Humanismo en La Actualidad

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El Humanismo en la Actualidad

El humanismo es un punto clave para el desarrollo de toda la humanidad. Esta


ideología representa una gran oportunidad para todos. Permite analizar
el comportamiento y la forma en que se desenvuelve la sociedad en general de
forma objetiva. Gracias a esto se puede realizar una realimentación individual o
grupal para así poder tratar perseverar y lograr un cambio para mejorar las
situaciones o resolverlas de un modo más eficaz.

El consumismo se puede apreciar en cualquier lugar, pues es practicado por la


mayor parte de la población mundial. Se puede definir como el comprar
irrefrenable sin reflexionar o necesitar realmente los artículos comprados. Como
se puede apreciar a través de su significado, el consumismo representa una
decisión llevada a cabo meramente por un impulso del momento, sin reflexión
alguna sobre el acto que este conlleva. Es importante conocer este concepto para
tener una idea más clara sobre el humanismo, el cual fomenta las acciones con
previa meditación, para que de esta forma tengan un significado más profundo y
una reacción o consecuencia con mayor trascendencia.

La crisis de la modernidad
“A todo comienzo le es inherente un encanto que nos protege y nos ayuda a vivir”,
hace decir Herman Hesse a uno de los personajes de su novela El juego de
abalorios. Todo comienzo tiene en sí algo de excitante, de prometedor. Nadie se
embarca en un proyecto si piensa que está de antemano abocado al fracaso. Los
Ilustrados no fueron excepción, y en cierta manera sus expectativas optimistas se
vieron afortunadamente confirmadas. Los beneficios que el esfuerzo de la
Modernidad ha reportado a la humanidad, particularmente en los dos últimos
siglos, han sido extraordinarios:

- La Ciencia y la Tecnología han transformado sustancialmente las condiciones


materiales de vida de buena parte de la humanidad. Hoy vivimos mucho mejor.

- Con el descubrimiento de la subjetividad humana y el énfasis en la libertad el


hombre ha cobrado mayor conciencia de sí mismo, de su propia dignidad y valor:
mientras que “en la sociedad tradicional la personalidad se recibía, en la sociedad
moderna se la construye cada uno” (Lyon). De aquí se deriva lo que Ballesteros
llama la “conquista fundamental de los tiempos modernos”: el reconocimiento, en
el campo del derecho, de la existencia de una esfera reservada al individuo, en la
que no cabe interferencia alguna por parte de la autoridad o de otras personas sin
consentimiento del interesado.
Esos resultados constituyen algo así como la cara brillante del proyecto Ilustrado.
Pero no tardaron en comenzar a manifestarse los efectos perversos, la “cara
oculta” y oscura del proyecto. En resumen, se puede hacer alusión a los
siguientes:

1. La aparición del proletariado. Con el derrumbamiento del Antiguo Régimen lo


que se consigue inmediatamente no es la supresión de los estamentos sino la
sustitución de las categorías que los definen. La aristocracia de la sangre viene
sustituida por la aristocracia del dinero, del capital. Pero el pueblo llano sigue
existiendo, sometido a los nuevos señores, y bajo un nombre nuevo: el
proletariado. Como consecuencia del régimen liberal-capitalista, amplias capas de
población son sometidas a una explotación sin precedentes, condenadas a vivir en
la miseria. El bienestar ha crecido, pero no precisamente para todos. A la vista de
la nueva situación creada -que resulta no ser tan nueva-, el proyecto Ilustrado se
divide. Por una parte están los que piensan que el proyecto necesita unos simples
ajustes correctores de esas deficiencias, y quienes piensan que ha de ser
sustancialmente corregido: el liberalismo económico por un lado, y el marxismo
naciente por otro (que enfatiza aún más el carácter redentor, salvador del hombre,
del proyecto de la Modernidad: una religión sin Dios). Esos ajustes han servido, al
menos parcialmente, pero sólo para un reducido número de países. La enorme
diferencia entre países ricos y pobres, entre la opulencia del primer mundo y la
miseria de los países subdesarrollados es una herida sangrante en la conciencia
de la Modernidad.

2. La multiplicación de la violencia. El horror ante la violencia irracional, que estalla


en el siglo XX con una eficacia y una ferocidad desconocidas hasta entonces: las
dos guerras mundiales (1914-1919 y 1939-1945) marcan el comienzo del fin del
proyecto Ilustrado.

3. La barbarie del genocidio judío en los campos de exterminio nazis y la violencia


de la represión estaliniana en Rusia, que añaden un grado todavía mayor de
inhumanidad a la violencia de la guerra.

4. La ambigüedad misma del progreso científico y técnico, es decir, la posibilidad


de un uso alternativo perverso de la Tecnología, puesta especialmente de
manifiesto en el estallido de las primeras bombas atómicas en Hiroshima y
Nagasaki. Los usos benéficos del progreso no son automáticos, no están
garantizados sin más. La guerra fría, el terror a una catástrofe nuclear, y más
recientemente la severa degradación del medio ambiente como consecuencia de
una industrialización descontrolada (la naturaleza no administrada sino explotada
por el hombre), son síntomas de la lenta agonía de un sistema que definitivamente
entra en pérdida en 1989 con la caída del muro de Berlín. Con el muro se viene
también abajo el último y definitivo intento del hombre salvarse por sí mismo, al
margen de Dios: el marxismo, la última de las utopías, el último hijo del proyecto
Ilustrado.

Estos aspectos negativos podrían considerarse sin más como simple escoria del
proceso, un subproducto aberrante e indeseado de la Modernidad. Hanna Arendt
ha mostrado sin embargo cómo el Holocausto judío lejos de ser un producto
residual indeseado de la “civilización racional” pertenece al núcleo mismo. El
nuevo orden social de la Modernidad estaba organizado, de modo semejante al
sistema productivo, con arreglo a criterios de estricta racionalidad. Tales criterios
no eran otros que el de optimización del beneficio, al margen de cualquier otra
consideración de tipo histórico o ético. La Modernidad propicia la división
esquizofrénica del comportamiento humano en dos ámbitos completamente
separados: los asuntos públicos -en los que la actuación ha de regirse por criterios
de estricta racionalidad, es decir, de eficacia- y los asuntos privados, que cada uno
gestiona con arreglo a criterios personales libremente elegidos (éticos, religiosos,
afectivos...). Así se entiende, por ejemplo, la figura del comandante del campo de
exterminio nazi que pasa con toda naturalidad de las cámaras de gas (asunto
público: razones de Estado) al cuarto de juego de sus hijos, donde se comporta
como un padre afectuoso (asunto privado: su vida en familia); o el propietario
capitalista que sometía a sus obreros a unas condiciones de vida miserables
(asunto público: economía) mientras el domingo asistía piadosamente al oficio
religioso (asunto privado: religión).

Estas cuestiones hacen que el aspecto redentor del proyecto Ilustrado, el énfasis
moral en la mejoría no sólo de las condiciones de vida sino del hombre mismo, de
su propio corazón, se vea muy seriamente cuestionado. No sólo “el sueño de la
razón produce monstruos”, como pensaban los ilustrados del Siglo de las Luces; la
historia del último siglo ha mostrado fehacientemente que también en estado de
vigilia los puede provocar.

La Modernidad había depositado su esperanza de salvación en el Progreso (que


no es sino la vertiente secular de la Providencia divina), con la confianza en que a
medida que el hombre sepa más, será también mejor, desaparecerá ese oscuro
rencor del hombre contra el hombre, sus temores ante lo desconocido, ante su
propio destino, ante la muerte; le resultará claro y patente el sentido de su vida, se
conocerá mejor... Hoy se puede decir, sin duda, que esta esperanza se ha venido
abajo, y que el problema del mal no es cuestión simple de cultura o ignorancia. Se
tiene la impresión de que algo esencial no se tuvo en cuenta entre los axiomas
iniciales o se ha perdido en el camino. Esa búsqueda que tanto enfatizó la
Modernidad de lo que Eliott llama sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser
bueno no era sino un imposible

Al poner en marcha el proceso que permitiría a la razón instrumental ser la guía de


la vida al margen de cualesquiera otras consideraciones, la Modernidad había
iniciado un cambio que tendría repercusiones desastrosas. Si la legitimación de un
proceso es puramente pragmática, si las preguntas esenciales son ¿funciona?,
¿es eficiente?, terminan buscándose soluciones exclusivamente gerencialistas a
los dilemas humanos (Lyon). Así, en la discusión acerca de la oportunidad de una
nueva acción, de una nueva estrategia en el orden social, político o económico,
desaparecen por completo las criterios de carácter ético. El criterio de bondad
tiende a confundirse con los de practicidad y utilidad: si algo es técnicamente
posible y resulta útil, es bueno. De ahí proceden esos patéticos intentos de
resolver problemas morales por medio de medidas exclusivamente técnicas: el
aborto, con la criminal apariencia de simple cirugía: se elimina a la criatura
engendrada, pero aún no nacida, como si se tratara de un quiste; el afrontamiento
de la muerte, provocándola anticipadamente en una situación de anestesia
completa; el vaciamiento de la persona que provoca el ejercicio desordenado y
anárquico de la sexualidad, con medidas profilácticas, etc.

La Historia de este siglo se ha encargado de atestiguar la falsedad de esta idea de


que el avance tecnológico fomenta automáticamente el progreso en humanidad.
Ahora estamos en mejores condiciones para entender que la Ciencia y la Técnica,
a pesar de sus resultados brillantes en otros campos, no han dado ni pueden dar
por sí solas respuesta a las preguntas decisivas del hombre.

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