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Graciela Reyes - Polifonia Textual (Gredos) PDF
Graciela Reyes - Polifonia Textual (Gredos) PDF
P O L IF ON ÍA TEXTUAL
LA CITACIÓN EN EL RELATO LITERARIO
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BIBLIO TECA ROMÁNICA H ISP A N IC A
EDITORIAL G REDO S
MADRID
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dir ig id a por DÁMASO ALONSO
P OL I FO N ÍA TEXTUAL
LA CITACIÓN EN EL RELATO LITERARIO
£
BIBLIO TECA ROM ÁNICA H ISP A N IC A
EDITORIAL G R ED O S
MADRID
o GRACIELA R E Y E S, 1984.
EDITORIAL GREDOS, S. A.
M o n t a ig n e
G. R.
Madrid, 17 de febrero de 1984.
EL MUNDO ENTRE COMILLAS
1. PERPLEJIDADES
3. FICCIONES
1. INTERTEXTUALIDAD
descubrim os, nítida, hecha con los ritm os y las palabras, la ima
gen de los versos de Darío. Cuando leemos
Una tarde de en ero h ab íam os v isto una vaca con tem p lan d o el crep ú s
cu lo d esd e el b alcón p resid en cial, im agín ese, una vaca en el balcón
de la patria [...] pero se h icieron tantas con jetu ras de có m o era p o si
ble [...] que al final no su p im o s si en realidad la vim os o si era que
p asam os una tarde por la plaza de arm as y hab íam os soñ ado cam i
nando que h ab íam os visto una vaca en el balcón p resid en cia l (p. 9),
19 Marxism and the Philosophy of Language, New York and London, Sem i
nar Press, 1973, p. 116. Se cree actualm ente que este libro es obra de Bajtin,
aunque lleve la firma de su discípulo Volosinov. M. Holquist, traductor y estu
dioso de Bajtin, anuncia una biografía de éste donde quizá se aclaren estos pun
tos. Trataré algunos aspectos de las teorías de Bajtin en el capítulo siguiente,
donde incluiré una bibliografía actualizada.
20 El otoño del patriarca, Barcelona, Plaza y Janés, 1975, p. 194. Es éste un
caso de lo que en retórica se llama allusio. Sobre la relación entre alusión, eco
y cita véase John Hollander, The Figure of Echo. A Mode of Allusion in Milton
and after, Berkeley, University of California Press, 1981, cap. IV.
(En el Cap. 3 analizo este tipo, no siem pre fácilm ente aprehensi-
ble, de cita.)
Suele atribuirse a la cita directa un m ayor porcentaje de re
presentatividad, viéndosela como una imagen más fiel del texto
original, pero recordemos que el desplazam iento contextual pue
de a lte ra r el sentido de la transcripción m ás exacta (la ortodo
xia de Juan de Panonia convertida en herejía). Buen ejemplo
de los efectos del desplazam iento contextual son los epígrafes,
en los cuales se reproduce escrupulosam ente un texto, pero no
su sentido original: suele haber un juego de voces entre locutor
citador y locutor citado, lo que lleva a una buscada ambigüe
dad. El estilo indirecto, por el contrario, representa, en princi
pio, el contenido de un texto (como en (2)), y no sus palabras.
Pero en toda fricción intertextual hay algún grado de m im etis
mo; este mimetismo no difiere, en sus posibilidades, sus inten
ciones, sus carencias, de las representaciones de objetos no ver
bales hechas tam bién m ediante el lenguaje. Dice Sternberg:
...Q uoting c o n sists in a rep resen tation , one that differs of oth er
a cts o f rep resen tin g the w orid only in the rep resen ted object. For
its object is itse lf a su b ject or m an ifestation o f su b jective experience:
sp eech, thought, and o th e r w ise ex p ressiv e behaviour; in short, the
w orld o f d isco u rse as o p p o sed to the w orld o f things. [...] Just as the
openin g of P ére G óriot rep resen ts a parisian boardin g hou se, so do
certain elem en ts in a text [...] rep resent exp ressive, su bject-oriented
p ieces or a sp ec ts o f reality [...] In no form o f q u otation , therefore,
not even in the d irect style, m ay w e id en tify the rep resen tation of
the original act of sp eech or thought w ith that act itself; to do so
w ou ld be com parable to eq u atin g B alzac’s rendering o f the V auquer
p en sión w ith th e pen sión i t s e l f 21.
borderline betw een oneself and the other. The word in language is half someone
else’s. It becom es 'one's ow n ’ only when the speaker populates it with his own
intention, his own accent, when he appropriates the world, adapting it to his
own sem antic and expressive intention. Prior to this moment of appropriation,
the word does not exist in a neutral and im personal language (it is not; after
all, out of a dictionary that the speaker gets his words!), but rather it exists
in other people's m ouths, in other people’s contexts, serving other people's inten-
tions: it is from there that one m ust take the word, and make it one’s own.»
(The Dialogic Im agination, ed. por M. Holquist, trad. por C. Emerson y M. Hol-
quist, Austin, University of Texas Press, 1981, pp. 293-294.)
del sistem a de la langue, elem entos que reproduce pero que n o ,
usa referencialm ente. En (10) se menciona la lengua. En todos
los demás ejemplos (4)-(9), por el contrario, la cita consiste en
el sim ulacro de otra enunciación. No interesa ahora si esa enun
ciación reproducida es «real» (ha tenido lugar en el mundo em
pírico) o si es posible o ficticia; adm itirem os, como es regla en
la ficción de la ilustraciones gram aticales, que todos los discur
sos reproducidos en (4)-(9) son idénticos a enunciaciones reales,
y aún más, los considerarem os producto de enunciaciones rea
les, de ocurrencias lingüísticas particulares y únicas. (Para en
tender así (9) debemos im aginar un locutor que se expresa lite
rariam ente, una parodia por ejemplo).
M ientras en (10) la referencia al m undo de la expresión cita
da ha sido abolida, en (4)-(9) la distinción tradicional entre uso
y mención de la lengua no es tan clara: en todos los casos hay
citas, y por lo tanto algún grado de mención, pero en ninguno
podríam os aventurarnos a distinguir mención pura. El uso de
una expresión de modo que esa expresión tenga referencia im
plica comunicación y por lo tanto significación lingüística. Por
el contrario, mención —de una instancia del código, de una
enunciación— es la transform ación de ese segmento lingüístico
en el objeto de un com entario 26. En casos como (4)-(9) encon
tram os uso y mención sim ultáneas de expresiones lingüísticas.
Hemos dicho en la Introducción que la cita de discurso en
el discurso perm ite reconstruir el espacio de una nueva situa
ción de comunicación lingüística, real o ficticia. F. M artínez Boz
nati ha señalado que la posibilidad de hacer del lenguaje icono
de lenguaje, de ponerlo por encim a de toda situación de comu
nicación concreta, fuera de funcionamiento, y dejando intacto
26 Sobre la distinción tradicional entre uso y m ención véase John Searle,
Speech Acts. An Essay in the Philosophy of Language, Cambridge University Press,
1969, cap. 4. Pero es especialm ente interesante la polém ica entre Searle y Derri-
da a propósito de la iterabilidad y de la oposición entre lenguaje «serio» y len
guaje «no serio»: véase J. Derrida, «Signature Event Context», Glyph I, 1977; J.
Searle, «Reply to Derrida», Glyph I, 1977; y J. Derrida, «Limited Inc.», Glyph
II, 1977. (La revista editó en el m ism o año un suplem ento con la versión original
francesa de este trabajo de Derrida, L im ited Inc. Véase la p. 53 de este suplem en
to para la distinción entre usar y mencionar.)
su significado inm anente, es lo que hace posible el discurso lite
rario 27. En todo discurso citado hay un contexto ausente: ni
«yo» citado es yo correferencial con el locutor, ni «aquí» es aquí.
En (11)
(11) Me dijo: «Q uiero que vengas».
(6) E llos creen que los m u ertos se aparecen por la noche. Com o los
m uertos tien en frío, b u scan el abrigo de las cam as. Antes del am a
n ecer se van. A v eces se los oye to se r un poco.
Se cita aquí la afirm ación ajena Aum entarán el precio del pan.
El tem a (topic) del titu la r es sin duda el aum ento del precio
del pan, que el titu la r anuncia, pero ese anuncio está atribuido
a otro, en este caso a alguna fuente de información. Si com para
mos el anuncio de (17) con el de (18) veremos que, con la misma
sintaxis (oratio quasi obliqua, en (18) sin mención de fuente), en
(17) se asum e la afirm ación trasladada, m ientras en (18) se la
atenúa con el condicional. El condicional pone bajo la responsa
bilidad de otro enunciador (no tan fidedigno, o no tan seguro
de su anuncio como el de (17)) la verdad del aumento. De modo
que en (18) el locutor m arca su condición de retransm isor, sin
dejar de transm itir, esto es, de afirm ar: de hacer enunciación
propia una enunciación ajena.
En suma, (16), (17) y (18), tanto como el caso canónico de
El representado en (13), son paráfrasis de otros textos; (16), (17)
y (18), sin m arcas de cita literal y sin ninguna traslación sintác
tica propia de la cita indirecta, presentan sin embargo los ras
gos lógicos y pragm áticos (y, en (18), tam bién una m arca sintác
tica, el condicional) de la oratio obliqua: reproducción de una
proposición y de un acto ilocucionario, acomodación de la enun
ciación ajena a la enunciación propia.
En el EIL, finalm ente, se observa el proceso inverso: en lu
gar de traslad ar el aquí y ahora del sujeto citado al aquí y ahora
del citador, y de reproducir básicam ente proposiciones, el na
rrad o r que cita en EIL se traslada, sintácticam ente, al aquí y
ahora de su personaje, e intenta reproducir, en alguna medida,
sus expresiones:
(19) Lo am aba, oh D ios, sí, lo am aba. Ahora que él esta b a lejos se
daba cuenta.
12 M.-L. Ryan, «The Pragmatics of Personal and Impersonal Fiction», art. cit.,
p. 513.
de acuerdo entre los participantes del acto comunicativo ficti
cio. La ubicuidad, o la omnisciencia, por ejemplo, son atributos
de un n arrad o r que se m anifiesta como un él; si aparecen en
un n arrad o r que dice «yo», el relato se leerá como fantástico,
pues no hay individuo dotado de esas cualidades. El relato rea
lista en tercera persona, en cambio, es el que más explota las
capacidades sobrehum anas del narrador. «Él» puede ser infali
ble (y se tom a como tal, en principio); «yo» está sujeto a la me
dida de la comunicación hum ana. Estas distinciones imponen
una m anera de leer: distintas figuras del lector que el lector
real inventa al leer, un lector confiado para una crónica como
la de La guerra del fin del mundo, o aun Cien años de soledad;
un lector más cauteloso para el «Informe sobre ciegos» de Sobre
héroes y tumbas. Como son las lecturas las que hacen de un
texto una obra literaria, la observación de los principios comu
nicativos que reglan narraciones hetero u homodiegéticas es fun
dam ental para la teoría y la crítica literaria. Pero es verdad tam
bién que esta distinción no siem pre es nítida. En prim er lugar,
hay narradores más individualizados que otros, sean heterodie-
géticos u homodiegéticos. El n arrad o r homodiegético de El oto
ño del patriarca se com porta como un narrad o r «impersonal»,
y el n arrad o r heterodiegético de Rayuela es, en el recuerdo que
deja la lectura, inseparable del protagonista. En 62. Modelo pa
ra armar, novela surgida de Rayuela, el proceso se actualiza tex
tualm ente, y «yo» y «él» alternan y se confunden junto con las
visiones respectivas: narrador y personaje intercam bian papeles.
En la revisión, que acaba de salir a luz, de su teoría del dis
curso narrativo, Genette m atiza mucho la distinción entre rela
to heterodiegético y relato homodiegético. Ya 110 cree que haya
entre ambos una frontera infranqueable, y comenta la alternan
cia entre «yo» y «él» en muchos relatos (Madame Bovary o Va-
nity Fair, por ejemplo, oscilan entre el tipo «autorial» y el tipo
homodiegético; sobre esta oscilación rem ito a los últim os p árra
fos de mi Capítulo 4). La ficción contem poránea está llena de
ejemplos de narradores cam biantes, indistinguibles de sus per
sonajes (como los de los cuentos de Cortázar, por ejemplo), o
enm ascarados («La form a de la espada», de Borges; The Murder
of Roger Ackroyd, de Agatha C hristie)l3. Este tipo de relato po
ne a prueba otra distinción tajante de Genette (que él, sin em
bargo, m antiene sin cambios de im portancia en la revisión de
su teoría): la de voz narrativa y «focalización» o perspectiva.
La función de ver, o, mejor, de percibir, puede corresponder
tanto al narrad o r como a los personajes, si el n arrad o r delega
en uno o varios de ellos la percepción. Pero el sujeto de la per
cepción no ha de confundirse, según Genette, con el sujeto del
discurso. Si el n arrad o r adopta el punto de vista de un persona
je, el focalizador o lugar donde está situado el foco narrativo
(foyer) es el personaje, pero quien habla es el narrador. En Pan-
taleón y las visitadoras, de Vargas Llosa, el protagonista Panta-
león Pantoja es designado por el narrador con los diferentes nom
bres, apodos o títulos que le dan las personas que lo rodean
en cada escena. Si son las visitadoras, el narrad o r dirá «el señor
Pantoja»; si es su m ujer, el narrad o r dirá «Pantita», etc. I4. Es
el narrad o r el que habla en todos los casos, pero el nom bre o
título seleccionado revela la perspectiva de los personajes; se
gún quiénes lo vean, Pantoja pasa, cómicamente, de un papel
a otro. Al reconstruir la percepción, el n arrad o r im ita el lengua
je de los personajes, y así lo llam a «Pantita», por ejemplo. Pero
esto podría explicarse invirtiendo los térm inos: porque el n a rra
dor reproduce el lenguaje reproduce la percepción. Nadie duda
de que el que dice «Pantita» en contextos narrativos es el n a rra
dor y no la m ujer de Pantoja, pero en su voz resuena la voz
de la m ujer de Pantoja, en un como si, una polifonía que hace
difícil seccionar, como veremos, discurso y percepción.
Genette niega que la función de percibir corresponda a una
entidad narrativa diferente, el «focalizador», refutando de este
modo una versión muy am pliam ente aceptada de su teoría I5.
(Mieke Bal, «Narration et focalisation. Pour une théorie des instances du récit»
Poétique, 29, 1977, p. 116):
LEC TO R
terne [la de la llam ad a «novela objetiva»]. Peut-étre vaudrait-il done
m ieu x se dem ander, de m aniére plu s neutre, oü e st le fo y er de percep-
tion? -ce foyer pouvant ou non [...] s ’incarn er en un personn age ,6.
16 Ibid., p. 43.
17 Escribe sobre esto Frangois Mauriac: «Derriére le román le plus objectif,
s ’il s'agit d'une belle ceuvre, d'une grande oeuvre, se dissim ule toujours ce dra-
me vécu du romancier, cette lutte individuelle avec ses démons et avec ses sphinx.
Mais peut-étre est-ce précisém ent la réussite du génie que rien de ce drame per-
sonnel ne se trahisse au dehors. Le mot fameux de Flaubert: "Mme. Bovary,
c'est moi méme”, est trés com préhensible -il faut seulem ent prendre le temps
ra del texto en el que las recrea. Pero los lectores y los críticos
ponen largos discursos en boca del autor, le adjudican intencio
nes, le adjudican estilos (vocabularios, rasgos sintácticos, siste
mas conceptuales, voluntades de intertextualidad, técnicas ar
tísticas), le adjudican errores. La aparente incongruencia entre
un autor silencioso (que a veces sonríe, que a veces nos guiña
el ojo por encim a del hom bro del narrador) y un autor que se
m anifiesta en com entarios explícitos, en estilos, o en el hecho
de que la obra sea como es y no de otro modo, puede salvarse,
y casi siem pre se salva, si adm itim os al autor en la obra pero
tam bién transform ado, al igual que sus personajes y que los su
cesos o experiencias ficticias. El resultado de la transform ación
del au to r real, de la persona que escribe, en una versión de sí
m ism a tal como puede inferirse de su obra recibe, desde Wayne
Booth, el nom bre de autor implícito.
El autor hace, generalm ente, aserciones sobre el mundo va
liéndose de la comunicación im aginaria que ha diseñado, some
tida a otras convenciones, a o tra libertad y a otros límites, la
de n arrad o r y narratario. Sin embargo, otorgarle una voz dife
rente y distinguible, la de la ironía, por ejemplo, no me parece
un pecado de lesa ficción. Propongo definir al autor implícito
desde una doble perspectiva: en cuanto voz citada y en cuanto
figura del autor.
En principio, el autor implícito no ha sido concebido como
una voz, sino como una imagen. En la ya clásica teoría de Booth,
el autor implícito o ideal es la versión inferible del autor empí
rico en su propia obra, y, más exactam ente, en cada una de sus
d’y réfléchir, tant á prem iére vue l’auteur d’un pareil livre y parait étre peu
melé. C’est que Madam e Bovary e ’est un cheuf-d’oeuvre, c’est á dire une oeuvre
qui forme bloc et qui s'im pose com me un tout, comme un monde séparé de celui
qui l'a créé. C’est dans la mesure ou notre oeuvre est im parfaite qu’á travers
les fisures se trahit l'áme tourm entée de son misérable auteur». (Le rom ancier
et ses personnages, Paris, 1933, pp. 142-143, cit. por W. Booth, The R hetoric of
Fiction, o. c., p. 86.) Y Albert Camus: «L'idée que tout écrivain écrit forcément
sur lui méme, et se peint dans ses livres est une des puérilités que le romantisme
nous a léguées. [...] Si méme il lui arrive de se m ettre en scéne, on peut teñir
pour exceptionnel qu'il parle de ce qu’il est réellement». («L'énigme», en Noces.
L'été, Paris, Gallimard, 1959, pp. 241-242.)
obras (puesto que su imagen puede variar de obra en obra, co
mo —parafraseo a Booth— varía nuestra imagen en cartas que
escribim os con diferentes propósitos, a diferentes personas) 18.
El autor implícito es el autor tal como se m uestra, se construye,
o se denuncia en su obra, pero es también, más estricta y menos
dram áticam ente, el conjunto de norm as sobre las cuales está
construida la obra, el «conjunto de elecciones» —de temas, de
técnicas, de puntos de vista— que hacen de la obra lo que es:
en este sentido, el autor implícito es coexistente con cada frag
m ento de su obra, con cada palabra, con cada destino ficticio,
y con todo el sistem a de ideas que da coherencia al conjunto
de entidades o individuos ficticios I9. Este autor que el texto
implica se m anifiesta m ediante las elecciones lingüísticas y téc
nicas del estilo, y en la ideología que sustenta esas elecciones
y conform a los tem as y la resolución de los conflictos. La cohe
rencia de una obra depende, en últim a instancia, de la nitidez
del autor implícito, de la convicción con que sus norm as organi
cen y ejecuten, del poder con que las imágenes nos obliguen
a actos de conocimiento o reconocimiento, nos ofrezcan revela
ciones o nos sugieran lo indecible.
Como responsable de valores y perspectivas, el autor implí
cito es el origen de aserciones —im plícitas, pero tam bién ex
plícitas— y se lo puede considerar, con ciertos reparos, con cierta
m etáfora, un «hablante» del texto. Por un lado, se tra ta de la
polifonía de citar a otro en palabras propias, de dar voz con
propia voz; por otro, de expresarse por medio de com entarios
al m argen del discurso del narrador, o del tal modo que se per
ciba distintam ente el autor en el narrador. Así, por ejemplo, los
com entarios autoriales de la novela tradicional.
Esta figura coextensiva con su obra es más «verdadera» pa
ra el lector que la figura verdadera y m ortal del autor empírico.
La comunicación entre lector y autor im plícito empieza en el
título de la novela o el cuento o el poema, y sigue en un proceso
18 The Rhetoric o f Fiction, o. c., p. 71. Aunque sería más correcto traducir
«autor im plicado» (y tam bién «lector implicado», por im plied reader), se ha di
vulgado ya en español la forma im plícito, que mantengo.
19 The Rhetoric of Fiction, o. c., cap. 3.
de zigzags, desandaduras y recapitulaciones: paralelam ente a la
construcción del sentido del texto 20. El lector percibe al autor
implícito en la m edida en que es capaz de desdoblarse, y adop
ta r el papel de lector del autor y n a rratario del n arrad o r (a este
desdoblam iento, por otra parte constitutivo del hecho literario,
se lo ha llamado lectura irónica o autorreflexiva). En el siguien
te texto, por ejemplo, es muy clara para el lector la disensión
entre narrad o r y autor:
(4) [El m useo] tien e un hall con b ib lio tec a s in agotab les y d eficien tes:
no hay m ás que novelas, p oesía, t e a tr o 21.
3. DIÁLOGOS
53 G. Genette, Palim psestes, Paris, Seuil, 1982, pp. 80 ss. Cito a Borges por
la edición de El Aleph de Buenos Aires, Emecé, 1957 (p. 153).
54 Raimundo Lida, «Notas a Borges», recogido en J. Alazraki (ed.), Jorge Luis
Borges, Madrid, Taurus, 1976, p. 75.
La exclamación final reproduce, como las expresiones subraya
das de (9), estilos que trasuntan sistemas de pensam iento, el es
pesor de los lugares comunes, la voz de un enunciador satiriza
do. Pero el título del cuento del que es autor el personaje llam a
do Borges es una alusión al intertexto de la obra de Borges el
escritor: Los naipes del tahúr es la parodia del título de un posi
ble cuento de Borges.
En las narraciones de García Márquez se nos ofrece un com
plicado sistem a de citas. Intentaré m ostrar, en el capítulo si
guiente, la operación de citar que ejemplifica Cien años de sole
dad y en cierto modo analiza Crónica de una muerte anunciada,
y que no consiste en la citación de discursos sociales como los
que estam os analizando, en los que se m im etizan las formas de
esos discursos, sino en la evocación de un sistem a de pensa
miento, un reflejo conceptual que se percibe como un «tono».
Ahora tra taré un ejemplo de polifonía mucho más nítida, dra
m atizada, la de El otoño del patriarca. En esta novela, las voces
y sus lenguajes y puntos de vista se identifican por señales dis
tintivas; podría proponerse que hay muchos narradores, cuyo
discurso es enhebrado por el autor implícito. Yo creo más acer
tado proponer que hay un narrad o r básico, a veces adelgazado
hasta la im personalidad, a veces coincidente con un «nosotros»
cuya voz domina la mayor parte del texto. Ese n a rra d o r m últi
ple se m ultiplica a su vez en todos los narradores que cita en
estilos directo o indirecto. Como en Cortázar, se n a rra desde
adentro: todos los que hablan form an parte del universo n a rra
tivo, n a rra r y actuar son acciones equivalentes. La m aestría de
este n a rra r polifónico se revela en un hecho asombroso: vemos
a la vez lo que ven las víctimas y lo que ve el tirano, y la reali
dad es la de todos en la voz de todos, incluso en la voz del tira
no, pues el diálogo de voces diseña la realidad ficticia sin la
introm isión de un n arrad o r autoritario. En ese sentido, y aun
que la técnica sea diferente, esta novela m uestra la misma vo
luntad m im ética de Cien años de soledad y de Crónica de una
muerte anunciada, que veremos.
En el fragm ento siguiente de El otoño del patriarca se yuxta
ponen dialectos históricos:
(11) [...] de m odo que se dio a averiguar q u é había ocu rrid o en el
m undo m ien tras él dorm ía [...] y por fin en con tró qu ien le co n ta
ra la verdad mi general, que habían llegad o un os fo ra stero s que
p arloteab an en lengua ladina p u es no d ecían el m ar sino la m ar
y llam aban p ap agayos a las gu acam ayas, alm adías a los cayu cos
y azagayas a los arpones, y que h ab ien d o v isto que salíam os
a recib irlo s nadando en torno de su s naves se en carap itaron en
los p alos de la arboladura y se gritaban un os a otros que m irad
qué bien h ech os, de m uy ferm o so s cu erp o s y m uy b u en as caras,
y los ca b ello s gru eso s y casi com o sed as de cab allos, y hab ien do
visto que está b a m o s pin tad os para no d esp ellejarn os con el sol
se alb orotaron com o cotorras m ojadas gritan do que m irad que
de ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios,
ni b lan cos ni negros, y d ello s de lo que haya, y n osotros no
en ten d íam os por qué carajo nos h acían tanta burla mi general
si e stá b am os tan natu rales com o n u estra s m adres nos parieron
y en cam b io e llo s estab an vestid os com o la sota de b a sto s a
pesar del calor, que e llo s dicen la c a lo r com o los con trab an d is
tas h o lan d eses, y tien en el pelo arreglad o com o m ujeres, aun
que tod os son hom bres, que d ellas no vim os ninguna 55.
55 El otoño del patriarca, Barcelona, Plaza y Janés, 1975, pp. 44-45. Cfr. el
Diario de Colón, por ej. esta descripción: «Luego que amaneció vinieron a la pla
ya m uchos d ’estos hom bres [...] Y todos de buena estatura, gente muy fermosa.
Los cabellos no crespos, salvo corredlos y gruesos, como sedas de caballo. [...]
Ellos vinieron a la nao con alm adías [...] Traían ovillos de algodón filado y papa
gayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escribir, y todo daban por
cualquier cosa que se les diese». (Manuel Alvar, Diario de Colón, Madrid, La Mu
ralla, 1976, t. I, pp. 53-55.)
te no se sabe quién es quién (los nativos han atraído hacia la
playa a los conquistadores porque éstos son «buenos servidores
y de buen ingenio»), el trueque de objetos absurdos del cam ba
lache equivale al trueque de lenguas, y no es extraño que el
dictador, al final del capítulo, vea las tres carabelas fondeadas
en el m ar, frente a su ventana.
El episodio de (11) no está narrado desde un solo punto de
vista, aunque lo parezca al principio; hay un sutil deslizamiento
de perspectivas que provoca la confusión, reflejada por la con
tam inación lingüística de los narradores, confusión que culmi
na con la aparición de las tres carabelas (la nao capitana reapa
rece mucho después, en el último capítulo de la novela, encallada
en un m atorral de percebes en el fondo del mar; los «gringos»
se la llevan junto con el mar).
El siguiente fragm ento (12) ilustra el dialogismo central de
El otoño del patriarca (subdivido el texto con núm eros que m ar
can cambios de voz):
(12) ! Como sim ple m edida de precau ción sacó a los niños de la for
taleza del p u erto y los m andó en fu rgon es n octu rn os a las regio
nes m enos habitadas del país m ientras él se enfrentaba al tem po
ral desatad o por la d eclaración o ficia l y solem n e de que 2 no
era cierto, no sólo no había niños en poder de las autoridades sino
que no qu ed aba un so lo p reso de nin guna c la se en las cárceles,
el in fu n d io del se c u e str o m asivo era una in fam ia de apátridas
para turbar los án im os, las pu ertas del país está n abiertas para
que se e sta b le zc a la verdad, que vengan a b u scarla, 3 vinieron,
vino una co m isió n de la Socied ad de N a cio n es que rem ovió
las piedras m ás o cu lta s del país e in terrogó com o q u iso a qu ie
nes q u iso con tanta m in u ciosid ad que B en d ició n Alvarado había
de preguntar 4 q u ién es eran aq u ellos in tru sos v e stid o s de e sp i
ritista s que entraron en su casa b u scan d o dos m il n iñ os debajo
de las cam as, en el can asto de la costura, en los fra sco s de pin ce
les, 5 y que al final dieron fe p ú b lica de que 6 hab ían encon tra
do las c á rc ele s clau su rad as, la p atria en paz, cada cosa en su
pu esto, y no habían h allad o ningún in d icio para confirm ar la
su sp ic a cia p ú b lica de que se hu b ieran o se h u b iesen violad o de
in ten ción o de obra por a cción u o m isió n los p rin cip ios de los
d erech os h u m anos, 7 duerm a tranquilo, general, se fueron, 8 él
los d esp id ió d esd e la ventana con un p añ u elo de o rilla s borda
das y con la sen sa ció n de alivio de algo que term inaba para
siem pre, 9 ad iós, pendejos, m ar tran q u ilo y p rósp ero viaje,
10 su piró, 11 se acab ó la vaina, 12 p ero el general R odrigo de
A guilar le record ó que 13 no, que la vaina no se hab ía acabado
porque aún qued an los n iñ os mi general, 14 y él se dio una p al
m ada en la fren te, 15 carajo, lo hab ía olvid ado por com p leto,
qué h a cem os con los niñ os, (p. 112)
5. LAS CITAS EN ED
(16) ... «M ientras que de Ud. hab laba siem p re bien, que fu e con la
única que p en só en casarse»... S eñ or que e stá s en el cielo, e so
Tú lo has de escu ch ar, ¿verdad que Tú no lo olvid as? «A LA
FALDA 40 KILÓMETROS» sin rum bo voy, hacia dónde, sin rum
bo... «—¿Y qué m ás decía de m í?.......— Y eso, que Ud. era una bue
na chica, que en una ép oca se iba a c a sa r con Ud.»... ¿conm igo?
así es, conm igo, que solam en te a él am é en la vida [...] Juan
Carlos, si p u ed es tú con D ios hablar, qu e olvid arte no pude te
responderá, ... la vida, con su s platos su cio s y pañales y los b esos
de otro que debí esqu ivar ¿p reten dió la vida de ese m odo tu
am or borrar? ja ja... pero tú, qu ién sab e h acia dónde irás, qu ién
sabe a cuál de tus ex n ovias hoy e le g irá s [...] Dame tu s m anos,
ven, tom a las m ías, pronto va a refrescar, se acaba el día... corti
nas n u evas traje yo de B uenos A ires... y tú tien es razón p u es el
portón recu erd os trae, pero seam os pru d en tes y vam os dentro,
que todo aq u ello em pezó... por un resfrío, ¿ya no ten és ni un
poquito de c a ta r r o ? 65.
— Si no te d oy asco.
— N o d igas e s a s c o sa s. C allado es m ejor.
—Me corro un p oco con tra la pared.
—D esp acio...
70 Las inform aciones científicas sobre hom osexualidad que aparecen en no
tas a lo largo de varias páginas de El beso de la m u jer araña y que, se tomen
irónicamente o no, perturban la lectura, pueden ser atribuidas a un «editor»,
al narrador, o directam ente al autor. Pero ese problem a no nos atañe aquí.
71 En Pubis angelical el autor acude al expediente de un diario para com u
nicarnos los procesos m entales de la protagonista: ésta lleva un diario, donde
todo, hasta los pensam ientos más fugaces, más triviales, más inverosím ilm ente
verbalizables, quedan registrados en beneficio del lector.
72 Figures III, o. c., p. 226.
En suma, ni aun en el caso extrem o del narrad o r invisible
y casi m udo de Puig podemos atrib u ir las citas directas de una
novela a ninguna o tra entidad que no sea el narrador, cuya fun
ción es, entre otras, hacer hablar a los personajes. Y citando,
narra. Una sola cosa probaría esta om nipresencia: norm alm en
te, los personajes de una novela no hablan con el lector, sino
con otro u otros personajes. El narrador, aunque no se oiga,
está a un costado, señalándole al lector lo que sucede entre sus
personajes. Si se retira el titiritero, se acabó la función. No olvi
demos tam poco que los actos lingüísticos son acontecim ientos
de la novela, tienen (en la novela y en la vida) el mismo carácter
de acontecim iento que cualquier acto no lingüístico. La función
del n arrad o r es contar esos acontecim ientos lingüísticos: hacer
lo en ED o en El es una elección estilística entre otras. Pero
sabemos, además, que es el n arrad o r el que cita esos discursos
que el autor, diría Genette, sólo puede imaginar, y que por lo
tanto es responsable de esos discursos, de su m ayor o menor
fidelidad (aunque sea difícil de com probar, pero lo mismo suce
de, en todo caso, fuera de la ficción) y tam bién de la cantidad
de discurso reproducido: cuánto es trasladado en form a directa,
cuánto en form a indirecta, cuánto sum arizado o reform ulado,
cuánto omitido. Todas éstas son funciones comunicativas: pro
pias, por definición, del narrador. Sobre la funcionalidad litera
ria de un estilo u otro de citar discurso hablarem os en el capí
tulo siguiente.
6. IRONÍA
among critics about what irony is, and many would hold to the romantic claim,
faintly echoed in my final sentences, that its very spirit and valué are violated
by the effort to be clear about it» (p. ix).
74 Michael Riffaterre, «Flaubert’s Presuppositions», Diacritics, XI, 4, 1981,
p. 5.
75 Paul Grice, «Logic and Conversation», en Colé y Morgan, eds., Syntax and
Sem antics 3: Speech Acls, New York, Academic Press, 1975. Las cuatro máximas
básicas, que constituyen el «principio de cooperación» («make your contribution
such as is required, at the stage at what it occurs, by the accepted purpose or
direction of the talk exchange in which you are engaged»), son: 1. la máxima
de cualidad (diga la verdad), 2. la máxima de cantidad (dé la información necesa
ria), 3. la máxima de relevancia (sea pertinente), y 4. la máxima de modo (sea claro).
Nótese que, si bien parto de la noción de im plicatura de Grice (en cuanto
«significado extra», o «significado derivado», o «significado inferible sólo en vir
tud del contexto y por convenciones lingüísticas») mi consideración de la ironía
se aparta mucho de la de Grice (expuesta en «Logic and Conversation», o. c.,
y en «Further Notes on Logic and Conversation», en P. Colé, ed., Syntax and
Sem antics 9: Pragmatics, New York, Academic Press, 1978).
terlocutor quebranta de un modo ostensible una de esas reglas,
infiere que su interlocutor quiere decir, indirecta o encubierta
mente, algo diferente o algo más de lo que literalm ente dice.
Uno de los ejemplos de Grice: el profesor de filosofía escribe
una carta de recom endación sobre un alumno, e indica que el
alum no es puntual y tiene buena letra (información im pertinen
te y escasa: quebrantam iento de la máxima de relevancia y de
la máxima de cantidad, en térm inos de Grice); el profesor, evi
dentem ente, quiere decir otra cosa, que no escribe y que su des
tinatario debe inferir. A este significado extra, que no está en
las proposiciones de las frases enunciadas, o sea que no puede
analizarse sem ánticam ente, y que depende de acuerdos tácitos
entre los hablantes, se lo llam a im plicatura.
Para entender la enunciación irónica como un caso de impli
catu ra debemos dejar a un lado la definición tradicional de la
retórica, según la cual la ironía es una figura que consiste en
decir lo contrario de lo que realm ente se quiere decir. De acuer
do con esta noción, el hablante irónico quebrantaría la máxima
de verdad de Grice, es decir, m entiría de alguna m anera muy
evidente, para que el interlocutor invirtiera el sentido de sus
palabras. T rataré enseguida la dificultad de esa inversión; sólo
hace falta notar aquí, para justificar mi aserto de que el signifi
cado irónico es una implicatura, que el hablante irónico no mien
te ni finge m entir, sino que hace dos afirm aciones a la vez, la
literal y la que ha de sobreentenderse; la literal la atribuye a
un locutor que ya identificarem os, y a ésa le yuxtapone la pro
pia, no form ulada. El hablante irónico «dice» algo, que no for
m ula (y que a veces es puro silencio, como nota W. Booth 76),
«diciendo» otra cosa... juega. En esta ficción, el concepto de ver
dad o m entira es irrelevante.
En efecto, los enunciados irónicos tienen un significado lite
ral y otro significado, encubierto y no articulado verbalmente,
que sin embargo se considera su «verdadero» significado, el que
corresponde a las «verdaderas» intenciones comunicativas del
hablante, y que m uchas veces, como todos sabemos, pasa desdi-
89 S/Z, Paris, Seuil, 1970, p. 146. Sobre la destrucción de las voces en la es
critura, véase otro trabajo de Barthes, «La mort de l’auteur», Mantéia, V, 1968.
(Sólo he visto la versión inglesa, que quizá sea más accesible: R. Barthes, «The
Death of the Author», Image-Music-Text, New York, Hill and Wang, 1979.)
del significado literal, el locutor-enunciador el responsable del
significado transtextual, o irónico:
9 o significado literal
A A
locutor ingenuo
93 Luis Rafael Sánchez, La guaracha del Macho Camacho, Buenos Aires, Edi
ciones de La Flor, 1977 (3.a ed.), pp. 29-30.
lebraciones de la prensa), los hace naturalm ente aptos p ara el
juego irónico. El cliché no puede asum irse: pertenece, por défi-
nición, a otros, o a nadie. Decir un cliché es atribuirlo, y como
el cliché es insignificante, o falaz, o sim plem ente muy gastado
para transm itir algo, esta atribución im plica un análisis de los
usuarios originales del cliché, que son así ironizados 94. Lo m is
mo puede decirse de la expresión «los grupos antisociales de
siempre».
El narrad o r de La guaracha del Macho Camacho, que habla
con imaginarios lectores, es, en rigor, heterodiegético: juega, en
realidad, a ser el autor. Su figura es cercana, imaginable, y su
hum or convierte la realidad descrita, y el lenguaje con que se
la describe, en objetos de una reflexión m etatextual donde la
94 Viene aquí al caso una inquietante reflexión de Barthes sobre los este
reotipos lingüísticos. La cito, íntegra, en la versión castellana: «El estereotipo
es la palabra repetida fuera de toda magia, de todo entusiasm o, com o si fuese
natural, com o si por m ilagro esa palabra que se repite fuese adecuada en cada
m om ento por razones diferentes, com o si imitar pudiese no ser sentido como
una imitación: palabra sin vergüenza que pretende la consistencia pero ignora
su propia insistencia. N ietzsche ha hecho notar que la ''verdad" no era más que
la solidificación de antiguas m etáforas. En ese sentido, el estereotipo es la vida
actual de la "verdad”, el rasgo palpable que hace transitar el ornamento inventa
do hacia la forma canónica, constrictiva, del significado. (Sería bueno imaginar
una nueva ciencia lingüística que no estudiase ya el origen de las palabras, la
etim ología, ni su difusión, la lexicología, sino el progreso de su solidificación,
su espesam iento a lo largo del discurso histórico; sin duda esta ciencia sería
subversiva, m anifestando m ás que el origen de la verdad, su naturaleza retórica,
lingüística.)
La desconfianza con respecto al estereotipo (ligado al goce de la palabra nue
va o del discurso insostenible) es un principio de inestabilidad absoluta que no
respeta nada (ningún contenido, ninguna elección). La náusea llega en el m om en
to en que el enlace entre dos palabras im portantes se sobreentiende. Y desde
el m om ento en que una cosa está sobreentendida la abandono: es el goce. ¿Provo
cación inútil? En la novela de Poe, Valdemar, el moribundo magnetizado, sobre
vive catalépticam ente gracias a la repetición de las preguntas que le son dirigi
das ("¿Duerme Sr. Valdemar?”), pero esta supervivencia es insostenible: la falsa
muerte, la muerte atroz, es aquella que no es un término, es lo interm inable
("¡Por amor de Dios! ¡Rápido, rápido, hacedme dormir o despertadme! Les digo
que estoy m uerto.”) El estereotipo es esta imposibilidad nauseabunda de morir.»
(El placer del texto, México, Siglo Veintiuno, 1980 [3.a ed.], pp. 56-57; versión
original francesa: Le p la isir du texte, Paris, Seuil, 1973.)
ironía es «estable» 9S, transparente. En el siguiente ejemplo el
n arrad o r es particularm ente esquivo; no sabemos cómo es ni
quién es; sólo nos queda componerlo con la mezcla de autores
implícitos que Booth llama «career-author» 96, y así asignarle
una ideología que nos perm ita encontrar irónica la aparente na
turalidad con que nos inform a que el restaurante Maxim's ha
puesto un coche restaurante en el m etro de París:
(28) O bligada por su con d ición a circu lar en a u tom óviles privados,
avion es y tren es de lujo, la gran b u rgu esía p a r isien se d escu b re
por fin algo que hasta ahora c o n sistía sobre todo en e sca lera s
que se pierd en en la profun didad y que sólo se em prenden
en raras o c a sio n e s y con m arcada repugnancia. En una época
en que los ob reros fra n ceses tien den a renunciar a las reivindi
c a cio n es que tanta fam a les han dado en la h istoria de n u estro
siglo, con tal de cerrar las m anos sob re el volante de un au to
propio y rem ach arse a la pan talla de un televisor en su s e sc a sa s
horas lib res, ¿quién puede esca n d a liza rse de que la bu rgu esía
adin erada vuelva la esp ald a a co sa s que am enazan v olverse co
m un es y bu sq ue, con una ironía que su s in te le ctu a les no deja
rán de h acer notar, un terren o que proporcion a en ap arien cia
la m áxim a cercan ía con el p roletariad o y que a la vez lo d ista n
cia m ucho m ás que en la vulgar su p erficie urbana? In útil decir
que los c o n c esio n a rio s del restau ran te y la propia c lie n tela se
rían los p rim eros en rechazar ind ign ad os un p ro p ó sito que de
alguna m anera podría parecer irónico; d esp u és de todo, basta
reunir el din ero n ecesa rio para a scen d er al restau ran te y h acer
se servir com o cualq u ier clien te, y es bien sab id o que m u ch os
de lo s m en d igos que du erm en en los b an cos del m etro tien en
in m en sas fortu nas, al igual que los gitan os y los d irigen tes de
izquierda 97.
1. NARRAR PALABRAS
6 Káte Hamburger, Die Logik der Dichtung, Stuttgard, 1957. Véase la rese
ña de Roy Pascal, «Tense and Novel», MLR, LVII, 1, 1962, pp. 1-11.
7 Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, Barcelona, Plaza y Ja
nes,' 1981, p. 103.
ques, p u es la b u rgu esía reaccion a com o fiera cuand o se atenta contra
la sacrosan ta propiedad privada. Me dejó de una pieza m urm urando
que el du eñ o de todas las tierras es el B uen Jesú s y que, en Canudos,
el Consejero está erigiendo la Iglesia m ás grande del m undo (pp. 88-89).
por la gram ática— de distintos modos de recepción del discurso ajeno. Por seña
lar actitudes esencialm ente diferentes, el ED y el El no admiten una transposi
ción mecánica. Criticando el experimento de un gramático, Peskovskij, experi
m ento semejante al que ejemplifican (14)-(17), escribe Volosinov: «The patterns
[del ED y del El] express some tendency in one person’s active reception of ano-
ther’s speech. Each pattern treats the message to be reported in its own Creative fas-
hion, follow ing the specific direction proper to that pattern alone. If, at a given
stage in its development, a language habitually perceives another's utterance as
a compact, indivisible, fixed, im penetrable whole, then that language will com-
mand no other pattern than that of primitive, inert direct discourse (the m onu
mental style) [...] This singular experiment of Peskovskij makes evident his com
plete failure to recognize the linguistic essence of indirect discourse. That essen-
ce consists in the analytical transm ission o f som eone's speech [...] The analytical
tendency of indirect discourse is manifested by the fact that all the emotive-affective
features of speech, in so far as they are expressed not in the contení but in the
form of a message, do not pass intact into indirect discourse. They are translated
from form into content, and only in that shape do they enter into the construc-
tion of indirect discourse, or are shifted to the main clause as a commentary
m odifying the verbum dicendi». (Marxism and the Philosophy of Language, New
York and London, Sem inar Press, 1973, p. 128. Subrayado mío.)
11 Sobre la función de los verbos introductorios puede verse Gérard Strauch,
«Contribution á l’étude sém antique des verbes introducteurs du discours indi
rect», RANAM, 5, 1972, pp. 226-242.
12y( Valle Inclán, Tirano Banderas, Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 1965,
p. 46.
(21) a. La coim a se arrebató:
— ¡Cegar a la poli! ¡Sinvergüenza! H acer el cabestro para que
m e acostase con el com isario. ¡Y luego, llam arm e pingo y
pon erm e negra! n .
b. *La coim a se arrebató q u e cegar a la poli, sinvergüenza...
(30) [Al in iciarse la Segunda Parte del Q uijote, el cura, para probar
el ju ic io de don Q uijote, le dice que es inm inente una invasión
de los tu rcos. Don Q uijote dice que él podría a con sejarle al rey
«una p reven ción» de la que sin duda estaría ajeno. El barbero]
pregu n tó a don Q uijote cu ál era la ad verten cia de la p reven ción
que d ecía era bien se hiciese; quizá podría ser tal, que se
p u siese en la lista de los m u ch os ad vertim ien tos im p e rtin e n tes
que se su ele n dar a los p rín cip es.
— El m ío, señ or rapador —dijo don Q uijote— no será im p e rti
nente, sin o p erten ecien te (p. 43).
21 Segunda parte, cap. 22. Subrayado mío. Cito por la edición de Luis An
drés M 'irÜo Irid, Castalia, 1978, vol. II, pp. 202-203.
que viertan el discurso de Basilio en un caso y del barbero en
el otro, aparezcan como «oídas» en los dos casos por don Quijo
te, retom adas y refutadas por él, debe interpretarse como una
licencia narrativa, por la cual el personaje puede dialogar con
el narrador; este diálogo ha de encuadrarse en la constante usur
pación de papeles entre narradores y personajes del Quijote.
Desde una perspectiva estructural, como la de Genette, por
ejemplo, se hablaría aquí de una mezcla de niveles: el discurso
del n arrad o r se confunde con el de los personajes (sabemos que,
en todo relato, ambos form an dos bloques diferenciados 22). El
personaje —don Quijote, que, no olvidemos, es tam bién lector
del Quijote— reacciona ante las palabras del narrador, que no
debería oír, como si fueran las del personaje citado, palabras
que, dichas en ED, sí podría oír... Para lo que vamos diciendo
del El, im porta ahora hacer notar que el El, en (29) y (30), apare
ce desintegrado, necesitado de una doble lectura. El contexto
nos indica que el discurso del narrador, en ambos casos, es una
forma m ixta de ED y El; pero sólo el contexto; si nos atenemos
a la definición tradicional de El como narración, y por lo tanto
reform ulación, de discurso, no podemos caer en la «ilusión de
literalidad». En (29) y (30), sin embargo, tal literalidad aparece
confirmada. Lo cierto es que, m ientras el ED aparece dem arca
do, fortificado con comillas, guiones, cursivas o entonaciones,
el El es como un organism o poroso, perm eable, en el que puede
infiltrarse fácilmente el discurso original. Hay en el Quijote otros
ejemplos de esta inestabilidad; citaré sólo uno más:
(31) [Se trata de los azotes que ha de darse San ch o para d esen ca n
tar a Dulcinea.] Pues no ha de ser así, Sancho, am igo — respondió
don Q uijote— , sin o que, para que tom es fuerzas, lo h em o s de
guardar para n u estra aldea, que a lo m ás tarde, lleg a rem o s allá
d esp u és de m añana.
S an ch o respond ió que h ic ie se su gusto; pero qu e é l qu isiera
c o n c lu ir con b re v ed a d a q u e l negocio, a sangre ca lien te y cu an do
estaba p ic a d o el m olin o, p o rq u e en la tardan za su ele e sta r m u
22 Así lo reafirma Genette: «le récit consiste exhaustivem ent en deux tex-
tes, dont l’un, facultatif, est presque toujours lui-méme múltiple: texte de narra-
teur et textes de personnage(s)» (Nouveau discours du récit, Paris, Seuil, 1983, p. 9.)
chas veces e l peligro; y a D ios rogan do y con e l m a zo dando,
y que m á s valía un «tom a» que d o s «te daré», y el p á ja ro en la
m an o que el b u itre volan do.
—N o m ás refranes, San ch o, por un solo D ios— dijo don Q ui
jote. (Cap. 71 de la S egu n d a Parte, p. 575).
4. REFORMULACIÓN Y RESPONSABILIDAD
No hay duda de que las dos prim eras oraciones (y, más clara
mente, la segunda) form an parte del testim onio de Plácida Line
ro. El E l no aparece m arcado gram aticalm ente, pero sabemos,
o sabrem os un par de páginas más adelante, que Santiago Na
sar esa m añana le había contado el sueño a su madre: es ella,
sin duda, la que, a través del narrador, nos lo cuenta (de otro
modo, el relato carecería de la m ás elem ental justificación epis
temológica). El n a rra d o r nos ofrece, pues, la tercera versión del
sueño de Santiago Nasar. «Había soñado... y por un instante fue
feliz... pero al despertar se sintió...»: los pretéritos rem iten, no
al pasado anterior del sueño soñado en la víspera del día de
la m uerte, o del sueño relatado a la m adre y re-relatado por
el narrador, sino a un pasado más inmediato, que se em pareja
con los demás pasados narrativos. El procedim iento (frecuente
en esta novela) sirve para dos propósitos: por un lado, coloca
el sueño en el mismo nivel narrativo de los demás sucesos, y
por lo tanto en la m ism a dimensión de realidad, y, por otro,
destruye las m arcas de discurso indirecto; tal destrucción m ues
tra al n arrad o r en prim er plano, a cargo de su discurso 30.
embargo, dijo Tardewski que le había dicho Marconi, algunas de esas cartas son
tan extraordinarias que puedo decir, me decía, dice Tardewski, que allí se en
cuentra no sólo la materia única, sino la inspiración más profunda de toda mi
poesía» (p. 199). (Podría objetarse que estos párrafos no ejemplifican el procedi
m iento que he llamado oratio quasi obliqua, sino una mezcla de ED y El: las
primeras oraciones muestran ED, la última una equívoca forma de El; o bien
todo es ED. Es innegable que en cada cita se respetan las categorías de lugar
y tiempo del hablante original, y no las de ninguno de los retransm isores. Pero,
a la vez, se analiza tanto el proceso de sucesivas traslaciones y es tan notoria
la reformulación, hecha por el narrador «último» de la serie, que prefiero ver
en estos textos el revés de la trama, el análisis burlón de la oratio quasi obliqua
sin fisuras, la «canónica», la que funde discursos. Si pongo el ejemplo conflicti
vo, es para mostrar que todas las categorizaciones de las formas de trasladar
discurso, incluso la mía, son discutibles e insuficientes, pero también que los
m ecanism os de traslación son básicamente pocos y repetibles, y que no vale la
pena m ultiplicar las categorías.) Normalmente, la fórmula parentética, incluso
la más neutra, encabezada por según o de acuerdo con desaparece, como en Gar
cía Márquez, y la asunción referencial es com pleta, lo que no quita que «oiga
mos» al enunciador. En el siguiente fragmento de Cela, la distinción es clara
porque antes se ha dicho que el novio en cuestión, Celso, no había existido: «Ma
ruja Bodelón Álvarez, Marujita, leonesa de Ponferrada, era la cóm ica que apartó
a Celso Varela de tía Emilita, bueno, cómica no era, pero lo parecía. Celso quiso
volver con tía Emilita, pero ya había pasado mucho tiempo y no pudo ser, estas
cosas se enfrían y cuando se derrumban es muy difícil volverlas a levantar» (Ma
zurca para dos m uertos, Barcelona, Seix Barral, 1983, p. 79.) Al discurso colectivo
se une, en presente de verdad general, la voz del narrador, en las últim as frases
(«estas cosas se enfrían»...) Estas frases podrían estar entre com illas, en ED; no
lo están, y el contexto nos autoriza a entenderlas precisam ente com o indicio de
fusión de voces, y no de distancia, de mención. Por cierto, las novelas de Cela
podrían analizarse con provecho utilizando la noción de oratio quasi obliqua.
igual que sus amigos, pero nos es difícil decidir si es él quien
afirm a que los sueños hay que contarlos en ayunas, o si lo repi
te. Descarto, solamente, que lo repita con ironía, m arcando una
duplicidad de puntos de vista y haciendo una evaluación negati
va. Éste (y, por otra parte, todos los narradores de García M ár
quez) es un narrador completamente inseparable, lingüísticamen
te inseparable, de la m ateria narrada; distanciarse p ara juzgar
sería d estru ir en el relato toda ilusión de verosim ilitud, la fuer
za de una certeza que va más allá de lo incom prensible: las co
sas son incom prensibles, pero todos las creen tal como las ven
y las cuentan, no hay otra verdad, ni al n arrad o r se le ocurre
sugerirla. Si a la advertencia «siempre que se los contaran en
ayunas» pudiera dársele una versión de re, el n arrad o r suscribi
ría (presentaría como un hecho cierto en el mundo de la novela)
que Plácida Linero interpretaba sueños si se los contaban en
ayunas. En una versión de dicto, en cambio, entenderíam os que
«ella decía —y la gente del pueblo decía, y todos decían— que
sabía interp retar sueños si se los contaban en ayunas (y yo, el
narrador, me atengo a lo que decían»). Pero la oratio obliqua
de Crónica de una muerte anunciada difum ina esa distinción;
el n arrador respeta puntos de vista, que jam ás contradice y que
traslada sin deform ar, como un locutor que fuera, sólo, porta
voz. La dificultad de distinguir entre la versión de re (que co
rrespondería a la de un n arrad o r tradicional al que atribuim os,
por convención, la verdad de un hecho en el m undo ficticio y
su cualidad de verosímil), y la versión de dicto (sólo achacable
al personaje, como en los discursos directos), se debe a que el
narrador-personaje acepta y transcribe sin pestañear, con cara
de palo, los testim onios ajenos, y con ellos los puntos de vista
ajenos, y a que no hay un n arrad o r interm ediario entre él y no
sotros que nos diga lo que es «cierto». La realidad de la novela
—insisto— es la que cuentan todos: no hay otra.
Véase un ejemplo de contexto ambiguo, particularm ente sig
nificativo porque señala el alcance de la participación del na
rrad o r en la traslación de los discursos de los personajes. Pláci
da Linero, se nos dice, se libró a tiempo de la culpa de haberle
cerrado la puerta a su hijo en el último momento, confundida
por la alucinación de su criada. En cambio, nunca pudo perdo
narse no haber sabido in terp retar aquel sueño con árboles:
(39) N u nca se perdonó el hab er con fu n d id o el augu rio m agn ífico de
los á rb o les con el in fau sto de los pájaros (p. 156).
32X V éanse los testim onios recopilados por Mario Vargas Llosa, García Már
quez. H istoria de un deicidio, Barcelona, 1977.
33 Los del propio García Márquez, por ejemplo en El País de Madrid, 26 de
agosto y 12 de septiem bre de 1981 y en Clarín de Buenos Aires, 20 de octubre
de 1982, y m uchos otros, entre los primeros el de la revista Hoy de Santiago
de Chile, 12-18 de agosto de 1981. Gregory Rabassa, partiendo de ciertas declara
ciones de García Márquez sobre las posibilidades de combinar técnicas periodís
ticas y literarias, llega a afirmar que «when [García Márquez] w rote this latest
book of his, a short, tight novella, by his lights he was not returning to fiction
but carrying on journalism as usual» («García Márquez’ New Book: Literature
or Journalism?», W orld Literature Today, 56, 1982, p. 48). Efectivamente, hay
una aparente semejanza entre la crónica de Crónica de una m uerte anunciada
y una crónica' periodística, pero esta semejanza es, para usar una palabra clave
de la novela, un espejismo. En cuanto parodia de una crónica, Crónica de una
m uerte anunciada es una reflexión sobre los métodos de acceso a lo que en perio
dismo se llama, con inevitable arrogancia, «los hechos».
rrad o r épico y como el narrador popular, los narradores de Gar
cía Márquez n arran con el tono ingenuo y convincente que re
sulta de la asim ilación y reform ulación de los discursos y las
creencias de todos. El narrad o r habla como si hablara él mismo
y por sí mismo, pero siem pre percibim os una m últiple cita, de
la cual se encuentra, en esta novela, un cumplido análisis. Cita
ción de proposiciones: discurso indirecto.
Se ha señalado m uchas veces la función del «narrador im
perturbable» en Cien años de soledad. La técnica narrativa que
crea el efecto de im perturbabilidad es precisam ente la que ejem
plifica y com enta Crónica de una muerte anunciada. En Cien
años la reform ulación no está m arcada por una alusión constan
te a fuentes, pero sin embargo la fusión entre el m ito y la histo
ria, lo real y lo imaginario, es correlativa de una fusión de voces
y visiones. £1 n a rra d o r de Cien años de soledad es om nisciente
porque sabe lo que saben todos desde siem pre y para siempre;
sabe incluso lo que iba a suceder y luego no sucedió; su voz
reproduce no las palabras, no los relatos, como en Crónica, sino
las imágenes, las visiones del m undo que son para los persona
jes ciertas y definitivas, el discurso social que articula la reali
dad. Véase cómo se n a rra el prim er episodio fantástico de Cien
años de soledad:
(40) Una noch e en que no podía dorm ir, Ú rsula sa lió a tom ar agua
en el p atio y vio a P ru dencio A guilar jun to a la tinaja. E staba
lívido, c o n una exp resión m uy triste, tratan do de cegar con un
tapón de esp a rto el h u eco de su garganta. N o le produjo m iedo,
sin o lástim a. V olvió al cuarto a con tarle a su e sp o so lo que ha
bía visto, pero él no le hizo caso. «Los m u ertos no salen», dijo.
«Lo que pasa es que no p od em os con el p eso de la con cien cia».
Dos n och es d esp u és, Ú rsula volvió a ver a P ru dencio A guilar
en el baño, laván d ose con el tapón de esp arto la san gre c r ista li
zada del cu ello . Otra noche lo vio p aseán d ose bajo la llu via. Jo
sé A rcadio B uend ía, fastid iad o por las a lu cin a cio n es de su m u
jer, sa lió al p atio arm ado con la lanza. Allí estab a el m uerto
con su e x p resió n triste (p. 26).
12 Moshe Ron, «Free Indirect Discourse, Mimetic Language Games and the
Subject of Fiction», Poetics Today, II, 2, 1981, pp. 17-40.
13 Art. cit., p. 22. Traduzco, lo más literalm ente posible:
Leonora entró en la habitación de Nancy.
La chica estaba sentada, com pletam ente inm óvil, en un sillón, muy derecha,
como le habían enseñado a sentarse en el convento. Parecía estar tan tranquila
com o una iglesia; el pelo le caía, negro y com o un manto, sobre los hombros.
La últim a línea de (1) ejemplifica lo que hemos llamado, a pro
pósito de Crónica de una muerte anunciada, justificación episte
mológica explícita: el n arrador personal de esta historia no fue
testigo de lo que describe (Nancy en su habitación) e indica el
origen de su conocimiento. La información que podemos extraer
de (í) (sin conocimiento alguno del contexto que rodea a (1) en
The Good Soldier), es que Leonora vio a Nancy en su habitación
en el m omento y circunstancias descritas, y que luego refirió
su visión al narrador. La prim era frase de (1) com plem enta la
justificación epistemológica; la'relació n causal entre e n tra r y
ver es establecida por la disposición del texto; no hay lugar a
dudas sobre la perspectiva: Leonora es el «foco». La voz que
articula esa focalización es la del narrador. Ahora bien: el na
rrad o r no estuvo presente en la escena que cuenta; su relato
es de segunda mano, es una cita de otro relato. ¿En qué consiste
la cita? ¿Qué se cita? La últim a frase menciona un acto de ha
bla entre el personaje focalizador y el narrad o r u. Podemos
preguntarnos si el narrad o r describe la visión de Leonora, re
construyéndola a p a rtir del relato de Leonora, o si en cambio
el narrad o r cita (reform ula en oratio quasi obliqua) el relato que
Leonora le hizo de su visión. M. Ron aventura que todo el pasaje
descriptivo de (1) puede ser interpretado como EIL. Desde mi
punto de vista, interp retar ese fragm ento como EIL es elegir
A su lado el fuego ardía, brillante; ella debía de haberle echado carbón. Llevaba
un kimono blanco de seda que la cubría hasta los pies. La ropa que se había
quitado estaba doblada cuidadosam ente sobre las sillas indicadas. Tenía las lar
gas manos apoyadas en los brazos del sillón, cuyo respaldo estaba cubierto de
zaraza rosa y blanca.
Estas cosas me las contó Leonora. (Ford Maddox Ford, The Good Soldier,
New York, Vintage, 1927, p. 214.)
14 La última frase sirve ante todo, com o señala Ron, de justificación sem ió
tica, ya que responde a preguntas com o ¿Quién le contó al narrador estas cosas?,
¿cómo se convirtió la descripción de esta escena en el objeto de un acto de com u
nicación? (art. cit., p. 23). Esta justificación sem iótica contiene la justificación
epistem ológica que señalo, pues responde a preguntas del tipo ¿cómo puede des
cribir el narrador personal lo que no ha visto?, etc. Recuérdese que al narrador
personal se le exige, en principio, un com portam iento lingüístico sem ejante al
que se exige de narradores no ficticios, de acuerdo con reglas de verosim ilitud
que no se aplican a la narración impersonal.
la prim era de las dos posibilidades que acabo de señalar, esto
es, considerar que el n arrador reproduce la visión de Leonora
en Leonora, inferida y reconstruida a p a rtir del relato de ella;
si se trata de EIL, citar la visión es citar la conciencia de Leono
ra o, más exactam ente, rehacer el espectáculo de una realidad
tal como es percibido por esa conciencia. Para justificar esta
operación el n arrad o r debe contar con su propio conocimiento
de Leonora y de su modo de ver el mundo, aparte el m enciona
do relato de Leonora. Leonora funcionaría como un espejo, y
el n arrador describiría la conciencia de Leonora con todos los
datos a su alcance. Semejante operación no les está perm itida,
en principio, a los narradores personalizados, y nada nos autori
za a pensar, contando sólo con la evidencia de (1), que le esté
perm itida a este narrad o r particular. E sta imposibilidad basta
p ara invalidar la interpretación del fragm ento descriptivo de (1)
como narración en EIL. Si el pasaje intentara im itar las percep
ciones de Leonora, tales percepciones —al menos en p arte— de
ben atribuirse a Leonora, no a un n arrad o r autorizado. Por el
doble reflejo de la realidad en Leonora y en el narrad o r tal co
mo a su vez la atribuye a Leonora, no sabemos qué status lógico
debemos darle al relato, qué grado de certeza debemos atrib u ir
a la descripción de Nancy, que puede ser tanto un hecho del
m undo ficticio como una visión —errónea, deform ada, en todo
caso sujeta a rectificación— no sólo de un personaje, Leonora,
sino del n arrad o r mismo (que es otro personaje), el cual, al in
terp reta r a Leonora, media entre ella y su visión.
H asta aquí le he dado al presunto EIL de (1) una sola expli
cación, según la cual el narrad o r reconstruiría la experiencia
de Leonora utilizando el relato de ella y su conocimiento de ella,
para reconstruir una realidad tal como es vista por Leonora.
M. Ron, en cambio, aplicando un concepto amplio de EIL, según
el cual basta con que los contenidos retransm itidos se identifi
quen como procedentes de o tra conciencia, sugiere que el frag
m ento tendría, como EIL, no una, sino cuatro interpretaciones
posibles: a) la descripción representa la percepción que tuvo Leo
nora de la habitación, b) representa el relato que le hizo al na
rrador, c) es el relato que hace el n arrad o r de la percepción
que tuvo Leonora de la habitación, y d) es el relato que hace
el n arrad o r del relato posterior de Leonora. Ron no elige ningu
na alternativa; indica, en cambio, que hay aún otra posibilidad:
la de entender todo el fragm ento descriptivo de (1) sim plem ente
como relato del narrad o r (su perspectiva, su discurso). Antes
de com entar estas posibles interpretaciones, insisto en que el
EIL, como fenómeno citativo de características sui generis, no
puede identificarse casi nunca fuera de contexto, y en que el
contexto de (1) es insuficiente. Pero aun así, gracias a la expe
riencia de m uchas lecturas (experiencia que constituye otra cla
se de contexto), un lector avezado no encontrará asideros muy
firm es para interp retar que todo el pasaje descriptivo de (1) es
EIL. Las observaciones que enm arcan el pasaje autorizan a en
tender que hay, en la descripción, cierta contam inación del pun
to de vista del n arrad o r y del punto de vista de Leonora; puede
entenderse tam bién que el n arrad o r adopta exclusivam ente el
punto de vista de Leonora. Es plausible, pues, que los conteni
dos de la descripción del n arrad o r correspondan en gran medi
da a los contenidos del relato que el texto mismo nos indica
como fuente. Pero el problem a que esta interpretación plantea,
respecto del EIL, puede form ularse así: cada vez que reconoce
mos un punto de vista ajeno al del narrador, los contenidos po
sibles de otros discursos (mencionados, como en (1), o tácitos),
¿debemos entender que estam os en presencia de EIL, es decir,
que la realidad representada es la realidad de la conciencia de
un personaje o un grupo, y no una realidad según el narrador,
con eventuales vistazos a las realidades según uno u otro perso
naje? En ese caso, Crónica de una muerte anunciada, por ejem
plo, tam bién debería entenderse, salvando los discursos direc
tos, como un relato íntegram ente narrado en EIL. No sólo los
puntos de vista dejarían de pertenecer al narrador, sino el dis
curso mismo en cuanto fundador de la realidad ficticia. La pala
bra del n arrad o r quedaría socavada por una incertidum bré m u
cho más drástica de la que hemos señalado en la novela de G ar
cía Márquez: podemos sospechar, por ejemplo, que el crimen
de Santiago N asar no ha «sucedido» nunca, que es un espejismo
colectivo. Pero la visión avec puede distinguirse de algo que po
dríam os bautizar parole avec; la adopción de un punto de vista
ostensiblem ente ajeno no acarrea la adopción de una enuncia
ción ajena, adopción que, veremos, es señal de EIL.
Las cuatro interpretaciones del pasaje de (1) entendido como
EIL, en un texto tan explícito acerca de motivaciones epistem o
lógicas y comunicativas, revelan la ambigüedad del concepto am
plio de EIL, que no nos sirve, como se ve, para caracterizar ade
cuadam ente una operación descriptiva relativam ente sencilla y
sobre todo tan habitual como la de (1) (dentro y fuera de la lite
ratura). Si seguimos las instrucciones del narrad o r de The Good
Soldier, tendrem os que adm itir, sin más, que el pasaje descripti
vo en cuestión es una versión del relato de Leonora: representa
de algún modo el relato (no la conciencia, sino el discurso) de
Leonora, más o m enos fielmente, adaptado a la situación comu
nicativa del narrador. No hay señales gram aticales de El, pero
la mención de un relato que sirve de fuente y la adhesión del
narrador, no al modo de hablar de Leonora (sólo hay indicios
esporádicos de tal mímica) sino a los puntos de vista de Leono
ra, convierten la descripción de (1) en un caso muy claro de
oratio quasi obliqua. La interpretación del fragm ento coincidi
ría pues con la cu arta posibilidad indicada por Ron: que se tra
ta del relato que hace el narrad o r del relato de Leonora (posibi
lidad que subsum e la segunda —reproducción del relato de
Leonora— pues como veremos inm ediatam ente, la narración no
excluye momentos de reproducción lingüística). El n arrad o r ha
acomodado el discurso de Leonora al suyo, se lo ha apropiado
enteram ente, es su discurso, no el de Leonora, aunque el punto
de vista dom inante sea el de Leonora: se citan las proposiciones
de su discurso sin tran scrib ir expresiones. Tal reform ulación
le está perm itida al narrad o r personal, como hemos visto en
Crónica de una m uerte anunciada.
Es verdad que en el fragm ento en cuestión se encuentran
huellas form ales de pensam iento ajeno. La frase «she m ust have
put coals in» («debía de haberle echado carbón») sugiere una
actividad perceptiva ajena al narrador; la modalización tiene su
origen en Leonora. En otros lugares del pasaje descriptivo de
(1) puede sospecharse tam bién la articulación del pensam iento
P O L IF . TEXTU AL. — 1 6
o la percepción de Leonora, de modo que, intuitivam ente, po
dríam os afirm ar que en (1) hay frases en EIL. Cualquiera sea
la justificación epistemológica de esta reproducción, por momen
tos vemos la realidad en la conciencia de Leonora y tal como
Leonora podría haber articulado su percepción de esta realidad.
Sabemos que todo El puede p resentar señales de mimesis lin
güística, de modo que, dentro del esquem a teórico que propone
este libro, los momentos de polifonía más m arcada del pasaje
de (1) pueden interpretarse sin violencias o bien como EIL o
bien como instantáneas cuasi literales del relato de Leonora,
el que hizo al narrad o r y que a su vez refleja sus percepciones
del cuarto de Nancy (como en un texto teórico, histórico, perio
dístico, ciertas zonas de la transcripción indirecta aparecen en
trecomilladas). En cualquier caso, no encuentro justificación para
in terp retar todo el pasaje como EIL.
Es hora de deslindar una noción estricta de EIL, aunque lue
go no podamos aplicarla siem pre inequívocamente, pues —in
sisto— el fenómeno es equívoco de suyo. Llamarem os EIL a la
técnica narrativa que consiste en tran scrib ir los contenidos de
una conciencia (pensamientos, percepciones, palabras pensadas
o dichas) de tal modo que se produzca una confluencia 15 en
tre el punto de vista del n arrad o r y el del personaje, y que esa
confluencia se m anifieste, en la superficie del texto, en la super
posición de dos situaciones de enunciación, la del narrador y la
del personaje: superposición de las referencias deícticas del na
rrad o r (tiempo pasado, tercera persona) y las del personaje (im
perfecto o condicional, adverbios de lugar y de tiem po coexis-
tentes con el «presente» de su conciencia). Se trata, pues, de
la reproducción del discurso im aginario de una conciencia en
su propio tiempo y espacio; aunque m uchas señales formales
15 Puede hablarse también, com o hace Dorrit Cohn, de fusión. (D. Cohn,
Transparent Minds. Narrative Modes for presenting Consciousness in Fiction, Prin-
ceton, Princeton University Press, 1978.) Yo he utilizado el término fusión, en
el capítulo anterior, para referirme a la solidaridad total de puntos de vista entre
narrador y personajes, manifestada com o un discurso único en el que es difícil
distinguir locutor de enunciador (como en los textos de García Márquez estudia
dos en el apartado § 5 de ese capítulo). Prefiero, pues, hablar de confluencia
discursiva, o mejor, de superposición, en el caso del EIL.
(deícticos, exclamaciones, etc.) pueden faltar, o ser ambiguas 16,
alguna señal, textual o contextual, indicará la reproducción de
procesos de conciencia hechos en los térm inos (en su doble acep
ción de 'lím ites' y 'palabras') de esa conciencia. Generalmente
el pretérito indefinido de aspecto perfectivo, típico del relato,
alterna con el imperfecto, que despliega el presente de una con
ciencia en el pasado; el entonces del narrad o r se funde con el
ahora del personaje, el allá con el aquí, etc. De este modo, la
confluencia de puntos de vista se percibe como confluencia de
voces, rasgo extraño a los ED- y El canónicos.
Si atendemos a la sintaxis oracional, la característica más
im portante del EIL es la ausencia o posposición del verbum di-
cendi y la consiguiente supresión del subordinante. Las diferen
cias entre los tres estilos serían como en (2):
(2) ED: G alileo pensó: «La tierra se m ueve».
El: G alileo p en só que la tierra se m ovía.
EIL: La tierra se m ovía (pensó G alileo).
16 Por ejem plo los adverbios hoy y, especialm ente, ahora, pueden reflejar
el punto de vista del narrador y no del personaje, y no constituir por lo tanto
señales de EIL.
el sentido de Bajtin (cfr. Cap. 2, § 4). La mimesis lingüística
no está excluida del El ni en sus formas canónicas ni en sus
form as más libres. Pero en el EIL, respaldado por la mimesis
de deícticos, por la reconstitución de una situación de enuncia
ción, este rasgo estilístico contribuye a crear la ilusión de la
apertura de la realidad en una conciencia, en el lenguaje, «real»,
posible, virtual, de una conciencia. El verbo que anuncia la cita
se vuelve innecesario, o puede posponerse. En efecto: un punto
de vista se adscribe sin am bigüedad a una tercera persona na
rrada, presente como él y no como el origen de las categorías
de la enunciación que en realidad es, si la expresión lingüística
del punto de vista se puede adjudicar sin ambigüedades a esa
persona, y no al narrador. Los textos en EIL son claram ente
polifónicos: el narrad o r actúa como locutor citador, y m antiene
ciertas categorías sintácticas propias, especialm ente el pasado
narrativo y la tercera persona, pero los actos de habla —en este
caso los actos de percepción, sensación, pensamiento y discurso—
son cumplidos por el enunciador, en un aquí y ahora mimetiza-
dos. El locutor no se hace cargo de la realidad convocada por
la cita: la atribuim os a otro individuo, es la realidad de una
conciencia y no la realidad «cierta» del m undo ficticio, la que
autoriza el narrador. Los textos en oratio quasi obliqua son tam
bién polifónicos, pero en ellos el narrador (que no deja las rien
das del discurso, el control de su situación de enunciación) afir
ma la realidad ficticia.
La situación de enunciación que el EIL evoca no suele ser,
literalm ente, de enunciación. Habíamos hablado hasta ahora, a
propósito del ED y del El, de reproducciones de lenguaje, ya
se tratase de actos de pura locución o escritura, o de actos pro-
posicionales e ilocucionarios. Lo reproducido en EIL suele ser
un m aterial no articulado, preverbal. Es verdad que los m eca
nismos sintácticos del EIL se aplican tam bién a la reproducción
de palabras pronunciadas: este empleo parece menos problem á
tico, por cuanto al reproducir palabras que se perciban como
tales se elimina la ambigüedad inherente en la versión lingüísti
ca de m aterial no lingüístico o sólo en parte lingüístico. Algunos
críticos excluyen de la categoría EIL la traslación de discurso;
Dorrit Cohn, por ejemplo, que puede así justificar la denom ina
ción «monólogo narrado»:
My ow n term «narrated m onologue» as an E nglish eq u ivalen t for
sty le in d irect libre and erleb te R ede c a lis for som e ju stific a tio n and
q u alification . The F rench and G erm án term s have gen erally design-
ated not only the rendering of silen t thou ght in narrated form , but
also the an alogou s rendering o f spoken discourse, w hich displays iden-
tical lin gu istic featu res. I have d elib erately ch osen a term that e x elu
d es this a n alogou s em p loym en t o f the tech nique, b ecau se in a liter-
ary — rather than strictly lin g u istic— p ersp ective the narration of
silen t thou ght p resen ts problem s that are qu ite separate, and far m o
re intricate and in terestin g than th ose presen ted by its m ore vocal
tw in 17.
2. LA MIMESIS DE LA CONCIENCIA
22XArturo Uslar Pietri, «El venado», en Treinta hombres y sus sombras. Obras
selectas, Madrid-Caracas, EDIME, 1953.
El prim er párrafo (partes 1-4) contiene discurso narrativo y
una cita directa, la del segmento 3, que no está m arcada por
ninguna señal de citación, pero que reproduce tiempo, espacio
e idiolecto del personaje. En el segundo párrafo (partes 5-7) tam
bién hay discursos directos sin m arcas, como por ejemplo todo
el diálogo de la parte 7, entre Damián y su m ujer Benita. Pero
este discurso directo es reconstruido no por el n arrad o r sino
por el personaje en medio de un espacio textual que correspon
de al d iscu rrir de su conciencia m ientras cam ina m onte arriba.
(Ha dejado atrás a su m ujer m oribunda, en manos del curande
ro y de las mujeres; piensa en ella m ientras anda sin rumbo.)
De modo que las citas directas del segmento 7 form an parte
de la reproducción de los pensam ientos de Damián, quien evoca
(como en otros m omentos del cuento) diálogos m antenidos con
su m ujer. La coherencia textual exige que interpretem os las ci
tas directas sin m arcas del segundo párrafo como subordina
das, sem ánticam ente, al discurso interior del personaje Damián.
Este discurso interior, a su vez, ha de considerarse representa
do en EIL. Los segmentos 5 y 6, en efecto, corresponden a esta
forma de narrar. Pero m ientras 6 presenta todas las m arcas for
males de EIL (el imperfecto, que señala la intersección entre
el pasado cumplido del narrad o r y la evocación de Damián), el
segmento 5 carece de m arcas gram aticales de EIL: aparte la eli
sión del verbo (que puede darse en el ED), no hay huellas gra
m aticales de EIL. No hay tam poco indicación de El en el con
texto inm ediato (del tipo de la que había en 3; por ejemplo, ver
bos de procesos interiores como soñar, pensar, etc.). Si conside
ramos que el segmento 5 está narrado en EIL es por exigencias
de la coherencia textual: el nuevo párrafo inicia un espacio (vi
sual, y tem poral en el mundo narrado) dedicado a las reflexio
nes de Damián, como en otros lugares del cuento. Pero, sobre
todo, es la imitación del lenguaje de Damián, en este caso de
su registro coloquial, de su modo reticente, de su pensam iento
poco articulado, frases breves, rachas de recuerdos. El segmen
to 5 está, en todo caso, en el filo del ED; llam ar a esta traslación
oratio quasi recta sería el m ejor modo de caracterizarla.
Compárese la mimesis del segmento 5 con la del segmento
2, Eran recientes. La parte 5, Venirse a enfermar Benita. ¡Jna
m ujer tan sana, refleja nítidam ente el pensam iento de Damián,
y un punto de vista que es exclusivam ente suyo y que debe ser
confirmado por otras informaciones del texto para ser conside
rado un hecho «cierto» del mundo del cuento. No sucede lo m is
mo con la comprobación —que tam bién pertenece al personaje—
de que las huellas del animal eran recientes. Y esto se debe a
que 2 reproduce no un pensam iento, sino una percepción. Se
trata, sin duda, de EIL; la atribución es inevitable en la secuen
cia Se puso en cuclillas para observarlas mejor. Eran recientes,
donde la segunda oración presupone el verbo de percepción men
cionado en la prim era. El im perfecto eran es pues obligatorio,
y la lectura de la frase como EIL tam bién obligatoria. Sin em
bargo, una lectura descuidada que atribuyera Eran recientes a
información proporcionada directam ente por el n arrad o r no al
teraría el sentido del párrafo, pues, en cualquier caso, Eran re
cientes es un hecho del mundo narrado.
La traslación de percepciones suele dar cuenta de hechos que
podemos tom ar por ciertos en el m undo de la narración 23. No
sucede lo mismo en el caso de traslación de pensam ientos o pa
labras. Si, en efecto, atribuim os al n arrad o r segmentos en EIL
que corresponden a pensam ientos o palabras del personaje, po
demos tom ar por un hecho cierto lo que se presenta como con
tenido de conciencia y está sujeto a corroboración: no adverti
ríamos, entonces, el carácter polifónico del texto, y achacaría
mos al n arrad o r actos de habla (pensam ientos o discursos) que
23 Pero no en todos los casos (en contra de lo que sostiene Marie-Laure Ryan,
«When "Je” is "Un Autre”. Fiction, Quotation, and the Performative Analysis»,
Poetics Today, II, 2, 1981, pp. 127-156; véase esp. p. 149). Se lee en M adame Bo-
vary: Em m a m it un chále sur ses épaules, ouvrit la fenétre eí s'accouda. La nuit
était noire. Tenemos derecho a pensar, en el m omento de leer, que était noire,
donde se cita la percepción de Emma en EIL, refleja, quizá, una percepción
ligeramente distorsionada que no coincide con la realidad del mundo ficticio.
Del mismo modo, en el enunciado El enferm o se arropó, tiritando. La habitación
estaba helada, podem os suponer que al enfermo le parecía (equivocadamente,
a causa de su fiebre, etc.) que la habitación estaba helada, pero que en la reali
dad (del relato literario) no lo estaba.
él ha atribuido oblicuam ente a un personaje. El segmento 6 del
texto (4), donde Damián piensa que la m ujer nunca había estado
triste «sino una vez» reproduce una realidad de dicto, una reali
dad según Damián, a la m edida de su perspicacia o de su com
prensión de la m ujer, y el lector no está obligado a tom ar su
realidad como una realidad cierta del relato. Las afirm aciones
en EIL pertenecen al enunciador, y aunque el locutor (el n a rra
dor) engarce su discurso sobre ellas, m arca la distancia, no las
asume. La comprobación de esta distancia, evidente pese a la
confluencia de discursos, ha llevado a afirm ar que el EIL suele
ser irónico, afirm ación excesiva 24.
La función literaria del EIL es reproducir la realidad en la
conciencia, es decir, la realidad según es experim entada por una
conciencia. Esto acarrea una reconstrucción figurada y forzosa
mente «lingüística» de actos de pensar, sentir, percibir. Figura
da: una licencia epistemológica y discursiva. Si los narradores
literarios reprodujeran realm ente, o intentaran reproducir, los
procesos de conciencia, asistiríam os a un fárrago desarticulado,
no verbal. La literatu ra intenta una articulación lingüística de
la realidad o de la conciencia de la realidad, una traducción.
La traducción de la conciencia que se realiza por medio del EIL
nos ofrece el espectáculo de una realidad en una conciencia,
imitando, por artificio, el lenguaje de esa conciencia: vemos la
realidad según la conciencia y además la conciencia misma, ex
puesta así al escrutinio. Puede decirse con propiedad que en
el EIL es dual el objeto de representación: el narrad o r reprodu
ce una conciencia que a la vez reproduce una realidad. La con
trap artid a «real» de la imagen reflejada queda fuera de nuestra
percepción (pero no por eso abolida). Vemos, como lectores, la
realidad en la conciencia y examinamos esa conciencia en el ac
to de experim entar la realidad.
Aunque pocas cosas tan fantásticas como la reproducción lin
güística de una conciencia, el EIL aparece en la novela realista
24 Lo sostienen Dan Sperber y Deirdre Wilson, «Irony and the Use - Mention
Distinction», en P. Colé, ed., Radical Pragmatics, New York, Academic Press, 1981.
Véase el Capítulo 2, § 6, en este libro.
que se interesa por la rigurosa disección del personaje. La reali
dad de dicto, en la novela realista, im porta en cuanto es de dic
to, en cuanto se produce en un espacio psicológico. Es el espejo
lo que interesa: sus som bras y sus luces, sus deformaciones,
su modo de absorber, rechazar, ocultar o producir imágenes.
Cuando la realidad de dicto se postula como única realidad po
sible, como en las novelas de García Márquez, el n arrad o r re
produce esa realidad sin reproducir su espacio generador, la
conciencia. Nos da por cierto lo que es visto como cierto, des
truye diferencias lógicas para llegar quizá a la conclusión de
que la verdad es inaccesible o ilusoria. El relato realista, en cam
bio, presenta la realidad de dicto en cuanto tal, «dicha» o expe
rim entada, contrapuesta, por más sutilm ente que sea, a una rea
lidad objetiva que está más allá de la conciencia. Si sumamos
este escrúpulo de distinguir el mundo de dicto del mundo de
re a la actitud científica que consiste en seccionar, observar,
registrar y reproducir lo más fielmente posible un objeto, no
ha de extrañarnos que el EIL sea un recurso predilecto de la
novela realista.
En (3) y (4) hemos visto a un personaje en el acto de tener
conciencia de algo y «expresarse», sin interlocutor o sin más
interlocutor que sí mismo, y a un n arrad o r que no mueve la
boca pero que está allí porque su misión es relatar y m im etizar
el pensam iento. R elatar y mimetizar: las operaciones sim ultá
neas que constituyen los sim ulacros de discursos. Y siem pre un
relator y un im itador, alguien que cuenta y nos com unica una
realidad en un pensam iento o percepción y el fenómeno mismo
de ese pensam iento o percepción, más su posible evaluación de
ese pensam iento, percepción, o discurso. Contra lo que sostiene
la teoría del n arrad o r inexistente (véase Cap. 2, § 2) esas funcio
nes no le corresponden al autor empírico, sino al n a rra d o r cita-
dor, puesto que son funciones com unicativas (y sabemos que
la situación com unicativa literaria es parte de la estru ctu ra fic
ticia, lugar de la transacción narrador-narratario). También le
corresponde al narrad o r ir entretejiendo los momentos de trans
cripción de la conciencia con los demás momentos narrativos.
El EIL, como ciertas plantas delicadas que crecen a la som bra
de otras plantas, suele aparecer, como hemos notado, apuntala
do por otras form as menos ambiguas de traslación de discurso.
No abundan relatos íntegros escritos en EIL. Un cuento breve
soporta el tour de forcé; en una narración más larga, alguien
debe asum ir la responsabilidad de la palabra fundadora del m un
do, ajena a las arbitrariedades de las conciencias en que se re
fleja ese mundo; alguien debe engarzar los puntos de vista y
los lenguajes. En los textos que hemos visto hasta aquí, están
prietam ente enlazados el discurso donde el narrador se hace car
go de sus afirm aciones y el discurso donde el narrad o r atribuye
realidad, operando como interm ediario. Si el narrad o r se lim ita
ra a esta últim a función, lo único ficticiam ente cierto sería el
hecho de que un personaje discurriera, sintiera, percibiera, ha
blara. Así leemos las largas citas directas del monólogo interior:
allí toda realidad exterior al personaje ha sido obliterada, la
realidad es el personaje y es su acto de pensar, soñar, sentir,
divagar. En el EIL la introm isión del narrador, que salta a los
ojos en rasgos gram aticales tan inequívocos como el im perfecto
verbal, mantiene, aunque sea en penumbras, la realidad del m un
do narrado, exterior a los personajes.
3. PENSAMIENTO Y DISCURSO
25' Mario Vargas Llosa, La casa verde, Barcelona, Seix Barral, 1976, p. 9.
P O LIF. TEXTU AL. — 1 7
(5), que es la prim era de la novela, anuncia la perspectiva del
sargento: echa una ojeada. La comprobación el moscardón sigue
allí señala sim ultáneam ente un hecho del mundo ficticio y el
contenido de una percepción (relacionada con una percepción
anterior del mismo personaje, presupuesta por el verbo seguir
y por el deíctico allí). El moscardón sigue allí articula la percep
ción del sargento: como el texto introductor (El sargento echa
una ojeada) está en presente, podemos considerar que la conti
nuación el moscardón sigue allí está en EIL. Sin embargo, todos
los segmentos siguientes en EIL utilizan, incongruentem ente, los
tiempos del pasado. Incongruentem ente porque esperam os que
un discurso subordinado a otro en presente tam bién esté en pre
sente, y así diríam os que la percepción del rostro inalterable
del práctico Nieves expresada en el presente (su rostro, m uy bru
ñido, permanece inalterable) debería dar lugar a una traslación
de pensam iento expresada tam bién en presente: «Estos selváti
cos no son normales, ¿por qué no sudan?...», ya que el segmento
2 traduce el pensam iento del sargento, motivado por su percep
ción del rostro de Nieves. Las percepciones del sargento (en 1,
en 3, en 5, y probablem ente tam bién en 8), se registran en pre
sente. El sargento es el «foco» de la perspectiva narrativa, y
el presente form a parte de esa perspectiva. Pero los pensam ien
tos del sargento (en 2 y en 4) se retrotraen a un pasado que
no coincide con ese presente, y que sin embargo se refiere a
ese presente de modo indudable. Presente de la percepción y
pasado del pensam iento o de la conciencia de lo percibido se
distancian abruptam ente; la separación gram atical dibuja con
nitidez los planos distintos de lo que un personaje ve y al mis
mo tiempo es un hecho de la ficción corroborado por el n a rra
dor (cfr. § 2 supra, y nota 23), y lo que un personaje piensa o
siente como motivo de la percepción pero al m argen de ella,
en otro nivel de la realidad. La reflexión del sargento en 2 no
sólo puede haberse articulado de otra m anera en su mente, sino
que tam bién puede ser como el resum en o el eco de una suma
de reflexiones parecidas suscitadas a lo largo de un tiempo in
definido por la observación de los selváticos (nótese en el texto
el plural selváticos, que incluye a Nieves como elemento de un
conjunto observado) o por cualquier prejuicio sobre ellos; pue
de ser, tam bién, una reflexión del sargento y de otros como el
sargento, evocada allí por el sargento y por el narrador a propó
sito del rostro inalterable de Nieves. Lo que queda como cierto
en el mundo de la novela es que el rostro del práctico perm ane
ce inalterable en m edio del calor y el cansancio; la anorm alidad
de no sudar es una opinión que revela la exasperación del sar
gento y el modo como los selváticos son vistos por el sargento,
y quizá revele tam bién (pero esto está sujeto a corroboración,
ya que no lo «dice» el narrador, ni es una percepción del perso
naje atestiguada por el narrador) que los selváticos son más re
sistentes o m ás sufridos o sim plem ente que nunca sudan.
El EIL del segmento 4 señala tam bién una actitud del sar
gento, una opinión (poco acertada, a la luz de los hechos que
se relatarán luego). El EIL del segmento 6 es com pletam ente
distinto. Pese a m antenerse, como los otros, en el plano distan
ciado de los tiempos verbales pasados, esta frase está unida a
las percepciones del sargento como una percepción más. Obsér
vese que el sargento está atento al vuelo del m oscardón, que
abandona la frente de la monja, y a continuación oye lo que
el práctico le dice, audición narrad a en EIL. De ahí la conjun
ción copulativa que une la visión del sargento y las palabras
del práctico: [el moscardón] se pierde trazando círculos en la luz
blanca y el práctico iba a apagar el motor, Sargento, donde la
yuxtaposición de el práctico y la reproducción de sus palabras
señala la continuidad de lo visto con lo oído. Y he aquí uno
de los rasgos más interesantes del EIL: cuando está dedicado
a trasladar palabras pronunciadas, puede lograr el efecto de con
vertirlas en palabras tales como son oídas por alguien. Es otra
vez la realidad en alguien, en una conciencia, pero esta vez la
realidad es discurso, discurso en tanto que percibido. El discur
so en sí no im porta tanto como el hecho de haber sido oído
de algún modo; im porta la m anera de su percepción, su resonar
en el ám bito de una conciencia.
En el texto (5) todo se acomoda a un relato de percepciones.
El efecto de los tiempos pasados en el segmento 6 del texto es
el de la palabra registrada por una conciencia una vez pronun-
PO LIF. TEXTU AL. — 1 7 *
ciada, en un pasado cercano, pero ya pasado, no en su devenir,
como si el sargento «repitiera» lo que oyó m ientras estaba dis
traído con el moscardón. Puede pensarse, en efecto, que el sar
gento es el que n arra lo que dijo Nieves (lo que él oyó), y que
el n arrad o r recoge el discurso oído junto con las dem ás percep
ciones. De ahí el vocativo Sargento que señala al locutor como
focalizador, como el que oye. No oye el lector, como oye, en
cambio, un discurso citado directam ente por el narrador, sino
que oye el personaje y se nos cuenta lo que oye el personaje.
Esta coherencia en la perspectiva, que engloba percepciones dis
tintas, explica el carácter híbrido del segmento 7. A prim era vis
ta, en 7 salimos del ám bito de focalización del sargento; el na
rrad o r ya no narra en presente, pues no narra, como hasta este
momento, las percepciones del personaje. ¿Pero por qué el im
perfecto decía? El im perfecto indica otra vez EIL, que es segui
do por ED. El n arrad o r no se ha salido, en realidad, del punto
de m ira del sargento. Entendem os que las palabras el corazón
me dice que no habrá nadie pertenecen al sargento. Y aunque
no sabemos con certeza si las dijo o las pensó, puede interpre
tarse que las dijo 26. La propia respuesta se convierte en una
percepción más del sargento, y por eso aparece unida en parte
a su percepción anterior (las palabras de Nieves, en 6) por me
dio de las form as del EIL, y en parte unida a los discursos pre
sentes del narrador por medio de un tiempo verbal, el futuro,
que engarza con el presente y no con el im perfecto del EIL.
He utilizado (5) para ilu strar funciones del EIL: las funcio
nes de su ambigüedad. Un estudio más completo exigiría la con
sideración de toda esta novela, de los sistem as de traslación dis
cursiva que la caracterizan. Señalo al pasar que, excepto en sus
últim as novelas La tía Julia y el escribidor y La guerra del fin
del mundo, Vargas Llosa utiliza de m anera innovadora los esti
los directos e indirectos (una m uestra, en nuestro texto (5), es
la yuxtaposición de tiempos verbales presentes y pasados, la de
signación anómala de los personajes que hablan, las frases hí
29 Káte Hamburger (Die Logik der Dichtung, 1957) excluye del ámbito de la
ficción las narraciones literarias en prim era persona, que, a su juicio, imitan
textos no literarios, especialm ente autobiográficos. Según K. Hamburger, m ien
tras el pretérito usado en la ficción no tiene valor referencial (no se refiere al
pasado del locutor), el pretérito de un yo expresado como tal, es decir, a cargo
terario, una figura usada como tal figura, que tiñe de una ligera
«ficcíonalidad» las afirm aciones del locutor. El locutor se vale
de una licencia epistemológica exclusivamente literaria: el gesto
es retórico 30 en cierto sentido que puede asim ilarse al de «or
namental». Pero la audacia de reproducir lo irreproducible, es
to es, el pensam iento ajeno, trae aparejada a veces la intención
de hacer pasar por cierto lo que es incierto o conjetural. En
los textos teóricos, y de acuerdo con los postulados del género,
el riesgo es mínimo; en el texto periodístico es m ucho mayor,
pues el texto periodístico es por definición la traslación de «he
chos», como si tales hechos pudieran conocerse en bruto, sin
la m ediación de otros discursos (véase el Capítulo 3, § 4). El
fragm ento siguiente, (7), corresponde a un texto periodístico. Se
tra ta de una noticia en la que se n arra un crimen. El titu lar
dice «Triángulo amoroso con trágico final». Todo el relato es
la reescritura de un inform e (nunca mencionado) de la policía,
de su discurso, tiene forzosam ente valor referencial. Aunque la exclusión de las
narraciones literarias en primera persona resulta injustificada si la analizamos
desde nuestra intuición de lectores, es indudable que la diferencia entre narra
ción personal y narración im personal requiere atención (más de la que finge con
cederle Genette: «...enfin, l'im portance du choix vocalique pourrait bien ne teñir
á aucun avantage ou inconvénient d’ordre modal, ou temporel, m ais simplement
au fait brut de sa présence: 1’écrivain, j'imagine, a un jour envie d'écrire tel récit
á la premiére personne, tel autre á la troisiéme, pour rien, comme ga, pour chan-
ger [...] pourquoi certains écrivent-ils á l'encre noire, et d’autres á l'encre bleu?»,
Nouveau discours du récit, Paris, Seuil, 1983, p. 77). El cuento «Las babas del
diablo», de Cortázar, empieza así: «Nunca se sabrá cóm o hay que contar esto,
si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando
continuam ente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron
subir la luna, o : nos duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer
rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de m is tus sus nuestros vues
tros sus rostros. Qué diablos.»
30 Propio de textos no literarios que muestran una «heightened subjectivity»,
según W. J. M. Bronzwaer, Tense in the Novel, The Netherlands, 1970, p. 47.
Esta mayor subjetividad se m anifiesta, a la luz de los ejem plos de Bronzwaer,
en la actitud «literaria» del historiador o el crítico que consiste en adqptar la
perspectiva de sus «personajes» en ciertos m om entos del texto, com o m anifesta
ción de simpatía, por ejemplo. En todo caso, y por vaga que sea la noción de
mayor subjetividad, Bronzwaer concluye correctam ente que el EIL es una técni
ca propia de la ficción, y que, fuera de la literatura, sólo aparece en textos que
poseen algún rasgo ficcional.
que a su vez registra confesiones de la culpable: «Sin escapato
ria, la m ujer relató detalladam ente el siniestro pacto que cele
bró con Quinteros p ara elim inar a Esteban». Esta frase se en
cuentra hacia el final de la noticia, y podemos tom arla como
justificación epistemológica y semiológica (en el sentido del Ca
pítulo 3, § 5). Pero el lector lee una historia contada por un
narrador im personal que no es un espíritu desencarnado y a
la vez locuaz como el narrador im personal literario, sino un pe
riodista que cuenta «hechos». El periodista anónimo relata lo
que dijo la m ujer, más lo que la policía seleccionó o interpretó
de ese discurso, más las explicaciones adicionales de la policía
basadas a su vez en otros discursos... Una complicada historia
textual, como toda noticia periodística. El diario debe intentar,
suponemos, tran sm itir esa historia ordenada e im parcialm ente,
y además hacerla interesante, legible, puesto que el discurso pe
riodístico es una m ercancía que debe conform arse a las exigen
cias de la com praventa. Como se tra ta de transm itir textos, es
peramos, como esperam os en los discursos teóricos e históri
cos, que el locutor use las form as de transm isión canónicas, in
cluida la oratio quasi obliqua. El EIL no está perm itido, en cam
bio, ni como reproducción de pensam iento ni como reproduc
ción de discurso. En el prim er caso, porque el periodista no
puede otorgarse poderes sobrehum anos. En el segundo, porque
venimos viendo que en la práctica literaria el EIL que traslada
discurso echa sobre el discurso una fundam ental incertidum bre
acerca de su status mismo de discurso. Sin este efecto, sin esta
incertidum bre, el EIL que traslada discurso sería tan aceptable
en la literatu ra como fuera de ella (a diferencia del otro, del
que se usa para transm itir percepciones, sensaciones, pensam ien
tos). Lo que quiero m ostrar es que el EIL usado para trasladar,
aparentem ente, discurso, en un texto que por definición sólo
cuenta verdades comprobadas, sigue siendo tan ambiguo, aun
en este contexto de verdades, como el de la literatura. Y dé aquí
se deduce que el EIL que transm ite discurso no puede excluirse
del estudio de este fenómeno en cuanto técnica literaria. Pero
veamos el ejemplo. La m ujer y su am ante han m atado al m arido
en un lugar solitario:
(7) 1 La crim in al pareja roció lu ego el rodado con n afta que debió
extraer del tanque, y lo in cen d ió [...] 2 P arecía el crim en p erfec
to. 3 Pero las co sa s se com p licaron porque el au tom óvil no fue
d estru id o por las llam as. (C larín, B u en os Aires, 26 de agosto de
1978.)
33 Sobre este fenómeno véase R. Pascal, The Dual Voice, o. c., pp. 70 y 74.
alguien que habla, piensa, siente, divaga, sueña. El caso al que
me refiero ahora es el de un n a rra d o r enredado en sus hilos:
una incertidum bre de voces. La mezcla de estilos suele ser señal
de este m undo de voces; mezcla que es un enredo, como ilustra,
por ejemplo, el párrafo inicial del cuento de Cortázar «Pesa
dillas»:
(10) Esperar, lo decían todos, hay que esperar porque nunca se sabe
en c a so s así, tam bién el d o cto r R aim ondi, hay que esp erar, a
veces se da una reacción y m ás a la edad de M echa, hay que
esperar, señ or B otto, sí d octor pero ya van dos sem an as que
e stá com o m uerta, doctor, ya lo sé, señora Luisa, es un estad o
d e com a clá sic o , no se p u ed e h acer m ás que esp erar. Lauro
tam bién esperaba, cada vez que volvía de la facu ltad se que
daba un m om en to en la ca lle a n tes de abrir la pu erta, pensaba
h oy sí [...] no puede ser que se vaya a m orir a los vein te años,
segu ro que está sentad a en la cam a hablando con m am á, pero
hab ía que segu ir esp eran d o, siem p re igual m 'hijito [...] Lo ún ico
que duraba sin cam bio, lo ú n ico ex actam en te igu al día tras día
era M echa, el p eso del cu erp o de M echa en esa cam a, M echa
flaq u ita y liviana, b ailarina de rock y ten ista, ahí ap lastad a y
ap lastan d o a tod os d esd e h acía sem anas, un p ro ceso viral com
plejo, e sta d o com atoso, señ o r B otto, im p osib le p ron osticar, se
ñora L uisa 34.
3SX «L a isla a mediodía», en Todos los fuegos el fuego, Buenos Aires, Suda
mericana, 1966.
Une datos que posee (Rynos, la falúa, la pesca de pulpos) con
otros que imagina. Y entonces, sin solución de continuidad, el
n arrador sigue contando lo que M arini ha empezado a contar.
Deja de acom pañar a Marini en su viaje y en su relato, deja
de superponer su voz, y cuenta como si contara, confunde los
planos porque deja de ser narrador, más acá, interm ediario en
tre el mundo ficticio y su destinatario, y entra en ese mundo,
se confunde con Marini, va a la isla. El EIL de 2, y el m ás equí
voco de 4, son como puentes que perm iten acceder a la realidad
del personaje como si fuera realidad del narrador, y por eso
realidad del lector. El n arrador de toda la m añana de Xiros es
un narrador falible, indigno de confianza, es un narrador al que,
luego, tenem os que rechazar de plano como tal narrador, que
se disfrazó de n arrad o r sin serlo: un caso, por cierto bien distin
to de los que estudia Booth, de unreliability (cfr. Cap. 2, nota
7). Su relato era una m entira en la m entira, una irrealidad (la
isla) en otra: pero fue difícil (para mí, al menos) poner las comi
llas simbólicas, y el texto, una vez que levanta los puentes (los
del El y los del EIL) nos deja, como a Marini, en el vacío. El
efecto se explica —insisto— por la relación entre confluencia
de discursos (y de realidades) y confusión de discursos (y de
realidades); el EIL, ya tantas veces confuso por sí mismo, sirve
de acceso, fácilm ente, a la indistinción drástica de realidades,
donde ya no es EIL (al menos en el sentido que me empeño en
darle), sino discurso prim ario y no trasladado, cualquiera sea
el crédito que m erezca en cuanto a su valor de verdad ficcional.
¿De quién es la realidad? En (10), de todos, en una especie
de ecolalia donde la realidad m ás cierta y brutal es la que no
se describe, la de las pesadillas de la m uchacha en coma. En
(11), es —m om entáneam ente y m ortalm ente— del personaje; lue
go rectificam os, y cada uno tiene la realidad que le corresponde
(aunque la técnica narrativa del cuento lleve a m editar sobre
la confusión, sobre el valor de la irrealidad). He escrito al pasar
que M arini «se cuenta» la visita a la isla. Y antes hemos habla
do de autoobjetivación. Debemos plantearnos, para term inar,
el problem a del EIL que presenta al personaje en funciones de
contar, y consciente de ello, como poniendo comillas dentro de
las comillas que están dentro de las comillas... Personajes que
m im an al narrador, con la aquiescencia del narrador. Más exac
tam ente: narradores que se m uestran escribiendo como si los
personajes se escribieran, en obras donde el tema, o la obse
sión, o el medio y el fin, es el lenguaje mismo. Seguiré con Cor
tázar, renovador del relato literario contem poráneo, m erecedor
de un análisis textual serio y cuidadoso, del cual las pocas ob
servaciones que estoy haciendo podrían ser un punto de partida.
Los dos ejemplos finales están tomados de Rayuela. En el
prim ero, que lleva el núm ero (12), el paréntesis señala, de un
modo gráfico, la reflexión sobre la reflexión:
(12) ... Su vuelta al borde de la cam a, im agen de una con stern ación
progresiva que b u sca neu tralizarse con so n risa s y una vaga e s
peranza, dejó p articu larm en te sa tisfe ch o a O liveira. P uesto que
no la am aba, p u esto q u e el d eseo c esa ría (porque no la am aba,
y el d eseo cesaría), evitar com o la p e ste toda sacralización de
los ju eg o s (cap. 5, pp. 42-43).
38 Barthes, Roland Barthes par R oland Barthes, Paris, Seuil, 1975, p. 171.
lo que contara estaría irrem isiblem ente falseado, puesto en
orden» 39.
Poner orden, re-producir experiencias: el n arrad o r sólo pue
de ser un intercesor entre la realidad y las subjetividades que
la perciben, la padecen, la inventan.
Cortázar, 62. Modelo para armar, Buenos Aires, Sudamericana, 1968, p. 30.
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P rólogo ....................................................................................................................................... 9
C a p ít u l o 1. La citación ......................................................... 42
1. Intertextualidad ........................................................... 42
2. La cita como perversión .......................................... 46
3. Representación y sim ulacro .................................... 58
4. Uso y mención de la lengua .................................. 64
5. Los estilos directos eindirectos ............................ 77
B ib l io g r a f ía ................................................................................. 281
T extos l it e r a r io s a n a l iz a d o s 287