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De la ciudad mediada a la ciudad virtual

Transformaciones radicales en marcha


Jesús Martín-Barbero

Los medios de comunicación mediaron la experiencia de la constitución de la


ciudad, pero el paradigma informacional está cambiando su planificación.
Numerosas transformaciones radicales, espaciales, culturales y sociales en general
se derivan para la ciudad presente y futura.

http://www.innovarium.com/CulturaUrbana/VirtualJMB.htm

1. EL CAMBIO DE SENSORIUM

Hubo un tiempo en que los medios de comunicación hicieron honor a su nombre:


mediaron la experiencia de constitución de la ciudad. Pensando desde el París de
Baudelaire, Benjamín ve emerger el moderno sensorium urbano en las mediaciones
que el cine hace de las "modificaciones en el aparato perceptivo que vive todo
transeúnte en el tráfico de una gran urbe" y añade: "Parecía que nuestros bares,
nuestras oficinas y viviendas, nuestras estaciones y fábricas nos aprisionaban sin
esperanza. Entonces vino el cine y con la dinamita de sus décimas de segundo hizo
saltar ese mundo carcelario. Y ahora emprendemos entre sus dispersos escombros
viajes de aventuras. Con el primer plano se ensancha el espacio y bajo el
retardador se alarga el movimiento. No sólo se trata de aclarar lo que de otra
manera no se veía claro sino de que aparecen formaciones estructurales del todo
nuevas" (1). El cine medió así a la vez la constitución y la comprensión de un nuevo
modo de percepción cuyos dispositivos se hallan en la dispersión y en la imagen
múltiple: los mismos que hace visibles la "experiencia de la multitud", pues es en
multitud que la masa ejerce su derecho a la ciudad y ejercita su nuevo saber, ese al
que se resiste la pintura por no ofrecer su objeto a una recepción simultánea y
colectiva, pero al que sí responde el cine: "de retrógrada frente a un Picasso, la
masa se transforma en progresiva frente a un Chaplin".
También la radio ha sido constitutiva, mediadora de la experiencia popular de la
ciudad. Insertando su lenguaje y sus ritmos en una oralidad cultural, que es
organizador expresivo de unas particulares formas de relación con el tiempo y el
espacio, la radio hizo el enlace de la matriz expresivo-simbólica del mundo popular
con la racionalidad informativo-instrumental de la modernidad urbana. En la radio el
obrero encontró pautas para orientarse en el discurso funcional de la ciudad, el
emigrante modos de mantener una memoria de su terruño, y el ama de casa
acceso a emociones que le estaban vedadas (2) .
Con la televisión toma forma otro sensorium: en la ciudad diseminada el medio
sustituye a la experiencia, o mejor constituye la única experiencia-simulacro de la
ciudad global. Y ello porque la estructura discursiva de la televisión y el modo de
ver que aquella implica conectan desde dentro con las claves que ordenan la nueva
ciudad: la fragmentación y el flujo.
Hablamos de fragmentación para referirnos no a la forma de relato televisivo sino a
la desagregación social que la privatización de la experiencia televisiva consagra.
Constituida en el centro de las rutinas que riman lo cotidiano (3), en dispositivo de
aseguramiento de la identidad individual (4) y en terminal del videotexto, la
videocompra, el correo electrónico y la teleconferencia (5) la televisión convierte el
espacio doméstico en territorio virtual: aquel al que, como afirma Virilo, "todo llega
sin que haya que partir". Lo que resulta importante comprender no es sólo el
encerramiento, el repliegue sobre la privacidad hogareña, sino la reconfiguración de
las relaciones de lo privado y lo público que ahí se produce, esto es, la
superposición entre ambos espacios y el emborrachamiento de sus fronteras. Con
lo que estar en casa ya no viene a significar ausentarse del mundo, ni siquiera del
de la política, sino una manera nueva de ejercerla, o mejor de mirarla. De ahí que lo
que identifica la escena pública con lo que "pasa en" la televisión no sean sólo las
inseguridades y violencias de la calle. Pues al posibilitar su acceso al "eje de la
mirada" (6) la televisión puede convertirse en el medio que transforma en
espectáculo de sí mismo la antigua teatralidad callejera de la política. Del pueblo en
la calle al público del cine la transformación fue transitiva y conservó el carácter
colectivo de la experiencia. De los públicos de cine a las audiencias de televisión el
desplazamiento señala una profunda transformación: la pluralidad social sometida a
la lógica de la desagregación hace de la diferencia una mera estrategia de rating.
Imposible de ser representada en la política la fragmentación de la ciudadanía es
tomada a cargo por el mercado: es de ese cambio que la televisión es mediación.
El flujo televisivo es el dispositivo complementario de la fragmentación: no sólo de
la discontinuidad espacial de la escena doméstica sino de la pulverización del
tiempo que produce la aceleración del presente, la contracción de lo actual, la
"progresiva negación del intervalo" (7), transformando el tiempo extensivo de la
historia en el intensivo de la instantánea. Lo que afecta no sólo al discurso de la
información (cada día temporal y expresivamente más cercano al de la publicidad),
sino a la globalidad del palimsesto televisivo (8), a la estructura de la programación,
a la naturaleza misma de los aparatos, a los modos de producción y la forma de
representación. Conecta así la televisión con el régimen general de la aceleración
que torna programadamente obsoletos los objetos que antes estaban hechos para
durar, y hacer memoria, y ahora son desechables. ¿Y no tendrá algo que ver ese
nuevo régimen temporal, que acelera cada día la obsolescencia generalizada, con
el profundo desarraigo que en la ciudad de flujo las gentes experimentan?
Igualmente hechos para gastarse lo antes posible (los objetos) y para olvidarse una
vez vistos (los programas) no es extraño que algunos piensen que la televisión es la
metáfora de una sociedad en que "toda la cultura se convierte en chatarra".(9)
Es justamente el flujo televisivo el que dota de sentido al zapping, al control remoto,
mediante el cual cada uno puede nómadamente armarse su propio programa con
fragmentos o restos de noticieros, telenovelas, concursos o conciertos. Así como
las tribus componen su ciudad no en base a "lugares" sino a trayectos, así el
televidente hace ver una travesía improgramada, articulada sólo desde la
pulsación/compulsión instantánea. Hay una cierta y eficaz travesía que liga los
modos nómadas de habitar la ciudad -del emigrante al que toca seguir
indefinidamente emigrando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando
las invasiones y valorizándose los terrenos, hasta la banda que periódicamente
desplaza sus lugares de encuentro- con los modos de ver desde los que el
televidente explora y atraviesa al palinsesto de los géneros y los discursos, y con la
transversalidad tecnológica que hoy permite enlazar en el terminal informático el
trabajo y el ocio, la información y la compra, la investigación y el juego.
Dicho lo anterior se hace indispensable deshacer un malentendido: lo que hace la
eficacia de la ciudad virtual no es el poder de las tenologías visuales e informáticas
sino su capacidad de acelerar -amplificar y profundizar- tendencias estructurales de
la sociedad. Como afirma F. Colombo "hay un evidente desnivel de vitalidad entre
el territorio real y el propuesto por los mass-media. La posibilidad de desequilibrios
no deriva del exceso de vitalidad de los media; antes bien lo hacen de la débil,
confusa y estanca relación entre los ciudadanos del territorio real (10) . Es el
desequilibrio urbano generado por un tipo de urbanización irracional el que de
alguna forma es compensado por la eficacia comunicacional de las redes
electrónicas. La estrecha relación entre crecimiento urbano y expansión de los
medios lleva a García Canclini a plantear que si las nuevas condiciones de vida en
la ciudad exigen "la reinvención de lazos sociales y culturales, son a su vez las
nuevas redes audiovisuales las que efectúan, desde su propia lógica, una nueva
diagramación de los espacios e intercambios urbanos" (11). Pues en las ciudades
cada día más extensas y desarticuladas, y en las que las instituciones políticas
"progresivamente separadas del tejido social de referencia, se reducen a ser
sujetos del evento espectacular lo mismo que otros", (12) la radio y la televisión
acaban siendo el único dispositivo de comunicación capaz de ofrecer formas, de
contrarrestar el aislamiento de las poblaciones marginales y de establecer vínculos
culturales comunes a la mayoría de la población.

2. COMUNICACION: DEL PARADIGMA A LA EXPERIENCIA

Lo que durante años fue sólo un "modelo teórico" de comunicación hoy es parte
constitutiva de la estructura y la experiencia urbana. Se trata del paradigma
informacional (13) desde el que está siendo ordenado el caos urbano por los
planificadores. Pensada como transporte de información por ingenieros de teléfonos
(C. Shannon) y como regulación automatizada de la conexión entre máquinas (N.
Wiener), la comunicación que hegemoniza hoy la planificación de las ciudades es la
del flujo: de vehículos, personas e informaciones. Todo ligado a una sola matriz a la
vez teórica y ope-rativa: la circulación constante, que es a un mismo tiempo tráfico
ininterrumpido e interconexión transparente. El caos urbano tendrá así su máxima
expresión no en el desconcierto y los miedos de sus habitantes perdidos en la
enormidad de las distancias o en el tráfago de las avenidas sino en el atasco
vehicular. La verdadera preocupación de los urbanistas ya no será que los
ciudadanos se encuentren sino todo lo contrario: ¡que circulen!. Ello justificará que
se acaben las plazas, se enderecen los recovecos y se amplíen y se conecten las
avenidas. Lo que se pierda es todo ganancia desde el punto de vista del flujo. Así
deviene la ciudad en metáfora de la sociedad convertida en sociedad de la
información.
¿En qué maneras experimenta el ciudadano la transformación radical que, bajo el
paradigma del flujo, viven nuestras ciudades, sus formas de habitarla, de padecerla
y resistirla? Esquemáticamente describiremos tres: la des-espacialización, el des-
centramiento, la des-urbanización.
Des-espacialización significa en primer lugar que el espacio urbano no cuenta sino
en cuanto valor asociado al precio del suelo y a su inscripción en los movimientos
del flujo vehicular: "es la transformación de los lugares en espacios de flujos y
canales, lo que equivale a una producción y un consumo sin localización alguna"
(14). La materialidad histórica de la ciudad en su conjunto sufre así una fuerte
devaluación, su cuerpo-espacio pierde peso en función del nuevo valor que
adquiere su tiempo, "el régimen general de la velocidad" (15). No es difícil ver aquí
la conexión que enlaza esa descorporización de la ciudad con el cada día más
denso flujo de las imágenes devaluando, empobreciendo y hasta sustituyendo el
intercambio de experiencias entre las gentes. Constatándolo como una mutación
cultural de largo alcance, G. Vattimo (16) asocia esa fabulación al "debilitamiento de
lo real" en la experiencia cotidiana de desarraigo del hombre urbano ante la
hostigante y permanente mediación y el entrecruce de informaciones y de
imágenes. Pero el desarraigo urbano remite, por debajo de ese bosque de
imágenes, a otra cara de la des-espacialización: a la borradura de la memoria que
produce una urbanización racionalizadamente salvaje. El flujo tecnológico
convertido en coartada de otros más interesados flujos devalúa la memoria cultural
hasta justificar su arrasamiento. Y sin referentes a los que asir su reconocimiento
los ciudadanos sienten una inseguridad mucho más honda que la que viene de la
agresión directa de los delincuentes, una inseguridad que es angustia cultural y
pauperización psíquica, la fuente más secreta y cierta de la agresividad de todos.
Con des-centramiento de la ciudad señalamos no la tan manoseada
descentralización sino la "pérdida de centro". Pues no se trata sólo de la
degradación sufrida por los centros históricos y su recuperación "para turistas" (o
bohemios, intelectuales, etc.) sino de la propuesta de una ciudad configurada a
partir de circuitos conectados en redes cuya topología supone la equivalencia de
todos los lugares. O mejor la supresión o desvalorización de aquellos lugares que
hacían función de centro, como las plazas. El descentramiento que estamos
describiendo apunta justamente a un ordenamiento que privilegia las calles, las
avenidas, en su capacidad de operativizar enlaces, conexiones de flujos versus la
intensidad del encuentro y la aglomeración de muchedumbres que posibilitaba la
plaza. La única centralidad que admite la ciudad hoy es subterránea, en el sentido
que le da M. Maffesoli (17) y que remite sin duda a la multiplicación de los
dispositivos de enlace del poder tematizada por Foucalt (18) . Nos quedan, ahora
en plural y en sentido desfigurado, los centros comerciales, reordenando el sentido
del encuentro entre las gentes, esto es, funcionalizándolo al espectáculo
arquitectónico y escenográfico del comercio y concentrando desespecializadamente
las especialidades que la ciudad moderna separó: el trabajo y el ocio, el comercio y
la revisión, las modas elitistas y las magias populares.
Des-urbanización indica de un lado, la reducción progresiva de la ciudad que es
realmente usada por los ciudadanos" (19). El tamaño y la fragmentación conducen
al desuso, por parte de la mayoría, no sólo del centro sino de espacios públicos
cargados de significación durante mucho tiempo. La ciudad vivida y gozada por los
ciudadanos se estrecha, pierde sus usos. Las gentes trazan sus circuitos, que
atraviesan la ciudad sólo obligados por las rutas de tráfico, y la bordean cuando
pueden en un uso funcional también. Hay otro sentido para el proceso de
desurbanización que es específico del mundo latinoamericano: el de la ruralización
de las grandes ciudades. A medio hacer, como la urbanización física, la cultura de
la mayoría que las habita se halla también a medio camino entre la cultura rural en
que nacieron -ellos, sus padres o al menos sus abuelos- pero que ya está rota por
las exigencias que impone la ciudad, y los modos de vida plenamente urbanos. El
aumento brutal de la presión migratoria en los últimos años y la incapacidad de los
gobiernos municipales para frenar siquiera el deterioro de las condiciones de vida
de la mayoría, está haciendo emerger la "cultura del rebusque" que devuelve
vigencia a viejas formas de supervivencia que vienen a insertar, en los aprendizajes
y apropiaciones de la modernidad urbana, saberes y relatos, habilidades, sentires y
temporalidades fuertemente rurales (20).

3. TRIBUS, MASAS, REDES Y TERRITORIOS

En los últimos años M. Maffesoli (21) ha retomado la, sociológicamente


desprestigiada, noción de masa para pensar justamente el correlato estructural del
estallido y la reconfiguración de la socialidad en tribus. Comprender qué sostiene
unida la ciudad hoy exige plantearse la dinámica que opone y liga las tribus a la
masa. Esto es, la lógica secreta que entrelaza la homogeneización inevitable (de la
vivienda, del vestido, de la comida) a la diferenciación indispensable de los grupos.
La crisis de las instituciones que configuran la ligazón de la sociedad -tanto en la
producción como en la representación- hace emerger un nuevo tipo de tejido social
cuyos aglutinantes no son ni un territorio fijo ni un consenso racional y duradero. Lo
que convoca y relega a las tribus urbanas es más del orden del género y la edad,
de los repertorios estéticos y de los gustos sexuales, de los estilos de vida y las
vivencias religiosas. Basadas en implicaciones emocionales, en compromisos
precarios y localizaciones sucesivas, las tribus se entrelazan en redes que van del
feminismo a la ecología pasando por las bandas juveniles, sectas orientales,
agrupaciones deportivas, clubes de lectores, fans de cantantes o asociaciones de
televidentes. Creadoras de sus propias matrices comunicacionales las tribus
urbanas marcan de forma identitaria tanto las temporalidades (sus ritmos de
agregación, sus cadencias de encuentro) como los trayectos con que demarcan los
espacios. No es el lugar en todo caso el que congrega sino la intensidad de sentido
depositada por el grupo, y sus rituales, lo que convierte una esquina, una plaza, un
descampado o una discoteca en "territorio propio". La otra seña de identidad de las
nuevas tribus es la amalgama de referentes locales con sensibilidades
desterritorializadas, pertenecientes a una cultura-mundo, que replantea las
fronteras de lo nacional no desde fuera, no bajo la figura de la invasión, sino de
adentro: en la lenta erosión que saca a la arbitraria artificiosidad de unas
demarcaciones que han ido perdiendo capacidad de hacernos sentir juntos.
Exploración de esas pistas pueden encontrarse en las investigaciones del equipo
de Margullis sobre las tribus de la noche en Buenos Aires (22), de Rossana Reguillo
sobre las bandas de Guadalajara (23) , de A.Garay sobre los territorios del rock en
Ciudad de México (24), o de A. Salazar sobre la cultura de las bandas juveniles en
las comunas nororientales de Medellín (25).
Mirada desde la heterogeneidad de las tribus, la ciudad nos descubre la radicalidad
de las transformaciones que atraviesa el nosotros. Lo que a su vez remite a las
mutaciones que afectan el sentido del territorio. M. Augé ha propuesto la
denominación de no lugar (26) para nombrar esos espacios que como el aeropuerto
o la autopista son la emergencia de un nuevo modo de habitar. En abierta ruptura
con el "lugar antropológico" -que es el territorio cargado de historia, denso de señas
de identidad acumuladas por generaciones en un proceso lento y largo -el viejo
pueblo, el barrio, la plaza, el atrio, el bar- el no lugar es el espacio en que los
individuos son "liberados" de toda carga de identidad interpeladora y exigidos
únicamente de interacción con textos. Es lo que vive el comprador en el
supermercado o el pasajero en el aeropuerto donde el texto informativo o
publicitario lo va guiando de una punta a la otra sin necesidad de intercambiar una
palabra durante horas. Comparando las prácticas de comunicación en un
supermercado con las de una plaza de mercado popular en Bogotá, constatamos,
hace ya veinte años, la sustitución de la interacción comunicativa por la textualidad
informativa: "Vender o comprar en la plaza de mercado es enredarse en una
relación que exige hablar. Donde mientras el hombre vende, la mujer a su lado
amamanta al hijo, y si el comprador le deja, le contará lo malo que fue el último
parto. Es una comunicación que arranca de la expresividad del espacio -junto al
calendario de la mujer desnuda, una imagen de la virgen del Carmen se codea con
la del campeón de boxeo y una cruz de madera pintada en purpurina sostiene una
mata de sábila- a través de la cual el vendedor nos habla de su vida, y llega hasta
el regateo, que es posibilidad y exigencia de diálogo. En contraste, usted puede
hacer todas sus compras en el supermercado sin hablar con nadie, sin ser
interpelado por nadie, sin salir del narcisismo especular que lo lleva de unos objetos
a otros, de unas marcas a otras. En el supermercado sólo hay la información que le
transmite el empaque o la publicidad (27).
Y lo mismo sucede en las autopistas. Mientras las viejas carreteras atravesaban las
poblaciones convirtiéndose en calles, contagiando al viajero del aire del lugar, de
sus colores y sus ritmos, la autopista, bordeando los centros urbanos sólo se
asoma a ellos a través de los textos de las vallas que hablan de los productos del
lugar y de sus sitios de interés.
Espacio del anonimato, de una contractualidad solitaria, el no lugar es el ámbito del
presente, en su urgencia devoradora de la atención y justificadora de cualquier
olvido respecto a lo demás. En ese espacio el pasado sólo puede ser cita retórica,
curiosidad, exotismo o espectáculo. Pero justo en la medida en que expresa el
anonimato y fagocita un presente sin pliegues el no-lugar puede producir "efectos
de reconocimiento": el viajero puede ir a países que no conoce y "encontrarse" con
la misma arquitectura de hotel y las mismas marcas de los objetos "familiares".
Habitar el no lugar es "vivir en un mundo en el que se está siempre y no se está
nunca en casa".
Caracterizado por el contraste, en lo que tiene de ruptura, el no lugar necesita sin
embargo ser pensado por fuera de la polarización maniquea, pues como
precisamente nos advierte M. Augé "el lugar no queda nunca completamente
borrado y el no lugar no se cumple nunca totalmente: son palinsestos donde se
reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y la relación". Lugares
tradicionales, como los templos, se han visto en los últimos años atravesados por
claros estilos de no lugar, mientras centros comerciales recuperan y potencian
señas de identidad y espesor temporal. Reforzando la llamada de atención contra la
tentación maniquea y moralista que acecha a la sociología que estudia los cambios
en la sociabilidad, I. Joseph (28) insiste en tematizar los "enclaves de transición",
los intervalos, las secretas continuidades en la reconfiguración del espacio público y
el sentido del socius. M. Augé se atreve incluso a ir mucho más allá y adelanta una
hipótesis iluminadora: el no lugar como experiencia de otra solidaridad que
convierte el espacio terrestre en "lugar". Pues en el anonimato del no lugar "se
experimenta solitariamente la comunidad de los destinos humanos". Lo que estaría
implicando un saludable aprendizaje contra el fanatismo de la identidad y la
intolerancia localista, de la que en los últimos años estamos teniendo bien
palpables y dolorosas demostraciones.
En la hegemonía de los flujos y la transversalidad de las redes, en la
heterogeneidad de sus tribus y en la masificada diseminación de sus anonimatos la
ciudad virtual resultaría no sólo la más cumplida realización de la neutra y
contradictoria "utopía de la información" sino la metáfora del último territorio sin
fronteras.
NOTAS

1. W.BENJAMÍN. Discursos interrumpidos 1, p. 47, Taurus. Madrid, 1982.


2. M. MUNIZAGA y P. GUTIÉRREZ, Radio y cultura popular de masas,
Céneca, Santiago, 1983; R Ma. ALFARO, De la conquista de la ciudad a la
apropiación de la palabra, Tarea, Lima, 1987.
3. R. SILVERSTON. "De la sociología de la televisión a la sociología de la
pantalla", en Telos Nº 22, Madrid, 1990; R. MIER y M. PICCINI. El desierto
de los espejos: juventud y televisión en México, Plaza y Valdés, México,
1987.
4. H. VEZZETTI. "El sujeto psicológico en el universo massmediático", en
Punto de Vista. Nº 47, Buenos Aires, 1993. A. NOVAES. Rede imaginaria:
televisao e democracia, C. das Letras, Sao Paulo, 1991.
5. R.GUBERN, El simio informatizado, Fundesco, Madrid. 1987.
6. E.VERON, El discurso politico, p. 25, Hachete, Buenos Aires, 1987.
7. P. VIRILIO, "El último vehículo", en Videoculturas fin de siglo, pp. 37-45,
Cátedra. Madrid, 1985.
8. G. BARLOZZETTL (Ed.), II Palinsesto: testo, aparati y géneri della
televisione. Franco Angeli. Milán, 1986.
9. O. LANDI, Devórame otra vez. Planeta. Buenos, Aires. 1992.
10. F. COLOMBO. Rabia y televisión, p. 47, G. Gili, Barcelona, 1983.
11. N. GARCIA CANCLINI y M. PICCINI, Culturas de la ciudad de México:
símbolos colectivos y usos del espacio urbano, p. 49; ver también "Del
espacio político a la teleparticipación, en Culturas híbridas". Grijalbo,
México, 1990.
12. G.RICHERI, "Crisis de la sociedad y crisis de la televisión", en Contratexto,
núm. 4, Lima, 1989.
13. Los textos inaugurales de ese paradigma: C.E. SHANON y W. WEAVE,
Teoría matemática de la comunicación, University of Illinois Press, 1949,
traduc. Forja, Madrid, 1981; N. WIENER, Cibernética y sociedad, MIT Press
Cambridge, Mass., 1948, traduc. Sudamericana, Buenos Aires, 1969.
14. M. CASTELLS, La ciudad y las masas, Alainza, Madrid, 1983; y del mismo
autor, "El nuevo entorno tecnológico de la vida cotidiana" en El desafío
tecnológico, Alianza, Madrid, 1986.
15. P. VIRILIO, mismo autor, Estética de la desaparición, Anagrama, Barcelona,
La máquina de visión , Cátedra, Madrid, 1989; del 1988; también los
artículos: "El último vehículo", en Videoculturas fin de siglo, Cátedra, Madrid.
1989; "Velocidad Lentitud", en Cuadernos del Norte, núm. 57, Oviedo, 1990.
16. G. VATTIMO, La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, 1990.
17. M. MAFFESOLI, "La hipótesis de la centralidad subterránea", en DIA-
LOGOS de la Comunicación, núm. 23, Lima, 1989; "Identidad e
identificación en las sociedades contemporáneas", en El sujeto europeo, Ed.
Pablo Iglesias, Madrid, 1990.
18. M. FOUCAULT, Un diálogo sobre el poder , Alianza, Madrid, 1981.
19. N. GARCíA CANCLINI, La cultura en la ciudad de México: redes locales y
globales en una urbe en desintegración, Ateneo de Caracas, 1993.
20. A ese propósito ver: C. MONSIVAIS, "La cultura popular en el ámbito
urbano", en Comunicación y culturas populares en Latinoamérica,
Felafac/G.Gili, México, 1987; también en la obra Aramus (comp.). Mundo
urbano y cultura popular, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.
21. M. MAFFESOLI, El tiempo de las tribus: El declive del individualismo en la
sociedad de masas, Icaria, Barcelona, 1990
22. M. MARGULIS, La cultura de la noche: la vida nocturna de los jóvenes en
Buenos Aires, Espas Hoy. Buenos Aires, 1994.
23. R. REGUILLO, En la calle otra vez. Las Bandas: identidad urbana y usos de
la comunicación, Iteso, Guadalajara, 1991.
24. A. de GARAY, El rock también es cultura . Universidad Iberoamericana,
México, 1993; A. de Garay otros, Simpatía por el rock: industria cultura y
sociedad, UAM-Azcapozalco, México, 1993.
25. A. SALAZAR, No nacimos pa'semilla. La cultura de las bandas juveniles de
Medellín, Cinep. Bogotá, 1990
26. M. AUGE, Los "no lugares". Espacios del anonimato, Gedisa, Barcelona,
1993. Sobre una perspectiva convergente: P. SANSOT: Les formes
sensibles de la vie sociale, PUF, París, 1986; A. MOLéS, Labyrinthes du
vécu. L'espace: matíere d'actions. L. des Meridiens, París, 1982; X.
RUBERT de VENTOS. "El desorden espacial", en Ensayos sobre el
desorden. Kairós, Barcelona, 1976; M. de CERTEAU, Practiques d'espace,
I'invention du quotidien, U.G.E.. París, 1980; J. M. ORTIZ RAMOS (ed.),
"Espaco: local, mundial, imaginario", Margem, núm. 2, Sao Paulo, 1993.
27. J. MARTIN BARBERO, "Prácticas de comunicación en la cultura popular",
en M. SIMPSON (Comp.), Comunicación alternativa y cambio social en
América Latina, UNAM, México, 1981; ver también: "La revoltura de pueblo
y masa en lo urbano", en De los medios a las mediaciones, G.Gili, México,
1985; "Comunicación y ciudad: entre medios y miedos", en Imágenes y
reflexiones de la cultura en Colombia, COLCULTURA; Bogotá, 1990;
Dinámicas urbanas de la cultura, Ateneo de Caracas, 1994.
28. I. JOSEPH, El transeúnte y el espacio urbano, Gedisa, Buenos Aires, 1988.
Ver a ese propósito: M. Fernandez-Martorell (ed.), Leer la ciudad. Ensayos
de antropología urbana, Icaria, Barcelona, 1988; R. Da MATTA, A casa e a
rua, Brasiliense, Sao Paulo, 1985; E.DURHAM, "A pesquisa antropológica
com populacoes urbanas: problemas e perspectivas", en A aventura
antropológica , Paz e terra, Rio de Janeiro, 1986.

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