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De paseo por el Área de Broca

Por Juan Guillermo Isaza

Cada vez más niños pasan más tiempo frente al computador y navegando en internet. Esto tiene
que alterar sus conexiones neuronales. ¿O no?

Es parte del folclor familiar la anécdota de la tía que fue de viaje a Estados Unidos y volvió
impresionada de la inteligencia de esos niños de por allá, que eran “tan chiquitos y hablaban un
inglés perfecto”. Una sensación similar de perplejidad sufrieron muchos padres de familia hace
algo más de una década, durante la gran explosión de los computadores personales y la Internet, al
descubrir con alarma que sus hijos de ocho o nueve años se adentraban en la autopista de la
información a unas velocidades que a ellos simplemente les producía vértigo. En la actualidad,
muchos de aquellos niños son padres o hermanos de otros que nacieron inmersos en un ambiente
digital y que se están desarrollando su cerebro en ese caldo binario con el que nos relacionamos a
través de distintas interfaces gráficas. Ellos probablemente los vean abrir ventanas en su
computador a los tres o cuatro años, con la misma tranquila complacencia con que un vaquero
vería a su hijo hacerle el nudo a un lazo. Sin embargo, en la cabeza de muchos todavía rondan
oscuros pensamientos: “¿estaremos criando un monstruo?”, “¿qué ocurre en el interior de ese
cerebrito?” o para aquellos con un poquito de bases neurológicas: “¿son sus procesos
cognoscitivos fundamentalmente distintos a los míos?”
Para responder a estas preguntas, empecemos por echarle un vistazo al proceso mental que
diferencia al hombre de otros animales: el proceso de aprendizaje. En términos generales, la
especie humana dedica comparativamente una gran parte de su vida conocimientos que
necesitará más adelante para modificar inteligentemente su entorno. ¿Cómo se realiza este
aprendizaje? Mediante la interacción con el entorno, el ejemplo de los adultos y la repetición de
comportamientos que llevan a la formación de destrezas. La combinación de estos factores incide
en la calidad del aprendizaje y en lo firmemente que este arraigue en nuestros cerebros.
Un factor crucial que interviene en el aprendizaje es el grado de pasividad con que éste es
asumido. Un video sobre la división mitósica estaría en el extremo de una escala de pasividad. La
lectura de un libro, estaría más cerca de la investigación activa, pero no mucho. ¿Y una
investigación por internet? Indudablemente, el aprendizaje por internet implica de entrada una
serie de decisiones personales en las que el concepto de búsqueda tiene un gran papel como
regulador de la actividad. “Obviamente, los aprendizajes pasivos son más endebles. No sólo en
humanos sino también en ratas. En eso hay una ventaja de internet” señala Lopera. Esto no quiere
decir que la internet sea la única posibilidad de aprendizaje pasivo. “Uno puede leer activamente,
tomando notas, pero internet facilita de manera especial el aprendizaje activo” concluye.
Según Octavio Henao, investigador de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, el
gran problema del aprendizaje de la escritura en las escuelas y colegios es la falta de un
destinatario real para los textos escritos. De hecho un informe que uno entrega a un profesor es un
texto que está desprovisto de ninguna carga emotiva o que incluso puede llegar a tenerla de signo
negativo. Todos recordamos que las tareas del colegio eran horriblemente aburridoras, a diferencia
de los trabajos de la universidad en los que, cuando menos, estaba involucrada la capacidad de
adquirir dinero al egresar. Esto tiene una explicación neurofisiológica. De acuerdo con el doctor
Francisco Lopera, miembro del Grupo de Neurociencia de la misma universidad, “Mientras más se
vincule el aprendizaje a una actividad emocional más probabilidades hay de almacenar los
contenidos”.
Y hay precisamente un ambiente de texto en el que los niños están moviéndose en procesos de
aprendizaje con vínculos altamente emotivos: los salones de chat, pero también el correo
electrónico. En estudios donde se indujo a estudiantes de bachillerato con bajo rendimiento en
redacción a utilizar el correo electrónico como herramienta de trabajo grupal, se lograron
resultados sorprendentes. Todos ellos mostraron un mayor compromiso, mejor motivación, mayor
integración , menor deserción y consecuentemente mejores resultados.
Pero en medio de este país de las maravillas surge, como la serpiente en el paraíso, la inquietante
pregunta de si no se estarán deformando las mentes de los niños, precisamente debido a la gran
plasticidad que mencionábamos anteriormente. De hecho, cada vez más niños, desde una edad
más temprana están pasando cada vez más tiempo interactuando frente al computador y
relacionándose con la realidad a través de su representación virtual. ¿Cómo los está afectando el
irse separando cada vez más de las percepciones reales del mundo?
En primer lugar, de acuerdo con el doctor Lopera, tenemos que advertir que la pantalla también es
la realidad, además de contener su representación virtual. En este sentido no vale ni siquiera la
pena preguntarse si un niño está evadiendo la realidad al sentarse frente al computador. La
pregunta es acerca del tipo de realidad que está enfrentando. La repuesta parece ser una realidad
virtual, de la cual es el amo absoluto, y en esta medida totalmente gratificante, con muy poco
espacio para experimentar frustraciones reales. Es cierto que los medios digitales ofrecen una
mayor cantidad de información y en este sentido están hiperestimulando ciertas conexiones
neuronales, produciendo rendimientos intelectuales superiores a niveles esperados en otros
ambientes de aprendizaje. Y esto es maravilloso. Pero la magia puede terminar al apagar el
computador. Según Lopera “Hay mucha discusión con respecto a programas computarizados para
mejorar la atención. En determinado momento se puso muy de moda hacer ejercicios de atención
mediante juegos de computador. ¿Y qué se ha observado? Que el niño se vuelve un teso en un
juego determinado de computador que requiere cierto nivel atencional, pero esto no
necesariamente garantiza que se extienda esa habilidad al aula de clase”.
Esto se debe en gran medida a que la habilidad de manejar un computador es motora, análoga a
aprender a manejar un carro. Es una habilidad que ciertamente crea nuevos circuitos neuronales.
Toda destreza motora requiere inicialmente de la corteza cerebral y a medida que se vuelve
habilidad y se automatiza va pasando al cerebelo que es un sistema inferior. Pero así como Juan
Pablo Montoya al bajarse de su Fórmula conmuta de manera automática los circuitos que le
permiten conducir habilidosamente y activa aquellos que le permiten caminar y masticar chicle al
mismo tiempo, el niño tiene que realizar lo propio al pasar del computador al aula de clase. Es
probable que en el interior de su cerebelo todas aquellas habilidades adquiridas a través del
neocortex del hemisferio derecho de su cerebro sigan esperando para activarse la próxima vez que
se encienda la pantalla del computador, pero entretanto tendrá que defenderse con los mismos
circuitos neuronales con los que nuestros antepasados se bajaron de los árboles en las planicies
africanas o con las que usted o yo subimos las escalas del apartamento.
¿Acaso no existe entonces ninguna diferencia entre los cerebros de estos niños digitales y el
nuestro? Probablemente encontremos algo al examinar un proceso de aprendizaje más específico
todavía: el del lenguaje. Este reside en el área de Broca, en el hemisferio izquierdo del cerebro,
donde se realizan las representaciones lexicales, o sea las representaciones fonológicas del mundo
externo. Es gracias a estas representaciones que los niños gringos pueden relacionar la palabra
table con ese objeto de cuatro patas y superficie plana sobre el cual colocan el vaso de leche y que
los hijos suyos o míos llaman a ese mismo objeto mesa. El hecho de que el área del lenguaje se
encuentre en el hemisferio izquierdo del cerebro no es casual, como no lo es casi nada en
neurofisiología. De acuerdo con el doctor Lopera, en este hemisferio se realizan los procesos
secuenciales, (como ponerse un suéter) y el habla, una expresión física del lenguaje, es un proceso
secuencial por definición: primero decimos una palabra, después otra, después otra, etc.
Pasemos ahora a otra expresión del lenguaje: el texto. Desde la aparición de la escritura hasta el
momento, el texto ha asumido la misma forma secuencial del habla. Ya sean jeroglíficos egipcios,
ideogramas chinos, caracteres cirílicos, se escriban de izquierda a derecha o de arriba abajo,
siempre se leen en secuencia. Durante los años cincuenta y sesenta, algunos pensadores franceses
como Jacques Derrida o Roland Barthes soñaron con un texto que no fuera secuencial, un texto
siempre en proceso de construcción, con ramificaciones muy complejas, pero sencillamente el
lenguaje no dejaba. Entonces aparecieron el computador personal y el lenguaje multimedial.
Detengámonos ahora y observemos el lado derecho del cerebro. Allí se realizan representaciones
no verbales, visuales y acústicas, en el área conocida como área análoga al lenguaje. En este
hemisferio se realizan también procesos holísticos, es decir no secuenciales, donde toda la
información se procesa al mismo tiempo, como ver una cara y reconocer en ella al tío Ricardo. Este
tipo de análisis gestáltico, o global, en ocasiones ha sido asociado con procesos intuitivos, donde
no es necesario pasar de A a B para llegar a C, procesos por cierto más frecuentes en las mujeres
que en los hombres, en las que predomina el lado derecho del cerebro. Y aquí es donde volvemos
a internet.
El profesor Henao lleva varios años diseñando herramientas de estudio que relacionan el uso de
lenguajes multimediales con los procesos de aprendizaje y trabaja con el concepto de hipertexto.
Este término puede referirse a un texto escrito o a una representación visual en el que uno de sus
elementos nos permite desplegar un nuevo texto o representación visual, o incluso, auditiva. En
resumen, un texto en el que nos encontramos un link. En sus investigaciones, pioneras a nivel
mundial, pudo demostrar que niños expuestos a hipertextos y que previamente habían sido
catalogados como lectores deficientes obtuvieron logros superiores a niños catalogados como
buenos lectores.
Estas investigaciones apuntan a respaldar al sicólogo Allan Paivio, autor del libro “The dual-code
theory” quien plantea una hipótesis llamada de la comunicación dual y básicamente sugiere que el
cerebro procesa la información a través de varios “canales” de registro: uno para la información
verbal escrita u oral, mientras la no verbal, como la música o sonidos ambientales, o imágenes, se
procesa a través de otro canal en la mente. Cuando uno tiene la oportunidad de procesar la
información a través de varios canales, eso genera una vía de acceso que permite incluso recordar
mejor. Es como tener varios registros mentales de un mismo fenómeno en vez de uno sólo, como si
escribiéramos dos veces en la mente las mismas cosas. “Naturalmente -señala el doctor Lopera-,
mientras más canales de información se activen, mayor probabilidad hay de almacenar la
información”.
Bueno, ahí lo tienen: los lenguajes hipertextuales le están hablando directamente al hemisferio
derecho del cerebro. Cuando un niño se sienta frente a una pantalla con seis o siete ventanas
desplegadas al mismo tiempo, en las cuales puede estar desarrollando una charla en un chat,
viendo un clip de video, oyendo un archivo de audio, bajando la biografía de Montaigne de un
motor de búsqueda, y jugando un partido de cartas virtual, es este hemisferio el que está sudando
la camiseta, por decirlo de alguna manera.
Ahora bien, hay un principio básico de la fisiología, muy caro a los adolescentes, según el cual un
órgano que no se utiliza se atrofia. El ejemplo vivo somos nosotros, los adultos, crecidos bajo la
férula del texto lineal y el libro impreso. Cuántas horas de angustia para aprender a manejar el
mouse, para seguir el camino de link en link hacia lo que estamos buscando, para trabajar en más
de una cosa al tiempo. En resumen, para utilizar el lado derecho del cerebro. Esto se debe
sencillamente a que la mente infantil es más plástica, es decir, más fácilmente moldeable por el
aprendizaje. Los caminos sinápticos que se establecen durante el proceso de aprendizaje se
vuelven zanjas cada vez más profundas y endurecidas y en ocasiones presentan un punto crítico en
el desarrollo, más allá del cual es imposible aprender ciertas cosas, como una lengua extranjera.
De modo que allí está la gran diferencia: El cerebro de los niños criados en un entorno digital
seguramente va a presentar una hipertrofia del hemisferio derecho con respecto al de sus padres,
simples lectores de libros. Sin embargo, las cosas no son tan simples como parecen. De acuerdo
con el doctor Lopera, los entornos digitales estimulan procesos tanto holísticos como secuenciales.
“Al fin y al cabo –asegura-, cuando llegamos a través de un link a un nuevo texto, este lo leeremos
de forma secuencial”. La neurología apenas está empezando a estudiar un fenómeno que todavía
no termina de producirse. Quedan preguntas fundamentales por resolver. Sin embargo, una cosa
es clara: en un entorno cada vez más dominado por lo digital aquellos que no desarrollen a tiempo
el hemisferio derecho de su cerebro van a quedar a un lado de la autopista de la información,
mirando secuencialmente como los demás avanza a toda velocidad hacia el futuro.

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