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Marco A.

Solís

Tedio en Baudelaire y enajenación en Marx

El siguiente texto trata de la conciencia que puede o no, llegar a tener el sujeto de sí
mismo, en contraste con la enajenación y el tedio que se produce en el ser humano en la
modernidad.

Tanto la obra de Baudelaire, como la de Marx, se desarrollan a finales de la revolución


industrial. Marx y Baudelaire, el primero un filósofo y el segundo un poeta que escribe como
filósofo. Ambos vivieron La Modernidad, ambos fueron militantes y participes de la lucha,
uno criticando vorazmente la vida moderna sin salirse de ella, otro criticando la economía
política y sus formas de apropiarse de la riqueza.

Eric Hobsbawm, que fue un historiador marxista británico de origen judío, dirá de la
Revolución Industrial, lo siguiente.

La gran revolución de 1789-1848 fue el triunfo no de la industria como tal, sino de la


industria «capitalista»; no de la libertad y la igualdad en general, sino de la clase media
o sociedad «burguesa» y liberal; no de la «economía moderna», sino de las economías y
estados en una región geográfica particular del mundo (parte de Europa y algunas
regiones de Norteamérica), cuyo centro fueron los estados rivales de Gran Bretaña y
Francia. (Hobsbawm, 2009, p. 10)

Esta gran revolución, genera un cambio significativo en la economía, pasando de una


economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio, a una economía de
carácter urbano, industrializada y mecanizada. Esto a la vez desencadena una serie de
acontecimientos en la ciudad moderna, siendo el cambio, lo efímero y lo moderno; la
constante. Los seres humanos deben ser lo suficientemente volátiles para poder adaptarse a
las distintas formas que adopta este mundo moderno, capitalista.

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Un ejemplo de cambio en la ciudad, lo podemos encontrar en la aparición de los
famosos pasajes (passages), los cuales podríamos considerar como el tipo primigenio de lo
que hoy son los centros comerciales (mall).

Los acogedores pasajes fueron la primera arquitectura moderna para el público. Pero
fueron también las primeras casas de ensoñación de los consumidores, construidas al
servicio de la adoración de la mercancía. (Buck-Morss, 1995, p. 165)

Los pasajes a los que se refiere Buck-Morss, son los parisinos, no obstante, la
tipología arquitectónica de los pasajes, se extendió por varios países europeos, como España,
e Inglaterra. Cabe notar como estos países fueron los primeros en adoptar o vivir el auge del
capitalismo, experimentando tanto sus beneficios como sus perjuicios. Adoración de la
mercancía, sería el equivalente –leyendo a Marx–, a la idea de la fetichización de la
mercancía, es decir a ese acto de mirar o de dotar a los objetos de poderes mágicos o
sobrenaturales.

Para poder satisfacer estos deseos que le provocan las mercancías, el trabajador
mismo se convierte en mercancía «y para él es una suerte poder llegar hasta el comprador»
(Marx, 2016, p. 66). Y lo hace, porque solo así puede conseguir su salario, para satisfacer la
gran variedad de necesidades que el mercado le ofrece –necesidades que, en la mayoría de
las veces, son superfluas o innecesarias– y le hace pensar que son necesarias bajo el hechizo
de la fetichización.

Al hablar del conocimiento que tiene el sujeto de sí mismo, quisiera primero referirme
a la moral. Entiendo esta, como un dispositivo de poder, que se instaura y que manifiesta las
pretensiones, creencias y valores de la clase hegemónica. Se disuelve a través de la
superestructura, la cual está bajo el dominio de la clase social que encabeza el poder, es decir
la burguesía, el propietario, el capitalista. La forma en la que pensamos, actuamos,
trabajamos, hablamos, no son más que manifestaciones de las ideas producidas por la clase
dominante.

La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología, y las formas de conciencia


que a ellas les corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No
tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su

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producción material y sus relaciones materiales transforman también, al transformar esta
realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que
determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. (Engels & Marx, 2012,
p.52)

Marx enfatiza, que son las personas quienes crean tanto su mundo material, como sus
ideas. Lo que me lleva a pensar que, cuando la persona no es consciente y a la vez, se ve
enajenada de su humanidad, esta se ve condenada a vivir en esclavitud, la persona se ve como
un ente determinado, y confía en que su existencia en este mundo tiene un propósito, y que
será en un más allá, donde podrá cambiar su vida, donde será feliz. En el más allá, todos
seremos iguales, mientras que en el aquí, en la vida diaria, se sufre, se llora, se pasa hambre,
se muere, también se pasan momentos bellos –no podemos caer en solo negatividades–, pero
la pregunta es ¿por qué no hacer esos cambios en este mundo, que hasta el momento es el
único mundo posible, el único del que tenemos conocimiento, el único que hemos vivido?

Lo dicho hasta el momento fortalece la hipótesis en la cual, considerábamos a la moral


como dispositivo que la clase dominante instaura. Se vuelve contradictorio, como la moral
que supone valores que potencian la sociedad, sirve también para que se dé un control, de
humanos sobre humanos. Escribió Nietzsche «aceptar una creencia solo porque se trata de
una costumbre significa: ¡ser deshonesto, ser cobarde, ser perezoso! Entonces, la falta de
honestidad, la cobardía y la pereza, ¿serían las condiciones de la moralidad?» (1999, p. 96).

En Los paraísos artificiales, Baudelaire aporta una visión en base a su experiencia y


observación. Para él, las drogas eran un veneno que atrapaban y consumían lentamente, hasta
llevar al adicto a un estado en el que ya no podía distinguir entre realidad y ficción.

Al hombre le está prohibido, so pena de decaimiento y de muerte intelectual, alterar las


condiciones primordiales de su existencia y romper el equilibrio de sus facultades con el
entorno en que están destinadas a desplegarse; en una palabra, alterar su destino para
sustituirlo por una fatalidad de un nuevo tipo. (2011, p.120)

La prohibición, viene dada por la ley, y la ley se lleva muy bien con la moral,
recordemos que Baudelaire escribe para el dandy y el flanèur, para el borracho, el drogadicto,
el obrero, para el habitante de la vida moderna. En el caso de la cita anterior, el hombre a que

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hace referencia es al trabajador, que, al no serle accesibles ciertas mercancías culturales,
espirituales, o de simple ocio, encuentra en el hachís una poción de escape que le brinda
felicidad momentánea, sin embargo, estas formas de escape se ven censuradas. No estoy
queriendo invitar a vivir en un paraíso artificial, lo que quiero es hacer evidente hasta qué
punto la opresión y el ritmo de vida productivista que caracteriza al capitalismo, puede llevar
a querer vivir en una ficción, a la que se accede no por los mejores medios.

Marx describe muy bien la condición enajenada en la que viven los obreros, y además
ve como la Economía Política, es tanto ciencia de la riqueza, como de la renuncia. La moral
del obrero tendría en su base una renuncia a la propia humanidad.

La autorrenuncia, la renuncia a la vida y a toda humana necesidad es su dogma


fundamental. Cuanto memos comas y bebas, cuantos menos licores compres, cuanto
menos vayas al teatro, al baile, a la taberna, cuanto menos pienses, ames, teorices, cantes,
pintes, esgrimas, etc., tanto más ahorras, tanto mayor se hace tu tesoro al que ni polillas
ni herrumbre devoran, tu capital. Cuanto menos eres, cuanto menos exteriorizas tu vida,
tanto más tienes, tanto mayor es tu vida enajenada y tanto más almacenas de tu esencia...
(Marx, 2016, p.192)

Vemos como, tanto en Baudelaire como en Marx hay una preocupación por la
existencia, y por el ser conscientes de las formas en las que se vive. Ambos reclaman un
despertar, abren el camino a la autodeterminación, ya que, para ambos, el ser humano no está
determinado. Lo anterior me lleva a pensar en Camus, el cual considera, que el ser humano
al entrar en una crisis existencial debe de asumir la ausencia de un sentido de la vida,
despojándose de este modo de cualquier idea que intente determinarnos. Desde el
existencialismo de Camus cada persona tiene la responsabilidad de trazar su propia historia,
no se trata de escapar de la realidad y sus circunstancias, sino de enfrentarla con todas sus
consecuencias, sabiendo que somos capaces de cambiarla.

Un hombre que puede, con una cucharadita de confitura, procurarse instantáneamente


de todos los bienes del cielo y de la tierra nunca adquirirá la milésima parte de esos
bienes por medio del trabajo. Y, ante todo, es preciso vivir y trabajar. (Baudelaire, 2011,
p.61)

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Pero qué pasa cuando tanto el producto del trabajo, como la acción misma del trabajo,
se encuentran en un estado de enajenación. La pregunta que debemos de hacernos hoy, es,
cómo el trabajo, que es la acción histórica, por medio de la cual los seres humanos producen
los medios de vida necesarios para satisfacer sus necesidades, puede convertirse en un medio
de realización y no de enajenación. La sociedad capitalista engrandece la individualidad, cada
quien trabaja por intereses particulares, no por el interés común. Cómo lograr servir al
prójimo sin otra satisfacción más que la solidaridad, como lo expresa Camus y el mismo
Marx y en cierto punto Baudelaire al decir «me mato porque soy inútil a los otros y peligroso
a mí mismo».

Mientras no se dé una revolución, entendida como cambio en el poder político, en las


relaciones sociales de producción y no puede faltar, un cambio en la forma del Estado, los
paraísos artificiales que en 1860 describió Baudelaire, seguirán siendo una salida ilusoria al
tedio, la enajenación y al modo de vida productivista y consumista que nos ofrece El
Capitalismo.

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Bibliografía

Baudelaire, C. (2011). Los paraísos artificiales. Madrid: Alianza editorial.

Buck-morss, Susan. (1989). Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los


pasajes. Buenos Aires: La balsa de la Medusa.

Engels, F. & Marx, K. (2012). Escritos sobre materialismo histórico. C. Rendueles (Ed).
Madrid: Alianza Editorial.

Engels, F. & Marx, K. (2017). Manifiesto Comunista (P. Ribas, Trad.). Madrid: Alianza
Editorial. (Trabajo original publicado en 1848).

Marx, K. (1989). Contribución a la crítica de la economía política. México: Editorial


Progreso.

Marx, E. (2016). Manuscritos de economía y filosofía. (Ed). Madrid: Alianza Editorial.

Hobsbawm, (2009). La era de la revolución, 1789-1848. Buenos Aires: Crítica.

Lefebvre, H. (1971). El marxismo. Buenos Aires: Eudeba.

Nietzsche, F. (1999). Aurora. España: Alba editorial

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