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LOS MOHANES: ESPÍRITUS GUARDIANES DEL PÁRAMO O

HECHICEROS DIABÓLICOS?

Escultura al Mohán, Teleférico Parque La Gaitana. Neiva, Huila.

Recuerdo la primera vez que escuché sobre estos seres: en Ibagué una estatua suya reposaba en el
llamado Parque del Mohán cerca de la terminal de transporte y a mis escasos 3 o 4 años aquella
escultura que representaba a un hombre cubierto de pelo, sentado a cuclillas mientras fumaba un
tabaco, con facciones bestiales y colmillos feroces me causó gran fascinación. En el Espinal, también
existe un parque con el mismo nombre dedicado a esta extraordinaria figura y a los demás mitos
populares de la región. De hecho a lo largo y ancho de todo el Tolima grande, su iconografía es bien
conocida; desde La represa de Purificación o los caudalosos ríos que bordean el Huila hasta las
frondosas selvas caqueteñas, su imagen fiera y espeluznante se ha esparcido entre la cultura
colombiana y los mitos y leyendas típicos de su folclor.

Parque del Mohán, Ibagué Tolima.

Sin embargo no es allí donde esta misteriosa figura encuentra su origen; es en la sabana
Cundiboyacense, en donde subiendo a lo largo de la región Andina hasta llegar a Venezuela
encontramos tradiciones orales de seres extraordinarios que si bien comparten el nombre con el
ser del mito, poseen características y funciones distintas, que se funden incluso con la de sabios
sacerdotes indígenas que se narran en las crónicas españolas como los mismísimos adoradores del
diablo.

¿Puede ser el mohán del mito un reminiscente de antiguas creencias de nuestros pueblos
ancestrales, demonizadas por los cronistas cristianos que les invadieron y que impusieron a sangre
y fuego las suyas? ¿Han sobrevivido los mohanes en la tradición oral de estos pueblos a pesar de la
invasión cultural que han sufrido durante tantos años? ¿Cuál es la verdadera función de estos seres
y porque se confunden con monstruos o hechiceros en las crónicas y el folclor popular?

Para contestar estas preguntas primero debemos revisar el papel que juega El mohán dentro de la
cultura popular, esa que nos han transmitido nuestros abuelos y padres, pero que también fue
forjada en la escuela, allá en la clase de español cuando veíamos los mitos y leyendas colombianos
y que contaban historias de seres que se escondían entre la montaña, viajaban a través de ríos y se
desvanecían entre la espesura de la selva.
Si revisamos estos mitos, el mohán es considerado un ser feroz y salvaje, que habita las
profundidades de los ríos y cuyo objetivo siempre es raptar a las niñas y jóvenes más bellas de los
pueblos para llevarlas a vivir a sus aposentos bajo el agua. En aquel papel punitivo, encontramos los
vestigios de una historia cuya función era la de prevenir a las mujeres de permanecer a altas horas
de la noche en la calle o la de entablar relaciones con extraños.

Otra creencia popular habla de cómo El mohán ejerce su poder sobre la población ribereña, el
comanda los animales del río y puede brindar a los pescadores fructíferas pescas o en cambio
enredar sus carnadas y llevar horribles descubrimientos de seres amorfos o restos humanos a sus
redes; para evitar su furia los pescadores dejan ofrendas de sal y tabaco a aquellos lugares en donde
los caudales son más abundantes y peligrosos.

“El mohán y la lavandera” parque mitológico, Espinal.

En Colombia este mito es más o menos el mismo y recorre toda la zona del Tolima grande y los
llanos orientales, es justamente allí, en los límites de la región Orinoquia con Venezuela, que el
mohán pierde su carácter mitológico y se convierte en un ser de carne y hueso, un piache o brujo
indígena que habita los manglares y caños y que se encarga de curar el cuerpo y el espíritu por medio
de plantas sagradas, comunicarse con entidades espirituales y consultar los sueños al momento de
tomar previsiones sobre la guerra o eventos climáticos.

El vocablo “moján” como se les conoce a estos sabios en Venezuela, es utilizado especialmente en
la zona de la Laguna de Sinamaica, en el Zulia, en donde aún se habla el casi extinto añú, idioma
perteneciente a la familia arahuaca en donde encontramos el sonido mmo que quiere decir tierra.
Palabras como mmonnawa que quiere decir sin tierra; o mmohontï que significa tierra mojada,
hablan de una profunda conexión entre la nación añú y su hábitat, que en este caso recibe la
influencia directa del lago de Maracaibo como lugar de encuentro para la comunidad, y sitio sagrado
proveedor de vida.

Pero no hay que irnos tan lejos para encontrar la relación entre los mohanes y los pueblos indígenas:
En el municipio de Chita, Boyacá en donde yace la llamada Laguna del Pedregal, habitaban los
caciques Chipa, Dimiza y Vichacuca, este último en cuyo honor se le dio nombre a la vereda donde
esta se encuentra; ya que al momento de llegar los españoles se enfrentaron a ellos y resistieron a
la invasión entrando a las profundidades de sus aguas en donde se convirtieron en mohanes que
permanecen allí hasta el día hoy. Los pobladores de la zona aún les rinden culto llevando cigarrillos
de junco, bebiendo chicha en círculos y danzando en una gran fiesta en lo que ellos llaman “cuando
la laguna truena”.

En el páramo Mamapacha ubicado en el valle de Tenza, se habla de Doña Francisca, la mamá Pacha
o Mohana, que en tiempos antiguos de sequía bajaba con un séquito de Mohanes desde lo alto de
la montaña al pueblo, en busca de una doncella que era sacrificada al poder del páramo, con su
sangre se alimentaban de nuevo los ríos y quebradas que llevaban vida a las secas tierras de los
habitantes de la zona.

Escultura al Mohán, Parque del café, Armenia, Quindío.

Y es que justamente en la zona del altiplano Cundiboyacense, donde sobrevive la nación Muisca, se
hablaba de los “mojas” o protectores del páramo, seres que cuidan sus aguas y abogan por la
protección del frailejón y la laguna. Algunos investigadores han teorizado sobre los mojas (o moxas)
como jóvenes que eran sacrificados al sol con el fin de realimentar la tierra en las épocas de sequía.
Incluso algunos cronistas como fray Pedro Simón los relacionó con los sacerdotes de este pueblo,
que poseían conocimientos ancestrales sobre la medicina de las plantas y la comunicación con los
muertos. En sus Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales Fray
Simón dijo que estos hechiceros adoraban ídolos, y mantenían una extrema castidad y ayuno para
hacer sacrificios y ofrendas que no eran de Dios.

Es en estas crónicas y muchas otras, donde podemos encontrar entonces la transformación cultural
que sufrieron los mohanes en su rol de protectores de la naturaleza, sabios que brindaban una
conexión con el mundo espiritual, hasta adoradores del demonio y el demonio mismo, función doble
que cumple actualmente en nuestro territorio.

Moyas del Mohán, San Luis.

En conclusión, los mohanes sin duda sobreviven en nuestros días, como seres de poder, en Anolaima
por ejemplo, aún existe el llamado “cerro del Mohán” en donde se dice habitan estos seres salvajes
y temidos, mientras que entre pueblos indígenas como Los Pijaos su esencia de protector
permanece: “Él no es malo si lo tratan bien, no es visible con todos, hay que dejarle chicha,
aguardiente o tabaco, porque sale a calentarse a mediodía o al atardecer, con esto se portan bien y
deja pescar. Si ataca es porque hay quienes causan daños a los ríos”. Dice Nelsy Vega, originaria del
resguardo Yaco Molana en Natagaima. El llamado de los Mohanes en la actualidad, lejos del ser
diabólico que rapta niñas en las riberas de los ríos que nos heredaron los cronistas católicos, es el
que brinda la visión de los espíritus protectores de nuestros ecosistemas, que están profundamente
enraizados con las cosmovisiones de nuestros pueblos originarios, en donde proteger la tierra era
protegernos a nosotros mismos.

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