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Resumen de texto: Antropología I (Tema 6)

“La ciudad que median los miedos” (Jesús Martín-Barbero)

01. Introducción: Bogotá entre relatos de aldea y crónicas urbanas.

Juan Rodríguez Freyle escribió El carnero en 1638. Los cronistas que siguieron hicieron lo mismo:
escribir para escapar del tedio o la ausencia de oportunidades. De ahí que no pueda entenderse
Bogotá sin sus historias, “como si la ciudad fuera más palabra e imagen que edificios, semáforos y
almacenes” (Botero). Ya en los noventa, Chaparro describe el monstruo urbano en que se ha ido
convirtiendo Bogotá. Hoy existen además las voces de los grupos de rock o en el rap acerca de una
conciencia dura de descomposición de la ciudad, de la violencia y lo macabro.

02. Miedos milenarios, violencias modernas.

En Bogotá conviven los miedos actuales con los del milenio anterior. Al finalizar el primer milenio
poco importaba la muerte pues el salvajismo de los caballeros hacía que todo estuviera permitido; sólo
la iglesia lograba imponer algunas reglas mínimas. Pero esa sociedad era menos convulsa que la
nuestra, menos trabajada por la perturbación interior. La densidad de la violencia en Colombia reside
en que a las violencias del año mil se añaden las del dos mil. Esa “perturbación interior” es el vacío de
sentido producido por la desmitificación de la tradición, lo que rompe la coherencia de los modelos
culturales, las coordenadas de la identidad social y psíquica de los individuos.

Colombia es un país de violencia generalizada, lo que se evidencia en tres ámbitos: la


profesionalización del violento, una economía de la violencia, y el paso al terror que se produce cuando
la “ley del silencio” intensifica hasta la paranoia la desconfianza de todos hacia todos.

Dejando de lado las estadísticas, podemos centrarnos en el carácter exhibicionista y la fascinación


pública con que la violencia cuenta entre los colombianos. Una violencia atribuida a la condición misma
del ser colombiano. La presencia reiterad del acto violento en los discursos sociales remite, por un
lado, a su banalización, y por otro a la necesidad psicológica de sobrepasar el trauma permitiendo su
asimilación. La sociedad colombiana legitima el derecho al miedo y su consecuencia estructural, la
desconfianza.

En ese contexto se ubica Bogotá, una ciudad de seis millones de habitantes que en los últimos
veinte años ha vivido un proceso de disminución de sus habitantes raizales y otro de acelerada
heterogeneización por su poblamiento con gentes procedentes de otras regiones. La narrativa de sus
miedos se encarga de recrear el clima de inseguridad haciendo circular rumores y relatos que
mantienen la percepción de la violencia como algo inevitable y consustancial a la ciudad.

03. Dos experiencias históricas de mediación de la ciudad.

La relación entre violencia y comunicación entra en la agenda del autor en los noventa,
reflexionando acerca de cómo los medios van convirtiéndose en parte del tejido constitutivo de lo
urbano, y como los miedos entran a formar parte constitutiva de los nuevos procesos de comunicación.
Se planteaba la necesidad de enfrentar dos prejuicios:

o Creer que se pueden comprender los procesos de comunicación estudiando sólo los medios,
cuando lo que los medios producen en la gente sólo puede ser entendido en referencia a las
transformaciones en los modos urbanos de comunicar, en una “nueva ciudad” hecha más de
flujos (de información) y menos de encuentros. Así, para estudiar el atractivo que ejerce la
televisión, más que estudiar lo que la televisión hace, habrá que atender a las situaciones que

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hacen que la gente se sienta compelida a resguardarse en el espacio privado y hogareño. Si la
televisión atrae, es porque la calle expulsa.

o Explicar el sentido y envergadura de los nuevos miedos sólo al aumento de la violencia,


cuando los miedos son clave de una angustia cultural que proviene de otros factores, como:
1º) la pérdida del arraigo colectivo en unas ciudades en las que el urbanismo salvaje va
destruyendo todo paisaje de familiaridad en que pueda apoyarse la memoria colectiva; y 2º) la
manera como la ciudad normaliza las diferencias, normalizando conductas, arquitecturas, etc.,
y erosionando así las identidades colectivas (robando así el suelo cultural en que apoyarse).

Tras estas primeras reflexiones, surgieron otras se describen en dos apartados:

a) Ciudad mediada: la experiencia de la calle.

Walter Benjamin plantea al mismo tiempo la forma inaugural de la modernidad y la de su crisis,


superando así la noción de progreso y la de decadencia (pues son dos aspectos de la misma cosa).
Esta idea sirve de apoyo sobre la ambigüedad de las relaciones entre la ciudad mediada (primera
figura de la ciudad moderna) y la ciudad virtual (la que se configura actualmente).

La ciudad mediada sería la que Benjamin ve emerger en las mediaciones del cine. El cine mediaba
la constitución de una nueva figura de ciudad y la comprensión de un nuevo modo de percepción. Los
dispositivos que configuraban este nuevo sensórium son la dispersión (que es el modo de percepción
de la masa) y la imagen múltiple.

En latinoamérica, la ciudad mediada surge en los movimientos de constitución de la cultura urbana


que media el cine (en algunos países) y la radio (en todos ellos). En el cine la gente se reconoce y a la
vez disfruta. Eso significa resignarse y encumbrarse secretamente. En cuanto a la radio, hará el enlace
entre la matriz expresivo-simbólica del mundo rural con la racionalidad informativo-instrumental del
mundo urbano.

b) Ciudad virtual: la experiencia domesticada.

La ciudad virtual es la figura antitética de la ciudad mediada. La diseminación y fragmentación de


la ciudad densifica la mediación y la experiencia tecnológica hasta el punto de sustituir (de volver
vicaria) la experiencia personal y social.

En este nuevo espacio comunicacional, tejido ya no de encuentros sino de conexiones, flujos y


redes, emerge un sensórium nuevo. Esto es, nuevos modos de estar juntos y nuevos dispositivos de
percepción que aparecen mediados primero por la televisión, luego por el computador, y después por
la imbricación entre televisión e informática. La ciudad virtual no requiere cuerpos reunidos, sino
interconectados.

Mientras el cine catalizaba la “experiencia de la multitud”, la televisión es la “experiencia


doméstica” y domesticada. Del pueblo que tomaba la calle se pasó al público que iba al cine (siendo
una transición que conservaba el carácter colectivo de la experiencia), y del público que iba al cine se
ha pasado a las audiencias (lo que supone una profunda transformación). La ciudadanía, fragmentada
e imposible de ser representada políticamente, es tomada a cargo por el mercado.

Fragmentación y flujo son las notas clave. Fragmentación supone la desagregación social, la
atomización que la privatización de la experiencia televisiva consagra. El flujo televisivo es
complementario de la fragmentación. En la discontinuidad espacial de la escena doméstica, el tiempo
se contrae en lo actual. Es una progresiva negación del intervalo que transforma el tiempo extensivo
de la historia en el tiempo intensivo de la instantánea. El espectador retiene más el ininterrumpido flujo
de las imágenes que el contenido de sus discursos.

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La metáfora del zapping ilumina la escena social, pues es con pedazos, restos y desechos que la
población arma los refugios en que habita, mezcla los saberes con que enfrenta la opacidad urbana.

A la inseguridad que ese desespacializado modo de habitar implica, la ciudad virtual responde
expandiendo el anonimato del no-lugar. En el supermercado se puede comprar sin tener que
identificarnos, sin hablar, sin ser interpelado.

04. Comunicación y ciudadanía en la urbanía virtual.

Partimos de esta constatación: lo que constituye la fuerza y la eficacia de la ciudad virtual no es el


poder de las tecnologías en sí mismas, sino su capacidad de acelerar tendencias estructurales de
nuestra sociedad. Es el desequilibrio generado por un tipo de urbanización irracional el que resulta
compensado por la eficacia comunicacional de las redes electrónicas.

Bogotá no es sólo una de las ciudades más violentas del planeta; también ha sido el escenario de
una de las experiencias de gestión urbana más innovadoras. A partir de una campaña sin partido, el ex
rector de la Universidad Nacional, Antanas Mockus, desarrolló una lucha contra las violencias urbanas
y de reinvención de la política cultural. Dos hilos dinamizan esta experiencia: el objetivo de promover la
cultura cotidiana de la mayoría (y no las culturas específicas), y el objetivo de potenciar la competencia
comunicativa de individuos y grupos como modo de resolver los conflictos.

Punto de partida teórico: la “diferenciación de contextos”. Existe un sistema de límites


culturalmente definidos en los contextos de la familia o la escuela, pero no en el ámbito de la relación
con desconocidos. Allí donde no se da una regulación de comportamientos por medio de reproducción
cultural especializada (familia, escuela, iglesia), debía tener su lugar la cultura ciudadana. Mockus
diferencia entre lo legal, lo moral y lo cultural. La idea de fondo es que lo cultural (nosotros) media
entre lo moral (individuo) y lo jurídico (los otros).

La práctica. Con ese bagaje conceptual, la alcaldía emprendió su lucha a través del proyecto
Formar Ciudad. Desde el punto de vista de la interacción entre extraños, marcó cinco programas
estratégicos:

- El respeto a las normas de tráfico (llegando a colocar mimos en los pasos de cebra).

- La disuasión del porte de armas (a cambio de bienes simbólicos).

- La prohibición del uso de pólvora en los festejos populares.

- El cierre de la expedición de licores a la una de la madrugada.

- La “vacunación contra la violencia”, un ritual público de agresión simbólica que se presentaba


como acto contra el maltrato infantil.

En otro ámbito, la política cultural intentó exceder el espacio de las culturas especializadas (teatro,
exposiciones, etc.) para atender a la cultura ciudadana (el espacio público, por ejemplo).

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