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Sellier,J. i Sellier,A. Atlas de los pueblos de Europa Occidental. Madrid: Acento, 1998.pp.

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LA EUROPA DEL CONGRESO DE VIENA.

Aparte de Francia, sólo ha habido dos vencidos cuyos soberanos no se habían


alineado in extremis contra Napoleón: Dinamarca, que ha de ceder Noruega al rey de
Suecia; y Sajonia, que debe ceder la mitad de su territorio a Prusia. La misma Francia
se encuentra de nuevo, con ligeros retoques, con las fronteras anteriores a la
Revolución. Prusia incrementa su territorio con Westfalia y Renania, con lo que
adquiere una posición dominante en el norte de Alemania. Austria incorpora una gran
parte del ex reino napoleónico de Italia (Lombardía y Venecia). El rey de Cerdeña
obtiene Liguria, que desde hacía mucho tiempo ambicionaba.
Entre los excluidos de la restauración figuran la mayor parte de los pequeños
Estados alemanes suprimidos a partir de 1803... y el mismo Sacro Imperio, que es
sustituido -en lo esencial, con los mismos límites- por una Confederación germánica con
poderes limitados. Aparte la Confederación suiza, los regímenes no monárquicos de
antaño no son restaurados: repúblicas de Venecia y de Génova, y Provincias Unidas. En
este último caso, a iniciativa de Inglaterra, se produce una innovación: a la vez que se
mantiene el régimen centralizado instituido por los franceses, se reúnen en un gran
reino de los Países Bajos las ex Provincias Unidas y los ex Países Bajos austríacos.

El siglo de los nacionalismos

Las guerras internacionales que estallan en Europa occidental en el siglo XIX están
ligadas a la cuestión de la unidad italiana (en 1859) y de la unidad alemana (en
1863-1864, 1866 y 1870-1871). En líneas generales, el ascenso del nacionalismo
caracteriza los años 1815 a 1914. Sin embargo, el término “nacionalismo” encubre
aspiraciones y realidades diversas.

NACIONES Y PUEBLOS.

La Revolución francesa expresó una idea vigorosa: que la soberanía reside no en


una monarquía hereditaria, sino en la “nación”. Hasta la segunda mitad del siglo, esta
«nación», en la práctica, va a identificarse con la burguesía: allí encuentra ésta el tema
y el marco de sus ambiciones políticas. Al mismo tiempo, el extraordinario dinamismo de
la Francia revolucionaria y napoleónica suscitó entre sus vecinos una mezcla de envidia y
de resentimiento que, por la fuerza de las cosas, condujo a un deseo de alzarse a un
nivel comparable. Esto es cierto en el caso de los alemanes, incluso de los italianos,
cada vez más preocupados por afincarse colectivamente como tales. Al empuje
nacionalista contribuyen también algunas situaciones especiales: las de los belgas frente
a los holandeses, de los irlandeses frente a los ingleses y de los noruegos frente a los
suecos.
Otro hilo conductor procede de la idea de que el pueblo, en cierto modo, es un
producto natural de la historia, en tanto que la nación, construcción abstracta, sería el
fundamento de la legitimidad de los Estados. Hay en esta idea una reacción contra el
racionalismo del Siglo de las Luces, pero también la novedad de un interés hacia la
etnografía (término que aparecerá en 1823 con esta significado: «clasificación de los
pueblos según sus lenguas»). Tanto en Italia como en Alemania, el criterio de la lengua
será invocado (entre otros) para justificar la unidad. Lo será también, hacia finales de
siglo, para apuntalar diversos tipos de reivindicaciones autonómicas: catalana,
flamenca, vasca...
BELGAS, NORUEGOS E IRLANDESES.

En Bélgica es la “nación” burguesa y francófona, la que niega la hegemonía


holandesa en 1830 y reclama la independencia. La consigue gracias al apoyo de
Inglaterra y Francia. La población de lengua flamenca sigue el movimiento, pues además
su fidelidad al catolicismo la dispone contra sus vecinos del norte, protestantes.
En Noruega, antes de 1814 no se discutía apenas la unión con Dinamarca. Por
contra, el vínculo con Suecia impuesto a los noruegos les condujo poco a poco a
reivindicar su independencia, que alcanzarán en 1905 al final de un proceso pacífico.
En Irlanda, a lo largo del siglo XIX, el nacionalismo en sí mismo busca una
definición. La lengua gaélica, en rápida regresión frente al inglés, no diferencia a los
irlandeses de los otros. Es verdad que el catolicismo caracteriza a la mayoría, pero
entonces ¿qué pasará con la minoría protestante que se considera no obstante irlandesa?
¿Hay que pensar en la autonomía o, de modo más radical, en la independencia? En 1914,
ninguna de estas preguntas habrá tenido una verdadera respuesta.

LA UNIDAD ITALIANA.

A mediados del siglo XIX, ésta aparece muy quimérica. Primero porque Austria
controla una parte de Italia y, no tiene intención alguna de soltarla. Después, más
profundamente, porque desde finales del siglo VI Italia nunca ha conocido la unidad
política, bajo cualquier forma que fuese. El recuerdo de la unidad parcial instaurada por
Napoleón afecta solamente al norte de Italia. Nápoles y Sicilia están lejos, al otro lado
de los Estados pontificios que no sería fácil suprimir de un plumazo... Así pues, lo que se
pretende, con criterio realista, es una Confederación.
La intervención militar de Francia al lado del reino de Cerdeña (dicho de otro
modo, de la casa de Saboya) pone fin, en 1859, a la hegemonía austríaca. En unos
meses, todo el norte de Italia (excepto Venecia, que Francia deja a Austria), se une a la
casa de Saboya. Al sur, en cambio, es Garibaldi, a la cabeza de la Expedición de los Mil
(1860), quien fuerza el destino. Italia forma así un reino unitario que muy pocos
preveían. Venecia (en 1866) y Roma (en 1870) caerán como frutas maduras.

LA UNIDAD ALEMANA.
Para conseguir su unidad, los alemanes disponen de un marco político: la
Confederación germánica. En 1848-1849, el parlamento de Frankfurt lo intenta en vano,
porque la realidad del poder está en otra parte, en las dos capitales rivales: Viena y
Berlín. Prusia dispone desde 1815 de una clara ventaja geográfica: del Niemen al Mosela
forma el primer Estado «panalemán». Hacia ella se vuelven los partidarios de la unidad
más que hacia Austria, tan ''danubiana'' como alemana. Todavía es necesario superar la
rivalidad austro-prusiana: lo conseguirá Bismarck, por la astucia y la fuerza, en menos
de diez años, desde su accesión al puesto de canciller de Prusia en 1862 hasta la funda-
ción del Imperio alemán en 1871.
El nuevo Imperio, levantado en torno a Prusia, conserva un carácter federal que
defienden con celo los Estados alemanes supervivientes, en particular los del sur. Sin
embargo, la exclusión de Austria parte en dos la incipiente nación alemana, cuestión
que volverá a surgir en el siglo XX.

LOS NACIONALISMOS INTEGRADORES.

La oposición entre la idea (considerada francesa) de nación y la idea


(considerada alemana) de pueblo (Volk) cristaliza a propósito de Alsacia-Lorena,
que Francia tuvo que ceder a Alemania como consecuencia de la guerra de
1870-1871. De un lado se sostiene que los alsacianos se habían adherido
voluntariamente (a partir de la Revolución, se entiende) a la nación francesa; de
otro, se argumenta que los alsacianos siempre han sido, y continúan siéndolo, de
dialecto alemán.
No obstante el debate pierde en la práctica su significado en el último tercio
del siglo XIX. En efecto, por todas partes, o casi todas se impone el principio de la
enseñanza obligatoria para el conjunto de la población de la lengua oficial del
Estado. En un sentido, la era de los nacionalismos «posibles» se cierra así, al menos
en Europa del oeste. Con la enseñanza obligatoria, el sufragio universal y,
frecuentemente, el reclutamiento, cada Estado se considera a partir de entonces
depositario del único nacionalismo legítimo. Su misión es la de integrar su
población en todo: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, etcétera, actúan en
este aspecto de la misma manera. Sólo se exceptúan del movimiento lingüístico,
por evidentes razones, Suiza, Bélgica (con reticencias) y Austria-Hungría.
La voluntad de unificación lingüística suscita reacciones a finales del siglo XIX
en Cataluña y en el País Vasco, por ejemplo, que se amplificarán en el siglo
siguiente. En la misma época, la noción de pueblo, "producto natural de la
historia", experimenta una desviación de carácter racial: una nueva forma de
antisemitismo, que ya no es religioso, sino "racista" se extiende por Europa.

Las dos guerras mundiales

Sin necesidad de analizar las causas de la Primera Guerra Mundial, se percibe que ha
contribuido a ella el reforzamiento de los nacionalismos, que los mismos Estados han
orquestado. Paradójicamente, la Gran Guerra, a su vez, los ha consolidado en la
«solidaridad de las trincheras». La Segunda Guerra Mundial, en muchos aspectos,
prolonga la primera. Se diferencia, sin embargo (entre otros aspectos), en su desenlace:
después de 1945, en todo caso, los nacionalismos pierden en la Europa del oeste su
virulencia.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.

La humanidad no había conocido antes una guerra tan mortífera. En Europa, se oponen:
- de un lado, Alemania, Austria-Hungria, Bulgaria y el Imperio otomano;
- del otro, al oeste, Francia, Bélgica (invadida por los alemanes en agosto de 1911,
aunque era neutral), Gran Bretaña, Italia (a partir de abril de 1915) y Portugal (a partir
de 1916, pero cuyo papel es más bien modesto); al este, Rusia, Serbia y Rumania.
En 1917, Estados Unidos declara la guerra a Alemania y participa desde entonces
en los combates del frente occidental. Aquel mismo año, tras la Revolución de Octubre,
Rusia se retira del conflicto. En noviembre de 1918. primero Austria-Hungría y luego
Renania firman los armisticios.

LOS TRATADOS DE PAZ.

Con Alemania, los vencedores firman el tratado de Versalles (junio de 1919); con
Austria, el tratado de Saint-Germain (septiembre de 1919). Al oeste, Alemania devuelve
Alsacia-Lorena a Francia y, cede a Bélgica Eupen-Malmedy, y a Dinamarca Schleswig del
Norte. Pierde además territorios al este, principalmente a favor de Polonia: el «corredor
polaco» separa Prusia oriental del resto de Alemania. Danzig es declarada ciudad libre.
Austria-Hungría se despedaza y nacen dos Estados nuevos: Checoslovaquia y
Yugoslavia. En líneas generales, la población de lengua alemana del ex Imperio se
encuentra distribuida en tres Estados: en la propia Austria, muy escasa; en
Checoslovaquia (alemanes de Bohemia); y en Italia, que en 1919 consigue anexionarse el
germanófono Tirol meridional. Contra los deseos de la población austríaca de la época,
los aliados incluyen en los tratados la prohibición de cualquier tipo de unión entre
Austria y Alemania. Además del Tirol meridional y del Trentino (de lengua italiana),
Austria cede a Italia la Venecia Julia(Trieste y su región), poblada en parte por eslovenos
y croatas.
Sin relación directa con la Primera Guerra Mundial, el problema de Irlanda
encuentra en 1920-1921 una solución, poco satisfactoria, pero que será duradera: la
división de la isla en un Estado libre de Irlanda, casi independiente, e Irlanda del Norte,
que permanece en el Reino Unido.

EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS.

Las dificultades económicas, sociales, etc., a las que deben hacer frente los
regímenes democráticos, llevan a la instauración en algunos países de poderes
autoritarios de un nuevo tipo. La primera que sucumbe es Italia: Mussolini, jefe del
gobierno a partir de 1922, monta en pocos años un Estado fascista. En Alemania, Hitler
liquida, en 1933-1934 el régimen de la república de Weimar, fundado en 1919. Si-
multáneamente, en Austria, Dollfuss instituye un Estado corporativista. En Portugal, el
Estado corporativista que Salazar dirigirá hasta 1968 toma forma en 1933. En España, la
república instaurada en 1931 ve cómo se levanta contra ella un movimiento llamado
"nacional", que en tres años de guerra civil (1936-1939) sale victorioso: el régimen
autoritario del general Franco sólo acabará después de su muerte, acaecida en 1975.

Hitler pone en entredicho, por etapas, los tratados de 1919: remilitarización de


Renania en marzo de 1936; anexión de Austria en marzo de 1938; desmembración de
Checoslovaquia en octubre de 1938, con el acuerdo de Francia y el Reino Unido (dado en
Munich en septiembre); incorporación de Bohemia-Moravia en el Reich en marzo de
1939. En agosto, Hitler reclama Danzig: Polonia se opone y la guerra estalla.

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.

Pocos Estados europeos conseguirán mantenerse fuera del conflicto: Suiza,


Suecia, España (ya muy castigada por la guerra civil), Portugal, Irlanda y Turquía. Al lado
de la Alemania nazi figuran la Italia mussoliniana, varios Estados más o menos
satelitizados de Europa central (Hungría, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia ... ) Finlandia
(atacada por la URSS en noviembre de 1939, vencida en marzo de 1940, reanuda la
guerra en 1941).
Tras la firma del Pacto germano-soviético (23 de agosto de 1939), que prevé
principalmente un reparto de Polonia, los ejércitos alemanes invaden ésta en
septiembre. En abril de 1940 invaden Dinamarca y Noruega; en mayo, los Países Bajos,
Bélgica y Luxemburgo; en junio, Francia; en abril de 1941, Yugoslavia. Desde junio de
1940 hasta junio de 1941 el Reino Unido sólo les hará frente a Alemania. En junio de
1941, Hitler lanza sus ejércitos a la conquista de la URSS. En diciembre del mismo año,
los Estados Unidos, atacados en Pearl Harbour por Japón, aliado de Alemania, entran a
su vez en guerra. A partir de 1943, frente a los soviéticos, de 1944, frente a los
americanos, las fuerzas alemanas retroceden inevitablemente. En mayo de 1945 se
produce la capitulación sin condiciones de Alemania.
El conflicto ha ocasionado todavía más víctimas que el de 1914-1918: víctimas
militares, víctimas civiles (bombardeos), personas muertas en los campos de
concentración nazis. Al margen de la guerra en sí misma, de 1941 a 1945 los nazis
exterminaron entre cinco y, seis millones de judíos.

LA POSGUERRA.

De la última fase de la guerra arranca una hegemonía soviética en Europa central


v oriental, y americana en Europa occidental. La línea divisoria pasa a través de
Alemania y Austria, divididas en zonas de ocupación (soviéticas, americanas, británicas
francesas). Pronto se convertirá en un "telón de acero". La «guerra fría» entre el este y
el oeste comienza en 1948.
En febrero de 1947 el tratado de paz que firma Italia pone punto final al contencioso
heredado de la época mussoliniana. En mayo de 1947, los comunistas son excluidos de
los gobiernos francés e italiano. En junio, los Estados Unidos proponen a los países
europeo una ayuda económica (plan Marshall). Los Estados de Europa central, en su
mayoría sometidos ya al control comunista, la rechazan, excepto Checoslovaquia, que
volverá a la disciplina en febrero de 1948 («golpe de Praga»). Todos los países de Europa
occidental se ven beneficiados por el plan Marshall, excepto la España franquista (a la
que no se ofreció) y Finlandia (que dijo no, para no indisponerse con la URSS).
Viene luego la época de las alianzas militares. En 1948 los tres países del Benelux
(unión aduanera fundada en 1944 por Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo) firman con
el Reino Unido y Francia el tratado de Bruselas, dirigido aún contra Alemania. Al año
siguiente, el Pacto Atlántico (o Tratado del Atlántico Norte) persigue claramente
precaverse contra las amenazas soviéticas. Además de Estados Unidos y Canadá, los sig-
natarios son Bélgica, Dinamarca, Francia, Reino Unido, Islandia, Italia, Luxemburgo,
Noruega, los Países Bajos y Portugal. En 1952 se añadirán Grecia y Turquía.
Pese a la guerra fría, Austria consigue preservar su unidad política, (que será
confirmada por el tratado del Estado austríaco de 1955). No ocurre lo mismo (con
Alemania, que sufrirá sucesivamente una amputación y una división.
En 1945-1946, los territorios al este de la línea Oder-Neisse, separados de hecho
de Alemania, son unidos a Polonia (y, en parte, a la URSS). Sus habitantes alemanes son
expulsados en masa hacia el oeste, al igual que los alemanes de Bohemia. Al oeste de la
línea Oder-Neisse, la guerra fría lleva a la instauración, en 1949, de dos Estados
alemanes diferentes: la República federal de Alemania (zonas de ocupación americana,
británica y francesa) y la República democrática alemana (zona de ocupación soviética).
En 1955 la RFA se adhiere al Pacto Atlántico. A partir de 1961, el muro de Berlín parte la
ciudad en dos.

La Europa occidental contemporánea

LA GÉNESIS DE LA UNIÓN EUROPEA.

La fundación del Benelux, en 1944, abrió el camino. El impulso decisivo se


produjo con el plan presentado en mayo de 1950 por Robert Schuman (ministro de
Asuntos Exteriores francés), inspirado por Jean Monnet. Este plan conduce al año
siguiente a la institución de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), que
agrupa a Francia, la RFA, Italia y el Benelux. Gran Bretaña, hostil a toda dejación de
soberanía, se negó a adherirse.
En 1952, los mismos seis Estados firmaron un tratado que instituía una Comunidad
Europea de Defensa (CED), pero, tras muchas, tergiversaciones, el Parlamento francés e
niega a ratificarlo. El «relanzamiento europeo» culmina en marzo de 1957 con el tratado
de Roma, que instituye la Comunidad Económica Europea (CEE, llamada también
Mercado Común») y el Euratom. La «Europa de los Seis» -cuyos promotores se fijaron,
como objetivo, a largo plazo, la unión política- juega desde entonces un papel cada vez
más importante.
El Reino Unido enciende en 1959 un contrafuego, bajo la forma de Asociación Europea
de Libre Comercio (AELE), en la que participan Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal,
Suecia y Suiza. En 1963, sin embargo. el Reino Unido cambia de táctica y solicita la
adhesión a la CEE. Francia, presidida entonces por el general De Gaulle, la veta. El
Reino Unido, acompañado de Dinamarca e Irlanda, no entrará en la CEE hasta enero de
1973.
A los Nueve se añaden, en 1981, Grecia. En enero de 1986, España y Portugal. Se unen
luego a los Doce, en enero de 1995),Austria, Finlandia y Suecia. Noruega había firmado
un tratado de adhesión, pero los noruegos, por referéndum celebrado en 1994, se
opusieron a la ratificación. En aplicación del tratado de Maastricht (7 de febrero de
1992), el conjunto toma el nombre de Unión Europea (UE) desde enero de 1994.

LA UNIFICACIÓN DE ALEMANIA.

Los regímenes comunistas se hunden en 1989 en Polonia, Checoslovaquia,


Hungría, la RDA... El muro de Berlín se abre el 9 de noviembre. Poco después se
desmembrará la URSS. A pesar del escepticismo de muchos alemanes, el canciller
Helmut Kohl se propone inmediatamente, a marchas forzadas, la unificación de
Alemania: en octubre de 1990, los länder del este (ex RDA) se integran en la RFA.

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