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028
Había una vez una niña llamada Bella Aurora. Era hija de padres ricos y cariñosos. En
aquel tiempo la Plaza de la Independencia no tenía el monumento a la Libertad, sino
una pila al centro. Allí se realizó una gran corrida de toros.
Solo alcanzó a dar un grito fuerte, mientras el toro la embestía. El animal desapareció
después. Se hizo humo.
Había una vez un hombre muy rico que vivía como príncipe. Muy por la mañana comía
el desayuno.
-Sí, pero este señor comía el desayuno. Pues, le servían una gran taza de leche
"postera" , con gotas de algún licor; un plato de lomo fino, bien asado; pasa enteras,
huevos fritos y una taza de chocolate con pan de huevo y queso de Cayambe.
Así es. Barriga llena, corazón contento, don ramón gozaba de la vida. Después
del desayuno dormía la siesta. A la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle.
Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral.
Burlándose le decía:
-¡Qué gallito! ¡Que disparate de gallito!
Luego Don Ramón seguía por la bajada de Santa Catalina. Entraba en la tienda
de la señora Mariana. Allí se quedaba hasta la noche. Cuando regresaba a su
casa, don Ramón ya estaba coloradito. Había tomado algunas mistelas.
Entonces gritaba:
- ¡Qué tontera de gallito! ¡No hago caso ni gallo de la Catedral!
En ese momento se volvió más oscura la noche. Sintió que una espuela enorme
le rasgaba las piernas. Cayó herido. El gallito le sujetaba y no le dejaba
moverse. Un sudor frío corría por el cuerpo de don ramón. Creí que le había
llegado el momento de morir. En eso oyó una voz que le decía:
¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
¡Lo prometo! ¡Ni siquiera tomaré agua!
¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme !
¡Lo prometo! ¡Ni siquiera te nombraré!
¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu palabra de honor.
Muchas gracias por tu perdón, gallito.
Conseguido lo que esperaba, el gallito regresó a su puesto.
Varios sacerdotes subía cierta mañana por la quebrada de Jerusalén. Ibán llenos de
preocupación. A poco rato se detuvieron. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver en el suelo el
copón y las hostias perdidos!
-Unos ladrones habían cometido ese sacrilegio. Hasta dar con ellos hubo procesiones.
Españoles e indios salieron a las calles de Quito. Llevaban imágenes de santos y
crucifijos e iban arrastrando cadenas y grillos. Algunas personas caminaban
azotándose o puestas en cruz.
Para calmar la furia de Dios. Decían que a Quito llegaría una terrible peste.
No aparecían por ningún lado. Entonces se organizó otra procesión tan grande
y devota como la primera pero tampoco se dio con los ladrones. Cierto día
fueron descubiertos por una india. Habían pensado que la caja del Santísimo
era de plata maciza y guardaba joyas muy finas. Pero no hallaron sino el copón
y las hostias. Por eso los botaron en la quebrada y luego huyeron a Conocoto.
EL PADRE ALMEIDA
Hace muchos años había en Quito un convento de monjes. Cuatro novicios, después de
trepar las tapias del convento , salieron en navidad a comer buñuelos. Entre ellos
estaba el novicio Almeida. Avanzaron hasta la Fuente del Sapo. Entraron a una casa.
¡Que sorpresa mas de una docena de frailes allí!. Tocaban la guitarra, se divertían y
comían buñuelos.
Un buen día, mientras recogía un poco de leña, dejó al animal cerca de la olla que
todavía hay en la cima de la colina. A su regreso ya no lo encontró en ese lugar.
Llena de susto se puso a buscarlo por los alrededores.
Al ver ahí a la humilde señora , la Princesa le preguntó sonriendo acerca del motivo,
de su visita. Llorando le contó lo sucedido esa tarde.
Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años había un pueblo llamado
Cochasquí.
Sus habitantes vieron cierta noche aparecer una estrella fugaz en el cielo.
Austados, los indios corrieron a palacio y contaron al Rey lo sucedido. Además, le
suplicaron salvarles de la desgracia que dicha estrella anunciaba.
El Rey, que también era sacerdote y brujo, les pidió tener calma y un poco de
paciencia.
El lo arreglaría todo con los dioses. Para esto, cogió un vaso de chicha entre sus
manos, dijop unas cuantas palabras mágicas y bebió hasta quedarse
profundamente dormido.
Una vez despierto, el Rey contó a los cochasquíes lo que había soñado. Los dioses
no están enojados con nosotros, les repitió una y otra vez. Pero nos ordenan dejar
estas tierras e irnos a otro suelo más rico y hermoso. A fin de señalar ese lugar,
lanzó un aerolito, valiéndose de una huaraca. En el sitio donde aquel cayera, allí
debería fundar el nuevo pueblo.
Paso a paso fueron siguiendo el camino que recorrería el aerolito, hasta llegar a las
faldas del volcán Pichincha. El aerolito estaba enterrado media vara en el suelo. Ese
EL PENACHO DE ATAHUALPA
Cuenta la historia que, vencido y muerto el último Shyri durante la guerra entre caranquis e
incas, los jefes del ejército y mas señores del reino de Quito proclamaron, en el mismo
campo de batalla, soberana y legítima dueña de la corona a la bella y joven princesa
Paccha, hija única de Cacha.
Después Paccha tomaría p por esposo al conquistador Huainacápac. Solo por amor y
mediante este matrimonio, el imperio de los incas pudo extenderse hacia el norte del
Tahuantinsuyo.
Una de sus primeras obras fue el hermoso Palacio Real o Inca huasi, levantado en
Caranqui. Dicho palacio cobró fama en seguida, no por la riqueza que guardaba, ni porque
allí vivieron Huaynacápac y Paccha al comienzo de su monarquía, sino principalmente
porque allí nació Atahualpa.
Desde niño Atahualpa tuvo carácter fuerte. De cuerpo robusto, sus enormes ojos se le
irritaba fácilmente cuando sentía cólera. Aprendía sin dificultad todo cuanto le enseñaban
capitanes, generales y amautas o profesores.
Viendo Huaynacápac que su querido hijo manejaba con suma habilidad la cerbatana, lanza
y otras armas, cierto día le regaló un arco de bejuco y varias flechas de oro. El principito
estaba Feliz y orgulloso con el nuevo juguete. De pronto asomó por ahí una guacamaya,
ave de preciosos colores: cuerpo rojo, pecho azul y verde, alas también azules y cola roja
con azul. Así al instante cargó el arco, apuntó bien, disparó con certeza y la mató.
Cuenta la Sra. Laura Pérez de Oleas que Manuelita Sáenz estaba agonizando. Llenos de fiebre,
sus enormes ojos negros vivieron un lucero errante. La enferma imaginó que era el alma de
Bolívar diciéndole:
Manuelita, toma esta corona de rosas. Es la misma que tú me arrojaste desde un
balcón aquella mañana de mi entrada triunfal a Quito. ¿Recuerdas?
!Bolívar! ... !Bolívar! _ exclamó la moribunda, extendiéndole los brazos. ¿Dices que soy
hermosa con este vestido blanco y los colores de la Libertad?
Sí, Libertadora _respondió el alma de Bolívar.
Tú fuiste la dueña de mi vida. Tu me salvaste de la muerte, en la noche septembrina.
Dame tus manos y vamos juntos a la cumbre de la inmortalidad.
Entonces Manuelita quiso levantarse, más no puedo sino gritar angustiada:
!Bolívar, no te vayas! !No te separes de mí!
Amada mía_ contestó el eco lejano de Bolívar.
Cierra bien tus ojos y sígueme: tú coronada de rosas y espinas: yo, de laureles y cardos.
En vano trató Manuelita de correr hacia la sombra de su amado, pues hallábase paralítica y
agonizante. En medio del amargo llanto, volvió a escuchar:
Mi Manuelita ... en vida estuvimos atados por el Amor, en la Muerte nos unirá la
Gloria...
No te vayas!... !No te vayas, por Dios!... !Vuelve a mis brazos, amor mío!, clamaba
Manuelita.
Semejante súplica fue oída por la sirvienta mulata, quien, suponiendo que llamaba, se acercó
de inmediato.- No es a ti, Imaya. Es a Bolívar... ¿No lo viste salir de aquí?, le respondió
Manuelita muy molesta.
No, mi niña. No he visto de la muerte, la Libertadora del Libertador tuvo junto a sí el espíritu de
quién expresó:
He arado en el mar y cosechado en el viento. También es así como detrás de un hombre ilustre
está una gran mujer.
Cuando las campanas de las capilla vecina daban las seis de la tarde, murió Manuelita en
Paita, en 1856.
Soy Luzbel, dijo. No temas, buen hombre. Te ofrezco entregar concluido el atrio
antes de rayar el alba. Como pago por mi obra quiero tu alma. ¿Aceptas mi
propuesta?
Aceptada, respondió Cantuña. Pero al toque del Avemaría no debe faltar una
sola piedra, o el trato se anula.
Entonces Luzbel montó en cólera y desapareció con sus obreros del infierno.
Desde su partida tenemos el hermoso atrio de San Francisco. Es tan grande y
precioso el atrio, que los quiteños han inventado esta agradable leyenda.
Todo comenzó cuando un grupo de estudiantes se preparaban para rendir los últimos
exámenes de su año lectivo. Uno de ellos, Juan, estaba muy preocupado por el estado
calamitoso en el que se hallaban sus botas y el hecho de no tener suficiente dinero
para reemplazarlas.
Los sacerdotes no podían creerlo, Manuel Chili, el pequeño indígena que se descolgaba
de un lado a otro entre andamios y pasadizos en el interior de la iglesia de La
Compañía, de pronto se convirtió en un gran artista. Los jesuitas, sorprendidos de la
habilidad de este joven, decidieron tomarlo a su cargo, darle vivienda, comida y un
poco de dinero, pues los talladores no tenían el reconocimiento de verdaderos artistas.
También le ofrecieron una preparación especial en el arte, para que obtuviera un
mejor dominio de la escultura y la pintura. Así nació el gran ¡Caspicara!
Manuel trabajaba doce horas al día sobre andamios y bordes peligrosos. Esto le creó
una extraña fobia a las alturas. Cuentan que por esta fobia permanecía largos ratos en
silencio y con los ojos cerrados. El capellán de la iglesia cuando lo veía se enfurecía: él
imaginaba que Manuel Chili estaba dormido.
Un shuar iba de cacería e incrédulo imitó el canto del sapo Kuartam, que vive en los
árboles. “Kuartam-tan, Kuartam-tan”, lo retó en medio de la noche, pero nada pasó.
“Kuartam-tan, Kuartam-tan, a ver si me comes”, dijo y rió. No lo hagas, le había dicho
su mujer, porque puede transformarse en un tigre. No le creyó. Kuartam, el sapo, se
convirtió en felino y lo comió. Nada se escuchó de su ataque, pero la mitad del cuerpo
del shuar había desaparecido. Al alba, la muchacha decidió matar a Kuartam. Llegó
hasta el árbol donde el batració cantó la noche anterior. Tumbó el árbol que al caer
mató a Kuartam, que se había convertido en un sapo con un estómago inmenso. La
mujer cortó rápidamente la panza de Kuartam y los pedazos del shuar rodaron por los
suelos. La venganza no le devolvió la vida al shuar pero su mujer pudo contar que
nunca es bueno imitar a Kuartam. A lo lejos de la tupida floresta se escuchó un nuevo:
“kuartam-tan, kuartam-tan”, sin saber si era un sapo o un shuar a la espera de un tigre.
Cuentan los moradores del sector que por la vía férrea que bordea peligrosamente las
peñas sobre la laguna, corría un tren viejo, tan viejo y herrumbrado que parecía ser de
color oscuro. La gente lo llamaba el tren negro.
Un Viernes Santo mientras hacía el recorrido de la tarde desde Quito hasta Riobamba,
la locomotora tuvo que detenerse a la mitad del trayecto. Había llovido en la provincia
de Cotopaxi y un gran derrumbe tapaba la vía. Los ferroviarios trabajaron el día entero
para despejarle y solo cuando oscureció, los pasajeros se pudieron acomodar en los
vagones y reiniciar la marcha.
El tren negro pasó pitando por Salcedo antes de las once de la noche; pero al llegar al
Debido a que nunca se encontró rastro alguno se cree que todos los ocupantes
perecieron.
Ellos se volvieron parte de la leyenda: cada Viernes Santo, a las doce de la noche, si
uno pasa por la carretera hacia Ambato escuchará el espantoso silbato del tren negro,
acompañado por los gritos de las almas condenadas que penan en el fondo de las
aguas.
Cuenta la historia que más o menos por los años de 1878, en lo que hoy comprende las
calles de Olmedo, Guayaquil y Flores existía ahí el convento de los padres agustinos, un
edificio muy antiguo de estructura débil.
En la parte trasera del convento existía un huerto, que no producía más que maleza en
él no existía ni frutos o verduras y no tenía ninguna utilidad ni para los agustinos
mucho menos para la población cercana.
La estructura del convento como estaba un poco débil por los diferentes terremotos
de los años de 1660, los agustinos decidieron construir en su parte trasera un muro
que sostenga al convento. Este muro tenía la forma de un triángulo, y los agustinos
decidieron ponerle el nombre de Cucurucho de San Agustín, es de ahí de donde nace el
término de Cucurucho de San Agustín que más tarde le dará diferente significado la
sociedad. La base de este muro se encontraba en la huerta del convento.
Es por eso que de ahí Quito cuenta esta leyenda de la lagartija que abrió la calle Mejía.
ATAUD AMBULANTE
Por las noches y en los ríos que se juntan para formar el gran Guayas, frecuentemente
se observa un ataúd flotando en las oscuras aguas, con la tapa levantada y una gran
vela en la cabecera que ilumina los dos cadáveres que yacen en su interior. Ahí
descansan los cuerpos de la princesa Mina y su hijo.
Mina fue hija del último de los caciques de los daulis: Chauma. A sus espaldas, y en
contra del parecer de su padre, ella se enamoró de un español con quien se caso en
secreto. Su padre, al conocer la noticia, se molestó mucho porque los españoles habían
matado a sus antepasados y despojado a su pueblo de sus tierras. Lleno de ira maldijo
a su hija por casarse con un enemigo y convertirse en cristiana. La maldición de
Chauma condenó al espíritu de Mina a no tener descanso después de que se separara
de su cuerpo.
Luego de unos días, Mina, abrumada por la melancolía que le provocó la huida de su
casa y al conocer la muerte de su padre cuando éste se disponía a asaltar la ciudad de
Guayaquil, falleció dando a luz a su primogénito que también nació muerto.
MARIANGULA
María Angula era una niña alegre y vivaracha, hija de un hacendado de Cayambe. Le
encantaban los chismes y se divertía llevando cuentos entre sus amigo para
enemistarlos. Por esto la llamaban la metepleitos, la lengua larga o la "carishina"
chismosa.
Así, María Angula creció 16 años dedicada a fabricar líos con la vida de los vecinos, y
nunca se dio tiempo para aprender a organizar la casa y preparar sabrosas comidas.
Cuando María Angula se casó, empezaron sus problemas. El primer día Manuel, su
marido, le pidió que preparara una sopa de pan con menudencias y María Angula no
sabía como hacerla.
Quemándose las manos con la mecha de manteca y sebo, encendió el carbón y puso
sobre él la olla sopera con un poco de agua, sal y color, pero hasta ahí llegó: ¡no sabía
qué más hacer!
María Angula se incorporó horrorizada y, con el miedo saliéndole por los ojos,
contempló como la puerta se abría empujada por esa figura luminosa y descarnada.
María Angula se quedó sin voz. Ahí, frente a ella, estaba el difunto que avanzaba
mostrándole su mueca rígida y su vientre ahuecado:
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa
CAJA RONCA
Este instrumento es tocado por dos espectros vestidos de rojo, uno de los cuales
encabeza el terrorífico cortejo y otro que va al final del mismo.
La Caja Ronca se oye desde una gran distancia para advertir e invitar a los noctámbulos
y descarriados a que se recojan y no salgan de sus casas, porque de lo contrario serán
escogidos por los espectros de ultratumba para que los acompañen a la otra vida.
Hay quien dice que, ciertas veces, el propio Diablo ha llegado a tocar este instrumento,
con el propósito de asustar a la gente y permitir que los ladrones realicen sus
fechorías.
EL DUENDE
El duende es uno de por personajes del que se tiene referencia en todo país, sin embargo
lo describiremos según la versión de la provincia de Manabí: Este duende es travieso
por excelencia, coqueto, mirón y enamoradizo.
Sea para tratar de llevarse a muchachas jóvenes de cabellos largos o grandes ojos para
embarazarlas; sea para echar a perder los guisos arrojando sal o ceniza, o sea para
esconder los objetos más queridos de señoras y señoritas, lo cierto es que este personaje
condensa las más profundas inquietudes y temores, deseos y curiosidades de los
hombres con respecto al mundo femenino, que es el universo favorito del duende para
hacer gala de su ingenio ambiguo y peligroso.
Es un personaje chiquito con los tobillos torcidos atrás, se viste de rojo; otra descripción
habla de una especie de animal pequeño y feo. Sea como fuere su apariencia cuando se
enamora 'lo hace de verdad' y empieza a desplegar estrategias como molestar haciendo
travesuras o impidiendo que el novio se acerque, es muy celoso.
LA BELLA AURORA
Esta es una de las leyendas más famosas de la ciudad de Quito. Y, según cuenta la
historia, todo empezó en la Plaza de La Independencia cuando allí aún no existía
ningún monumento.
En este lugar vivía Bella Aurora, una hermosa joven que asistió con sus padres a una
corrida de toros.
Según cuentan quienes asistieron a esa corrida, nadie sabe de dónde salió un toro
negro que se acercó a Bella Aurora de manera muy extraña. La observó fijamente e
hizo que la niña espantada se desmayara del miedo.
Hasta ahora nadie sabe de dónde salió ese extraño toro y por qué atacó a la niña. Al
parecer ese será un mito que nunca podremos descubrir.
LA DAMA TAPADA