Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Anderson Harlene Goolishian Harold El Experto Es e PDF
Anderson Harlene Goolishian Harold El Experto Es e PDF
Ésa es una pregunta interesante y complicada. Si una persona como usted hubiera encontrado
una manera de hablar conmigo cuando yo empezaba a volverme loco... en todos los momentos de
mi delirio de que yo era una gran figura militar... Yo sabía que [el delirio] era algo así como una
manera de convencerme de que podía superar mi pánico, mi miedo... En vez de hablar conmigo acerca
de esto, mis médicos estaban siempre haciéndome esas preguntas que yo llamo condicionales...
[Ante lo cual el terapeuta inquirió: «¿Qué son preguntas condicionales?»]
Ustedes [los profesionales] están siempre poniéndome a prueba... controlándome para ver si sé
todo lo que ustedes saben, en vez de buscar una manera de hablar conmigo. Ustedes me preguntan
«¿Esto es un cenicero?», para ver si yo lo sé o no. Era como si ustedes supieran y quisieran ver si
yo podía... y eso sólo me asustaba más, me daba pánico. Si ustedes hubieran podido hablar con el
«yo» mío que sabía lo asustado que yo estaba. Si ustedes hubieran sido capaces de entender hasta
qué punto yo tenía que estar loco para poder ser lo suficientemente fuerte para afrontar este miedo
mortal... entonces habríamos podido controlar a aquel general loco.
usualmente informan la psicoterapia. Las ideas que se exponen en este capítulo representan el
interés actual por un enfoque interpretativo y hermenéutico para entender la terapia. Se
discuten, específicamente, la posición de «ignorancia» del terapeuta y su importancia para las
ideas sobre la conversación terapéutica y las preguntas conversacionales.
En las últimas décadas se produjeron ciertos progresos dentro de las terapias sistémicas
que intentaban crear un marco conceptual para dejar de lado al anterior empirismo de las teorías
acerca de la terapia. Estos desarrollos desplazaron el pensamiento de la terapia familiar hacia lo
que se llama cibernética de segundo orden y, en última instancia, constructivismo.
Últimamente hemos llegado a la conclusión (Anderson y Goolishian, 1988, 1989, 1990a) de
que hay serios límites para este paradigma cibernético, tal como informa la práctica
terapéutica. Estos límites se encuentran principalmente en las metáforas mecánicas que
sustentan la teoría de la retroalimentación cibernética. Nosotros señalarnos que dentro de esta
metáfora hay pocas oportunidades de tratar con la experiencia misma de un individuo.
Consideramos también de utilidad limitada a los modelos cognitivo y constructivista, que, en
última instancia, definen a los seres humanos como meras máquinas de procesamiento de la
información, y no como seres generadores de significado (Anderson y Goolishinn, 1988,
1990a; Goolishian y Anderson, 1981).
Mientras tanto, nuestras teorías de la terapia se desplazan rápidamente hacia una posición
más hermenéutica e interpretativa. Esta concepción destaca que los «significados» los crean y
experimentan los individuos que conversan. Apoyándonos en esta nueva base teórica, hemos
desarrollado algunas ideas que trasladan nuestra comprensión y nuestras explicaciones de la
terapia a la arena de los sistemas cambiantes, que sólo existen dentro de las vaguedades del
discurso, el lenguaje y la conversación. Esta postura anida en el ámbito de la semántica y la
narrativa. Nuestra actual posición se apoya fuertemente en la idea de que la acción humana
tiene lugar en una realidad de comprensión que se crea por medio de la construcción social y
el diálogo (Anderson y Goolishian, 198S; Anderson et al., 1986a; Anderson y Goolishian, 1988).
Según esta perspectiva, la gente vive, y entiende su vida, a través de realidades narrativas
construidas socialmente, que dan sentido a su experiencia y la organizan. Se trata de un
mundo de lenguaje y discurso humanos. Anteriormente habíamos hablado ya de estas ideas,
de sistemas de significado, bajo las denominaciones de sistemas determinados por el
problema, sistemas disolventes organizadores del problema, y sistemas de lenguaje (Anderson
y Goolishian, 1985; Anderson et al., 1986a, b; Anderson y Goolishian, 1988; Goolishian y
Anderson, 1987).
Nuestra actual posición narrativa se apoya fuertemente sobre las siguientes premisas
(Anderson y Goolishian, 1988; Goolishian y Anderson, 1990).
Primera: los sistemas humanos son al mismo tiempo generadores de lenguaje y
3
derivación. La terapia empieza con una pregunta basada en este significado ya creado. El
significado que surge en la terapia se entiende desde esta totalidad (los preconceptos del
terapeuta), pero este todo, a su vez, se comprende a partir cíe las partes emergentes (la
historia del cliente). Terapeuta y cliente avanzan y retroceden dentro de este círculo de
significado. Pasan de la parte al todo y de nuevo a la parte, manteniéndose así dentro del
círculo. En este proceso, el nuevo significado surge tanto para el cliente como para el
terapeuta.
«Ignorar» no consiste en tener un juicio infundado o no basado en la experiencia, sino que
el término se refiere, en un sentido más amplio, al conjunto de supuestos, de significados, que
el terapeuta lleva consigo a la entrevista clínica. Para el terapeuta, la aventura está en
aprehender la singularidad de la verdad narrativa de cada cliente individual, las verdades
coherentes de sus vidas relatadas. Esto significa que los terapeutas siempre tienen prejuicios
debido a su experiencia, pero que deben escuchar de tal modo que esa experiencia previa no
les impida el acceso al significado cabal de las descripciones que el cliente hace de su propia
experiencia, listo sólo puede darse si el terapeuta afronta cada experiencia clínica desde la
posición de la ignorancia. Proceder de otro modo equivale a buscar las regularidades y el
significado común que puedan convalidar la teoría del terapeuta, pero que invalidan la
singularidad de los relatos de los clientes y, por ello, su identidad misma. El desarrollo de un
nuevo significado descansa sobre la novedad y lo distinto, sobre el no saber qué es lo que el
terapeuta está a punto de escuchar. Esto requiere que el terapeuta tenga una elevada
capacidad de atender, simultáneamente, la conversación interior y la exterior. Gadamer lo
formuló así:
Una persona que trata de entender un texto está preparada pura que éste le diga algo. Por eso
una mente hermenéuticamente entrenada debe ser sensible desde el comienzo a la calidad novedosa
del texto. Pero este tipo de sensibilidad no implica ni «neutralidad» en lo que hace al objeto ni la
extinción del propio yo, sino la asimilación consciente de la parcialidad, de modo que el texto
pueda presentarse en toda su novedad y sea, así, capaz de afirmar su propia verdad, frente a
nuestros supuestos previos (1975: 238).
extraen su sentido de mediación social. Las narraciones permiten (o impiden) una percepción
personal de libertad o competencia para dar sentido y para actuar (mediación). Se puede
considerar que los «problemas» que se tratan en la terapia emanan de narraciones sociales y
autodefiniciones que no brindan una mediación que sea eficaz para las tareas implícitas en sus
auto-narraciones. La terapia brinda la oportunidad de desarrollar nuevas y diferentes
narraciones que permiten una gama ampliada de mediación alternativa a la di-solución del
«problema». Y quienes visualizan la terapia como exitosa experimentan la realización de esta
nueva mediación narrativa como «libertad» y liberación.
Al mismo tiempo esta liberación exige abandonar el concepto tradicional de separación
entre terapeuta y cliente. Vemos al cliente y al terapeuta juntos dentro de un sistema que se
desarrolla por encima del transcurso de la conversación terapéutica. El significado se convierte
en una función de su relación. Desde esta perspectiva, cliente y terapeuta influyen mutuamente
en el significado del otro, y el significado se convierte en un subproducto de la cooperación.
Cliente y terapeuta dependen uno de otro en la constante creación de nuevas comprensiones.
En efecto, ellos generan un significado compartido y dialogal que sólo existe
momentáneamente durante la conversación terapéutica, que sigue cambiando a lo largo del
tiempo.
de saber más acerca de lo que acaba de decirse. Así, el terapeuta está siempre informado por
los relatos del cliente y aprende siempre un nuevo lenguaje y una nueva narrativa. Las
preguntas que están abiertamente regidas por una metodología corren el riesgo de malograr
la oportunidad del terapeuta de que los clientes le introduzcan en sus propios mundos. La
base del interrogatorio terapéutico no es simplemente interrogar al cliente o recoger
información para convalidar o apoyar las hipótesis. Por el contrario, el objetivo es permitir al
cliente cuestionar la gama de comprensión del terapeuta.
En este sentido hermenéutico, durante el proceso de la psicoterapia el terapeuta no está
aplicando un método de interrogación, sino que está continuamente adaptando su
comprensión a la de otra persona. Así, el terapeuta está siempre en proceso de comprensión,
siempre en camino a la comprensión, siempre en proceso de cambio. Las preguntas
formuladas desde la ignorancia reflejan esta posición del terapeuta y este proceso terapéutico.
De este modo, el terapeuta no domina al cliente con su conocimiento psicológico; al menos,
sólo lo domina en la misma medida en que se ve conducido por el cliente y aprende de su
pericia. La tarea del terapeuta, por lo tanto, no consiste en analizar sino en intentar
comprender, comprender desde la cambiante perspectiva de la experiencia vital del cliente. El
objetivo de la comprensión hermenéutica es dejar que los fenómenos guíen. Las palabras de
Bill que se citan al principio de este capítulo son, precisamente, una protesta por este tipo de
comprensión.
Las preguntas terapéuticas formuladas desde una posición de ignorancia son, en muchos
aspectos, similares a las llamadas preguntas socráticas. No son retóricas ni pedagógicas. Las
preguntas retóricas contienen dentro de sí sus propias respuestas: las pedagógicas implican la
dirección de la respuesta. En la terapia tradicional, las preguntas suelen ser de esta índole. Es
decir, implican la dirección (corrigen la realidad) y dan un indicio, una pista, que el cliente
puede aprovechar para formular la respuesta «correcta».
Por el contrario, las preguntas formuladas desde la ignorancia ponen al descubierto algo
desconocido e imprevisto y lo presentan como posible. Las preguntas terapéuticas son
impulsadas por la diferencia de comprensión y se extraen del futuro por la posibilidad aún no
realizada de una comunidad de conocimiento. Al preguntar desde esta posición, el terapeuta
puede avanzar junto con lo «aún no dicho» (Anderson y Goolishian, 1988). Además, las
preguntas terapéuticas implican muchas respuestas posibles. En terapia, la conversación es el
despliegue de estas posibilidades «todavía inexpresadas», de estos relatos «aún no relatados».
Este proceso acelera la evolución de las nuevas realidades personales y de la nueva mediación
que surgen del desarrollo de las nuevas narraciones. El nuevo significado, y por lo tanto, la
nueva mediación, se experimentan como cambio en la organización individua! y social.
Ejemplo de caso: «¿Cuánto tiempo hace que tiene usted esa enfermedad?»
Un colega psiquiatra, frustrado, pidió una consulta sobre un caso inexplicable: un hombre
de cuarenta años que creía tener una enfermedad contagiosa y sentía que constantemente
infectaba a los demás y hasta los mataba. El hombre había hecho muchas consultas médicas
y se había sometido a psicoterapias diversas, pero nada había logrado librarlo de su
convencimiento de que padecía una enfermedad infecciosa, ni del miedo que esa convicción le
producía. Si bien hablaba de dificultades en su matrimonio (su esposa no lo entendía) y de su
imposibilidad de trabajar, su principal preocupación era su enfermedad y la permanente
contaminación que esparcía. Estaba asustado, perturbado, y no podía vivir tranquilo por causa
10
temían que las preguntas tuvieran el efecto de reforzar el «delirio hipocondríaco» del paciente.
Muchos señalaron que una manera más segura de preguntar habría sido: «¿Y durante cuánto
tiempo creyó usted que tenía esa enfermedad?».
Pero la posición de ignorancia prohibía adoptar la postura de que la historia del hombre era
ilusoria. Él había dicho que estaba enfermo. Por lo tanto, era necesario oír algo más,
informarse acerca de su enfermedad, conversar dentro de esta realidad expresada.
Sensibilizarse con él y tratar de comprender su realidad era un paso fundamental que había
que dar dentro de un proceso tendente a establecer y mantener un diálogo. Era decisivo que el
consultor se mantuviera dentro de las reglas del significado tal como se desarrollaba en la
conversación local, y que hablara y entendiera el lenguaje y el vocabulario corrientes del
cliente. Esto no es lo mismo que condonar o cosificar la realidad de otro. Se trata de un
desplazamiento conversacional dentro del «sentido» de lo que se acaba de decir. Este
desplazamiento no cuestiona la verdad narrativa del relato del cliente, sino que la acompaña y
se mantiene dentro del sistema de significado localmente desarrollado y negociado.
Formular una pregunta más segura, como por ejemplo «¿Cuánto tiempo hace que cree
usted que está enfermo?», sólo habría servido para imponer la visión predeterminada —o
«sapiente» y «paradigmática»— del consultor acerca de que la enfermedad era un producto
de la imaginación del hombre o un delirio y una distorsión que necesitaban ser corregidos. En
respuesta a tal pregunta, el hombre, receloso, habría actuado desde sus propias ideas y
expectativas preconcebidas acerca del consultor. Y lo más probable es que, una vez más, se
hubiera sentido incomprendido y alienado. El consultor hubiera pasado a ser uno más, en la
larga fila de profesionales, que no podía creer y que hacía preguntas «condicionales». La
incomprensión y la alienación son elementos que no abren el diálogo sino que lo cierran.
Al salir de la consulta, el psiquiatra (que había estado observando) le preguntó al hombre
cómo fue la entrevista. La respuesta fue inmediata: «¿Sabe? ¡Él me ha creído!». Después, en una
charla de seguimiento, el psiquiatra describió el perdurable efecto que la entrevista había
tenido sobre él y sobre el cliente. Dijo que las sesiones de terapia habían mejorado mucho y
que la situación vital del hombre también había evolucionado. De algún modo, dijo, ya no
estaba en discusión si el hombre estaba infectado o no. En ese momento el cliente se ocupaba
de su matrimonio y de sus problemas laborales, y hasta había acudido con su esposa a una
sesión conjunta. La ignorancia del consultor generó un punto de partida, una posibilidad de
intercambio dialogal entre el cliente y él mismo, entre el cliente y el psiquiatra y entre el
psiquiatra y él mismo.
Esto no quiere decir que las preguntas del consultor produjeran una cura milagrosa.
Tampoco da por supuesto que cualquier otro tipo de interrogatorio hubiera producido un
impasse terapéutico. No existe pregunta ni intervención mágica alguna que pueda tener una
influencia única sobre el desarrollo de una vida. Ninguna pregunta puede abrir un espacio
dialogal. Ni tampoco la pregunta misma puede hacer que alguien cambie de significado, que
tenga o no tenga una idea nueva. Pero cada pregunta constituye un elemento de un proceso
12
general.
La tarea fundamental del terapeuta es dar con aquella pregunta para la cual la narración y
el relato inmediato de la experiencia son la respuesta. Estas preguntas no puede pre-verse o
pre-concebirse. Lo que se acaba de contar, lo que se acaba de relatar, es la respuesta para la
que el terapeuta debe encontrar la pregunta. La narración terapéutica en desarrollo está
siempre confrontando al terapeuta con la pregunta siguiente. Desde esta perspectiva, en
terapia las preguntas están siempre impulsadas por el hecho conversacional inmediato. No
saber significa que la experiencia y la comprensión acumuladas del terapeuta siempre sufren un
cambio interpretativo. Entonces, dentro de este proceso local y permanente de preguntas y
respuestas, es cuando cierta comprensión o determinada narración se convierten en punto de
partida para lo nuevo y «aún no dicho»
RESUMEN
Referencias bibliográficas
Anderson, H. y Goolishian, H. (1985), «Systems consultation to agencies dealing with domestic violence», en
L. Wynne, S. McDaniel y T. Weber, comps., The Family Therapist as Consultan!, Nueva York, Guilford
Press.
Anderson, H. y Goolishian, H. (1988), «Human systems as linguistic systems: evolving ideas about the
implications for theory and practice», Family Process, 27: 371-393.
Anderson, H. y Goolishian, H. (1989), «Conversations at Sulitjelma», Newsldtur, American Family Therapy
Association, primavera.
Anderson, H. y Goolishian H. (1990a), «Beyond cibernetics: comments on Aikinson and Heath's 'Further
thoughts on second-order family therapy'», Family Process, 29: 157-163.
Anderson, H. y Goolishian, H. (1990b), «Chronic pain: the individual, the family, and the treatment
system», Houston Medicine, 6: 104-110.
Anderson, H., Goolishian, H., Pulliam, G. y Winderman, L. (J986a), «The Galveston Family Institute: some
personal and historical perspectives», en D. Efron, comp., Journeys: Expansions of he Strategic and
Systemic Therapies, Nueva York, Brunner/Mazel.
Anderson, H., Goolishian, H. y Winderman, I.. (1986b), «Problem determined systems: towards transformation
in family therapy», Journal of Strategic and Systemic Therapies, 5: 1-14.
Bruner, J. (1984), «Narrative and paradigmatic modes of ihought», American Psychological Association,
Toronto, agosto.
Gadamer, H. (1975), Truth and Method, Nueva York, Continuum (trad. cast.: Verdad y método, Salamanca,
Sígueme, 1991).
Garfinkel, H. (1967) Studies in Ethnomethodology, Englewood Cliffs, N. J., Prentice-Hall.
Gergen, K. (1982), Toward Transformation in Social Knowledge, Nueva York, Springer-Verlag.
Gergen, K. (1985), «The social constructionist movement in modern psychology», American
Psychologist, 40: 266-275.
Gilligan, C. (1982), In a Different Voice: Psychological Theory and Woman's Development, Cambridge, MA,
Harvard University Press.
Goolishian, H. (1990), «Family therapy: an evolving story», Contemporary family Therapy: an International
Journal, 12 (3): 173-180.
Goolishian, H. y Anderson, H. (1981), «Including non-blood related persons in treatment: who is the family
to be treated?», en A. Gurman, comp., Questions and Answers in Family Therapy, Nueva York,
Brunnur/Maxel.
Goolishian, H. y Anderson, H. (1987), «Language systems and therapy: an evolving idea», Psychotherapy,
14
24 (3S): 529-538.
Goolishian, H. y Anderson, II. (1990), «Understanding the therapeutie system: from individuals and families
to systems in language», en F. Kaslow, comp., Voices in Family Psychology, Newbury Fark, CA, Sage.
Shapiro, G. y Sica, A. (1984), Hermeneutics, Amherst, MA: University of Amherst Press.
Shotter, J. (1990), «The myth of mind and the mistake of psychology», en W. Baker, M. Hyland, R. van
Hezewijk y S. Terwee, Recents Trends in Theoretical Psychology, vol. 2, Nueva York, Springer-Verlag.
Shotter, J. y Gergen, K. J., comps., (1989), Texts of Identity, Londres, Sage.
Wachterhauser, B. U. (1986), Hermeneutics and Modern Philosophy, Nueva York, State University of New York
Press.
Warnke, G. (1987), Gadamer: Hermeneutics, Tradition and Reason, Stanford, CA, Stanford University
Press.