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TX T6 Martin Barbero PDF
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Juan Rodríguez Freyle escribió El carnero en 1638. Los cronistas que siguieron hicieron lo mismo:
escribir para escapar del tedio o la ausencia de oportunidades. De ahí que no pueda entenderse
Bogotá sin sus historias, “como si la ciudad fuera más palabra e imagen que edificios, semáforos y
almacenes” (Botero). Ya en los noventa, Chaparro describe el monstruo urbano en que se ha ido
convirtiendo Bogotá. Hoy existen además las voces de los grupos de rock o en el rap acerca de una
conciencia dura de descomposición de la ciudad, de la violencia y lo macabro.
En Bogotá conviven los miedos actuales con los del milenio anterior. Al finalizar el primer milenio
poco importaba la muerte pues el salvajismo de los caballeros hacía que todo estuviera permitido; sólo
la iglesia lograba imponer algunas reglas mínimas. Pero esa sociedad era menos convulsa que la
nuestra, menos trabajada por la perturbación interior. La densidad de la violencia en Colombia reside
en que a las violencias del año mil se añaden las del dos mil. Esa “perturbación interior” es el vacío de
sentido producido por la desmitificación de la tradición, lo que rompe la coherencia de los modelos
culturales, las coordenadas de la identidad social y psíquica de los individuos.
En ese contexto se ubica Bogotá, una ciudad de seis millones de habitantes que en los últimos
veinte años ha vivido un proceso de disminución de sus habitantes raizales y otro de acelerada
heterogeneización por su poblamiento con gentes procedentes de otras regiones. La narrativa de sus
miedos se encarga de recrear el clima de inseguridad haciendo circular rumores y relatos que
mantienen la percepción de la violencia como algo inevitable y consustancial a la ciudad.
La relación entre violencia y comunicación entra en la agenda del autor en los noventa,
reflexionando acerca de cómo los medios van convirtiéndose en parte del tejido constitutivo de lo
urbano, y como los miedos entran a formar parte constitutiva de los nuevos procesos de comunicación.
Se planteaba la necesidad de enfrentar dos prejuicios:
o Creer que se pueden comprender los procesos de comunicación estudiando sólo los medios,
cuando lo que los medios producen en la gente sólo puede ser entendido en referencia a las
transformaciones en los modos urbanos de comunicar, en una “nueva ciudad” hecha más de
flujos (de información) y menos de encuentros. Así, para estudiar el atractivo que ejerce la
televisión, más que estudiar lo que la televisión hace, habrá que atender a las situaciones que
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hacen que la gente se sienta compelida a resguardarse en el espacio privado y hogareño. Si la
televisión atrae, es porque la calle expulsa.
La ciudad mediada sería la que Benjamin ve emerger en las mediaciones del cine. El cine mediaba
la constitución de una nueva figura de ciudad y la comprensión de un nuevo modo de percepción. Los
dispositivos que configuraban este nuevo sensórium son la dispersión (que es el modo de percepción
de la masa) y la imagen múltiple.
Fragmentación y flujo son las notas clave. Fragmentación supone la desagregación social, la
atomización que la privatización de la experiencia televisiva consagra. El flujo televisivo es
complementario de la fragmentación. En la discontinuidad espacial de la escena doméstica, el tiempo
se contrae en lo actual. Es una progresiva negación del intervalo que transforma el tiempo extensivo
de la historia en el tiempo intensivo de la instantánea. El espectador retiene más el ininterrumpido flujo
de las imágenes que el contenido de sus discursos.
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La metáfora del zapping ilumina la escena social, pues es con pedazos, restos y desechos que la
población arma los refugios en que habita, mezcla los saberes con que enfrenta la opacidad urbana.
A la inseguridad que ese desespacializado modo de habitar implica, la ciudad virtual responde
expandiendo el anonimato del no-lugar. En el supermercado se puede comprar sin tener que
identificarnos, sin hablar, sin ser interpelado.
Bogotá no es sólo una de las ciudades más violentas del planeta; también ha sido el escenario de
una de las experiencias de gestión urbana más innovadoras. A partir de una campaña sin partido, el ex
rector de la Universidad Nacional, Antanas Mockus, desarrolló una lucha contra las violencias urbanas
y de reinvención de la política cultural. Dos hilos dinamizan esta experiencia: el objetivo de promover la
cultura cotidiana de la mayoría (y no las culturas específicas), y el objetivo de potenciar la competencia
comunicativa de individuos y grupos como modo de resolver los conflictos.
La práctica. Con ese bagaje conceptual, la alcaldía emprendió su lucha a través del proyecto
Formar Ciudad. Desde el punto de vista de la interacción entre extraños, marcó cinco programas
estratégicos:
- El respeto a las normas de tráfico (llegando a colocar mimos en los pasos de cebra).
En otro ámbito, la política cultural intentó exceder el espacio de las culturas especializadas (teatro,
exposiciones, etc.) para atender a la cultura ciudadana (el espacio público, por ejemplo).