
el ascetism o monástico; la docilidad se caracteriza por sus
cálculos de utilidad. El soldado será el ejemplo privilegiado
del advenim iento del individuo disciplinario; si bien el del
siglo x v í i m u estra ante todo los signos de su coraje personal,
el del siglo xviil no deja ver m ás que la perfección im personal
de u n aprendizaje en el que un individuo, en u n a ta re a dada,
es siem pre reem plazable por otro. Los valores inheren tes al
m undo m ilitar se difum inan, al re s u lta r inútiles entonces.
Negación de las funciones vitales y promoción de un esquem a
p uram ente mecánico. El hom bre-m áquina de La M ettrie será
el modelo de ese cuerpo instrum entalizado, segmentado,
autonom izado en regiones, que responde a diferentes órde­
nes, que es dócil por definición. De este modo se realiza una
“codificación in stru m e n tal del cuerpo”. La invención del
fusil, a fines del siglo xvix, exigirá otra concepción de la tropa:
de m asa indiferenciada que era, se convierte en un todo
complejo, en un conjunto de elem entos específicamente coor­
dinados. Economizar vidas, economizar tiempo son los n u e­
vos im perativos de esa evolución. Ahora bien, a m edida que
el poder se vuelve m ás anónimo, surge u n a mayor, m ás

6 DE, II, ríJ 131, pág. 468.

44
intensa, necesidad de individualizar a aquellos sobre los que
se ejerce. Si su objeto es el todo, será el individuo quien
resulte finalm ente su destinatario: “La disciplina es, en el
fondo, el mecanismo de poder m ediante el que llegamos a
controlar en el cuerpo social h a s ta los elem entos m ás tenues,
a través de los que llegamos a alcanzar a los propios átomos
sociales, es decir, a los individuos”.7E n ese sentido, el indivi­
duo moderno, al mismo tiem po objeto e instrum ento del
poder, nace de las disciplinas. E x tra ñ a paradoja: las discipli­
nas individualizan m ientras despersonalizan. Sin embargo,
la paradoja es ta n solo aparente, pues precisam ente al volver­
se el objetivo último del poder, el individuo pierde los rasgos
que lo caracterizan propiam ente. De hecho, es la tarea,
siem pre específica, que vuelve necesario a este proceso de
individualización: el obrero, el soldado, el prisionero son
interpelados a p a rtir de su lugar. Requerida m aterial, física­
m ente, se redoblará la individualización, en el plano cogniti-
vo, m ediante el procedimiento del examen. Ahora bien, es el
advenimiento de ese cuerpo indefinidam ente articulable quien
opera la condición de ser anónimo requerida a los sujetos
disciplinarios, de los que el soldado bien puede ser el paradig­
m a perfecto. Ese cuerpo que cam bia de e sta tu s a través de las
diferentes prácticas disciplinarias inicia u n a nueva a n ato ­
m ía política, articulada sobre la base de u n a “nueva microfí-
sica del poder”, en la que el adiestram iento pasa a ocupar u n a
función determ inante (pág. 140).8 A diestrar implica ante
todo el estudio minucioso de las aptitu d es del cuerpo: m arcar,
observar, analizar. Luego se tr a ta de segm entarlos gestos, de
a u m e n ta r su eficacia p a ra convertir en útil y rentable a cada
individuo. Descomponer el movimiento en otros tantos seg­
m entos operativos, luego recom poner el cuerpo como unidad
de esas síntesis. El au tó m ata p asa a ser el modelo de la
obediencia perfecta. En ese sentido, la disciplina “no puede
identificarse ni con u n a institución ni con u n aparato; es u n a
clase de poder, una m odalidad p a ra ejercerlo, que com porta­
ba todo un conjunto de instrum entos, de técnicas, de procedi­
m ientos, de niveles de aplicación, de objetivos; es u n a ‘física’

7 DE, IV, n'J 297, pág. 191.


8 “Microfísica del poder” es un a expresión recurrente en S P (aparece en
cinco ocasiones), que señala la problemática foucaultiana de entonces.
Alude a esa nueva física fundada en el detalle y en “lo infinitam en te
pequeño del poder político”, que se aplica al cuerpo hum ano, por vía de las
disciplinas.
45
o u n a ‘anatom ía’ del poder, un a tecnología” (pág. 217). P asar
revista, el desfile, esas serán las nuevas cerem onias ostenta-
to ñ a s de las nuevas manifestaciones con las que se m u estra
ese “cuerpo-objeto”.
Sin embargo, ese modelo p u ram e n te mecánico no debe
inducir a error: constituye ta n solo la prehistoria de las
disciplinas y es mucho m ás que el cuerpo n a tu ra l lo que se
requerirá. El cuerpo-objeto no es u n objeto: es solam ente el
proyecto de un sometim iento in stru m e n tal del cuerpo. A
p a rtir de ahí, el adiestram iento no podría entenderse única­
m ente cómo u n a operación mecánica. La m ecánica corporal
no es m ás que u n a ensoñación del poder y Foucault cita,
divertido, al g ran duque Michel, quien deploraba que d u ran ­
te las m aniobras los soldados respirasen... Si bien el objetivo
era el cuerpo, las disciplinas a p u n ta n ante todo al alm a.9 El
propio e sta tu s de la obediencia sólo puede pensarse a p artir
de un espíritu, de u n a inteligencia, ju sta m e n te definida como
incorporal. Será la única de n a tu ra le z a ta l como p a ra dinami-
zar al cuerpo obediente, la que lo anim ará. La m ecánica no
era m ás que u n a m etáfora. La verdadera ap u esta es, pues, la
obediencia. ¿Y cómo hacer obedecer a u n a mecánica? Es
posible h a b la r de mecanización de las funciones del cuerpo en
el sentido en que se tr a ta de hacer funcionar “la m aquinaria
n a tu ra l de los cuerpos”. Así, Foucault puede escribir que “El
poder disciplinario tiene por correlato a u n a individualidad
no sólo analítica y ‘celular’, sino n a tu ra l y ‘orgánica’” (pág.
158). De este modo, las disciplinas abren u n a nueva era.
Solicitado por los nuevos im perativos de u n a nueva docilidad,
el cuerpo n a tu ra l es reem plazado gradualm ente por un
cuerpo mecánico. U n cuerpo n a tu ra l instrum entalizado y
modulable sucede a u n a mecánica gastada, aunque anim ada.
Se tr a ta de un cambio decisivo que exige u n a sociedad en
pleno cambio. “Al convertirse en objetivo p a ra nuevos meca­
nismos de poder, el cuerpo se ofrece a nuevas form as de saber.
Cuerpo del ejercicio, antes que de la física especulativa;
9 Georges Vigarello detecta una lectura errónea de S P , basada en la
últim a plancha, que representa a un árbol curvado, atado a un tutor para
enderezarlo, y que sirve para ilustrar las virtu des de la ortopedia. Subraya
que ese modelo e s ambiguo, y que incluso se opone al an álisis interno, que
pone el acento, por el contrario, en la “penalidad de lo incorporal”. El
concepto de docilidad, apu esta central de la dinámica disciplinaria, requie­
re un sujeto obediente y, en consecuencia, la renuncia a un modelo
puram ente mecánico (“M écanique, corps, incorporel”, e n Foucault, Lire
l ’oeuvre, op. cit.).

46
cuerpo m anipulado por la autoridad antes que atravesado
por los espíritus anim ales; cuerpo del adiestram iento útil y
no de la mecánica racional, pero en el que, por eso mismo, se
anunciará u n cierto núm ero de exigencias n a tu ra le s y de
obligaciones funcionales” (pág. 157). Apoyándose en textos
de Marx, Foucault dem uestra que la organización del trabajo
en los talleres, en las fábricas, descansa sobre ese disciplina-
m iento que implica el estudio del cuerpo útil. Conviene
m axim izar las potencialidades del cuerpo hum ano: estu d iar
el detalle de los movimientos productivos, rep e n sa r la econo­
m ía de conjunto, disponer y cuadricular el espacio, organizar
piram idalm ente el control del trabajo realizado, en sum a,
hacer de cada fuerza desplegada en el espacio de la m anufac­
tu ra o de la fábrica u n a fuerza útil. La organización de la
producción no p asa solam ente por los dispositivos económi­
cos u organizativos abstractos, generales: p a sa tam bién por
los propios individuos. La m ism a división del trabajo ten d rá
como desapercibida condición de posibilidad el previo disci-
plinam iento del taller.10
Esa es la m aterialidad de un poder que se inm iscuye en los
propios cuerpos y que se traduce en un cambio au n m ayor. A
p a rtir del siglo xvm, la vida se convierte en u n objeto de poder:
“Antes, sólo había sujetos, sujetos jurídicos a los que se les
podía q u ita r los bienes [...]. Ahora hay cuerpos y poblaciones.
El poder se h a vuelto m aterialista. Dej a de ser esencialm ente
jurídico. Debe t r a t a r con las cosas reales que son los cuerpos,
la vida. La vida ingresa en el campo del poder: cambio capital,
uno de los m ás im portantes, sin duda, en la h istoria de las
sociedades h u m a n a s”.11 Lo que cambia, entonces, es esa
m an era de investir el cuerpo individualizado. El enfoque ya
no es global, masivo, como en el suplicio: ahora recorta,
segm enta, atomiza. Microfísica antes que física, la disciplina
es u n a “anatom ía política del detalle” (pág. 141). E sa atención
puntillosa al detalle es u n a herencia de la teología y del
ascetismo, que aquí se ve recuperada por las prácticas de
adiestram iento que requieren las disciplinas. Rehabilitación
de esas m inúsculas atenciones al cuerpo. El detalle no es,

10 DE, IV, ns 297', págs. 188-189 (cf. tam bién III, n'-' 195, pág. 201).
11 D E , IV, nü 297, pág. 194. Foucault proseguirá este a n álisis con la
aparición de VS (1976), donde demostrará el surgim ien to de un “biopoder”
o poder sobre la vida. La salud de las poblaciones, su sexualidad , p asan a
ser campos nuevos de preocupaciones producidos por el poder y los objetos
del saber.

47
entonces, ni accesorio ni insignificante; por el contrario,
revela ser una ap u esta m ayor p a ra las disciplinas que des­
cansan en su racionalidad. Aquí, todo el proyecto de Foucault
se inscribe en el vacío: el poder no se define nunca desde lo
alto, a p a rtir del aparato del Estado, sino a p a rtir de esas
prácticas m inúsculas m ediante las que el poder somete a los
cuerpos. Por eso “el poder proviene de abajo” e implica tom ar
en cuenta lo concreto, la m aterialid ad de las relaciones de
poder.12 No hay que in te rp re ta r a los sistem as punitivos ni
como estru c tu ra jurídica ni como opciones m orales, sino como
fenómenos sociales. Por tanto, en cuanto al esta tu to del
poder, hay m ás p a ra aprender de u n a institución real y de las
prácticas punitivas que en los proyectos de u n reformador. El
R asphuis de Am sterdam , W alnut Street o M ettray detentan
crudam ente el discurso del poder: allí se lee a libro abierto,
inscripto en piedra, el silencioso cambio en m archa.

b. Espacios

E n torno a la distribución diferencial de los espacios de la


lepra y de la peste, Foucault h abía distinguido entre lógica
asilar y lógica carcelaria. Pero si el espacio de la exclusión
resu lta indeterm inado, una simple otra p a rte de contornos
indiferenciados, en cambio el espacio de la cuadrícula es un
espacio analítico, debidam ente especificado, localizado y dis­
tribuido. E n efecto, sin el espacio las disciplinas serían
im pensables en lo que siem pre se apoyan, en el ejército, en la
escuela, en el hospital, en em plazam ientos que son im p la n ta ­
ciones: “La disciplina es ante todo un análisis del espacio; es
la individualización m ediante el espacio, la colocación de los
cuerpos en un espacio individualizado que perm ite la clasifi­
cación y las combinaciones”.13 La E dad M edia había sido un
período de in ten sa circulación de los hombres. La historia
m oderna comienza con su creciente estabilización y con un
acondicionamiento de los espacios (urbanización, redes de

12 En 1976, Foucault explicará que es preciso hacer un “análisis


ascendente del poder” antes que un “an álisis d escendente”, que partiría de
estructuras e státicas para estudiar un fenómeno como la locura o la
sexualidad: “M e parece que es preciso hacer a la inversa, es decir, ver cómo
h an funcionado históricamente, partiendo desde abajo, los m ecanism os de
control en lo concerniente a la exclusión de la locura, la represión, la
interdicción de la sexualidad” (DE, III, n" 194, págs. 181-182).
13 DE, III, n- 229, pág. 516.

48
caminos, delimitación de barrios, incluso especialización de
las habitaciones dentro del h á b ita t privado...). La disciplina
va a re p a rtir individuos dados en un espacio dado y tam bién
a ordenar sus desplazamientos. U n indefectible vínculo es­
tru c tu ra l une así el poder al espacio y la espacialidad a las
estrategias. La m aniobra m ilitar, el ejercicio escolar serán la
ocasión p a ra desplazam ientos ordenados y codificados, regi­
dos por u n comando que in se rta m inuciosam ente el tiem po en
el espacio. La vigilancia panóptica o el cuadriculado profilác­
tico de las epidem ias de peste hab lan b a sta n te acerca de esa
preem inencia del espacio. Como fragm ento del espacio en sí
mismo, el cuerpo exige que le sea reservado un espacio
contiguo, donde pueda desplegarse. Descompuesto en sus
movimientos, analizado como sum a de segmentos articula-
bles, el cuerpo se im planta en ese espacio que es al mismo
tiempo la condición de su visibilidad y la m edida de su
em presa. No hay poder sin esa visibilidad esencial donde se
despliegan y se distribuyen los cuerpos. Pero al igual que el
cuerpo, el espacio de las disciplinas tampoco es n a tu ra l. P a rte
por parte, es prem editado, producido por el hombre. Espacios
exteriores de ejercicios m ilitares definidos por un estricto
cuadriculado y dedicados a las dem ostraciones de fuerza o de
poder dominado. Espacios interiores de repliegue sobre sí
mismo, dedicados a la meditación, a la enm ienda, al arre p e n ­
tim iento - d e donde surge el modelo privilegiado del convento
y la celda-. Espacio serial de la escuela, donde los alum nos se
disponen según jera rq u ía s complejas y variadas. La arquitec­
tu ra ten d rá la misión de inscribir en la p iedra las exigencias
de racionalidad y de tran sp aren cia de ese nuevo poder.
E sta preem inencia del espacio como lugar de despliegue
de los cuerpos dóciles sin em bargo no consigue hacer olvidar
que las disciplinas tam bién tienen un anclaje, m ás discreto
pero muy determ inante, en el tiempo. E l empleo del tiempo,
vieja herencia m onástica, se encuentra entonces reformula-
da. Pero el tiem po de las disciplinas ya no es el tiempo de los
monjes. La sociedad feudal a rraig ab a a los hom bres a su
tie rra y les asignaba u n perím etro dado. A p a rtir del siglo xix,
el tiempo se convierte en u n a ap u e sta económica m ayor que
h ay que rentabilizar, captar, cuantificar, a los efectos de
poder convertirlo y cambiarlo. Solicitados por otras finalida­
des, los empleos del tiempo disciplinario se modifican, se
afinan. Si la cam pana bastaba p a ra p a u ta r la vida de las
comunidades religiosas, las disciplinas exigirán un corte en
49
cuartos de hora, m inutos y luego segundos. En el ejército, en
la escuela, en la fábrica se cronom etran los ejercicios y los
trabajos. El aum ento de la m asa de trabajadores exige esa
grilla de tiempo m ás precisa. La exactitud se vuelve u n valor
nuevo. Pero tam bién está la preocupación por hacer útil ese
tiempo, por evitar en todas pa rte s los desperdicios dispendio­
sos, propicios p a ra los desórdenes y los conciliábulos. Lo que
im porta es no descuidar el trabajo, no ser distraído. E nte los
siglos xvii y xviii se asiste a un cambio en la precisión con la
que se definen los movimientos de los soldados: “Se define
u n a especie de esquem a anatomo-cronológico del comporta­
miento. [...] El tiempo pe n e tra el cuerpo y con él todos los
minuciosos controles del poder” (págs. 153-154). Correlación
m ás estrecha del cuerpo y del gesto, como lo p ru eb an en la
escuela los ejercicios de escritura. E n el empleo del tiempo
clásico, finalm ente, la lógica era solam ente negativa: no
desperdiciar un tiem po que le es debido a Dios. Con las
disciplinas, esa lógica se vuelve positiva. ¿Privilegio fugaz del
tiempo frente al espacio? No. Aquel tiem po no existe m ás que
por y p a ra u n espacio que escam otea su condición de posibili­
dad, in fin ita m e n te dividido e in fin ita m e n te divisible. No
se t r a t a del tiem po vivido de la conciencia sino del otro, del
coercitivo de las disciplinas. Privilegio, en últim o an álisis,
del espacio frente al tiempo y de los procedimientos del poder
ante los actos de la conciencia...
Foucault fue u n notable y decisivo pensador del espacio. El
mismo subraya cuánto hubo que esperar p a ra considerarlo
finalm ente como u n problem a mayor: “H abría p a ra escribir
toda una historia de los espacios -q u e sería al mismo tiempo
u n a historia de los poderes-, desde las grandes estrateg ias de
la geopolítica h a s ta las pequeñas tácticas del h á b ita t, de la
a rq u itectu ra institucional, de la sala de clase o de la organi­
zación hospitalaria, pasando por las im plantaciones econó­
mico-políticas. R esulta sorprendente comprobar cuánto tiem ­
po demoró en aparecer el problem a de los espacios como
problem a histórico-político”.H Si se exceptúa el texto esclare-
cedor sobre las heterotopias (1967), dicha preocupación espa­
cial parece h a b e r tomado cuerpo tard ía m e n te .15Todo ocurre

H DE, III, ne 195, pág. 192 (cf. tam bién D E , nQ169, pág. 33).
15 D E , IV, n° 360: H eterotopia es un neologismo acuñado por Foucault
para designar “contra-em plazam ientos”, sin embargo localizables, de don­
de se desprende la idea de que son “utopías realizadas”. Las heterotopias
incluyen la representación de otros lugares: el cem enterio, el jardín, la

50
como si h a s ta entonces Foucault hubiera, si no ignorado el
espacio, por lo menos lo hu b iera abandonado en u n a zona
im precisa p a ra descubrirlo de pronto, en la intersección de la
cárcel real y deí dispositivo de B entham . Ni M M P (1954) ni
N C (1963) convierten en prioridad al análisis del espacio.
Incluso H F (1961) queda casi vacío de referencias al cuerpo
y al espacio, El espacio del G ran Encierro sigue siendo
abstracto, como irreal. Aunque está presente, sin embargo
a ú n no ha sido dotado de la concepción del poder surgida del
análisis de los procesos disciplinarios. M C (1966), AS (1969)
u OD (1971), m ás especulativos, es cierto, serán poco elocuen­
tes acerca de esa cuestión, pese a que la a p e rtu ra de M C
presente ese sutil y sabio barrido del espacio pictórico de Las
M eninas de Velásquez. La preocupación por el espacio sólo
parece surgir, pues, alrededor de los años 1970, ju nto con el
tem a carcelario. Espacio y disciplina son absolutam ente
correlativos. E sta certeza incluso se dispersará y fecundará
de vuelta el análisis del nacim iento del hospital m oderno o
del poder psiquiátrico. Es entonces el análisis del espacio
como medio de despliegue del' cuerpo sometido -d e ese espa­
cio desnaturalizado, historiado y politizado- lo que establece
u n a ru p tu ra con los análisis de las obras anteriores. Desde
entonces, el espacio constituirá u n a prioridad. E n efecto, h a
sido sistem áticam ente descuidado, subestim ado como tal en
la h istoria (idealista) de la filosofía, la que a sabiendas h a
privilegiado u n a problem ática del tiem po correlativa a toda
filosofía de la conciencia: “Desde K ant, lo que el filósofo ten ía
que p en sar era el tiempo. E n ese sentido ahí e stá n Hegel,
Bergson, Heidegger. Con u n a descalificación correlativa del
espacio, que aparece del lado del entendim iento, de la an alí­
tica, de lo conceptual, de lo m uerto, de lo fijo, de lo in e rte ”.16

biblioteca, el museo, la feria o el navio son heterotopias. El espejo es un


lugar mixto, sim ultáneam ente utopía y heterotopia. Las “heterotopias de
crisis” indican lugares de reclusión voluntaria y pueden convertirse en
“heterotopias de desviación”, que son lugares de reclusión forzada (asilos,
casas de retiro, cárceles...). Sin embargo, ese texto extraño y fascinante
sólo acuerda al espacio un lugar ambiguo, estrictam en te a-político, como
fascinado por ese poder único de refracción social que tendrían la s h e te ­
rotopias. Podrá sorprendería evocación fugaz, y m uy poco disciplinaria, de
la cárcel. Sólo la evocación de la vida cuadriculada y cronom etrada de una
colonia de je su íta s en Paraguay podría anticipar los desarrollos venideros.
Por lo dem ás, el espacio evocado aquí sigue siendo abstracto, por no decir
idealista, tributario de un análisis todavía fenomenológico.
1BDE, III, n° 195, pág. 193.
51
A firm ar la prioridad del espacio frente al tiempo significará
al mismo tiempo afirm ar la preem inencia del cuerpo frente al
alm a, de la m aterialidad del poder an te el inm aterialism o de
la conciencia, de la historia móvil ante la filosofía perenne y
de la geografía frente a la propia historia. El análisis en
térm inos de espacio es, pues, mucho m ás que una simple
oportunidad. Se podría decir que es u n a estrateg ia delibera­
da, u n análisis de ru p tu ra , en la m edida en que haciendo
p rim ar deliberadam ente el espacio frente al tiempo, al des­
plegar las flexiones voluntarias orientadas a privilegiar en
todas p a rte s la m etáfora espacial, Foucault deduce efectos
cognitivos destinados a identificar el rol del poder.

c. Política

La instancia disciplinaria es la instancia política, determ i­


n ante, aunque abandonada por los análisis tradicionales.
Entonces Foucault se asom bra de que se pueda hacer u n a
historia de las técnicas omitiendo los procedimientos discipli­
narios y esa “tecnología política del cuerpo” que son las
condiciones de posibilidad inadvertidas por los descubri­
m ientos científicos y técnicos. E n u n a notable conferencia
que r a s tre a la génesis del hospital moderno, explica que en el
siglo xviii todavía no es m ás que u n a institución de asistencia
a los pobres.17 No se tr a ta de cuidar, sino de recoger a los
m oribundos, confortarlos y aseg u ra r la salvación de las
alm as; la intervención del médico se lim ita al tratam ien to de
la crisis. Si bien el hospital existe como lugar, todavía no es
un espacio terapéutico. La reorganización del hospital pro­
vendrá de los hospitales m arítim os y m ilitares, de m an era
que es la disciplina la que hace posible el progreso médico. Sin
embargo, la práctica médica tam bién evoluciona por su p arte
y es ju sta m e n te la interacción de lo médico y lo disciplinario
lo que produce el hospital moderno. Las disciplinas no deben
ser consideradas, por lo tanto, solam ente de m an era negati­
va:18 es lo que Foucault denornina “la inversión funcional de
las disciplinas”, lo que implica an alizar el poder en térm inos
positivos y no prohibidos. Tal es la ap u esta del “som etim ien­
to”, concepto clave del vocabulario de Foucault desde SP, y
que designa el apresam iento de u n sujeto por pa rte de un
17 D E, III, n" 229: L ’incorporation de l ’ h ôpital d a n s la technologie
m oderne.
,a D E , III, nB 233, págs. 568-569.
52
poder.19 El sometim iento -e x p lic a - es u n a instancia m aterial
que constituye a los sujetos como tales. Som eter es producir
esa relación de captación que puede ser física, violenta, pero
tam bién, m ás sutilm ente, producto de un cálculo que, sin
violencia, se asegura u n ascendiente físico o m oral sobre el
individuo. Ese apoderam iento del cuerpo por pa rte de las
disciplinas no tiene nada de arbitrario e implica m ás bien una
racionalidad que se va colocando len ta pero irreversiblem en­
te, a través de u n nuevo saber del cuerpo. El rol de las
disciplinas es, por eso, políticam ente inm ediato: nueva ges­
tión del poder, nueva forma de racionalidad, nueva economía.
Las disciplinas operan silenciosa, secretam ente, re e stru c tu ­
rando de u n a m an era totalm ente diferente el espacio social.
Revelan entonces su formidable poder de normalización,
develando su faz oculta y sombría. La tradición histórica y
filosófica por lo general pone el acento en la invención de las
libertades d u ran te el siglo xvm. Sin embargo, en la invención
de las disciplinas -re c u e rd a F oucault-, las libertades públi­
cas se pagan con u n a exorbitante contraparte: “Las ‘Luces’,
que descubrieron las libertades, tam bién inventaro n las
disciplinas” (pág. 224). Designa, entonces, un contra-dere-
cho: “La disciplina es el revés de la democracia”.20 Al idealis­
mo del vínculo contractual, que funda al sujeto de derecho, se
opone entonces la efectividad del vínculo disciplinario. Todo
el “juridicism o universal” se encuentra diferentem ente ilu ­
m inado por las disciplinas: las relaciones contractuales o la
soberanía ya no son los esquem as determ inantes. El campo
disciplinario no es el ostentatorio de la ley, sino el s u b te rrá ­
neo de la norma. M ientras que en el escenario, a plena luz, se
despliega el brillante discurso liberal y universalizador del
Ilum inismo, en la som bra propicia de los bastidores se elabo­
ran , en secreto, las disciplinas. Poder vergonzante que no
reivindica n inguna legitim idad, que no se constituye en
discurso solemne ni pretende la gloria, sino que se m antiene
cínicam ente operativo. Aparecen entonces los m ás ardientes
críticos, en especial en las filas de los historiadores, y Fou­
cault será acusado de liquidar la herencia del racionalism o y

19 E sta problem ática del “som etim iento” e s fun dam ental en S P y
también lo será, m ás tarde y con m ás intensidad, en el marco de los a n álisis
sob re\cígobern ab¡U dad (1978-1979), en el sentido en que “Gobernar [...] es
estructurar el campo de acción d é lo s otros "(DE, IV, n°306, pág. 237; cf. DE,
III, n° 239).
2,1 DE, II, n9 152, pág. 722.

53
del Iluminismo. El respeto al pensam iento de la A ufklärung
-re p lic a rá - no debe pagarse ni al precio del silencio sobre las
zonas som brías del poder ni constituir u n obstáculo p a ra la
necesidad de los análisis.21 A contrapelo de esas críticas, m ás
tard e él mismo considerará ser un paradójico e infiel herede­
ro del Iluminismo: “Me pregunto si no se podría caracterizar
uno de los grandes roles del pensam iento filosófico, ju s ta ­
m ente después de la pregunta k a n tia n a Was ist A ufklärung! ,
expresando que la ta re a de la filosofía es la de decir qué es hoy
y qué somos ‘nosotros hoy’”.22

d. Del poder a los poderes

H a sta SP, Foucault se había atenido a u n a concepción clásica


del poder. A p a rtir de entonces el problem a se p la n te a rá en
térm inos de tecnología, de táctica y de estrategia. La prisión
se revela entonces como un notable instrum ento p a ra el
análisis del poder, pues no solam ente perm ite especificar la
noción, sino que tam bién le hace experim entar un cambio
esencial. El poder es sin duda la noción en torno a la que
gravita m ás constantem ente el conjunto de preocupaciones
de Foucault h a s ta La inquietud de sí (1984). Así definidas y
encuadradas, las disciplinas se convierten en u n conjunto de
procedimientos seleccionados por poderes laterales, los mi-
cro-poderes. La disciplina pasa a ser esa m odalidad, ese
intercam biador, que enlaza al individuo con el Estado, no
directam ente, sino a través del haz de poderes en que se ha
convertido la sociedad. El poder feudal sólo individualizaba
en las regiones superiores; las disciplinas se difunden am ­
pliam ente en todo el espesor del tejido social, dado que cada
individuo se encuentra vigilado por el ojo del poder. El viejo
problema de la soberanía se replantea entonces en nuevos
términos: “Antes que orientar la investigación acerca del
poder desde el lado del edificio jurídico de la soberanía, desde
el lado de los aparatos del Estado, desde el lado de las
ideologías que los acompañan, creo que es preciso encam inar
el análisis hacia el lado de la dominación y no de la soberanía,
hacia el lado de los operadores m ateriales, de las formas de
sometimiento, hacia el lado de las conexiones y empleos de los
sistem as locales de dicho sometimiento, hacia el lado, final­

21 D E , IV, n" 279, pág. 36.


22 DE, IV, n5 330, pág. 448: cf. taínbién N D339 y 351.

54
m ente, de los dispositivos del sab er”.23 La p u esta en acción de
las disciplinas h ab ría debido hacer desaparecer entonces, con
todo derecho, la teoría de la soberanía. No h a sido así en modo
alguno-constata Foucault-, ya que h a persistido a título de
ideología del derecho, por una p arte, y a título de principio
organizador de los grandes códigos jurídicos, por otra. Servi­
r á entonces como fundam ento ante las críticas an tim onár­
quicas y como paraguas frente a la instalación de los sistem as
disciplinarios al borrar su aspecto coercitivo.
La reflexión sobre las disciplinas resu lta entonces decisi­
vo, no sólo p a ra SP, sino, con m ayor am plitud aún, p a ra los
futuros desarrollos, y decisivo tam bién en ese desplazam ien­
to que determ ina que a p a rtir de allí en m ás el concepto
“relación de poder” sea sistem áticam ente preferido al de
poder, el que sólo será empleado por elipsis. El poder sólo
existe en la m edida en que se ejerce en un lugar y en un
tiempo dado, sobre personas determ inadas y con m odalida­
des siem pre específicas. Instalado desde el siglo xvn, el campo
disciplinario no deja de am pliarse desde entonces y se asiste
a lo que Foucault denom ina u n “disciplinamiento de las
sociedades”, constituido por u n a generalización y u n a am ­
pliación de los procedimientos disciplinarios: “¿Qué hay que
entender por disciplinamiento de las sociedades a p a rtir del
siglo x v i ii ? : por supuesto que en E uropa no se tr a ta de que los
individuos que la integ ran se vuelven cada vez m ás obedien­
tes ni que comienzan a parecerse a los que perm anecían en
cuarteles, escuelas o cárceles, sino que se buscó u n ajuste
cada vez mejor controlado -c a d a vez m ás racional y económi­
co- entre las actividades productivas, las redes de comunica­
ción y el juego de las relaciones de poder”.2'1
Al reencontrar, pues, los problem as que plan teab an el
sistem a penal y la existencia, de hecho, de la prisión, Foucault
pudo enriquecer y reacondicionar su concepción del poder.
Confiesa haber compartido antes u n a concepción jurídica
23 D E , III, ne 194, ,pág. 184.
2iD E , IV, n -306, pág. 235. E ste texto de 1982 constituye la reflexión más
extrem a de Foucault sobre el poder. E l tem a, recurrente desde S P , se ve
entonces profundamente reformulado. En e se reacondicionamiento, las
disciplinas desem peñan un rol esencial. Foucault señ ala tres elem entos
diferentes: “las capacidades objetivas”, “las relaciones de poder” y los
“siste m a s de comunicación”. Ahora bien, todo poder integra los tres,
combinándolos de m anera variada en u n “‘bloque’ de capacidad-comunica­
ción-poder”. P ues bien, son estos bloques los que constituyen, en sentido
amplio, las disciplinas.

55
cuyo principal defecto consistía en no poder acercar la ley si
no era en térm inos de interdictos. Ahora bien, Foucault está
a la búsqueda de u n a grilla explicativa que dé lugar al rol
positivo de las disciplinas. El Estado se apoyó históricam ente
en el pensam iento jurídico, de m an e ra que ambos están
ligados indisolublem ente. E sta concepción jurídica del poder
- a g re g a - había bastado, en HF, pa ra acercar la locura en los
térm inos de la exclusión, pero se m u estra im potente para
describir los m ecanismos de la penalidad.25 El poder es
demasiado complejo, demasiado difuso como p a ra perm itir
que se le explique de m an era ta n reductora y simplificadora.
Se vuelve "capilar”, se regionaliza y se d e sarro lla m ás allá
del m arco jurídico prescripto, alcanzando a cada uno en
sus gestos, en su cuerpo.26 A ntes que explorar a b s tr a c ta ­
m ente ía filosofía del derecho y de exponer la teo ría de la
so beranía, es preciso observar al poder a r a s de su funcio­
nam iento re a l y cotidiano. El poder surgido de las discipli­
n a s es pragm ático, ta n to en su génesis como en sus proce­
dim ientos: “E sas tác tic a s h a n sido in v e n ta d a s, o rganiza­
das a p a r tir de condiciones locales y de urg en cias p a rtic u ­
lares. H a n sido dibujadas trozo a trozo a n te s de que u n a
e s tra te g ia de clase las solidificara en vastos conjuntos
coheren tes”.27 Se t r a t a entonces de p a s a r de u n a exposi­
ción ge n e ra l e inco n sisten te del derecho a c a stig a r a las
prácticas reales del castigo. De hecho, la exigencia de una
nueva grilla de análisis no rem ite a u n enfoque intransitivo,
intem poral e intrínsecam ente m ás adecuado del poder; se ha
vuelto necesaria debido a un cambio de los propios procedi­
mientos del poder. Se debe hablar, entonces, no del poder,
sino de los poderes: “El poder no existe”28 - s u e lta con una
pizca de provocación-: en realidad no es m ás que u n a red de
relaciones, incluso anteriores a la unidad del Estado. Esto
explica la persistente m etáfora del poder como m áquina, ta n
m asivam ente presente en SP, pero tam bién en todos los
textos que Foucault consagrará m ás adelante a la cárcel
contem poránea -m e táfo ra de ru p tu ra que le perm ite rom per
con un a personalización desmedida del poder-: “El poder ya
no está sustancialm ente identificado con un individuo que lo
poseería o que lo ejercería desde el nacimiento; se convierte

25 DE, III, n° 197, págs. 228-229.


26 DE, III, n" 195, pág. 195.
27 DE, III, n'-' 195, pág. 202.
28 DE, III, n° 206, pág. 302.
56
en u n a m aquinaria de la que nadie es el titu la r”.29 La
paradójica im agen de la m áquina te n d rá por improbable
misión la de q u ita r realidad, q u ita r sustancia al poder y
term in a r con u n esquem a psico-voluntarista. E n tre la sinies­
tra ceremonia de los suplicios, que exasperaba el cuerpo de un
culpable, que tiene u n nombre, una identidad, y la anónim a
ronda de los castigados que ato rm en ta y m etonim iza el
espacio penitenciario, algo se h a producido. La relación entre
el cuerpo y el poder se h a modificado; ya no es glorificado
negativam ente, sino que es empleado positivam ente. El ful­
gor de los suplicios se apaga. La noche penitenciaria teje su
tra m a panóptica...

E l p a n o p tis m o

F igura em blem ática de la filosofía inglesa y fundador del


utilitarism o, Jerem y B entham era m ás conocido como ju ris ta
y m oralista que como padre del “Panóptico”, dispositivo
arquitectónico que inventa y propone en 1791, en la obra
epónima. Foucault exhum a allí u n texto casi olvidado, encon­
trado por casualidad m ientras tra b a ja b a sobre la arquitectu­
ra hospitalaria a fines del siglo xvm: “Creo que B entham es
m ás im portante p a ra n u e stra sociedad que K an t o Hegel”.30
Haciendo un injerto sobre el neologismo inicial de Bentham ,
el adjetivo panóptico y, sobre todo, el sustantivo panoptismo,
Foucault innova. Panoptism o designará un conjunto de dis­
posiciones disciplinarias que tienen lugar al interior de u n a
a rq u itec tu ra de vigilancia y correspondiente a criterios pre­
cisos: enceldam iento individual, visibilidad integral, vigilan­
cia constante, todas esas disposiciones a p u n ta b a n a la en­
m ienda del culpable.
Lo que resu lta determ inante ante todo es esa referencia a
la m irada. El panóptico es un edifico óptico donde algunos
deben ver a otros que deben ser vistos. He ah í nuevam ente
u n a secuencia de im aginería densa e im pactante. El disposi­
tivo puede describirse así: “E n la periferia, u n a construcción

29 D E , III, n° 195, pág. 199. E sta metáfora recurrente de la máquina y


su s derivados (28 apariciones en S P ) será violentam ente criticada por el
historiador J. Léonard (L'impossible p rison , op. cit.). La clave sería aquí:
“Los hom bres han soñado con m áquinas liberadoras. Pero, por definición,
no hay m áqu in as de libertad” (DE, IV, n9 310, pág. 277).
30 DE, II, n= 139, pág. 594.
57
en form a de anillo; en el centro, u n a torre perforada por
am plias ventanas que dan a la cara interior del anillo; la
construcción periférica e stá dividida en celdas, cada u n a de
las cuales ocupa todo el ancho de la construcción; tien en dos
ventanas, u n a hacia el interior, enfrentada a las ven tan as de
la torre; la otra da hacia el exterior y perm ite que la luz
atraviese la celda de lado a lado. B a sta entonces con colocar
a un vigilante en la torre central y con poner en cada celda a
u n loco, a un enfermo, a un condenado, a un obrero o a un
escolar. Por efecto de la contraluz, desde la torre se pueden
ver, recortadas precisam ente contra la luz, las pequeñas
siluetas cautivas en las celdas de la periferia. Hay ta n ta s
jau la s como teatros, donde cada actor se encuentra solo,
perfectam ente individualizado y com pletam ente visible. [...]
La plena luz y la m irada de un vigilante captan mejor que la
sombra, que en ú ltim a instancia protegía. La visibilidad es
u n a tra m p a ” (págs. 201-202). El panóptico re su lta así la
prim era de las arqu itectu ras p a ra la vigilancia, pero sobre
todo traduce -p recisam en te a causa de e sto - u n a ru p tu ra
d eterm inante en las m odalidades del castigo: “E n total,
constituía u n a cárcel-m áquina, con u n a celda bien visible,
donde el detenido se encontrará atrapado como ‘en la casa de
vidrio del filósofo griego’ y u n punto central desde donde la
m ira d a perm anente podía controlar al mismo tiem po a los
prisioneros y al personal” (pág. 253). A la noche del calabozo
la sigue la tra n sp a re n c ia panóptica que se in sta la en el
espacio abandonado del castillo. Form a antigua, pero to ta l­
m ente repensada, renovada en su distribución del espacio así
como en su finalidad, el castillo se encuentra ahora al servicio
de otra tecnología del poder y h a sta la paradójica m u ralla que
ocultaba se convierte en el instrum ento de u n a tra n sp a re n c ia
absoluta. Foucault subraya entonces ese doble movimiento
que hace del panoptism o la figura determ inante del poder,
pero que m antiene, en la mitología, la negra figura del
calabozo, la que regresará, cargada de todos los miedos, en la
lite ra tu ra .31
31 “En la época de la Revolución, la s novelas de t e n o r desarrollan todo
un im aginario fantástico de la muralla, de la sombra, del escondite y del
calabozo, que albergan, en una significativa complicidad, a bandidos,
aristócratas, m onjes y traidores: los paisajes de A un Radcliffe son las
m ontañas, los bosques, la s cavernas, los castillos en ruinas, conventos cuya
oscuridad y silencio dan miedo. E sos espacios im aginarios son como la
‘contrafigura’ de la s transparencias y las visibilidades que se trata de
establecer” (DE, III, n" 195, pág. 197).

58
La tra n sp a re n c ia física, m aterial, aseg u rad a por el edificio
m etonim iza sin embargo otra tra n sp a re n c ia de la que es eco
la tra n sp a re n c ia política absoluta: “E n efecto, ¿cuál es el
sueño rousseauniano que animó a tan to s revolucionarios? El
de u n a sociedad tran sp aren te, al mismo tiempo visible y
legible en cualquiera de sus partes; que no haya zonas
oscuras, zonas dispuestas por los privilegios del poder real o
por las prerrogativas de tal o cual cuerpo o incluso por el
desorden; que cada cual, desde el lugar que ocupe, pueda ver
el conjunto de la sociedad; que los corazones se comuniquen
los unos con los otros, que las m iradas no encuentren obstá­
culos, que reine la opinión, la de cada uno sobre cada cual. [...]
Así, sobre el gran tem a rousseauniano -q u e de alguna m ane­
r a es el lirism o de la R evolución- se em p alm a la idea
técnica del ejercicio de u n poder ‘o m n im ira d o r’, que es la
obsesión de B entham ; los dos se j u n ta n y el todo funciona:
el lirism o de R ousseau y la obsesión de B entham ”.32
Si bien es la figura radical y simbólica de un cambio
decisivo, de todos modos el panóptico fue precedido por un
cierto núm ero de realizaciones arquitectónicas tam bién fun­
dadas en el principio de la “visibilidad aisladora”: el zoológico
construido por Le Vaux en V ersalles (1663), la Escuela
M ilitar de P a rís (1751) o los salones de Arc-et-Senans de
Ledoux (1774). De hecho, el panóptico sintetiza, radicaliza y
da nom bre a una idea preexistente. La relación de poder
d escansará sobre esa visibilidad integral, p erm anente y de
ta l modo operativa que perm anecerá en secreto. La m irada es
al mismo tiempo una mezcla de instrum ento de castigo y de
capacidad de enmendar. Sin embargo, puesto que se tra ta de un
instrum ento de poder, la m irada no adm ite reciprocidad
alguna: el panóptico impone u n a visibilidad axial pero, por el
contrario, prohíbe toda visibilidad lateral. Si el detenido debe
perm anecer en una perm anente e in teg ral visibilidad, el
vigilante encargado de espiarlo desde la torre perm anecerá
estrictam ente invisible. Astutos dispositivos perm iten ese
escamoteo de u n a vigilancia ta n presente que será invisible.
E sa disposición asegura el m antenim iento del orden al in te ­
rior del panóptico, impidiendo todo contacto potencialm ente
sedicioso. Por el contrario, los vigilantes pueden vigilarse
e ntre ellos. La idea de B entham es, sobre todo, económica. Al
a u m e n ta r el núm ero de vigilados y dism inuir el núm ero de

12 DE, III, nu 195, pág. 195.

59
vigilantes, el panóptico reduce considerablem ente el costo
económico de hacerse cargo de la delincuencia. Vigilar, ya no
sólo p a ra castigar, sino sobre todo p a ra reform ar, p a ra en­
m endar. Idea al mismo tiempo ingenua y poderosa, simple y
de u n a tem ible eficacia. E n efecto, B entham otorga a su
invento un poder al mismo tiempo m aterial y m oral fuera de
lo común. Por eso el interés del panóptico no podría resum irse
en sus virtudes carcelarias -se rv irá de modelo a diversas
instituciones disciplinarias- y B entham puede j actarse de su
m aravillosa polivalencia. De todos modos, resu lta un hecho
que el panóptico servirá mejor al proyecto carcelario, como si
estuviera respondiendo a una larga espera a la que se adap­
tab a providencialmente. De hecho, a p a rtir de 1830 el plano
del panóptico se convertirá en el predom inante p a ra la
construcción de cárceles. Si el panóptico resu lta ta n impor­
ta n te es porque concentra en u n a figura im pactante las
exigencias de un nuevo poder disciplinario y redefine ese
poder en torno a la relación de visibilidad. Descentralización
esencial del poder, que se vuelve anónimo, se difunde y pasa
a ser impersonal. M áquina diabólica, donde son atrapados los
que m iran y los que son m irados, y que expresa notablem ente
esa circulación del poder. Foucault explica que antes el poder
era bueno, ya que se encontraba bajo la caución de Dios. Si el
panóptico resu lta u n a figura ta n pregnante se debe a que
inaugura, a través de la vigilancia, u n a sociedad de la descon­
fianza generalizada. Allí se encuentra la tra m p a de la visibi­
lidad y, sin duda, la forma nueva, perversa, de ese nuevo
poder que provoca una vuelta hacia sí mismo, u n a interiori­
zación de la falta, que la arquitectura panóptica no deja de
su su rra r, y que cada detenido term in a por cargar a su cuenta.
La lím pida verticalidad, unilateral, del poder soberano desa­
parece p a ra dar lugar a ese poder difuso y om nipresente, sin
eje rector y sin titu la r visible.
De allí en m ás, todo opone el panoptism o a los suplicios. En
el suplicio siem pre se tra ta b a de un individuo singular quien
operaba la penalidad. Con el panoptism o se asiste a una
masificación de la pena que ratifica u n a transferencia de
visibilidad: u n a descentralización. Surge entonces esa nueva
figura del poder que parecía buscarse a sí m ism a desde el
siglo xvm, p a ra promover un castigo que a p u n ta ra al alm a sin
tocar el cuerpo.33 El panóptico constituye entonces el modelo
“Que el castigo, si se m e permite hablar de esta m anera, golpee al
alm a a n tes que al cuerpo” declara el enciclopedista Mably (pág. 22). Para
60
ideal de esa penalidad de lo incorpóreo que ta n solo el final de
los suplicios perm itía encarar. El panóptico es solam ente una
form a inspiradora de las arquitecturas de vigilancia: “pero el
Panóptico no debe ser entendido como u n edificio onírico: es
el diagram a de u n mecanismo de poder llevado a su forma
ideal; su funcionamiento, abstraído de todo obstáculo, resisten­
cia o roce, bieri puede ser representado como un puro sistema
arquitectónico y óptico: es de hecho una figura de tecnología
política que se puede - y se debe- despegar de cualquier uso
específico” (pág. 207). M ientras el verdugo del suplicio se
encontraba a plena luz, identificable con nom bre y apellido,
el vigilante del panóptico e sta rá en la sombra, con m ayor
eficacia en tanto es anónimo. E sta ampliación de la definición
del panoptism o perm ite comprender mejor la expresión recu­
rre n te “program a de utopía”. El panóptico es u n a utopía en la
m edida en que nunca hizo m ás que in sp irar form as arquitec­
tónicas, ya que el edificio im aginado por B entham nunca
tuvo, en sentido estricto, existencia m aterial. Por el contra­
rio, se encuentra inspiración panóptica en la m ayor p a rte de
los proyectos de cárcel del siglo xix. E n otra p arte, Foucault
explica que existen dos tipos de utopías: las socialistas, que no
se realizan nunca, y las capitalistas, que siem pre van acom­
p añ ad as por efectos, de lo que es ejemplo la de B entham .34 El
“program a de utopía” sirve p a ra in te rp re ta r el futuro y el
panoptism o expresa en el huevo la preformación de los
controles disciplinarios. Las cárceles son, en ese sentido, “las
utopías reales de una sociedad”.35 Foucault hace, pues, del
Panopticon u n a lectura personal, original y genealógica,
absolutam ente irreductible a u n a exposición áridam ente
histórica, subrayando por todas p a rte s el “sueño paranoico de
B en th am ”.36 Al hacerlo, tam bién hace inflexión en dos
sentidos distintos y complementarios, ante todo cancela los
num erosos rasgos im aginarios que sa tu ra b a n el texto de
B entham , con la inquietud de aislar su principio subyacente;
luego, correlativam ente, form ula una interpretación que

Foucault, la frase vale por todo un programa y constituye el axioma


fundador de e sa n u eva “penalidad de lo incorporal”. Sin embargo, conviene
preguntarse si no designa m ás bien una especie de horizonte ideal.
Foucault se preguntaba acerca de la efectividad de e sa incorporalidad:
“¿Qué sería un castigo incorporal?” (pág. 21).
14 DE, II, n° 139, pág. 611.
36 DE, II, nB 94, pág. 204.
3BDE, III, n- 221, pág. 474.

61
subraya deliberadam ente la racionalidad del proyecto. U na
confrontación de los textos de Foucault con la lectura del
texto original y del precioso comentario que de él hace
Michelle P erro t readjudica al edificio su dimensión fan ta s­
m al.37
Panoptism o es pues el nombre elegido por Foucault para
designar dos hechos bien distintos. E n u n prim er sentido, el
m ás inm ediato pero tam bién el m ás pobre, el panoptism o
designa la simple aplicación m aterial del principio panóptico.
E n un segundo sentido, m ás determ inante, el concepto ya no
designa, de m an era casi tautológica, ese solo ejercicio de la
m irada, sino a un tipo de poder. B enthan no es u n innovador
porque su construcción inaugure u n a relación nueva de poder
fundada en la vigilancia generalizada, sino que, en realidad,
resulta arcaico a causa de esa preeminencia de la vista. De hecho
-explica Foucault-, ya está superado por la aparición de m inús­
culas redes de poder que in sta u ra n u n a vigilancia de otro
tipo. O tras redes operan a distancia, m ediatam ente, y m e­
diante un sistem a de delegación del poder. Finalm ente, el
panóptico sólo ejerce su poder en un lugar cerrado, m ientras
que los nuevos poderes se extienden h a s ta las fronteras del
Estado e incluso m ás allá. E stas redes que teje la burguesía
para a s e n ta r su poder sobre las poblaciones pueden a d q u i­
r ir form as e x tre m a d a m en te v a ria d a s y m uy a lejad as del
estricto panoptism o b e ntham iano. F o u c a u lt su b ra y a e n ­
tonces la instalació n de lo que se podría d enom inar un
m etapanoptism o, que es p a ra él el hecho m ayor y la razón
ú ltim a del panoptism o. E n ese m etapanoptism o, la referen­
cia a la m irada efectiva ya no existe, la que entonces no es
m ás que u n a metáfora: “El Em perador es el ojo universal
orientado hacia la sociedad en toda su extensión. Ojo asistido
por u n a serie de m iradas, dispuestas en forma de pirám ide a
p a rtir del ojo im perial, que vigilan a toda la sociedad”.38 E sa
m irada ya no contiene nada de visual; es esa pirám ide de
m iradas ciegas lo que domina entonces. Foucault otorga aquí
al panoptismo u n a am plitud considerable, la que no siempre
es notada, circunstancia que es fuente de u n a serie de
m alentendidos. P a ra concluir, el panoptism o no es m ás que
esa imbricación de dispositivos de vigilancia que nos lleva
desde el tosco dispositivo de B entham a las formas m ás
37 Cf. J. B e n th a m ,L e p a n o p tiq u e , Belfond, 1977, seguido de L ’In specteur
B en th am , postfacio de M. Perrot.
3SD E , II, n'J 139, pág. 609 (cf. tam bién n" 127, pág. 437, y SP , pág. 219).

62
sofisticadas de los procedimientos de control en n u e stra s
sociedades contem poráneas: “La fiscalización m oderna, los
asilos psiquiátricos, los ficheros, los circuitos de televisión y
ta n ta s otras tecnologías que nos rodean son su concreta
aplicación. N u estra sociedad es m ás ben th am ian a que beca-
ria n a ”.39 El panóptico se convierte en m etáfora. No era que el
edificio bentham iano fuera visionario, sino que se perfilaba
la sociedad disciplinaria fundada sobre la ampliación de los
controles sociales: “Lo que me parece a u n m ás fundam ental
es el comienzo de la vigilancia de la población plebeya,
popular, obrera, campesina. Lá vigilancia general, continua,
m ediante las nuevas formas del poder político. El verdadero
problem a es la policía. Diría, si se me perm ite, que lo que se
inventó a fines del siglo xvm, a comienzos del xix, fue el
panoptism o”.40 A p a rtir de entonces se comprende mejor la
victoria final del panoptismo frente al espíritu reform ador y
la im portancia decisiva que Foucault acuerda al texto de
B entham , al mismo tiempo síntom a y promotor de u n a forma
radicalm ente nueva de penalidad. Cambio decisivo que nos
hace p a sa r -explica J u liu s - de u n a sociedad del espectáculo
(el teatro griego, los juegos circenses, las iglesias), donde u n a
m u ltitud contempla a algunos, a una sociedad de la vigilan­
cia que invierte el principio, es decir, donde u n a m ultitu d es
espiada por algunos:41 “Es allí, en ese panoptism o general de
la sociedad, donde es preciso reubicar el nacim iento de la
prisión”.42

N a c im ie n t o d e l a p r is ió n

N o es desde el interior del sistem a penal de donde surge la


prisión, sino esencialm ente del exterior, de esas prácticas
disciplinarias proliferantes que van a converger en ese lugar
óptimo de su utilidad: “La forma cárcel nace mucho antes de
su introducción al sistem a penal. La encontram os en estado
embrionario en toda esa ciencia del cuerpo, de su ‘corrección’,
de su aprendizaje, que se adquiría en las fábricas, en las
19 DE, II, n° 153, pág. 729. U n artículo reciente ju stam en te evoca, en ese
sentido, el advenim iento de un p a n o p tism o electrónico con la experim en­
tación, en Francia, de brazaletes electrónicos (Cf. X. Lameyre, L es deux
corpos de la ju stice pénale. Recueil D alloz, m ayo de 2001.).
w DE, II, n° 127, pág. 437.
41 Julius, Leqons su r les p rison s (1830), D E , II, n" 139, págs. 607-608.
42 DE, II, n° 127, pág. 438.
63
escuelas, en los hospitales, en los cuarteles”.43 La originali­
dad del enfoque foucaultiano nace en esa voluntad constante
por su b ray ar que la prisión no es engendrada de m an era
espontánea por la esfera de la penalidad que se auto modifi­
caría y cam biaría, de alguna m anera, ante la sola presión de
las críticas de los reformadores. E n ese sentido, la prisión es
un elem ento exógeno al sistem a penal que la acogerá: “¿De
dónde proviene la prisión?. Diría: ‘un poco de todas p a rte s ’.
Sin duda que hubo “invención”, pero invención de toda una
técnica de vigilancia, de control, de identificación de los
individuos, de cuadriculado de sus gestos, de su actividad, de
su eficacia”.44
La historia experim entó tres o cuatro tipos de sociedades
rep artid as -explica F o u cau lt- según el modo que ten ían de
elim inar no a sus m uertos, sino a sus vivos: las sociedades que
exilian, las que reparan, las que to rtu ra n o m atan , finalm en­
te, las que encierran.45 El encierro p asa a ser u n a m odalidad
específica y decididam ente m oderna. Sin duda la A ntigüe­
dad, la E dad M edia y el Antiguo Régimen tam bién encerra­
ron, pero nunca ese encierro, antes de la prisión, había
revestido valor jurídico o penal. E ra una sim ple m edida de
conservación, transitoria, que a p u n tab a a prevenirse de la
persona apresando su cuerpo. No existía entonces el encierro
masivo, sino ta n solo u n encierro indiferenciado, que mezcla­
ba poblaciones extrem adam ente diversas. Ese encierro tenía
por función extra penal tan to a rra ig a r geográficam ente a los
errabundos como sancionar su conducta, antes que sus actos.
La detención como modo de castigo recién h a rá su aparición
con las grandes reform as del período 1780-1820. Si bien la
prisión es absolutam ente ajena a ese sistem a penal, queda
por explicar su formidable y rápida difusión. De tal m anera,
dicha penalidad del encierro es al mismo tiem po reciente y
enigmática. En un lapso de unos cincuenta años, la prisión,
a n te s com únm ente d e sacred itad a, se convierte en la form a
gen eral de la penalidad. El enigm a está allí -e s c rib e F ou­
c a u lt-, en la aceptación, por p a rte de la ju stic ia , de u n a
prisión que no e ra en absoluto “la niña de sus pensam ientos”.
Se tra ta entonces de explicar la génesis de la poderosa y
proliferante institución carcelaria, así como ese pasaje de un

“ DE, II, n - 153, pág. 728.


44 DE, II, n9 151, pág. 717.
45 D E, II, n° 107, pág. 319. Foucault volverá varias veces a esta
periodización (cf. II, n® 94, 105 y 131).

64
escepticismo generalizado a un entusiasm o unánim e. Ahora
bien, Foucault descarta la idea de u n a génesis puram ente
ideal de la institución. De todos modos, im porta no dejarse
en g añ ar por los discursos posteriores, que apo rtarán a la
prisión u n a legitim idad ideológica que no tenía y que él
in te rp re ta como especie de racionalizaciones secundarias. La
conferencia de Río se detiene particularm ente1'6en esos aportes
externos que harán surgir a la prisión no de teorías penales, sino
de prácticas disciplinarias.47 La penalidad de los reformadores
d e scan sab a en u n principio fu n d am en tal: la infracción ya
no debía te n e r connotaciones m orales o religiosas. Se
in scrib ía entonces en el marco de una estatización de la justicia
que proseguía un movimiento en m archa desde la Edad Media.
Pues bien, es precisam ente esa dimensión de la pena como
arrepentim iento la que va a resu rg ir de zonas de prácticas
sociales bien determ inadas, que p re p a ra rá n el advenim iento
de la era carcelaria. Dos influencias surgen aquí: la eclosión
de las sociedades m orales inglesas y la práctica francesa de
las lettres de cachet. E n efecto, d u ran te todo el siglo xvm se
expanden por In g la terra sociedades de inspiración religiosa
(cuáqueras o m etodistas) que ejercen un control y una m inu­
ciosa y enérgica intervención en las costum bres de las clases
populares. E n particu lar tienen en la m ira al juego, al
adulterio, la embriaguez, la prostitución y la blasfemia. E sas
sociedades om nipresentes se m ultiplican y difunden su in ­
fluencia a lo largo de todo el siglo. A m enudo se desdoblarán
en sociedades param ilitares o económicas, cuyo objetivo será
m ás directam ente disciplinario. Nacidas espontáneam ente
en la esfera privada, poco a poco van extendiendo su actividad
de fcontrol sobre las poblaciones y de policía de los comporta­
m ientos, y van siendo objeto de u n a progresiva estatización.
E n la m ism a época, F rancia se encuentra en u n a situación
b a sta n te diferente. La m onarquía se apoyaba, por u n a parte,
en el aparato judicial clásico y, por otra, en un instrum ento
parajudicial, la policía, que poseía sus cárceles y un marco
jerarquizado. Se había desarrollado y perfeccionado desde el
siglo xvii y entonces cumplía una función casi j udicial. Foucault
se detendrá particularm ente en las lettres de cachet. Como se
sabe, éstas fueron consideradas como el símbolo de la a rb itra ­
riedad real. Reformadores y tradicionalistas concuerdan en

4r' DE, II, n- 139, IV" conferencia.


47 D E , II, ns 139, IV" conferencia.

65
fu stigar la detención que surge a p a rtir de ellas y los cahiers
de doléances 48 dem andarán con insistencia, en nombre de la
in h u m an id ad del aislam iento carcelario, la supresión de las
casas de internación. Surgido del exam en de centenares de
lettres, un análisis minucioso y original dem uestra que ta m ­
bién ellas p articipan de otra lógica. E n el trabajo conjunto con
la historiadora A rlette Farge, Foucault dem uestra, contra
u n a tenaz vulgata, que la lettre de cachet no es ante todo el
in strum ento del poder real p a ra elim inar a sus enemigos, que
la aristocracia no era el objetivo privilegiado ni que el rey era
el árbitro suprem o.49 Subraya por u n a pa rte el origen estric­
tam e n te policial y adm inistrativo de u n poder real delegado,
de hecho, a funcionarios menores. Si bien em itidas por el
poder real, las lettres de cachet siem pre son solicitadas por
individuos o grupos surgidos de las clases populares que
d em andan la intervención del poder real p a ra castigar, hacer
e n tra r en razón o a p a rta r m ás o menos largam ente a un
prójimo indeseable. Foucault subraya la diversidad de los
motivos, a m enudo sórdidos, que anim an a esas denuncias
vengativas: “Personajes de Céline queriendo hacerse oír en
V ersalles”.50 Así concebida, la lettre de cachet testim onia sin
duda la a rb itraried ad real, pero resu lta sobre todo una
práctica popular surgida de un contra poder tem ible que
instituye ese control por lo bajo, ejercido por la sociedad
contra sí m ism a. Constituye u n a red de poder paralela a la
regla judicial, poderosa y coercitiva, fundada en la sola
denuncia popular, y es en esa m edida que participa de ese
movimiento de disciplinamiento de las sociedades y anticipa
la práctica carcelaria. En efecto, la detención prescripta por la
lettre de cachet m uy raram en te era específica y, al no serlo, su
duración podía v ariar sensiblem ente en el tiempo en función
de la reform a del sujeto detenido. Ese sistem a de internación
tra b a ja b a ante todo a p a rtir de funciones m orales correcti­
vas: “E sa idea de encarcelar p a ra corregir, de conservar la
persona prisionera h a s ta que se corrigiera, esa idea paradó-
‘l8 A n tes d é la Revolución, la s asam bleas se reunían para deliberar sobre
cuestiones de interés público. De ellas surgían pliegos (cahiers), destinados
a ser presentados ante el Rey, donde se asentab an su s reclamos y quejas
(doléances).
411 Le D ésordre des f am illes (op. ci.t.). Cf. tam bién, DE , II, n" 139, págs.
600-603, III, n° 209, págs. 339-340, n° 215, pág. 391 y IV, n'J 322. La lettre
de cachet tam bién le arranca a Foucault palabras incand escentes en uno
de su s m ás herm osos textos: L a Vie d es h om m es infam es (DE, III, n" 198).
50 DE, III, n 9 198, pág. 250.

66
jica, extravagante, sin ningún fundam ento o justificación a
nivel del comportam iento hum ano, tiene su origen precisa­
m ente en esa práctica”.51 A djuntas a la práctica de los
cuadriculados policiales que se extienden y se generalizan en
la m ism a época, las lettres de cachet ap rietan en torno de las
clases populares, y a su costa, el torno de los controles e sta ­
tales. La proliferación de esos controles de las conductas, su
masificación, su progresiva estatización, poco a poco van a
inducir la cárcel, dándole de hecho la legitim idad teórica que
aún le faltaba. Se va ajustando, insinuándose, u n a indi­
vidualización de los m ecanismos del poder, que term in a por
concernir a cada uno en su ser m ás íntimo: en su cuerpo, en
su trabajo, en sus relaciones fam iliares o en su sexualidad.

L a e ra c a rc e la ria

Si bien existía claram ente u n a práctica del encierro, la


m ism a se ve transform ada por. cjompleto, redefinida ante el
doble impulso de u n a nueva filosofía penal de la enm ienda o
de la ortopedia m oral y del dispositivo arquitectónico que le
proporcionaba la m atriz m aterial. La cárcel m oderna bien
puede reto m ar la forma antigua del calabozo, pero propo­
niéndole como nueva finalidad u n a operación correctiva de
las alm^s: “Desde que se elim ina la idea de la venganza, que
im plicaba antes el hecho del soberano atacado en su propia
soberanía por el crimen, el castigo sólo puede te n e r significa­
do dentro de u n a tecnología de la reform a”.52 E n efecto, las
antiguas prácticas de encierro no se parecen en n a d a a las
nuevas, debido a su carácter excepcional, a su casi ausencia
de esta tu to jurídico, a su rol de arb itra rie d a d real, al hecho de
que nada organiza la cotidianeidad de esa detención cuyo
objetivo consiste en escam otear a u n individuo antes que en
enm endarlo. Lejos, pues, de poder aparecer como un modelo
de penalidad, esa cárcel se presen ta de e n tra d a m ás bien
como hipotecada por lo que la vincula a las detestables
prácticas del Antiguo Régimen. No obstante, la edad clásica
h abía conseguido sus realizaciones, las que, por sus finalida­
des y el modo de organización, centrados en el trabajo y en la
redención, aparecen como prefiguraciones de la cárcel mo­
derna. E l R asphuis de Á m sterdam (1596), la C asa de fuerza
51 DE, II, n" 139, pág. 603.
52 DE, II, n'J 156, pág. 749.
67
de Gand o el reformatorio de H anw ay (siglo xvm) son las
prim eras instituciones fundadas sobre la base de la tran sfo r­
mación de las alm as. E n esa línea, por impulso de los cuáque­
ros, nace en 1790 la prim era cárcel m oderna, la de W alnut
Street, en Filadelfia. Al in te g rar esas prácticas y teorías
preexistentes, la cárcel va a disponerlas de m an era original
en un cuerpo sólido y coherente que propone un cambio
radical de los procedimientos y las finalidades del castigo: ha
nacido el orden carcelario. La cárcel se constituirá en torno a
tre s principios mayores. El aislam iento individual, ante todo,
que tiene pór función m oral la de regenerar el alm a m ediante
la soledad del cuerpo y por función policial la de quebrar las
solidaridades existentes, o posibles, del ham pa. Luego, el
trabajo, complemento obligado del aislam iento: “El trabajo
penal debe ser concebido como u n a m aqu in aria que transfor­
m a al detenido violento, agitado, irreflexivo en u n a pieza que
desem peña su rol con perfecta regularidad” (pág. 245). Insó­
lita polivalencia del trabajo: indicador de desviación y medio
p a ra rem ediarla. E strictam ente improductivo, al comienzo,
por ser un vector moral, el trabajo penal provocará una
rivalidad con el proletariado a p a rtir del momento en que se
piensa en hacerlo productivo. El tiempo, finalmente, se con­
vierte en la forma m ism a de la penalidad. Doblemente presen­
te, fija la duración de la pena y rige el ritu a l carcelario
cotidiano en u n meticuloso recorte de la jornada. Vigilar y
castigar: castigar vigilando. Soledad esencial. Rigor de un
empleo del tiempo que excluye toda ociosidad. La reforma
m oral es el principal vector de la nueva filosofía penal.
Q uedará ta n solo la opción acerca de las m odalidades de dicha
internación.53
Con la cárcel surge tam bién un auténtico poder carcelario.
Más que un simple derecho de vigilancia e incluso de injeren­

53 Aquí se sitúa la disputa, que marcaría todo el siglo xix, entre el modelo
auburniano (N ueva York, 1816) y el modelo filadelfiano, de inspiración
cuáquera (Cherry-Hill, P ensilvana, 1822). El modelo auburniano sólo
aplica el aislam iento nocturno y recuerda al mism o tiem po al convento y al
taller: trabajo y comida en común, en silencio y orden absolutos, hecho
respetar con el látigo. El modelo filadelfiano, m ás duro, practicaba un
aislam iento total, noche y día. Dos filosofías de la pena: para Auburn, el
espacio carcelario mina el espacio social y se orienta a resocializar. Para
Cherry-Hill, la arquitectura es la operadora del arrepentim iento e im plica
un sum ergim iento silencioso en la propia conciencia. E ste debate, que hizo
correr tanta tinta, interesa de todos modos bastante poco a Foucault, quien
parece abandonarlo ún icam ente a la s autoridades penitenciarias...

68
cia en el desarrollo de la pena, la adm inistración penitencia­
ria reivindica desde muy tem prano u n a verdadera cogestión
de la pena. Lo que se exige es esa flexibilidad propiam ente
p enitenciaria frente al propio comportam iento del detenido.
De ahí esas clasificaciones pu ram en te internas: recorte del
espacio carcelario en sectores o del tiempo en fases, rem itien­
do a clasificaciones disciplinarias. El rol del guardián se
consolida, aureolado por esa nueva soberanía. Se reintroduce
entonces en el orden penitenciario ese carácter arbitrario que
ta n cuidadosam ente se había querido expulsar de los proce­
dimientos jurídicos. Exceso de lo carcelario ante lo judicial,
que nace no después, sino como consustancial con la cárcel:
“E n su funcionamiento real y cotidiano, la cárcel escapa en
gran p arte al control del aparato judicial, del que, por otra
parte, no depende adm inistrativam ente; escapa tam bién al
control de la opinión, escapa, finalm ente, a m enudo a las
reglas del Derecho”.64 En consecuencia, m uy pronto los
jueces reclam arán el derecho a supervisar los m ecanismos
carcelarios: la creación del rol de JA P irá en ese sentido.65 El
hecho es que h a nacido u n tem ible poder penitenciario,
autónomo y liberado de las reglas del derecho común...
Foucault abre el último capítulo, “Lo carcelario”, con una
a trap ad o ra evocación de la colonia penitenciaria de M ettray,
verdadera quintaesencia de la práctica penitenciaria. Pero
con M ettray tam bién se acaba el libro. La cárcel h a salido de
sus muros, consigue carcelarizar a la sociedad al extender sus
procedimientos fuera de ella m ism a. E l modelo carcelario
difunde e inspira, a su vez, a otras instituciones, a otras
prácticas sociales que operan m etódicam ente el disciplina-
miento de las sociedades. Ahora bien, en resum idas cuentas,
es ^N acim iento de la prisión nos h a b la rá poco de la cárcel pro­
piam ente dicha: cuando sobreviene, en la cu a rta parte, el
libro se acab a. Dos p rim e ro s c a p ítu lo s d e n so s p la n te a n
el escenario; en el tercero, el m ás corto de todos, el cambio se
h a cumplido y M ettray testim onia el irreversible triunfo de lo
carcelario. E ntre los dos prim eros capítulos y el tercero, que
sirve de conclusión, existe u n a elipsis: u n tiem po y un espacio
a reconstituir. Algo sigue su inexorable curso. Monotonía
carcelaria, repetitiva de los ritos penitenciarios. Foucault

54 DE, IV, n° 353, pág. 688.


55 JAP: creada en 1958, la función de juez de la aplicación de las penas
consiste en seguir la vida de los condenados en el interior y en el exterior
de la cárcel.
69
carcelaria, repetitiva de los ritos penitenciarios. Foucault
h a b rá cumplido su contrato al hacer d e S P una exploración de
las condiciones de posibilidad de la cárcel, antes que u n a
p lan a historia de las instituciones penitenciarias. El libro se
cierra brutalm ente, el 22 de enero de 1840. Súbitam ente,
todo ocurre como si la cárcel ya no le interesara. O, de otro
modo, como si no le in te resa ra aquel presente que todavía lo
preocupaba.,.

El fra ca so de l a c á rc e l

“Desde hace dos siglos se viene diciendo: ‘La cárcel fracasa


porque fabrica delincuentes’. Yo diría, m ás bien: ‘Triunfa,
puesto que es lo que se le pide’”.56 Decir que la cárcel fracasa
es un lugar común que com parten tanto los enfoques críticos
m ás radicales como los discursos m ás convencionales de los
adm inistradores penitenciarios. Pues bien, Foucault su b ra­
ya que dicha comprobación de fracaso no es producto de la
historia, u n a comprobación empírica del disfuncionamiento
carcelario, sino que es consustancial a la propia cárcel. De
hecho, esa comprobación aparece sim ultáneam ente con la
edificación de las prim eras cárceles, hacia 1820. Tal es el
“círculo carcelario”, claram ente denunciado desde 1815.67
Por lo tanto, no existe u n a crítica global a la cárcel, sino un
haz de seis críticas, al mismo tiempo diferentes y combina­
bles, con el mismo objetivo y que constituyen sistem a (págs.
269 a 273):

1. La cárcel no hace dism inuir el índice de crim inalidad,


sino que hace au m e n ta r los índices de reincidencia.
2. E n vez de corregir, la cárcel produce delincuentes
peligrosos.
3. La cárcel no educa: se critica el aislam iento, el trabajo
penal y la formación de los guardias.
4. La cárcel se convierte en la escuela del crim en al reu n ir
a los malhechores.
5. La cárcel no perm ite reinserción alguna y condena a la
reincidencia.
6. La cárcel provoca indirectam ente la m iseria de quienes
rodean al detenido.
56 DE, II, n9 151, pág. 717.
57 DE, II, n° 131, pág. 459.
70
E sta crítica de la cárcel se realiza en dos sentidos bien
distintos: uno, le reprocha ser insuficientem ente correctiva-
el otro le reprocha abandonar su misión punitiva en beneficio
de la función correctora. Así, la cárcel m anifiesta un doble
error económico. Al radicalismo de esas crítica se opone la
tácita reconducción del sistema: la cárcel es su propio rem e­
dio. E n un p a r de páginas sobrecogedoras, Foucault presenta
las siete m áxim as de la buena condición penitenciaria en la
forma de un m ontaje que ju n ta sistem áticam ente comproba­
ciones surgidas de los años 1836-1857 y sus réplicas en la
reform a de 1945. El círculo carcelario se encuentra allí, en
esa comprobación, siem pre reform ulándose, de u n fracaso
que pone por delante causas idénticas, inm ediatam ente co­
rrelativas a la promulgación de las buenas m edidas correcti­
vas, tam bién ellas desesperadam ente idénticas. Salir de ese
círculo implica plan tear otra pregunta, insólita y perturbado­
ra: “¿P ara qué sirve el fracaso de la cárcel?” (pág. 217). P a ra
in te n ta r responder esa preg u n ta es preciso salir de la expli­
cación in tern a, siem pre tautológica, am pliar el campo y
preocuparse no de la gestión de los detenidos, sino de lo que,
hacia arriba, la alimenta: la producción de ilegalismos. Hay que
concebir, entonces, todo lo que forma sistema con el fracaso de
la cárcel para comprender por qué la cárcel no fracasa, sino que
triunfa...

71
LA FABRICACIÓN
DE LA DELINCUENCIA

Ilegalismo es un neologismo inventado por Foucault p a ra


soslayar el concepto dem asiado satu rad o de delincuencia.
Desde el punto de vista conceptual, hace juego con las
disciplinas. El térm ino surge tím idam ente al comienzo de la
obra, luego prolifera en la cu a rta p a rte (130 apariciones), en
p a rticu la r en el segundo capítulo. Se ha prestado dem asiada
poca atención a la singularidad de este concepto y a las
apuestas que subyacían en él.1 Toda sociedad genera ilega-
lismos, es decir, prácticas heterogéneas y plurales que se
desarrollan al m argen de la ley o en franca oposición a ella.
Todo ocurre entonces como si ese conjunto de ilegalismos
fuera la norm a y las sociedades sólo se singularizarían por el
tra ta m ie n to que hacen de este fenómeno. P ues bien, Foucault
dem uestra que en realidad nunca se tra tó de erradicar los
ilegalismos, sino m ás bien de controlarlos en el marco de u n a
gestión diferencial. El concepto de ilegalismo explica al m is­
mo tiempo el surgim iento y la difusión, de hecho, de prácticas
ilegales, al tiempo que les quita toda connotación norm ativa,
m oral o jurídica. Al ser designado como ilegalismo, el acto
delictivo se ve despojado de su n a tu ra lid a d y se encuentra al
mismo tiempo relativizado e historizado, recontextualizado
en la sociedad donde h a nacido y se h a sumergido en medio
de prácticas em parentadas, pero diferentes. Deja de ser u n a
constante antropológica, un dato transhistórico que m arca­
ría a todas las sociedades al ofrecer ta n solo variantes locales
1 Al respecto, deben leerse los ilum inadores a n álisis de Pierre Las-
coumes: “Le grondem ent de la b ata ille ”, Actes. Les Cahiers d ’action
ju r id iq u e , n'-’ 54, 1986, y “L’Illégalism e, outil d’a n a ly se ”, Sociétés & Repré-
sentations, nIJ 3, CREDHESS, 1996.
73
o históricas. Desde el comienzo es plural, pero no implica
jera rq u ía alguna entre las variantes y opera u n reequilibrio
entre los diferentes tipos de delincuencia: el fraude fiscal, los
delitos en el campo de los negocios, las especulaciones ilícitas,
los escándalos inmobiliarios, el tráfico de arm as o las agresio­
nes al medio am biente están ta n cargados de ilegalismo como
el robo de los rateros o el crim en crapuloso. La estricta
n eu tralid ad axiológica del enfoque foucaultiano m anifiesta
así su desdram atización salvadora. H ab lar de ilegalismos
significa poner en un mismo plano los actos delictivos, negán­
dose a considerar su gravedad intrínseca sino, por el contra­
rio, colocando en perspectiva dicha gravedad, es decir, rem i­
tiéndola a la relatividad de las sanciones y de lo sancionable.
A p a rtir de entonces resulta lícito com prender de otra m ane­
ra no sólo los actos, sino tam bién los fenómenos de m ayor o
m enor visibilidad o de mayor o m enor represión de tal o cual
ilegalismo. Conceptualm ente, los ilegalismos son los opera­
dores de la modificación introducida por Foucault en la
propia interpretación del nacim iento de la prisión, al e sta r
ésta sobredeterm inada por la necesidad de su redistribución.
Tom ar en cuenta a los ilegalismos tam bién tiene el beneficio
-filosófico en este caso- de poner el acento en los hechos
sociales antes que en su agente, en las realidades sociales
anónim as antes que en un sujeto constituyente, autor de
actos perjudiciales. Se produce así la reafirm ación en el
campo penal de u n requisito metodológico fecundo y recupe­
rable en todas partes: “No hay un sujeto soberano, fundador,
u n a forma universal de sujeto que se pueda encontrar en
todas p a rte s”.2 El sujeto-delincuente, como fundam ento últi­
mo, productor de ilegalismos, se ve refutado como esquem a
explicativo que resu lta siempre tautológico. Al promover el
térm ino ilegalismo, Foucault disocia perdurablem ente la
pareja delincuencia/delincuente, m ostrando que era el lugar
de un enceguecimeinto y de un atolladero. B orra los contor­
nos demasiado nítidos de un sujeto b a sta n te bien plantado,
p a ra sólo observar la proliferación de ilegalismos como un
proceso sin sujeto.

2 DE, IV, n° 357, pág. 733.

74
\

La r e c o n f ig u r a c ió n
DE LOS ILEGALISMOS

E n m ate ria de ilegalismos, en último análisis siem pre es la


instancia económica la que zanja la cuestión. Lo mismo
ocurría con el fin de los suplicios. Asimismo, el nacim iento de
la sociedad disciplinaria y de la prisión se deberá a poderosos
cambios económicos que exigían u n a gestión diferente de los
ilegalismos. Desde ese ángulo, lejos de cualquier reducción
simplificadora, deberá realizarse el análisis del sistem a pe­
nal. Al rechazar uno de los tem as faros de los análisis de la
época, Foucault subraya que analizada a la luz de los ilega­
lismos, la cárcel revela ser un aparato de integración antes
que un aparato exclusivam ente represivo. El Antiguo Régi­
m en h abía m anifestado un a relativa tolerancia. Da testim o­
nio de ello, en el siglo xvm, la notoriedad de bandidos como
M andrin o Guillery, verdaderos héroes de la mitología popu­
lar. La “m alla de la red” era floja, com enta Foucault em plean­
do una m etáfora que le gusta. Por lo tanto, no existe uno sino
muchos ilegalismos, y el ilégalismo burgués, que in te n ta
abrirse paso a nuevas prácticas económicas, en tra en conflic­
to con u n marco legal y reglam entario arcaico, y cohabita con
el ilégalismo popular que in ten ta, tam bién él, aunque de otro
modo, escapar a la regla. Si a veces dichos ilegalismos son
rivales, a menudo se producirán convergencias, por ejemplo
en la lucha contra los impuestos. Incluso se puede llegar a
considerar que el capitalismo se constituyó m ediante esas
prácticas ilegales (contrabando, p ira te ría m arítim a, evasio­
nes fiscales...). E n eso revisten un valor absolutam ente posi­
tivo y form an pa rte del ejercicio del poder: “El ilégalismo no
es un accidente, u n a imperfección m ás o menos inevitable. Es
un elem ento absolutam ente positivo del funcionam iento so­
cial, cuyo rol está previsto en la estrateg ia general de la
sociedad. Todo dispositivo legislativo ha preparado espacios
protegidos y aprovechables donde la ley puede ser violada,
otros donde puede ser ignorada y otros, finalm ente, donde las
infracciones son sancionadas”.3 U na vez llegada al poder, la
burguesía no tolerará m ás ese ilégalismo popular. El desarro­
llo de la industria, es decir, al mismo tiempo su intensifica­
ción y su distribución en el espacio, necesitará esa reacción.
El Antiguo Régimen sólo conocía u n a delincuencia, cuyas

3 DE, II, n° 151, pág. 719.


75
consecuencias eran m enores p a ra u n a burguesía esencial­
m ente terrateniente. E n la era in d u stria l la fortuna burgue­
sa se encuentra m asivam ente invertida en m aterial pesado y
costoso (talleres, herram ientas, m áquinas, m áquinas-herra-
m ienta, m aterias prim as, stocks...), del que es depositario la
clase obrera, de m an era que el peligro no se encuentra
solam ente en el exterior de la esfera de producción, como el
representado en otras épocas por el mendigo o el vagabundo,
sino en el corazón mismo de las fuerzas productivas. Surge
tam bién un campo inédito de ilegalismos que concierne al
cuerpo del propio obrero. Las nuevas condiciones de trabajo
en la in d u stria y las consecuencias que provocan a m enudo
(endeudam iento...) llevan a los obreros a nuevas actitudes de
elusión, de rechazo, de h uida (ausentism o, migración, vida
irregular...). Aparece entonces la nueva preocupación por
arraigarlos, de donde surge la proliferación de nuevos delitos
que crean u n a línea divisoria entre el buen y el m al obrero, y
ocasionan u n enderezam iento del comportam iento m ediante
cam pañas de m oralización y la instauración de organismos
de control o de presión. Al ilegalismo tradicional (robos,
rapiñas, malversaciones...), la clase obrera agregará, ade­
m ás, un ilegalismo mucho m ás in q uietante p a ra la burgue­
sía. E n efecto, a través de am otinam ientos y rebeliones, el
ilegalismo político crece después de la Revolución. E n conse­
cuencia, desaparece la tolerancia observada algunos años
antes en cuanto a ciertas formas m enores de ilegalismos. Se
comienza a proteger los puertos, los m uelles y los arsenales
de Londres: ése será el lugar de nacim iento de la policía.'1
Estos cambios decisivos van a rem odelar el sistem a penal,
que pasa de la función esencialm ente fiscal que h abía tenido
d u ran te la E dad Media a la lucha antisediciosa. El sistem a
penal asum e entonces un doble rol: por un lado favorece que
el proletariado acepte su suerte; por otro, aísla u n a p a rte del
mismo, focalizando u n a plebe decretada como peligrosa y
tra ta d a como tal, lo que da nacim iento en el resto de la
población al gran miedo del siglo xix. Se produce un incre­
m ento de la exclusión social m ediante u n a exclusión moral,
que compromete así, y por mucho tiempo, las oportunidades
de convergencia de u n a crítica radical al sistem a penal.
Entonces el proletariado se escinde en u n a plebe proletariza­
4 El ascenso de Colquhoun, que de comerciante se convierte en ministro
de la policía y es el análogo inglés al de Vidocq, resulta significativo (DE,
II, n- 139, págs. 604-605).
76
da y en u n a plebe no proletarizada, el ham pa. La burguesía
suscita esa separación con el solo fin de prevenir los am otina­
m ientos populares y esto m ediante tres medios: el ejército, la
colonización y la cárcel. De todos modos, en el siglo xix el
ejército y la colonización pierden su eficacia y de allí en más
el sistem a penitenciario será el único que aseg u ra rá esa
función profiláctica. Al final de ese proceso, la m arginación
del delincuente, ahora cercenado de sus raíces sociales, se ha
operado.5 La función de marcación social comprueba ser una
de las m ayores funciones de la cárcel. E sa franja de la plebe
no proletarizada será tam bién quien provea a la burguesía
m ano de obra discreta para la vigilancia, la infiltración y la
m anipulación del proletariado. La lite ra tu ra policial, el pe­
riodismo a tra v é s del relato de crím enes, la m edicina y la
antropología te rm in a rá n de lu stra r y m arginalizar esa in ­
quietante figura del homo criminalis, construyéndole una
a u tén tica mitología. Con los debidos relevos, amplificado,
explotado, el miedo a la delincuencia p esará mucho en los
debates que vendrán. El interés de esa profesionalización de
la delincuencia es triple. Por u n a parte, así se convierte en
m ás controlable; por otra, m antiene un conflicto, ideológica­
m ente aprovechable, con el resto de la población y, finalm en­
te, favorece la aceptación del control policial sobre el conjunto
de la sociedad. La delincuencia sería, pues, ese recorte in te n ­
cional de ciertos ilegalismos en el espesor global de los
ilegalismos que la cárcel se encargará de cernir, exaltar,
estigm atizar, antes que de reprim ir, dejando a los dem ás en
un a ventajosa zona de sombra. El rol de la cárcel queda
entonces redefinido: “La cárcel no es pues el instrum ento que
el derecho penal se h a dado p a ra luchar contra los ilegalis­
mos; la cárcel h a sido un instrum ento p a ra reacondicionar el
campo de los ilegalismos, p a ra red istribuir la economía de los
ilegalismos, p a ra producir u n a cierta form a de ilegalismo
profesional, la delincuencia, que por un lado iría a pesar sobre
los ilegalismos populares y, por otro, a servir de instrum ento
al ilegalismo de la clase en el poder. La cárcel no es, pues, un
inhibidor de la delincuencia o de los ilegalismos; es un redis­
tribuidor de ilegalismos”.6En lo sucesivo no hay m ás fracaso,
sino éxito, pues al fabricar la delincuencia, la cárcel triunfa
6 DE, II, nu 108, pág. 351.
s Conferencia en la U n iversidad de Montreal: “Les m esures alternati-
ves á rem p rison nem en t” (marzo de 1976), en Actes. Les Cahiers d ’action
ju rid iq u e , n" 73, 1990, pág. 13 (el texto no figura en DE).

77
notablem ente. Ese ilegalismo cerrado será precioso, tanto
indirecta como directam ente. Los ejemplos recurrentes de la
prostitución, del tráfico de arm as o de la droga confirman la
utilidad económico-política de la delincuencia.7

La g é n e s is d e l in d iv id u o p e l ig r o s o

Remitido a su propia historia, el delincuente delata su lugar


de nacimiento: esa segunda m itad del siglo x v i ii , cuando se
tra n sfo rm a 'e n el enemigo público. M ás que infractor, que
perm anece en el campo jurídico, el delincuente se identifica
entonces con el detenido: la cárcel es su lugar de visibilidad
y su momento de aparición. El detenido es lo im pensado del
delincuente. El nacim iento de la cárcel tiene entonces como
correlato desapercibido el nacim iento del delincuente. Si
siem pre resu lta necesario recordar esa historicidad del delin­
cuente es porque siem pre se presenta, como de sí mismo, con
la evidencia de una especie n a tu ra l cuya característica esen­
cial sería la peligrosidad. Entonces, al igual que la cárcel, y
por las m ism as razones que ella, el delincuente es u n a
invención, u n producto histórico cuyo surgim iento es posible
circunscribir precisam ente, y que tam bién arraig a en una
determ inada problem ática de saber-poder. La voluntad de
in d ag ar en la verdad del crim inal tam bién se establece aquí
y prefigura el nacimiento del individuo disciplinario. La
palab ra “fabricación”, con la que Foucault m achaca por todas
partes, dice bastante sobre el artífice de la operación: el
delincuente es un producto de la institución. P a lab ra precio­
sa que expresa un doble sentido: la prisión engendra u n a
fabricación propiam ente social y u n a fabricación m ás especí­
ficamente cognitiva de la delincuencia. Contra el estereotipo
del revoltoso, del rebelde encarcelado, Foucault hace valer el
hecho de que no se podría ser delincuente con anterioridad a
la prisión, reactivando y asumiendo entonces serenam ente
uno de los lugares comunes m ás trasnochados de la crítica
carcelaria. De todos modos, en el siglo xix hay producción en
otro sentido m ás radical: el delincuente es el producto artifi­
cial de la técnica penitenciaria y de su correlato criminológi­
co. La cárcel es el laboratorio donde se elabora la delincuen­
cia. Allí donde la crítica h u m an ista denuncia a la institución

7 DE, IV, n° 297, págs. 195-196.

78
que transform a al hombre en anim al, Foucault subrayará
m ás bien las operaciones cognitivas que producirán esa
ficción conceptual que es el delincuente. Ficción recurrente y
tan to m ás operativa cuanto que va a desem peñar u n rol
retrospectivo, puesto que, a p a rtir de la cárcel, la delincuen­
cia aparecerá como si am bas hubieran existido desde siem­
pre. Se tr a ta de un doble logro: he ahí a la cárcel justificada
y al delincuente naturalizado. De allí en m ás form an u n a
pareja inseparable. En efecto, la distancia es grande entre el
simple a utor de ilegalismos, el infractor calificado, y ese
personaje laboriosam ente construido con efectos de lo real, al
que el siglo xix h a denominado delincuente. Dicha fabricación
de la delincuencia descansa en un núm ero determ inado de
operaciones específicas. Ante todo, realiza la fusión de todas
las formas de delitos en u n a sola y única especie, que niega las
características específicas de ciertos ilegalismos. De esta
confusión, m antenida a sabiendas, resu lta u n a interferencia
que produce u n doble desconocimiento: desconocimiento so­
cial y político (sordera a las formas de expresión m arginales
em pleadas espontáneam ente por ciertos grupos o individuos)
y desconocimiento intelectual (aislar u n a delincuencia no
perm ite conocer m ás al hipotético objeto que se pretende
delim itar). Los delincuentes term in an por aparecer como
u n a “especie de m u tan tes psicológicos y sociales”.8
La noción de peligrosidad se asegura un papel de prim er
plano en las elaboraciones teóricas del siglo xix, en la in te r­
sección de la psiquiatría y la criminología, del asilo y la cárcel.
E sa noción es mixta: el individuo peligroso es al mismo
tiempo enfermo y criminal, sin ser por completo ni u n a ni la
otra cosa. De ahí ese juego de rem isiones que se in sta u ra
entre lo penal y lo médico. E sta doble pertenencia -judicial y
p siq u iá trica - h ab ría bastado p a ra explicar el interés de
Foucault por justificar investigaciones cada vez m ás profun­
das y actualizadas, de las que dan testim onio num erosos
textos pertenecientes al período 1975-1984. La peligrosidad
de un individuo descansa en una invariante: su “n a tu ra le z a ”
agresiva de individuo perjudicial p a ra sus sem ejantes y a
veces p a ra sí mismo. Exam inada m ás de cerca, la noción de
peligrosidad delata muy pronto sus limitaciones. La peligro­
sidad no es el peligro, siempre real, pu n tu al y perfectam ente
identificable, sino que se apoya en u n a grosera evaluación de

8 DE, II, nB 131, pág. 469.


79
potencialidades librem ente extrapoladas a p a rtir de hechos
de innegable peligrosidad, pero tam bién aislados y/o caducos.
De m an era que el hecho de haberse revelado peligroso ocasio­
nalm ente se transform a en tendencia congènita, en disposi­
ción perm anente del individuo. Pacientem ente, Foucault
d esm antelará ese concepto, haciendo volar en pedazos su
seudo neu tralid ad y exhum ando su estricta historicidad.
Ahora bien, esa peligrosidad es la pieza clave de u n cambio de
la penalidad. Bajo el Antiguo Régimen, el delito e ra el m al
absoluto: segmento maléfico, pero cerrado, cerrado sobre sí
mismo que el suplicio se encargaba de b o rrar con la m uerte
del, culpable. E n el suplicio, todo repite pletòricam ente el
acto. El au to r no es m ás que un agente que no cuenta con
ninguna posibilidad. Con la peligrosidad intrínseca del delin­
cuente surge u n a disociación entre el a utor y su acto. D urante
mucho tiempo la penalidad sólo h abía sancionado actos.
Desde la E dad Media predom inaba la teoría de la responsabi­
lidad. Lejos de debilitarla, los reformadores del siglo xvm
reactivaron m ás bien esa concepción compatible con su esque­
m a igualitarista de la pena. Lo que se destruye con la apari­
ción del individuo peligroso es, al mismo tiempo, la referencia
a la responsabilidad y, por otra parte, la igu alitaria a trib u ­
ción de penas p a ra los delitos. Con la peligrosidad, el acento
se desplaza del crimen hacia el criminal. Dado que no es el
acto mismo quien resulta reprensible, sino su autor, se
em prenderán investigaciones inéditas y m inuciosas sobre su
personalidad, su carácter, su perfil psicológico. E xtraño des­
plazam iento, pues el peligro n u n c a h a sido u n delito:
especulación antes que comprobación, pronóstico antes que
diagnóstico. Sin embargo, será ese personaje virtual, “núcleo
de peligrosidad”, quien desde entonces dom inará la escena
judicial.
Con la noción de peligrosidad comienza un giro decisivo
p ara la penalidad: la psiquiatría se convierte en el vector
determ inante. Desde 1832-su b ra y a F oucault-, el psiquiatra
tiene un papel judicial, aparece entonces como un segundo
juez, con incidencia decisiva en la atribución de la pena. La
evolución se precisa en 1958, al plantearle la justicia tres
cuestiones vinculadas con la peligrosidad del individuo, con
su disponibilidad ante la sanción y su curabilidad (o ad a p ta ­
bilidad). Ahora bien, aquí la lógica-com prueba F o u c a u lt-n o
es ni jurídica ni médica o psiquiátrica, sino solam ente disci­
plinaria. La aparición de circunstancias a te n u a n tes traduce
80
bien esa evolución que inflexiona en el propio espíritu de la
ley, al m odular la sanción según el perfil de los individuos. El
p siquiatra vuelve a encontrar entonces el estatuto disciplina­
rio, que es m ás bien el suyo propio: “E l alienista h a sido ante
todo el encargado de un peligro; se ubica como el centinela de
un orden que es el de la sociedad en su conjunto”.9 La
conferencia de Toronto (1977) describe m eticulosam ente la
génesis de ese individuo peligroso.10 Varios elem entos se
com binarán a través de un cambio lento y complejo p a ra
promover insidiosam ente esa penalidad que pone en el cen­
tro a la propia persona del delincuente. E n el punto de p a rtid a
se encontrarían las investigaciones llevadas a cabo en el siglo
xix en torno a algunos crím enes particularm ente horribles,
con causas inexplicables, que construirán la figura del m ons­
truo criminal. Surge entonces u n concepto psiquiátrico, el de
“m onom anía homicida”, m ediante el que se va a operar una
“patologización del crim en” y correlativam ente la “psíquia-
trización de la delincuencia”: u n individuo sólo es peligroso
porque está enfermo. La psiquiatría ingresa entonces en la
concepción de u n a m edicina encarada como higiene pública
que contribuirá a m edicalizar los problem as sociales. E sta
tendencia arraiga en un movimiento de fondo que, desde el
siglo xviii, a través de los análisis del Leviatán de Hobbes,
hace de la medicina u n a ap u esta social y política. Queda por
explicar la enigm ática transferencia de la que re su lta rá que,
alrededor de 1820, el poder judicial se vea despojado en
beneficio del poder psiquiátrico. Si aquellos grandes crím e­
nes pudieron plantearse como problem as, era porque a p a re ­
cían como inmotivados. El crim en m onstruoso hace estallar
a plena luz la im potencia de la justicia y por eso esta espinosa
cuestión finalm ente le tocará en suerte a los psiquiatras. El
viejo marco de la responsabilidad penal, fundado en la impu-
tabilidad de los actos a un autor, estalla entonces en pedazos.
T riunfa la determ inación psicológica según la cual sólo el
médico se encuentra habilitado p a ra dilucidar. Pero entonces
el cambio que se anuncia se encuentra lejos de e sta r to tal­
m ente cumplido. Por m onstruosos que sean, esos crím enes no
dejan de ser excepcionales tan to en el tiempo como en el
espacio, al mismo tiempo escasos y efímeros. Los conceptos de
locura moral, de perversión y de degeneración se sucederán,
9 D E, III, n° 202, pág. 272.
10 L ’E v olu tion de la notion d ’in d iv id u dangereux d a n s la p sy c h ia trie
légale d u XIXe siècle (DE, III, nD220).

81
asegurando la difusión y la masificación del enfoque psi­
quiátrico de lo pen al a tra v é s de u n a grilla u n iv ersal. Las
te sis d e sarro lla d as h acia 1890 por la Antropología crim i­
nal d e se m p e ñ a rá n al respecto u n papel decisivo, al propo­
n e r d e sp en a liz a r el crim en y a b a n d o n a r la noción ju ríd ic a
de resp o n sab ilid ad en beneficio de la psicológica de peli­
grosidad. P eligrosidad que crece en razón in v e rsa al coefi­
ciente de responsabilidad, ya que el irre sp o n sa b le r e s u lta
entonces el individuo m ás peligroso. M ás que en u n castigo,
la pena se convierte en u n medio p a ra defender a la sociedad.
Sin embargo, las tesis de la Antropología crim inal serán
abandonadas progresivam ente, pero reaparecerán en dere­
cho civil, a través de los problem as de accidentes, de riesgo y
de responsabilidad, perfilando la noción de “responsabilidad
sin falta ”. Ju sta m e n te esa despenalización de la responsabi­
lidad civil será la que proporcione un inesperado modelo al
derecho penal, a través de la noción de riesgo: el gran
crim inal es ese individuo portador de riesgos al que se podrá
h acer responsable penalm ente sin im putarle, sin embargo,
plenam ente sus actos. De ahí la ex trañ a paradoja de u n a
im putabilidad sin libertad. De allí en m ás, la sanción ya no se
orienta a castigar, sino a prevenir u n riesgo.:.
E s a reflexión sobre la peligrosidad p ro se g u irá a ú n en
otro campo, ya no teórico e histórico, sino pragm ático y
contem poráneo. La conferencia de Toronto concluía con la
idea de que podría su rg ir u n a in q u ie ta n te sociedad de un
derecho que in te rv ie n e sobre los individuos en razó n de lo
que son. La m ism a in q u ietu d es la que tam bién se desliza en
esos fragm entos donde Foucault evoca la p siq u iatría soviéti­
ca, la pena de m uerte, la ley llam ada antim otines o los QHS.11
Allí vuelve a encontrarse el mismo pensam iento, sólidam en­
te instalado en los mismos postulados. E n el plano carcelario,
la cuestión de los QHS es p a rticularm ente significativa. En
efecto, aparece como u n a prolongación, al interior mismo de
la pena, del debate que la agitaba en el exterior. Al criterio
jurídico-psiquiátrico de peligrosidad se superpone un crite­
rio propiam ente penitenciario, que por otra p a rte no lo
recorta exactam ente, puesto que descansa sobre el comporta­
m iento du ran te la detención. Se p lan tea entonces un círculo:
11 QHS (Q u artier de haute sécurité). Sectores de alta seguridad. Para
F oucault constituyen “un punto neurálgico del siste m a penitenciario”.
Creados en 1975, esos sectores de régimen disciplinario reforzado d esap a­
recieron de la s cárceles en 1981 (cf. DE, IV, ri-’ 275).

82
se coloca en QHS a un detenido de quien se sospecha que es
peligroso y su presencia en un QHS dem uestra su peligrosi­
dad. De esta situación fluye u n a doble pena que perm ite al
poder penitenciario reforzar sus prerrogativas. El m undo de
los encarcelados se divide en dos: los incorregibles, por un
lado, indefinidam ente castigables, y por el otro, los recupera­
bles: los malos crim inales y los buenos.12E l individuo peligro­
so constituiría entonces el punto lím ite de toda penalidad
reform atoria y su m ás notoria paradoja, puesto que él repre­
senta aquello mismo que no se puede reform ar ni corregir. Al
igual que en el procedimiento judicial, se encuentra aquí la
m ism a ru p tu ra del sistema igualitario, ya que se puede otorgar
u n adicional a la pena o un agravam iento de sus condiciones.
Vuelve a encontrase, aunque en m enor medida, la m ism a
lógica que presidía la elección -so b re la base de criterios
internos a la detención-, de los detenidos que había que
vigilar en particular, clasificación que justificaba un t r a t a ­
m iento derogatorio, con contornos forzosam ente imprecisos,
y m edidas disciplinarias específicas, según la sola aprecia­
ción del poder penitenciario. Aparece aquí u n a especie de
cadena de la peligrosidad que viene a duplicar o reduplicar
los criterios penales, a veces sustituyéndolos. Foucault in ­
vierte, entonces, el argum ento de la peligrosidad. A propósito
de A ttica,13 del caso M irval,14 de los QHS, de la pena de
m uerte o de penas incomprensibles, dem uestra que la cárcel
es u n a institución violenta que sólo puede engendrar violen­
cia. La violencia desatada que estalla ocasional y espectacu­
larm en te debe entenderse, entonces, como la resp u esta de­
m orada a la violencia fundam ental, sorda y cotidiana de la
institución. La cárcel es u n a “m áquina de m u erte ” que funcio­
n a p a ra la eliminación física: “Acusamos de asesinato a la
cárcel” escribe Foucault en u n a significativa elipsis, luego de
la ejecución de Buffet y Bontem ps.15 Pero si la peligrosidad

12 Tem a particularm ente recurrente en los últim os textos (cf. D E , III, na


273, pág. 817, IV, ns 275, pág. 8 y n5 300, pág. 206).
13 La cárcel de Attica (Estado de N u eva York) fue el teatro, en sep tiem ­
bre de 1971, de uno de los m ás san grientos m otines carcelarios (43
muertos). F oucault la visitó en abril de 1972 (DE, II, nB 137).
14 E n 1974, Patrick Mirval, joven antillano detenido por un delito
menor, m uere como consecuencia de una golpiza e n un ascensor en Fleury-
M érogis. La investigación concluirá con u n “no h a lugar”... (DE, III, n - 166).
15 Condenados a pesad as penas, Buffet y B ontem ps asesinan , como
consecuencia de un intento de evasión e n la cárcel de Clairvaux, a un
guardia y a una enfermera. S erán guillotinados en 1972 (DE, II, n- 114).
83
a m enudo traduce un peligro im aginario, u n a simple v irtu a ­
lidad, con frecuencia las medidas p a ra circunscribirla serán
realm ente productoras de peligro. La peligrosidad sería en­
tonces el hilo rojo que perm ite ligar los diferentes miedos de
u n a sociedad aterida, replegada sobre su “carcelocentrism o”.
Desde el siglo xix, cuando tiene su lugar de nacim iento en la
psiquiatría y la criminología, h a s ta la legislación soviética,
que tam bién acorrala al individuo peligroso, la obsesión por
la seguridad aparece como inseparable del concepto del
individuo peligroso. La justicia tam bién p articipa de esa
dram atización cuando recurre a lo que Foucault denom ina la
“estrategia del contorno”: causar miedo en tan to se pretende
asegurar la defensa de la sociedad.16 Denuncia entonces esa
deriva de la ju sticia penal que, al anteponer su función
preventiva de peligros, deja de asum ir su papel. Al respecto
se vincularían los reparos de Foucault frente a cualquier
política de pre-vención...

El n a c im ie n t o d e l a c r im in o l o g ía

“La cárcel, lugar de ejecución de la pena, es al mismo tiempo


lugar de observación de los individuos castigados. E n un
doble sentido. Vigilancia, por supuesto. Pero tam bién conoci­
m iento de cada detenido, de su conducta, de sus disposiciones
profundas, de su progresivo mejoramiento; las cárceles de­
ben ser concebidas como un lugar de formación de un saber
clínico sobre los condenados” (pág. 252). P a ra Foucault el saber
nunca es determ inante e instituyente como tal: todo saber se
inscribe necesariam ente en el ejercicio de un poder que, a
cambio, se justifica con él. No está, pues, por encim a del poder
como proyecto apriori) sólo aposteriori el saber aparece como
teorización de las prácticas del poder. De todos modos, el
esquem a es m ás complejo: por encima, un saber informe, un
poder que, a causa de eso, nunca se ejerce de m an era ciega,
sino que, por el contrario, es estrictam ente pensado, prem e­
ditado, calculado. No obstante, ese saber nunca es saber puro
o u n a p u ra idea. Las ideas son siempre procedimientos de
ratificación o de denuncia de un poder. Lo que expresan,
explícita o im plícitam ente, es una “relación de poder”. E n ese
sentido, existe u n a anterioridad del poder con respecto al

16 DE, iri, n" 270.


84
saber, pero esa anterioridad no debe ser concebida de m an era
ingenua como u n a cepa originaria de poder puro: ya no hay
poder puro ni saber puro. Si el poder puede ser considerado
como primero, lo es en razón de su efectividad, no de su
anterioridad cronológica. Todo poder integra, pues, incluso
de m anera grosera, m ínim a o clandestina, fragm entos de
saber como elem entos de u n a teoría de su práctica. Saber y
poder se encuentran en perm an en te interconexión. Visible­
m ente irritado por ciertas incom prensiones o deformaciones
de su pensam iento en este campo, Foucault propondrá luego
la expresión “nexus de saber-poder”, que tiene el m érito de
producir un corto circuito en cualquier tem ática de los oríge­
nes: lo originario, entonces, es el nexus.11 E n SP, dicha
relación e stá colocada en todas partes. Las disciplinas no son
solam ente esas tecnologías del cuerpo ta n m inuciosam ente
expuestas; tam bién son in strum entos del saber: “Lejos de
im pedir el saber, el poder lo produce. Si se h a podido consti­
tu ir u n saber sobre el cuerpo, esto h a sido posible a través de
u n conjunto de disciplinas m ilitares y escolares. Un saber
fisiológico, orgánico, sólo era posible a p a rtir de un poder
sobre el cuerpo. [...] Es preciso construir la arqueología de las
ciencias h u m an as sobre la base del estudio de los mecanismos
de poder que h a n investido al cuerpo, a los gestos, a los
com portam ientos”.18El espacio carcelario e sta rá en el origen
de tres diferentes procedimientos, aunque solidarios, del
saber-poder: la escenificación, el exam en y la criminología,
en la que indiscutiblem ente culmina.
El exam en es uno de esos conceptos tran sv ersales que
perm ite u n a especie de corte horizontal en el episteme. En
tan to tal, no se refiere a ninguna práctica precisa del poder
disciplinario, aunque las engloba a todas. El propio nombre
de exam en encubre así las m ás diversas realidades: visita a
los hospitales, desfile o p a ra d a m ilitar, composición escolar.
El exam en implica una m irada a la que sin embargo nunca se
reduce solam ente, puesto que en este caso m ira r significa
conocer: in stru ir un expediente, acum ular documentos. Un
vínculo directo enlaza, entonces, al panoptism o con el exa­
men. E n 1963, N C proponía u n a “arqueología de la m irada
m édica”, pues esa m irada, constitutiva de u n a nueva ciencia
17 E n Q u ’est-ce que la critique? (Critique et A ufkläru ng). Conferencia
pronunciada ante la Société française de philosophie, en mayo de 1978, y
publicada por su B u lletin (1990). (Su texto no figura en DE .)
18 DE, II, nB 157, págs. 757 y 759.
85
y que in au g u rab a nuevos procedimientos en un espacio
arquitectónico dado, incluía ya al exam en como u n a de sus
instancias rituales. E n Foucault, la pa la b ra m irada está
cargada de densos sentidos, nunca es ingenua, como podría
serlo la m irada n a tu ra l o incluso fenomenológica y siem pre
im pregnada de saber. E n SP, su esta tu to no ha cambiado en
nada: la m irada individualiza y el “desbloqueo epistemológi­
co” sólo será posible sobre la base de esa individualización. El
exam en calibra y juzga: evalúa y sanciona aptitudes, compe­
tencias, potencialidades; resulta, indisociablem ente, proce­
dim iento del saber y elem ento del poder. De este m anera, no
constituye u n a m odalidad aleatoria o epifenoménica del
poder disciplinario, sino uno de sus engranajes esenciales,
que asum e u n a doble función: exclusión, hacia el lado del
poder; selección, hacia el del saber. El exam en ratifica así el
ingreso del individuo en el campo documental: se crea enton­
ces un archivo adm inistrativo en torno al expediente consti­
tuido sobre cada uno, transform ándolo en caso. B uscar al
niño en el hom bre será de allí en m ás el masivo modo
retrospectivo p a ra la explicación de los comportamientos.
Pese a que son com parables en los procedimientos y en las
finalidades, la investigación y el exam en corresponden, sin
embargo, a estratos históricos bien diferentes: la E dad Media
p a ra la investigación, el siglo xvm p a ra el exam en.19 Pero,
pese a que desembocan por las m ism as razones en la form a­
ción de saberes positivos, am bas m odalidades se encuentran
sobre todo en posiciones m uy diferentes. Los saberes que
surgen de los procedimientos de investigación supieron tra n s ­
form arse en procedimientos autónomos, portadores de un
saber positivo. La investigación judicial perm ite el nacim ien­
to, entonces, de la investigación n a tu ra lis ta y luego de las
ciencias de la n aturaleza. Dem asiado estrecham ente solida­
rio con los procedimientos disciplinarios que lo h ab ían solici­
tado, el exam en se ve hipotecado de e n tra d a por su origen. Se
m u estra como un em ergente de los saberes positivos y de los
saberes m ás pragm áticos, m ás directam ente utilitarios, m ás
sospechosos en cuanto a sus finalidades y a su im plem enta-
ción, y m ás discutibles en el plano teórico. En ese sentido,
F oucault dirá que la psiquiatría tiene un “perfil epistemoló­
gico bajo”.20 Es u n a preciosa noción que perm ite discrim inar
en tre biología y psiquiatría, m edicina y criminología. El
19 DE, II, nQ115.
20 DE, III, n'J 192, pág. 141.

86
exam en es desde el comienzo mismo, e indefectiblem ente un
in strum ento del poder y u n a h e rra m ie n ta del saber. Al
individualizar y someter, hace posible un sab er preciso sobre
los individuos. Las disciplinas ocasionan así ese espectacular
desbloqueo epistemológico que da nacim iento a las ciencias
del hombre. E x tra ñ a inversión de u n orden que se suponía
lógico: la m edicina em an a del hospital, la pedagogía de la
escuela y la criminología de la cárcel. R igurosam ente especi­
ficado por el ejército, la escuela o el hospital, el exam en
carcelario no parece obedecer, a sem ejanza de la revisión, la
composición o la visita, a u n a operación singular y perfecta­
m ente identificable. No es que no exista, sino m ás bien que se
diluye y se expande: en la cárcel, el exam en se encuentra en
todas partes. Foucault m u estra esa infinita proliferación, esa
m ultiplicación vertiginosa de la pena en la práctica penal,
cotidiana. Desde el informe policial al grueso expediente
constituido por la instrucción de las diferentes piezas depues­
ta s en el archivo penitenciario, a los diferentes informes
(disciplinarios, psicológicos, sobre el com portam iento, ju d i­
ciales, educativos...) que jalonan el itinerario carcelario, el
prisionero se encuentra cercado, lastrado por esa prolifera­
ción de lo escrito, por esa infinita m ultiplicación del poder de
juzgar.
Sólo las ciencias de perfil epistemológico bajo, como la crimi­
nología o la psiquiatría -se ñ a la Foucault- son reacias a su
propia historia: ni la medicina ni la biología pertenecen a esa
categoría. Pese a un paralelismo en la exposición, hay que
adm itir que el desbloqueo epistemológico producido por las
disciplinas no engendrará en todas p artes los mismos efectos.
Positivos e indiscutibles en el hospital, pero las consecuen­
cias carcelarias serán m enos gloriosas: advenim iento de la
m edicina m oderna, por un lado, de la criminología, por otro.
No es, pues, por el lado de la investigación científica donde
será preciso buscar el fundam ento de la criminología, sino
m ás bien por el de la cárcel, que perm anece así como el punto
de p a rtid a y el de llegada de todos los análisis de SP. Al ser
un lugar por excelencia del ejercicio de un poder, la cárcel se
revela tam bién como lugar de producción de un saber. En
verdad, ese saber es de varias clases. Existe un saber propia­
m ente pragm ático, o ciencia penitenciaria, que sólo es una
técnica apenas distinguible de los procedimientos disciplina­
rios de los que es la racionalización. Desplomándose sobre
todos esos saberes pragm áticos de gestión de ilegalismos y
englobándolos, está sobre todo la “cha rla ta n e ría de la crim i­
nología” (pág. 311), invalidada de e n tra d a por su lugar de
origen:21 “¿H an leído alguna vez textos de criminología? Es
como p a ra que se les caiga el alm a al piso. Lo digo con
asombro, no con agresividad, porque no consigo entender
cómo ese discurso de la criminología h a podido quedar así. Se
tiene la im presión de que el discurso de la criminología es de
ta n ta utilidad, re su lta reclamado con ta n ta intensidad y se
h a vuelto ta n necesario p a ra el funcionamiento del sistem a
que ni si quiera tuvo necesidad de procurarse u n a justifica­
ción teórica o, m ás sim plem ente, u n a coherencia o u n a cierta
arm azón. Es com pletam ente utilitario. Creo que es necesario
investigar por qué u n discurso ‘sabio’ se h a vuelto ta n indis­
pensable p a ra el funcionamiento de la penalidad en el siglo
xix”.22 Foucault recuerda con malicia que la publicación de
p artes del expediente y de la m em oria de P ierre Rivière puso
en evidencia la incuria de la criminología y de la psiquiatría,
así como su esterilidad cognitiva, de donde proviene su
tem poraria y sabrosa mudez. H abía nacido u n saber que
desde entonces in te n ta rá m eticulosam ente bo rra r su origen.
La criminología reivindica entonces u n a pretensión de cien-
tificidad que no le impide intervenir indirecta y directam ente
en el proceso represivo, cuya génesis se supone que tiene que
explicar, convirtiéndose así en u n engranaje efectivo y en un
celoso auxiliar del poder penitenciario, al que orienta y
aconseja. Con la criminología se cierra u n circuito: “En el
fondo, ¿de dónde provienen ésas nociones de peligrosidad, de
disponibilidad p a ra la sanción, de curabilidad? No se encuen­
tra n ni en el derecho ni en la medicina. No son nociones
jurídicas, ni psiquiátricas, ni médicas, sino disciplinarias. [...]
Creo que la criminología acarrea todas esas nociones”.23
Saber del orden que tiene, en el propio orden, su condición de
posibilidad: la cárcel es el laboratorio de la criminología y el
lu g ar de producción del delincuente. Al hacerlo, pone en
acción una ilusión retrospectiva, la de u n a especie de delin­
cuente sui generis, que oculta el hecho fun d am en tal de que la
cárcel es el lugar de aparición de esa especie; oculta tam bién
los efectos propios del carcelarism o sobre el individuo, los
in te rp re ta como u n a constante antropológica. La criminolo­

21 M ás adelante, F oucault propondrá retirar esa “expresión algo ligera”


(DE, IV, n° 346, pág. 638).
22 D E, II, n8 156, pág. 748.
23 D E, II, n° 142, pág. 672.

88
gía constituye entonces un sistema: ante todo, con la cárcel
pero también con todo lo que se teje alrededor de ella. A
propósito, Foucault evoca al “trío Lacenaire-Gaboriau-Lom-
broso”: el criminal, el novelista y el criminólogo. Tres activi­
dades distintas y, sin embargo, afines. Tres prácticas de
escritura cómplice: la que relata el hecho supuestamente en
bruto, la que lo novela y la que especula a partir de él.24 Más
precisamente, Foucault analizará la criminología como una
de las respuestas al fracaso carcelario, respuesta en forma de
huida hacia adelante. De esa prueba, la cárcel, “institución
reciente y frágil, criticable y criticada”, resurgirá paradójica­
mente reforzada, abastecida con un pesado coeficiente de
evidencia, puesto que pretenderá aparecer entonces como la
solución al problema de esa delincuencia que contribuyó a
crear.

21 DE, II, ns 116, pág. 398.


89
“CASTIGAR
ES LO MÁS DIFÍCIL QUE HAY”1

La cárcel no es u n elem ento aislado; im porta analizarla


dentro del sistem a en el que cobra sentido y que la excede: “El
sistem a carcelario congrega en u n a m ism a figura discursos y
arquitecturas, reglam entos coercitivos y propuestas científi­
cas, efectos sociales reales y utopías invencibles, program as
p a ra corregir a los delincuentes y m ecanism os que solidifican
la delincuencia” (pág. 276). Incluso m ás allá del sistem a
carcelario e stá el conjunto del sistem a penal que implica - y
con m ayor a m p litu d - el “sistem a de racionalidad” en el que
se inscribe la cárcel. Se tr a ta de un encajonam iento de
sistem as que constituye un sistem a y que desemboca en ese
poder creciente de la norm a, cuyos lím ites se extienden en
adelante mucho m ás allá de los m uros de la cárcel o del asilo:
“Nos convertimos en un a sociedad esencialm ente articulada
sobre la norm a. Lo que implica u n sistem a de vigilancia, de
control, totalm ente diferente. U na visibilidad incesante, u n a
perm anente clasificación de los individuos, u n a jerarquiza-
ción, u n a calificación, el establecim iento de lím ites, un some­
tim iento al diagnóstico. La norm a se convierte en el criterio
de selección de los individuos”.2A p a rtir de entonces, resu lta
imposible abordar la cárcel como si fuera u n a institución
aislable y aislada. Conviene an alizarla ante todo como poder
normativo.
Si la cárcel constituye u n modo de gestión de los ilegalis-
mos, entonces la cuestión de su desaparición sólo puede ser
encarada en el m arco de su aprensión global. Estim ulado,

1 D E, IV, n° 301.
2 DE, III, n° 173, pág. 75.

91
solicitado por ciertos problem as contem poráneos, Foucault
tam bién se in terro g ará de m anera recurrente sobre el siste­
m a penal y acerca del sentido del castigo en general. ¿Es
posible en carar un m undo sin cárceles? ¿Cuáles serían enton­
ces las alte rn a tiv a s a la cárcel? ¿Cuáles serían las penas de
reemplazo? Y, la m ás agobiante de todas, la preg u n ta que
parece obsesionarlo: “¿A qué se le llam a castigar?” Es preciso
ten e r en cuenta la evolución de su pensam iento. E n tre los
prim eros textos de 1971 y la últim a entrevista que consagra
a la cárcel en 1984, su posición fue modificándose, pero nunca
renegó de lo esencial. E n él opera u n a doble influencia,
in te rn a y externa: por u n a p arte, su pensam iento evoluciona,
m ad u ra y se rectifica; por otra, se m antiene en fase con la
actualidad penal, nacional e internacional. En 1981, la llega­
da al poder de u n a m ayoría de izquierda, si bien no cambia
completamente los datos fundamentales del problema -Foucault
se había situado resueltam ente fuera de las prácticas electora­
les-, sin embargo inflexiona en su reflexión y así saludará
claram ente las prim eras m edidas adoptadas por R. B adinter,
“el mejor m inistro de ju sticia que hemos tenido en muchos
años”.3

¿ C errar las c á r c ele s?

“La cárcel fue in sta u ra d a parai castigar y enm endar. ¿Casti­


ga? Quizás. ¿Enm ienda? Por cierto que no.”4La reinserción es
u n señuelo. E n realidad, causa u n a desocialización que ase­
g ura u n a señalización del detenido antes que su rea l resocia­
lización. La cárcel constituye, pues, una paradoja ejem plar,
desde el momento en que pretende re in se rta r desinsertando.
La cárcel es inoperante, arcaica, costosa y deletérea. Sus
efectos son devastadores: desinserción del m arco de vida
cotidiana, dislocación del medio fam iliar, falta de trabajo y
vínculos duraderos con u n medio profundam ente anclado en
la delincuencia. Escapa, adem ás, a cualquier rea l control
democrático. De todo esto resu lta la promiscuidad, la violen­
cia moral, física y sexual, los tráficos clandestinos que hacen
de cualquier perm anencia carcelaria algo precario y am en a­

3 Supresión de la pena de m uerte, derogación de la ley antim otines en


1981, supresión de los tribunales perm anentes del ejército y del delito de
hom osexualidad en 1982 (DE, IV, n- 316, pág. 318,y n" 353, pág. 691).
4 DE, IV, n° 335, pág. 523.

92
zante. La cárcel dem uestra ser el lugar paradójico de la
violencia m ás extrem a y de la m ayor denegación del derecho:
“La cárcel es el ilegalismo institucionalizado [...] es la caja
negra de la legalidad”. Lejos de erradicar los ilegalismos, los
encarna y los reproduce al máximo nivel: “¿Cómo es posible
que u n a sociedad como la n u estra, que se h a dado u n aparato
al mismo tiempo ta n solemne y ta n perfeccionado para hacer
resp e tar sus leyes, cómo es posible que h a y a colocado en el
centro de ese aparato un pequeño mecanismo que sólo funcio­
n a sobre la base de la ilegalidad y que sólo fabrica infraccio­
nes, ilegalidades, ilegalismo?”.5
E n el plano teórico, Foucault concibe su trabajo como la
colocación en perspectiva histórica de la institución, lo que se
orienta a destru ir la ilusión de perennidad sobre la que
im plícitam ente se apoya. D econstruir lo que había denomi­
nado la “evidencia de la cárcel” (pág. 234) se convierte en la
ta re a prioritaria. Así, los dos aspectos de la investigación
histórica y genealógica, y de la exploración prospectiva del
sistem a penal venidero, re su lta n indisolublem ente ligados,
siendo uno claram ente la condición de posibilidad del otro.
Sólo del análisis y de la explicitación m inuciosa del zócalo
racional sobre el que h an nacido y prosperado las diferentes
prácticas punitivas podrá surgir u n enfoque radicalm ente
nuevo del sistem a penal. La crítica inm ed iata tam bién p resu ­
pone siem pre esa investigación arqueológica, sin la que - a l
re s u lta r am nésica- se vuelve inconsecuente y errática. E n ­
tonces, necesariam ente, y aunque sólo sea de m anera sem án­
tica, en la tem ática del nacim iento de la cárcel se perfilan
tam bién su decadencia y m uerte. Pero al no ser n a tu ra l, ese
proceso implica que los hechos que h ab ían legitimado su
existencia sean entonces tra tad o s de otra m anera o que
h a y a n experim entado cambios. S P fue escrito en un período
de intenso y radical cuestionam iento a la institución carcela­
ria. Por todas partes autores y movimientos reclam an el
inm ediato cierre de las cárceles. Foucault perm anecerá siem ­
pre extrem adam ente prudente y evasivo en cuanto a la
eventualidad de u n a sociedad sin cárceles, lo que p a ra él
rem ite a la utopía.6 Al respecto, todo ocurre como si esas
vastas perspectivas radicales y solam ente teóricas estuvie­
ran, a su juicio, vacías de sentido, que no fueran ni recusables
ni defendibles. Si h a n sido necesarios ciento cincuenta años
5 Conferencia en la U niversidad de M onlreal (texto citado, pág. 12).
6 DE, II, n" 160, pág. 780 y n'-’ 125, pág. 432.
93
p a ra constituir ese sistem a carcelario, ¿cómo im aginar que
podría desaparecer instan táneam ente? Significa por una
p a rte subestim ar la densidad y coherencia del sistem a que lo
justificaba y que continúa operando y, por otra, subestim ar
tam bién sus capacidades de cambiar: “El problem a no es
cárcel modelo o abolición de las cárceles”, declaraba en 1972.7
Incluso si bien la desaparición de la cárcel se encuentra
indiscutiblem ente en el horizonte de su pensam iento, no
obstante se deja llevar por el rechazo a todo m esianism o, por
el apego a un pragm atism o bien anclado en las luchas a librar
en el presente. Entonces parece replegarse m ás m odesta­
m ente ante esas conmociones - a veces m inúsculas, aunque
de otro modo m ás reales y decisivas-, y seguir operando
dentro del sistem a. La alternativa se p lan tea entonces entre
reformismo pragm ático y radicalismo teórico. Ahora bien,
m ás vale un reformismo modesto, pero eficaz, que u n radica­
lismo grandilocuente, pero estéril. F ren te al romanticism o
del radicalism o que predica, sine die, el cierre de las cárceles,
especie de versión carcelaria de la G ran Tarde, ante la
destrucción ostentatoria de los símbolos, Foucault prefiere el
lento, pero m ás seguro, aplazam iento de la institución carce­
laria, su progresiva marginalización, su inexorable desagrega­
ción. Vigilia que sin duda preludia su extinción anunciada, la
que probablem ente sea larga. A pesar de innegables reticen­
cias, adm ite que conviene “desarrollar los medios de castigar
fuera de la cárcel, p a ra reem plazarla” a los efectos de acompa­
ñ a r y acelerar aquella desagregación. Se pueden y se deben
em prender reformas, pero en el marco m ás radical de u n a
refundación del conjunto del sistem a penal, el que está para
ser cambiado de arriba a abajo. Como se ve, p a ra él no existe
contradicción entre el radicalismo de u n enfoque global y la
puntualidad y la urgencia de las reformas: “Me ap arté de todo
lo que no fuera un esfuerzo por encontrar aquí y allá algunos
sustitutos. Lo que hay que repensar radicalm ente es qué
significa castigar, qué se castiga, por qué castigar y, finalm en­
te, cómo castigar”.8 Yendo más lejos incluso, un program a de
reform a sólo puede estar condicionado por u n a exhaustiva
exploración previa de los fundam entos del sistem a penal. Se
perfilan entonces reformas sin reformismo, definitivamente
compatibles con el radicalismo del análisis: “El reformismo se
define por la m anera en la que se consigue lo que se quiere o
7 DE, II, na 105, pág. 306.
8 DE, IV, n° 353, pág. 692.

94
en la que se procura obtenerlo. A p a rtir del momento en que
se impone por la fuerza, por la lucha, por la lucha colectiva,
por el enfrentam iento político, no estam os frente a u n a
reforma, sino a u n a victoria”.9 He ahí entonces qué es lo que
decide, en último análisis, el carácter político o no de u n a
acción: no la finalidad, sino la forma. Tal sería el reformismo
radical de Foucault. Se entiende mejor entonces su propia
contribución, constructiva y voluntaria, por varias veces, a
título de consultor, sobre problem as psiquiátricos o penales.
La im agen de un Foucault como izquierdista in tratab le y
crítico u n ilateral se esfum a, lo que tampoco hace de él un
turiferario obligado de esa coalición de izquierda que él
contem pla con m ira d a m uy crítica y a la que fustiga por su
inercia política y falta de imaginación.
Por otra parte, la cárcel tiende a borrarse, a desaparecer,
no ante los em bates bruscos y violentos de u n a crítica externa
que la h a ría explotar, sino m ás bien según una lógica in te rn a
de implosión. Progresivam ente va perdiendo su evidencia, y
el vínculo que u nía el crim en al encarcelam iento parece
desanudarse. Si la cárcel e stá llam ada a desaparecer, ta m ­
bién se debe a que ya no desem peña el papel que había sido
suyo. Sim plem ente h a dejado de ser ú til y esto desde diferen­
tes ángulos. S P había subrayado esa aparición de u n a pena­
lidad de lo incorpóreo que m arc a ría todo el período moderno.
Sin embargo, la cárcel se edificaba todavía sobre la tom a de
un cuerpo que lentam ente va a esfum arse. Las a lternativas
a la cárcel tenían allí su punto de anclaje, simple relevo de
u n a form a de penalidad que se había vuelto obsoleta. Tam ­
bién en el plano económico la cárcel parece m arc a r el paso: “Si
por prim era vez la cárcel comienza a m ellarse, no se debe a
que por prim era vez se reconozcan sus inconvenientes, sino
porque, por prim era vez, sus ventajas comienzan a b o rra r­
se”.10 Por u n a p arte, el poder tiene menos necesidad de
delincuentes: aquellos pequeños ilegalismos que se perse­
guían con celo en el siglo xix ahora son integrados por el
circuito económico a título de riesgos aceptables. Por otra
parte, la delincuencia fue perdiendo progresivam ente su
eficacia y su interés político-económico: a propósito del ejem­
plo recurrente de la prostitución, Foucault subraya la ap a ri­
ción de otros modos m ás eficaces, m ás m odernos y m ás
lúdicos de recaudar beneficios de la sexualidad. Tam bién
9 DE, II, n'-’ 127, pág. 443.
10 Conferencia en la U n iversidad de M ontreal (texto citado, pág. 14).
95
subraya la pérdida histórica de influencia de la delincuencia:
los ilegalismos contemporáneos se globalizan y se tecnifican
a u ltra n za y, por lo tanto, requieren de nuevas competencias.
El viejo esquem a filantrópico ya no funciona como determ i­
n a n te en ese desdibuj am iento de la cárcel, como lo h abía sido
a p a rtir de su nacimiento. Se entiende mejor la incredulidad
de Foucault ante el eslogan del cierre de las cárceles. Antes
que en abrir las puertas, la ta re a consistiría en acom pañar e
incluso en acelerar activam ente ese m architam iento: “Hacer
volver la cárcel, dism inuir el núm ero de cárceles, modificar el
funcionamiento de las cárceles, denunciar todos los ilegalis­
mos que puedan producirse allí... No está mal; incluso está
bien, incluso es necesario”.11

L a s a l t e r n a t iv a s a l a c á r c e l

M ediante u n ex trañ o , pero significativo anacronism o,


Foucault denom ina ‘‘alte rn a tiv a a la cárcel” a la antigua
práctica de la transferencia. Así, de en trad a, el debate sobre
las a lternativas presenta u n arraigo negativo. Tal es la lógica
que desarrolla en una im portante conferencia pronunciada
u n año después de publicado S P .12 Allí explica que se buscan
soluciones a lternativas precisam ente porque la cárcel es u n a
institución que se encuentra en decadencia. Se asiste enton­
ces a un traslado de las antiguas funciones carcelarias antes
que a su eliminación. U na nueva racionalidad empieza a
funcionar como relevo, regenerando y relegitim ando las fun­
ciones punitivas y correctivas que el uso había desacreditado
parcialm ente. Apoyándose en los ejemplos sueco, alem án y
belga m uestra la eficacia de dicho relevo institucional. La
redistribución de las funciones carcelarias les asegura en
efecto un a nueva eficacia, al am pliar su campo de acción y al
hacer p e n e tra r en el seno de la sociedad las m odalidades de
control social. Antes que relevo con finalidades hum anitarias,
las alternativas a la cárcel aparecen como u n a oportunidad
histórica que perm ite llevar adelante funciones coercitivas
que resu ltan mal provistas por una institución en decadencia.
Gracias a las alternativas, los procedimientos se individuali­
zan m ás y refuerzan el sometim iento que el poder ejerce
sobre los hombres. Lo carcelario no m uere e incluso se ve
11 C o n fe ren c ia e n la U n iv e rsid a d de M o n tre a l (tex to citado, pág. 14).
12 Ibíd.

96
reprocesado. Paradójicam ente, dejar de lado a la cárcel ase­
g u raría entonces la ampliación de lo carcelario: “Finalm ente,
se tr a ta sobre todo de otras ta n ta s m an eras de disem inar
fuera de la cárcel funciones de vigilancia, que ahora van a
ejercerse ya no simplemente sobre el individuo encerrado en la
cárcel, sino sobre el individuo en su vida aparentem ente libre,
ya que un individuo que se encuentra a prueba es, por supuesto
un individuo que se encuentra vigilado en plenitud, en la
continuidad de su vida cotidiana, en todas las situaciones de
relación con la familia, con su oficio, con sus am istades; se
tr a t a de un control sobre su salario, sobre la m an era en que
em plea ese salario, en el modo de a d m in istrar su presupues­
to; asimismo se ejercerá vigilancia sobre su h á b ita t”.13Es fácil
reconocer esa sospecha metódica, esa desconfianza de princi­
pios ta n característica de las posiciones de Foucault. Com­
prueba que dichas a lternativas a la cárcel no son tales y que
de pronto vienen a dar u n contorno nítido a aquel inquietante
aunque impreciso “archipiélago carcelario”, evocado en las
ú ltim as páginas de SP. Aparece entonces el disciplinamiento
de las sociedades, del que la cárcel h ab ía constituido la p u n ta
de lanza bajo la forma de caballo de Troya. U n “sobrepoder
penal” extiende silenciosam ente su imperio sobre toda la
sociedad. Foucault verifica la perm anencia de las funciones
carcelarias en tres elem entos característicos que son recicla­
dos e n la lógica alternativa: la virtud re d e n to ra y transfo rm a­
dora del trabajo, la función socializadora de la fam ilia y el
autocastigo. Dichas funciones, anteriorm ente asum idas sola­
m ente por la cárcel, hoy se en cu en tran reem plazadas por
m últiples instancias no localizadas. Las alte rn a tiv a s se tr a ­
ducen en un control perm anente de las actividades del
contraventor. Al im plicar nuevas funciones en el circuito
punitivo, la p u esta a prueba o el TIG 14contribuyen a reforzar
el poder penal, diluyéndolo en algo m ás que sí mismo: en lo
educativo, en lo médico, en lo psiquiátrico, en el trabajo
social. Entonces regresa con fuerza toda la vieja tem ática de
la higiene social.
La respuesta de Foucault -coherente, e s p e ra d a - resu lta
sin em bargo esquiva. Si ya no se tr a t a p u ra y sim plem ente de
cerrar las cárceles, ¿está en condiciones de eludir el debate
real acerca de las altern ativ as y acerca de su propia concep­
13 Conferencia en la U niversidad de M ontreal (texto citado, pág. 14).
IJ TIG: Trabajo de interés general. Procedim iento creado en 1983, que
se convirtió en un a de la s m ás hab itu ales p enas alternativas a la cárcel.
97
ción penal? C iertas fórm ulas parecen ya esbozar el argum en­
to: “El trabajo que he realizado sobre la relatividad histórica
de la form a ‘cárcel’ era u n a incitación p a ra t r a t a r de p en sar
en otras form as de castigo”.15 ¿Cómo reem plazar el encierro
por “form as mucho m ás inteligentes”?, se p reg u n ta en abril
de 1984. Lejos de cualquier dogmatismo, confiesa todas sus
dudas, sus incertezas y su gran desconcierto. La palabra
confusión vuelve y u n a y otra vez, como elem ento em blem á­
tico, y cierra la entrevista. Es ilustrativo oponer entonces el
doctrinario tajan te y negativo de 1976 al pensador dub itati­
vo, pero ocasionalmente constructivo, de 1984. Por cierto que
aparecen inflexiones que predisponen un espacio p a ra cier­
ta s penas alternativas; no obstante, u n análisis m ás afinado
de esos dos textos perm ite ver, lejos de divergencias ap a re n ­
tes, profundas continuidades. La posición de Foucault se
articula en torno de algunas ideas muy recuperables que son
la consecuencia lógica y directa de sus investigaciones histó­
ricas. E n julio de 1981 definía las prioridades en m ateria
penal distinguiendo m edidas a corto plazo de la ta re a m ás
ambiciosa de la refundadión del edificio penal. Menos coyun-
tu ral de lo que parece, ese texto m u estra que históricam ente
las cuestiones de la reform a jurídica y la penitenciaria siem ­
pre se h a n tratad o por separado, produciendo así un cierto
núm ero de efectos perversos. Las reform as vienen ocurrien­
do desde hace ciento cincuenta años, pero el derecho h a
permanecido ciego a las condiciones del castigo y el poder
penitenciario m antiene pretensiones hegemónicas en cuanto
al derecho. Por eso de lo que se tra ta es de u n a reform a total
y no de un revoque p u n tu al y regional. Se tr a ta de “rep en sar
toda la economía de lo punible”.16
De todos modos, rep en sar el conjunto implica dem orarse
en las penas en sí m ism as. E n efecto, todo ocurre como si las
penas de prisión y enm ienda -históricam ente plebiscitadas-
hubieran escamoteado otras penas posibles, que Foucault
evoca rápidam ente, y que tienen el m érito de realizar la
economía del encarcelam iento. Podría, entonces, abrirse un
auténtico debate, sereno y constructivo, acerca de las penas
alternativas. Cuando aborda el problema de u n a nueva
penalidad, Foucault parece siempre obsesionado por la m is­
m a preocupación: no re sta u ra r, m ediante otros canales, esa

15 DE, IV, n° 353, pág. 692.


16 DE, IV, n- 298, pág. 204.

98
desviación antropológica que hace del infractor un objeto a
e stu d ia r y un sujeto a corregir. E n consecuencia, el hecho de
dejar de recu rrir al encarcelam iento no puede ser considera­
do como condición suficiente, como p rueba de u n a renovada
penalidad. Foucault expresa aquí u n a posición perfectam en­
te coherente, abierta en cuanto a las m odalidades, vigilante
en los principios y que a p a rta todo a priori. E n ese sentido, la
cárcel no constituye u n a excepción. Al reflexionar sobre el
comienzo de la psiquiatría sectorizada, en 1977 Foucault se
preguntaba: “Tal vez se prepare, en efecto, la decadencia del
asilo. Pero, ¿significa esto la ru p tu ra con la psiquiatría del siglo
xix y con el sueño que la alim entaba desde sus orígenes? El
‘sector’, ¿no es acaso otra manera, m ás flexible, de hacer funcio­
n a r la medicina m ental como una higiene pública, presente en
todas p a rte s y siempre lista p a ra intervenir?”.17Sin embargo,
precisam ente en torno a esas experiencias de sector en
psiquiatría, poco a poco la propia idea de altern ativ a parece
em erger y adoptar un sentido m ás bien positivo. A propósito
de los ejemplos muy precisos de altern ativ as a la cárcel,
reitera su constante inquietud: a propósito de los comités de
sector propuestos por el abolicionista Louk H ulsm an,18 cuyo
peligro le parece radicar, por u n a pa rte en la “hiper psicolo-
gización del crim inal” y, por otra, en la instauración clandes­
tin a de u n a justicia popular, a la que siem pre h a condenado
con energía, o tam bién, luego de la instauración del TIG en
Francia, que le parece apoyarse de nuevo en la confusión
entre el castigo y la enm ienda y que, sea como fuere, devuelve
todas las ambigüedades del trabajo como medio de castigo y
de readaptación.19 M ás flexible que en 1976, en M ontreal,
Foucault reitera rá sin embargo sus prevenciones. En el
debate en torno a la pena de m uerte, donde expresa su
rechazo a las penas de reemplazo, vuelve a encontrarse la
m ism a obsesión: es necesario suprim ir la pena capital, pero
no se podría aceptar la prórroga del rep arto que implicaba
entre crim inales recuperables e irrecuperables, reparto que
bien podría rein stau rarse, a través del sistem a de penas
largas y sin acortam iento opuestas a penas cortas y modula-
bles. La ta re a que se plantea entonces exige un paciente
trabajo colectivo que sepa abrirse m odestam ente a todos los
componentes profesionales...
17 DE, III, n° 202, pág. 274.
18 L. H ulsm an y J. Bernat de Celis, Peines perdues, Le Centurión, 1982.
10 D E , IV, n° 346, págs. 643-644; n'J 353, pág. 696.
De esos textos sobre la cuestión penal desplegados a lo
largo de u n a quincena de años no surge ningún análisis en
forma de sistem a. R esulta difícil entonces h a b la r de un pen­
sam iento penal de Foucacult, si por ello se entiende un
conjunto coherente y estructurado de análisis y proposicio­
nes. E n todas p a rte s asum e el desarrollo pragm ático de su
pensam iento y los vaivenes propios de esa clase de enfoque,
siendo emblemático el recurso del artículo periodístico o la
entrevista. De todos modos, si bien se niega al sistem a, ese
pensam iento alia coherencia y sistem aticidad. Esos textos
coyunturales constituyen entonces u n a tra m a de m alla bas­
ta n te floja, agujereada en algunas p a rte s por silencios p u n ­
tuales, pero suficientem ente sugestiva como p a ra constituir
u n todo. A parecen entonces algunos principios rectores, h e ­
terogéneos, en cuanto a la diversidad de planes de interven­
ción, pero homogéneos en cuanto a la m irada de conjunto. Sin
je ra rq u ía ni preem inencia, se podría in te n ta r restitu ir del
siguiente modo esa coherencia sin verdadero lu g ar de apa­
rición:

1. Redefinir an te todo el conjunto de lo punible: ni la


severidad del Código de 1810, ni la desviación incontrolable
de sus disposiciones psicologizantes, sino u n a estricta aplica­
ción de las sanciones previstas por el Código. E n contra de las
penas a cadena perpetua, Foucault sostiene que toda pena
debería te n e r un térm ino en el tiempo.
2. Disociar castigo y enmienda -ligadas a p artir de Platón-,
reactivando penas sin valor moral ni terapéutico: la m ulta en
particular goza de su predilección.20 Descriminalizar o despe­
nalizar ciertos delitos. Finalm ente, sostiene que la sexuali­
dad no debería ser objeto de ningún tra tam ien to judicial
específico. N unca h acer interferir sexo y ley: ése sería el
axioma.21
3. La cárcel debe dejar de ser un a zona de no derecho. No
cerrar las cárceles, sino som eterlas al derecho común: term i­
n a r con la penalidad de excepción y a u m e n ta r el control
ciudadano. E n sum a, volver a hacer del detenido un sujeto de
derecho.
4. T erm inar con la idea de que el sistem a penal podría ser

20 DE, IV, n" 353.


21 “Creo que en principio se puede plantear que la sexualidad e n ningún
caso surge de legislación alguna, sea cual fuere” (DE, III, nü 209, pág. 351;
cf. tam bién n° 174, pág. 83).

100
leído a la sola luz de u n a teoría de la culpabilidad (contra Paul
Ricoeur).22

U n a hipótesis silenciosa, pero operativa, parece entonces


o rie n tar el discurso de Foucault. E n efecto, todo tra n sc u rre
como si una pena estrictam ente desligada, m eticulosam ente
vaciada de cualquier referencia a u n carácter o a u n compor­
tam iento, y colocada dentro de los estrechos lím ites de u n a
penalidad axiológicamente n e u tra , se m o strara cada vez
m enos am bigua y, a todos los efectos, m ás aceptable que otra.
E sa especie de utopía reguladora se encuentra en m archa, de
m an e ra su b te rrá n e a antes que explícitam ente, perm itiendo
d em ostrar mejor h a s ta qué punto n u e s tra penalidad se h a
apartado de los criterios intrínsecam ente jurídicos. Todo
converge entonces en lo que podría denom inarse u n a nueva
ética de la inquietud penal', al ap elar a la vigilancia ciudada­
na, Foucault vuelca definitivam ente el argum ento de la
peligrosidad: el único verdadero peligro será el de u n a socie­
dad que no se preocupara m ás de su penalidad. Muy por el
contrario, es necesario hacer de ella el fogón incandescente de
esa inquietud nueva y obligarse a perm anecer alerta...

C a s t ig a r hoy

De todos modos, a fin de cuentas siem pre será necesario


castigar: “Creo que, en efecto, el derecho penal form a p a rte
del juego social en u n a sociedad como la n u estra, y que no hay
que encubrir esta situación. Esto quiere decir que los indivi­
duos que form an pa rte de esa sociedad tienen que reconocer­
se como sujetos de derecho que, en tan to tales, son suscepti­
bles de se r castigados y sancionados si infringen ta l o cual
regla. Creo que en eso no hay n a d a de escandaloso”.23 Pero
ad m itir la legitim idad de la pena no expresa cómo castigar.
El in terés de Foucault, orientado principalm ente a las técni­
cas del castigo, impone exam inar qué es el castigo en el
m undo contemporáneo. La pena aparece hoy como u n a re a ­
lidad compuesta, estratificada o sedim entada por los diferen­
tes estratos que h a n construido su historia. De ello re su lta un
oscurecimiento, u n a indeterm inación que hace arduo descri­
birla. Al com entar a Nietzsche, Foucault expresa: '“N uestras
22 DE, IV, n" 346, pág. 644.
23 D E , IV, n5 346, pág. 645.
101
sociedades ya no saben qué es castigar’. Al castigo -d ic e - le
damos, como por sedim entación, u n cierto núm ero de signi­
ficados, como la ley del talión, la retribución, la venganza, la
terapéutica, la purificación y algunos m ás que está n efectiva­
m ente presentes en la propia práctica del castigo, pero
n u e stra s sociedades no h a n sido capaces de elegir u n a in te r­
pretación, o in v en tar expresam ente u n a, y fu n d ar racional­
m ente el acto de castigar sobre esa interpretación. Creo que
siem pre estam os en lo mismo”.24 La pena contem poránea se
convierte u n algo mixto, tironeado por dos exigencias contra­
dictorias y oscilando entre lo “jurídico puro” (sanción ciega) y
lo “antropológico puro” (sanción indeterm inada) -s u b ra y a
F oucault-, según se ponga el acento en el acto o en la persona
del delincuente. En esa brecha se sum irán las ciencias hum anas
(psiquiatría, criminología), p a ra asegurar progresivamente el
borrado del crimen y la ambigua promoción del criminal, al
convertirse la punición en una tecnología del comportamiento
con finalidades norm ativas y terapéuticas. De m anera corre­
lativa, el delito, como simple infracción de la ley, pierde su
valor y su universalidad. De lo que resulta, p a ra las socieda­
des contem poráneas, esa confusión de la función punitiva,
que se vuelve desconocida, tironeada por esas finalidades
contradictorias: “Henos aquí entonces frente a tre s fenóm e­
nos superpuestos que no concuerdan entre sí: un discurso
penal que pretende tr a ta r antes que castigar, u n aparato
penal que no deja de castigar, u n a conciencia colectiva que
reclam a algunos castigos singulares, m ien tras ignora la
cotidianeidad del castigo que se ejerce silenciosam ente en su
nom bre”.25 C ada vez m ás se está ante u n a progresiva inva­
sión de los criterios propiam ente penitenciarios sobre la
propia pena: la conducta del infractor en la cárcel determ in a­
rá notablem ente el m ayor o m enor rigor de la pena. Foucault
expresa entonces sus reticencias en cuanto a las penas
in determ inadas norteam ericanas y sus inquietudes en cuan­
to a la extensión de los poderes del JAP, con motivo de que las
m ism as hacen participar principalm ente al comportam iento
del crim inal en la atribución de la pena. De nuevo subraya allí
ese cambio del poder de juzgar, que arra ig a en el siglo xix,
pero que prolonga sus efectos en la penalidad contem porá­
nea. A naliza entonces ese persistente m alestar, esa “angus­
24 DE, IV, n° 353, págs. 691-692. En esos últim os textos, la referencia a
N ietzsch e es recurrente (cf. tam bién n- 346, pág. 641).
26 DE, III, nu 205, pág. 292.

102
tia de ju z g a r” ta n significativa en la época contem poránea,
ta n determ inante tam bién en esa peligrosa delegación en el
p siq u iatra de la decisión de ju zgar.26 Si la angustia de juzgar,
consustancial al propio juicio, resu lta innegable, por otra
p arte sus efectos son nefastos. Como fascinado por su función
terapéutica, el juez se encontraría hoy frustrado por ten e r
que abandonar esas prerrogativas que considera gratifican­
tes: m ás que castigar, lo que quiere es curar.27 La situación
resu lta tan to m ás paradójica por cuanto existe por lo menos
heterogeneidad entre las exigencias del derecho y el enfoque
psiquiátrico, de m an era que la fascinación se carga tam bién
de u n m uy grande aprieto. Si la crisis de la función de la
ju sticia se encuentra bien abierta, las contradicciones te n ­
d rán de todos modos u n lugar ilusorio de resolución en esa
“gran liturgia jurídico-psicológica” que caracteriza al proce­
so: “La increíble dificultad p a ra castigar se encuentra disuel-
t a en la tea tra lid a d ”.28 Satisfacción m ás im aginaria que real,
pero que term in a por funcionar. Por encim a de la pena, al
in terior del propio itinerario carcelario, e incluso m ás allá del
mismo, tam bién emerge u ñ a serie de consecuencias pragm á­
ticas. De allí en m ás, con la difusión del trabajo social, el poder
carcelario extiende sus redes, al mismo tiem po tenues y
om nipresentes, mucho m ás allá de sus altos muros. Los
trabaj adores sociales aparecen entonces como los agentes del
control social, como modernos relevos de las instancias mora-
lízadoras que se habían multiplicado en el siglo xix, y como
vectores inconscientes -a u n q u e a veces tam bién como cóm­
plices objetivos- de un conformismo que no hace m ás que
confortar al poder. Se comprende, pues, que los medios
profesionales, a m enudo apasionadam ente comprometidos
en sus luchas así como en su m ilitancia política, se hayan
sentido profundam ente interpelados, molestos, lastim ados o
de pronto desalentados ante el radicalism o de los análisis de
Foucault. De todos modos, cabe que se les haga justicia,
enfatizando la realidad de su trabajo político y su contribu­
ción crítica al desenm ascaram iento de la institución. In te ­
rrogado en 1978 acerca de las arrem etid as de S P contra los
medios profesionales, Foucault evocará u n “efecto anestési­
co” que refuta, y de todos modos relativiza, al insistir, a
contrario, en el efecto irrita n te y e stim ulante de sus análisis,
26 DE, III, nIJ 205.
27 DE, IV, n° 353, pág. 695.
28 D E , III, nQ205, pág. 294.
103
reivindicando ju sta m e n te ese papel desestabilizador. Fiel a
los principios fundadores del GIP, p a ra te rm in a r recordará
secam ente que el problem a de las cárceles no es tanto asunto
de los educadores sino de los prisioneros.29
La crisis resulta, pues, patente: crisis de la justicia, de la
institución carcelaria, de toda la sociedad. Crisis tam bién de
la propia sociedad disciplinaria, de la que Foucault había
descripto ta n m inuciosam ente su len ta pero irrem ediable
emergencia. La sociedad h a evolucionado y tam bién los
individuos que la componen. La propia disciplina está en
crisis y cada vez m ayor cantidad de individuos escapa al
imperio del poder disciplinario.30 Q uedaría por pen sar el
desarrollo de u n a sociedad sin disciplina. De todos modos, a
escala m undial, dichas sociedades coexistirán necesaria­
m ente con otras, que recu rrirán a modos m ás arcaicos de
represión. Los campos de concentración y otros gulags de la
URSS o de la C hina de la Revolución cultural constituyen así
u n a form a m ixta entre el esquem a disciplinario y u n régim en
de puro terror. Pero el puro terro r -s u b ra y a F o u c a u lt- no
podría durar: es dem asiado inestable, dem asiado incierto,
dem asiado vulnerable. De ah í la histórica victoria de las
disciplinas. Fugazm ente estalla la interrogación, efím era y
vacilante, de saber cómo sería un castigo que no cayera en el
orden económico capitalista. Si bien los reproches form ula­
dos a los disidentes soviéticos son políticos, por su p a rte las
técnicas punitivas -se ñ a la F o u cau lt- no h a n cambiado por­
que son incam biables.31
C uarto de siglo después de la publicación de SP , el aporte
de Foucault al problem a penal se presen ta como decisivo en
m últiples planos. Hoy sigue siendo difícil delim itar bien esa
influencia ta n discutida que supo difundirse fuera de las
redes convencionales del saber universitario. A lo largo de
nuestro itinerario hemos procurado se ñ ala r esos logros. La
cárcel, p a ra term in ar, h a b rá perdido su evidencia y con ella
el propio poder de castigar, bajo cuya racionalidad Foucault

29 F ou c au lt a n a liza el trabajo social como pro v e n ien te de la “función


de vigilancia-corrección”. En consecuencia, ante la frecuente acusación de
desesperar a F re sn es o a Fleury-M érogis (a su s funcionarios, a su s traba­
jadores sociales), no siem pre se mostró indiferente a dicha crítica, al
recusar p acien tem ente la s acusaciones (DE, II, n" 127, pág. 444; n‘J 107,
pág. 336; ny 281, pág. 47; n" 359 y n- 278, pág, 32).
30 D E , III, rí1 231.
31 DE, III, ns 172, pág. 64.

104
develó u n a voluntad norm ativa sin par. La cárcel cambia
im perceptiblem ente: se h a n producido progresos notables en
las decisivas cuestiones de la salud o de la presencia de lo
contradictorio en las instancias disciplinarias internas. La
propia idea de u n detenido sujeto de derecho se abre camino.
Pero algo perm anece por siem pre irreductible en esa in s titu ­
ción ta n reciente y tam bién ta n arcaica. Y, desde esta pers­
pectiva, los planteos de Michel Foucault siguen siendo los
nuestros: “D urante mucho tiem po existió la preocupación
acerca de qué era lo que se debía castigar; tam bién d u ran te
largo tiem po hubo preocupación acerca de la m anera en que
se debía castigar. Pero ahora se p la n te a n ex trañ as pregun­
tas: ‘¿Hay que castigar?’ ‘¿Qué significa castigar?’ ‘¿Por qué
ese vínculo, aparentem ente ta n evidente, entre crim en y
castigo?’ Que sea preciso castigar u n crimen, eso nos re s u lta
m uy fam iliar, m uy cercano, m uy necesario y, al mismo
tiem po, algo oscuro nos hace dudar. Véase el vil alivio de
todos -m agistrados, abogados, opinión pública, p erio d istas-
cuando llega ese personaje bendecido por la ley y la verdad,
que dice: ‘Pero no, tranquilícense, no ten g a n vergüenza de
condenar. U stedes no van a castigar; gracias a mí, que soy
médico (o psiquiatra o psicólogo), ustedes van a re a d a p ta r y
a c u ra r’. ‘Pues bien, al calabozo’, le dicen los jueces al incul­
pado. Y se ponen de pie, m aravillados; les ha sido concedida
la inocencia. Proponer ‘o tra solución’ p a ra castigar significa
colocarse por completo a la re ta g u a rd ia en relación con el
problem a, que no es el del m arco jurídico del castigo ni de su
técnica, sino del poder que castiga”.32

32 DE, III, nQ172, pág. 73.


105
BIBLIOGRAFÍA

I. T ex to s de F o u c a u l t c o n sa g r a d o s e s p e c íf ic a m e n t e al
problem a pen a l1

Dits et écrits, t. II (1970-1975)


Ns 86: Manifeste du GIP.
Ng 87: Sur les prisons.
Ng 88: Enquête sur les prisons, “Brisons les barreaux du silence”.
N9 90: La prison partout.
N9 91: Préface à Enquête dans vingt prisons.
N9 94: Je perçois l’intolérable.
N9 95: Un problème qui m ’intéresse depuis longtemps, c’est celui du
système pénal.
N9 99: Le discours de Toul.
N9 105: Le grand enfermement.
N9 107: Table ronde (sur le travail social).
N9 108: Sur la justice populaire (débat avec les maos).
N9 114: Les deux morts de Pompidou.
N9 115: Théories et institutions pénales (Annuaire du Collège de
France).
N9 116: Préface à Serge Livrozet.
N9 125: Prisons et révoltes dans les prisons.
N9 127: À propos de l’enfermement pénitentiaire.
N9 131: La société punitive (Annuaire du Collège de France).
N9 136: Prisons et asiles dans le mécanisme du pouvoir.
N9 137: À propos de la prison d ’Attica.
N9 139: La vérité et les formes juridiques.
N9 144: Préface à B. Jackson. Leurs prisons.
N9 151: Des supplices aux cellules.

1 Aquí sólo se inclu yen los textos m ás decisivos concernientes al sistem a


penal y penitenciario. M uchos otros textos que sólo alud en al tem a
parcialm ente no se citan.
107
NB152: Sur la sellette.
Na 153: La prison vue par un philosophe français.
N9 156: Entretien sur la prison: le livre et sa méthode.
NB160: Asiles. Sexualité. Prisons.
N9 165: Les Anormaux (Annuaire du Collège de France).

Dits et écrits, t. III (1976-1979)


NQ166: Une mort inacceptable (l’affaire Mirval).
NB172: Crimes et châtiments en URSS et ailleurs.
N9 175: L ’illégalisme et l’art de punir.
N9 177: Points de vue.
N9180: Entretien avec Michel Foucault (àpropos du film de R. Allio
sur P. Rivière).
N9 182: Pourquoi le crime de Pierre Rivière?
N9 185: Le retour de Pierre Rivière.
N9 194: Cours du 14 janvier 1976.
N9 195: L’oeil du pouvoir.
N9 198: La vie des hommes infâmes.
N9 199: Le poster de l’ennemi ublic numéro un.
N9 205: L ’Angoisse déjuger.
N9 209: Enfermement, psychiatrie, prison.
N9 215: La torture, c’est la raison.
N9 220: La notion d ’individu dangereux dans la psychiatrie légale
du xitf siècle.
N9 221: Dialogue sur le pouvoir.
N9 231: La société disciplinaire en crise.
N9 238: Précisions sur le pouvoir.
N9 240: Du bon usage du criminel.
N9 260: Manières de justice.
N9 270: La stratégie du pourtour.
N9 272: Michel Foucault étudie la raison d ’Etat.
N5 273: Luttes autour des prisons.

Dits et écrits, t. IV (1980-1988)


N9 275: Préface au livre de R. Knobelspiess, QHS.
N9 277: La poussière et le nuage.
N9 278: Table ronde (20 mai 1978).
N9 279: Postface.
N9 282: Toujours les prisons.
N9 294: Le dossier “peine de mort": ils ont écrit contre.
N9 298: Il faut tout repenser, la loi et la prison.
N9 300: Contre les peines de substitution.
N9 301: Punir est la chose la plus difficile qui soit.
N9 335: Vous lies dangereux.
N9 346: Qu’appelle-t-on punir?
N9 353: Interview de Foucault (avril 1984).

108
“Les mesures alternatives à l ’emprisonnement” (Conferencia en la
Universidad de Montréal, 15 de marzo de 1976), en Actes. Les
Cahiers d ’action juridique, nfi 73.

II. A r t í c u l o s e s p e c ífic a m e n te c o n s a g r a d o s a SP

Brodeur, J.-P., “Surveiller et punir”, Montréal, Criminologie, 1976.


Casadamont, G., “Ombres et lumières, plaidoyer pour un clair-
obscur”, Archives de philosophie du droit, 1979, t. 24.
Casadamont, G., “Autour de Surveiller et punir”, Actes. Les Cahiers
d ’action juridique, nB54, 1986.2
De Certeau, M., “Microtechniques et discours panoptique: un
quiproquo”, en Histoire etpsychanalye entre science et fiction,
Folio, 1987 [Historia y psicoanálisis, México, Universidad
Iberoamericana, 1990],
Deleuze, G., “Un nouveau cartographe: Surveiller et punir”, en
Foucault, Éd. de Minuit, 1986 [Foucault, México, Paidós,
1987],
Delmas-Marty, M., “Foucault et la justice”, Le Magazine littéraire,
octobre 1994.
Donzelot, J., “Les m ésaventures de la théorie”, Le Débat, n9 41,
1986.
Ewald, F., "Surveiller et punir", en Dictionnaire des oeuvres politi­
ques, PUF, 1986.
Ewald, F., “Michel Foucault et la norme”, en Michel Foucault. Lire
l ’oeuvre, J. Millón, 1992.
Ewald, F., “Un pouvoirs sans dehors”, en Michel Foucault philoso-.
plie, Le Seuil, 1989 [Michel Foucault filósofo, Barcelona,
Gedisa, 1995].
Frage, A., “Un récit violent”, en Michel Foucault. Lire l ’oeuvre, J.
Millón, 1992.
Lascoumes, P., “Le grondement de la bataille”, Actes. Les Cahiers
d ’action juridique, ne 54, 1986.
Perrot, M., “L a leçon des ténèbres, Actes. Les Cahiers d ’action
juridique, n9 54, 1986.
Perrot, M., “L’inspecteur Bentham ”, en J. Bentham, Le panoptique,
Belfond, 1977 [El panóptico, Madrid, La Piqueta, 1989],
Petit, J. - G., “Le philanthrope et la cité panoptique”, en Michel
Foucault. Lire l ’oeuvre, J. Millón, 1992.
Pinatel, J., “Philosophie carcérale, technologie politique et crimi­
nologie clinique”, Revue de science criminelle et de droit
comparé, 1975, XXX, 3.

2 Preciosa bibliografía, aunque s e d etien e en 1984, parcialm ente reto­


m ad a aquí. U n a bibliografía m ás reciente figura en el volum en del
CREDH ESS.
109
Roustang, F., “La visibilité est un piège”, Les Temps modernes,
1976.
Séglard, D., “Le dresage des corps”, en Le corps à découvert, STH,
1992.
Vigarello, G., “Mécanique, corps, incorporel”, en Michel Foucault.
Lire l’oeuvre, J. Millón, 1992.

III. L ibr o s sobre o e n torno a SP

Revista Critique, nQ343 (1975) (artículos de F. Ewald, G. Deleuze,


P. Meyer).
L’Impossible prison (Recherches sur le système pénitentiaire auXIXcs. ),
M. Perrot (dir.), Le Seuil, 1980.
"Michel Foucault, Surveiller et punir', la prison vingt ans après”,
Sociétés & Répresentations, n9 3, CREDHESS, noviembre de
1996.3
Monod, J.-C., La police des conduites, Michalon, 1997.
Artières, Ph. (dir.), le Groupe d ’information sur les prisons: archi­
ves d ’une lutte 1971-1972, París, IMEC Éditions, 2003.

3 E ste volum en retoma en lo esencial las comunicaciones del coloquio


de Vaucresson. No detallé los artículos: casi todos se refieren a SP.
ÍNDICE

P r is ió n i m p e n s a b l e ...........................................................................................7

U n a “genealog ía d e la m oral ” ............................................................... 1 1


E l “f r a g o r d e l a b a t a l l a ” ............................................................................1 2
E l “d e s v á n d e l s i s t e m a p e n a l ” .............................................................. 18
D e l “g r a n e n c i e r r o ” a l “g r a n e n c a r c e l a m i e n t o ” .........................1 9
¿ H i s t o r i a o g e n e a l o g í a ? .............................................................................2 7
I m á g e n e s y c o n c e p t o s ................................................................................2 9

“D e los s u p l ic io s a las c e ld a s ” ............................................................ 3 3


L o s s u p l i c i o s ......................................................................................................3 3
L a p e n a l i d a d d e l o s r e f o r m a d o r e s ..................................................... 3 7
L a s d i s c i p l i n a s ................................................................................................4 2
a. E l c u e r p o ..................................................................................... ........4 4
b. E s p a c i o s ................................................................................................. 4 8
c. P o l í t i c a ......................................................................................................5 2
d. D e l p o d e r a l o s p o d e r e s ................................................................ 5 4
E l p a n o p t i s m o ..................................................................................................5 7
N a c i m i e n t o d e l a p r i s i ó n .......................................................................... 6 3
L a e r a c a r c e l a r i a ...........................................................................................6 7
E l f r a c a s o d e l a c á r c e l ................................................................................7 0

L a fabricación d e la d e l in c u e n c ia ...................................................... 7 3
L a r e c o n f i g u r a c i ó n d e l o s i l e g a l i s m o s ............................................. 7 5
L a g é n e s i s d e l i n d i v i d u o p e l i g r o s o .................................................... 7 8
E l n a c i m i e n t o d e l a c r i m i n o l o g í a .......................................................8 4
111
“C astigar e s lo m ás difícil q ue h a y ” ................................................ 9 1
¿C errar las cárceles?.................................................................92
Las a lternativas a la c á rc e l.....................................................96
C astigar ho y .............................................................................. 101

B ibliografía..............................................................................107

Esta edición de 1.500 ejemplares


se terminó de imprimir en junio de 2004
en impresiones Sud América.
Andrés Ferreyra 3767/69, Buenos Aires.
El resplandor soberbio y siniestro de Vigilar y castigar no
debe cubrir el conjunto del problema penal, al que, desde
los años 1970 hasta su muerte, Foucault dedicará más de
sesenta textos, bajo las más diversas formas. Tejiendo con­
juntamente consideraciones teóricas y observaciones
pragmáticas, consigue subvertir esa seudo fronférarel mi­
litante orienta al investigador y el investigador esclaréce'al
militante.
Cualquier cuestión, incluso la más anodina, la más coyun-
tural, es pretexto para desarrollos más generales: no hay
problemas secundarios. La prisión es un todo y toda res­
puesta será global, fundamental y radical. Surgen así sor­
prendentes desarrollos que descubren el pensamiento más
exigente sobre la cuestión más tenue e iluminan el libro
con una luz oblicua y cruda.
Durante esos quince años, Foucault parece haber estado en
todos los frentes, haber leído todo, haberse enterado de
todo, haberse mezclado en todo. Aquí nos proponemos
describir ese singular itinerario, confrontando un pensa­
miento mayor del siglo XX con uno de los problemas que
indiscutiblemente más le apasionó a Michel Foucault, has­
ta el extremo de declarar que Vigilar y castigar era su pri­
mer libro...

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