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HISTORIA DE LA VIRGEN, LA PATRONA DE

NEPEÑA Y SU TEMPLO LEYENDA

Por los años 1585, el Rey de España Felipe II obsequió al Perú algunas imágenes; y el
Arzobispo de Lima, Santo Toribio se encargó de distribuirlas: Un Cristo para la Villa de
Santa; una Virgen de Nuestra Señora de la Natividad, para el pueblo de Guadalupe; y
una Virgen del Rosario para el valle de Saña, entre otros lugares; siendo remitidos estos
sagrados bultos, como no podía ser de otro modo, a lomo de mula. Los arrieros llegaron
sin novedad a la posta de Huambacho, encontrándose a la sazón de Corregidor don
Diego de Acevedo y de Cacique, Susuy, pernoctando allí, para continuar viaje muy de
madrugada. Al día siguiente, a poco de haber caminado, se dieron cuenta los arrieros de
que faltaba, precisamente, la mula que portaba la efigie de Nuestra Señora de
Guadalupe. Sorprendidos y presas de un pánico indescriptible, se lanzaron a la
búsqueda por todas direcciones. Al tercer día fatigados y exhaustos, y dándose por
perdidos, se constituyeron ante el Corregidor a manifestarle lo ocurrido. El Corregidor
igualmente sorprendido por la noticia tan inesperada, procedió de inmediato a mandar
un propio ante el Arzobispo, dándole a conocer el hecho. Pero, el Arzobispo, sin perder
su serenidad habitual, ordenó que los arrieros siguieran viaje hasta el lugar de su
destino, sin perjuicio de que las autoridades y vecinos del lugar de los sucesos,
continuaran buscando la efigie perdida. A los 21 días, y cuando ya la calma y la
resignación se estaba apoderando de los corazones, se presentó un indígena ante el
Cacique, y le reveló que junto a El Castillo había visto una mula, sin carga y que no se
dejaba coger. La noticia fue transmitida, sin demora, al Corregidor, quien, con solicitud
encomiable organizó una pequeña expedición colocándose a la cabeza, junto con el
indígena denunciante, y se dirigió al lugar indicado, en el que, efectivamente, pacía
tranquila la mula, a la sombra de un bosquecillo a inmediaciones del manantial Pipí.
La mula viéndose rodeada ya de cerca, se remontó a un montículo de algarroba, donde
se encontraba la carga, junto al aparejo, como colocados adrede. No es para contada la
alegría y satisfacción que experimentó en ese momento el Corregidor. Inmediatamente
se procedió a poner el aparejo a la mula, que cedió mansamente, a todo. Luego 6
hombres se presentaron a levantar la carga, pero fue en vano; se agregaron otros más, y
no pudiendo tampoco moverla, exclamaron al unísono ¡Ni peña!. Se intentó por tercera
vez, junto con el mismo corregidor, y no consiguiendo nada, asimismo volvieron a
repetir ¡Ni peña!
Por un momento todos quedaron como evetados; se hizo un silencio profundo. El
Corregido, interrumpiendo, levantó la voz y dijo: Dejad esta preciosa carga! No la
mováis! Aquí levantaremos un templo ala Virgen de Guadalupe, que será nuestra madre
y protectora; y fundaremos un pueblo que se llamará NI PEÑA, que todos hemos
pronunciado espontáneamente.
Se construyó una choza provisional, debajo de la cual se guardó la imagen hasta que el
cura Asencio de San Galeano dio principio a la construcción del templo, dedicado a la
advocación de la Virgen de Guadalupe, mediante limosnas y el concurso de los fieles
que acudían al trabajo. Pero paralizada la obra sólo a media jornada, por falta de fondos,
pese al entusiasmo y sacrificios del Párroco, y cuando éste desesperaba por obtener
recursos, a cualquier costo, para dar cima a sus anhelos, se dio de improviso un
humildísimo indígena, bastante entrado en años. El Padre lo trató, como sabía hacerlo
con todos sus fieles; y el indígena gratamente impresionado por la forma y manera
como había sido recibido por tan ejemplar sacerdote, se permitió decirle: Que le pasa?
¿Por qué lo veo tan sombrío? A lo que el Padre, humildemente, contestó: Siento
morirme con la pena más honda de no ver terminado el templo; necesito dinero para
pagar a los braceros y proseguir los trabajos. Conmovido el indígena, volvió
bruscamente la cabeza y le dijo; le daré todo lo que necesite, pues deseo verlo contento
y cumplidos sus deseos. Mañana a esta misma hora (eran las 2 de la tarde) le aguardaré
aquí.
El Padre Asencio lleno de fe, tornó al día siguiente al lugar indicado, donde fue
recibido por Andrés Vilka que así se llamaba el indígena reconocedor por una
confidencia que le hiciera su padre, de un tesoro oculto e inviolable, quien el indígena
rogó al P. Asencio, que previamente lo absolviese e implorará a Dios perdón por la
violación de un secreto a él confiado, teniendo en consideración que así procedía solo
en gracia al templo a construirse, dedicado a la madre de Cristo. Luego le demandó
aceptara como única condición se dejara vendar los ojos para ser conducido al lugar
donde se ocultaba el tesoro. Aceptada la propuesta, le vendó los ojos, y con una soga lo
condujo de tal modo que perdiera la orientación. Bajaron ambos por unos escalones
muy anchos de piedra, y cuando ya estuvieron en el lugar preciso, Vilca encendió luz y
le dijo al Padre que se quitara la venda, y tomara el dinero conveniente, indicándole los
lugares donde se encontraban el oro y la plata. El P. Asencio tomó algunos
paralepípedos de oro, que a manera de ladrillos estaban acomodados.
Salió en seguida con los ojos vendados nuevamente procurando recordar los52 pasos
que había dado para ingresar en la mazmorra. En un lugar apartado se despidió,
tiernamente, el indígena para no volver a ser visto jamás. Con tal fortuna el Padre
Asencio continuó con toda voluntad y decisión los trabajos del templo, que guarda la
imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, en el mismo lugar donde se erguía el
algarrobo, bajo el cual fuera encontrada. Años mas tarde Ni Peña, fue cambiado por
Nepeña-
El Párroco San Galiano legó, asimismo, a favor de la Virgen de Guadalupe de Nepeña
26 fanegadas del fundo Huaraico, que adquirió para que sus rentas sirvieran a la
conservación del culto de la patrona de Nepeña, reparación del Templo y aseo de su
sacristía. Fr. Bartolomé de León con idénticos fines, legó 2 suertes de tierras; 35
fanegadas del fundo La Carbonera y 25 de Tierra Firme. Estos bienes debían ser
administrados por el Párroco de Nepeña, según la voluntad inviolable de los testadores.
La Virgen de Guadalupe es llamada así porque estaba destinada al pueblo de Guadalupe.
NOTA: En los documentos antiguos se escribe ENE-PEÑA nombre compuesto de los
vocablos quechua: INI, crecer y PIÑA, bravo o terrible. Cuando lo visitó Santo Toribio,
en 1593, se llamaba todavía ENEPEÑA. Contaba entonces con 64 almas, inclusive 25
indios tributarios, 2 reservados.

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